Yo situaría las capacidades de reflexión y de comunicación del ser humano (de innegable origen evolutivo) en la base de esa respuesta testaruda e incluso utópica que tanta hipocresía, autorepresión y crueldad han originado hasta hoy. Ese impulso que sin duda se puede calificar de racista, debió operar en la conciencia humana desde los principios, sintiendo el reconocimiento inmediato de las diferencias y predisponiendo a los individuos a rechazar la animalidad que se manifestaba en ellos, al margen de que al mismo tiempo, inconscientemente, podríamos decir pecaminosamente incluso, la deseara como expresión de libertad: liberación de la responsabilidad, de la culpa, del miedo al futuro y en especial a la muerte, el futuro más seguro y más rechazado de todos los posibles.
Ahí está "El extraño caso de Dr, Jequyll y Mr. Hyde" para ilustrarnos. Y por supuesto la propia Rich Harris, que en en el artículo mencionado defiende una hipótesis que, dicho sea de paso, yo habría vinculado más estrechamente vinculada con la selección natural y que ella, entiendo yo, cuanto menos desdibuja (pienso que Rich ha estado aquí insuficientemente rigurosa tanto en lo científico como, por lo que he leído, en lo histórico), a saber:
Que la emergencia de la piel blanca y la ausencia de pelambre en los noreuropeos primitivos aconteció como resultado de una opción estética, voluntariamente elegida por las madres ("selección parental", como la llama), opción que yo no consideraría causa determinante del posible viraje que nos distanció algo más de los primates, pero que, sin embargo y sin duda alguna, estuvo y está presente. Ah, y que sin duda es muy significativa en el sentido que vengo defendiendo ya que describe en gran medida toda la conducta humana sucesiva y la totalidad de su cultura: mitos, religiones, filosofías.
Creo pues que existe esa tendencia real en el ser humano de querer distanciarse, escapar, evadirse, negar y renegar, de las conductas heredadas de sus primos; rasgos y conductas que persisten en sobrevivir y replicarse en él y gracias a él a pesar de los tiempos. Y creo que lo procuran, sí, voluntaria... pero compulsivamente, sin lograrlo nunca por completo.
Es suficiente, aunque no fácil, y eso creo y eso hago, imaginarse en la piel de un indefenso cromagnon (culturalmente indefenso, por supuesto.)
Verse a sí mismo cazando y matando como los lobos no le podía decir (aún) al hombre que su especie le debía mucho de su código genético pero sí, por ejemplo, que el espíritu animal, salvaje, instintivo, lo había penetrado de algún modo y que de tanto en tanto lo dominaba. ¡El hombre no podía sino ser consciente de ello y ser objeto de la extrañeza que ello le debía provocar!
¿Cómo no reconocer que su sensibilidad se veía afectada si esto nos sigue condicionando hasta hoy en día? ¿Acaso vamos a seguir invirtiendo los términos y explicando el fenómeno como una imposición de la cultura, de la religión y la moral más precisamente? ¿No será que haya que explicar más bien qué fue lo que llevó ese problema existencial hasta aquellos elevados rangos?
Pero, a fuerza de reflexionar, estamos más centrados en la solución del dilema. El psicoanálisis, la biología evolutiva, la ciencia en general, nos han traicionado dando vuelta el espejo en el que nos mirábamos y ahora sólo hay que ir otro poco más allá.
