Artículos sobre la grupalidad humana

lunes 12 de febrero de 2007


Elogio del elitismo


Un día intentaré escribir un ensayo sobre el tema y con el mismo título. Basten aquí algunas premisas inmediatas. En primer lugar, yo pienso que las elecciones voluntarias son también un subproducto del código genético, y por lo tanto algunos sólo pueden desear más o menos abiertamente pertenecer al mundo de las élites. Del mismo modo, aquellos que nacen predispuestos y más o menos libres de resitencias o trabas internas, podrán evitar ser empujados a pertenecer a las élites. Estos, una vez encaminados, se resisten con dificultad; tienen que responder a sus genes tanto por la necesidad de aplicar sus potencialidades como por impulso de su tendencia al protagonismo. Y yo me incluyo en el segundo grupo.

Los genes determinan entre otras muchas cosas la agresividad y la voluntad de poder, la inteligencia y la astucia, etc., todos componentes que en una u otra combinación son necesarios para pertenecer a un grupo de élite. A veces se llevan dentro los elementos resistentes o negativos, como los que originan o exacerban la falta de autoestima o como los así llamados complejos de inferioridad, el temor a la responsabilidad, por ejemplo, y otros antídotos que ciertos cerebros más que otros son capaces de destilar para reducir e incluso anular la omnipotencia propia de los miembros de los grupos de élite. No creo que estén siempre activos, pero lo cierto es que al menos esos factores se hacen notar por momentos más o menos prolongados (a veces durante casi toda la vida y a veces lo suficiente como para disuadirnos de que respondamos a otros cánones de comportamiento, "prontos" o impulsos "heroicos" que podrían animarnos a la acción elitista.) Supongo, por último, que tanto por causas endógenas como exógenas, se activan unos u otros catalizadores, tanto de lo negativo como de lo positivo de las dos tendencias(nota: no utilizo esos valores para enjuiciarlas sino para señalar el signo del efecto que producen sobre cada una de ellas en una situación u otra.)

Está a la vista que las élites conforman diversos grupos de élite y que, como cualquier grupo humano que se precie, asumen medidas defensivas y ofensivas en relación a los demás. Esto creo que está también básicamente determinado. Si no lo hicieran de ese modo, si renunciaran, serían sojuzgados o exterminados, al menos en muchas circunstancias histórico-sociales, o, en todo caso, deberían aceptar permanecer en la sombra y el silencio, incluso en el aislamiento y la soledad. Lo saben sus genes desde los tiempos de la esclavitud, desde los tiempos más remotos en que se practicaba por razones tanto ofensivas como defensivas.

Es erróneo pensar que las masas y sus embates relativamente espontáneos son el enemigo de las élites. Cada grupo de élite tiene en los otros a sus enemigos, y sólo en tanto se enfrenten a un enemigo mayor algunos grupos son capaces o se ven obligados a colaborar entre sí, aliándose o integrándose en grupos mayores.

Todos apelan a las masas y todos intentan utilizarlas con más o menos éxito con el objetivo de vencer y conservar el poder... Y siempre habrá masas dispuestas a seguir a uno u otro grupo de élite que han sabido dar forma a "su" "conciencia de clase" o a "su" "espíritu nacional". Sin duda, ésta es la base biológica de la burocracia. Pero, además, esto apunta en otra dirección. Si no nos queda más opciones que ser parte de la élite o parte de las masas, como concluye Sartre en "El diablo y el buen dios", ¿por qué no enfrentarse por entero a ellas en lugar de aceptar el puesto dirigente, por qué, si uno es un espécimen de élite, no despreciarlas en lugar de engatuzarlas, por qué no "combatirlas" (con la crítica feroz a sus líderes y a su ciega estupidez) en lugar de engañarlas, utilizarlas, someterlas, es decir, siendo cómplice de esas prácticas? ¿No es acaso más sano y honesto reconocer que llevamos dentro al lobo y rechazar su animalidad en tanto nos repugne? Hum, reflexionaré un poco más en torno a este punto.

Quiero por último dejar constancia de que considero una hipocresía (y hasta un signo de envidia) propia de mediocres el rechazo irreflexivo al elitismo, sobretodo porque implica un rechazo de plano a comprenderlo (hipocresía en tanto y en cuanto la inteligencia les debería permitir hacerlo.) Quienes suelen hacerlo, adjudican al elitismo etiquetas despectivas, incluso pretenciones de predominio, muchas veces de tinte racial. Es curioso que, sin embargo, los mismos que lo hacen acepten como inmaculados a sus propios líderes. Pero la hipocresía es real no sólo por este motivo sino porque ellos mismos, si pudieran, escalarían aunque más no fuera a pequeñas cimas de pequeños grupos, cosa que a veces consiguen realizar. Claro que en atención a lo que yo vengo sosteniendo, ellos también responden a sus propios genes y debo decir que también sobre esa base los comprendo, lo que no significa que los pueda tolerar (ahí están mis propios genes.) Ni tolerar ni dejar de acusar (con el arma del dedo) en tanto ellos y sus jefes resultan demasiadas veces tremendamente peligrosos para los demás, sea como soldados de algún grupo de élite en el que confían con ahinco, sea directamente como sus líderes perniciosos. Comprenderlos no nos permite permanecer en un estado de mera comprensión. A veces el problema es tan grave para todos que no nos quede otra cosa que la participación en la guerra... Y al verlo venir, la conciencia (como resultado previsible) nos obliga a adelantarnos y a dar avisos de alerta (como los monos, ni más ni menos.)

sábado 17 de febrero de 2007


"El mito de la educación"

Una de mis más apreciadas y provechosas lecturas recientes fue la del ensayo de referencia escrito por Judith Rich (editado en DeBolsillo.)

El trabajo pretende aportar lucidez y sensatez en relación a la base material de las respuestas que elabora el ser humano y que van conformando su cultura (y sus culturas o subculturas si se quiere.) Judith intenta explicar qué se haya detrás de posturas como el machismo o la dificultad para vernos mayores y sobre todo viejos, o qué hay detrás de la maldad y de la bondad, del sadismo, de la criminalidad, de la timidez, de la generosidad, del rechazo de la injusticia, etc., etc.

Hoy siguen dominando la escena las explicaciones que creen que la educación lo es todo o al menos que tiene mucho que ver...

Judith Rich consigue desmentir esos planteos (comparto con ella y resalto adicionalmente que sobreviven gracias a servir a las burocracias culturales cada vez más institucionalizadas y cada vez más asociadas al poder) y demostrar que la base de la cultura es genética, claro que no del modo mecanisista o reduccionista que le atribuyen sus oponentes para desvalorizar esa teoría (aplicando el mismo método que aplican para explicar sus propias afirmaciones.) Porque no hay nada mejor para los objetivos de los teóricos de la educación que suponer que quien sostiene el específico determinismo genético y el evolucionismo concreto que defiende Judith Reich y muchos otros, son meros darwinistas de escuela primaria que establecen simples relaciones de causa-efecto entre los extremos de lo que en realidad es un complejo fenómeno histórico-natural.

Judith se encarga de ponerlos en evidencia al tiempo que desarrolla su teoría con la profundidad necesaria de enfoque y de tratamiento.


domingo 25 de febrero de 2007


Elogio del elitismo 2

Un poco más en relación a "El Diablo y (el Buen) Dios" que da mucho juego a la reflexión. En ese drama imaginario, J. P. Sartre intenta, con la cobertura (y la fuerza) que da la buena literatura, fundamentar su respuesta, personal e ideológica, al dilema que la "lucha de clases", como él diría, supone para el intelectual. Su objetivo era demostrar que la soledad de los iluminados sólo puede ser superada positivamente mediante la asunsión de posiciones de liderazgo o de dirección de masas. Al menos, con la toma de partido o el compromiso, en la jerga de la propia intelectualidad (esto último para los intelectuales más tímidos o apocados que por una u otra causa no quieren encabezar ni siquiera su propio grupúsculo encabezador.)

Ahora bien, debo señalar también, desde mi punto de vista, que Sartre parte de unas premisas discutibles: en primer lugar, que las masas representan en sí lo positivo de la humanidad, lo bueno, lo justo, el futuro, el progreso; en segundo término, que el intelectual las puede interpretar correctamente y mejor de lo que lo harían (si pudieran) ellas mismas; en tercer lugar, que no lo podrán hacer nunca sin su existencia y ayuda (algo a lo que, además, estarían tendencialmente predestinadas so pena de autotraición o alienación.)

Pero, al margen de estas falacias (sobre las que probablemente vuelva en otra ocasión), quiero centrar la atención en el hecho subyacente que, según pienso, lleva a Sartre a inventar esa demostración sin duda inteligente mediante un drama de indiscutible valor estético (es decir, esa buena fundamentación propagandística en la línea de "La Madre" de Gorki, de tono bastante inferior.)

Lo que Sartre reconoce, sin poderlo ni quererlo evitar, es una realidad innegable cuya existencia me interesa por ahora destacar. Una realidad que, en sí misma, debe ser considerada al margen de todo juicio de valor y que no es otra que la existencia de élites; élites que se sienten constreñidas a dirigir y a gobernar con el fin de realizarse, justificarse o gratificarse; élites que se ve forzadas a erigirse en intérpretes infalibles (y bienintencionadas) de las masas, en sus defensores o sus guías y por fin en sus amos (por encima de ella, obligándola incluso a ser "lo que debe ser".) Y todo esto, a partir de su sensibilidad, de lo difícil que le resulta admitir las injusticias.

Sin duda, los experimentos de esa índole pueden llevarse a cabo en tanto que las masas no tienen más alternativas que seguir a unos u otros dirigentes, aceptando incluso aquellos relativamente imperfectos (para un número más o menos significativo de sus componentes), aceptando incluso un cierto grado de engaño e incluso justificándolo por razones tácticas(y en armonía con la propaganda, etc.) lo que es otra vertiente de la cuestión pero que explica la facilidad de los intelectuales para tomar el mencionado (y dramatizado) camino de salvación para sus conflictos existenciales.

En todo caso, como muchos otros intelectuales anteriores y posteriores, no todos del mismo "signo político", Sartre considera al elitismo un fenómeno real, que es de lo que se trata. Claro que Sartre, en el fondo, no hizo sino añadir bagaje a los apriorismos justificatorios de la burocracia, no hizo sino ayudarla a que se comprendiera a sí misma, a que pudiera desprenderse más fácilmente de sus pruritos y vacilaciones, de que los menos decididos se sumasen al ejército de los justos. Claro, también que Sartre y sus iguales reservan un término tan despectivo como elitismo para sus competidores, aquellos que aún haciendo lo mismo son acusados de hacer otra cosa. Pero lo cierto, por evidente, es que, más allá de que ese conflicto del intelectual pueda o no ser superado (otro asunto que requiere un desarrollo aparte), el dilema existe y es resuelto por los más capaces y/o decididos creando y poniéndose a la cabeza de grupos de cualquier tipo en todos los ámbitos imaginables (grupos en lo posible "multidiciplinares" y piramidales entre cuyos miembros se establece una sabia división del trabajo, desde el rey o el gobernante hasta el más ridículo jefecillo, sea sacerdote, bedel, capataz o policía.)

La jugada de Sartre y de la "intelectualidad de izquierdas", como se la ha dado en llamar, en general y en especial pero que se podría y se debería ampliar a los casos del nacionalsocialismo y el fascismo por lo menos, es que considera liberado de los estigmas de élite y de elitismo a todos los que asuman ese papel emancipador, redentor, profético, iluminado, etc., que caracteriza a los dirigentes de masas. Todos los que descubran que estaban predestinados (yo también opino que lo están, que lo están en base a su código genético) para ese papel, sólo serían intelectuales comprometidos, sólo estarían al servicio de las masas... Serían buenos y no malos. Y sólo estos últimos merecerían el nombre, o el epíteto, de elististas.

Así, Sartre define la frontera que separa el bien del mal para todos esos hombres que nacieron especiales gracias a su capacidad intelectual... y a sus habilidades e impulsos políticos. Se trataría de estar con las masas o contra ellas, algo que sólo se debe contrastar con el modelo, con las masas imaginarias, con su deber ser. Kronstadt, las deportaciones stalinistas y los gulags, la represión de los levantamientos de Polonia, de Hungría, de Checoeslovaquia, la catástrofe de Camboya, la masacre de Tiananmen... serían meros accidentes colaterales de una marcha triunfal aunque zigzagueante. Elitistas especialmente peligrosos para Sartre serían en cambio Franco, Musolini, Hitler, incluso a costa de ignorar que ellos también se situaban al frente de unas masas, aunque para él en cambio no lo serían tanto, y muchos en absoluto, los más justficados dictadores del Tercer Mundo, en la línea de Fanon que Sartre por supuesto apoyó. ¿Cómo equiparar Musolini y Perón, Hitler e Idi Amin, Franco y Naser? Las burocracias que toman el poder y recortan los derechos hasta el límite de lo necesario para perpetuarse (¡atentos a este concepto!) no serían así juzgadas por igual (y menos desde el ángulo de las libertades políticas, justo a lo que se reduce o justo lo que es la democracia.) ¡Oh, no; el juicio se realiza desde la óptica de la supuesta defensa del bienestar de las masas, es decir y en realidad, de la simple autodefinición del líder carismático o de su partido, de la bandera que enarbola, de la mentira desconcertante que despliega.

La hipocresía que todo esto rezuma indigna incluso a otros hipócritas. Hipócritas que después de todo no pueden hacer otra cosa que indignarse. Hipocresía que es inculcada entre las bases militantes que identifican a los malos y a los buenos según el criterio fundacional del grupo de élite al que pertenecen, de los principios declarados de la élite a la que siguen.

Así, masas y élites serán siempre antinómicas al tiempo que complementarias. Por ello, creo que deberíamos aceptar sin más lo que somos para sufrir lo menos posible y sobre todo para no añadir sufrimiento adicional para los demás. En fin... sin duda una nueva expresión de utópicos deseos, algo también ineludible en nosotros.



domingo 17 de junio de 2007


Grupismo y complejidad

En "El mito de la educación" (Ediciones DeBolsillo), Judith Rich Harris, pone de manifiesto la tendencia intrínseca del ser humano a identificarse con el grupo en el cual se integra, un grupo que habría preferido mantenerse lo más pequeño posible desde tiempos inmemoriales, lo que no pudo ser a su pesar.

Haber puesto esto de relevancia, recuperándolo de debajo de la losa en que se lo había intentado enterrar, la losa de "La Educación", ha sido decisivo para provocar una ruptura en las concepciones que regían (y aún rigen) sobre las relaciones entre padres e hijos y entre estos últimos y la sociedad, el rol nimio de la capacidad educadora de los primeros sobre los segundos y de las instituciones paternalistas en general, sobre las conductas infantiles y juveniles e incluso sobre las nocivas (violentas, "asociales", autodestructivas...) conductas que en particular son favorecidas en el interior de las instituciones escolares, los horfanatos y los reformatorios, evidentes caldos de cultivo en masa de esos comportamientos negativos y delictivos de niños y adolescentes que cada vez proliferan y preocupan más.

Pero el enfoque de Judith Rich también arroja luz sobre el proceso evolutivo que fundamenta sus diagnósticos (convirtiendo su libro en doblemente imprescindible.)

El eje de su estudio pone el acento en las tendencias a constituir o a fundar grupos (particularmente pequeños en los primeros homínidos) y a integrarse a ellos como parte sustancial de la idiosincrasia humana, constituyendo lo que ella denomina grupismo (y yo acabo llamando grupalismo dándole una especie de intencionalidad que no debiera.) Esas tendencias compulsivas estarían inscritas en el código genético con origen en idiosincrasias precedentes y más simples surgidas a lo largo de la evolución. En cierto modo, se trataría, para decirlo vulgarmente, de una reiteración del famoso "el hombre es un ser social" (Darwin ya lo consideraba vox populis en su tiempo) que muchos han llegado a equipar (como Prigogine, por ejemplo) con el carácter "social" de las hormigas y hasta con la predisposición de moléculas, átomos y partículas elementales a unirse entre sí. Algo que ni en estas particulas tomadas en su conjunto ni en los individuos de una especie funciona uniformemente y en todo momento y lugar con el mismo signo (Darwin señalaba a propósito: "los instintos sociales no se extienden a todos los individuos de la especie", citado por J.R.H., pag. 152) y la propia Judith reconoce en sí misma su predisposición a la individualidad.

Sin duda es observable que los individuos de la mayoría de las especies aparezcan formando unas u otras clases de agrupamientos. Y si observamos los componentes de la química o la física básicas, es cierto que los vemos confluyendo gracias a fuerzas de cohesión o de atracción diversas. Obviamente, hay un hilo conductor que se dibuja en el tiempo, probablemente irreversible, entre el Big Bang o el "cambio de fase" (sea lo que sea pues) y el presente que observamos en La Tierra. Obviamente, alguna relación tiene que haber entre el carácter discontinuo de la materia y su estrecha vinculación con el flujo del tiempo cuyo desarrollo combinado dio lugar a las interacciones sucesivas (particularmente presentes, más numerosas, más complejas e incluso aceleradas en el entorno de los centros gravitatorios) que acabaron dando de sí la vida en la Tierra y tras sucesivos saltos la inteligencia y la tecnología.

No hay razón alguna pues para negar que el ser humano surgido de la marcha descontrolada pero pujante de la vida conserve esas tendencias agregacionistas que dan lugar a alianzas, simbiosis, fusiones, relaciones de dominio, etc., muchas precedidas y luego sustituidas, una y otra vez, por procesos opuestos de división, fisión, ruptura, rebelión, etc. que acaban reproduciendo y hasta reforzando las comportamientos anteriores. Como siguiendo el curso que parece irreversible en el tiempo de crecimiento de la complejidad. Un proceso que parece imparable (o irreversible), al menos en la fase en que nos encontramos y que podemos observar, y que me parece estrechamente asociado a esas dos características que presenta la materia a nuestros ojos, discontinuidad e interacción entre sus quantums, algo que creo que podría permitir, quizá, definir conceptualmente el tiempo.

Pero cada "hito", por usar el término de John Maynard Smith y Eörs Szathmáry, o cada etapa evolutiva muestra una especificidad que no se puede ignorar ni simplificar y que justamente muestra por qué caminos sinuosos se orienta de una determinada manera la vida para hacer frente a su proyecto compulsivo o, en términos de la biología molecular, teleonómico (más detalles, en Jacques Monod, "Azar y necesidad", Tusquets, Metatemas 6, y John Maynard..., "Ocho hitos de la evolución", Tusquets, Metatemas 67.) Hitos o etapas que engloban a las anteriores imponiéndoles restricciones y orientaciones como ya he señalado en otro lugar que a mí me parece, pero que si no se definen con claridad pueden dar lugar a enfoques erróneos (desde mi punto de vista) que atenten contra la lucidez posible y contribuyan con quienes no queremos sin saberlo (volveré sobre este punto por separado.)

Lo que parece evidente, insisto y me ciño por ahora a ello, es que el proceso evolutivo se mueve en el curso del tiempo hacia estructuras cada vez más complejas (y no por ello merecedoras de ninguna valorización especial ni halago alguno propio de perspectivas antropocentristas), complejidad que impone obvias necesidades adaptativas, condicionadas por las formas o estructuras previas e inmediatamente próximas de la cadena de eslabones sucesivos de la vida.

lunes 18 de junio de 2007


Grupismo y complejidad (2)

La vida (en concreto la que conocemos) amplió el marco de la realidad a un conjunto de necesidades derivadas de su propia dinámica. La vida se desarrolló evidentemente a partir de formas primarias y elementales a la vez que mediante manifestaciones tanto aleatorias (dentro de ciertos límites) como heterogéneas (experimentales.)

Sin duda el mundo ya era hostil cuando apareció el primer organismo vivo digno de tal nombre sólo en base a estar en constante cambio (es gracias a su alta inestabilidad que se originará la vida) y su aparición contribuyó aún más a esa hostilidad.

La vida, justamente y a diferencia de la materia inorgánica, al incorporar una específica tosudez por conservarse, dio lugar a la aparición de los primeros sistemas ofensivos/defensivos de la Tierra, sistemas que debieron constituir desde un principio parte indisoluble de los organismos vivos cuando no lisa y llanamente, caracterizarlos.

Cada "hito de la evolución" parece vinculado incluso a la adopción de defensas progresivamente más sofisticadas, en paralelo con su complejidad y en gran medida definiéndola. Complejidad que con la aparición de los homínidos alcanza su grado más alto hasta hoy gracias a la incorporación de una "teoría de la mente" y la capacidad de transmisión cultural, capaces ambas de pergeñar una tecnología que promete revertirlo todo.

De todos modos, ninguna especie puede renunciar ni renegar completamente de los métodos heredados, aparte del hecho obvio de que los organismos más complejos se componen de los primitivos (bien que controlados desde el conjunto mayor.) Así, creo que hay que entender, en primer lugar, que la tendencia grupalista del ser humano se basa en la compulsión genética de las especies que nos precedieron entre las cuales, por lo general, encontramos el agrupamiento de los individuos que se reconocían de uno u otro modo como iguales (es decir, de los que serían capaces de dar de sí mismos nuevos seres iguales a sí mismos y a los anteriores y particularmente con un alto porcentaje de rasgos genéticos comunes.) Por lo general, repito, puesto que hay evidencias de tendencias individualistas que también creo presentes en el ser humano, como las que se aprecian en los orangutanes.

Es también evidente, que las defensas adoptadas por unas especies han sido y son muy diferentes de las adoptadas por otras, algo que a mi entender debió responder (aparte del azar) a las estructuras previas de las que se separan y/o diferencian, al proceso irreversible de incremento de la complejidad que ello implica y a las interacciones en presencia en el entorno de proximidad.

Es indudable, por ejemplo, que un escudo formado por los individuos más débiles de la propia especie, situado entre los peligros y los más capacitados, como hacen muchos cangrejos de mar y otras especies similares al dejar los huevos lejos del agua para que cuando nazcan las crías sus depredadores se entretengan con los rezagados mientras los demás consiguen alcanzar el mar, resulta un buen (eficaz) sistema defensivo; un estilo de escudo, por cierto, que alguna vez hemos visto usar no sólo a animales tan primarios como los cangrejos sino, entre otros, por Sadam Hussein y compañía.

Sí, es indiscutible: las defensas necesarias para la supervivencia y la continuidad de la especie se han desarrollado en diversas direcciones a lo largo de la evolución, bajo infinidad de formas, no todas "cooperantes" ni "altruistas" con respecto a los iguales y no todas de características comparables. Y no todas se han abandonado por completo, como hemos podido apreciar.

Para dar un ejemplo diferente del de los cangrejos, podemos considerar la "sociedad" de hormigas de Prigogine (que él valora por encima de la humana por ser "las sociedades ecológicas más exitosas que conozco", como declara sin tapujos en uno de los debates que tuvieron lugar tras su conferencia "Enfrentándose con lo irracional", y ello en nombre de lo que denomina "comportamiento probabilístico" de las hormigas -véase en "Proceso al azar", Tusquets, Superínfimos 7, Barcelona, 1986, pag. 203-); una "sociedad" que impone el sacrificio individual (lo hace compulsivamente desde su microscópico código genético) de los miembros de los dos subgrupos más numerosos que forman el hormiguero con el objeto de garantizar la salvaguarda de un tercero que es el formado por la reina y sus huevos, huevos que apenas convertidos en prole volverán a ser subordinados a las necesidades de una nueva reina y así per secula seculorum. Todo al servicio de la reproducción sin más (o sin... sentido) en aras de unas supuestas ventajas sociales globales (como las que Prigogine, siento volver a meterme con él, le propone a la humanidad basándose en ejemplos como ése cuando no en en el comportamiento de un gas o en el de los bariones poco menos que milagrosos gracias a los cuales seríamos.)

Ahora bien, en el caso de las tendencias sociales humanas (que tenderían a la "socialización grupal", como Rich Harris las llama al ponerlas de relevancia, en cierto sentido partiendo de John Turner y otros), yo completaría la explicación en base a los otros tres ejes propuestos: la herencia recibida, el incremento de la complejidad y las interacciones en presencia. Yo pienso que debió producirse alguna vez una ruptura en la línea truncada y discontinua de la vida cuando la caza, y la movilidad que está en su base, se torna (¿nuevamente, es decir, después de una bifurcación que separó insectos y vertebrados?) una tendencia poderosa y por fin preeminente. Esto caracteriza a los mamíferos y ya estaba presente por lo que se sabe en ciertos gusanos y ciertas estrellas de mar y fue tal vez el motor que sacó a la vida fuera del agua y la impulsó a esparcirse por la Tierra y a los cuatro vientos. Incluso, sea dicho de paso, lo que también podría estar en la base de la pérdida de pelo por parte de los seres humanos (capacidad de caza en base a una mayor movilidad y capacidad mayor de engaño y de simulación ligadas también a la diferenciación a la que se refiere Rich Harris.)

Tal vez el catalizador o el refuerzo vino de la merma de recursos inmediatos como se sostiene desde diversos enfoques o debido a la invasión de un peligro de cualquier índole: ir a buscar recursos fuera del territorio implicó moverse y cazar o en otros casos huir, lo que también implica tener que moverse, muchas veces defenderse e incluso contraatacar; todo lo que requiere mejorar esa habilidad hasta conquistar la separación de funciones entre las manos y los pies, por ejemplo. Así, sólo aquellos ejemplares que desarrollaron esas habilidades y adquirieron esos desarrollos debieron sobrevivir a esos peligros o a esas malas condiciones ambientales y se reprodujeron. Todo esto, a su vez, debió repercutir sobre otros grupos como una reacción en cadena; sucesivamente. Una capacidad de caza y de movimiento que alcanza (por ahora) su expresión más sofisticada con el homo sapiens sapiens que en base (según apuntan las últimas teorías) gracias a la mencionada separación de funciones entre pies y manos y la consiguiente marcha bípeda alcanzó esa herramienta bélica por antonomasia que es la capacidad cognitiva, capaz de dar base al lenguaje y al reconocimiento de aliados no familiares y tramposos (vease Rich Harris, op. cit., pag. 163) hasta que llegara un tiempo en el que "el grupo se había convertido en un concepto, en una idea." (ídem, pag. 164)

Pero esa herramienta, corporizada en un cerebro físicamente endeble y de gestación larga, fue todo un handicap:
"(...) esos seis millones de años nos han proporcionado un cerebro gigante, una bendición ambigua. Es un prodigioso consumidor de energía (o sea... muy poco ecológico, ¿verdad Sr. Prigogine?), convierte el nacimiento en un riesgo e inmoviliza a nuestros niños durante la mayor parte de un año..." (J.Rich Harris, op.cit., pag. 164 -los paréntesis son míos)

El problema no es enteramente nuevo sino que empieza a estar presente en los mamíferos y en particular en los primates, in crecendo hacia la complejidad. Es con los mamíferos con los que prolifera el sistema social de manadas y mutas de número reducido que sin duda se basan en la previa eficacia de la división en sexos especializados y en la consiguiente e inevitable división del trabajo en el seno del grupo entre protectores/proveedores y cuidadoras/amantadoras. Es con un sistema capaz de permitir que un pequeño número de vástagos indefensos alcanzasen sanos y salvos la edad de reproducción. Un sistema, en fin, compuesto por unas madres y unas criaturas que no tuviesen que abandonar la seguridad de la cueva para contar con alimento, es decir, moverse a través de los peligros y arriesgar la vida en demasía. Esto, en la medida en que se demuestra eficaz, se consolida y se replica, llevando a grados progresivamente superiores la movilidad depredadora.

De modo que fue el mundo con el que se encontraron (el entorno próximo), en el que nacieron para crecer y enfrentarse con él luego (interactuar), quien aprobó la efectividad de esa manera de garantizar una reproducción adaptada a la complejidad del elemento, al menor coste posible aunque fuese "ecológicamente" un tanto alto. Un coste colateral y subordinado a las necesidades y leyes del conjunto mayor que, pueda o no ser explicado con detalle algún día, había logrado asentarse y replicarse.

El "método" de las especies inferiores (compuestas de unidades menos complejas) de poblar el mundo con muchísimas unidades con vistas a que un porcentaje relativamente pequeño sobreviviese o fuese parte de la élite e incluso de la monarquía, había sido superado. La consolidación de géneros diferenciados y especializados, que se ganó su puesto al parecer por su mayor velocidad y garantía en producir variantes (Maynard Smith y Szathmáry, "Ocho hitos de la evolución", Tusquets, Metatemas 67, Barcelona, 2001, pag. 128-147) aunque quizá sólo a instancias de un transposón egoísta (ídem, pag. 136 y 141), es decir, del azar creador, acabó desplazando el sistema de los grandes números y del "sálvese quien pueda" y sentó las bases de un altruismo forzado, es decir, genéticamente definido. Y dejándoles a insectos, cangrejos y demás bichos los otros sistemas, sin duda bastante más repugnantes para nuestra concepción del individuo.

El agrupamiento en pequeñas manadas debió resultar una una buena (de nuevo por efectiva) respuesta a la peligrosidad exterior a la vez que era algo que se podían permitir los animales superiores gracias a su desarrollo físico y cerebral, pero, sobretodo, que ese mismo desarrollo (gestado como nuevo eslabón sucesivo, etc.) les imponía. Tanto como para producir el rechazo y la repugnancia mencionada por conductas diferentes. Pequeñas que al crecer se dividían empujadas por la competencia sexual de la que nacen todas las competencias o su inmensa mayoría. Pero que, en el hombre, dependiente de la simbología o de lo imaginario, pudo operar a la vez con el sentido opuesto: la visión de grupos mayores sólo podía resultar amenazante, peligroso, una advertencia. El grupo pequeño sería más práctico (más operativo para ejercer un liderazgo eficaz o una dirección relativamente unitaria) pero en lo posible había que evitar quedarse en inferioridad... y perder las posibilidades de una descendencia dominada por los propios genes. La solución debió pasar primero por el exterminio, luego por el sometimiento, por fin por formas más sutiles y complejas, inseguras pero más productivas, hasta llegar al capitalismo burocrático y a la globalización de hoy.

Lo cierto es que la tendencia humana a vivir en pequeños grupos se debió a los resultados que se habían consolidado antes de la aparición de homínidos en la Tierra. Agrupados como los chimpancés y la inmensa mayoría de los primates de los cuales en última instancia se puede decir que provenían y en grupos unidos por lazos familiares, o sea, por miembros genéticamente reconocibles, la humanidad, como la simiedad, se convirtieron en atributo exclusivo del grupo; algo que continua perpetuándose hasta hoy y que explica muchos de los comportamientos y fenómenos sociales de los tiempos que corren, incluyendo el ejemplo de los escudos humanos.

Cada grupo humano no podía sino atribuirse la idiosincrasia en exclusiva de la humanidad y, en ese aspecto, creo que será imposible, mientras el ser humano siga siéndolo, que eso desaparezca aunque se tenga conciencia (incluso mala) de ello.




domingo 24 de junio de 2007


Grupismo y complejidad (2 bis)

Entre los investigadores e intelectuales que defienden las tesis evolucionistas (es decir, dejando fuera a los que desde cualquier ángulo disienten) se observa un cierto deslizamiento fuera del rigor científico que al mismo tiempo exhiben. Y, principalmente, privilegiando y a la vez simplificando las "sobredeterminaciones" que atribuyen a la cultura y a las instancias propias de la sociedad humana en general.


Valgan un par de ejemplos:

Judith Rich Harris resume con el siguiente texto su artículo "Parental Selection: A Third Selection Process in the Evolution of Human Hairlessness and Skin Color":

It is proposed that human hairlessness, and the pale skin seen in modern Europeans and Asians, are not the results of Darwinian selection; these attributes provide no survival benefits. They are instead the results of sexual selection combined with a third, previously unrecognized, process: parental selection. The use of infanticide as a method of birth control in premodern societies gave parents – in particular, mothers – the power to exert an influence on the course of human evolution by deciding whether to keep or abandon a newborn infant. If such a decision was made before the infant was born, it could be overturned in the positive direction if the infant was particularly beautiful – that is, if the infant conformed to the standards of beauty prescribed by the mother's culture. It could be overturned in the negative direction if the infant failed to meet those standards. Thus, human hairlessness and pale skin could have resulted in part from cultural preferences expressed as decisions made by women immediately after childbirth.

En breve: que la selección natural ("darwiniana") no sería la determinante principal de la piel clara euroasiática, sino la selección volitiva, en este caso, por el gusto, esto es, la basada en un criterio estético, cultural. Un criterio de selección que ejecutarían las madres primitivas después del nacimiento.

¿Niega con ello que exista una base "natural" para esa "selección"? No de por sí, pero, por la manera en que lo plantea, debo concluir que acaba cayendo en buena medida en esa negación.

Rich Harris se da en definitiva una explicación fundamentalmente cultural para la piel clara indoeuropea y la pérdida de la pelambrera, algo que acabará en un mero residuo más presente en hombres que en mujeres (lo que revelaría que la preocupación de las madres se habría centrado más en ellas, quizá para atraer más a los hombres hacia una descendencia familiar... quizá para distinguirlas de ellos lo que podría constituir un criterio feminista primitivo o todo lo contrario, según se mire.)

