lunes, 23 de junio de 2008

... con (2) un huidizo punto de llegada

Entre los veinticuatro y los veintiséis años, Nietzsche arremete contra la cultura dominante cuyo origen sitúa en el triunfo post mortem de la concepción socrática, una cultura que habría marginado al mundo griego de la tragedia y el ditirambo, al mundo dionisiaco primitivo, a la niñez de la humanidad, algo que Nietzsche, por otra parte, deseaba como mundo propio (o "bueno") e incluso creyó a punto de renacer. Ese deseo, ese deseo de Retorno que, como tan bien apuntara Leo Strauss en referencia al suyo, no puede significar otra cosa que arrepentimiento ("¿Progreso o Retorno?", "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu, Bs. As., 2007, pág. 317), pone de manifiesto la contradicción en la que incurre Nietzsche en su tratamiento de la insolubilidad de la tragedia humana que sin embargo pone en clara evidencia, lo que me brinda una inmejorable base para circunscribir "el problema" a su verdadera dimensión, en concreto, a considerarlo un "problema intelectual", simple y particularmente filosófico (aunque no exclusivamente en el sentido en que se suele así denominar).

Hablo de "El nacimiento de la tragedia", escrito en 1870-71, donde Nietzsche desvela el problema del que el hombre reflexivo, el hombre en tanto que ser capaz de formalizar verdades y crear conceptos, habría estado huyendo de todas las maneras imaginables (y lo hace todavía), es decir, mediante el mito, la religión, la filosofía y la ciencia, del resultado trágico de su reflexión. Este "problema", como puede comprobarse, acabará por dar nombre y forma a los molinos de viento contra los que el filósofo combatirá durante toda su vida, convirtiendose en la materia permanente de sus indagaciones o, en sus palabras de madurez, de su propio rumiar, sin duda ejemplarmente aplicado desde aquella edad en la que ya es el hombre que será.

En esa preciosa obra de juventud, será pues donde, quien se autocalificaría de filósofo del martillo, pondrá en pie la primera versión de la que sería en realidad una única y preciosa escultura, inevitablemente apolínea no obstante en lugar de dionisiaca (como corresponde a toda conceptualización que exige ser narrada para poder ser transmitida), donde tomará forma por primera vez la Idea, a instancia del Sueño acariciado, que lo habrá de esclavizar hasta el último suspiro. En otras palabras, que lo hará caer en la búsqueda de lo imposible en lugar de volcarse a la simple danza y a la simple música dionisiacas, a la embriagués por él tan valorada, a ser él mismo ditirámbico; que lo definirá como... filósofo. ¡Y aquí hay que admitir que Nietzsche no pudo callar, no pudo dejar de convocar al hombre a un mejor futuro, no pudo dejar de valorar su sueño de la "buena vida" por encima de la realidad, por encima de las vidas que los demás vivían, por las que los demás luchaban, hacia las que los demás marchaban; en fin, no pudo dejar de ser teórico... dejar de narrar! ¡Aunque tampoco y mucho menos... venderse al presente decadente que seguiría y seguiría haciendo estragos a su pesar y desde su punto de vista, es decir, alejando, como si esta fuera posible por algún medio semimágico, la perspectiva de aquella "vida buena", instaurando y consolidando la "vida real", la vida del pueblo según sus pasiones y las de sus gobernantes!

Consciente en parte, Nietzsche se aprestaría pues a soñar y a prometer un futuro restaurador de aquella niñez griega perdida a manos de La Razón, a manos de Sócrates... Y tendría la virtud de señalar la causa de este adverso advenimiento, la causa básica de su imposición al mundo como concepción dominante: el dolor de la frustración, la desesperación de la incompletitud. Algo que afectaría especialmente, agudamente, al hombre reflexivo cuya máxima expresión sin duda es el filósofo, el también llamado sabio desde Platón hasta Strauss: ese espécimen particular que surge una y otra vez del seno de una raza de la complejidad neurológica precisa como mera consecuencia, como mero resultado, como expresión... de La Tragedia.

Pues bien, esto expresa, ni más ni menos, en la figura ejemplar de la lucidez alcanzable por el hombre, que es capaz de reconocer su propia miseria y sin embargo continuar viviendo, la permanencia inevitable del problema que sigue estando en el centro del debate humano de todos los tiempos (es decir, que conforma su conflicto básico), que, a pesar de Nietzsche y de otros tantos filósofos por "delimitarlo", así como de todo intento por acallarlo, adomecerlo, drogarlo, negarlo, barrerlo bajo la alfombra, reducirlo a un mal sueño, a una enfermedad, etc. (como han intentado desde Sócrates hasta el Positivismo en nombre de "La Ciencia", pasando por todas las religiones y todas las proposiciones ascéticas en nombre del "más allá"), sigue estando presente con su insolubilidad incólume, retornando como característica de la idiosincrasia de ese hombre reflexivo, que él llama "teórico" y que separa radicalmente de los demás, todos hombres "trágicos", hombres por antonomasia, desdibujando el hecho de que se trata de las tendencias reflexivas propias de cada ser humano y presentes en cada uno en proporciones diversas, en plena lucha, a veces simplemente vencidas la una por la otra. Comprensión y lucidez que en el extremo y por otra parte, como Nietzsche también supo vislumbrar, actúa como freno para la acción, como su dique de contención, como su droga cerebral paralizante que incluso "mata el obrar" (ibíd., pág. 80) en la misma medida en que deja al descubierto la absurdidad del ansia misma de saber, la absurdidad "lógica" de su imposibilidad final y la falta de meta "lógica" de su pretensión inevitable. Y si la lucidez llega al punto en que se demostrara que "no se puede alcanzar la meta de las antípodas, ¿quién querrá seguir trabajando en los viejos pozos, a no ser que se contente con encontrar piedras preciosas o con descubrir leyes de la naturaleza?" (ibíd, pág. 133), cosa que como sea... no sucederá... aunque para ello deba el hombre individual, incluso en el límite de su lucidez, incluso después de un interregno de desidia, recurrir una y otra vez al Mito, esa "simbólica de los conocimientos" del hombre (ibíd., pág. 101). Un Mito que se impone porque lo impone la vida y lo que el hombre como resultado es.

