Ahí se halla la explicación de la tendencia humana irrefrenable por explicarse el mundo y por usar ese conocimiento para reforzar su permanencia en él (o, de nuevo, para sobrevivir como una especie formada por individuos relativamente autónomos.) Obviamente hay saltos entre unas y otras especies, pero ese es el hilo conductor, material, objetivo, evidente, científico que debemos asumir para seguir avanzando (¿por qué?, pues por imperativo genético, nada más, no vayamos a embalarnos y a creer que la vida, la conciencia y la ciencia tengan una meta predefinida... preescrita... porque... eso es "pecado ciencista", eso no puede ser... o al menos no sirve para nada que consideremos, antes bien es un obstáculo demasiado lleno de justificaciones.)
Podemos insistir en el carácter exclusivo del hombre (con más o menos antropocentrismo y/o más o menos creacionismo) o reconocer que fue un resultado con antecedentes y un futuro incierto y posiblemente transitorio (posiblemente, insisto.) Podemos, en otras palabras, considerar al hombre moderno o civilizado como una aparición en cielo despejado o como resultado de la evolución del hombre primitivo (y de sus antecesores.) Podemos considerar al "especialista" como un semidiós o verlo simplemente como un estudioso con dotes más reflexivas, más imaginativas y más deductivas que la media, y con más información disponible para bien y para mal. Podemos intentar comprender por qué tenemos esta sociedad y cómo se compone o despreciar la probeta con su caldo dentro y huir hacia el mito que hoy puede ser tanto el irracional de los fundamentalismos como el ultrarracional que cree en una ciencia inamovible, de principios asegurados desde sus fundadores a los que asigna la misma pureza que el fiel a su Dios, o poco menos (se admiten pecadillos), y sobretodo que cree que los sacerdotes son los inamovibles y los únicos que podrán separar las aguas e imponer nuevos credos (o, si dice que no cree en ello, que al menos se comporta como si lo creyera). Podemos tener una visión caótica del mundo que explica lo que pasa por intervención de fuerzas externas al mundo (como la voluntad individual misma inclusive) o por emergencias meramente azarosas en el peor sentido del concepto, es decir, desvinculadas de todo suceso pasado, de toda situación preexistente, surgidas o no a consecuencia sólo de una iluminación, etc.
Pero también podemos denunciar cada una de esas vías regias al mito, a la ceguera, a la acumulación onerosa de justificaciones. Todas las cuales sirven o servirán para que los brujos, al fin reyes (tomo la metáfora de mi amigo "Dhavar"), controlen a su antojo el mundo y la magia regrese para su entero beneficio (como muestran los discursos de cada vez más políticos dando la mejor demostración de eficacia, a corto plazo espero, de tales habilidades.) Bueno... eso si es que pueden conseguir desbancar del todo a los reyezuelos agrupados dominantes que los usan y a los que sólo consiguen chantajear... o arrancarles migajas...
Como bien señaló "J." (lo menciono con cierta doble intención) en alguno de los comentarios con los que participó en una ya sepultada polémica sobre estos temas: los magos, etc., ya usaban métodos científicos primitivos, sin los cuales no habrían conseguido ser eficaces. En sus prácticas míticas estaba la intencionalidad de comprender y utilizar ese concocimiento a posteriori, había una inquietud y un fin práctico, incluso y principalmente se superponía, como ahora, una razón social de dominar y dirigir, de conservar el estatus y de mejorarlo; todas éstas motivaciones sociales que determinan la marcha del homo sapiens e incluso de muchos de sus antecesores hacia el dominio del mundo a través de todo, incluidos sus congéneres de otros grupos. Feyerabend da varios ejemplos de esas "otras tradiciones" (cometiendo, insisto para que no se ensañe nadie, el error utópico de proponer... ¡que las aceptemos a todas!)
Lo cierto es que la ciencia actual tiene allí sus raíces y eso es indiscutible. Y los científicos en aquellos primitivos practicantes de la magia, la brujería, la adivinación y la comunicación con dios... Ya en las primeras experiencias sociales humanas estaba el germen (o semilla) de la burocracia cultural (y no tanto) de hoy. Reconocerlo es parte de nuestro imparable proceso de autoconciencia, y ello debería permitirnos (como a instancias de una suerte de psicoanálisis social) reducir los efectos de nuestras inclinaciones en tanto que científicos, profetas y curanderos de la sociedad. Bueno... "debería" no significa gran cosa... Es decir, de comprendernos en nuestra inevitable mezquindad o miseria, condicionamiento e inmediatez, intrascendencia y materialidad efímera. Feyerabend proponía incorporar la poesía al lenguaje de la ciencia, no reducir ésta al rango de poesía (como sugirió Prigogine en un arrebato.) Eso tiene sus peligros (los de confundir las cosas y acabar con un lenguaje no riguroso que también sería críptico, ¡uno que excluiría a los insensibles en lugar de a los expertos!), no lo niego, pero al menos eso actuaría como un aliciente y no como un freno, empujaría al hombre hacia las estrellas y no a bajar la vista, permitiría, como con ilusión y vitalidad deseaba Feyerabend, "vivir mejor o más intensamente". Y esto, mucho más si conseguimos remarcar la evidencia en lugar de escamotearla, tener un lenguaje literario que sublime los hechos y realce las tendencias y no una verborrea que oculte lo incómodo o lo políticamente (e ideológicamente) incorrecto. Un lenguaje así, claro que es factible: sólo es buena literatura.