Sin indicios antropológicos mínimamente claros al respecto, ella afirma que la pelambrera y la tez oscura habría caracterizado a nuestros ancestros directos y en particular al grupo de los neandertales, así como a los que habríamos tenido en común con estos. Atributos cuya pérdida (acaecida al parecer muy recientemente: menos de 18.000 años para algunos -Rich habla de 50.000 aunque mediante "un proceso vertiginoso"-, lo que al parecer es vox populis entre los especialistas, como puede verse por ejemplo en el blog "Mundo neandertal" y en otros vinculados) nos ha conducido a la molesta obligación de usar sombrillas y paraguas, ropa, pamelas y protectores solares... o a sufrir de frío y de cáncer de piel (o sea, ¡a que nos adentráramos cada vez más por el camino de la tecnología!) Atributos, sin embargo, que según Rich "no representarían ninguna ventaja para la supervivencia" sino todo lo contrario.

¿Por qué no ver las cosas al revés, por ejemplo, pensar que la tecnología y la inteligencia llevó a prescindir de pelambrera para conseguir más movilidad y capacidad para emboscarse, necesidades indispensables para un cazador? ¿O una combinación de factores? ¿O, como otras hipótesis apuntan, para eliminar parásitos y traspirar mejor (otra ventaja para el cazador: oler lo menos posible), como puede verse en "Evolutionibus" ? Claro que esto no está reñido con la selección volitiva parental, que pudo ser el instrumento de necesidades evolutivas como ésas.

Obviamente, hay quienes oponen explicaciones cercanas al mecanisismo o al dogmatismo. Pero, más allá de que se halle una supuesta mutación o un cambio abrupto del entorno que justifique una característica particular de detalle, hoy por hoy culturalmente significativa, políticamente incluso utilizable, lo importante es que el cerebro es el resultado del proceso evolutivo, y que todas sus actuaciones, propias de su autonomía, incluyendo la selección por el gusto, la estética, la tecnología... y, como ya sostuve en "Los eslabones sucesivos..." en este mismo blog, deben ser consideradas características propias de la naturaleza humana.

Entre esas habilidades yo situo la capacidad de elaborar hipótesis que fortalezcan los puntos de vista previos, como ha pasado comunmente entre los intelectuales y científicos, y como esta vez ha hecho presa de Rich Harris a pesar de que, no lo dudo, lo habría deseado evitar.

Sin duda la cultura, los mitos, las proyecciones, la psicología, todo el imaginario propio del cerebro humano (único hasta ahora que conocemos), engloba la conducta humana primaria, instintiva o genética y le impone límites o la activa y refuerza. La moral, la razón dictada por intereses inmediatos, las proyecciones objetivas o idílicas, los miedos que constituyen traumas o tabús, las justificaciones heroicas o mesiánicas, las profecías, las promesas metafísicas, los sueños de uno u otro signo... frenan, reprimen, potencian, perturban, acomplejan...

El hecho que constata Judith Rich y que la lleva a la confusión residual, así como su propia conducta, refirma por otra parte mi tesis de la interacción existente entre los conjuntos materiales sucesivamente gestados en el tiempo y de la acción, positiva o negativa, que se ejerce de parte del mayor sobre el inferior (véase mi entrada "Más lucidez en la medida de lo posible" y posteriores sobre el mismo tema), tesis que es una innegable realidad, pero en lo cual no pienso solazarme ya que considero que aún debe ser desarrollada y enriquecida.

Entretanto, insisto que la cultura y los demás subproductos de la formación y del desarrollo irreversible de las sociedades humanas conforman el conjunto más "amplio" (más complejo, último hasta ahora en el proceso evolutivo) que por ahora conocemos, un conjunto que se constituyó con la aparición del ser humano tras los hitos evolutivos precedentes. Por ahora, el último eslabón conocido de la cadena. Y que desde ese estrato último y más complejo, se limitan y se impulsan las tendencias intrínsecas de los demás.

Pero esta realidad evidente a la que todos respondemos, es precisamente interpretada de un modo un tanto apresurado, generalmente para dar vuelta las cosas, por la mayoría de los científicos ligados en particular al tema de la evolución, especialmente cuando hacen filosofía o aventuran hipótesis acerca del pasado del que faltan datos, derivando de la evidencia de las influencias mencionadas una causa directa para fenómenos que corresponden a uno u otro de los espacios incluidos ("menores", menos complejos, antecesores.) Por ejemplo: explicando un acontecimiento propiamente evolutivo de la vida como causado por una determinada acción de la mente, esto es, por la representación.

¿Por qué, me pregunto, hasta los más lúcidos intelectuales se deslizan hacia callejones neblinosos de esta índole debiendo reducir el darwinismo a su expresión más simple o primitiva, más cercana, como denuncia Monod, de las simplificaciones propias en realidad de Spencer, incluso tergiversándolo como hace Prigogine? ¿Por qué hace falta "rebatir" nominalmente a un Darwin previamente depreciado en lugar de apoyarse en su objetividad (¡cuyos resultados fueron alcanzados hace ya más de un siglo!) y desarrollarlo más allá sobre sus propias bases, e ir simplemente más allá?

¿Cómo no tener completamente asumido que Darwin fue, como dice Pinker: "el biólogo más importante de la Historia porque fue capaz de demostrar de qué modo unos órganos de extrema complejidad pueden surgir de un proceso puramente físico como la selección natural" (Steven Pinker, "El instinto del lenguaje", Alianza, Ensayos, Madrid, 2001, pag. 395)?
¿Por qué, en fin, esa necesidad de retroceder en lugar de avanzar?

¿Y cómo en concreto dejar de forzar la máquina a la manera del mecanisismo conservacionista y evitar nuestra predisposición a simplificar las teorías que nos contradicen, a veces aprovechando que se hallen aún abiertas al desarrollo, en marcha hacia causas (explicaciones) objetivas o materiales, esto es, que tratan de ser fieles al postulado de objetividad y de responder a la necesidad humana de favorecer la economía de pensamiento?

Parece muy lógico intentar evitar una y otra cosa en la línea de combatir las contratendencias represivas o restrictivas que desde la inercia cultural y el conservadurismo psicológico se ejercen, inevitablemente, sobre nuestras tendencias a reflexionar con lucidez, desprejuicio e imaginación. ¿O nos será imposible?

He sostenido en otros sitios, por ejemplo en mis alegatos contra Prigogine (que comienzan en la estrada inmediatamente anterior), que una de las razones de ciertas posturas intelectuales es la pertenencia de sus defensores a la burocracia cultural existente. Creo haber mencionado que esto había sido denunciado ya desde diversos subenfoques desde Locke y Leibniz hasta Feyerabend, así como por Konràd y Szelényi mediante su "La marcha al poder de los intelectuales" (una pena que no esté traducido, hasta donde me consta), y sobre lo que volveré y volveré...

Y es muy interesante que Judith Rich Harris lo haya visto en carne propia, como cuando explica y se explica haber llegado a su innovador punto de vista gracias a que "la facultad de Psicología de Harvard" la dejó "sin mi título de doctora", a que no se hubiese "sometido al habitual proceso de lavado de cerebro y me hubiera convertido en un miembro con una sólida posición y reputación dentro de la comunidad académica", etc. ("El mito de la educación", DeBolsillo, Barcelona, 2003, pag. 348) o sea, a su no pertenencia a la burocracia académica y tecnológica.

Por ello, sin duda (tal vez como me pasa a mí), sostiene la Teoría de la Evolución de Darwin contra aquellos que podrían sentirse tentados a pensar que se desliga de ella al defender el grupo como origen de la educación de los niños, señalando explícitamente la determinación (en última instancia) en el proceso por el código genético, determinación presente sin duda en el comportamiento concatenado de los hijos, los padres, el grupo de hijos y el grupo de los padres (ibídem, capítulo 14) mediante los que se establece la mediación. Y sin duda, también, la amplitud con la que considera el concepto (como lo considero yo.) Pero, ¡vaya!, cae a fin de cuentas en lo mismo que combate: su teoría le impondrá por fin buscar, como decía Feyerabend, en toda partes y sea como sea, las pruebas pertinentes para demostrarla.

¿Se podrían evitar esos errores intelectuales? Tal vez se pueda conseguir un enfoque global y desprejuiciado, ausente de intereses con relación a lo que se sostuvo antes, de toda ideología comprometida, de todo prurito moral, de todo silencio vergonzoso, etc. ¡No parece fácil, por supuesto... porque la necesidad está en los genes, pero la conciencia y la cultura nos deberían permitir redireccionar o controlar mejor nuestros impulsos también en ese campo, aunque la naturaleza tienda sin remedio a colarse por las grietas!

Así, las preguntas planteadas sobre el color de la piel o la ausencia de pelo u otras acerca del aún ignoto (y probable) destino de los neandertales (ibídem, pag. 162-163), acaban explicándose con argumentos que resultan sospechósamente favorables a la "teoría de la socialización a través del grupo". Sospechosamente, porque no se tienen aún todos los eslabones al descubierto. Lo hace inevitablemente Rich, y lo hacemos todos como lo hacemos, porque no somos capaces de dejar de marchar por un sendero empedrado de sentimientos, reflexiones y utopías, herramientas todas derivadas de un cerebro que alcanzó por evolución (complejización) las características del humano y que no pudo ser como es sin incluir esas capacidades y atributos intrínsecos, generadores de mitos y de cultura y necesitado de mitos y de cultura. Entenderlo y asumirlo, creo que es vital para plantear hipótesis más productivas y coherentes al vincular (económica y objetivamente por aquello) la cultura, el gusto, la necesidad de conservarnos como somos y la supervivencia, entre otras muchas cosas, con la teoría de la evolución bien entendida.

Esta línea, sin duda darwiniana, reivindicada y enriquecida por Monod, sigue, según siento y pienso, apuntando hacia la lucidez.

Si es cierto o evidente, y yo al menos estoy convencido de ello, "la extrema coherencia del sistema teleonómico que, en la evolución, ha representado el papel a la vez de guía y de freno" ("Azar y necesidad", Tusquets, Barcelona, abril 2000, pag. 128), ¿por qué esa resistencia (¿"freno"?) a aplicarlo con absoluto rigor y convicción?

Pero vaya, si hasta nos encontramos hasta con la inconsecuencia intelectual del propio Monod que, como veremos está curiosamente emparentada con posiciones inocentemente burocráticas... que sin duda Monod rechazaría. Primero, cuando ya lo ha dicho científicamente casi todo, concluye:

"Es evidente que en el seno de las sociedades modernas la disociación es total. La selección ha sido suprimida. Al menos ya no tiene nada de natural en el sentido darwiniano del término." (íbíd., pag. 165)

¿Por qué? Pues...

"(la vigente) selección", explica a punto y seguido, "no favorece la supervivencia del más apto (...) por una expansión más grande de su descendencia. (...) éxito personal y no genético, que es el único que cuenta para la evolución" (en la misma página.)
Sin duda, Monod piensa influido por la frustración que le produce la degradación de la sociedad en la que le ha tocado vivir ("el mal del alma", como lo llama en íbíd., pag. 166), algo muy corriente entre los intelectuales que se sienten especialmente afectados, que son especialmente sensibles (afectos a la "angustia creadora", como la llama en íbíd., pag. 168) y cuya imaginación los lleva inevitablemente a sostener utopías (íbíd., pags. 178-179) que para realizarlas sólo se podrían imponer, como tuvo que concluir inevitablemente Marx, en última instancia mediante una u otra dictadura.

Todo lo que nos lleva a exclamar con él (íbíd., pag. 167) y a cada paso: ¡"cómo ha sido posible"!, ¡"cómo es posible"!

Ahora bien, creo cierto lo que constata Monod (y creo que es parte de lo que ya está bien de mantener aún en el armario), a saber, que:

"... las estadísticas revelan una correlación negativa entre cociente de inteligencia (o el nivel de cultura) de los matrimonios y el número medio de hijos."

Y creo muy posible la tendencia que describe en su conclusión, a saber, la que llevaría a "atraer hacia una élite, que tendería a restringirse en valor relativo, el más elevado potencial genético", algo que, aunque fuese como él dice, una "Situación peligrosa", no podríamos hacer otra cosa que asistir expectantes ante esa suerte de futuro inevitable, tal vez sólo de ciencia ficción; no siendo sino meras expresiones propias de un subgrupo de esa élite las soluciones que Monod mismo se siente inclinado a proponer al mundo y a la humanidad... Unas soluciones pregonadas por él y su posible grupo con el riesgo de que sean muy pocos los que tengan la capacidad y la voluntad para escucharlo, comprenderlo y leerlo, mientras que la mayoría simplemente las ignoren... en su marcha decidida hacia el poder y en su nombre.

Es cierto que los elitistas enfermos contribuyen adicionalmente a incrementar los males para mantener e incrementar el poder de su grupo mediante el aumento y conservación de las masas incultas o deficientes a su electorado, sus ejércitos o sus fieles, por ejemplo, mediante alianzas de civilizaciones o políticas de ayuda a los más débiles, reduciendo a mínimos el efecto de la selección natural que antes operaba, como Monod señala (íbíd., pag. 166.) Pero, ¿es esto por lo que, al mismo tiempo y contradictoriamente, Monod denomina una "situación peligrosa", por cómo lo dice, bastante grave? ¿Eso y para quién? ¿No está así pretendiendo más o mejores consideraciones piadosas para los menos capacitados y se ese modo contribuyendo también a agravar el problema que denuncia? ¿Tal vez no se animara explícitamente a ofrecer al mundo una cura genética para ese deterioro; total... dado que en el tiempo en que el problema fuera extremo, "unas diez o quince generaciones"(íbíd., pag. 166), la humanidad, dirigida por los científicos "éticos del conocimiento" que gobernarían para ese entonces el mundo, lo habrían hecho posible?

¡Sin duda, será mejor que el hombre se libre de sugerir soluciones mesiánicas que al final acaban revirtiendo en sus polos opuestos, como se ha visto de sobra con "humanismos" como el marxista y demás sueños de la razón!

No obstante, ¿cómo juzgar a priori cuál será el camino y sus posibles resultados? ¿Y si la vida logra dar un nuevo salto repitiendo la experiencia neandertal? ¿Y si, lamentablemente para el sentimiento conservador humano y su inextirpable espíritu de invarianza, lo lleva a desaparecer por algo superior (mejor dicho, más complejo)... o a batallar en su contra para evitarlo? Yo qué sé...

De todos modos, mientras tanto y para que no se queden con la idea equivocada de que soy un pesimista, relean, por ejemplo, "El plan Z del espacio exterior", y observen que a los burócratas de menor coeficiente intelectual y menor salud mental, les auguro un futuro muy poco prometedor y escaso alcance: tened en cuenta que, por una parte, podrían ser desplazados a fin de cuentas por los sabios y los lúcidos de Monod, Judith Rich, etc., por otra parte, las masas podrían acabar tan confundidas y frustradas por la vía de seguir a los malos que podrían dejar de perturbar el mundo... silenciándose... reprimiéndose... En todo caso, si el salto cualitativo mencionado no se produjera antes, las élites más sanas y sensibles podrían acabar saliendo del armario, tomando las riendas y actuando con rigor... ¡a saber con qué resultados!

Creo que en el límite de la destrucción del mundo por una nefasta dirección de los elementos más enfermos de la élite y sus masas vociferantes e incendiarias, algo bueno pasaría, algo que, al menos, daría para un nuevo ciclo brillante.

En todo caso, ¿no éramos un accidente, no es que nada que pueda producirse en el futuro nos obligue a alcanzarlo, no es que no existe ni el cielo ni el infierno para el conjunto de la humanidad y de la vida?


lunes 16 de julio de 2007


Grupismo y complejidad (3): el instinto de los mitos.


Como todo lo que nos produce angustia y demás malestares equivalentes, la extrañeza ante la realidad en general, ante la vida, como es obvio, y finalmente ante la propia complejidad, nos impulsa a darnos explicaciones de todo tipo, pero, en base a las limitaciones presentes de diverso orden, sobretodo y esencialmente míticas.

Esto ya fue planteado por la ciencia, la filosofía, el psicoanálisis y la psicología evolutiva desde hace tiempo de manera más o menos rudimentaria y más o menos rigurosa (todo es palimpsesto, quizá también por lo que diré aquí.) También, más recientemente, está presente en las teorías más actuales que tratan el lenguaje y otros atributos humanos como instintivos y otras que se centran en la complejidad y las emergencias.

Yo he comenzado a actualizarme un poco más en todo esto y encuentro mis reflexiones coincidentes en general con lo que por ahí se está sosteniendo, en todo caso con matices que me atrevo a señalar con quizás alguna inmodestia y osadía. En esa línea, defiendo enteramente la idea de que el lenguaje, pero también todos los atributos del ser humano, entre otros la capacidad y la necesidad de fabricar mitos, deben ser considerados instintos humanos, obviamente "emergidos" en el curso del proceso evolutivo al que debemos nuestra aparición.

Como dice Pinker muy clarito:
"Lo que hace que un ojo pueda ver es que este órgano, tal y como lo conocemos
hoy, desciende de una larguísima sucesión de ancestros que veían un poco mejor
que sus rivales, lo que les permitió reproducirse mejor que ellos. (...) En
suma, la capacidad de muchos ancestros de ver un poco mejor en un pasado muy
remoto ha hecho que un solo organismo pueda ver extremadamente bien ahora.
Otra forma de decir esto mismo es que la selección natural es el único proceso
capaz de dirigir un linaje de organismos por un camino trazado en un espacio
astronómicamente amplio de posibles organismos, desde un primer organismo sin
ojos hasta otro organismo dotado de ojos que funcionan."
Un poco más abajo, Pinker hace mención de Dawkins:
"Por todos estos motivos, Dawkins afirma que la selección natural no es sólo la
explicación correcta del origen de las formas de vida sobre la Tierra, sino que
tiene que ser la única explicación posible de cualquier fenómeno que podamos
llamar vida en cualquier parte del universo." (Steven Pinker, "El Instinto del
lenguaje", Alianza Editorial, Madrid, 2001, pág. 400; la itálica es de Pinker,
la negrita es mía.)
Y concluye:
"... la selección natural puede convertir una destrezas adquiridas con enorme
esfuerzo e incertidumbre en capacidades firmemente asentadas en la estructura
del cerebro" (íbíd., pág. 401.)
Esto avala mi entendimiento de que todas las destrezas de la especie humana (y las respectivas de todos sus ancestros hasta los pricipios de la vida, destrezas que estan indudablemente en la base de las producidas sucesivamente luego) son innnatas o tienen un carácter instintivo, por más complejo que éste sea, en su base. Me atrevo a afirmar, por lógica deductiva y fidelidad al postulado de objetividad, que con ese enfoque deben considerarse todas las habilidades y destrezas culturales, en particular la capacidad para fabricar y comunicar los mitos y las utopías.
Esto, por otra parte, me provee de una explicación muy económica del proceso que llevó a la humanidad a constituir grupos cada vez más complejos y enlaza con la marcha que parece impresa en el curso del tiempo hacia la complejidad en general.
Según veo, toda la historia muestra que fue gracias a esas capacidades propiamente humanas (lenguaje y capacidad para elaborar mitos) que los grupos humanos se desarrollaron hasta superar y alejarse cada vez más de las estrechas barreras iniciales del parentesco y la familiaridad (familiaridades que se olfatean, se ven y se tocan), sino en relaciones contractuales que se convienen e incluso se adivinan. Grupos que se forman y crecen de ese modo y gracias a ello, como bien ha señalado Harris:
"Para los miembros de una comunidad chimpancé, nosotros incluye sólo a los
individuos a los que se reconoce. Un individuo no familiar es considerado
automáticamente uno de ellos. En la época de Josué, los grupos humanos se habían
hecho tan grandes que no todo el mundo se conocía: el grupo se había convertido
en un concepto, una idea. Cuando Josué se encontró con un extraño fuera de los
muros de Jericó, tuvo que preguntarle: ¿Eres de los nuestros o nuestro
adversario?, ¿eres de nosotros o de ellos? La habilidad para formar grupos
mayores que los adversarios de uno es un avance cognitivo que tiene
compensaciones obvias." (Judith Rich Harrris, "El mito de la educación", págs.
164-165; la itálica es de Harris, la negrita es mía.)
Para que esto sucediera, era necesaria la previa emergencia de nuevos instintos capaces de esas proezas sociales, instintos como el del lenguaje y el de la fabricación de mitos estrechamente combinados. Me atreveré a añadir... de mitos y mentiras. Y aún más, de la capacidad de detectarlas en los demás.
Apuntadas las dos conclusiones sobre las que pienso seguir profundizando en entradas posteriores, ya se puede ver lo sencillo que resulta una explicación global del fenómeno social humano sobre una base exclusivamente evolucionista. Y como esto confirma la tendencia natural al aumento de la complejidad.
Se explica, entre otras cosas, el proceso que fue desde las bandas a las tribus, de ahí a las jefaturas y de estas a los estados, organizaciones cada vez más complejas y capaces de controlar sociedades progresivamente más extensas y complejas como las sociedades burocráticas modernas y las diversas sociedades capitalistas con su mega-división del trabajo no sólo físico sino cultural.

Así, con extrema economía, sin abandonar la teoría de la selección, se puede sostener que el aparato instintivo, que sólo puede explicarse en referencia al proceso natural evolutivo, enlaza con todos esos resultados asombrosos producidos por la humanidad que tanto nos sorprenden y nos maravillan: nuestras ciudades, nuestras máquinas, nuestras actividades complejas aparentemente orientadas a un fin trascendente...

No es sencillo para el hombre, para quien el mundo es algo dado repentinamente, ver ese mundo como producto de un proceso de millones de millones de años , por decir una cantidad cualquiera. Es decir, como resultado de un lento y continuo proceso de creación concatenada.

Esto pasa toda la vida con cosas como el infinito o en la infancia con la injusticia paterna ante una conducta que obviamente no puede ser responsable y que es rechazada cuando no castigada con la consiguiente sorpresa e incomprensión. En unos u otros casos el ser humano responderá y ha respondido fabricando un mito; mito metafísico, mito psicológico...

Por ello, al hablar sobre el carácter social del ser humano y la relación entre individuo y sociedad, el problema vuelve una y otra vez a enmarañarse. El mito nace en el cerebro como respuesta más o menos inmediata, complementando, cuando las hay para un fenómeno dado, explicaciones científicas, racionales y deterministas disponibles. Mito y ciencia (a veces aparente, generalmente incompleta y por ello necesitada de
argumentos adicionales) se combinan para "salir del paso" y permitirle al hombre continuar operando en el mundo, muchas veces en una escala defensiva.

Yo sólo pretendo defender la idea de que todo está genéticamente concatenado y en constante interacción (lo que me permite, repito, explicarme la tendencia al incremento sistemático de la complejidad e incluso las necesarias emergencias de las que hoy se habla con mayor o menor rigor científico a mi parecer), cada cosa en su
plano específico, en su conjunto. Por otra parte, pretendo también denunciar el carácter ideológico (o sociopsicológico) que está detrás de los deslices no científicos de los especialistas y de sus seguidores, de la apelación al mito, de la corrupción por el mito, de las obsesiones eruditas y/o burocráticas, etc. De esta manera, apuesto por una lectura con objetividad creciente de los mensajes que se emiten y emitimos y que en gran medida necesitamos todos para explicarnos el lugar que ocupamos y para sobrevivir en él (algo que hace mucho se llegó a llamar ideología aunque contrapuesta a una supuesta conciencia, especialmente de clase o científica.) Ese punto de vista epistemológico es fundamental para un enfoque desprejuiciado, crítico y liberador. Tal vez la misma sea una consecuencia inevitable que nos conduzca un peldaño más allá, hacia algún nuevo estadio; una pauta que de todos modos no nos queda más que seguir.

Ahí se queda, en todo caso, el mito que John Maynard Smith ("Ocho hitos de la evolución", Tusquets, Metatemas 67, pags. 228-229.) consideraba deseable (¡combinándolo, por si el mito fuera insuficiente, con cierta represión altruista!) para que el hombre superase la actual etapa de violencia, injusticia, egoísmo y consecuente dominación de unos sobre otros, sería ni más ni menos y en el mejor de los casos un sucedáneo de la propia ciencia, quizás ella misma con matices míticos para que fuese asimilable, para darle "cohesión", como Maynard acaba sugieriendo con evidente ingenuidad. Algo que por cierto me recuerda a Prigogine. Pero inclusive la ciencia, en manos de los especialistas, sólo podría regir en la famosa República de Sabios, que no tiene por qué ser nada idílico ni representar una gran diferencia para la libertad individual, sino algo utópico que nunca acabaría de llevarse a cabo, puesto que los mitos también tienen sus reglas y no cualquier idea se puede convertir en real (algo que Maynard y tantos otros habrían debido saber como científicos... y ser coherentes con ese conocimiento.) Algo, en fin, sospechosamente socialista, o ecologista, ¡incluso cristiano!, y que, como la historia ha demostrado, acaba aplicándose como se puede,
traicionando en cierto sentido la teoría, a la manera de Rousseau o de Lenin.

Por todo eso, me parece que será más sano que continúe en la denuncia lúcida aunque ello me mantenga en la relativa marginación, y dedicarme a amplificarla y a expandirla. Sí, aunque acabe reducido a una voz en el desierto o convertido en una leyenda que se perderá en los tiempos. Pero ésto ya lo dije antes: vaya, será que no veo otra salida. De todos modos, vivo la lucidez como algo autosatisfactorio. Y espero que no acabe siendo dolorosa. 

viernes 27 de julio de 2007


Grupismo y complejidad (4): el Fénix animista.

Los humanos tienen tanto o más capacidad de imitación que cualquiera de los animales que se constituyeron antes en la historia, pero no se debería abusar de esa habilidad para explicar la conducta humana ni tampoco para invitar al hombre a superar sus limitaciones posibles mediante esa técnica.


Pues esto es precisamente lo que se hace con relación al grupismo.


De una parte, se lo define como una respuesta mimética de la especie humana en relación con las "asociaciones" animales con las que se topara en los inicios. Por otra, se sugiere que la sociedad humana compleja debería buscar, "para salir de su atolladero", nuevos modelos, ¡como, inclusive, el de las hormigas!


Hablar de imitación con relación a los comportamientos animales (estos sí: instintivos) permitiría inferir que los famosos "memes" pasaron de los animales "inferiores" a nosotros. Esto permitiría hablar de "cultura animal"con igual licencia, siendo la nuestra, simplemente, más compleja.


¡Lo explicita el propio inventor del término, Dawkins! Y aunque el texto da para muchas más observaciones, sólo me limitaré a transcribir lo que aquí resulta relevante:
"El mejor ejemplo, no humano, que conozco ha sido (...) el canto de un pájaro del orden de los paseriformes (...)


El canto de ese paseriforme evoluciona ciertamente por medios no genéticos. Existen otros ejemplos de evolución cultural en pájaros y monos, pero sólo se trata de curiosas rarezas." Etc. ("El gen egoísta", Salvat Editores, Barcelona, pag.248. La cursiva es mía, C.S.)


¿No es increíble que haya algo diferente y a la vez idéntico?


En fin, tal vez, al ser humano le resulte más fácil renunciar a la diferencia entre el hombre y los demás animales por la vía de humanizarlos (como en los dibujos animados) que por la vía de animalizar al hombre reconociendo que "la cultura humana" y sus atributos, sean sencillamente instintivos, innatos, como el lenguaje; independientemente de su mayor complejidad y de su especificidad, de su propia dinámica y de su autonomía respecto de los demás en particular de aquellos que les sirvieron de base y sobre los que indudablemente se construyeron adquiriendo un grado superior de complejidad. ¡Independientemente incluso de que sus componentes sigan reglas más o menos idénticas o nuevas respecto de las que imperan en los estratos predecesores cuyas rarezas muestran ni más ni menos que su primitiva presencia!


Un ejemplo muy descriptivo nos lo ofrece, por ejemplo, Elías Canetti, quien habla de una suerte de imitación por el ser humano de los "grupos" de animales preexistentes, o sea, de aquellos con los que se encontró: las manadas de lobos... y hasta los bosques, las montañas, las estrellas, las olas... (Elías Canetti, "Masa y Poder".) Grupos, todos, potencialmente más poderosos a los que se debían enfrentar y en uno u otro sentido vencer. Grupos que se atribuyen a los dioses en la mayor parte de las culturas hasta que fueron "superados" por un único dios "presente en todas las cosas", sustancia que las unificaba a todas en su seno y en su individualidad (¿acaso lo que hace precisamente la conciencia individual humana?), siendo una y otra casos "opuestos" animismo y antropocentrismo; mitos, en fin, con los que mitigar la extrañeza ante lo que se experimenta dentro, en cuanto YO.


En su trabajo sobre "las masas" (término que yo reservaría para fenómenos más específicos donde se aprecie la imposición automática de la ideología o la estrategia declarada de unos jefes) afirma con indiscutible sugestión poética:


"La (...) muta (...) antigua y más limitada forma de masa (...) debe su aparición entre los hombres a un modelo animal: a la manada de animales que cazan juntos. Los lobos, que el hombre conocía bien y que en el transcurso de los milenios educó para perros, le causaron impresión ya desde fecha muy temprana. Su presencia como animal mítico entre tantos pueblos, las representaciones del hombre-lobo, las historias de hombres que, disfrazados de lobo, asaltan a otros y les roban, aquellas leyendas acerca del origen de los niños que son criados por lobos, todo esto demuestra qué cercano estuvo el lobo del hombre." (Elías Canetti, "Masa y poder", Muchnik Editores, Barcelona, 1977, pág. 92. La negrita es mía, C.S.)


Lo que yo pienso, resistiéndome a los obvios encantos de la metáfora, es que Canetti no hace sino confirmar lo arraigada que está en la mente humana o lo inseparable que resulta de ella el animismo (algo que incluso llega a observarse en Rich Harris o en Maynard Smith.)


Prigogine, por su parte, pone como ejemplo, obviamente a emular, a las hormigas, cuyas sociedades serían para él: ¡"las sociedades ecológicas más exitosas que conozco", como afirmó una vez!


Dawkins desbarra de su declarado darwinismo "entusista" cuando separa la cultura con mecánica evolucionista del resto del proceso del que ella emergió, dándole así una diferenciación que no conduce sino a nuevos mitos.


Al respecto, me pregunto qué se gana constatando que las leyes de la selección natural bajo las que se trasmitieron y se trasmiten los genes, se cumplen a rajatabla (lo que no es real) en un campo que por el contrario se caracteriza porque: (a) su génesis puede ser explicada genéticamente, es decir, como producto de la evolución, como producto de la historia natural, y (b) tiene su propia dinámica y especificidad una vez constituido.


¿Por qué no esto, en lugar de tener que forzar la máquina y mostrar analogías propias de una pirueta o, quizá mejor dicho, de una... memez? Memez que, desde mi punto de vista, no sería sino una forma encubierta de animismo que insiste en rescatar el alma hasta considerarla parte cosntitutiva de los animales menos primitivos, aquellos que deberíamos considerar que también ellos tienen "una cultura" y yo qué sé qué más; criaturas que, por cierto, nunca han llegado, como nosotros, a creer en Dios ni, por cierto, en dioses (¡lo que para Dawkins sabemos que es fundamental, tal vez por su necesidad de marcar su diferencia humana, mientras que para mí en absoluto!), que, en síntesis, no fabrican como nosotros los humanos (y como Dawkins o Prigogine, Canetti y muchos más) un mito tras otro como parte del proceso de la evolución.


Poco hemos ganado con los memes humanos como no fuese proveernos de un estatus "superior" por una vía rebuscada (¡recortando adecuadamente a Dawkins, muchos seres humanos se sentirán mejor gracias a ese concepto!), lo que se diluye si aceptamos la existencia de memes en los animales del mismo modo que reconocemos la evidencia de las sociedades animales, todas ellas, eso sí, compulsivas, explicables históricamente e ideológicamente justificables a posteriori. Exactamente como las humanas (algo sobre lo que volveré aunque sea en mi próxima novela.)


Lo siento, pero no veo necesidad alguna de renunciar a la evidencia en beneficio de ese mito. ¿Y si los miembros más convencidos de las manadas fueron precisamente los que sobrevivieron sobre los lobos solitarios debido a que éstos hubiesen sido exterminados por díscolos o expulsados por individualistas (permítaseme utilizar estos guiños antropocentristas y animistas)? ¿Por quiénes? Pues por los líderes de las manadas que así se habrían afirmando como tales al eliminar a los competidores que quizá también deseaban serlo o que se marginaban... Es decir, por unos líderes... igualmente individualistas e incluso dictatoriales, demasiado fácilmente equiparables como para resistirme a hacerlo, al prototipo humano que Sartre desarrollara en su drama "El Diablo y (el buen) Dios", me refiero al personaje que acaba descubriendo que sólo puede permanecer con los demás situándose a su cabeza (¡y poniendo a los otros a sus pies!)


En fin, no es muy difícil contar una historia de dibujos animados y hacer didáctica ideológica. No soy sino un ser humano.

Ahora bien, la realidad nos muestra que en el hombre se integran tendencias (instintivas) tanto en el sentido de la colaboración como en el del sometimiento, del grupismo y del uso del grupo para fines individuales. Y no porque imite a los animales ni a los conjuntos de cosas con las que se encuentra sino, más bien, porque las heredado de esos animales a través del largo camino de la evolución.