Y es que esa pretensión, incluso "ilógica", nace del instinto tanto como su negación, y explica (unas variantes para justificar el silencio, otras para alentar falsos optimismos, a la vez que para preservar lo conocido y darnos una pauta de conducta operativa) tanto la Ciencia como la Filosofía, la Religión como los Mitos... por lo que no queda sino aceptar todas esos resultados de la tragedia como inevitables y no como combatibles y comprender que la lucha entre ellos en el campo de las ideologías sólo puede responder a otra cosa que a la posibilidad teórica de ser uno solo el Verdadero.

En aquella obra de juventud, todavía subordinada al pensamiento de Schopenhauer y de Kant, Nietzsche demostraba haber descubierto el "problema" de la tragedia humana, aunque creo que sin conseguir llegar (por responder él mismo, como he dicho, a su mecánica, a su idiosincrasia de filósofo) al fondo del abismo, es decir, del convencimiento taxativo, inmisericorde, rotundo, de que "superar" ese mecanismo es del todo imposible. En otras palabras: que el ser humano no sólo tiende a enmascarar o tergiversar (mediante el ascetismo o la embriagués) la conciencia de la imposibilidad de alcanzar esa Sabiduría, esa meta inevitable y constantemente deseada, en contra de las evidencias que le proporcionan tanto su autoconsciencia como la experiencia ajena, sino que tampoco puede abandonar el intento de ir tras esa meta huidiza, por más absurda que le parezca. Nietzsche mismo fue víctima de ello a pesar de sus convicciones (y hasta de reconocer lo que había detrás) del mismo modo que un creyente acérrimo no puede evitar "dudar" de su fe en ciertos momentos. Nietzsche, con todos los filósofos de todos los tiempos, es por ello el ejemplo por antonomasia en donde el hombre queda reflejado, en donde el hombre se descubre a la vez capaz e incapaz de comprender el mundo y de comprenderse, capaz e incapaz de hacer algo con ese conocimiento, de fijar una meta o una dirección que sirva para algo "superior" como le dictan sus impulsos, de asegurar y asegurarse que aquel por el que opta es "el camino".

Fijemos pues el objetivo que el hombre parece querer alcanzar y que en realidad se ve forzado a perseguir, y apliquemos la lupa a ese "huidizo punto de llegada" para estudiarlo mejor partiendo de Nietzsche, el primer filósofo sin duda que lo puso sobre el tapete, y tratemos de comprender no sólo por qué no es insoluble, o sea, trágico, sino por qué no puede ser de otro modo, es decir, por qué es INDISPENSABLE, NECESARIO como tal, o tal y como se presenta.

Menudo dilema, menuda monstruosidad sin duda la de un Sísifo que no sólo ha aceptado su condena, condena de los dioses, sino que descubre que esos dioses nacieron de su propia imaginación y... por si esto fuera poco, tras saberlo, no puede dejar de subir una y otra vez la roca que una y otra vez cae casi al llegar a la cima.... ¡No, no "casi" de verdad, sino en ese punto en que lo considera así, en que ha situado la cima, en que la pone allí como una simple manera de dar por firme el mundo que pisa, por real lo que percibe e intuye, por objetivo lo que elabora...!

Un puro mecanismo de supervivencia y consolación, de alianza con lo desconocido y con lo absurdo que le ayuda a dar por cierto la propia marcha de la búsqueda, que busca darle algún sentido para darse ánimos y explicarse la razón que a pesar de todo lo obliga a no abandonar, a reponerse de las ganas de hacerlo, de la fatiga, de la rabia, de la incomprensión. Un mecanismo que nos conduce una y otra vez al encuentro con Sileno, es decir, con La Ciencia y sus resultados; que nos hace subir las escaleras de la tecnología; que nos hace revolvernos en el seno de la filosofía; que nos doblega hacia la locura, el misticismo, la obediencia, la sumisión...

Incluso hoy, cuando habiendo llegado no por supuesto a las puertas de la Sabiduría Universal sino al marco de una puerta clausurada por un inmenso espejo en el que se pierde la mirada en el interior de los ojos del que mira, en el que a lo sumo vemos cada vez mejor (o podemos hacerlo con un poco de coraje) la propia imagen, la imagen de nosotros mismos, para redescubrir la misma incertidumbre, la misma perplejidad, el mismo abismo... y, a la vez, la misma pura y simple voluntad de vida. Que seguimos sin poder dejar de ser meras víctimas del "problema" que experimenta Hamlet como "hombre dionisiaco" según señala Nietzsche:

"... ambos (ese "hombre" y Hamblet) han visto una vez verdaderamente la esencia de las cosas, ambos han conocido y sienten nausea de obrar; puesto que su acción no puede modificar en nada la esencia eterna de las cosas, sienten que es ridículo o afrentoso el que se les exija volver a ajustar el mundo que se ha salido de quicio." ("El nacimiento de la tragedia", Alianza, Madrid, 2007, pág. 80)

Lo cual, más allá del lenguaje que sigue buscando aún las mejores palabras o que acepta en todo caso ser considerado alegórico, simbólico, formal; más allá de qué sería con exactitud o con rigor "la esencia eterna de las cosas" a la que Nietzsche se refiere, o del juicio de valor que acusa al mundo real de haberse "salido de quicio", el fenómeno queda pristínamente al desnudo y quien se aferre a los detalles sabrá si pretende ir más allá o simplemente enterrar la verdad que en la medida de sus posibilidades ha puesto Nietzsche al descubierto.