El rechazo a un origen que no nos explicaba nada, es más, que lo hacía todo incluso más oscuro, explica mucho mejor que ningún otro apunte teórico, la caída en la sistemática lucha contra los instintos y la paralela repugnancia hacia sus manifestaciones (¿merece la pena que ponga aquí un ejemplo como el de Pío Moa?) Explica los mitos animistas y las mecánicas mágicas más primitivas, el culto a animales superiores que habrían podido dejar atrás sus peores mañas y se habrían elevado hasta el reino de los cielos (es decir, sublimando lo bueno de la animalidad, lo más humano de ella), los dioses humanizados por fin que vinieron luego. Y lógicamente la moral religiosa y la ética que acabó descansando en la razón. Y la ciencia que se resiste a abandonar los lastres del animismo y del antropocentrismo, de la ceonceptualización vacía, etc., despreocupada de la economía de pensamiento que se gana ampliamante al vincularnos evolutivamente con ese origen inmediatamente anterior, incapaz de un destete que no parece resultarle satisfactorio, feliz (por no angustiosa), soportable existencialmente. Y, en breve, explica la supervivencia de esos lastres a través de toda la filosofía, de toda la reflexión humana dedicada estoicamente a salvarlos de la quema. ¡Esa es hoy por hoy el grueso de nuestra pesada cultura!
Sí, simplemente, se trata de la reacción contra los instintos y que se extiende hasta la totalidad de las conductas heredadas que los mismos imponen hasta llegar a dominar al hombre en contra de una voluntad (conciencia, individualidad sin duda que se manifiesta como tal por intermedio de aquella.) Especialmente cuando descubre (con o sin psicoanálisis) que su presencia reiterada es causa de problemas y se tergiversa el rol por el cual en un principio se ha heredado ese tal o cual rasgo perturbador.
¡Sea como sea, está visto que siempre fuimos conscientes de un modo conflictivo!
Que la necesidad de mitigar la angustia y la extrañeza (que asimismo nos impulsa a la búsqueda del saber) nos empuja a la construcción de mitos, al autoengaño y al disfraz. Todo para explicarnos nuestro lugar en el mundo y decirnos una y otra vez cosas del estilo de "yo no puedo ser un animal" o también "soy un político que quiere el bienestar de mi pueblo". O sea, para permanecer en la mentira más o menos a medias.
En mi caso, un ejemplo como cualquier otro, hay ciertas taras que afloran a mi conducta y que me recuerdan a mi padre (que no era un animal, evidentemente, pero que controlaba mucho menos que yo sus impulsos, y en particular los que recuerdo haber sufrido en carne propia, o mejor dicho y sobretodo en mente propia), taras que debí comprobar que no eran eficaces para mi supervivencia o que se contraponían a mis demás genes, afectados también y quizá tanto como los de mi propia madre. Pues bien, cuando ellos afloran, automáticamente tiendo a rechazarme, a enfurecerme contra mí mismo, a sentirme molesto o, en otras palabras, a ver reducida mi autoestima, la cual, precisamente, para recuperarla no tengo nada mejor que demostrar que logro reprimirlas o controlarlas mediante mecanismos básicamente psicoanalítiticos (aunque supongo que podría haber algunos otros.) Sin duda, yo mismo quiero ser "otra cosa", sin duda yo quiero ser "mejor" que mi padre. ¡Pues imaginaos ahora al pobrecito homo sapiens, o a cualquier otro antecesor o sucesor que se os ocurra, tras observar el comportamiento de una manada de monos o de lobos o de una bandada de buitres!
¡Imaginaos lo que se puede hacer con esos sentimientos por parte de hábiles manipuladores!
¡Imaginaos lo que una naturaleza menos propensa a ser mejor es capaz de hacer peor!
Bueno, ya basta; punto y aparte, por ahora... con sólo unos pequeños incisos publicitarios:
2) Si lo primero, señalen, por favor, dónde y en qué me consideran equivocado o qué no he desarrollado adecuadamente para que pueda reflexionar sobre ello y mejorarlo.
3) Por cierto, he revisado por mi cuenta y riego mi entrada "Los sentimientos, la razón y lo imaginario" para que fuese algo más digerible (os recomiendo su lectura o su relectura y aprovecho para solicitar comentarios en su contra.)
4) Por último, además de la novela de Stevenson, me permitiré recomendar (je, je...) otra historia de un desdoblamiento de mi propia cosecha: "Comer con el pico y batir las alas hasta que haya máquinas en el cielo" que figura en la lista adjunta de los cuentos que me publicaron en la Red. A ver qué os parece.
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