En todo caso, si se resiste a aceptarlo quizá sea porque sufre al descubrirlas en sí mismo, al descubrirse, precisamente, que es bastante más animal de lo que le gustaría.


jueves 2 de agosto de 2007


Ser o no ser... un animal

Como sugiere colateralmente Rich Harris en "Parental Selection: A Third Selection Process in the Evolution of Human Hairlessness and Skin Color", el ser humano ha renegado desde un comienzo de las características y las conductas típicas que había heredado de los animales, y esto fue muchísimo antes de que lo plasmara en los preceptos morales religiosos y en las éticas que luego se separaron de la religión.

Yo situaría las capacidades de reflexión y de comunicación del ser humano (de innegable origen evolutivo) en la base de esa respuesta testaruda e incluso utópica que tanta hipocresía, autorepresión y crueldad han originado hasta hoy. Ese impulso que sin duda se puede calificar de racista, debió operar en la conciencia humana desde los principios, sintiendo el reconocimiento inmediato de las diferencias y predisponiendo a los individuos a rechazar la animalidad que se manifestaba en ellos, al margen de que al mismo tiempo, inconscientemente, podríamos decir pecaminosamente incluso, la deseara como expresión de libertad: liberación de la responsabilidad, de la culpa, del miedo al futuro y en especial a la muerte, el futuro más seguro y más rechazado de todos los posibles.

Ahí está "El extraño caso de Dr, Jequyll y Mr. Hyde" para ilustrarnos. Y por supuesto la propia Rich Harris, que en en el artículo mencionado defiende una hipótesis que, dicho sea de paso, yo habría vinculado más estrechamente vinculada con la selección natural y que ella, entiendo yo, cuanto menos desdibuja (pienso que Rich ha estado aquí insuficientemente rigurosa tanto en lo científico como, por lo que he leído, en lo histórico), a saber:

Que la emergencia de la piel blanca y la ausencia de pelambre en los noreuropeos primitivos aconteció como resultado de una opción estética, voluntariamente elegida por las madres ("selección parental", como la llama), opción que yo no consideraría causa determinante del posible viraje que nos distanció algo más de los primates, pero que, sin embargo y sin duda alguna, estuvo y está presente. Ah, y que sin duda es muy significativa en el sentido que vengo defendiendo ya que describe en gran medida toda la conducta humana sucesiva y la totalidad de su cultura: mitos, religiones, filosofías.

Creo pues que existe esa tendencia real en el ser humano de querer distanciarse, escapar, evadirse, negar y renegar, de las conductas heredadas de sus primos; rasgos y conductas que persisten en sobrevivir y replicarse en él y gracias a él a pesar de los tiempos. Y creo que lo procuran, sí, voluntaria... pero compulsivamente, sin lograrlo nunca por completo.

Es suficiente, aunque no fácil, y eso creo y eso hago, imaginarse en la piel de un indefenso cromagnon (culturalmente indefenso, por supuesto.)

Verse a sí mismo cazando y matando como los lobos no le podía decir (aún) al hombre que su especie le debía mucho de su código genético pero sí, por ejemplo, que el espíritu animal, salvaje, instintivo, lo había penetrado de algún modo y que de tanto en tanto lo dominaba. ¡El hombre no podía sino ser consciente de ello y ser objeto de la extrañeza que ello le debía provocar!

¿Cómo no reconocer que su sensibilidad se veía afectada si esto nos sigue condicionando hasta hoy en día? ¿Acaso vamos a seguir invirtiendo los términos y explicando el fenómeno como una imposición de la cultura, de la religión y la moral más precisamente? ¿No será que haya que explicar más bien qué fue lo que llevó ese problema existencial hasta aquellos elevados rangos?

Pero, a fuerza de reflexionar, estamos más centrados en la solución del dilema. El psicoanálisis, la biología evolutiva, la ciencia en general, nos han traicionado dando vuelta el espejo en el que nos mirábamos y ahora sólo hay que ir otro poco más allá.

El rechazo a un origen que no nos explicaba nada, es más, que lo hacía todo incluso más oscuro, explica mucho mejor que ningún otro apunte teórico, la caída en la sistemática lucha contra los instintos y la paralela repugnancia hacia sus manifestaciones (¿merece la pena que ponga aquí un ejemplo como el de Pío Moa?) Explica los mitos animistas y las mecánicas mágicas más primitivas, el culto a animales superiores que habrían podido dejar atrás sus peores mañas y se habrían elevado hasta el reino de los cielos (es decir, sublimando lo bueno de la animalidad, lo más humano de ella), los dioses humanizados por fin que vinieron luego. Y lógicamente la moral religiosa y la ética que acabó descansando en la razón. Y la ciencia que se resiste a abandonar los lastres del animismo y del antropocentrismo, de la ceonceptualización vacía, etc., despreocupada de la economía de pensamiento que se gana ampliamante al vincularnos evolutivamente con ese origen inmediatamente anterior, incapaz de un destete que no parece resultarle satisfactorio, feliz (por no angustiosa), soportable existencialmente. Y, en breve, explica la supervivencia de esos lastres a través de toda la filosofía, de toda la reflexión humana dedicada estoicamente a salvarlos de la quema. ¡Esa es hoy por hoy el grueso de nuestra pesada cultura!

Sí, simplemente, se trata de la reacción contra los instintos y que se extiende hasta la totalidad de las conductas heredadas que los mismos imponen hasta llegar a dominar al hombre en contra de una voluntad (conciencia, individualidad sin duda que se manifiesta como tal por intermedio de aquella.) Especialmente cuando descubre (con o sin psicoanálisis) que su presencia reiterada es causa de problemas y se tergiversa el rol por el cual en un principio se ha heredado ese tal o cual rasgo perturbador.

¡Sea como sea, está visto que siempre fuimos conscientes de un modo conflictivo!

Que la necesidad de mitigar la angustia y la extrañeza (que asimismo nos impulsa a la búsqueda del saber) nos empuja a la construcción de mitos, al autoengaño y al disfraz. Todo para explicarnos nuestro lugar en el mundo y decirnos una y otra vez cosas del estilo de "yo no puedo ser un animal" o también "soy un político que quiere el bienestar de mi pueblo". O sea, para permanecer en la mentira más o menos a medias.

En mi caso, un ejemplo como cualquier otro, hay ciertas taras que afloran a mi conducta y que me recuerdan a mi padre (que no era un animal, evidentemente, pero que controlaba mucho menos que yo sus impulsos, y en particular los que recuerdo haber sufrido en carne propia, o mejor dicho y sobretodo en mente propia), taras que debí comprobar que no eran eficaces para mi supervivencia o que se contraponían a mis demás genes, afectados también y quizá tanto como los de mi propia madre. Pues bien, cuando ellos afloran, automáticamente tiendo a rechazarme, a enfurecerme contra mí mismo, a sentirme molesto o, en otras palabras, a ver reducida mi autoestima, la cual, precisamente, para recuperarla no tengo nada mejor que demostrar que logro reprimirlas o controlarlas mediante mecanismos básicamente psicoanalítiticos (aunque supongo que podría haber algunos otros.) Sin duda, yo mismo quiero ser "otra cosa", sin duda yo quiero ser "mejor" que mi padre. ¡Pues imaginaos ahora al pobrecito homo sapiens, o a cualquier otro antecesor o sucesor que se os ocurra, tras observar el comportamiento de una manada de monos o de lobos o de una bandada de buitres!

¡Imaginaos lo que se puede hacer con esos sentimientos por parte de hábiles manipuladores!

¡Imaginaos lo que una naturaleza menos propensa a ser mejor es capaz de hacer peor!


jueves 16 de agosto de 2007


Grupismo y complejidad (5). A propósito del artículo de Rich Harris acerca de la piel europea

El texto de Rich Harris acerca de la piel blanca y el escaso de pelo de los europeos ("Parental Selection: A Third Selection Process in the Evolution of Human Hairlessness and Skin Color") que había mencionado en una entrada anterior merece algunas consideraciones y me sugiere ciertas conclusiones colaterales.


EN PRIMER LUGAR: EL ROL DE LA CULTURA.


Rich sostiene que los padres (en concreto la madre) primitivos se habrían inclinado por rechazar a sus crías cada vez que éstas mostraban un aspecto físico desagradable (próximo a los animales de los que habría querido diferenciarse en todo lo posible), es decir, privilegiando un criterio estético.

Notemos, en todo caso, que deduce esto en base a dos falacias (y unas buenas dosis de fabulación.) La primera, del hecho de que una madre primitiva decida conservar con vida a su niña por resultarle especialmente bella (no la podía condenar a muerte), o sea, de un ejemplo estrictamente opuesto al del genocidio. La segunda, del hecho de que el suceso no se sitúa en el contexto durante el cual se habría establecido la hegemonía de los cromagnones sobre los neandertales sino en el contexto de una cultura primitiva contemporánea, y sin que esto signifique negar que su estudio pueda arrojar luz sobre una conducta primigenia, aunque haciendo salvedades importantes. Señalando, por ejemplo, que esa cultura primitiva es marginal en el contexto hegemónico actual, que se halla inserta en una globalidad mucho mayor que la sobredetermina, hasta donde llega la civilización de más de mil maneras, hasta con el cine y la televisión (Rich Harris considera que sus personajes son auténticos miembros activos de los grupos contemporáneos, -"El mito de la educación", ibíd., pag. 372-.) En breve, pues, que en ellas las conductas no pueden ser puras, no pueden obedecer sólo a los criterios internos del grupo nativo ni estéticos ni culturales de ningún tipo.

Y todo esto al margen también de la existencia de otras hipótesis todavía igualmente inciertas que otros científicos defienden.

Sin embargo, y sin necesidad de esa falsa y tramposa referencia, creo que acierta al atribuir al homo sapiens sapiens un claro rechazo hacia la morfología animal, simia o humanoide competidora.

Según Rich Harris, el gusto se impondría aún a costa de favorecer la existencia de una prole mucho más expuesta a las inclemencias (sol, frío, lluvia) que de lo contrario, lo cual, lógicamente, no sería evolutivamente nada progresivo ni sensato. Lo que descalificaría los postulados de la selección natural tal y como los habría definido el darwinismo clásico, incluso por hacerlo en una dirección básicamente opuesta a la prevista por esta teoría.

Habría existido pues una suerte de determinación cultural (que obviamente debería considerarse de carácter mítico) que se habría impuesto sobre las reglas de la selección natural. Y esto, al margen de lo trivial del ejemplo, es uno de los aspectos que me parecen dignos de ser analizados a instancias del texto.

También Maynard Smith apuntaba ya que el mito o y el ritual se imponían o podían imponerse a la genética ("Ocho hitos de la evolución", ibíd, pags. 224-229), aunque con propuestas que darían a "su grupo" ideológico de pensamiento altruista una posición capaz de imponer a todos los demás la pertenencia al mismo, un grupo que pretendería para sí ser la verdadera humanidad (y, consecuentemente, dándoles a otros grupos, por ejemplo a los islamistas, la legitimidad de ponerlo en práctica y con bastante más posibilidades de éxito gracias a la fuerza de su mito y a sus estructuras cada vez más organizadas -Estados, ejércitos, medios de comunicación...- y altamente contagiosos. ¡Y, como siempre ha sido, mediante la imposición violenta!, el terror y la conquista!)

Pero sin duda coincido con el criterio de que esas situaciones u otras similares pudieran haberse producido (y nadie evitará que se sigan produciendo de manera natural), aun cuando de ello no se haya derivado el predominio de la piel blanca y desprotegida europea ni los mitos imaginarios puedan convertirse sin más en dominantes. Lo he defendido en mis entradas referidas a la "complejidad" y aquí sólo añadiré que la hipótesis de Rich se apoya claramente en la obviedad de que el espacio cultural humano, con sus mitos y sus elucubraciones, constituye, en primer lugar, un hito del proceso evolutivo, un resultado que es independiente de las valoraciones ideológicas que se levanten y en cuyo espacio (o conjunto) deben incluirse la conciencia, el lenguaje e inclusive la morfología humana (separación de las funciones entre pies y manos, modificación de faringe-laringe, posición craneal y amplitud craneal, etc.) que componen ese espacio y le dan soporte material. En segundo lugar, que se basa en el supuesto de la existencia de un predominio o hegemonía de ese espacio o conjunto sobre los estratos precedentes (o conjuntos incluidos) histórica o genéticamente determinantes: los instintos básicos de mamíferos y simios, las conductas inmediatistas y sin planificación previa de los animales, sus conductas involuntarias e irreflexivas, e inaccesibles a posteriores reflexiones. Un conjunto mayor (en un sentido sui generis) que controlaría, limitaría, constreñiría o reforzaría las tendencias de los conjuntos menores que conservan su propia dinámica de un modo a su vez limitado. ¿Puede suponerse que sucedería otra cosa en un mundo repleto de interacciones vinculantes (que hay que jerarquizar y circunscribir so pena de caer en misticismos y confundirlo todo)?

Ahora bien, veamos cómo siguiendo su propio sistema, podríamos llegar a conclusiones diferentes, incluso basándonos en la hipótesis del grupismo de la que Rich es refundadora, como ella prefiere considerarse.

Por ejemplo, mediante otra reconstrucción imaginaria pero verosímil del mundo de los pequeños grupos o clanes nómadas de los primeros homínidos (cazadores-recolectores), inventándonos otra historia sugerente, capaz de suministrarnos hipótesis quizá más objetivas y creo que más económicas. Una historia de individuos mucho más primitivos que los miembros de las culturas conocidas de la antigüedad o de la periferia de la civilización hegemónica actual que sin duda tendrían apetitos estéticos tan pobres como el resto de sus valores culturales, su moral, su inteligencia, etc. Una historia seguramente llena de pesadillas y de proyecciones elementales, de huidas más que de empresas planificadas, de cacerías inmediatistas más que de planes de combate y dominación. Mucho más cercanas (para decirlo con las palabras que he encontrado conjuntamente con el concepto de "emergencia" en la interesante lectura que ahora estoy haciendo sobre "La complejidad"), a simples borradores de conciencia que a versiones elaboradas tras una sofisticada reflexión (considerables, por qué no, producto de muchas iteraciones cerebrales pero seguramente de algo más que tendrá que ver sin duda con la genética y la evolución, es decir, con el materialismo.)

Por otra parte, basándonos en los aportes científicos (no rebatidos) de Darwin, los niños de un grupo dado deberían reproducir el genotipo del grupo de un modo altamente conservador; salvo que una mutación o cierto rasgo diferencial surgiese "por azar" sorprendiendo a los presentes y llevándolos a actuar en contra de la rutina (sea a instancias del rechazo o de una especial aceptación, místicas ambas sin duda.) Lo evidente, salvo que algo modifique la tendencia natural expuesta, sería que las características presentes en el propio grupo sean las autoreferentes del tipo idóneo de raza humana que el grupo tiene de sí mismo de un modo no necesariamente reflexivo (eso de que mi grupo es la humanidad y los demás nada de nada o poco menos.) Ese grupo, rechazaría lo diferente por maligno, muy probablemente con progenitora incluida o en primer lugar con ella, o, de destacar por el lado de lo positivo o de suceder en circunstancias que lo favoreciesen, aceptarlo por benigno. No obstante, muchas veces, quizá la mayoría, el vástago no presentaría, de bebé, signos diferenciales apreciables sino luego, con el tiempo, hasta que él, y tal vez la madre, fueran objeto de expulsión. El individuo o la pareja buscarían unirse a otro grupo en procura de cobijo, lo que podría coincidir con otra circunstancia que favoreciese un mito y que reforzaría el deseo por parte de las demás madres de emular a la primera buscando hijos similares, lo que no sucedería hasta algunas generaciones después.

En fin, se trata sólo de una de las posibles historias que se me ha ocurrido imaginar. Pero cualquier otra que se nos ocurra mostrará cómo las interpretaciones ideológicas (míticas, mágicas) que se originan en las más primitivas reflexiones (intentos de explicación del mundo) determinan en última instancias futuros posibles para la evolución, al menos en unos cuantos y significativos detalles.

Y sin dudas, el gusto (los apetitos estéticos en su conjunto), que aparece en primer plano de la fábula de Rich Harris como determinante, tiene como base un producto de la evolución. Un producto, la conciencia, que se resultó fijada en los genes para reproducirse y sobrevivir, y para adaptar, hasta donde le fuera posible, el mundo a sus necesidades, obviamente interpretadas a través de una óptica o unos criterios fundamentalmente míticos. Y esto nos pone ante...


EL OTRO ASUNTO RELEVANTE: EL PAPEL QUE JUEGA LA CONCIENCIA.


Cuando Rich señala el rol "negativo" de "selección por el gusto" de los padres, pone en evidencia el hecho obvio (constatable) de que la conciencia es capaz de llevar al hombre no sólo hacia adelante sino también hacia atrás (como demuestran una abundante colección de ejemplos que se pueden extraer de la historia humana.)

Nada de esto, por cierto, tiene, según yo entiendo, que desmerecer la firmeza de las tesis darwinianas, sino todo lo contrario.

En primer lugar, esa falta de linealidad y ese juego contra natura, sólo pueden comprenderse si se considera la conciencia como una herramienta más para la supervivencia (del individuo y del grupo en el que está predispuesto a conseguirlo dentro de lo posible) desarrollada en el curso del proceso evolutivo y que, como toda herramienta innata, está preparada para actuar en un sentido fundamental, sentido que no necesariamente coincide con lo más positivo, lógico, progresivo, sano... o como queráis llamarlo. Esta imperfección de un resultado experimental de la vida, de un resultado emergente para decirlo con un lenguaje más avanzado (resultado por tanto basado en los hitos previamente establecidos, afianzados y relativamente aleatorios), no desdice para nada su teleonomía tendencial.

No hay ni una sola herramienta innata en el ámbito de la vida en general, que no presente ese carácter ambiguo y contradictorio, esas por así decirlo... incoherencias. El mecanismo es incompleto, imperfecto, nacido de las circunstancias, relativamente apropiado pero también inapropiado, complejo pero no preparado para todas las circunstancias, lo que no desdice que su emergencia surja a instancias de la necesidad vital (de la vida) de sobrevivir, de perpetuarse, de responder a sus tendencias teleonómica y conservadora y, por lo tanto, que su nacimiento no responda a las premisas globales de la selección natural que sigue siendo la regla que esas excepciones confirman.

La conciencia es, como todo mecanismo de esa índole, particularmente conservador y particularmente subordinado a las sensaciones primarias que alertan al individuo provisto de sistema nervioso central: miedo, recuerdo del dolor, etc. Con esos parámetros (vinculados a las sensaciones), es lógico que se atente a veces contra la supervivencia (como vemos en los que engordan, comen lo que no deben, se embarcan en aventuras peligrosas o asumen misiones sin las cuales no podrían vivir, pero que los acaban matando, y sin lo cual no habría héroes ni descubridores, y probablemente... ni padres.) La subordinación tendencial de lo inmediato a la conciencia planificadora o proyectiva es obvia: sus "errores" son el coste de un sistema más complejo que tiende a llevar a la humanidad en su conjunto a un estado jamás alcanzado por ninguna otra especie de la Tierra: el de la supervivencia eternamente garantizada (más allá de los que caigan en el curso del proceso, sean individuos o sociedades enteras. Incluso más allá de que no se tenga a tiempo la solución o la salida.)

Sin conciencia (ni lenguaje, ni morfología humana...) no habría existido reflexión y sin ésta no habría tenido lugar ninguna tecnología. Con ella, la humanidad será (tendencialmente) capaz de superar cualquier cataclismo amenazante (de esos de los que no pudieron escapar los dinosaurios, por ejemplo, y más allá de lo que les suceda a ciertos grupos o instancias particulares) e inclusive... ¡de la muerte individual (en lo que, como sabemos, ya se está trabajando... y no digamos soñando)!

Sin duda, para usar, un tanto libremente y a la vez con pinzas, un concepto que me resulta cada vez más interesante, me atrevo a sostener que el ser humano autoconsciente puede ser considerado una emergencia y que sus deseos de triunfar sobre la muerte física son parte de su teleonomía orientada a evitar toda emergencia futura basada en su propia desaparición.

Sólo los resabios del animismo llevan a negar que el conservadurismo que caracteriza a todos los fenómenos biológicos (su tendencia al conservadurismo, a la invarianza, a sobrevivir y reproducirse tal y como son) también se exprese en el grado más complejo alcanzado hasta ahora por la evolución, su resultado cultural. No es ningún descubrimiento, sino una reafirmación. Está en las bases del psicoanálisis y de la sociología ya tradicionales, aunque con resistencias que aún se deben combatir. Esto, por otra parte, también define a ese estadio (por qué no: conjunto o instancia emergente) como parte inseparable del organismo y del proceso. La cultura y la tecnología, lo reitero, deben ser considerados como parte de la naturaleza porque lo son, una extensión que sin embargo se sale, tendencialmente, del conjunto vida, y cada vez más en la medida en que más nos alejamos de las formas primitivas o menos complejas con el fin involuntario de afirmarnos y permanecer.

Un fenómeno contradictorio, sin duda, pero como suele ser todo fenómeno real de los incontables que pretenden (y por un tiempo consiguen) permanecer (no, claro, en un sentido voluntario sino, insisto, tendencial) y es impulsada (por ninguna fuerza que no provenga de su propia dinámica y de la del entorno próximo) a cambiar.

Algo que en física se observa al querer sacar del estado de reposo un móvil o al quererlo detener una vez en movimiento, lo que ya no nos resulta demasiado extraño ni mucho menos sorprendente.


lunes 27 de agosto de 2007


VIOLENCIA HISTORICA


En un artículo dedicado a la historia de la violencia humana, Steven Pinker se limita exponer y comentar algunos datos para acabar citarndo algunas de las hipótesis que se han elaborado últimamente para explicar la disminución cualitativa e incluso cuantitativa del ejercicio de la violencia en el marco de nuestra civilización occidental. Y sin pronunciarse por ninguna cierra el texto invitándonos a buscar "no tanto las causas de la violencia" como las del supuesto buen hacer que nos ha conducido a ese avance aparentemente significativo (supongo que para que pasemos a fabricar luego los antídotos y demás fórmulas magistrales que acaben con aquella lacra; utopías, como intentaré evidenciar si os prestais a ello.)

Por empezar, debo decir que, por supuesto, coincido con la visión objetiva de Pinker (antiideológica incluso, al menos en lo principal) que le deja ver que la humanidad pasada fue más violenta que la presente y que, consecuentemente, las visiones opuestas (derivadas de aquello que Rousseau pregonó hasta crear escuela acerca de un supuesto buen salvaje y una supuesta corrupción de la naturaleza humana por la civilización) son posturas ideológicas interesadas. También acepto que la vigencia del monopolio de la violencia por los Estados y las Organizaciones supranacionales del presente restringe las tendencias violentas del ser humano, que las vías abiertas a la negociación y a las alianzas ante retos mayores hayan actuado como disuasorias del vandalismo generalizado, etc., etc.

Lo que no me convence es el optimismo subliminar que subyace en el texto en el sentido de que eso mostraría una línea de progreso poco menos que irreversible. Es parte del pensamiento utópico y como siempre oscurece los detalles dando a la voluntad (o peor, aunque indisolublemente a ello vinculado, a la autoridad la varita mágica que nunca intenta revolucionar el mundo sino que acaba autotransformándose en garrote.)

La violencia humana, de todos modos, más que un impulso innato (y que lo es no puede ser puesto en duda, claro que en convivencia con los impulsos de generosidad y altruismo entre otros), es parte del acervo instintivo humano, nada más... ni nada menos. Por ello, la violencia se volverá a ejercer, hasta donde sea necesario, cada vez que se sienta como necesaria y se pueda insertar explicativamente en la cultura y en la psicología social dominante (¡y sin duda que las hipocresías de los pacifistas ayudan a alimentar una visión negativa de la violencia en la sociedad en general; lo que sucede es que eso... es bastante fácilmente removible, como puede observarse día sí y otro también, incluso en nuestro propio país y en el inmediato presente! O, en todo caso, escamoteable, solapable bajo un montón de noticias sucesivas, etc.)

Todo el instrumental genético humano, que sin duda está condicionado por la cultura y que sin duda puede actuar como un represor de los instintos (como así se ha demostrado, aunque no hasta el extremo de su extirpación salvo con instrumental puesto en juego en su nombre y que hasta ahora pudo haber cercenado unas pocas líneas en el proceso natural de la selección), sigue en pie, siempre dispuesto a realizarse: en pie de guerra. El condicionamiento cultural los puede contener o los puede canalizar, igual que los puede reprimir o conseguir selectivamente que no se reproduzcan (si la pena de muerte llega a tiempo... o Zarkozy y la Generalitat, por ejemplo), pero también, en tanto convenga a sus sacerdotes burocráticos, los puede potenciar y orientar hacia la guerra y hacia el exterminio (el grado de crueldad es relativo y se deja al libre albedrío colateral de los individuos actuantes.) Tanto unas cosas como otras han sido desarrolladas a lo largo de la Historia y, sí, ahí están esos resultados que Pinker reivindica. ¿Es que nos uniremos en un ruego a los dioses reales, los gobernantes, los educadores, para que se proceda a la prevensión genética de la violencia? ¿Quedaría algún humano en pie? ¿Sabrían defenderse luego de, digamos, los mosquitos? ¿Y si ya que estamos conformamos a los hijos de nuestros hijos sin dientes ni uñas? Pero dejámosle esa discusión al futuro... ellos sabrán. Cada vez es más ridículo a la luz de la evidencia suponer que nuestras leyes y preceptos vayan a durar mil años (mal que les pese a todos los sacerdotes y a todas las creencias.)

Lo cierto es que el ser humano, repito, está preparado genéticamente, sigue tendiendo a identificarse con el grupo próximo (quizá se debería decir de proximidad), sigue encontrándose con otros grupos con los que de repente coincide porque sus miembros han elaborado la misma ideología y porque sus líderes son parte de una pirámide de lealtades y promesas de botín que gracias a la democracia moderna o a estructuras piramidales totalitarias son capaces de conformar masas de hecho sobre la base de incontables intereses enfrentados y que son capaces de utilizar operativamente. Y, por último, sigue formando parte de un mundo en el que no puede influir como individuo ni se siente capaz de controlar ni tiene cómo hacerlo a muy largo plazo, quizá nunca.

Claro que los sentimientos "buenos" están también allí. Pero eso no tiene aquí nada que ver ya que a ellos sólo les queda esconder la cabeza en el agujero o darla vuelta, vivir utópicamente esperanzado (rezando o no) y justificar su propio rol.

"Se representa a los valientes porque se es cobarde y a los santos porque se
es perverso. Se representa a los asesinos porque nos morimos de ganas de matar
al prójimo. Se representa porque se es mentiroso de nacimiento."

Eso dijo Sartre (en "Kean") en un despliegue de lucidez. Añado sólo una cosa: mentirosos, sí, pero también en muchos más aspectos... preparados para que el propio grupo (la verdadera humanidad, los que saben lo que esta debería ser, etc.) se perpetúe en el mundo por simple impulso de nuestra programación genética.

Sigamos pues exclamando "¡Qué asco!" y "¡Qué barbaridad!" (tampoco podremos evitarlo), pero reconozcamos, en el límite de nuestra autoconciencia, que somos unos animales a los que sólo les hace falta una razón para poner en práctica su animalidad.

jueves 13 de septiembre de 2007


Yo estoy en otra cosa... o lo intento

Sigue aquí un comentario que envié a Tábula Rasa para su publicación y que es parte de la polémica sucitada en torno a "ciencia" y "Feyerabend" y que cada vez se extiende más en profundidad. El comentario comienza diciendo. "Trataré de ser sintético (¡qué difícil con tanto material!)" y ya veis, me he pasado. Eduardo habría debido poner sólo un link a mi blog (lo cual sería ya muy digno de su parte y habría agradecido igualmente como aprovecho para hacer ahora por permitirme tanto abuso) y en todo caso un "que vaya el que quiera" o algo peor. Bueno, no he podido evitarlo. Y sigo postergando otras cosas, ¡cachis!, inclusive una siesta que falta me haría.

En fin, el comentario habla luego por sí sólo, desplegado con la espontaneidad del instinto y todas esas cosas que no puedo evitar. Allá va el resto (con leves correcciones de estilo y alguna que otra precisión que me permito gracias al repaso de rigor):


NADA producido por el ser humano puede ser desvinculado de su ser en el espacio y el tiempo, en su dinámica interna y en medio del estado de cosas imperante en el propio entorno del proceso de producción de esos resultados (digo en un entorno en sentido aproximado, sin fronteras fácilmente demarcables.) Esto no es muy nuevo pero me resulta mejor definición que otras (ya sean de Ortega, de Feyerabend o de Marx.)

Por enumerar (sin jerarquizar ni enlazar) los conceptos que se están barajando: Ciencia, Marxismo, Liberalismo, Democracia, Dictadura, optimismo, pesimismo, acción, inacción, seudociencia, ideología, mito, religión, etc., etc., yo sostengo que TODOS están sujetos al postulado expuesto.

Y creo que si no adoptamos una óptica basada en él, se acaba sin salir de los meros límites de un debate entre mitos (además, incompletos y contradictorios), que sería el debate por excelencia capaz de permitir las acciones políticas (de masas en mayor o menor medida) a la zaga de una ideología inventada o adaptada por un grupo burocrático de vanguardia en nombre de la humanidad, etc.; un grupo que se siente capaz de ver lo bueno y lo malo para todos (donde esos todos están... en el futuro, son una proyección a materializar), de interpretarlos en su carácter de lo mejor de la humanidad en potencia, su futuro bien adivinado o predicho.

La religión, los mitos arcaicos, las seudociencias y las ciencias tienen TODAS un doble carácter: por una parte, responden a NECESIDADES cerebrales que tienen un carácter autonómico (quiero decir con esto que las mismas han surgido a instancias del desarrollo del instinto, del proceso evolutivo, pero lo trascienden, lo exceden, hacen más –y menos- de lo que se les habría pedido que hagan por así decirlo, en cada caso concreto y SI y SÓLO SI existiese un mecanismo de supervivencia definido, capaz de ser llamado “perfecto” y ser identificado como tal –esto, dicho sea de paso, lo digo como una argucia teórica, es decir, porque creo que me permite dar relevancia a la tesis, como es normal e inevitable en el discurso científico, se le fijen o no desde arriba o desde un lado lo que debe o no debe ser ese discurso). Por otra parte, una vez instituidas o legitimadas en la práctica (no sólo por la experiencia, sino por la percepción que de ella se tenga en el espacio-tiempo dado), se convierten, TODAS, en una rémora conservadora: quieren, como todo lo que nace, sobrevivir y reproducirse tal y como son.

Adoptando esa óptica que “responsabiliza” al hombre (al hombre y en todo caso a sus orígenes, al momento y a los determinantes previos) de sus propias proezas, se ven muy claro sus motivaciones, sus metas y sus limitaciones. Y TODAS las tienen.

La valoración de las mismas y sus justificaciones son TODAS ideológicas (algo necesariamente conservador), responden TODAS a la óptica social de quienes las construyen y mantienen (posición social específica, concreta, del “individuo dentro de un grupo dado”. Por eso es fácil ver, así, quién es liberal y quién marxista, por qué y cuándo, etc. Si no, no es fácil explicar el triunfo masivo y generalizado del cristianismo, o del islamismo, en la antigüedad, ni su permanencia en el tiempo, ni por qué el marxismo y el comunismo se convirtieron el el mito por excelencia o prototípico de La Justicia Social, ni el por qué del complejo de derechas ni el por qué del desacomplejamiento posterior (por cierto, tan bien provocado aunque aún sin los resultados deseados...) Más incluso: sin situarnos en 1970, no se entiende la emergencia de un Feyerabend; sin la caída del muro, no se entiende la adaptación socialdemócrata no sólo de los partidos comunistas de uno y otro lado del muro sino del caso oscuro de los seguidores de Pohl Pot, que tras su derrota definitiva no vacilaron en abrazar el liberalismo capitalista (antes de hacerse bandidos y traficantes y por fin a saber…; ni el giro de la burocracias rusa, china, etc., muy propias de quienes aprendieron las lecciones oportunistas (en el sentido de Feyerabend) de Lenin... pero características de toda burocracia.

Cuando una de esas ideologías (que están detrás de lo que inventen, por ejemplo, la ciencia del materialismo dialéctico o la econometría, pero incluso la Relatividad General y la Psicología Evolutiva –lo que no desmerece de mi parte un ápice sus “logros” o sus aspectos “positivos”, de los que diré algo luego-, cuando una de esas ideologías, sigo, pronostica algo lo hace:

(a) porque cree en su punto de vista, al que atribuye, en lo inmediato y casi sin discusión (como ahora hago yo mismo), carácter de verdad absoluta (incluso cuando aclara, como yo suelo hacer cuando me acuerdo, frases como: “creo que” o “me parece”). El hombre TIENE que sentirse seguro… so pena de tener que deambular por el limbo de la inoperancia. Ese es el sistema o mecanismo que produjo la evolución en un momento dado (¿sorprendente?, ¡pues claro!)