Quien no tema... sabrá reconocerlo y continuar, responder al mecanismo (por idiosincrasia cerebral humana) asumiendo in extremis, como mito, las exigencias del mundo y del tiempo en los que se está, y, como filósofos, como hombres reflexivos en lo que de reflexivo en espacio y en tiempo haya en cada hombre, resignarnos a ser lo que somos y a perdonárnoslo sin ignorarlo, sin sedarnos, sin huir de la conciencia, aceptando querer, desear vivir a riesgo del adelanto de nuestra propia muerte, del desgaste, del sistemático desgaste (hasta donde ello sea posible, claro, claro, claro -volveré sobre esto en lo que creo ir un poco más allá de Nietzsche en un "tercer post"-). Pero también, a ser dionisiacos, diversos y parecidos, diversamente situados dentro del mundo y similarmente situados frente al mismo mundo.

Lo opuesto en todo caso a la resignación dictada desde ópticas ascéticas entre las cuales no sólo están las religiones, con sus esotéricos "¡Sí al Más Allá Prometido!", sino su teórica enemiga, la Cosmovisión Científica (es decir, el más allá específicamente mítico de la Ciencia) con sus llamamientos formalmente pero emparentados, socráticos o positivistas y dogmáticos que se realizan en nombre de un escueto "¡Sí a la Ciencia!". Un "sí" que sigue pretendiendo ni más ni menos, como cualquier otro de los mitos a los que el hombre se ha aferrado y se aferrará: "actuar como remedio y como defensa" (ibíd., pág. 135). Y no sólo eso (que está en el núcleo de lo humano), sino en su expresión operativa, como respuesta política, como respuesta concreta al mundo que está delante. La también inevitable "mundanización enorme" del "tiempo de ahora" (ibíd, pág. 193) que Nietzsche despreció entonces y cuya realidad impera, como veremos luego.

Hoy sabemos que lo neurológico impulsa la búsqueda del saber por imperativo genético, que se trata de un resultado evolutivo que ya está presente en la neurología que la precedió desde un punto de vista evolutivo y de la que se deriva, y que esa actividad tiene por premio ese sentimiento de certeza que no sólo satisface al individuo internamente sino que confirma su "normalidad" en relación y gracias al otro y que, además, y ahí está el "buen" resultado, el resultado eficaz, útil, del despliegue de su actividad, le permite realmente mantenerse en el mundo, transformándolo, haciendo de él algo siempre diferente para su mayor afianzamiento en él, incluso para No Mutar, ni en dioses ni en superhombres (conservando la vida y la idiosincrasia... con el mismo problema dentro), en fin, dando en el blanco, consiguiendo que sea muy difícil de negar... para quien sepa leer, para quien sea permeable a la introspección desprejuiciada y no tema confesar lo que descubra aunque en ello le vaya la vida y la comodidad. Lo sabemos porque hemos asumido este mito que se reafirma social y empíricamente, porque es social y técnicamente operativo, porque sirve para justificar la participación de aquellos individuos que se dedican a la ciencia y a la tecnología (en algunos casos a la manera de Eutifrón, lamentablemente para ellos y para quienes los soportan) y a algunos cuantos parece servirnos para llevar agua a nuestro molino, y todo ello porque nos resulta convincente (una cuestión muy compleja que también habrá que desmenuzar en lugar de seguir dándola por inamovible, obvia, lógica o lo que sea a pesar de que nada salvo nuestra propia convicción -un fenómeno fisiológico, neurológico, químico solamente- nos lo indica -y que percibimos que es común a los demás miembros de nuestro propio grupo, en los que descansa esa convicción que de otro modo se tambalearía peligrosamente-).

Podría arguirse que lo dicho es sólo un juego de palabras, pero en realidad hay apuntan a la necesidad de desmontar definitivamente las banderas del doble autoengaño que ocultan... mostrando a la vez su testaruda resistencia a claudicar, resistencia involuntaria, irremediable y, eso sí, especialmente por parte de un grupo de individuos que se suelen atribuir la representación del mundo: aquellos precisamente que tienen algo más que meros ramalazos de angustia y se pretenden satisfacer, o mejor dicho, se necesita satisfacer, entre un par de cosas... sabiendo. Lo que Nietzsche llama "hombre teórico", racionalista, socrático...

El problema del problema es sin duda complicado. Ante su complejidad cabe sin duda, de nuevo, la tentación del relativismo, pero la propuesta "relativista" (desde la más primitiva de Protágoras a la que las posteriores se lo deben casi todo) no se sostiene: la mentira, pero también la inseguridad, representan una traición que desvirtúa la "verdadera esencia" humana; con lo que, además, resulta que lo verdadero sería... verdadero. Incluso, en esta era de La Razón, sinónimo de lo virtuoso.

Platón mediante Sócrates, en el Teeto, desmantelaba las tesis de Protágoras en nombre de Lo Objetivo y lo hacía bastante bien para su tiempo, aunque en realidad en nombre de la cordura, del sentido común, del Orden mental e indudablemente extendiendo su propio ser y conciencia particulares a todos los hombres. Es decir, asumiendo la existencia de un Universal, de una Idea Preexistente... y de una autoasignada capacidad para pensar por la verdadera humanidad. La Ciencia nació, como bien señaló Nietszche, de ese pensamiento, es decir, del apriori racional de Sócrates, del apriori lógico, del apriori de esa sensación de certeza que mencionaba antes y que acaba refugiándose en el dogmatismo o en la resignación para retornar a las mismas penas, al mismo dolor, después de ir inútilmente en busca de los mismos remedios...

El hombre filosófico (o "teórico"), el hombre que es en alguna medida una "máquina de reflexionar", se ve enseguida en un aprieto y se pregunta: "¿Por qué no puedo llegar a la Verdad Última, a la Verdad Total siendo que soy capaz de descubrir una Verdad tras otra, dado que experimento rotundamente que lo que tomo en mis manos es... verdadero?"

"... justo en el Prometeo de Esquilo está simbolizado ese sentimiento. El artista titánico encontraba en sí la altiva creencia de que a los hombres él podía crearlos, y a los dioses olímpicos al menos aniquilarlos: y esto gracias a su superior sabiduría que él estaba obligado a expiar, de todos modos, con un sufrimiento eterno. El magnífico poder del gran genio, que ni siquiera al precio de un sufrimiento eterno resulta caro, el rudo orgullo del artista..." (ibíd., pág. 95).