Bueno... (¡vaya, cuántos peros tiene la realidad...!) no todos los hombres, eso nunc... ¡En fin, quién sabe! La mayoría, por mucho tiempo al menos, seguirá expectante, qué remedio. Eso sí, todos viviendo... para seguir viviendo. Justo para lo que sirven los mitos para la mayoría y para sus conductores. El lenguaje de la ciencia, Last but not least, como se dice en estos casos (así, que suena tan bien y tanto como mascalzone en italiano y laissez faire en francés) no podía faltar aquí la mención del lenguaje. Todos decimos "realidad" y "verdad" con una seguridad que va más allá de la prepotencia, el engreimiento, la omnipotencia, y de cualquier otra supuesta desviación de la conducta moralemente correcta. Decimos y creemos que una evidencia (algo que afecta a nuestros sentidos y transmite una "imagen" a nuestro cerebro o que la propia química cerebral autoimpulsa) es una realidad. Y no nos equivocamos en la mayoría amplísima de los casos (excluyendo sólo los casos de enfermedad mental grave, a veces coyuntural.) Debemos reconocerlo, nuestro cerebro está orientado hacia el reconocimiento de la verdad y de igual manera y en paralelo, nuestro lenguaje. No obstante, a veces usamos nuestras habilidades para mentir, para engañar, y también para engañarnos como a uno más ajeno a nosotros mismos (esta capacidad de desdoblamiento inconsciente se observa en los enfermos que no quieren curarse y que se explican míticamente sus síntomas cuando no se encierran en la inestabilidad del agnosticismo.) La tendencia innata a reconocer la realidad como tal y a distinguirla de lo fantasioso o sobrenatural es comprensible a primera vista: sirve a la supervivencia. ¿De dónde sale pues y cómo se desarrolla en el hombre esa otra capacidad para mentir y mentirse? Del miedo, de la necesidad de hacer amigos y amantes, de la inseguridad. No tengo otra respuesta. Kant y Galileo abjuraron parcialmente de sus posiciones debido a presiones del entorno, del grupo con el que se identificaban o del que se sentían significativamente miembros. Y remodelaron un tanto sus posiciones en la medida de lo posible, es decir, hasta cierto límite determinado por sus convicciones. E pur si muove: no quedaba más remedio que reconocerlo, que sentirlo, que saberlo. Venimos pues con ambas cosas a este mundo: el amor a la verdad y la capacidad de engaño. El lenguaje es en estas dos faenas el mejor útil posible y ha sido moldeado de acuerdo con el cerebro y sus tendencias insobornables. Todo, y la ciencia (cuya emergencia recibió ese título de honor para que fuera diferenciada, reconocida y respetada por el dogma y el mito) fundó inmediatamente otro. Desde que nació, alzó una idea mítica sobre sí misma y luego la ha ido reforzando: daremos al mundo todas las respuestas aunque ello lleve infinidad de generaciones. Y cumple su promesa con interpretaciones que completa a medias con leyes probadas y a medias con extrapolaciones que sirven de explicación, pero podrían ser sustituidas por otras (y lo más probable es que lo sean.) Hoy en día, la ciencia explica cosas que están enormemente lejos del hombre en el espacio (hacia atrás en el tiempo en la medida en que la distancia crece) y en el tiempo (hacia atrás me refiero y en tanto que hacia atrás en un espacio que ya no es el que ocupamos.) Hoy en día, en esos ámbitos realmente inaccesibles, se aventuran explicaciones que ni siquiera tienen utilidad práctica. Los científicos se han desmadrado (y no los juzgo mal por ello) y se dedican a especular, a filosofar y a describir todo muy literariamente (incluso gráficamente también, en los últimos tiempos.) Se realiza el sueño de Prigogine, sólo que unos lo hacen mejor que otros. El sueño de Gould. La pesadilla de Feyerabend. Está bien, es entretenido, se convierte en material de cine (documental y hasta de dibujitos animados) que se puede vender a las televisiones. La profesión gana nuevos terrenos, llega incluso a llenar de chiringuitos los aledaños del Templo. Bueno, por ahí marcha el proceso en estos tiempos. En ese contexto se definen la ciencia y los científicos, la divulgación rentable y la realidad inconmensurable que míticamente sentimos tocar con la punta de los dedos, todos, especialmente las masas. Pero, ¿podemos asegurar que eso será el futuro? Si de mi dependiese (es cosa de gustos, de estética ni más ni menos, propia de un individuo moderno y sofisticado que apenas si tiene grupo imaginario) el futuro de la ciencia sería más modesto y despreocupado. Pero el hombre lucha contra la muerte y contra cualquier modificación imaginable de su naturaleza al mismo tiempo, y para eso necesita imperiosamente de la tecnología y de los avances en ese campo, es decir, dominar hasta el límite la materia. Son dos tendencias en conflicto. El futuro, desde ese punto de vista, no puede ser el de las élites acomodadas y apoltronadas en la Academia que pueden, como los griegos de pura raza, dedicarse a la especulación mientras los esclavos les procuran el sustento... aunque un día las máquinas podrían permitírnoslo. Unas máquinas definitivas que nos dejen la poesía y el dolce fare niente.
Es obvio que les podremos implantar mecanismos antirebelión para que no se les ocurra que todo empiece de nuevo. Aunque con ello sólo consigamos que sean poco productivas...
Nota: este post dormía entre los borradores de mi blog y decidí despertarlo ahora porque me parece muy a cuento. Apenas si lo he revisado y ampliado, y me satisface bastante. Nuevas lecturas recientes y otras que tengo que terminar aportarían mucho más material en sustento de las tesis aquí expuestas (por eso, por ejemplo, no cito a Leo Strauss del que podría ya mismo extraer algunas joyas). Pero como van en la línea de afirmar aún más su validez... he decidido dejarlo como estaba a modo de anticipo. Espero que la ironía del final, que apunta a cosas que exceden el objeto del texto, no confunda ni oscurezca su importancia dialéctica.