(b) porque necesita, o al menos tiende a necesitar, de grupo propio y de buscar ser el líder de su grupo (es parte de su competitividad innata) y por ello pretende convencer (al margen de que estas acciones tan mezquinas acaben siendo también muy “positivas”… y a veces muy “nefastas” para ciertas lecturas. ¡Eso es lo EXTRAÑO, lo que nos EXTRAÑA y MARAVILLA tanto de la vida, lo que nos hace verla como la obra de alguien con tanto o más cerebro creador que nosotros mismos, por ejemplo, Dios!)

Nota al pie de este punto: los que no pronostican, simplemente aguardan los pronósticos de sus líderes ocasionales, profetas, maestros, ancestros sagrados o lo que sea… y se disponen a seguirlos o a traicionarlos. Y no es que no tiendan a liderar (al menos a convencer) sino que tienen una “idiosincrasia” que los lleva más a reprimirse o a medrar o a lo que sea (la holgazanería, por ejemplo; el miedo al fracaso… un tumor… algo que no encaje con la época o el grupo… yo qué sé: hay mil y un combinaciones posibles, tantas como individualidades) que a realizar sus instintos fundamentales.

(c) porque lo obliga la propia dinámica de la reflexión. Esto es casi repetitivo de lo dicho antes, ¿verdad?

Por ello, el optimismo y el pesimismo son caras de una misma moneda. La llamada a la acción, al voluntarismo, etc., son llamadas al combate, y el combate siempre tendrá contendientes, aliados, traidores, posibles aliados y posibles traidores, oportunistas, cobardes, audaces, mezquinos, altruistas, convencidos, aprovechados… y líderes de grupos en procura de poder (el camino del hombre al poder sobre la naturaleza pasa y pasará por mucho tiempo al menos por el poder del hombre sobre los demás hombres. Sí, sin duda Eduardo dice bien al reconocer que la política representativa con todos sus “defectos” –¡son en realidad características intrínsecas y no defectos!- ES necesaria, pero eso NO la absuelve de la CRITICA, de la DISECCIÓN. Y esa DISECCIÓN debe llegar hasta el propio corazón del hombre o si se quiere a la RAÍZ humana del fenómeno (de ahí la palabra radicalidad o radicalismo y que no baste el “realismo” simplemente y menos La Razón,) Ni, tampoco, se evitarán los mitos a favor y en contra cuyos fines están en otra parte... y dicen otras cosas.
Quiero decir: que todo se hará "sólo", a instancias de la propia dinámica interna del conjunto de la humanidad (y en menor medida, dependiendo del grado de independencia que ella alcance, del resto de... ¿aceptareis que la llame "Gaia" con cierta ironía doblemente malsana?, o lo que sea...)
Si nadie llamó a la acción a los australopitecos ni a sus sucesores hasta que llegó la edad de la Razón, y sin embargo actuaron y mucho, pasaron de la banda hasta la jefatura y así hasta construir varias sociedades sucesivas cada vez más complejas (y menos tambaleantes) y culturas con especialidades y doctrinas, métodos y leyes; si sofisticaron cada vez más sus mitos, los depuraron, los justificaron cada vez mejor y con más sentido de la realidad (siempre razonablemente), si los hicieron cada vez más acordes con lo observado y con la experiencia y cada vez más operativos y útiles, si los hicieron, en fin, lo más predictivos posible, lo más “científicos”; si, por fin y en otras palabras, tras una última ruptura epistemológica, se dieron una normas (basadas en la experiencia, en la evidencia de que con ellas se “avanzaba” más y/o mejor) integradas en un cuerpo que pudiera ser estudiado por sus descendientes, para economizar y además para asegurar la reproductibilidad asociada a su propia existencia (¿o no es eso lo que se pretende?), cuerpo que se llamó Ciencia de esto y de lo otro y que un hombre concreto de esos tan creativo, o más, o menos, como cualquiera de nosotros, llamado Marx, creyó descubrir en el campo de la Historia (más que de la economía), y cuyas predicciones no se han cumplido… según algunos “hasta ahora” (¡porque hay sin duda seguidores muy pacientes y muy fieles; ya lo dije por ahí: los hay que esperan a Godot, los hay que aún esperan al Mesías, y ve tú a decirles que tú si estás seguro de que las cosas son de otro modo, tanto como ellos lo están de lo opuesto, de que no vendrá nadie, de que los de ellos son los mitos! ¡Vamos, ya está bien de creernos que por poseer La Verdad vamos a convencer a los contrarios! En esto es donde Feyerabend acierta, sólo que...)

En fin, si NADIE, ni desde la propia superficie del planeta ni desde Los Cielos llamó a la acción al hombre sino que él se vio empujado instintivamente a ella en todas sus expresiones, ¿por qué ahora hay que “hacer algo”? ¿No será porque “alguien” interesado en movilizarnos lo necesita para sus fines? ¿No es eso lo mismo que se pretendió al decir que Dios expulsó al hombre del Edén y la contemplación eterna? ¿Vamos a seguir creyendo de ese modo? ¿Quién es Dios ahora, el propio hombre imbuido de traje y de corbata, gris, el que está detrás de las paredes, el que dice lo que debe ser la realidad?

¿Es esto sólo psicologismo? No. Creo (¡up, lo dije sin pensar!) que es un DATO REAL, un HECHO OBJETIVO, una EVIDENCIA, que además es un componente de UNA realidad.

De igual forma se asume un determinado contenido al “avance” y a lo “positivo” (se decía antes: al progreso). Veamos brevemente: yo pienso que hay un movimiento imparable (al menos a la vista amplificada por los actuales instrumentos de observación y por la base cultural en la que nos apoyamos) hacia el incremento de la COMPLEJIDAD. Esto yo no lo equipararía con ideas ideológicas como “progreso” o “avance” ni con “lo positivo”. ¡Ni siquiera me creo capaz de considerar positiva la ausencia de crueldad, aunque la rechazo de plano a sabiendas de que... estoy inclinado genéticamente a rechazarla, por lo que no puedo medir esa actitud mía en términos de positividad o negatividad... (salvo porque ES MIA... y ME CREO MEJOR EXPONENTE DE LA HUMANIDAD QUE OTROS)!

Es más, entiendo que no se puede medir en tales términos ningún movimiento en la flecha del tiempo (no hay más movimientos, creo, ¡salvo en la política y la historia de los poseedores de la verdad!) porque no existe punto de referencia absoluto, separado de la visión necesaria del hombre en un momento dado y en circunstancias dadas (lo dije mejor al principio, vaya.)

Ahora bien, claro que el “todo vale” es rechazable, al igual que el "pensamiento débil" y todo "pensamiento elemental", del "vox populis", del "sentido común", pero ese rechazo no tiene una explicación absoluta sino la de que es OTRO producto humano para OTRA cosa distinta más que sólo explicar el mundo. Es decir, que es engañoso y sirve al Poder, concretamente, hoy en día, a la expansión sin límites de la burocracia que permitirá que nadie tenga que saber mucho más allá de los manuales de ciudadanía o los diez pensamientos del Gran Timonel.

Y debe ser entendido como “normal” o inevitable que los "argumentos" agrupen a unos contra otros. Esa es la función del lenguaje, de la razón y de los mitos.

Quien triunfe no tiene por qué ser el mejor ni el más positivo, pero tampoco encontraremos nada más sólido que nuestras creencias y convicciones para señalar que es lo contrario. No obstante, a la vista de los avatares reales de la Historia, yo soy "optimista" y creo que AUTOMÁTICAMENTE se producirá una CORRECCIÓN a largo plazo, y ello SI es OBJETIVO: aquellas cosas que conduzcan tendencialmente (siempre puede haber un colapso imprevisto que lo impida) a estabilizar el nuevo grado de complejidad alcanzado. Así, se afianzará e incluso podemos describir como cierto el afianzamiento de la Ciencia, etc., “avanzando” según el propio programa que nos define y en interacción con los demás programas, todos adaptativos, todos inciertos, todos sin embargo realizándose tal y como emergieron y con sus tendencias presionando en determinadas y múltiples direcciones.
Este "optimismo" no augura nada que sea más valorado que la propia vida desarrollándose como mejor pueda, valora inútilmente la perspectiva de que se produzca un nuevo eslabón. La moral podría decirse que se impone sola porque es más práctica para la supervivencia y la continuidad, porque responde a las leyes descubiertas por Darwin que cada vez podremos ir depurando más y más... si nos dejan.

Puesto que he vuelto a una exposición genérica, “de principios”, evitaré entrar en detalles que no obstante me gustaría denunciar como ejemplos de lo que yo considero un error de óptica en parte heredado, en parte no muy contrastado (se pasa demasiado “por encima” de las cosas, o sea, ¡se es un tanto posmoderno “a pesar de”!): Eduardo, Lakatos no da una buena descripción del socialismo porque simplifica al decir que sostenía que bajo él no volverían a producirse revoluciones (Trotsky se puede levantar de su tumba y discutir hasta el cansancio acerca de su propuesta de “revolución permanente”, pero en Marx podemos hallar mil menciones a la revolución permanente de las relaciones de producción al menos hasta llegar al comunismo, la supuesta meta superior, el paraíso del “a cada cual según sus necesidades” –cosa por cierto y dicho sea de paso curiosa y mítica ya que presupone un “repartidor” casi celestial-) Además, ninguna de las “revoluciones” a las que Lakatos tal vez se refiera sin rigor alguno en la definición (tal vez a las revueltas reprimidas que tuvieron lugar en los países sojuzgados por la URSS) serían consideradas tales por los marxistas. Para estos, ya lo he dicho, serían simples revueltas o contrarevoluciones según de cuales se hable y de qué marxistas se trate. Con lo que Lakatos resulta que ha dicho demasiado poco y no ayuda a aclarar nada a nadie, reduciendo su bosquejo a un discurso vago que sólo sirve de refuerzo interno de unas u otras ideologías y ni siquiera a combatir aquellas a las que parece oponerse él mismo. ¿Qué se pretende, arrancar de un mito a un creyente para atraerlo al propio? ¡Ah, bueno, eso ya es otra cosa, y por mí, claro que podéis, todos, seguir haciéndolo de manera continuada!

Yo estoy en otra cosa. O quizá en lo mismo sin poder, como vosotros, como todos, evitarlo.

Ah, y si no me veis por un tiempo (trataré, trataré, trataré) en vuestros blogs y en el mío, no os preocupeis, ni alegreis mucho, ni os pregunteis qué pasa. Voy a tomarme un descanso para acabar mi deuda de lecturas y mi deuda de escritura literaria.

Y si alguien acepta un café algún día, que lo proponga y hablamos.

Un saludo cariñoso.


Así me despedí... y así me despido ahora.


sábado 6 de octubre de 2007


Grupismo y complejidad (y 6): los grupos en las sociedades complejas

Con ésta entrada que conservo en borradores desde hace ya bastante tiempo en atención a asuntos más candentes daré por cerrada la serie sobre el grupismo (o grupalismo, como a veces pienso que debería volver a llamarlo.) Creo seriamente (más allá de que la tesis que defiendo sea aceptada) que en he conseguido darme a mí mismo los fundamentos básicos para abordar el presente, que era y es el objetivo que en realidad perseguía y siempre perseguiré. Creo que la vía regia es la de la indagación histórica lo más desprejuiciadamente que ello se pueda llevar a cabo, y creo que toda la materia del Universo se explica sobre esa base, es decir, que todas las formas adoptadas por ella y hoy presentes tienen una historia que se pierde en el pasado remotísimo del que sólo podemos saber que debió responder a las mismas leyes básicas que hoy vemos actuar. En todo caso, en un ámbito de interacciones diferentes que podemos intentar suponer por extrapolación al remontarnos hacia atrás desde el presente. Esa historia es una genealogía de sucesos encadenados (aunque no necesariamente todos con todos, lo que sería un tanto absurdo y exagerado) donde los momentos anteriores dan lugar a los posteriores en la dirección de la flecha del tiempo que, al menos en nuestro sector del Universo (en espacio y en tiempo) se mueve hacia un constante a la vez que irregular incremento de la complejidad.

Con esa óptica, y gracias a los descubrimientos de científicos como Rich Harris, Monod, Pinker, Maynard Smith y otros, en proporciones diversas como es lógico, he encarado esta serie que relaciona la tendencia innata al grupismo (no a la socialización, ya que me refiero a la integración en y a la formación de pequeños grupos) con el objeto de que aflore la base capaz de explicar el presente y de iluminar hasta donde se pueda el futuro (un objetivo inevitable que nos mueve a todos y que siempre irá más allá de lo estrictamente necesario... y, sencillamente, porque nadie tuvo de la función del hombre ninguna idea, diseño o plan que lo precediese y que proviniese de alguna mente con la noción mínimamente clara. En fin, porque fue un puro resultado.)

El objetivo de la serie era, y sigue siéndolo a pesar de la escasa respuesta que ha tenido (y del silencio de algunos) someter a discusión las bases conceptuales que me permitieran fundamentar el presente de la evolución social humana, es decir, la sociedad burocrática moderna a la que se ha llegado y definir sus rasgos tendenciales y sus posibles evoluciones (algunas de las cuales creo ver danzar a la distancia mientras muchos duermen, componiendo un horizonte tan amenazante como el mismísimo bosque de Birnam lo fuera para Macbeth.)

En base a lo que he desarrollé hasta ahora, llego a unas cuantas conclusiones, como que:

La sociedad burocrática moderna (por ponerle un nombre que para mí describe su principal característica) en la que vivimos y que ya se haya completamente globalizada, se inscribe en un proceso histórico cuyos orígenes pueden ser rastreados, al menos, hasta el mismísimo código genético de los primates, como Rich Harris apunta en su libro que tanto me ha inspirado, primates que exhiben la habilidad innata fundamental para producir un grupismo eficaz y duradero de detectar al tramposo (así como, añado, para contentar a los demás miembros del grupo o potenciales con el objeto de obtener sus favores y, en lo posible, de exigirlos. Hay pues, desde mi punto de vista, toda una (me permito el uso eufemístico del término) "dialéctica del amo y del esclavo"; más bien una dinámica del líder y del seguidor.

Mis afirmaciones parecen propias de un determinismo a ultranza (según cómo y quién lo mire), lo que ya me encargué de declarar que no era mi intención. Sin embargo, debo reconocer que mi postura es determinista, aunque se trata de un determinismo de ámbito reducido (el ya reiterado entorno de proximidad) que además se referiría en cada nueva etapa y situación sucesivamente creada. Es decir, que no habría una causa primera capaz de explicar la morfología finalmente existente, sino una concatenación de causas que dan lugar a efectos que se convierten en nuevas causas sumándose generalmente a las anteriores, a veces "alejándose" o debilitándose e incluso desapareciendo en el maremagnum interactivo que es la realidad compleja distribuida en planos diversos y agrupada en conjuntos con unas u otras jerarquías de predominio. O sea, donde puede pasar casi de todo a largo plazo y donde lo nuevo (o emergente) se está constantemente formando, reformando y adaptando a partir de lo inmediatamente existente y de las demás emergencias más o menos simultáneas.

También puede inducir a un rápido etiquetaje ideológico de metafísico a la inversa, es decir, a que a mi planteo se lo acuse de endiosar (por convertir en Dios) el código genético e incluso, hacia atrás, a las propias leyes (sean las que fuesen) de la cuántica primitiva, con lo que habría regresado a Dios tras un rodeo aparentemente materialista. Lo niego, aunque pido que de verse así se me demuestre. Lo que yo propongo es el reconocimiento de la existencia de leyes de interacción simples iniciales, intrínsecas y definitorias de la materia.

Apelando a un modelo virtual, yo sostengo la simpleza de que dos o más objetos cercanos en el interior de un campo, o entorno, donde reine una interacción determinada, eficaz y notable, no pueden ignorarse de manera absoluta, por lo que interactuarían cada vez más ostensiblemente provocando, primero, fenómenos cuánticos, luego físicos, después químicos, en un momento dado biológicos y por fin culturales, sociales y tecnológicos, o sea, que esas interacciones iniciales son capaces de producir una serie de fenómenos resultantes que pueden llegar a estructurar nuevos niveles de complejidad en un proceso de complejización creciente al que inevitablemente tienden. Y no sé (sinceramente lo digo) si esto tiene o no que ver con la tendencia que lleva del caos al orden en el límite, etc., como dicen algunos de los desarrolladores y sostenedores de la teoría o ciencia en ciernes de la Complejidad.

En estas definiciones preliminares y de posicionamiento ante el problema de la realidad, un concepto crucial que me vanaglorio de haber encontrado es el de proximidad, el de entorno de proximidad (un entorno que evidente el ser humano fue la primera criatura conocida que fue capaz de ampliar hasta más allá de su entorno natural gracias a la tecnología que desarrolló en convivencia con sus hermanas, la ciencia y la filosofía, reflejos a su vez de su poder de reflexión (heredado obviamente en germen a través del proceso evolutivo y cocinado al fuego acelerado de la Complejidad, repito, y por ello me disculpo.)

Entorno de proximidad donde las interacciones son efectivas y que tiene un alcance y unos límites observacionales, por tanto eminentementes geográficos, y representativos, y por ende efectivos en lo ideal, lo conceptual, lo cultural, lo ideológico y lo científico. Esto es crucial y lo quiero resaltar.

Esto explica dos asuntos muy significativos incluso para la antropología. En primer lugar, la viabilidad exclusiva de grupos reducidos yen segundo lugar la consideración del mundo como circunscrito por el horizonte objetivo, geográfico, lo que hizo y aún hace de todos los pequeños mundos el mundo entero (para mí, esto explicaría la lucha a muerte por los pequeños territorios conocidos, la sensación de que más allá estaría la nada, los abismos infernales o la oscuridad, la certeza de que el propio grupo es el elegido, y muchos mitos más que marcaron la marcha de la humanidad e incluso la de muchos de sus ancestros.)

En relación al primer punto, quisiera añadir que siempre hay un entorno de proximidad más allá del cual los efectos se experimentan a un nivel diferente del individual así como por parte de los grupos pequeños, etc., y que sin embargo, al no permanecer estático ni ser el entorno cerrado (deserciones, migraciones, fusiones de grupos, etc.) se acaba transmitiendo, en la medida en que existe la autoconsciencia, la idea de pertenencia a un mundo que se extrapola más allá. De ahí también, me parece, la sensación de que el propio grupo es la manifestación de una entidad siempre superior, mayor o más extensa. Esto explica la mecánica que lleva al grupo a sentirse equivalente a la humanidad e incluso al cosmos.

Por otra parte, sus grupos, al basarse en lealtades y afectos (que suelen perdurar en ellos y nosotros hasta más allá de que se ponga en evidencia cualquier negatividad o signo traicionero), no podían ser demasiado numerosos (no lo eran ni siquiera entre los primates más sociales y más capaces de ejercer ese habilidad.) La propia mecánica lo habría impedido: el celo, la desconfianza, mientras más depurado sea el instinto que permitía detectarlos antes dejarían de tolerar los atisbos de conspiración o las indeterminaciones, antes reaccionarán... impidiendo que el grupo creciera demasiado, ya fuese por expulsión de los líderes competidores, los inevitables sismas que sus apariciones conllevan, la ejecución sumaria, el reto decisivo que acababa con muerte. Y es que al celo y a la desconfianza se opondrá también una capacidad proporcional para el engaño, que a veces consiguió lo que estaba detrás: conquistar la posición dominante que a fin de cuentas es el mejor garante de los propios genes, del futuro a imagen y semejanza del líder.

Desde el punto de vista práctico, esos grupos reducidos permitían más fácilmente que se realizase un liderazgo eficaz, lo que afirmaba su carácter de herramienta idónea para la supervivencia (del conjunto, esto es, el grupo.) (En esos entornos de proximidad, la interacción de dominio, de hegemonía, de dirección, era posible; más allá el liderazgo se extinguía o era contestado como lucha entre grupos: el encuentro entre líderes por el predominio era convertido en guerra tribal: el grupo aparece como una extensión del jefe.... incluso en nuestros tiempos.)

Era, pienso, la manera más sencilla, menos problemática, de establecer un liderazgo único y con la minima contestación. Si fracasaba el líder y no surgía uno nuevo antes, el grupo estaba condenado en su conjunto. Si el líder valía, el grupo se afirmaba o reafirmaba en el mundo. Incluso los que se sometían tenía así bien garantizada su descendencia específica. A la sombra del poderoso, de nuevo... igualito que hoy en día.
Pero un hábitat conocido (pequeño) devendría territorio propio de cada nueva escisión, lo que daría lugar, en cuanto la zona se saturase, a la lucha por el dominio territorial (la ampliación del mundo parece posterior a la defensa del entorno preexistente y conocido; el triunfo de un grupo sobre otro ampliaría el horizonte para ambos... la complejidad aumentaría sin duda a través del caos de la guerra... especialmente si un grupo absorbía al otro.) Los enfrentamientos se habrían hecho inevitables y por fin se plantearían esas expulsiones absolutas, "fuera del mundo", y los éxodos "hacia otros mundos desconocidos", el exterminio o la dominación (la esclavización equivale a una integración y un crecimiento, es la forma a través de la que debió darse y aún se da la evolución social, y ello al margen del grado de sometimiento y del grado de violencia implicados, lo que no es aquí el caso discutir.)

En definitiva, esos grupos debieron integrarse a todas luces en un momento dado, con lo que el paso hacia estructuras sociales más complejas, donde se estableciesen reglas de sucesión más racionales para los liderazgos y ámbitos jerarquizados de control piramidal, acabó siendo una consecuencia inevitable. Fue sin duda el precio que hubo que pagar por el crecimiento de las poblaciones y la imposibilidad de gestionar de otra forma la supervivencia (en el límite de las posibilidades de triunfo absoluto de los pequeños grupos: véase el caso de las dos tribus que se sucedían en la hegemonía convirtiendo esa alternancia en un juego o un ritual, un caso estudiado por la etnología del que siento haber perdido la referencia bibliográfica.) Sí: eso pudo pasar y eso pudo dar lugar al salto social más quizá que como producto de la introducción de nuevas técnicas de producción, o sea a la inversa: apareciendo la agricultura sedentaria como consecuencia de la integración en grupos mayores capaces de permitir y necesitados de una división del trabajo... (y la presencia de una buena "máquina de reflexionar".)

El tiempo pasó, pero lo fundamental siguió en la base: el grupo de leales se sometería a las reglas del conjunto mayor, pero no dejaría de existir con todas sus tendencias centrípetas y de dominación incólumnes, y el grupo marginado mantendría su autoidentificación (tradiciones, cultos, mitos, modas... hasta el máximo de lo posible.) Esto, que es perfectamente observable, no cambió sino que se subordinó, manteniéndose la lucha a veces abierta y soterrada otras entre los grupos competidores por la hegemonía dentro de sociedades mayores.


Dirigir pasó a ser algo más que conseguir buenos resultados para los allegados y leales y comenzó a incluir el prometerlos.

La complejidad, que yo prefiero definir por la cantidad de interrelaciones y de estratos intervinculados efectivos (al margen de que ello represente o no "más información"), lo que se da y define las fronteras del entorno de proximidad, se mantiene y se incrementa sobre la base de la integración de grupos reducidos ocupando estratos diferentes en un esquema de división del trabajo o, mejor dicho, para que no se piense en términos economicistas, de división de las funciones sociales posibles, a veces necesarias, a veces imaginarias, en donde generalmente estas definen la necesidad de las primeras.


Cambiarán incluso las relaciones entre los propios miembros del grupo original que se transformará en hegemónico dentro del nuevo conjunto más complejo, ya que se igualan mucho más entre sí de lo que estaban antes, llegándose antes o después a tener la posibilidad de convertirse en sustitutos del líder por procedimientos institucionales (nacidos del conservadurismo del estatus de grupo) y de un modo quizá menos sujeto a las capacidades individuales y físicas, lo que dio sin duda paso a la categoría de pares, nobles, etc. y alguna vez, por qué no, a los intelectuales.

El grupo hegemónico, conseguirá así no sólo el privilegio de dirigir a la humanidad sino la de ser su único y verdadero exponente, generando a la vez un dominio sobre los demás grupos que para ser humanos deberán aproximarse lo más posible a su imagen y semejanza (algo que puede verse todavía en las instituciones de la democracia moderna o en los partidos políticos y los sindicatos.)

Eso debió comenzar progresiva e imparablemente. Los pequeños grupos debieron aceptar integrarse antes o después en una sociedad de amos y esclavos capaces de resolver de un modo superior el dilema de la lucha entre los líderes. ¿Fue un acto de benevolencia, un avance en la consideración por la vida de los miembros de los grupos extraños la implantación de la esclavitud como alternativa al exterminio, fue una medida práctica, de la inteligencia?
Pero, insisto, el pequeño grupo humano no se diluirá del todo ni dejará de bregar por sus intereses particulares de sus miembros y según los criterios asentados en sus propios mitos ancestrales (los fenómenos del cristianismo, del nazismo y del stalinismo, por no mencionar el caso extremísimo de los jemeres rojos, con sus llamamientos al predominio de la ideología del futuro por encima de los lazos familiares y la tradición, muestran hasta qué punto es posible de todos modos explotar políticamente la ruptura de la que habla Rich Harris entre hijos y padres.) Del mismo modo que las hormigas nunca llegaron ni llegarán a integrarse en una única supercolonia, los hombres jamás se integrarán en una única humanidad. Ningún mito podrá conseguirlo nunca mal que le habría pesado reconocer a Maynard Smith y a tantos hombres buenos bajo los cuales, de todos modos, y como poco, late un pequeño Rousseau.

Esa identificación grupal de ámbito reducido que continua estando pues vigente, está no obstante limitada en sus acciones, tendencias y deseos desde el conjunto mayor de la sociedad compleja, que sojuzga al líder del pequeño grupo con el resto de sus miembros, esclavizándolos, servilizándolos o empleándolos, y a veces condenándolos a la castración, la tortura y/o la muerte (a veces reduciendo sus asignaciones presupuestarias.) El pequeño grupo queda, en todo caso, más o menos marginado y dispuestos a prepararse para una nueva ocasión que le permite convertirse en el grupo hegemónico de reemplazo... Simplemente, para darle la vuelta a la tortilla.

De ahí que la teoría marxista de la división en clases no sea aclaratoria del mismo modo que la evolución social en base al desarrollo de las fuerzas productivas (progreso industrial y tecnológico) y de ahí que desde un principio la burocracia se hiciera necesaria y se impusiera (exigiendo y consiguiendo su tributo) y que la ideología del grupo (su mito existencial y fundacional) fuese discriminatorio y mandatorio. Eso explica la proliferación de burocracias en busca de apoyos, ejemplo de las cuales los partidos políticos y en especial los "comunistas" y los "reformistas" (y hoy los islamistas, por ejemplo), encuentran en sus tradiciones dogmas útiles aglutinantes.

(Como, si se me permite, eso de "la memoria histórica".)
Las tendencias dominantes pero también la generosidad y el altruismo ya estaban presentes en los genes de los simios. También ellos son instrumentos teleonómicos y como tales están al servicio de la evolución, de la reproducción, de la invarianza, del conservadurismo intrínseco a la vida.

De ahí que la sociedad humana haya alcanzado el actual modo burocrático de organización que define cada vez mejor el sistema de luchas grupales y de establecimiento del predominio de los grupos entre sí y dentro de los grupos mismos. Siempre con la convicción explícita de que la verdadera humanidad será la que "mi" grupo "promueve y difunda hasta que todos sean como "los míos", o sea, dejen de ser "otros".
El grupismo y sus reglas intrínsecas explicarían la tendencia a creer en la capacidad de liderar al mundo por parte de un grupo específico y en última instancia de sus dirigentes o líderes individuales. Y la facilidad para asumir el exterminio de los demás grupos (rivales) en nombre del futuro mismo de la humanidad. Y también de perpetuarse mediante métodos selectivos primitivos y naturales, que deberíamos estar tentados de catalogar desde el presente cercano como nazis y amorales, como en las conductas simples e inocentes de las madres primitivas en base a cuyas experiencias Judith Rich Harris desarrolla la tesis de su artículo "Parental Selection: A Third Selection Process in the Evolution of Human Hairlessness and Skin Color" que ya he comentado en la entrada específica dedicada a este asunto.

Y también explicaría el carácter más recalcitrante y perverso que hallamos en los grupos que más valoran la existencia de los agrupamientos y hacen eje en las acciones de masas y en la solidaridad y demás sentimientos colectivos (que son definidos siempre por la cúspide, los representantes, los intérpretes, los sacerdotes... Los individualistas, a fin de cuentas, serían los menos peligrosos para la existencia de los demás, incluso los más tolerantes.

Pero el grupismo hay que aceptarlo sólo como se aceptan las enfermedades o los parásitos benéficos: valorarlo positivamente sólo nos conduce a aplaudir también el egoísmo de los líderes y la servidumbre voluntaria de las masas. La naturaleza, la realidad, los resultados de la evolución y de la existencia de materia interactuante, no es ni moral ni no moral, y mucho menos inmoral. Está más allá del bien y del mal (aunque el hombre no llegue a convertirse en superhombre.) La moral, dicho sea de paso, es un mecanismo contradictorio, pero no combatible, no extirpable ni especialmente valorable, de nuestra idiosincracia resultante.

Por eso creo que no será posible, salvo que nos convirtamos en una especie enteramente diferente de la que hoy somos y conocemos y en la que nos reconoceríamos, o que, transitoriamente, nos viéramos un día enfrentados a una raza distinta proveniente del "espacio exterior", una raza que ya será distinta por el mero hecho de provenir de otra parte, que se consiga lo soñaban Maynard Smith y Szathmáry:

"Necesitamos crear sistemas legales (...) y mitos que extiendan la lealtad de grupo a la especie humana en su conjunto." ("Ocho hitos...", Matemas, pag. 229)

... y que más bien se cumpla lo que dice Pinker, a saber, que:

"(...) cada grupo desarrrolla una comunidad de intereses que le lleva a entrar en conflicto con otros grupos" ("Introducción" a "El mito de la educación", Debolsillo, pag. 15)

... lo que siempre reflotará de entre los acuerdos, alianzas y compromisos utilitarios e inevitables.

Habrá que terminar de escribir algún día la historia de los hombres de modo que explique paso a paso, interacción por interacción, por qué somos los que somos y por qué somos cómo somos, es decir, quiénes perecieron en realidad por el camino (qué rasgos genéticos) y por qué. Y qué nos permitió asentarnos a los demás, triunfar sobre el resto de las posibilidades experimentales. Y decirlo muy claro en cada una de las etapas y para cada uno de los acontecimientos: cobardía, perversidad, fuerza, astucia... lo que sea. 

lunes 14 de enero de 2008


¿Dónde queremos y dónde podemos situarnos en relación con la mentira y el autoengaño?

Sin duda existe una naturaleza humana, en otras palabras, una serie de atributos comunes a todos los individuos de la especie al margen de su particular agrupamiento social o su posición dentro de su grupo, y por supuesto al margen de muchas diferencias de detalle (que me permitiréis dar por supuesto aquí). Y sin duda la misma tiene una base genética y constitucional. Pero permitidme asimismo que enfoque un solo aspecto, el del lenguaje, en relación con la pregunta (obviamente capciosa) del título.

Al respecto, pienso, sin saber hasta qué punto esto ya fue sostenido tan radicalmente, casi o más, que desde el punto de vista evolutivo la función fundamental, básica, no colateral por así decirlo, del lenguaje es la de la trasmisión de información (tanto en un sentido limitado como distante en el espacio-tiempo, incluso subjetivamente trascendental).

Judith Rich Harris decía:

"Los chimpancés (...) tenían que ir eliminando a los miembros de la comunidad vecina de uno en uno, pero Josué pudo exterminar a los habitantes de ciudades enteras de una sola pasada. Y eso no era fácil, porque la mayoría de las ciudades estaban amuralladas. El truco de las trompetas sólo funcionó una vez, en Jericó. Josué tuvo que abrir brechas en los muros, de las otras ciudades sin la ayuda de la intervención celestial. En Ai usó la astucia. Envió una pequeña fuerza a atacar la ciudad mientras que el grueso del ejército esperaba emboscado. El pequeño destacamento atacó y luego se retiró, y la gente de Ai salió tras ellos, creyendo que habían derrotado a sus enemigos y que sólo quedaba administrarles el golpe de gracia. Dejaron la ciudad abierta y desprotegida a sus espaldas y corrieron directamente a caer en una emboscada donde les esperaba Josué.

"(...) Josué fue capaz de adivinar qué harían los habitantes de Ai (...) El sabía que podían ser engañados e inventó un plan coplejo para engañarlos. Otra ventaja crucial fue su habilidad para comunicarles el plan a sus generales." ("El mito de la educación", Debolsillo, pág. 164)

Es obvio que hoy en día, mucho más que las trompetas son insuficientes, que la información vuela, que hoy Ai sabría desde un principio casi con precisión cuántas eran las fuerzas de Josué, etc. y por ello que las necesidades en ambos sentidos (informar y desinformar) son hoy muchísimo más complicadas y difíciles de satisfacer. Pero eso es todo, que no es poco dado el empuje que esas necesidades han dado y dan al mundo con vistas al dominio de un grupo sobre los demás.

En todo caso, esa descripción resume a mi criterio toda la cuestión. La información es vital para informar verazmente así como para engañar. Y la que nos damos a nosotros mismos tiene el mismo propósito por ser tendencialmente esquizofrénicos y donde cada parte necesita empujar o frenar a la otra, animarla, aliarse a ella o vencerla.