Ante su propio peso, la reflexión lleva al hombre a dudar (por momentos) de la realidad del mundo y a aferrarse al mito y hoy sobretodo a la formalización dogmática en nombre de la Ciencia (variante más, variante menos) que ha llegado a hacer de la Evidencia... un concepto suficiente. En todos los casos, se "avanza" hacia el vacío, se retrocede incluso a lo primitivo, se deprecian los verdaderos avances en la autoconciencia, se desdicen sus resultados... y nadie parece darse cuenta. La embriagués de hoy es la del actor que simula estarlo, que representa al embriagado. El público ocupa la escena. El mundo de la representación es más seguro que el cierto. ¿Cómo no pensar, con Borges, que ejecutamos un guión previamente escrito por algún Demiurgo bastante diabólico o alguna otra de sus múltiples variantes, todas copias reiteradas de Olimpos o Valhalas?

Hoy se cree haber superado la Ciencia del Renacimiento porque ya no hace falta, como necesitó Descartes, "demostrar la realidad del mundo empírico más que apelando a la veracidad de Dios y a su capacidad de mentir" ("El renacimiento...", ed. cit., pág. 117)... aunque se apele a otros aprioris equivalentes.

Y esto parece que tiende a llegar cada vez más lejos (más hondo, más hondo en área pantanosa). La vacuidad que subyace en la defensa del relativismo, para empezar por alguna parte, encaja como anillo al dedo con la vacuidad conceptual genérica que impera en la subera de la posmodernidad vigente; vaciedad que sobre todo consiste en el uso de términos al margen de sus significados o para significados contrapuestos con el entendimiento que se tenía tradicionalmente de ellos. Por otra, porque tomada en su sentido más honesto, esa busqueda de la verdad o de la sabiduría, ni es especialmente decisiva o característica del hombre en comparación con otras muchas pulsiones ni excluye la equivalente búsqueda y utilización de su opuesta, el mejor engaño, la mentira más astuta y efectiva, el ocultamiento mejor realizado de la verdad (por evidencia).

Por último, se hace necesario (se vuelve a hacer necesario, mejor dicho) señalar con toda contundencia que los miembros de la especie sapiens sapiens, tienen que tener otros motivos superiores para orientarse al mismo tiempo y a partes más o menos iguales tanto a la verdad como a la mentira. Y que el asalto masivo, generalizado y diverso al que hoy asistimos sobre lo que unos u otros entienden por "verdad" no es una "simple" tergiversación de la conducta propiamente humana, una manifestación de pura decadencia, un supuesto retroceso referido a valores que se dan por esenciales, tradicionales, racionales, lógicos, etc., valores por ello componentes de mil y una variante moral.

Es hora, en fin, de ir más allá de la propuesta de Nietzsche (apoyándonos en ella, esa plataforma de despegue que nos ha legado) de transvalorar todos los valores para incluir incluso esta transvaloración como una conducta más que no tiene por qué ser situada en el pedestal de la virtud. El propio "Sí a la vida" nietzscheano se debe poner a la altura del No que Nietzsche tanto rechazaba, lo dionisiaco a la altura de lo apolíneo, etc. ¿Es eso posible? Yo creo que sí si por fin consideramos toda ética, todo conjunto de valores como meros sistemas formales y no como reflejo particular de una realidad integral, por tanto como sistemas incompletos; si, al mismo tiempo, reconocemos que cada conjunto de valores depende de un conjunto de circunstancias históricas (el tiempo) y de necesidades ineludibles o dominantes (que muchos podrían ver como inferiores en tanto que parecen más propias de animales irracionales, más instintivas, más fisiológicas, y por ende más reprobables por parte de lo que Nietzsche denunció tan bien como mala conciencia pero que no es sino una manifestación más de la contradicción trágica que soporta el hombre; necesidades indudablemente genéticas, evolutivas (es decir, el ser); por último (no exactamente) si consideramos la diversidad en la que esas características se expresan en individualidades y en agrupamientos, si tomamos el papel activo que desempeña la imaginación individual siempre constreñido por lo más o menos inmediato, etc. Y a todo esto añadimos que hay una indudable incidencia operativa empíricamente refrendada que nos dice, cierto o no desde un hipotético y deseable pero utópico punto de vista, mucho de lo que lo que pensamos, sostenemos y aplicamos es verdadero.

Sin duda, en cuanto intentamos definir la significación positiva que asignamos a parte de nuestros valores (una tendencia inevitable, lo repito), aflora claramente la dificultad. El hombre no es capaz de demostrar a los demás ni a sí mismo esa validez que sin embargo se siente inclinado a sostener; que siente o vive como certera. El juicio en el límite (y es fácil suponerlo por anticipado y adelantarse a su emergencia), como reconoció Strauss, es inevitable, y más en el límite de lo imperioso (venga esto de la polis o del propio organismo). Más sencillo parece la condenación de aquellas asunciones negativas, como la mentira y el autoengaño, pero esto sólo es consecuencia de la fijación apriorística de lo positivo contra lo que lo negativo adquiere entidad a posteriori.

Strauss nos lo recuerda con íntegra claridad partiendo justamente de esa plataforma de lanzamiento de la que no acaba de despegar del todo (al menos en los textos a mi alcance, algunos de los cuales ya he comentado hace algunos meses); indudablemente, digan lo que digan los científicos:

"... la filosofía nunca a refutado la revelación. Y (...) tampoco la revelación, o más bien la teología, a refutado jamás a la filosofía. (...) ...la búsqueda de un conocimiento evidente se apoya en una premisa no evidente. (...) ...se llama problema del valor: que la filosofía o la ciencia, como quiera que se la llame, es incapaz de describir su propia necesidad. (...) la utilidad práctica de la ciencia, tanto natural como social, no demuestra en absoluto, por supuesto, su necesidad." ("¿Progreso o retorno?", en "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu, Bs. As., 2007, pág. 306-307.)