La cuestión es tan simple y Harris es tan explícita que sería ofensivo por mi parte aportar más fundamentos.

De ahí se desprende la pregunta y sería genial que por un instante, el mayor número posible de individuos se preguntasen, respecto de sus propias afirmaciones, juicios, tesis, etc., así como sobre todas aquellas del prójimo que repiten, critican o comentan, se la formulasen:

¿En qué punto del segmento que va desde la intención de informar o informarnos,  a la intención de mentir o mentirnos, queremos y podemos situarnos?

Quizá, luego, podamos preguntarnos el por qué. Pero no el que ya señala suficientemente Harris, sino el específico y más elucidador que corresponda a cada situación real.



jueves 24 de enero de 2008


Sobre la cuestión de ser o no ser uno más en un grupo

Voy a dejar aquí testimonio de la razón central por la cual descarto sumarme al grupo (más bien un frente de hecho de grupos heterogéneos, como es normal) de quienes exigían a las Universidades que no cedieran espacio a los "creacionistas" que intentaban publicitar en ellas sus ideas. Por un momento me dejé llevar un tanto, ya que, indudablemente, mis posiciones son anticreacionistas, aunque como parte de un enfoque mayor. Sus conductas, no obstante, me mantuvieron a distancia y por fin me echaron para atrás. Cierto aroma dogmático, cierta suficiencia por parte de la mayoría, pero sobretodo cierta simplificación y la incapacidad para ver la viga sólo en el ojo de los oponentes, ya me hizo abrigar reparos. Ya había notado yo en ciertas posturas la reproducción de lo que me inclinaría por denominar el prototipo roussauniano.

De todos modos, lo poco que jugué, por esa indudable simpatía global y afinidades varias, provocó que me viera pronto estigmatizado, al menos en un caso, y no contestado en todos los demás. Volvía así a comprobar que el ser humano tiene el olfato muy fino cuando se trata de identificar al intruso.

Pero mucho más importante y significativo que todo eso, se desprende de la exposición misma de las causas por las qué me resistía y no me sumo ni me sumaré (salvo que ante verdaderas situaciones de peligro que me obligasen a pasar a la resistencia activa) así como la exposición paralela de las características de esos grupos; características que son comunes a todos los grupos humanos desde el fondo de sus genes, lo que hace de los mencionados en particular, buenos ejemplos para ir más lejos y comprender más cosas y más profundamente.

Insisto para dejar esto muy claro (aunque no temo someterme a vigilancia): la mía es una posición intelectual que defiende el pensamiento desprejuiciado y riguroso (al que el "creacionismo" se enfrenta de hecho y de derecho), un estricto respeto del postulado de objetividad (que el creacionismo pisotea), la búsqueda de la verdad a costa de cualquiera sea el ídolo o la consideración que se interponga en el camino y que tenga que caer duela lo que duela (de los que el Dios de los "creacionistas" militantes es para mí sólo un ejemplo y toda mera autoridad un sucedáneo) y que por todo ello me obliga a no callar ante cualquiera que sea el hecho, material o cultural, que afecte, dificulte, desvía o impida la marcha teleológica del ser humano de la manera más directa posible, es decir, la que lo lleve a avanzar simplemente más rápido y menos dolorosamente en su consecución global.

Al explicar mi inclinación contraria a la suma dócil (única posible en última instancia en relación a un grupo) se comprobará que tomo el asunto particular como un caso más entre todos los existentes de igual naturaleza, es decir, entre todos los que se hacen sinónimos de la existencia misma de los grupos humanos y así de su intensa realidad.

Pues bien, la razón por la desisto de sumarme a un grupo como el mencionado, es ni más ni menos porque considero que su posible triunfo en la lucha por el poder que lo mueve, consciente o inconscientemente, contra su oponente, no me reporta garantía alguna de que mis propios objetivos y principios se vean satisfechos, sino más bien todo lo contrario.

En efecto, llego a vislumbrar que su triunfo sería también (da igual que lo fuera algo menos que de triunfar los otros) garantía de imposición de renovados obstáculos, renovados ídolos, renovadas violaciones de la objetividad, renovados prejuicios, etc. No es la primera vez (ya hay experiencia histórica acumulada de sobras) que se exhiben buenas maneras y cierta honestidad intelectual para acabar justificando la permanencia en el poder y sus métodos. Yo, al menos, ya no me fío, tanto en nombre de la desconfianza indirecta como de la propia.

Mi postura, sirva esto para generalizarla explícitamente, se basa en la tesis de que los grupos se aglutinan en torno a vanguardias más combativas, más prácticas, más militantes y más propensas a estar a la cabeza "para estar con todos" (sic J. P. Sartre) que asumen con gran facilidad la representatividad de los demás miembros de su grupo y la extienden a la humanidad entera, presente y futura. Desde mi punto de vista, esas vanguardias dirigentes sólo pueden responder a una mecánica que acaba desmintiendo antes o después la autenticidad de su representatividad y acabar utilizando la supuesta para mantenerse en el poder a costa de sus representados.

Mi postura, se basa también en la convicción de que el triunfo de unos grupos sobre otros en una lucha de ese tipo se dirimirá como un resultado objetivo más de la realidad, es decir, un resultado por el que pasará el proceso teleonómico como sea, con o sin mí o, mucho mejor dicho, conmigo cuando yo mismo me sienta llevado a involucrarme de una manera inevitable y más allá de lo que ya lo estoy siempre de hecho. Algo que sin duda les sucede a los que se suman, por el motivo que sea, y que me sucedería en tanto mis intereses estuvieran o pudieran estar inminentemente afectados.

En este sentido, me parece pertinente hacer constar que las discusiones acerca de la libertad de expresión y "sus límites" son puramente eufemísticas y no conseguirán así ir demasiado lejos, como no lo fue ni antes ni después de Mill y Tocqueville a pesar de sus esfuerzos y su lucidez. ¿La causa?, pues veréis: yo pienso que, en la lucha por el poder, los grupos involucrados sólo pueden contemplar seriamente o con las justificaciones que sean necesarias, es decir, ideológicamente, todo concepto y valor moral que esgriman o combatan respectivamente. La discusión, si conserva (poco más que temporalmente), un mínimo de coherencia interna (es decir, si no cae lisa y llanamente en la hipocresía o la contradicción), apelará siempre a referencias generales que de generales tienen en realidad poco ya que están tamizadas por los intereses del propio grupo en pugna (particularmente de la vanguardia que interpreta, se extralimita, vacila y se equivoca a partes iguales), referencias que sólo se consideran generales tal y como a los intereses propios a los que rinden tributo, es decir, no siendo sino parcialmente generales en la realidad.

Señalo, para terminar esta exposición positiva y no crítica, que creo que el trabajo que debo hacer, en todo caso (si es que hay que hacer alguno y tengo finalmente ganas en el curso de llegar a alguna parte), está fuera de los dos bandos en pugna e incluso fuera de todo bando en pugna, pero de esto me ocuparé (o no) en algunos próximos post, artículos o lo que sea... Ese trabajo, ya iniciado hace tiempo de manera zigzagueante, encierra la inevitable idea de que todos los demás bandos y grupos serán, tendencialmente, derrotados, desnudados, circunscritos, diseccionados, descompuestos en sus elementos positivos y negativos, etc., por la vía de la localización de sus verdaderas intenciones; esas que como mucho se pueden reprimir y generalmente se pueden ocultar o maquillar (las que empiedran los caminos al infierno). Una meta hacia la que algunos pero creo que cada vez más nos dirigimos de manera creciente (aún no sé por qué ni sé si lo sabré algún día), zigzagueante y no siempre hacia adelante -¿puede definirse sobre la marcha esta dirección o sólo con el tiempo y por nuestros descendientes?- y también, en concreto, en base a una elucidación multidisciplinar. Me refiero a los que como yo están dispuestos, por lo que sea, a aceptar ser leyenda antes que uno más...

Y ya para terminar con algo divertido con el fin único de ilustrar este post (o sea, como muestra de lo conscientes que pueden ser los contendientes más inteligentes de uno u otro bando acerca de lo que está realmente en juego), transcribo a continuación el inicio de un sutil y un tanto delirante post que acabo de encontrar en la blogsfera (recomiendo su lectura completa porque muestra hasta qué punto hay buenos oficiales tácticos en el bando del tan mentado y descalificado "oftalmólogo" que andaba por aquí haciendo proselitismo. Veréis aquí cómo opera este espécimen, el Sr Louis Savain para más señas, asegurando que conseguirá crear "The Christian artificial intelligence!", ¡¡ni más ni menos!!, y cuya lucha se orienta contra la ciencia tradicional a la que denomina, con cierta base argumental, por supuesto parcial pero demostrativa, lo sostengo, como siempre se puede hallar en la medida de lo posible por medio de la ideología y de la inteligencia: "Voodoo science"). Y no olvidéis el efecto (cuyo origen siempre es difícil de precisar) de la consideración por una de las partes de que se encuentra en guerra sobre el oponente, que, si es que no lo estaba ya, de inmediato lo estará también. En fin, escandalizaos y divertíos, afilad los machetes o esperad a ver si escampa... Ahí va:


The War Between the Believers and the Deniers

The Darwinian Walls
There is a war going on between believers and non-believers. The believers believe that an intelligent designer created the universe and all life forms while the non-believers deny it. The Neo-Darwinists, Atheists and Materialists (the deniers) are under siege. Their mortal enemy (the believers) is at the gate. The deniers know the consequences of losing the war and they will do everything in their power to defeat their attackers. So far, they have the upper hand. They have done an excellent job at keeping the enemy at bay and they have surrounded themselves with near-impregnable walls. The believers have made several attempts to breach the walls without much success.

There is no question that a careful examination of a design can reveal a lot about its designer. However, if the designer happens to be a highly advanced entity (or a group of entities), the design can be so complex, so perfect and so tightly integrated with its environment as to be almost indistinguishable from nature. Regardless of the evidence, the non-believers can always argue for a naturalistic origin. They can muddy the waters to the point of rendering any dissent ineffective. Over the years, they have managed to gain control of the education system and the media. They have, in effect, built a near-invincible propaganda fortress around themselves. The believers realize this. They know they must maintain the pressure but they also know that, in order to breach through the walls, they need a new plan of attack and a more effective weapon. They must regroup and reevaluate their strategy.

(sigue...)

Esta imagen del diseñador o científico loco fue tomada del blog "Stranger fruit" y fue creada por Roberto Campus


viernes 25 de enero de 2008


...uno más en un grupo (continuación)


Dije en el post anterior que no me sumaría al frente de grupos que se alzaron contra el embate del creacionismo y su "diseño inteligente", pero creo que, desde mi propia perspectiva, tengo que decir algunas cosas que, nacidas de mis reflexiones sobre el tema, tal vez pudieran interesar a quienes quieran enlazarlas con las propias.

Intentaré retorcer mentalmente una pregunta hasta sacarle todo el jugo que me permita mi fuerza, a saber: ¿qué impulsa esta guerra por su parte, por qué esa preparación permanente para la guerra y esos asaltos a lo que para ellos estaría por ser reconquistado?

Yo creo que no se trata únicamente de combatir el contenido directo de sus ideas peregrinas, míticas y hasta muy imaginativas, sino de comprender qué pudo impulsarlos a alzar esas banderas y qué creen que van a conseguir.

Tal vez esta guerra suya sea considerada por muchos de sus actores una auténtica cruzada contra el infiel, el pecador, el anticristo, etc., que hubiese avanzado demasiado, por lo que hay que organizarse contra él y combatirlo. Tal vez entiendan que se dejaron vencer por un enemigo más contundente que supo avanzar mientras ellos permanecían impasibles o acomplejados. Tal vez piensen que el mismísimo Dios, Cristo quizás resucitado, los ha llamado desde la eternidad hasta que por fin fuera escuchado en un instante específico de la historia, cuando los que oyeron por fin llegaron a estar allí. Es posible que entre ellos haya muchos que compartan la idea de que todo fue dejado en las Escrituras en espera de los sabios que las supieran interpretar...

¿Pueden estas descripciones en sí mismas poner en evidencia la profunda desubicación de todos ellos? Sin duda. Pero nosotros, los que no pensamos que las sombras nacen de la nada ni vienen de dimensiones irreales y fantasmagóricas, sabemos que algo debió motivarlos a salir a la superficie, a montar una estrategia, a definir el campo de combate y los objetivos, a armarse de una u otra manera y a atacar allí donde piensan que tendrán más éxito. Sin duda, su vocación es militante. Sin duda, se trata de los que no se resignan a conservar su nicho de tradición, fe y humildad de servicio. Es posible, incluso, que, digan lo que digan, algunos de ellos sean los diseñadores reales, de carne, hueso y sesos, que pergeñaron y día a día mejoran su estrategia, aunque se apoyen en escabrosas interpretaciones por ellos mismos realizadas (en búsqueda de armas) de las "Sagradas Escrituras". Lo cierto es que esto pone en evidencia una previa predisposición para el combate, ¡incluso una determinada iluminación inicial!

De nuevo, se trataría de una evidente beligerancia intencionada que no puede sino responder a un claro deseo de revancha, de reconquista, de Poder.

¿Qué quieres, hermano o hermana?, podríamos preguntarles, y cualquiera que fuese su fantástica respuesta debe salir que se nos quiere expulsar del templo, de los bastiones del poder como la educación y los gobiernos, de la vida cotidiana, de la realidad, del mundo (por ahora, es decir, en las actuales correlación de fuerzas, de manera progresiva, pero íntimamente... "¡oh, Señor!")

Como dice ese señor del que cité un trozo de su panfleto surealista en mi post anterior, se trata de la guerra mesiánica del cristianismo contra la ciencia tecnocrática que domina en todos los ámbitos de la cultura y que se resiste a ser removida de sus poltronas (véase el post del mencionado individuo.)

Ahora bien, ¿quienes son esos que se sienten acorralados o en inferioridad de condiciones y ante quienes? ¿Es que los no creyentes de diverso grado, quizá con el mismísimo Diablo a la cabeza, los están sojuzgando, amenazan sus libertades individuales, pretenden someterlos a la esclavitud, el terror, la humillación, el dolor, los campos de exterminio...?

Bueno, no tanto, pero sin duda en parte y en ciertos sentidos que son muy reales (algunos no sólo pare ellos sino para otros muchos grupos e individuos de la presente sociedad global que por esta vez dejaré un tanto de lado.)

El laicismo, la ciencia que nunca ha sido capaz de autolimitarse, la avidez de progreso que tantos males induce... impone a todos los seres humanos, en particular a los descendientes de esos creyentes que se están levantando en defensa del futuro, de su futuro, cosas tan terribles (espero que quede calro que no pretendo definirme en este párrafo sino sólo mostrar el punto de vista ajeno: ajeno por ambas partes a mi postura en su conjunto y en varios detalles prácticos) como la eutanasia y el aborto, la clonación y hasta la prolongación indefinida de la vida... la educación en sus manos (¿qué es si no esa nueva asignatura y esas leyes restrictivas de la libertad de imponer un determinado camino a los hijos?) propenderá a que cada vez haya más enemigos de la fe... de la vida... de la muerte natural... y de todas las "sagrados preceptos".

¡Claro que se sienten acorralados, claro que se sienten amenazados!

Y esto sin contar con el avazallador avance del Islam.

Ahora bien, si miramos todo eso de conjunto y en sus detalles con la óptica que el hombre construyó entre el Renacimiento y la Ilustración (y dejo de lado la regresión positivista por ahora), ello nos tiene que parecer monstruoso, a la vez que irrisorio. Desde el punto de vista histórico, desde la perspectiva de las necesidades humanas de hoy, todo lo que esas "buenas gentes" sostienen... no se sostiene. No tienen la menor posibilidad de conseguir sus objetivos oscurantistas, ni de convencer a nadie de que la Tierra nunca dejó de ser plana... perdón, nunca existió antes de que Dios la pusiera precisamente a girar alrededor del Sol hará cosa de 500 millones de años, a la vez o después de situar el Paraíso en más o menos cerca (para Dios no hay problemas de distancia y quizá tampoco de tiempo), un Paraíso que quizá girara también alrededor del Sol (¿a quién se le ocurriría volver a Tolomeo?)

Pero esto es ver las cosas casi tan distorcionadamente como las ve el adversario al suponer que éste es honesto y no como muchos de sus propios aliados progresistas o racionalistas.

Tal vez a todos os parezca traído de los pelos, un auténtico exabrupto, pero... ¿por qué no podría haber un día, sea o no por mucho tiempo, una región del planeta en donde esos integristas triunfasen y llegasen a instituir una Kampuchea Cristianodemocrática o un Sistema de los Obispos a la Ayatolá?

Hoy en día, tal y como veo las cosas, los movimientos de masas dirigidos por burócratas que viven de ellas a base de promesas y engaños y que son la tónica se revisten de un cuerpo de doctrina ideológica que no tiene origen en convicciones verdaderas sino en la necesidad de empuñar las más eficaces para aglutinar y marginar respectivamente. ¡Esa el la cuestión!

Lo que los militantes creacionistas combaten no es el positivismo ni el racionalismo ni la ciencia, lo que combaten es su falta de control sobre la realidad, y eso es lo que quieren reconquistar. Ellos quieren una ciencia que acepte moverse dentro de determinados límites que denominan morales, pero no necesariamente los que nacen de los Evangelios (que siempre podrán reinterpretarse, como ha sido hasta ahora y sin duda lo será mucho más en el futuro), sino los bendecidos o legitimados por la jerarquía del movimiento (ya se dirimirá cuál será la cabeza mediante la lucha intestina de rigor). Ellos quieren una racionalidad, pero que sirva para buscar la interpretación adecuada y apuntalarla, para explicar cómo Dios es real, previo al mundo, por qué permitió el libre albedrío, por qué nos obliga a nacer, a vivir, a producir y a morir... ¡Todo eso hay que explicarlo, y... hay que trasmitirlo a las generaciones venideras! Sin duda, el racionalismo es fundamental. En cuanto al positivismo, siempre fue un buen aliado, y se lo debe recuperar para la causa de la contención. El positivismo puede realizar un papel digno sirviendo dentro de ciertos ámbitos. La técnica, al menos para algunos, no es despreciable. El movimiento es cristiano, esto es, ha nacido en el seno de la civilización, de la cultura occidental... Ya se verá más adelante si resurgen los herejes de otros tiempos, los dulcineanos, por ejemplo; esos inadaptados que seguramente habrá que perseguir o pasar a cuchillo largo (una de las primeras noches), porque, como siempre, matar al prójimo siempre tendrá sus excepciones y licencias (¿quién dijo más allá de las consignas que todos somos humanos?). En cuanto a que en alguna parte algunos logren imponer su Kampuchea Demócratacristiana... bueno, ya se les pedirá que se contenten con no salir de sus fronteras nacionales... y en todo caso... siempre se puede mojar con agua bendita una efectiva bomba atómica. Lo importante es avanzar y ser la cabeza del movimiento. Esto pretenden los mentores del "diseño inteligente" como cualquier otra vanguardia que hubiese descubierto el Buen Camino.

No todos lo ven así, quizá casi nadie, tal vez sólo yo... Sin embargo, los grupos que defienden el progreso, la ciencia positiva, el racionalismo ateo o agnóstico, el materialismo, etc., esas mil y una variantes en que se desgajó la Ilustración a instancias de una realidad que superaba, como sucede y sucederá siempre, las pretensiones imaginarias del hombre, actúan en los hechos como si lo comprendieran, en otras palabras, lo asumen. La mayoría se defiende, la mayoría propone levantar barricadas, formar en la defensa, impedir el avance y la entrada, no permitirles el usufructo de la libertad para que atenten contra la propia (¿por qué habrían de ser idiotas, por qué habrían de tener mala conciencia...?) Que no lo vean ni los unos ni los otros no es sino una consecuencia misma de su propia estrategia, una estrategia que no puede aglutinar ni vencer si no es por medio de la hipocresía y del engaño, de la toma de las mejores palabras en tanto que armas ideológicas, al margen de sus significados verdaderos; de hacer aliados entre los indecisos y de neutralizar a los vacilantes.

¡Amigos, mirad a uno y otro lado: se está dirimiendo por todas partes la lucha por el reparto del botín!

En sí mismo no es nada nuevo, es verdad. Y no es fácil permanecer al margen, lo que tampoco es novedad.

Pero hoy tenemos mucha más historia sobre nuestras espaldas y eso debe ser aprovechado; es más, creo que lo será.

¡Podemos identificar a los contendientes de hoy en día! ¡Y no tenemos por qué sumarnos ingenuamente a sus verdaderas pretensiones en nombre de las que en apariencia sostienen! ¡Sólo debemos desnudarlos ante nosotros mismos y permanecer atentos a los que, sean de uno u otro bando, amenacen con imponer un predominio absoluto en la parcela que ocupen o que estén a punto de tomar por asalto! ¡Ya es hora de que, así como estamos superando la extrañeza de vernos como un resultado evolutivo, acabemos también con la extrañeza que nos producen las noticias de genocidios y masacres, dictaduras atroces y crueles y fanatismos devastadores, y reconozcamos que son humanos, que son la otra mitad del Vizconde Demediado!


sábado 26 de enero de 2008


...uno más en el grupo (final, mas no del todo)


El debate sobre la libertad, que justamente salió a relucir en relación con los recientes embates creacionistas y las resistencias que provocaron sus pretensiones en sus enemigos (invito a leer los tres posts anteriores), pone de manifiesto como pocos que la grupalidad está por encima de todas las consideraciones.

John Stuart Mill, sintiéndose intérprete de una humanidad teórica posible, ya lo reconocía, como realidad presente al menos, a mediados del siglo XIX:

"...desde el punto de vista de cada individuo, el mundo solo representa aquella parte del mismo con la que la persona está en contacto, ya sea un partido. una secta, una iglesia o una clase social."

y

"Carga sobre su propio mundo la responsabilidad de que él tenga razón frente a los mundos de otros hombres que no coinciden con el suyo..." (Sobre la libertad, Edaf, 2004, pág. 68)

Mill era una persona excepcional, capaz de ver mucho más allá de su tiempo gracias a ser capaz de ver en su tiempo por debajo de la superficie y de las declaraciones. Incluso a costa de quedarse solo (como insiste más adelante que hay que estar dispuesto a hacer: "su primer deber es seguir su mente", ibíd., págs. 94-96). Pero ello no lo libró de verse entre la esperanza y el pesimismo, entre la lealtad intelectual a la libertad que necesitaba su espíritu y los impulsos que lo llevaban al desprecio de la mediocridad y al deseo de una república de sabios (apunto esto para un post aparte), entre la resignación insostenible y la rebelión elitista aunque contenida, en fin, no lo libro de esa especie de esquizofrenia que nos invade a los intelectuales independientes y que en cualquier momento podría ser recompensada con esos manicomios, u otros centros de aislamiento equivalentes, a los que, como señala Mill, a la masa le encantaría recluirnos.

Muchas de sus frases son tan claras, suenan tan alto y bien, parecen tan irrefutables, que llevan como siempre a sus seguidores hipócritas a buscar tan sólo justificaciones temporales y prácticas para considerar que no se pueden aplicar. Y claro que no se puede, pero, entonces, habrá que desvelar la base material que impide la utopía, y no seguirla agitando a medias; la realidad debe ser explicada de un modo más sólido que por medio de las simplezas de índole a fin de cuentas moral o educativa.

Mill mismo no acaba de abandonar, en sus esfuerzos por transmitir lo que su intelecto veía como mucho más útil para la humanidad, sus intentos de convencer al mundo (en realidad a la élite intelectual a la que se dirigía) por mediación de la razón. Algo que no no podremos evitar nunca en nombre de nuestra teleología genética por más inconducente que ello sea. Una cosa y la otra son caras de la misma moneda y ambas dejan en evidencia que la tendencia a actuar y a pensar, en y desde el propio grupo, existe. Ahora bien... ¿tiene remedio o es inevitable?

Si tiene remedio, ¿quién o quienes se lo impondrán a los demás? ¿Por qué medios? ¿Lo admitirán los demás o se resistirán? ¿Quién tiene el derecho, quién la obligación? ¿No implica esto mismo que se formen grupos antagónicos?

Si el problema fuera debido a "las mentes estrechas y poco cultivadas"... ¿quiénes deberían hacer y qué para que desaparecieran o no obstaculizaran? ¿O quiénes, cómo y apoyados en qué lucharán los "sabios" contra aquellos que los engañen y los usen para imponer sus propios sistemas de explotación y dominio?

Si lo contrario, ¿a qué fenómeno humano o social está el problema vinculado tan estrechamente? ¿A los genes, la evolución, la naturaleza humana... o el aprendizaje, la cultura, la moral? ¿Es propio de la sociedad actual, de su insuficiente desarrollo?, ¿es propio de una época? ¿De unos grupos? ¿O es de la naturaleza humana, intrínseco y no temporal, y de todos los que existen y los que existirán?

J.S.Mill se encontró sin duda en medio del dilema, y lo abordó con la mayor honestidad posible, por momentos con un optimismo vitalista que no sé yo si pudo conservar hasta el fin de sus días a la luz de los acontecimientos que debió vivir, por momentos augurando el colapso de su civilización, inevitablemente expresando su deseo de que la sabiduría (qué si no un grupo, qué si no el suyo) tomara las riendas de la sociedad en sustitución de los representantes de la mediocridad masiva (entre los que estaban los políticos e incluso los jueces).

Sin duda no es sencillo aceptar que lo que pensamos con la mayor de las noblezas como positivo para la humanidad entera sean meras utopías basadas en los ideales de nuestro propio grupo, que la humanidad no es homogénea, que la honestidad no es suficiente, que la trampa y el engaño, que nosotros intentamos no practicar porque nos resulta rechazable en uno mismo, son herramientas necesarias e inseparables de la marcha de la humanidad a través de sus propios congéneres, que la humanidad sólo puede avanzar con un grupo que vaya marcando el paso, con grupos sojuzgados, con prisioneros, esclavos y cadáveres en los márgenes del sendero...

El propio Mill lo decía:

"Si nunca actuáramos según nuestra forma de pensar, porque podríamos estar equivocados, abandonaríamos nuestros intereses y dejaríamos de lado nuestros deberes" (pág. 69)

¿Puede ser necesario explicitar a qué intereses y deberes se estaba referiendo? ¿Pueden ser los de una humanidad global que se encuentra claramente dividida en grupos enfrentados en nombre de intereses opuestos y convencidos de que sus deberes no son exactamente los de los demás... o son los de uno de esos grupos, aunque sea el que se declara más altruista... mientras le es posible?

Mill declara confiar (no del todo) en que la razón y el convencimiento lleguen a imponerse (eso es lo que publicita), que para él se realizaría si se permite que todos los grupos (e individuos) expongan libremente lo que piensan y no sean ni reprimidos ni se autorrepriman, ya que ello significa que "se hurta a la raza humana" la posibilidad de mejorar mediante la confrontación intelectual (pág. 66). El sostiene que "hemos de confiar" que la humanidad "será capaz de dar con ella (una mejor verdad) cuando sea capaz de admitirla" (pág. 74), lo que sólo sería posible si la humanidad llegara a ser una sola a la vez que una suma de individualidades extraordinarias, a lo que se reduciría la cuestión. Pero más adelante, ve las dificultades en esa misma diversidad que pide sea respetada, dificultades que llevarían la civilización al estancamiento (págs. 164-168).

Mill, con todo, confunde el avance de la humanidad desde la barbarie hacia la civilización con un progreso (sea o no irregular, esta no es la cuestión aquí) de la razón a lo largo del tiempo, de una sistemático desarrollo de la comprensión que tarde o temprano se impone (tras la decadencia de nuestra civilización... ¿quizá otra tome el testigo y siga su loca carrera mientras muchos, con Mill, arrojamos la toalla?)

Pero no es así como yo lo veo a la luz de los hechos y de las tendencias. Más bien se trata de sucesivos mitos que se imponen a los demás gracias a una mayor eficacia. Mill acaba incluso considerando más razonable al cristianismo que a la religión romana, cuando obviamente, si éste se impuso no fue por traer verdad alguna al hombre sino por su eficacia como mito.

Esa eficacia, precisamente, pasó luego a La Razón, luego a manos del positivismo y luego a manos del relativismo y el pensamiento débil de la posmodernidad. Pero es una lucha que no sólo no está zanjada sino que hoy cuenta con varios grupos y subgrupos, ideologías y subideologías, con la pretensión de imponerse, algunas realmente retrógradas sin dudas desde mi punto de vista (o el de Mill), es decir, de los que tenemos una idea determinada de la humanidad, preferimos obtener lo que podamos por nuestro propio esfuerzo, sin duda negociando (y comerciando como una de sus expresiones habituales mientras el sistema exista), entreteniendo, enseñando o cautivando... (siempre con la mayor riqueza posible). Es decir, según las habilidades, apetencias y pretenciones del grupo al que pertenecemos (un derivado entre algunos otros de los que lograron llegar hasta estos tiempos), y que podría no conseguir instituir nada, parcial o totalmente, que le resulte conveniente; en otras palabras: que podría ser de los que queden en el campo de batalla.

Hoy, el mito de la Ilustración está por los suelos o como mucho se agita con hipocresía o autoengaño. Los de la religiosidad tampoco van boyantes, aunque lo parezca, ya que muchos movimientos de masas siguen banderas religiosas y místicas en busca en realidad de una redistribución del mundo que les sea provechosa (es decir, son menos movimientos religiosos que conservadores o tercermundistas). Hoy la cultura de la música, la lectura y el cine menos complicados, del ipod claustroadictivo, de los videojuegos egotistas, de la ropa de marca como salvoconducto, de la droga evasiva... tienen sus mitos de Libertad desenfadada e irresponsable que se extienden en occidente y que incluso es capaz de asimilar a los nietos de la inmigración por encima de sus tradiciones. Este mito compite con otros en un mosaico cada vez más heterogéneo, donde hay iconos etereos de Paz, de La Tierra, del Bienestar, etc. Grandes partidos y movimientos políticos son engalanados con banderas redistribucionistas que prometen el abastecimiento desde arriba a costa del esfuerzo de todos, al mismo tiempo denigrado. Todos, capitalistas, obreros, empleados, funcionarios, políticos... se mueven hacia el ocio, para vivir de él y para consumirlo... El orden de las cosas parece invertirse por momentos y por parcelas, dando al mundo visos de absurdidad o de una cáscara hueca, sin significación y aparentemente arbitraria. No es del todo así. La gente sigue respondiendo al imperativo de sus genes a través de las mil y una mediaciones culturales y psicológicas, sociales e imaginarias que la envuelve. Puede que el futuro de a luz incluso sociedades a imagen y semejanza de las de las hormigas, que tanto agradan a algunos. Puede que la conquista del espacio dé otras alternativas a los más inconformistas. Puede que algún día se acabe imponiendo una u otra selección artificial... diseñada por el grupo dominante.

Hoy siguen, una y otra vez, produciéndose y reproduciéndose prácticas restrictivas y simulacros de debate que dan la ilusión de debates abiertos pero sinserlo en realidad. Y hay que convencerse (los que estén dispuestos a ello, sin duda) que "basta con poco para desencadenar la persecución activa" (pág. 91).

Las doctrinas creacionistas (puede verse claramente en el ejemplo que reproduzco al final de la primera entrega de esta trilogía y en todo el blog de referencia), "... en su totalidad, sólo vale(n) para derrotar al adversario" (pág. 110) en todo el sentido que Mill da a esta sentencia, pero muchos de los que se han estado oponiendo a ellas en estos tiempos (dando así más sentido al cómodo atrincheramiento del contrario) adolecen de igual falta de substancialidad, de igual valor meramente belingerante. Y esto no es casual. Ir más allá, hoy, cuando la Edad Media quedó tan lejos (ya, calma, sé que no significa seguridad racionalista), el problema es un poco otro. Ahora se trata, como ya he sostenido antes, de una lucha ideocrática; se trata, más explícitamente, y sé que me repito, de luchas entre burócratas modernos con banderas desconcertantes. Y del mismo modo que Marx no fue capaz de ver (no quiso ni podía so pena de suicidio) su propio "ser social determinante de su conciencia" (por parafrasearlo con ironía), los actuales aprendices de burócratas académicos no pueden ver ni sienten que tienen un corazoncito similar al de sus enemigos. Es, obviamente, lo que pasa en el terreno político. ¡Claro, con matices; pero esto es y será siempre una cuestión de ambiente, de circunstancias, del grado de potencia alcanzado por los nutrientes del caldo de cultivo.

En todo caso, si alguien es capaz de responder a la pregunta de qué podrá venir después del colapso de tanta incertidumbre, que me lo haga saber urgentemente, tal vez me sume ya mismo a las acciones que se deriven de pertenecer a su grupo. O reconozca que esa no pueda ser mi divisa, que mis genes la rechazan.

Mientras tanto, en el día a día, sigamos jugando nuestros roles y dejemos que la Historia (la suma de las fuerzas en juego) dirima el resultado. Mientras tanto, me tomo el derecho de insistirle, con John Stuart Mill, a quien sea que pudiera ser capaz de escucharme, rebatirme y contribuir abiertamente con este debate, que "no basta con que oiga los argumentos de sus adversarios por boca de sus (propios) maestros" (pág. 101).


jueves 20 de marzo de 2008


Los intelectuales, el mundo, la verdad.

De la misma manera que no hay otro observador posible del ser humano que él mismo, tampoco hay otro observador posible del intelectual que otro de la misma clase.

Fuera de los miembros de ese grupo específico propiamente dicho (que deberían ser considerados filósofos si esto no concitará tantos problemas al calor de los tiempos que corren) se encuentran los individuos que no se dedican seria y sistemáticamente a esas excelsas actividades, y son los que huyen de ello con diversas artimañas con el fin más o menos inconsciente de evitarse el sufrimiento que produce en el ser humano la extrañeza que le depara la autoconsciencia forzosa del mundo a la que está condenado. Huida que en general adopta la mayoría refugiándose hoy en día (en el fondo como siempre) en la simpleza de la embriagués y del consumo inmediato o en uno u otro Dios, es decir, en la adopción de normas provenientes de más allá de su propia reflexión que le provean de un destino trascendente, destino que se asume como un acto de fe.

Para estudiarse, el intelectual debe darle la vuelta al instrumento, por el cual precisamente la intelectualidad observa, con el objetivo de conseguir alguna observación pertinente, lo que requiere que la información viaje en círculo por una suerte de tubo de Moebius, donde objetivo y óptica se unirían en un punto coincidente, donde el sujeto y el objeto se fusionarían.

Practicado el juego, ello me ha permitido obtener algunas precisiones que ofrezco sin un orden muy elaborado:

Un intelectual es un ser humano, es decir, posee las cualidades de la autoconsciencia y la reflexividad así como el imperativo genético de trasmitir información conceptual, imperativo que implica que esta actividad se sitúa en el centro de su sistema defensivo (conservador, inercial o invariante) y agresivo (de autopropagación como especie o teleonómico). En cierto modo, el intelectual debería ser el prototipo humano por antonomasia.

Un intelectual no está exento de la extrañeza que a todo humano le produce el mundo (él incluido) y su estar ante él (incluido ante sí mismo). Su reflexividad no consigue superar la angustia, el miedo, la tristeza, la insatisfacción, etc. que embarga a todo ser humano como producto de esa situación que no se puede dejar de vivir. Y esos sentimientos, nacidos del conflicto (ni más ni menos que una interacción más de la realidad), son el motor de la reflexividad misma: se produce así una búsqueda interminable de lo imposible, una búsqueda interminable que no se puede abandonar ni siquiera al concluir aceptando esa interminabilidad y por lo tanto su absurdidad intrínseca.

Un intelectual es un elaborador de conceptualizaciones, lo que le permite tanto la creación de mitos como de religiones, de sistemas filosóficos y teorías científicas. Estas construcciones racionales son posibles gracias a la capacidad de observar, constatar y extraer de la realidad la presencia de leyes objetivas, invariantes, repeticiones, constantes... Todas esas construcciones, míticas o científicas, rigurosas o alegóricas, contienen siempre la característica de repetibilidad (en lo fundamental9 de los fenómenos observados. Ello se afirma en la experiencia a lo largo del tiempo (en lo fundamental) que da la garantía de una marcha lógica y solida, es decir, la que se puede hacer sin estar todo el tiempo en estado de extrañeza, que evita la locura, suministrando la seguridad que necesita una especie para sobrevivir y reproducirse, de que al menos en lo fundamental el mundo es y será el mismo al despertar por la mañana que el que dejamos al irnos a la cama.

Un intelectual no se diferencia exageradamente de sus ancestros (incluidos los primates más avanzados básicamente desaparecidos), de los que proviene evolutivamente hablando, lo que demuestra con su capacidad de empatía. Esta le permite comprender la injusticia en la que viven los demás y descubrir que su propia furia contra la injusticia propia podría darle réditos considerables si la adorna convirtiéndola en universal y promete a las demás víctimas que si lo siguen, él les dará más que "los otros", sean estos quienes sean; es decir, lo que, después de corregir la anomalía que pesa sobre su persona, en todo caso... de no derrocharlo... le sobre.

Un intelectual no está ni mucho menos exento de apetitos como la envidia, las ansias de poder, etc., ni mucho menos es capaz de sustraerse a la conciencia de que el mundo es excesivamente... injusto... especialmente con él. De ahí que un intelectual, por más que se sustraiga de la lucha por el poder (algo que yo creo es siempre coyuntural dure lo que dure), no pueda sino ser sensible a sus cantos de sirena y a soñar que lo alcanza, se solaza en él y lo usufructúa, realizando a la vez sus sentimientos más nobles de generosidad, justicia, amor al prójimo y demás.

Un intelectual, no obstante, es un ejemplar destacado de la humanidad que es capaz de no autolimitar su capacidad reflexiva por causas de índole psicológica: es capaz de superar en buena medida sus propios tabús, darse cuenta de que será más infeliz intentando gobernar que retirándose a gozar intelectualmente (y si es posible amorosamente), contentarse con sobrevivir gracias a los negocios u otras actividades no intelectuales, que no comprometen, con recibir pequeñas gratificaciones (espaldarazos o la tarta que le prepararon sus amigos, una sonrisa, una sincera carcajada...), incluso es capaz de darse cuenta que en el mundo ya caben muy pocos o ningún sacerdote ni profeta, etc. En fin, se trata de un individuo con inteligencia que consigue darse cuenta en qué circunstancias vive y hasta qué punto son poco propensas a facilitarle el accedo al poder. O hasta qué punto debe renunciar a lo que es para participar del mismo... en calidad de servidor del amo.

No obstante, el intelectual tiende a sentirse, de manera habitual, profundamente engañado y, lo peor, no consigue mantenerse como tal salvo permaneciendo en ese lamentable estado. Me explicaré. Todo intelectual, en tanto que reflexiona, llega inevitablemente a concluir que el mundo ante el que se halla y al que se enfrenta le ha sido dado, tal cual se lo ha encontrado, por culpa de y gracias a quienes los precedieron. Esto lo impulsa a quererlo cambiar (un impulso que se gesta en la adolescencia, como también pone muy acertadamente en evidencia Judith Rich Harris en "El mito de la educación"). Este impulso se suma también al motor que da lugar al mito (o a los componentes míticos de la ciencia, como la confianza en la tecnología, la fé en el "progreso lineal", la confianza en la "racionalidad del hombre" o en la existencia de una cada vez mayor cultura acumulada...).

El intelectual tiende muy fácilmente a creer que es capaz de resumir los sentimientos de todos sus congéneres y de darles una respuesta más o menos definitiva o al menos válida para el medio plazo, esto es, un plazo mayor que el que los demás se animarían o serían capaces de ver (y tiende a sentirse responsable por todos, esto es, por la humanidad en su conjunto). El intelectual tiende a pensar que su superioridad reflexiva y tal vez su valor para cuestionar coherentemente lo existente, fenómenos que sin duda experimenta en sí mismo, explicarían la conducta de los demás precisamente mediante los motivos opuestos. Esa simple operación lógica lo conduce a la idea de que los demás son menos inteligentes o menos valerosos, o... que algo los ciega u obnubila impidiéndoles ver como ve él (intereses económicos, represión psicológica, alienación social...). Esta mecánica es la que lleva a los intentos de conducción de las masas mediante el engaño, la predicación, la pretensión de neutralizar a los "malos espíritus" con sus correspondientes exorcismos, etc. En estas prácticas, los religiosos convencidos más fundamentalistas y los más eclécticos, así como todos los ideólogos más o menos racionalistas o más "irracionales", se han dado y se seguirán dando la mano.

El intelectual no dejará por ello de andar más a ciegas que sus seguidores reales o potenciales, ya que su mecanismo reflexivo está tan al servicio de la supervivencia en general y de la suya en particular como... Y DE LA MISMA MANERA, lo están todos los demás mecanismos evolutivos recibidos por el hombre a través de los tiempos, como la cobardía, el deseo de ignorancia, la envidia, el espíritu conservador, la necesidad de convencer al otro o de formar un grupo (la grupalidad ya mencionada muchas veces por mí como grupalismo), etc.

De ahí que no se pueda pedir nada a nadie ni, por supuesto, que no lo sigan haciendo quienes a ello se sientan impulsados. Nosotros, por ejemplo, los que creemos que hay mejores armas para cumplir con lo que somos que con la (hoy por hoy) cada vez más arrumbada fuerza bruta o el engaño, es decir, la honestidad, la valentía intelectual o el deseo de verdad, los que no somos capaces de renunciar a llamar a las puertas del hombre para que, si esas armas descansan o están arrinconadas, vuelvan a las manos y sean esgrimidas de nuevo.

Precisamente, el grupo humano, que viene de antiguos grupos ancestrales y previos, se ve marcado por la necesaria o inevitable respuesta a la extrañeza (intento de explicación de la cultura humana más allá de su acumulación con fines hereditarios). El grupo humano se conforma y luego se mantiene por ello en torno a ideas, a mitos, a certezas que le permitan avanzar en las penumbras. Esta capacidad humana se suma así al conjunto teleonómico que define al hombre. No es que la realidad esté ahí ante un ser incompleto para que este se desarrolle sino que ese ser ha alcanzado evolutivamente un grado tal de complejidad que es capaz de pensar el mundo para dominarlo. Se trata de una característica conseguida, alcanzada, resultante e iirenunciable.

De ahí que el intelectual, descubierta su arma conceptualizadora y predictiva (que valora y usa tanto como la fuerza el bruto, incluso para... "ligar", ¿o no?), se vea promovido interna y externamente a ocupar la dirección de un grupo. Sin duda, desde el principio de los tiempos, dio comienzo" la marcha al poder de los intelectuales". Esto, también tiene un origen evolutivo y es también... una condena que nos toca vivir.

De ahí que no se pueda pedir a nadie que deje de intentarlo. Nunca, mientras el ser humano lo sea, dejará de identificarse con un grupo, real o parcialmente imaginario. El grupo (propio) se funda ipso facto, a cada instante (muriendo muchas veces de inmediato) y a veces en potencia en cuanto se nos presenta Lo Otro, Lo Ajeno, la otreidad, lo extraño, lo extranjero, el egoísmo de todo individuo amenazante (esto está muy bien aclarado y abundantemente documentado por Harris) y no hay un ejemplo más simple e inmediato que se me ocurra ahora que el de nuestro impulso a formar parte del grupo de los conductores ante un peatón distraído o indolente y pasarnos al grupo de los peatones en cuanto hemos aparcado el coche y necesitamos atravesar un paso de cebra.

Que la grupalidad es un fenómeno ligado a la evolución y a la teleonomía genética, lo demuetran cada vez más estudios, como el que ha puesto recientemente a nuestro alcance el investigador científico español Pablo Palenzuela en su blog.

Así, mi conclusión es un tanto determinista, sin duda, aunque debo aclarar que no en el sentido de que crea que todo estaba escrito o diseñado. En un sistema complejo, creo que hay tendencias predominantes en cada momento que permiten entender por qué se dará más o menos a lo que ellas apuntan. Pero no podemos remontarnos al pasado para asegurar que las más remotas en pugna acabarían dando el resultado de hoy. Del mismo modo, el presente sólo es capaz de darnos pautas de un alcance limitado y eventual. Más bien se produciría lo que en una novela policial bien "diseñada" vista por el lector, en donde cada paso, provechoso o erróneo que da la policía, crea o empeora las condiciones para el descubrimiento del crimen. Cada paso dado delimita el camino, elimina alternativas que se descartan, universos que quedarán imaginariamente paralelos, y cada novedad del exterior, cada contingencia que incida en el conjunto, reorientará las cosas, creará alguna que otra nueva alternativa, etc.

Sobre la base de estos descubrimientos reflexivos baso mis diagnósticos. Ello me lleva inevitablemente (un paso determinando el siguiente) a ver (según yo lo veo) hacia dónde apunta el curso de las cosas (sociohistóricamente hablando) y, al mismo tiempo, a no proponer ninguna clase de grupo con fines transformadores ni conservadores. Simplemente, me dejo responder a mi propia idiosincrasia y actúo según mis propias habilidades. Claro que creo que la razón y los hechos observados me asisten. Pero eso, también, al igual que mis concepciones y visiones, pienso que están, todas, determinadas por mi propia particularidad (mi yo, mi mundo actual e inmediato). Quizás una simple nueva fe, pero... qué remedio en todo caso.

martes 20 de mayo de 2008


De la insoportable separación del grupo

Hace poco tuve ocasión de ver un documental muy interesante sobre la vida de un grupo de simios en la selva. No tomé nota de la especie ni del lugar donde se desarrollaba la situación, pero asumo lo filmado como cierto para resaltar lo que no sólo se deduce de la observación de los hechos expuestos allí sino también del lo que podemos apreciar en el comportamiento humano. Así, el documental cumple aquí en gran medida con la función de refuerzo aún en el caso en que no se acepte el parentesco genético ni las teorías vinculadas a este fenómeno. En todo caso, sólo rescataré una de las situaciones, central por cierto en el guión, que tuvo lugar en la manada.

El grupo de simios aparece de entrada liderado por un macho (así es en el caso de los simios mal que nos pese por unos u otros motivos más o menos idílicos) al que se refieren con un nombre que ahora mismo no recuerdo, pongamos, Rafael. En un momento dado, un simio más joven (creo recordar que lo era), al que se le da otro nombre, pongamos por caso Vicente, lo desafía. Esto toma la forma de una aparatosa discusión de pueblo entre dos viejos caciques, principalmente histriónica, que no llega a las manos (ni a los mordiscos) y que sobre todo se expresa mediante gesticulaciones ostentosas, bocas abiertas enseñando las dentaduras, rugidos y chillidos, idas y venidas, subidas, bajadas, evoluciones diversas sin duda muy simiescas...

De repente, casi como si hubiese estado escrito en un guión previo (seguramente, pienso, en base a una proyección no necesariamente precisa de parte de Rafael de sus posibilidades, o quizás debido a un ataque de inseguridad personal), éste se da directamente por vencido y abandona la lucha iniciando un tímido retroceso. En ese momento, siguiendo igualmente una suerte de instructivo previo (parte sin duda del manual innato), Rafael es expulsado por Vicente (es decir, refuerza su retirada al límite y se adjudica la decisión punitiva) que lo aleja hasta hacerlo entrar en territorio de nadie.

Lo que sigue nos muestra la toma de posesión de Vicente, que es inmediatamente asistido por las hembras y los demás miembros de la manada que de uno u otro modo le manifiestan sus respetos (lo más significativo, por ejemplo, es que se hacen cargo de sus parásitos con una dignidad que me recordó al Padrino -ya veis, lo inevitable que resulta deslizarse hacia explicaciones animistas a pesar de tener la convicción de que no es, por llamarla eufemísticamente, un alma humana la que habita en el simio sino que su protoalma es la que evolucionó, o se complejizó, hasta dar lugar a la nuestra-). Pero sigamos con la historia...

Por su parte, Rafael deambula por la selva, solo. Se aprecia a las claras que marcha a la deriva y que poco a poco va perdiendo autoestima hasta mostrarse claramente deprimido. Al cabo de un tiempo, algo lo impulsa a regresar hasta los lindes del territorio de la que fue su manada. Mantiene una cierta distancia y desde un rincón relativamente protegido de la vista de los demás, observa, espía, se solaza incluso sintiéndose cerca de los suyos. Los demás creo que acaban viéndolo deambular cerca, inclusive Vicente, al que nada se le escapa, pero todos lo ignoran, no lo necesitan ni le temen; es un paria.

En un momento dado, Rafael, preso, se me hace, de una nostalgia insoportable, más fuerte como se verá enseguida que el orgullo o el miedo, comienza a acercarse cada vez más. Tal vez haya incertidumbre, pero más parece a causa del peso del tabú que de la consideración de que podría ser bapuleado y rechazado de nuevo; todo indica que esto será capaz de hacerlo compulsivamente hasta la muerte. En un momento dado, se coloca muy cerca de Vicente y parece provocarlo. En todo caso, es evidente que pretende llamar su atención, lo que consigue por fin en cierto grado. Vicente contra lo que pueda suponerse, tras aparentar ignorarlo le hace caso de modo displicente, aunque no para perseguirlo ni agredirlo. Rafael da muestras de querer que Vicente lo siga (los signos al menos son muy claros para ambos y me veo obligado a interpretarlos de ese modo por los resultados que siguen) y el primero comienza a internarse con pasos cautos en la selva, consiguiendo que el otro vaya detrás de él. Vicente no parece inseguro y, por lo que veremos enseguida, no es que haya sido demasiado ingenuo o haya sido engañado (aunque Rafael pudiera haber provocado cierta curiosidad en él que nuevamente hubiese sido más atractiva que cualquier prevención). Lo cierto es que lo sigue y ambos acaban bastante lejos del resto de la manada.

Por fin llegan a un pequeño claro, lejos de las miradas de los otros, ninguno de los cuales ha abandonado su territorio, obviamente respetuosos de la intimidad que parecían buscar los hasta hacía poco contendientes. Un sutil y lento ritual se desarrolla a partir de ese momento. No recuerdo la progresión exacta, pero lo cierto es que en un instante dado se aprecia claramente la pretensión de Rafael de mostrar su disposición a reconocer a Vicente como nuevo líder, como su amo; algo que Vicente acepta condescendiente aunque sin grandes aspavientos (como si así hubiese estado escrito, es decir, como si ambos estuvieran actuando bajo la dirección de un demiurgo y se cuidaran mucho de salirse del guión aunque toda la representación quede demasiado sobre actuada y nos de la sensación de ser un tanto falsa, impostada). Lo cierto es que Rafael muestra timidez ante un Vicente altivo e indiferente que se deja querer, concretamente... dejándose por fin despiojar por el otro que da muestras de un servilismo absoluto y autovejatorio como no se ha visto sino en los más repugnantes esclavos humanos o en alguna obra de Ionesco o de Becket... Por fin, ambos regresan a la manada, Vicente como si nada, Rafael como su más entregado sirviente... despiojador y... sin el menor atisbo de estar cultivando una traición o un a trampa. Vicente ha asumido entera y profundamente cuál es su nuevo lugar en la manada.

Sin duda, Rafael y Vicente podrían ser unos individuos particulares, con ciertas propensiones concretas que otros no tendrían tan acentuadas, pero a mí, en este momento, me interesa destacar una evidencia. Sea una constante o una particularidad frecuente, lo cierto es que Rafael no podía vivir fuera del grupo. Tal vez habría muerto de tristeza, tal vez habría encontrado otra manada que lo hubiese aceptado a regañadientes. Pero nada podía ser como su propio grupo. En ningún momento primó ni la libertad ni el orgullo ni el valor ni el resentimiento. Rafael no calibraría nada, se movería por el instinto. Y ese instinto lo llevaría a dar preeminencia a la readmisión, a la compañía, a lo familiar o habitual aún a costa de perder no sólo todos los viejos privilegios a los que culturalmente estaba acostumbrado sino a subordinarse por entero a quien había ocupado su lugar (obviamente, un lugar intercambiable en la manada que él mismo había cedido en un momento dado).

¿No pone esto, de por sí, en cuestión a toda la Filosofía? ¿Cómo se puede compaginar el racionalismo de Sócrates y el antiracionalismo racionalizado de Nietzsche con lo que se desprende de los hechos narrados? ¿Dónde está el valor de La Razón y su potestad de establecer una escala de valores poco menos que eterna y absoluta? ¿Dónde el sentido de aceptar la validez de los instintos y revertir la tabla de valores que sin justificación racional incuestionable simplemente elegimos en base a un sentido práctico básicamente visceral? ¿No se trataría siempre de elecciones dependientes en cada individuo aunque dentro de un rango vinculado a lo heredado, a lo que sobrevivió gracias al encaje eficaz (incluso en tiempo y forma) entre lo que surgió y lo que se encuentra al surgir; elecciones un tanto repetitivas pero también particulares dentro del mencionado rango que empujan y orientan al individuo que ha caído en una situación accidental (que nunca es cualquiera sino una de las posibles) a otra nueva, ni mejor ni peor ya que esto es una valoración que no viene a cuento, donde podrá seguir viviendo o al error fatal que lo eliminará (definitivamente si no ha dejado descendencia, parcialmente si lo ha hecho)?

lunes 23 de junio de 2008


... con (2) un huidizo punto de llegada

Entre los veinticuatro y los veintiséis años, Nietzsche arremete contra la cultura dominante cuyo origen sitúa en el triunfo post mortem de la concepción socrática, una cultura que habría marginado al mundo griego de la tragedia y el ditirambo, al mundo dionisiaco primitivo, a la niñez de la humanidad, algo que Nietzsche, por otra parte, deseaba como mundo propio (o "bueno") e incluso creyó a punto de renacer. Ese deseo, ese deseo de Retorno que, como tan bien apuntara Leo Strauss en referencia al suyo, no puede significar otra cosa que arrepentimiento ("¿Progreso o Retorno?", "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu, Bs. As., 2007, pág. 317), pone de manifiesto la contradicción en la que incurre Nietzsche en su tratamiento de la insolubilidad de la tragedia humana que sin embargo pone en clara evidencia, lo que me brinda una inmejorable base para circunscribir "el problema" a su verdadera dimensión, en concreto, a considerarlo un "problema intelectual", simple y particularmente filosófico (aunque no exclusivamente en el sentido en que se suele así denominar).

Hablo de "El nacimiento de la tragedia", escrito en 1870-71, donde Nietzsche desvela el problema del que el hombre reflexivo, el hombre en tanto que ser capaz de formalizar verdades y crear conceptos, habría estado huyendo de todas las maneras imaginables (y lo hace todavía), es decir, mediante el mito, la religión, la filosofía y la ciencia, del resultado trágico de su reflexión. Este "problema", como puede comprobarse, acabará por dar nombre y forma a los molinos de viento contra los que el filósofo combatirá durante toda su vida, convirtiendose en la materia permanente de sus indagaciones o, en sus palabras de madurez, de su propio rumiar, sin duda ejemplarmente aplicado desde aquella edad en la que ya es el hombre que será.

En esa preciosa obra de juventud, será pues donde, quien se autocalificaría de filósofo del martillo, pondrá en pie la primera versión de la que sería en realidad una única y preciosa escultura, inevitablemente apolínea no obstante en lugar de dionisiaca (como corresponde a toda conceptualización que exige ser narrada para poder ser transmitida), donde tomará forma por primera vez la Idea, a instancia del Sueño acariciado, que lo habrá de esclavizar hasta el último suspiro. En otras palabras, que lo hará caer en la búsqueda de lo imposible en lugar de volcarse a la simple danza y a la simple música dionisiacas, a la embriagués por él tan valorada, a ser él mismo ditirámbico; que lo definirá como... filósofo. ¡Y aquí hay que admitir que Nietzsche no pudo callar, no pudo dejar de convocar al hombre a un mejor futuro, no pudo dejar de valorar su sueño de la "buena vida" por encima de la realidad, por encima de las vidas que los demás vivían, por las que los demás luchaban, hacia las que los demás marchaban; en fin, no pudo dejar de ser teórico... dejar de narrar! ¡Aunque tampoco y mucho menos... venderse al presente decadente que seguiría y seguiría haciendo estragos a su pesar y desde su punto de vista, es decir, alejando, como si esta fuera posible por algún medio semimágico, la perspectiva de aquella "vida buena", instaurando y consolidando la "vida real", la vida del pueblo según sus pasiones y las de sus gobernantes!

Consciente en parte, Nietzsche se aprestaría pues a soñar y a prometer un futuro restaurador de aquella niñez griega perdida a manos de La Razón, a manos de Sócrates... Y tendría la virtud de señalar la causa de este adverso advenimiento, la causa básica de su imposición al mundo como concepción dominante: el dolor de la frustración, la desesperación de la incompletitud. Algo que afectaría especialmente, agudamente, al hombre reflexivo cuya máxima expresión sin duda es el filósofo, el también llamado sabio desde Platón hasta Strauss: ese espécimen particular que surge una y otra vez del seno de una raza de la complejidad neurológica precisa como mera consecuencia, como mero resultado, como expresión... de La Tragedia.

Pues bien, esto expresa, ni más ni menos, en la figura ejemplar de la lucidez alcanzable por el hombre, que es capaz de reconocer su propia miseria y sin embargo continuar viviendo, la permanencia inevitable del problema que sigue estando en el centro del debate humano de todos los tiempos (es decir, que conforma su conflicto básico), que, a pesar de Nietzsche y de otros tantos filósofos por "delimitarlo", así como de todo intento por acallarlo, adomecerlo, drogarlo, negarlo, barrerlo bajo la alfombra, reducirlo a un mal sueño, a una enfermedad, etc. (como han intentado desde Sócrates hasta el Positivismo en nombre de "La Ciencia", pasando por todas las religiones y todas las proposiciones ascéticas en nombre del "más allá"), sigue estando presente con su insolubilidad incólume, retornando como característica de la idiosincrasia de ese hombre reflexivo, que él llama "teórico" y que separa radicalmente de los demás, todos hombres "trágicos", hombres por antonomasia, desdibujando el hecho de que se trata de las tendencias reflexivas propias de cada ser humano y presentes en cada uno en proporciones diversas, en plena lucha, a veces simplemente vencidas la una por la otra. Comprensión y lucidez que en el extremo y por otra parte, como Nietzsche también supo vislumbrar, actúa como freno para la acción, como su dique de contención, como su droga cerebral paralizante que incluso "mata el obrar" (ibíd., pág. 80) en la misma medida en que deja al descubierto la absurdidad del ansia misma de saber, la absurdidad "lógica" de su imposibilidad final y la falta de meta "lógica" de su pretensión inevitable. Y si la lucidez llega al punto en que se demostrara que "no se puede alcanzar la meta de las antípodas, ¿quién querrá seguir trabajando en los viejos pozos, a no ser que se contente con encontrar piedras preciosas o con descubrir leyes de la naturaleza?" (ibíd, pág. 133), cosa que como sea... no sucederá... aunque para ello deba el hombre individual, incluso en el límite de su lucidez, incluso después de un interregno de desidia, recurrir una y otra vez al Mito, esa "simbólica de los conocimientos" del hombre (ibíd., pág. 101). Un Mito que se impone porque lo impone la vida y lo que el hombre como resultado es.

Y es que esa pretensión, incluso "ilógica", nace del instinto tanto como su negación, y explica (unas variantes para justificar el silencio, otras para alentar falsos optimismos, a la vez que para preservar lo conocido y darnos una pauta de conducta operativa) tanto la Ciencia como la Filosofía, la Religión como los Mitos... por lo que no queda sino aceptar todas esos resultados de la tragedia como inevitables y no como combatibles y comprender que la lucha entre ellos en el campo de las ideologías sólo puede responder a otra cosa que a la posibilidad teórica de ser uno solo el Verdadero.

En aquella obra de juventud, todavía subordinada al pensamiento de Schopenhauer y de Kant, Nietzsche demostraba haber descubierto el "problema" de la tragedia humana, aunque creo que sin conseguir llegar (por responder él mismo, como he dicho, a su mecánica, a su idiosincrasia de filósofo) al fondo del abismo, es decir, del convencimiento taxativo, inmisericorde, rotundo, de que "superar" ese mecanismo es del todo imposible. En otras palabras: que el ser humano no sólo tiende a enmascarar o tergiversar (mediante el ascetismo o la embriagués) la conciencia de la imposibilidad de alcanzar esa Sabiduría, esa meta inevitable y constantemente deseada, en contra de las evidencias que le proporcionan tanto su autoconsciencia como la experiencia ajena, sino que tampoco puede abandonar el intento de ir tras esa meta huidiza, por más absurda que le parezca. Nietzsche mismo fue víctima de ello a pesar de sus convicciones (y hasta de reconocer lo que había detrás) del mismo modo que un creyente acérrimo no puede evitar "dudar" de su fe en ciertos momentos. Nietzsche, con todos los filósofos de todos los tiempos, es por ello el ejemplo por antonomasia en donde el hombre queda reflejado, en donde el hombre se descubre a la vez capaz e incapaz de comprender el mundo y de comprenderse, capaz e incapaz de hacer algo con ese conocimiento, de fijar una meta o una dirección que sirva para algo "superior" como le dictan sus impulsos, de asegurar y asegurarse que aquel por el que opta es "el camino".

Fijemos pues el objetivo que el hombre parece querer alcanzar y que en realidad se ve forzado a perseguir, y apliquemos la lupa a ese "huidizo punto de llegada" para estudiarlo mejor partiendo de Nietzsche, el primer filósofo sin duda que lo puso sobre el tapete, y tratemos de comprender no sólo por qué no es insoluble, o sea, trágico, sino por qué no puede ser de otro modo, es decir, por qué es INDISPENSABLE, NECESARIO como tal, o tal y como se presenta.

Menudo dilema, menuda monstruosidad sin duda la de un Sísifo que no sólo ha aceptado su condena, condena de los dioses, sino que descubre que esos dioses nacieron de su propia imaginación y... por si esto fuera poco, tras saberlo, no puede dejar de subir una y otra vez la roca que una y otra vez cae casi al llegar a la cima.... ¡No, no "casi" de verdad, sino en ese punto en que lo considera así, en que ha situado la cima, en que la pone allí como una simple manera de dar por firme el mundo que pisa, por real lo que percibe e intuye, por objetivo lo que elabora...!

Un puro mecanismo de supervivencia y consolación, de alianza con lo desconocido y con lo absurdo que le ayuda a dar por cierto la propia marcha de la búsqueda, que busca darle algún sentido para darse ánimos y explicarse la razón que a pesar de todo lo obliga a no abandonar, a reponerse de las ganas de hacerlo, de la fatiga, de la rabia, de la incomprensión. Un mecanismo que nos conduce una y otra vez al encuentro con Sileno, es decir, con La Ciencia y sus resultados; que nos hace subir las escaleras de la tecnología; que nos hace revolvernos en el seno de la filosofía; que nos doblega hacia la locura, el misticismo, la obediencia, la sumisión...

Incluso hoy, cuando habiendo llegado no por supuesto a las puertas de la Sabiduría Universal sino al marco de una puerta clausurada por un inmenso espejo en el que se pierde la mirada en el interior de los ojos del que mira, en el que a lo sumo vemos cada vez mejor (o podemos hacerlo con un poco de coraje) la propia imagen, la imagen de nosotros mismos, para redescubrir la misma incertidumbre, la misma perplejidad, el mismo abismo... y, a la vez, la misma pura y simple voluntad de vida. Que seguimos sin poder dejar de ser meras víctimas del "problema" que experimenta Hamlet como "hombre dionisiaco" según señala Nietzsche:

"... ambos (ese "hombre" y Hamblet) han visto una vez verdaderamente la esencia de las cosas, ambos han conocido y sienten nausea de obrar; puesto que su acción no puede modificar en nada la esencia eterna de las cosas, sienten que es ridículo o afrentoso el que se les exija volver a ajustar el mundo que se ha salido de quicio." ("El nacimiento de la tragedia", Alianza, Madrid, 2007, pág. 80)

Lo cual, más allá del lenguaje que sigue buscando aún las mejores palabras o que acepta en todo caso ser considerado alegórico, simbólico, formal; más allá de qué sería con exactitud o con rigor "la esencia eterna de las cosas" a la que Nietzsche se refiere, o del juicio de valor que acusa al mundo real de haberse "salido de quicio", el fenómeno queda pristínamente al desnudo y quien se aferre a los detalles sabrá si pretende ir más allá o simplemente enterrar la verdad que en la medida de sus posibilidades ha puesto Nietzsche al descubierto.

Quien no tema... sabrá reconocerlo y continuar, responder al mecanismo (por idiosincrasia cerebral humana) asumiendo in extremis, como mito, las exigencias del mundo y del tiempo en los que se está, y, como filósofos, como hombres reflexivos en lo que de reflexivo en espacio y en tiempo haya en cada hombre, resignarnos a ser lo que somos y a perdonárnoslo sin ignorarlo, sin sedarnos, sin huir de la conciencia, aceptando querer, desear vivir a riesgo del adelanto de nuestra propia muerte, del desgaste, del sistemático desgaste (hasta donde ello sea posible, claro, claro, claro -volveré sobre esto en lo que creo ir un poco más allá de Nietzsche en un "tercer post"-). Pero también, a ser dionisiacos, diversos y parecidos, diversamente situados dentro del mundo y similarmente situados frente al mismo mundo.

Lo opuesto en todo caso a la resignación dictada desde ópticas ascéticas entre las cuales no sólo están las religiones, con sus esotéricos "¡Sí al Más Allá Prometido!", sino su teórica enemiga, la Cosmovisión Científica (es decir, el más allá específicamente mítico de la Ciencia) con sus llamamientos formalmente pero emparentados, socráticos o positivistas y dogmáticos que se realizan en nombre de un escueto "¡Sí a la Ciencia!". Un "sí" que sigue pretendiendo ni más ni menos, como cualquier otro de los mitos a los que el hombre se ha aferrado y se aferrará: "actuar como remedio y como defensa" (ibíd., pág. 135). Y no sólo eso (que está en el núcleo de lo humano), sino en su expresión operativa, como respuesta política, como respuesta concreta al mundo que está delante. La también inevitable "mundanización enorme" del "tiempo de ahora" (ibíd, pág. 193) que Nietzsche despreció entonces y cuya realidad impera, como veremos luego.