Nietzsche había visto esto. Lo decía en "El renacimiento..." y lo continuó sosteniendo siempre:

"...el problema de la ciencia no puede ser conocido en el terreno de la ciencia..." ("Ensayo de autocrítica" - a "El nacimiento..."-, edición citada, pág. 27)

Pero no sólo existe el hombre filosófico, en quien en el límite "El conocimiento mata el obrar", como ya he citado, sino el práctico (y la mayoría sólo son hombres prácticos, es decir, más dionisiacos que reflexivos en diversas proporciones), como el específicamente... político, un hombre que se ve impelido a actuar "envuelto por el velo de la ilusión" (ibíd., pág. 80). Una ilusión que no tiene por qué ser religiosa o mística por excelencia sino que bien puede ser la del comunismo, la de la redistribución como se ha visto, la de la patria victoriosa (con la que el Nietzsche todavía romántico comulgaba por aquellos años, valorándola), la de "la libertad de mercado" e incluso... la de la visión milagrosa de la ciencia que lo puede o lo podrá todo, como muchos pretenden que crea y asuma el pueblo en su lucha por el poder ideológico, social y sin duda político (como aquí y aquí recientemente, y como tuve ocasión de poner en evidencia aquí, aquí y en sus segunda y tercera partes).

Ay, ya, ya... ya os oigo alzar las voces de mis amigos, las excusas... Insistir que no es para nada cierto lo que dijo Nietzsche, como por ejemplo, que...

"... la ciencia misma, nuestra ciencia - sí, ¿qué significa en general, vista como síntoma de vida, toda ciencia? ¿Para qué, peor aún - de dónde toda ciencia? ¿Cómo? ¿Acaso es el cientificismo nada más que un miedo al pesimismo y una escapatoria frente a él? ¿Un defensa sutil obligada contra la verdad? ¿Y hablando en términos morales, algo así como cobardía y falsedad? ¿Hablando en términos no-morales, una astucia? Oh, Sócrates, ¿fue ése acaso tu secreto? Oh, ironista misterioso, ¿fue ésa acaso tu ironía? ("Ensayo de autocrítica" - a "El nacimiento..."-, edición citada, pág. 27; donde Nietzsche ya había roto con sus viejos maestros.)
... os escucho, y como no queréis pensar por vosotros mismos, tendré que añadir algo más concreto al respecto. Pero un poco de paciencia: tal vez os reconozcais en ese apriori, en la asunción de vuestro compromiso...

Y es que, en cualquier caso, la única "solución" posible es la referencia al compromiso que se asume a priori, como reconocerá Strauss; siempre a priori. Pero ¿por qué siempre, es decir, en definitiva qué significa ese compromiso, cómo se establece y por qué, en qué medida responde a los intereses reales del individuo que lo asume, a convicciones auténticas, ajenas al autoengaño... ajenas a la voluntad (que en realidad se presenta en paralelo, quizás como la conciencia)? Sin duda, esto está también lleno de contradicciones, de aristas, de irregularidades, de incompletitudes, de excesos de complejidad.

El compromiso, si lo observamos en acción, como fenómeno en su movimiento, en su genealogía y en su posterior operativa, nos da su materialidad: su marco siempre es el grupo de referencia, un grupo que se establece a instancias de las propias circunstancias (del "estar") y en el que las diversas posiciones que en él se ocupan determinan el grado en que aquel se asume y el para qué. No es lo mismo la asunción del líder del grupo que la de sus principales colaboradores ni el de los restantes miembros de base. No se tiene en cada caso la misma convicción ni se asumen el mismo tipo de autoengaño por parte de cada uno de esos miembros (incluso caben notarse ciertos matices en cada individuo, aunque predomine la subordinación a una visión común). Es en el grupo donde se establecen los valores positivos y se fijan las trasgresiones posibles, lo negativo, lo reprobable... Compromiso y Grupo son inseparables.

Esto se refleja, por ejemplo y especialmente, en lo que podría parecer la aspiración individual por excelencia, es decir, más general. No me parece una mala aproximación la de Strauss cuando señala como objetivo tendencial genérico de todo individuo la persecución de una "vida buena". Pero esto vuelve a ponernos ante la presencia de diferentes y a veces muy diferentes "puntos de vista", es decir, a la subordinación de su significado real al grupo de referencia, o sea, a la grupalidad. Incluso esto debe ser matizado en tanto y en cuanto se observan evidencias de subordinación a vidas no tan buenas ya sea en nombre de algún futuro utópico, es decir, de un autoengaño o de promesas engañosas, o de algún sentido subterráneo de la necesidad de redención o de expurgación de culpas, etc. (mecanismos puestos sobre el tapete por Nietzsche pero también por muchos más con diversos enfoques: psicológicos o evolutivos o, más recientemente, combinados). Lo evidente, de nuevo, es que todo eso tiene lugar dentro del grupo y que sólo encuentra justificación racional dentro de él, donde han nacido o emergido los apriorismos que sostienen todo el andamiaje).

Por otra parte, esa "vida buena (o mejor)" no es posible en abstracto sino en un mundo concreto histórica y socialmente determinado que no existe ni puede existir por acuerdo sino por compromiso, que es un resultado histórico alcanzado por múltiples causas en un proceso de complejización creciente que sólo puede producir un salto o un colapso, un nuevo sistema enraizado en el anterior o su extinción casi absoluta (casi... porque quedan restos capaces de influir a posteriori en una medida aunque sea mínima o hasta despreciable, pero cierta).

No obstante, en la práctica cotidiana, en el despliegue real de la conducta, el ser humano no reconoce esa relatividad de sus valores. De nuevo, el juicio es inevitable. Y en esta actitud, de nuevo, se encierra una sensación de certidumbre, es decir, una convicción de que se es objetivo. Una sensación de certidumbre sobre la cual, de todos modos, siempre se está dudando, siempre es una tanto insegura, por lo cual esa inseguridad resultante es la que se intenta ignorar, superar, evitar, soslayar, subordinar... Lo práctico se impone en el límite. Lo práctico impone la objetividad... necesaria.

En cuanto a la sensación que todos tenemos de verdad y de objetividad, todavía queda añadir algo (aunque este post se extienda más allá de vuestra amable paciencia). Se hace necesario dejar constancia de que la verdad intuitiva es real y objetiva.

Se trata del mecanismo del que gozamos, un mecanismo un tanto impreciso que se pone en evidencia dentro de un rango más que aceptable y sirve para guiar nuestra conducta hacia la resolución de nuestras necesidades (todas). Un mecanismo que se ve refrendado precisamente por ello y, como he dicho antes, por ser común a nuestros demás congéneres, especialmente los del propio grupo, además de manifestarse primitivamente en especies menos complejas evolutivamente hablando e históricamente anteriormente consolidadas en la historia de la vida.

Eso sí, insisto: ese mecanismo es útil en tanto combina a la vez la verdad reconocida con su opuesta, la mentira, reconocida también más o menos conscientemente, a veces menos.

Nietzsche da fe de ello mediante una referencia que me ha parecido contundente e incontestable para evidenciar la conducta común y sintomática de los hombres ante la objetividad, de aceptación y de necesidad (en paralelo con el rechazo que la ausencia induce). Lo evidencia la conducta humana ante la obra de arte, que Nietzsche vuelve a poner en evidencia y que cualquiera puede experimentar y comprender con sólo observarse -claro que para ello hay que experimentar, en primer lugar, la situación donde ello lo permita, el disfrute del arte-:

"... pues el artista subjetivo nosotros lo conocemos como mal artista, y en toda especie y nivel de arte exigimos ante todo y sobre todo victoria sobre lo subjetivo, redención del yo y silenciamiento de toda voluntad y capricho individuales, más aún, si no hay objetividad, si no hay contemplación pura y desinteresada, no podemos creer jamás en la más mínima producción verdaderamente artística." ("El nacimiento de la tragedia", Alianza, Madrid, 2007, pág. 64)

¿Costará establecer el nexo y aplicárselo? ¿Comprender que hablamos de una idiosincrasia innata en el hombre que se manifestará tanto ante el arte propiamente dicho como ante la ciencia narrada con arte?

Sin embargo, por otra parte, repito, seguiremos sin que haya nada capaz de confirmar, fuera de mí y más allá de mí, que mis argumentos son ciertos, que mi pensamiento posee La Verdad, ni siquiera que aquel se haya "bien" encaminado (¿hacia qué?, indudablemente hacia esa "Verdad" sin duda, lo que dice tan poco y nada como antes de contestar a la pregunta, más allá de reflejar una sensación que favorece o alimenta o reafirma la permanencia de un impulso difícilmente resistible para algunos). No hay oráculos que suministren las respuestas divinas que podríamos desear o que se han deseado a lo largo de los siglos, ni encontramos las voces incuestionables que nos lo digan fuera de las que nos inventemos en nuestra propia mente (generalmente coincidentes con las de las de los amigos, esos jueces, esos amos tendencialmente totalitarios, que forman nuestro grupo, que son aquellos que necesitamos), voces que avalen que hayamos llegado a alguna parte.

La propia idea, esto es lo terrible, se deshace en la certeza (que también es capaz de verse a sí misma como el ojo puede ver una imagen entre dos espejos, rebotando y multiplicándose hasta el infinito) de que es idílica e imposible, contradictoria en sí misma. La capacidad misma de generar la sensación de certeza nos puede dice con crueldad incluso cuando estamos "aparcando" algo, ocultándonoslo a nosotros mismos, o por lo menos nos deja un cierto estado de insatisfacción que será más o menos intenso según el grado de reflexividad propio de cada individuo (esto depende a mi criterio de muchas cosas que caen en el marco de la salud mental y la idiosincrasia tanto genética como psicosocial del caso).

En todo caso y poniéndonos un tanto en la superficie visible de esa idiosincrasia, ya sea por impotencia o por pereza, por incapacidad o por escapismo, esas sensaciones contradictorias de certeza e inseguridad sólo parecen atribuibles al objetivo de guiar nuestra conducta. No, claro, en dirección a ninguna meta predefinida o predecible (lo que se acaba haciendo), sino hacia lo que podría llamarse "la próxima salida", en el fondo no más que un "próximo paso" que muchas veces resulta ser un "retroceso" considerado al menos desde el punto de vista de los beneficios y las pérdidas personales, es decir, las que en lo inmediato aportan dolor, pena, sufrimiento... aunque al ser luego superadas hayan servido aparentemente para obtener más fuerza o más experiencia... es decir, hayan contribuido al aprendizaje (otro eufemismo a posteriori que no puede tener de absoluto nada). Total: justificación, hechos reales que no pueden ser valorados sino en base a supuestos, etc. que permite como mucho marginar el problema o diluirlo cuando no barrerlo bajo la alfombra. Todo lo cual sirve para postergar la insatisfacción y la duda... o incluso reprimirlas (cosa que en la mayoría de los hombres se hace en respuesta a un temor conservador o a una insoportable reflexión angustiosa que se percibe como inconducente o perturbadora).

El individuo reflexivo, pues, no halla sino seguridad momentánea o inquietud sistemática, y entre una sensación y otra se mueve a los tumbos y hacia ninguna parte que vaya mucho más allá del mañana ("en mitad del mar sobre una barca bamboleante", en las palabras de Nietzsche). En lo intelectual, en lo filosófico si se prefiere, se transita, como en lo relativo al mantenimiento físico del cuerpo, de la saciedad al hambre y viceversa sin otra meta que la preservación del propio mecanismo, que, por otra parte, exigiría de no tener una herramienta que tiende constantemente a excederse en sus funciones, sólo a que reitere o reproduzca el mismo movimiento, el mismo avance. Todo, en fin, se mueve para seguir moviéndose o para intentarlo. No hay otro objetivo, no hay una meta. Lo mismo en la vida que en la materia cósmica. Y las razones son una consecuencia, un a posteriori... inclusive las que aquí se exponen como resultantes lógicas sin más pretensiones que las de cualquiera de los demás juicios que se ponen en cuestión o de los que se señalan sus contradicciones (por decirlo en un lenguaje que no escapa a la crítica o a la incertidumbre).