Hoy sabemos que lo neurológico impulsa la búsqueda del saber por imperativo genético, que se trata de un resultado evolutivo que ya está presente en la neurología que la precedió desde un punto de vista evolutivo y de la que se deriva, y que esa actividad tiene por premio ese sentimiento de certeza que no sólo satisface al individuo internamente sino que confirma su "normalidad" en relación y gracias al otro y que, además, y ahí está el "buen" resultado, el resultado eficaz, útil, del despliegue de su actividad, le permite realmente mantenerse en el mundo, transformándolo, haciendo de él algo siempre diferente para su mayor afianzamiento en él, incluso para No Mutar, ni en dioses ni en superhombres (conservando la vida y la idiosincrasia... con el mismo problema dentro), en fin, dando en el blanco, consiguiendo que sea muy difícil de negar... para quien sepa leer, para quien sea permeable a la introspección desprejuiciada y no tema confesar lo que descubra aunque en ello le vaya la vida y la comodidad. Lo sabemos porque hemos asumido este mito que se reafirma social y empíricamente, porque es social y técnicamente operativo, porque sirve para justificar la participación de aquellos individuos que se dedican a la ciencia y a la tecnología (en algunos casos a la manera de Eutifrón, lamentablemente para ellos y para quienes los soportan) y a algunos cuantos parece servirnos para llevar agua a nuestro molino, y todo ello porque nos resulta convincente (una cuestión muy compleja que también habrá que desmenuzar en lugar de seguir dándola por inamovible, obvia, lógica o lo que sea a pesar de que nada salvo nuestra propia convicción -un fenómeno fisiológico, neurológico, químico solamente- nos lo indica -y que percibimos que es común a los demás miembros de nuestro propio grupo, en los que descansa esa convicción que de otro modo se tambalearía peligrosamente-).

Podría arguirse que lo dicho es sólo un juego de palabras, pero en realidad hay apuntan a la necesidad de desmontar definitivamente las banderas del doble autoengaño que ocultan... mostrando a la vez su testaruda resistencia a claudicar, resistencia involuntaria, irremediable y, eso sí, especialmente por parte de un grupo de individuos que se suelen atribuir la representación del mundo: aquellos precisamente que tienen algo más que meros ramalazos de angustia y se pretenden satisfacer, o mejor dicho, se necesita satisfacer, entre un par de cosas... sabiendo. Lo que Nietzsche llama "hombre teórico", racionalista, socrático...

El problema del problema es sin duda complicado. Ante su complejidad cabe sin duda, de nuevo, la tentación del relativismo, pero la propuesta "relativista" (desde la más primitiva de Protágoras a la que las posteriores se lo deben casi todo) no se sostiene: la mentira, pero también la inseguridad, representan una traición que desvirtúa la "verdadera esencia" humana; con lo que, además, resulta que lo verdadero sería... verdadero. Incluso, en esta era de La Razón, sinónimo de lo virtuoso.

Platón mediante Sócrates, en el Teeto, desmantelaba las tesis de Protágoras en nombre de Lo Objetivo y lo hacía bastante bien para su tiempo, aunque en realidad en nombre de la cordura, del sentido común, del Orden mental e indudablemente extendiendo su propio ser y conciencia particulares a todos los hombres. Es decir, asumiendo la existencia de un Universal, de una Idea Preexistente... y de una autoasignada capacidad para pensar por la verdadera humanidad. La Ciencia nació, como bien señaló Nietszche, de ese pensamiento, es decir, del apriori racional de Sócrates, del apriori lógico, del apriori de esa sensación de certeza que mencionaba antes y que acaba refugiándose en el dogmatismo o en la resignación para retornar a las mismas penas, al mismo dolor, después de ir inútilmente en busca de los mismos remedios...

El hombre filosófico (o "teórico"), el hombre que es en alguna medida una "máquina de reflexionar", se ve enseguida en un aprieto y se pregunta: "¿Por qué no puedo llegar a la Verdad Última, a la Verdad Total siendo que soy capaz de descubrir una Verdad tras otra, dado que experimento rotundamente que lo que tomo en mis manos es... verdadero?"

"... justo en el Prometeo de Esquilo está simbolizado ese sentimiento. El artista titánico encontraba en sí la altiva creencia de que a los hombres él podía crearlos, y a los dioses olímpicos al menos aniquilarlos: y esto gracias a su superior sabiduría que él estaba obligado a expiar, de todos modos, con un sufrimiento eterno. El magnífico poder del gran genio, que ni siquiera al precio de un sufrimiento eterno resulta caro, el rudo orgullo del artista..." (ibíd., pág. 95).

Ante su propio peso, la reflexión lleva al hombre a dudar (por momentos) de la realidad del mundo y a aferrarse al mito y hoy sobretodo a la formalización dogmática en nombre de la Ciencia (variante más, variante menos) que ha llegado a hacer de la Evidencia... un concepto suficiente. En todos los casos, se "avanza" hacia el vacío, se retrocede incluso a lo primitivo, se deprecian los verdaderos avances en la autoconciencia, se desdicen sus resultados... y nadie parece darse cuenta. La embriagués de hoy es la del actor que simula estarlo, que representa al embriagado. El público ocupa la escena. El mundo de la representación es más seguro que el cierto. ¿Cómo no pensar, con Borges, que ejecutamos un guión previamente escrito por algún Demiurgo bastante diabólico o alguna otra de sus múltiples variantes, todas copias reiteradas de Olimpos o Valhalas?

Hoy se cree haber superado la Ciencia del Renacimiento porque ya no hace falta, como necesitó Descartes, "demostrar la realidad del mundo empírico más que apelando a la veracidad de Dios y a su capacidad de mentir" ("El renacimiento...", ed. cit., pág. 117)... aunque se apele a otros aprioris equivalentes.

Y esto parece que tiende a llegar cada vez más lejos (más hondo, más hondo en área pantanosa). La vacuidad que subyace en la defensa del relativismo, para empezar por alguna parte, encaja como anillo al dedo con la vacuidad conceptual genérica que impera en la subera de la posmodernidad vigente; vaciedad que sobre todo consiste en el uso de términos al margen de sus significados o para significados contrapuestos con el entendimiento que se tenía tradicionalmente de ellos. Por otra, porque tomada en su sentido más honesto, esa busqueda de la verdad o de la sabiduría, ni es especialmente decisiva o característica del hombre en comparación con otras muchas pulsiones ni excluye la equivalente búsqueda y utilización de su opuesta, el mejor engaño, la mentira más astuta y efectiva, el ocultamiento mejor realizado de la verdad (por evidencia).

Por último, se hace necesario (se vuelve a hacer necesario, mejor dicho) señalar con toda contundencia que los miembros de la especie sapiens sapiens, tienen que tener otros motivos superiores para orientarse al mismo tiempo y a partes más o menos iguales tanto a la verdad como a la mentira. Y que el asalto masivo, generalizado y diverso al que hoy asistimos sobre lo que unos u otros entienden por "verdad" no es una "simple" tergiversación de la conducta propiamente humana, una manifestación de pura decadencia, un supuesto retroceso referido a valores que se dan por esenciales, tradicionales, racionales, lógicos, etc., valores por ello componentes de mil y una variante moral.

Es hora, en fin, de ir más allá de la propuesta de Nietzsche (apoyándonos en ella, esa plataforma de despegue que nos ha legado) de transvalorar todos los valores para incluir incluso esta transvaloración como una conducta más que no tiene por qué ser situada en el pedestal de la virtud. El propio "Sí a la vida" nietzscheano se debe poner a la altura del No que Nietzsche tanto rechazaba, lo dionisiaco a la altura de lo apolíneo, etc. ¿Es eso posible? Yo creo que sí si por fin consideramos toda ética, todo conjunto de valores como meros sistemas formales y no como reflejo particular de una realidad integral, por tanto como sistemas incompletos; si, al mismo tiempo, reconocemos que cada conjunto de valores depende de un conjunto de circunstancias históricas (el tiempo) y de necesidades ineludibles o dominantes (que muchos podrían ver como inferiores en tanto que parecen más propias de animales irracionales, más instintivas, más fisiológicas, y por ende más reprobables por parte de lo que Nietzsche denunció tan bien como mala conciencia pero que no es sino una manifestación más de la contradicción trágica que soporta el hombre; necesidades indudablemente genéticas, evolutivas (es decir, el ser); por último (no exactamente) si consideramos la diversidad en la que esas características se expresan en individualidades y en agrupamientos, si tomamos el papel activo que desempeña la imaginación individual siempre constreñido por lo más o menos inmediato, etc. Y a todo esto añadimos que hay una indudable incidencia operativa empíricamente refrendada que nos dice, cierto o no desde un hipotético y deseable pero utópico punto de vista, mucho de lo que lo que pensamos, sostenemos y aplicamos es verdadero.

Sin duda, en cuanto intentamos definir la significación positiva que asignamos a parte de nuestros valores (una tendencia inevitable, lo repito), aflora claramente la dificultad. El hombre no es capaz de demostrar a los demás ni a sí mismo esa validez que sin embargo se siente inclinado a sostener; que siente o vive como certera. El juicio en el límite (y es fácil suponerlo por anticipado y adelantarse a su emergencia), como reconoció Strauss, es inevitable, y más en el límite de lo imperioso (venga esto de la polis o del propio organismo). Más sencillo parece la condenación de aquellas asunciones negativas, como la mentira y el autoengaño, pero esto sólo es consecuencia de la fijación apriorística de lo positivo contra lo que lo negativo adquiere entidad a posteriori.

Strauss nos lo recuerda con íntegra claridad partiendo justamente de esa plataforma de lanzamiento de la que no acaba de despegar del todo (al menos en los textos a mi alcance, algunos de los cuales ya he comentado hace algunos meses); indudablemente, digan lo que digan los científicos:

"... la filosofía nunca a refutado la revelación. Y (...) tampoco la revelación, o más bien la teología, a refutado jamás a la filosofía. (...) ...la búsqueda de un conocimiento evidente se apoya en una premisa no evidente. (...) ...se llama problema del valor: que la filosofía o la ciencia, como quiera que se la llame, es incapaz de describir su propia necesidad. (...) la utilidad práctica de la ciencia, tanto natural como social, no demuestra en absoluto, por supuesto, su necesidad." ("¿Progreso o retorno?", en "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu, Bs. As., 2007, pág. 306-307.)

Nietzsche había visto esto. Lo decía en "El renacimiento..." y lo continuó sosteniendo siempre:

"...el problema de la ciencia no puede ser conocido en el terreno de la ciencia..." ("Ensayo de autocrítica" - a "El nacimiento..."-, edición citada, pág. 27)

Pero no sólo existe el hombre filosófico, en quien en el límite "El conocimiento mata el obrar", como ya he citado, sino el práctico (y la mayoría sólo son hombres prácticos, es decir, más dionisiacos que reflexivos en diversas proporciones), como el específicamente... político, un hombre que se ve impelido a actuar "envuelto por el velo de la ilusión" (ibíd., pág. 80). Una ilusión que no tiene por qué ser religiosa o mística por excelencia sino que bien puede ser la del comunismo, la de la redistribución como se ha visto, la de la patria victoriosa (con la que el Nietzsche todavía romántico comulgaba por aquellos años, valorándola), la de "la libertad de mercado" e incluso... la de la visión milagrosa de la ciencia que lo puede o lo podrá todo, como muchos pretenden que crea y asuma el pueblo en su lucha por el poder ideológico, social y sin duda político (como aquí y aquí recientemente, y como tuve ocasión de poner en evidencia aquí, aquí y en sus segunda y tercera partes).

Ay, ya, ya... ya os oigo alzar las voces de mis amigos, las excusas... Insistir que no es para nada cierto lo que dijo Nietzsche, como por ejemplo, que...

"... la ciencia misma, nuestra ciencia - sí, ¿qué significa en general, vista como síntoma de vida, toda ciencia? ¿Para qué, peor aún - de dónde toda ciencia? ¿Cómo? ¿Acaso es el cientificismo nada más que un miedo al pesimismo y una escapatoria frente a él? ¿Un defensa sutil obligada contra la verdad? ¿Y hablando en términos morales, algo así como cobardía y falsedad? ¿Hablando en términos no-morales, una astucia? Oh, Sócrates, ¿fue ése acaso tu secreto? Oh, ironista misterioso, ¿fue ésa acaso tu ironía? ("Ensayo de autocrítica" - a "El nacimiento..."-, edición citada, pág. 27; donde Nietzsche ya había roto con sus viejos maestros.)
... os escucho, y como no queréis pensar por vosotros mismos, tendré que añadir algo más concreto al respecto. Pero un poco de paciencia: tal vez os reconozcais en ese apriori, en la asunción de vuestro compromiso...
Y es que, en cualquier caso, la única "solución" posible es la referencia al compromiso que se asume a priori, como reconocerá Strauss; siempre a priori. Pero ¿por qué siempre, es decir, en definitiva qué significa ese compromiso, cómo se establece y por qué, en qué medida responde a los intereses reales del individuo que lo asume, a convicciones auténticas, ajenas al autoengaño... ajenas a la voluntad (que en realidad se presenta en paralelo, quizás como la conciencia)? Sin duda, esto está también lleno de contradicciones, de aristas, de irregularidades, de incompletitudes, de excesos de complejidad.

El compromiso, si lo observamos en acción, como fenómeno en su movimiento, en su genealogía y en su posterior operativa, nos da su materialidad: su marco siempre es el grupo de referencia, un grupo que se establece a instancias de las propias circunstancias (del "estar") y en el que las diversas posiciones que en él se ocupan determinan el grado en que aquel se asume y el para qué. No es lo mismo la asunción del líder del grupo que la de sus principales colaboradores ni el de los restantes miembros de base. No se tiene en cada caso la misma convicción ni se asumen el mismo tipo de autoengaño por parte de cada uno de esos miembros (incluso caben notarse ciertos matices en cada individuo, aunque predomine la subordinación a una visión común). Es en el grupo donde se establecen los valores positivos y se fijan las trasgresiones posibles, lo negativo, lo reprobable... Compromiso y Grupo son inseparables.

Esto se refleja, por ejemplo y especialmente, en lo que podría parecer la aspiración individual por excelencia, es decir, más general. No me parece una mala aproximación la de Strauss cuando señala como objetivo tendencial genérico de todo individuo la persecución de una "vida buena". Pero esto vuelve a ponernos ante la presencia de diferentes y a veces muy diferentes "puntos de vista", es decir, a la subordinación de su significado real al grupo de referencia, o sea, a la grupalidad. Incluso esto debe ser matizado en tanto y en cuanto se observan evidencias de subordinación a vidas no tan buenas ya sea en nombre de algún futuro utópico, es decir, de un autoengaño o de promesas engañosas, o de algún sentido subterráneo de la necesidad de redención o de expurgación de culpas, etc. (mecanismos puestos sobre el tapete por Nietzsche pero también por muchos más con diversos enfoques: psicológicos o evolutivos o, más recientemente, combinados). Lo evidente, de nuevo, es que todo eso tiene lugar dentro del grupo y que sólo encuentra justificación racional dentro de él, donde han nacido o emergido los apriorismos que sostienen todo el andamiaje).

Por otra parte, esa "vida buena (o mejor)" no es posible en abstracto sino en un mundo concreto histórica y socialmente determinado que no existe ni puede existir por acuerdo sino por compromiso, que es un resultado histórico alcanzado por múltiples causas en un proceso de complejización creciente que sólo puede producir un salto o un colapso, un nuevo sistema enraizado en el anterior o su extinción casi absoluta (casi... porque quedan restos capaces de influir a posteriori en una medida aunque sea mínima o hasta despreciable, pero cierta).

No obstante, en la práctica cotidiana, en el despliegue real de la conducta, el ser humano no reconoce esa relatividad de sus valores. De nuevo, el juicio es inevitable. Y en esta actitud, de nuevo, se encierra una sensación de certidumbre, es decir, una convicción de que se es objetivo. Una sensación de certidumbre sobre la cual, de todos modos, siempre se está dudando, siempre es una tanto insegura, por lo cual esa inseguridad resultante es la que se intenta ignorar, superar, evitar, soslayar, subordinar... Lo práctico se impone en el límite. Lo práctico impone la objetividad... necesaria.

En cuanto a la sensación que todos tenemos de verdad y de objetividad, todavía queda añadir algo (aunque este post se extienda más allá de vuestra amable paciencia). Se hace necesario dejar constancia de que la verdad intuitiva es real y objetiva.

Se trata del mecanismo del que gozamos, un mecanismo un tanto impreciso que se pone en evidencia dentro de un rango más que aceptable y sirve para guiar nuestra conducta hacia la resolución de nuestras necesidades (todas). Un mecanismo que se ve refrendado precisamente por ello y, como he dicho antes, por ser común a nuestros demás congéneres, especialmente los del propio grupo, además de manifestarse primitivamente en especies menos complejas evolutivamente hablando e históricamente anteriormente consolidadas en la historia de la vida.

Eso sí, insisto: ese mecanismo es útil en tanto combina a la vez la verdad reconocida con su opuesta, la mentira, reconocida también más o menos conscientemente, a veces menos.

Nietzsche da fe de ello mediante una referencia que me ha parecido contundente e incontestable para evidenciar la conducta común y sintomática de los hombres ante la objetividad, de aceptación y de necesidad (en paralelo con el rechazo que la ausencia induce). Lo evidencia la conducta humana ante la obra de arte, que Nietzsche vuelve a poner en evidencia y que cualquiera puede experimentar y comprender con sólo observarse -claro que para ello hay que experimentar, en primer lugar, la situación donde ello lo permita, el disfrute del arte-:

"... pues el artista subjetivo nosotros lo conocemos como mal artista, y en toda especie y nivel de arte exigimos ante todo y sobre todo victoria sobre lo subjetivo, redención del yo y silenciamiento de toda voluntad y capricho individuales, más aún, si no hay objetividad, si no hay contemplación pura y desinteresada, no podemos creer jamás en la más mínima producción verdaderamente artística." ("El nacimiento de la tragedia", Alianza, Madrid, 2007, pág. 64)

¿Costará establecer el nexo y aplicárselo? ¿Comprender que hablamos de una idiosincrasia innata en el hombre que se manifestará tanto ante el arte propiamente dicho como ante la ciencia narrada con arte?

Sin embargo, por otra parte, repito, seguiremos sin que haya nada capaz de confirmar, fuera de mí y más allá de mí, que mis argumentos son ciertos, que mi pensamiento posee La Verdad, ni siquiera que aquel se haya "bien" encaminado (¿hacia qué?, indudablemente hacia esa "Verdad" sin duda, lo que dice tan poco y nada como antes de contestar a la pregunta, más allá de reflejar una sensación que favorece o alimenta o reafirma la permanencia de un impulso difícilmente resistible para algunos). No hay oráculos que suministren las respuestas divinas que podríamos desear o que se han deseado a lo largo de los siglos, ni encontramos las voces incuestionables que nos lo digan fuera de las que nos inventemos en nuestra propia mente (generalmente coincidentes con las de las de los amigos, esos jueces, esos amos tendencialmente totalitarios, que forman nuestro grupo, que son aquellos que necesitamos), voces que avalen que hayamos llegado a alguna parte.

La propia idea, esto es lo terrible, se deshace en la certeza (que también es capaz de verse a sí misma como el ojo puede ver una imagen entre dos espejos, rebotando y multiplicándose hasta el infinito) de que es idílica e imposible, contradictoria en sí misma. La capacidad misma de generar la sensación de certeza nos puede dice con crueldad incluso cuando estamos "aparcando" algo, ocultándonoslo a nosotros mismos, o por lo menos nos deja un cierto estado de insatisfacción que será más o menos intenso según el grado de reflexividad propio de cada individuo (esto depende a mi criterio de muchas cosas que caen en el marco de la salud mental y la idiosincrasia tanto genética como psicosocial del caso).

En todo caso y poniéndonos un tanto en la superficie visible de esa idiosincrasia, ya sea por impotencia o por pereza, por incapacidad o por escapismo, esas sensaciones contradictorias de certeza e inseguridad sólo parecen atribuibles al objetivo de guiar nuestra conducta. No, claro, en dirección a ninguna meta predefinida o predecible (lo que se acaba haciendo), sino hacia lo que podría llamarse "la próxima salida", en el fondo no más que un "próximo paso" que muchas veces resulta ser un "retroceso" considerado al menos desde el punto de vista de los beneficios y las pérdidas personales, es decir, las que en lo inmediato aportan dolor, pena, sufrimiento... aunque al ser luego superadas hayan servido aparentemente para obtener más fuerza o más experiencia... es decir, hayan contribuido al aprendizaje (otro eufemismo a posteriori que no puede tener de absoluto nada). Total: justificación, hechos reales que no pueden ser valorados sino en base a supuestos, etc. que permite como mucho marginar el problema o diluirlo cuando no barrerlo bajo la alfombra. Todo lo cual sirve para postergar la insatisfacción y la duda... o incluso reprimirlas (cosa que en la mayoría de los hombres se hace en respuesta a un temor conservador o a una insoportable reflexión angustiosa que se percibe como inconducente o perturbadora).

El individuo reflexivo, pues, no halla sino seguridad momentánea o inquietud sistemática, y entre una sensación y otra se mueve a los tumbos y hacia ninguna parte que vaya mucho más allá del mañana ("en mitad del mar sobre una barca bamboleante", en las palabras de Nietzsche). En lo intelectual, en lo filosófico si se prefiere, se transita, como en lo relativo al mantenimiento físico del cuerpo, de la saciedad al hambre y viceversa sin otra meta que la preservación del propio mecanismo, que, por otra parte, exigiría de no tener una herramienta que tiende constantemente a excederse en sus funciones, sólo a que reitere o reproduzca el mismo movimiento, el mismo avance. Todo, en fin, se mueve para seguir moviéndose o para intentarlo. No hay otro objetivo, no hay una meta. Lo mismo en la vida que en la materia cósmica. Y las razones son una consecuencia, un a posteriori... inclusive las que aquí se exponen como resultantes lógicas sin más pretensiones que las de cualquiera de los demás juicios que se ponen en cuestión o de los que se señalan sus contradicciones (por decirlo en un lenguaje que no escapa a la crítica o a la incertidumbre).

Y sin embargo, el mecanismo (el cerebro) reporta certezas, detecta mentiras y diferencia muy bien una cosa y la otra, ya sea para idear como para reconocer el engaño, para utilizarlo a sabiendas así como para presumirlo, sospecharlo, y reconocerlo. Sin duda, tenemos olfato para la verdad y para su ausencia del mismo modo que para los perfumes y los malos olores. Podríamos decir con Nietzsche que se trata de algo fisiológico, que sólo es un efecto químico que detectamos y que en unos casos nos atrae inevitablemente y en otros nos hace huir o combatirlo. Y sin embargo, pues, esa química, esa reacción, esa unidad entre la causa y el efecto, es el instrumento que la propia vida, en su evolución o en su pulsión por imponerse superando los escollos y resolviendo los encuentros contingentes (en base a emergencias independientes independientemente determinadas), se dio para lograr aferrarse al mundo como vida.

De ahí que la conciencia de un hecho, la sensación de certeza, de existencia real, de objeto con el que el yo consciente sabe que es capaz de interactuar, sea... verdadera (nosotros claro está lo definimos así y así la valoramos, y ello a pesar de que tengamos la contrapartida de la duda y la contrapartida de la pulsión que pretende ir más allá cada vez, que no puede estarse quieto).

Eso último, esa inquietud, opera a todas luces socialmente y en respuesta también a OTRAS necesidades menos filosóficas: necesidad de afirmarse en el grupo, necesidad de liderar, necesidad de justificar la posición social, de obtener algún mezquino resultado inmediato para sí o para el allegado...

Y todo está estrechamente relacionado y entrecruzado apuntando tanto a lo nuclear como a las emergencias posteriores que nacen entre otras cosas de las pulsiones biológicamente necesarias, complicando, complejizando cada vez más el panorama.

Estas prácticas no escapan a ningún ser humano, inclusive a los científicos más honestos y no digamos a sus seguidores, repetidores y aprendices. Para una mayoría de defensores de la Ciencia como panacea del progreso intelectual o cultural humano, acaba siendo suficiente (en estos tiempos de posmodernidad) exhibir una pancarta o una declaración escueta que diga "Sí a la Ciencia" (del mismo modo que cualquier puesta en cuestión del racionalismo o de la validez de los sistemas formales para dar cuenta de la realidad es considerada un "No" sibilino o vergonzante, una ocultación incluso de intencionalidades clericalistas o poco menos). Ejemplos de esta postura ideológica a veces extremadamente recalcitrante y otras más vacilantes (que es aprovechada por muchos opositores a la Ciencia para parapetarse en racionalismos de signo opuesto en lucha por los mismos territorios, privilegios y pretensiones más o menos solapadas de poder, como más de una vez he denunciado) hay a montones dentro y fuera de la blogsfera (y merecerán un tratamiento separado).

La blogsfera incluye incluso auténticos militantes propios de toda una Cruzada Científica que no dudan un segundo en alzar contra la puesta en cuestión de la verdad científica, contra ""la ciencia concebida por vez primera como problemática, como discutible" (Nietzsche, "Ensayo de autocrítica", ed.cit., pág. 27), donde no se admiten equivalencias, ya que... si no es "considerada" formalmente absoluta si lo es... "más verdadera" y en todo caso se actúa en los hechos con la seguridad de que es "absoluta" sin verguenza alguna ni comprensión del por qué esto es inevitable. Donde abundan los argumentos dogmáticos o poco elaborados, llenos de lugares comunes e incoherentes, que se sostienen en base a una supuesta ausencia de ideología y hasta de filosofía cuando en realidad se apoyan en ambas de manera rudimentaria y primitiva a su vez mal digeridas e incluso dietéticas; apenas slogans pertenecientes a algo parcialmente escuchado o leído, quizás de manuales o de textos escolares o del bachillerato pasados por encima ya que... "fueron estudiantes de ciencias", tal vez de publicaciones en la propia blogsfera, escritas por los propios correligionarios...

Estos amantes de la verdad científica (verdad a secas, la única admitida) se sienten satisfechos cuando concitan el ya mencionado "¡Sí a la Ciencia!" (es decir, la adhesión irreflexiva) aunque no se responda científicamente para nada con manifestaciones de esa índole (al tiempo que se incurre en flagrante infidelidad al principio de objetividad y a la predisposición analítica desprejuiciada) ni en la exposición ni en los comentarios. Incluso cuando se anteponen "instancias ideológicamente dominantes" que relegan o limitan y hasta podrían reprimir los argumentos científicos. Basta decir "Sí a la Ciencia", elevar el "hecho" experimental al plano de la idolatría, sustituir o acallar todo análisis explicativo que demostraría que existe un apriori ideológico que acaba avalado por el experimento montado a su medida (Feyerabend dio cuenta de esto ampliamente), sostener que el hecho es suficiente (como hace Gould, a quien se encumbra y a veces se coloca como autoridad indiscutible, para colarnos en paralelo su doctrina de La Contingencia, puramente ideológica, hipócrita y contradictoria), etc... todo ello ligado de una u otra manera a la marcha burocrática que empuja a todos hacia el caudaloso río de la Historia. "Sí a la Ciencia", aunque se digan en medio o para concluir cosas que contradigan el mencionado principio y se revuelquen en una falta de rigor digno de la política burocrática (algo, insisto, para nada ajeno al fenómeno). Inclusive se apela a la mentira, al engaño, a la ocultación, al silencio, a la tergiversación... con tal de dejar el estandarte incólume, de manifestar y concitar la adhesión al estandarte. La cuestión de la verdad y de su defensa, se ha reducido, en la era de la burocratización triunfante a una cuestión de contendientes ideológicos y de imperialismo ideológico-territorial en pro de una ideocracia absolutista.
Esto nos vuelve a situar ante la obviedad que se intenta diluir de que se pretende hacer del grupo propio la expresión de la humanidad entera. La verdad individual (subjetiva) mediada por el grupo se convierte a través de su acción coordinada en verdad universal... dentro del propio grupo y en todo caso para exportarla... Y como la "vida buena" que se persigue y a la que se intenta arrastrar a "los demás" es patrimonio imaginario del propio grupo, se cae en la falsedad interna de tomar a los adherentes irreflexivos por miembros de derecho propio, por correligionarios a los que luego se puede llegar a explotar, marginar, oprimir, aislar, juzgar, asesinar... El caso de los "proletarios de todos los países" para el Marx y por fin para el PCUS bolchevique (donde la conciencia proletaria acabó reducida a la adhesión incondicional a Moscú y pasó por sus famosos juicios); el caso del pueblo para los que dicen hoy "Ciencia para todos" o tonterías similares sin otro significado que el propagandístico (donde el "Sí a la ciencia" sólo puede reducirse a un acto de fe y al recitado de "venimos del mono" o como mucho de "ese rasgo es genético", "es instintivo", "lo produjo un trauma", etc., que ya hace tiempo se han incorporado al lenguaje cotidiano del "pueblo" y se mezcla con menciones a Dios cada vez menos conceptuales y más sociopolíticas e ideológicas).

Lo cierto es que ni la experiencia, ni las sensaciones, ni la lógica dirimen la polémica acerca de lo que es verdadero o falso y quienes insistan en defender algo como verdadero se ven envueltos en una discusión que en el límite no puede dejar de apelar a la fe o al equivalente axioma que fundamente su construcción formal o teórica. Repito una vez más, cualquiera que sea la fundamentación que se ofrezca, ninguna filosofía ha logrado ni podrá lograr identificar las coordenadas absolutas que sean capaces de definir La Verdad. Y en ese sentido se cae en un "error" al intentar ver el problema como una cosa en sí misma cuando sólo se puede considerar como algo situado en el tiempo en relación al mundo y en la necesidad del individuo ante ese mundo particular, de ese tiempo, en ese tiempo, un individuo que para estar allí se ha unido a otros en un grupo.

En ese sentido, la única referencia posible de que se está en lo cierto y que se goza de cordura, deviene del ya mencionado sentimiento individual; una manifestación de la autoconciencia que los demás también experimentan, reconocen en el otro y en cuyas líneas generales acuerdan... Eso es lo consideramos objetivo... siempre que se sumen algunos otros parámetros, parámetros que sin embargo nunca llegan a ser universales ni en el espacio ni en el tiempo... Sin embargo, el cerebro está seguro. ¿Cómo puede estarlo, estarlo tanto?

La experiencia autoconsciente (y la consciente de la que ella es parte) se caracteriza por su ambigüedad y ambivalencia, siempre capaz de confundirnos en lo inmediato o en lo previsible, de procurarnos una satisfacción temporal y parcial o de desconcertarnos, de engañarnos y de frustrar a fin de cuentas nuestros mejores esfuerzos.

En ese punto observo que Nietzsche y Strauss se detuvieron a mitad de camino, ¿parcialmente resignados?, ¿frustrados quizás como creo que ha sido siempre en casos similares, como parece parte de la "sociología de la filosofía"? Y que, a pesar de sus manifiestas diferencias con Sócrates, Platón y todos sus discípulos, acabaron adoptando por soluciones socráticas y conductas platónicas simplemente más desarrolladas o sofisticadas según corresponda. Y tal vez no sea posible algo muy diferente.

La propuesta de Nietzsche era un retorno a la conducta dionisíaca, al reconocimiento y revaloración de lo instintivo... pero no pudo dejar de filosofar con el martillo hasta el último momento, no pudo dejar de convocar a los hombres, de proponerles su visión, su polis ideal, su mundo, su modelo de "vida buena"... no pudiendo dejar de aspirar, al menos nostálgicamente, al paraíso propio, a la buena vida para sí mismo (utópica seguramente como toda propuesta pura e intelectualmente egoísta a diferencia del egoísmo inmediatista y mezquino que pretende el poder inmediato, propiamente político, oportunista), y al poder idílicamente puro para obtenerla. Como reconocía:

"Yo sé que al amigo que me sigue con simpatía tengo que conducirlo ahora a una altiplanicie de consideraciones solitarias en donde tendrá pocos compañeros, y para darle ánimos le grito que hemos de atenernos a nuestros luminosos guías los griegos." ("El renacimiento...", ed.cit., pág. 191)

...ó mucho después:

"...fue suficiente para que, desde el momento en que se me abrió tal perspectiva, yo buscase a mi alrededor camaradas doctos, audaces y laboriosos (todavía hoy los busco)." ("La genealogía de la moral", Prólogo, Alianza Editorial, Madrid, 2006, pág. 33).

¡Oh, sí; los grupos, su necesidad vital, lo que encontraremos en todas partes, en todos nuestros propósitos, en todas nuestras ansias aparentemente universales y eternas!

Por ello, tanto unos como otros no acabaron de reconocer del todo que sólo podían argumentar como miembros de sus propios grupos de referencia (aunque debo pensar que Strauss llegó mucho más lejos al tomar como mero "compromiso" asumido por él mismo ciertos mitos no del todo digeridos). Y cayeron una y otra vez bajo los efectos de la seducción que la sensación de certeza interna les devolvía (por cierto, tan nefasta como la de la incertidumbre).

Lo "malo", o más bien "lo confuso", "lo contradictorio", "lo incoherente", pero también inevitable, es pensar que se puede tener una visión universal, y que "lo bueno" sería así para todos... con tal de que "pudieran" comprenderlo, etc., para lo cual... "educación", "inculcación", reducción de las certezas a dogmas y digestos, engaño... En síntesis: un simple "sí" a lo que sea, una adhesión, una confianza puesta en sacerdotes o políticos coaligados. Como ha sido la costumbre.