Y sin embargo, el mecanismo (el cerebro) reporta certezas, detecta mentiras y diferencia muy bien una cosa y la otra, ya sea para idear como para reconocer el engaño, para utilizarlo a sabiendas así como para presumirlo, sospecharlo, y reconocerlo. Sin duda, tenemos olfato para la verdad y para su ausencia del mismo modo que para los perfumes y los malos olores. Podríamos decir con Nietzsche que se trata de algo fisiológico, que sólo es un efecto químico que detectamos y que en unos casos nos atrae inevitablemente y en otros nos hace huir o combatirlo. Y sin embargo, pues, esa química, esa reacción, esa unidad entre la causa y el efecto, es el instrumento que la propia vida, en su evolución o en su pulsión por imponerse superando los escollos y resolviendo los encuentros contingentes (en base a emergencias independientes independientemente determinadas), se dio para lograr aferrarse al mundo como vida.

De ahí que la conciencia de un hecho, la sensación de certeza, de existencia real, de objeto con el que el yo consciente sabe que es capaz de interactuar, sea... verdadera (nosotros claro está lo definimos así y así la valoramos, y ello a pesar de que tengamos la contrapartida de la duda y la contrapartida de la pulsión que pretende ir más allá cada vez, que no puede estarse quieto).

Eso último, esa inquietud, opera a todas luces socialmente y en respuesta también a OTRAS necesidades menos filosóficas: necesidad de afirmarse en el grupo, necesidad de liderar, necesidad de justificar la posición social, de obtener algún mezquino resultado inmediato para sí o para el allegado...

Y todo está estrechamente relacionado y entrecruzado apuntando tanto a lo nuclear como a las emergencias posteriores que nacen entre otras cosas de las pulsiones biológicamente necesarias, complicando, complejizando cada vez más el panorama.

Estas prácticas no escapan a ningún ser humano, inclusive a los científicos más honestos y no digamos a sus seguidores, repetidores y aprendices. Para una mayoría de defensores de la Ciencia como panacea del progreso intelectual o cultural humano, acaba siendo suficiente (en estos tiempos de posmodernidad) exhibir una pancarta o una declaración escueta que diga "Sí a la Ciencia" (del mismo modo que cualquier puesta en cuestión del racionalismo o de la validez de los sistemas formales para dar cuenta de la realidad es considerada un "No" sibilino o vergonzante, una ocultación incluso de intencionalidades clericalistas o poco menos). Ejemplos de esta postura ideológica a veces extremadamente recalcitrante y otras más vacilantes (que es aprovechada por muchos opositores a la Ciencia para parapetarse en racionalismos de signo opuesto en lucha por los mismos territorios, privilegios y pretensiones más o menos solapadas de poder, como más de una vez he denunciado) hay a montones dentro y fuera de la blogsfera (y merecerán un tratamiento separado).

La blogsfera incluye incluso auténticos militantes propios de toda una Cruzada Científica que no dudan un segundo en alzar contra la puesta en cuestión de la verdad científica, contra ""la ciencia concebida por vez primera como problemática, como discutible" (Nietzsche, "Ensayo de autocrítica", ed.cit., pág. 27), donde no se admiten equivalencias, ya que... si no es "considerada" formalmente absoluta si lo es... "más verdadera" y en todo caso se actúa en los hechos con la seguridad de que es "absoluta" sin verguenza alguna ni comprensión del por qué esto es inevitable. Donde abundan los argumentos dogmáticos o poco elaborados, llenos de lugares comunes e incoherentes, que se sostienen en base a una supuesta ausencia de ideología y hasta de filosofía cuando en realidad se apoyan en ambas de manera rudimentaria y primitiva a su vez mal digeridas e incluso dietéticas; apenas slogans pertenecientes a algo parcialmente escuchado o leído, quizás de manuales o de textos escolares o del bachillerato pasados por encima ya que... "fueron estudiantes de ciencias", tal vez de publicaciones en la propia blogsfera, escritas por los propios correligionarios...

Estos amantes de la verdad científica (verdad a secas, la única admitida) se sienten satisfechos cuando concitan el ya mencionado "¡Sí a la Ciencia!" (es decir, la adhesión irreflexiva) aunque no se responda científicamente para nada con manifestaciones de esa índole (al tiempo que se incurre en flagrante infidelidad al principio de objetividad y a la predisposición analítica desprejuiciada) ni en la exposición ni en los comentarios. Incluso cuando se anteponen "instancias ideológicamente dominantes" que relegan o limitan y hasta podrían reprimir los argumentos científicos. Basta decir "Sí a la Ciencia", elevar el "hecho" experimental al plano de la idolatría, sustituir o acallar todo análisis explicativo que demostraría que existe un apriori ideológico que acaba avalado por el experimento montado a su medida (Feyerabend dio cuenta de esto ampliamente), sostener que el hecho es suficiente (como hace Gould, a quien se encumbra y a veces se coloca como autoridad indiscutible, para colarnos en paralelo su doctrina de La Contingencia, puramente ideológica, hipócrita y contradictoria), etc... todo ello ligado de una u otra manera a la marcha burocrática que empuja a todos hacia el caudaloso río de la Historia. "Sí a la Ciencia", aunque se digan en medio o para concluir cosas que contradigan el mencionado principio y se revuelquen en una falta de rigor digno de la política burocrática (algo, insisto, para nada ajeno al fenómeno). Inclusive se apela a la mentira, al engaño, a la ocultación, al silencio, a la tergiversación... con tal de dejar el estandarte incólume, de manifestar y concitar la adhesión al estandarte. La cuestión de la verdad y de su defensa, se ha reducido, en la era de la burocratización triunfante a una cuestión de contendientes ideológicos y de imperialismo ideológico-territorial en pro de una ideocracia absolutista.