Lo "malo", si cabe, es pensar que somos "buenos" y que queremos lo mejor "para todos", y creer que "podemos conseguirlo", incluso para nosotros mismos, cuando es imposible: se trata de utopías inevitables, que nacen en el marco del grupo, del tiempo, del mundo dado. La realidad se hace a base de interacciones que pueden identificarse hasta cierto punto, especialmente las más significativas... Y nada más.

Ni el subjetivismo, ni el relativismo, ni el positivismo, ni el idealismo, ni las diversas puestas "fuera del mundo" de las referencias, resuelven el problema. Ni siquiera en el sentido de dejar plenamente satisfecho al hombre después de preguntar hasta el cansancio (la leyenda del rey Midas y Silenio que rescató Nietzsche en su obra de juventud es contundente).

Es cierto tanto una cosa como otra (por ejemplo, la visión científica como la religiosa), lo que sólo es por el hecho cierto de que no existe un punto de referencia absoluto en base al cual podamos dar fe. No existe ni podrá existir nunca, me atrevo a afirmar apoyándome en la pura lógica que me asiste... es decir, afirmo y y con ésta comienzo, inevitablemente, una serie infinita de afirmaciones, que no es que el hombre esté limitado o no sea intrínsecamente capaz de alcanzar ese absoluto, sino que es una condición de existencia del propio mundo material y real. Esto no significa que se trate de un universal o un absoluto que pueda ser demarcado pero tampoco que no sea una medida de verdad objetiva, independiente del hombre y de su existencia, que en todo caso este está capacitado para capturar, sino todo lo contrario: el hombre es parte del mundo, una sola cosa con él, y una parte autónoma del mismo. (En este sentido, la coherencia del mundo Matrix permite precisamente que ambos puedan ser igualmente verdaderos desde fuera del sistema, algo que podemos extrapolar sin que ello aporte nada a la solución de nada. Igualmente, tenemos que concluir que un mundo puramente contemplativo y "subvencionado" -el de los Eloi por ejemplo- hay que reconocer que también sería posible, al menos en cuanto a la diferenciación integral, física, fisiológica, entre un mundo sin ciencia, de puro ocio y reproducción, contemplativo hasta el límite de la resignación, del que sin duda... alguna parte del cerebro tendría que haber muerto o estaría inoperante, puesto al servicio de los tecnócratas Morloks tan aparentemente reducidos a bestias científicos y utilitarios. Lo que de estos mundos rechazamos tiene sólo que ver con lo que somos hoy, con la sociedad que tenemos y que prima la ciencia como medio de vida burocrático y embriaguez en el sentido dado por Nietzsche al término.)

A fin de cuentas, se acaba diciendo "yo creo..." pero generalmente se tiene la sensación de certeza, una sensación de coherencia, una sensación por parte de la conciencia de que se está "en lo cierto", una sensación que se comparte y que se reconoce en el otro como real, es decir, como un fenómeno que responde a la existencia de los demás en juego, en interacción, en el seno de un conjunto de fenómenos suficientemente próximos. Se trata de la confirmación de que lo pensado o lo visto es verdadero y de que lo proyectado lo será. Se trata de aceptar el mecanismo propio como si fuera el papel de tornasol que se introduce en el tubo de ensayo de la realidad o mundo para determinar su clase.

Es lo que pasa, como muy bien pone Strauss en evidencia, en los marcos de las disputas ideológicas, como las que involucran a ciencistas y religiosos, positivistas e idealistas, racionalistas e irracionalistas, deterministas científicos y deterministas metafísicos, deterministas e indeterministas, etc., todas por cierto interpretaciones más o menos operativas... para según qué circunstancias, lo que también debe formar parte del análisis. En otras palabras: no podemos decir que la única visión posible en la Grecia Clásica capaz de permitir la vida fuese la Religión Politeísta Griega, pero indudablemente esa Religión estaba en concordancia con su sociedad y su tiempo. Y no podemos decir que el Dogma Cristiano tal como se entendía y practicaba en la Edad Media es factible de convertir en dominante en la sociedad contemporánea (como parece dudar Strauss mismo o dejar en suspenso); no por nada ha aflorado (o emergido) el "Diseño Inteligente", y no por nada la estructura actual de la Iglesia Católica deba leerse en términos de estructura burocrática a pesar de sus lógicos resabios tradicionales si se la quiere comprender en todo su funcionamiento y su conducta actual.
Claro que el hecho cierto de que el conocimiento deviene inmediatamente útil en tanto es captación real de una realidad independiente del pensamiento, de una objetividad, no está excenta de presentar problemas. Y no hay sino que poner ejemplos tomados del imaginario social en cuyo marco las referencias de casi toda creencia es la utilidad. Por ejemplo, Dios o la moral cristiana, cuya utilidad fue y es indiscutible, fuese para canalizar la debilidad humana (Nietzsche) o para consolidar y conservar un poder. Las referencias únicas posibles en última instancia, que son las de las tendencias intrínsecas al ser de la supervivencia, del aferrarse al mundo y a la vida, de persistir en la voluntad (inconsciente) de remontar el tiempo (en referencia a Monod), son también insuficientes. Tampoco desde esta óptica se puede alcanzar lo inalcanzable: una verdad absoluta, un enfoque universal que lo justifique todo. En el fondo, se trata de creatividad, de hacer el mundo en base a lo posible y a lo imaginario que de una u otra manera, aunque sea tergiversándose a sí mismo, se imponga.

Tal vez sobrevenga una vida más o menos buena o una vida francamente mala para el que juzga, quizás haya una respuesta en la propia complejización y el los posibles colapsos sucesivos. En todo caso, esa es la tragedia, la eterna tragedia que cada tanto, al sufrirla, pretendemos evitar.

No obstante, sea porque los tiempos no nos muestren el mismo mundo y que por ello no quepan las mismas conductas y justificaciones, o porque nos parezca siempre que hayamos alcanzado por fin la claridad, o si se quiere la lucidez clarificadora, es menester dar cuenta de la visión propia en lugar de elegir la insoportable alternativa de callar.

Pero, insisto, ésta, como la de los filósofos mencionados, corresponde sólo a un tipo particular de hombre, a una idiosincrasia, a un tipo sociológico en un mundo organizado de una determinada manera.

A este hombre, lo conmueve el discurso humanista en cuanto endiosa al hombre, el liberal en cuanto apela a las libertades del individuo, el socialista en cuanto promete la justicia social...

A Nietzsche, la salida a la resignación del maestro Shopenahauer acabó chirriándole desde el principio... sólo porque él era... diferente.

Incapaces de encontrar al Creador que lo sabría Todo y que Todo lo podría explicar, el hombre ha debido adentrarse sólo y con sus cualidades individuales en el laberinto ante el cual y dentro del cual nace programado para buscar una salida inexistente ya que ello lo empuja a sobrevivir. Se trata de algo compulsivo, donde la elección del arma (La Razón) es una consecuencia histórica: se consolidan las sucesivas elecciones exitosas de entre las varias armas disponibles (fuerza, astucia, etc.).

Lo podemos ver en cuanto intentasen explicarme por qué debe considerarse más valiosa la sociedad predominantemente vigente en occidente que la imperante en las regiones más atrasadas de la periferia, por ejemplo, las de predominio musulmán, o que las sociedades que sugirieron posibles Huxley, Orwell o Wells para el futuro. Todas las bases en que se apoyan las valoraciones en favor a las primeras tienen raíces en el propio grupo de referencia y no en algo que seriamente y hasta las últimas consecuencias pueda considerarse... un absoluto.

Feyerabend, confundiendo un poco las cosas (la coherencia sólo la pido yo dentro de la intencionalidad declarada en el propio discurso) y sin poder evitar la ingenuidad más pura del utopismo, nos ha ofrecido un ejemplo que de otro modo se habría perdido para todo el mundo, enterrado por la visión positivista dominante que prefiere tales ejemplos históricos bajo tierra al igual que los dictadores prefieren que allí están sus enemigos y críticos. Se trata de su famoso ejemplo de la brujería mencionado en el punto (C) de su nota 27 en "Contra el método":

"(...) 'Ni el mero escepticismo ni el mero racionalismo podrían haber acabado con la vieja cosmología', escribe H. Trevor-Roper (...) 'Una fe rival fue necesaria...' A pesar de todos los argumentos en contra suya 'la base intelectual de la brujería permaneció firme a lo largo de todo el siglo XVII. Ningún crítico (...) había atacado la sustancia del mito...' (...) Tales ataques no ocurrieron y no podían haber sido efectivos. No podían haber sido efectivos porque la ciencia de las escuelas estaba 'empíricamente confirmada' (...), porque 'creaba su propia evidencia' (...); porque estaba firmemente enlazada en la creencia común (...), llevando a exp¡eriencias potentes, a 'ilusiones' que estaban 'centralizadas alrededor' de los principales caracteres del mito dominante como por ejemplo 'el diablo' (...), y porque las potentes fuerzas emocionales se expresaban también por medio del mito. La existencia de evidencia empírica hacía difícil argumentar contra la brujería de una manera científica. La existencia de la fuerza emocional habría neutralizado incluso un contraargumento científico efectivo. Lo que se necesitaba no era simplemente una crítica formal, o una crítica empírica; lo que se necesitaba era un cambio de conciencia, una 'fe rival' como el propio Trevor-Roper expresa, y esta fe rival tenía que introducirse contra tremendas dificultades, e incluso frente a la razón." (op.cit., Ariel, Barcelona, 1975, págs. 154-155), etc., etc.

"Una fe rival"; está muy claro para quien sepa leer y abandone las armas tergiversadoras, la pala del sepulturero o la escoba del que barre bajo la alfombra para ocultar las pruebas a sí mismo. ¡De una buena vez, tomemos TODAS las evidencias históricas y no las que nos gusten! O al menos admitamos que alzamos sólo nuestros propios colores contra los colores ajenos; que formamos... una nueva cruzada.

Y dejo aquí el tema lejos de haberlo agotado, mero ejercicio del que no dudaría ni un segundo en disculparme ante quien corresponda, es decir, ante quien evidencie las contradicciones en que pudiera haber incurrido.



lunes 18 de agosto de 2008


De la ciencia como mito y como "Contrarreforma". Un alegato dedicado a los amigos.

Parece inseparable de la idiosincrasia del intelectual la pretensión de ocupar un lugar hegemónico en el mundo (aunque sea... en grupo y en todo caso en el seno de una secta). ¿A qué, de lo contrario, sostener las propias convicciones... "a capa y espada"; cómo sería posible si no imponiéndose de un modo breve o duradero, para empezar en el propio grupo, "aportar" lo que creemos será "mejor para todos", y responder así a nuestra compulsiva necesidad de trasmitirlo?

Incluso en aquellos que no se consideran intelectuales aunque como humanos que son reflexionan y transmiten (para algunos lamentablemente) a lo largo de su vida, emerge esa tendencia, y ello precisamente en cuanto se sostenga con vehemencia, ante el otro o los otros, cualquier idea o proyección, ya sea propia en uno u otro aspecto o aprendida en cierto grado y elaborada en otro, es decir, asumida y mejorada, se dejen o no sus contenidos no del todo elaborados o sean interpretados de manera sui generis, más simbólica que efectiva, más autocomplaciente que aglutinadora, al servicio inconsciente de los auténticos gestores de la realidad social a quienes se le ceden parte de los derechos, apetencias y caprichos propios, esos que logran así (ayudados por los más sumisos) elevar la propia especialidad a una posición dominante, estableciendo incluso una estrategia de poder que se propone, cómo no, aglutinar a las masas en torno a su propia simplificación, a su versión asimilable (1).

De repente, o de tanto en tanto, los especialistas retornan a pretensiones de esta índole y publicitan con grandilocuencia su sincero espíritu reformador, orientador o... evangelizador (2). Tras lo cual, con la conciencia o la intuición asimilada de que no hay espacio posible para la conquista por ellos mismos del Poder... nacen sus pedidos más o menos indirectos al Poder Real (que llegan a constituirse a veces en exigencias ideológicamente cimentadas) de que les garantice el territorio conquistado y les conceda algo de privilegios (3).

Son los sacerdotes (curas, pastores, etc.) de la Ciencia. Sin duda, ellos no pueden admitir ser en el fondo idénticos a sus competidores, los representantes de las religiones propiamente dichas, las que se autoconsideran tales, las que no se avergüenzan de serlo o no se proponen conseguir sus objetivos pastorales negando su idiosincrasia evangelizadora. Sin embargo, la conducta de nuestros especialistas científicos es idéntica cuando hacen no sólo proselitismo esotérico a la manera de Eutifrón cuya ascensión fue sin duda irresistible, sino cuando sostienen que las masas podrían asumir su punto de vista científico siempre que se les permita no sólo la libertad sino se le den amplios medios para ejercerlo. Y ello al margen de reconocer que las masas no serían jamás capaces, ni por disponibilidad ni por disposición, practicar su ciencia infusa, quedándoles sólo, por ello mismo... sólo la práctica de... la fe ciega en sus dogmas, o sea, la fe ciega en sus sacerdotes-intérpretes, fe sin duda para nada empírica ni siquiera intuitiva, no falsable ni comprobable. Exactamente como si fuera (para el pueblo al menos) una religión más. Y todo esto al margen de que si esa práctica pudiera llevarse a cabo por el pueblo, eso haría desaparecer a los científicos practicantes como vanguardia o sea... como especialistas, o sea... como sacerdotes de la Ciencia. (Dicho sea de paso: ¡el paralelismo con el plano político-burocrático también es muy significativo en este aspecto!)

Sin duda y abundando en esto, estas vanguardias iluminadoras, lo declaren más o menos explícitamente o no, lo oculten o lo escamoteen ante la contundencia de los hechos... aparentan contentarse o resignarse con la posibilidad de que las masas, o el pueblo, asuma su punto de vista CIERTO o VERDADERO de por sí, confiando en ellos y en todos sus colegas... a la vista de... los logros alcanzados, unos logros que se atribuye La Ciencia en tanto base de La Tecnología en que en realidad se inscriben esos logros (cuando en realidad en muchos casos la Ciencia viene justamente detrás... para explicar su discutible significado o su naturaleza tentativa). Y cuando, luego, según a qué grupo humano (social, ideológico...) se pertenezca y cuál sea su relación con esos logros... pueda llegar a levantarse inclusive un rechazo... moral que a su turno permanecerá científicamente inexplicado, es decir, asumido ideológicamente (Hiroshima, experimentación con animales y con el hombre, experimentación genética...)

Contradictoriamente, se establecen unos valores morales incompletos o sesgados que pretenden imponerse intelectual o racionalmente a los valores populares (también asumidos), mezclándose con ellos y/o aceptando ser parte de ellos con un espíritu a fin de cuentas conciliador (que tampoco intenta ser justificado) aún cuando contradigan a la Ciencia alza da por fin como mera bandera ideológica, lo que demuestra así que eso es justa y principalmente el objetivo perseguido por encima de cualquier otra cosa, es decir, de la propia pretensión evangelizadora, concienciadora, iluminadora, transmisora, educadora, etc.

¡Vamos, la conducta que ya se demostró mil y una veces como la propia del racionalismo!

Así es, se diga lo que se diga; se mienta como se mienta y tanto como se mienta.

Esta es la versión más propiamente contemporánea alcanzada en conjunción con la posmodernidad por la mayoría de los actuales aprendices y divulgadores de la ciencia faltos de la profundidad y el rigor de otros tiempos. Es más: ¡cada vez más faltos de ese rigor y cada vez más inclinados a defender su falta de necesidad y de sentido!

Un buen ejemplo es sin duda Gould, de quien ya me ocupé en un extenso y exhaustivo artículo (seguramente salpicado de errores) ciertamente subestimado e incluso desestimado (y por supuesto NO CONTESTADO hasta ahora) por quienes dicen estar interesados en La Verdad, La Sabiduría, La Honestidad, la Fidelidad a lo Objetivo, etc., demostrando lo contrario en cuanto se los arrincona un poco más allá de su incoherencia manifiesta.

Cada dos por tres me encuentro con manifestaciones similares así como manifestaciones a favor de medidas de apoyo e invitaciones a la lucha por una cientifización de la sociedad o algo parecido (como si esas medidas no existieran o como si las que se suceden por doquier no fueran suficientes). Estos comentarios que expongo en concreto a continuación, y que supongo volverán a concitar el silencio pretendidamente enterrador al que se opta no sólo por debilidad argumental sino por fe en las propias convicciones, fe que no permite su puesta en cuestión (so pena de suicidio social), nacen no obstante de mis mejores sentimientos de amistad hacia algunos a quienes considero íntegros aunque confundidos. Espero pues que su distanciamiento no se ahonde sino sea revertido, para lo cual deberán, al menos, descansar de su cruzada redentora y reflexionar acerca de la dirección hacia donde los encaminan sus pasos.

Estoy más que convencido de que en su mayoría las intenciones son buenas, tanto como que no sólo el camino al infierno está empedrado de ellas, así como de que la sabiduría popular, con todo lo general y aparentemente dogmática que es en sus refranes, no se equivoca mucho. Incluso aplaudo esa buena intencionalidad dada por hecho.

Pero decir, por ejemplo, que la Ciencia es Cultura no es decir casi gran cosa. Es más, si dejamos que la ciencia sea la que de su seno pergeñe la cultura... no saldrá de ello nada mejor que lo que ya saliera hace más de dos mil años, es decir, Sócrates y Platón, y nada peor que el propio positivismo inaugurado por Comte, sofisticado por el Grupo de Viena con Russell a la cabeza y dulcificado en tercer lugar por Popper. Es decir, que podría ser no sólo poca cosa sino incluso algo peor; involuntaria o inconscientemente peor; como tantas veces ha sucedido en la historia de la cultura dando origen al antes mencionado refrán acerca de las intenciones y el infierno al que conducen.

"Cultura" es un término por demás ambiguo. Se habla sin más de la "cultura occidental", a la que se le atribuye los cimientos de la Ciencia gracias a los griegos y concretamente a los sofistas y al Sócrates "novelado" por Platón, gracias en fin al "racionalismo", al supremo valor asignado a La Razón como llave de la Sabiduría. Pero, en primer lugar, es esa misma "cultura" la que se siente "obligada", sobretodo en los últimos tiempos a coquetear con el orientalismo, a veces contradiciéndose de hecho y otras de derecho, como en el caso de Prigogine cuando reivindicara a Tagore frente a Einstein... Una "tradición" iniciada ni más ni menos con la descolonización que coincidió con la marcha de la cultura hacia el posmodernismo y cuya figura emblemática fue precisamente un científico antropológico-social como Levi-Strauss, un hombre blanco que asumió su mala conciencia colonialista y propuso con otros que cargáramos todos con ella... como si hubiera algo en Toda la Historia sin mancha, engaño o violencia, crueldad o mezquindad de lo que pudieramos "no arrepentirnos"... religiosamente. Y como si ello obligase, sí, OBLIGASE, a compreder e incluso a admitir y justificar la violencia revanchista de la raza... o de la clase... oprimidas: la de Fanon o la del Che, la de los nacionalistas con los que convivimos en España misma y alrededores o la de los Jemeres Rojos, etc., etc., etc., pasando por palestinos terroristas y fundamentalistas más o menos manipulados; violencia que se dirige... contra nosotros, contra los que son capaces una y otra vez de poner en pie de guerra La Razón para permanecer al abrigo de la angustia y que no dudarán en darse en el límite "otra" explicación racional defensiva u ofensiva o asumir "otro" mito necesario... como hicieron todos los grupos humanos a lo largo de la Historia.

La cultura, por otra parte y en un plano secundario desde el punto de vista del debate aunque no por ello menos significativo, está tan depreciada hoy en día, en estos tiempos, cada vez más en declive, de posmodernidad, que más vale alejarse un poco al menos del término; o sea, tomarse en serio el tema y hacer las salvedades de rigor.

Hoy se llama cultura, o se dice que forma parte de ella, hasta el fútbol y el cine de entretenimiento más manipulador y mentiroso, el merchandising, los videojuegos, las canciones del verano y el festival de Eurovisión con Chikilicuatre a la cabeza, y por supuesto esas "obras de arte moderno" que se exhiben incluso en plena calle para popularizarlas (el pueblo... como mucho se ríe cuando no se siente disminuido e insultado), a veces dentro de vitrinas de cristal para evitar los efectos perniciosos de la intemperie (como la silla de Tapies), o como las llamadas "instalaciones" que en su inmensa mayoría abusan de la ignorancia en la que nos sentimos los que no nos sometemos al snobismo que se pretende imponer gracias al poder adquirido... Y por supuesto, la ciencia que, nunca mejor dicho, imitando al arte, subvenciona por ejemplo la Generalitat para justificar un reparto bastante oscuro del dinero público (me refiero a unas investigaciones denunciadas y luego silenciadas sobre algún hongo, la codorniz y otros asuntos "de orden público"), y esto sólo para mencionar un caso notable entre los muchos más que deben existir en otras comunidades, países, gobiernos, etc., que los debe haber a montones, me apuesto el cuello. Sin duda, la Ciencia, como la Religión, justifican una y otra vez las más ingenuas utopías así como las más descarnadas corruptelas.

En un comentario que dejé el mes pasado en El cerebro de Darwin, proponía que sería mejor que la ciencia cultivara la filosofía, es decir, que se preocupara por el rigor filosófico de sus afirmaciones cósmicas tanto como por el rigor empírico (4); que se tomara, en fin, la preocupación por el autoconocimiento muy en serio y que dejara de repetir meros extractos ideológicos sacados de digestos o del vox populis primitivo (que ni siquiera ha aportado nada al refranero, lo cual es, desde mi punto de vista, bastante significativo y digno de ser tenido en cuenta, cosa que dejo simplemente apuntada para que le saqueis chispa propia porque desarrollar este asunto me llevaría a ampliar considerablemente el tema).

¿Por qué no hablar de eso, por qué no proponerlo, por qué no contestar siquiera a la propuesta que hacía yo con el rigor propio de que se disponga, discutir esto abiertamente y no calificar la propuesta de discusión abierta y madura con un indignado "cómo puedes ser tan contumaz" como me dijo Evolucionibus (5) precisamente hace tiempo en relación a ese artículo que escribí contra Gould sin siquiera leerlo? ¿Es eso ser... científico? ¿Es eso contribuir a la... cultura?

¡A ver si lo que se propone por "cultura", de manera excluyente (una "manera" que precisamente caracteriza a TODA cultura) no es sino un conjunto más o menos amalgamado de ideas con argamasa ideológica y sobre cuyos componentes contradictorios no se profundiza nunca para que no salten las chispas, no se ponga nada crítico en cuestión por eso de lo correcto políticamente y se enuncian sólo en titulares porque así son más los que parecen estar de acuerdo (6); experimentos que ponen en cuestión dogmas del feminismo o del humanismo, por ejemplo; o los de la igualdad, de la nivelación, de la justicia social, del pacifismo, del altruismo, etc. y, por último, de la mismísima Verdad y la Sabiduría...!

¿No será la cultura que uniría a muchos a los cuales les bastaría definirse "por la Ciencia" aunque de ciencia na... de na...? Esos que cuando se describe un experimento que pone en cuestión sus prejuicios se alzan contra los datos empíricos y la evidencia a los que al mismo tiempo endiosan, sin comprender en absoluto que los hechos no pueden sustituir a las leyes y que estas no son sino formalismos útiles en absoluto taxativos?

¿No será esa la culturilla que reflejaba Gould en el párrafo con el que cerraba (!) "La vida maravillosa": "Somos la progenie de la historia, y debemos establecer nuestros propios caminos en el más diverso e interesante de los universos concebibles: un universo indiferente a nuestro sufrimiento y que, por lo tanto, nos ofrece la misma libertad para prosperar, o para fracasar, de la manera que nosotros mismos elijamos" (¿se puede ser más contradictorio, más ambiguo, más... hueco y más... simplista?) o a la que llegó a adherir Feyerabend cuando en nombre de otras evidencias terminaba ensalzando el oportunismo... de los dictadores revolucionarios (de lo que entiendo se arrepintió con el tiempo)? ¿La del diseño aleatorio en contra del "inteligente", al que tanto ayudó Gould con su antidarwinismo solapado y vergonzante? ¿O la de la conveniencia de "callar" pregonada por el positivismo y de lo que uno de los más insignes creadores de la corriente, bandera y abanderado él mismo por los suyos, Wittgenstein, se desdijo con el tiempo en parte a base de estudiar un poco más de... filosofía?

¿Será acaso la cultura que inauguraran todos aquellos que empezando por Rousseau consideraran que el hombre debía sacar sus sucias manos de la naturaleza salvaje para que ésta fuera pura, y que si los hombres no comprendían que debían ser libres se los educara y llegado el caso se los obligara a serlo? ¿La cultura que sobre la mezcla forzada, retórica, sofista, establecida entre los ideales de justicia social considerados utópicos (como si los propios no lo fuesen) y la dialéctica idealista hegeliana que encumbró a la Historia como fuente de sapiencia, Karl Marx desarrollara como un humanismo (de clase, claro; clase que sería definida formalmente y así entendida como "la verdadera humanidad futura"); la cultura supuestamente proletaria (o verderamente humana... del futuro... que acabó realizándose como cruel... caricatura) que se desdeciría estrepitosamente poniendo definitivamente al descubierto su crueldad antihumana con la caída del muro, aunque en realidad sólo estaba siendo lo que era, humana. es decir, una más en donde como de costumbre caben y cabrán siempre los engaños y las verdades esotéricas, donde caben y cabrán las aspiraciones de un grupo en procura del poder y, "por fin", encontrará... el caballo (¿del apocalipsis?) sobre el que cabalgar ciego y sordo pero vociferante hacia la victoria?

En fin... podría continuar, citar muchos más de los mil y un mitos que se dio la humanidad desde que existe, y quizá inventarme algunos más de manera literaria... pero lo cierto es que los ejemplos son suficientes para quien sepa leer y quiera hacerlo, se disponga abierto a la realidad, justo como pregona la ciencia que se debería hacer ante lo objetivo, y sepa reflexionar lo más desprejuiciadamente posible hasta armarse de la máxima coherencia alcanzable por su parte.

Claro que luego habría que ir un poco más allá, y eso podría tambalear el edificio en el que tanta gente se refugia y de la que tantos comen.

Pero hay sin duda que ir más allá, lo que no significa que la ciencia sea superflua o peligrosa sino que hay que descubrir y asumir su necesidad y su sentido. La ciencia provee al hombre muchas cosas y hay que hacer el listado completo, exhaustivo, no engañoso, no dejando nada ni bajo la alfombra ni en la cuneta. No es una cuestión de bueno o malo, es decir, de valores (cosa en la que caen muchos y especialmente los científicos que la dan, a La Ciencia, por un Valor puro y positivo, el mismo que hace unos 2500 años como he dicho le asignara Sócrates y que hoy aún perdura con ropajes distintos).

Se trata de comprender su mecánica, una pretensión sin duda muy... científica, a la que no veo por qué se niegan... los científicos, al menos demasiados.

Creo, firmemente, que habría que comenzar por ahí, buscando la coherencia y no el parche, el rigor y no la superficialidad, la radicalidad y no el subterfugio y la tergiversación, decirlo todo y no invitar al silencio, dejar que las ideas fluyan y no que sean censuradas, ya sea con hierros o con letreros, ya sea enterrando al sujeto o enterrando sus ideas...

A fin de cuentas, este tiempo en el que hoy volvemos a discutir las cosas que siempre preocuparon al hombre y les sirvieron de remedio, pasará. A saber lo que quedará luego, a saber si algún día seguirá o no habiendo un espacio para los que piensan sin estar involucrados en el presente y sus entresijos o se vean obligados a sucumbir por inexistencia de un lugar dónde exilarse. Tal vez, el cabo de mil experiencias inconducentes el futuro nos mire con condescendencia considerando que nos la hemos pasado jugando... unos contra otros y a cualquier precio. No puedo sino jugar yo mismo con esas ideas, literariamente, también como remedio a la angustia, como embriaguez, como refugio... Pero, aunque no sirva para nada, sé que no hago sino lo que me dicta mi programa interno, algo que sin haber sido nunca preconcebido inteligentemente, es un resultado que funciona.



Notas:

(1) Son muchas las posturas positivistas vergonzantes, débiles, que no pueden evitar coquetear con el subjetivismo y recaer en aquello que quisieran negar sin conseguirlo. Replegándose en el mejor de los casos enKant ... cuando no en los sofistas, de los que se pueden extraer frases más simples y directas muy útiles para educar al pueblo aunque sea de manera contradictoria ydesconcertante.

(2) Siguen tres ejemplos entre mil:

(2.1) Una muestra entre mil del simplismo filosófico en el que se refugian por lo general los especialistas para extrapolar un poco más allá de los hechos y hasta donde se animan a hacerlo, lo podemos ver en una entrevista realizada a uno de ellos, David J. Chalmers (véase en particular la respuesta dada a la segunda pregunta), cuyo trabajo no deja por supuesto de ser muy valioso. Lo que indica de nuevo un retroceso hasta el pensamiento primitivo, presocrático en muchos puntos, que la especialización científica produce. No es sólo que no haya "formación" filosófica por parte de los científicos -necesariamente especialistas- sino que se la considera superada o innecesaria en la línea bebida a partir del positivismo y la filosofía analítica.

(2.2) Stuart Kaufman, más allá de sus interesantes y felices aportes, propone, muy intelectualmente y en su estilo, ¡"reinventar la sacralidad"!

(2.3) Otro científico de la complejidad ha descubierto una panacea explicativa más en el seno de su propia teoría y más allá de que su discurso tenga una gran utilidad y sea elegante, sea incluso objetivo y clarificador de dilemas que se hallaban en una confusión mayor previa y sirvan para iluminar ulteriores vericuetos (lo que no dependerá sólo ni fundamentalmente de todo lo anterior sino de la sociedad en la que juegue su baza). Su resultado no resuelve el problema sino que lo manifiesta. En esto, este, comoKaufman, invaden el campo de la filosofía como si no fuera sino un apéndice más o menos perturbador de la ciencia, un apéndice que debe ser domesticado o subordinado a la manera en que Platón proponía que lo fuera la poesía a la política, es decir, a la manera socrática; dejando principalmente de manejar conceptos y dedicándose a crearlos cada vez más allá de los límites de la teoría, lo que no es cometido estricto de la ciencia (por más inevitable que esto sea) y cae necesariamente en terreno... metafísico o... simplemente... formal. Muy bien, a quién se le ocurre prohibirlo; pero al menos que sean capaces de llamar filosofica a esa práctica suya, de aceptar que no siguen para ello el método positivista sino el intuitivo, y de reivindicar su existencia separada. Incluso, a reconocer que se deslizan hacia el mito y el dogma... como todo ser humano.


(3) Hay miles de ejemplos que ponen en evidencia lo mucho que se hace hoy en día y en todas partes (en Occidente, en Rusia, en China y allí donde el racionalismo ha triunfado al menos) por La Ciencia y por su divulgación masiva (y simplificadora, claro, como no puede sinoserlo ) y su endiosamiento por parte de un sin número de diversas instituciones privadas y públicas: basta acudir a las guías de ocio y ver las manifestaciones culturales que giran en su torno (La Caja deSegovia , como todos los bancos y cajas, promociona, por ejemplo, en un folleto de su fundación un "Programa de promoción de la Cultura Científica y Tecnológica"...), y sin embargo, se clama contra la religión cristiana y el diseño inteligente como si tuvieran hoy en día una fuerza equivalente y pudieran arrebatarle su ya conquistado predominio racionalista y positivista, algo en todo caso muy relativo y que no demostraría sino la existencia de una lucha por el Poder en toda la regla entre los defensores de dos meros... dogmas (traté esto en una sucesión de artículos incluidos en este blog).

(4) De un modo apresurado e irreflexivo (poco científico por cierto) ante mi valoración positiva de la intuición filosófica, Brainy me responde que la misma "es peligrosa" y añade observaciones varias que representan claros retrocesos hasta el pensamiento prefilosfófico (o presocrático) en juicios más propios del relativismo a ultranza o hasta el subjetivismo trasnochado ("apariencia" vs "realidad" o "inaccesibilidad intrínseca") que se supone ajenas y opuestas a la idiosincrasia científica moderna.

(5) juicio de Evolucionibus ante mi insistencia (¡la segunda!) en señalar a Gould como un oportunista que negaba en los hechos el evolucionismo, cosa que demostraba en un artículo de 40 páginas que habría sido considerado "innecesario" estudiar para rebatir o criticar allí donde lo mereciera: bastaba "lo sabido" (las convicciones dogmáticas "previas" y los slogans para acabar enterrando la cuestión con el juicio señalado).
(6) Me permito aquí poner en evidencia otro ejemplo a propósito entre mil: el debate acaecido en el blog "Por la boca muere el pez" a raíz de su post "Juguetes de niños primates..." de fecha 2008-04-08, en donde se sostenía o se tendía a sostener por parte de una amplia mayoría de comentaristas que el método experimental que se describía en el post debía ser evaluado (¡y rechazado!) desde el punto de vista de la ideología feminista. Sin consideración alguna por parte de los o las más recalcitrantes. Y sin sugerir experimento o método alternativo alguno; simplemente: enterrarlo como basura ideológica-machista.