Esto nos vuelve a situar ante la obviedad que se intenta diluir de que se pretende hacer del grupo propio la expresión de la humanidad entera. La verdad individual (subjetiva) mediada por el grupo se convierte a través de su acción coordinada en verdad universal... dentro del propio grupo y en todo caso para exportarla... Y como la "vida buena" que se persigue y a la que se intenta arrastrar a "los demás" es patrimonio imaginario del propio grupo, se cae en la falsedad interna de tomar a los adherentes irreflexivos por miembros de derecho propio, por correligionarios a los que luego se puede llegar a explotar, marginar, oprimir, aislar, juzgar, asesinar... El caso de los "proletarios de todos los países" para el Marx y por fin para el PCUS bolchevique (donde la conciencia proletaria acabó reducida a la adhesión incondicional a Moscú y pasó por sus famosos juicios); el caso del pueblo para los que dicen hoy "Ciencia para todos" o tonterías similares sin otro significado que el propagandístico (donde el "Sí a la ciencia" sólo puede reducirse a un acto de fe y al recitado de "venimos del mono" o como mucho de "ese rasgo es genético", "es instintivo", "lo produjo un trauma", etc., que ya hace tiempo se han incorporado al lenguaje cotidiano del "pueblo" y se mezcla con menciones a Dios cada vez menos conceptuales y más sociopolíticas e ideológicas).

Lo cierto es que ni la experiencia, ni las sensaciones, ni la lógica dirimen la polémica acerca de lo que es verdadero o falso y quienes insistan en defender algo como verdadero se ven envueltos en una discusión que en el límite no puede dejar de apelar a la fe o al equivalente axioma que fundamente su construcción formal o teórica. Repito una vez más, cualquiera que sea la fundamentación que se ofrezca, ninguna filosofía ha logrado ni podrá lograr identificar las coordenadas absolutas que sean capaces de definir La Verdad. Y en ese sentido se cae en un "error" al intentar ver el problema como una cosa en sí misma cuando sólo se puede considerar como algo situado en el tiempo en relación al mundo y en la necesidad del individuo ante ese mundo particular, de ese tiempo, en ese tiempo, un individuo que para estar allí se ha unido a otros en un grupo.

En ese sentido, la única referencia posible de que se está en lo cierto y que se goza de cordura, deviene del ya mencionado sentimiento individual; una manifestación de la autoconciencia que los demás también experimentan, reconocen en el otro y en cuyas líneas generales acuerdan... Eso es lo consideramos objetivo... siempre que se sumen algunos otros parámetros, parámetros que sin embargo nunca llegan a ser universales ni en el espacio ni en el tiempo... Sin embargo, el cerebro está seguro. ¿Cómo puede estarlo, estarlo tanto?

La experiencia autoconsciente (y la consciente de la que ella es parte) se caracteriza por su ambigüedad y ambivalencia, siempre capaz de confundirnos en lo inmediato o en lo previsible, de procurarnos una satisfacción temporal y parcial o de desconcertarnos, de engañarnos y de frustrar a fin de cuentas nuestros mejores esfuerzos.

En ese punto observo que Nietzsche y Strauss se detuvieron a mitad de camino, ¿parcialmente resignados?, ¿frustrados quizás como creo que ha sido siempre en casos similares, como parece parte de la "sociología de la filosofía"? Y que, a pesar de sus manifiestas diferencias con Sócrates, Platón y todos sus discípulos, acabaron adoptando por soluciones socráticas y conductas platónicas simplemente más desarrolladas o sofisticadas según corresponda. Y tal vez no sea posible algo muy diferente.

La propuesta de Nietzsche era un retorno a la conducta dionisíaca, al reconocimiento y revaloración de lo instintivo... pero no pudo dejar de filosofar con el martillo hasta el último momento, no pudo dejar de convocar a los hombres, de proponerles su visión, su polis ideal, su mundo, su modelo de "vida buena"... no pudiendo dejar de aspirar, al menos nostálgicamente, al paraíso propio, a la buena vida para sí mismo (utópica seguramente como toda propuesta pura e intelectualmente egoísta a diferencia del egoísmo inmediatista y mezquino que pretende el poder inmediato, propiamente político, oportunista), y al poder idílicamente puro para obtenerla. Como reconocía:

"Yo sé que al amigo que me sigue con simpatía tengo que conducirlo ahora a una altiplanicie de consideraciones solitarias en donde tendrá pocos compañeros, y para darle ánimos le grito que hemos de atenernos a nuestros luminosos guías los griegos." ("El renacimiento...", ed.cit., pág. 191)

...ó mucho después:

"...fue suficiente para que, desde el momento en que se me abrió tal perspectiva, yo buscase a mi alrededor camaradas doctos, audaces y laboriosos (todavía hoy los busco)." ("La genealogía de la moral", Prólogo, Alianza Editorial, Madrid, 2006, pág. 33).

¡Oh, sí; los grupos, su necesidad vital, lo que encontraremos en todas partes, en todos nuestros propósitos, en todas nuestras ansias aparentemente universales y eternas!

Por ello, tanto unos como otros no acabaron de reconocer del todo que sólo podían argumentar como miembros de sus propios grupos de referencia (aunque debo pensar que Strauss llegó mucho más lejos al tomar como mero "compromiso" asumido por él mismo ciertos mitos no del todo digeridos). Y cayeron una y otra vez bajo los efectos de la seducción que la sensación de certeza interna les devolvía (por cierto, tan nefasta como la de la incertidumbre).

Lo "malo", o más bien "lo confuso", "lo contradictorio", "lo incoherente", pero también inevitable, es pensar que se puede tener una visión universal, y que "lo bueno" sería así para todos... con tal de que "pudieran" comprenderlo, etc., para lo cual... "educación", "inculcación", reducción de las certezas a dogmas y digestos, engaño... En síntesis: un simple "sí" a lo que sea, una adhesión, una confianza puesta en sacerdotes o políticos coaligados. Como ha sido la costumbre.

Lo "malo", si cabe, es pensar que somos "buenos" y que queremos lo mejor "para todos", y creer que "podemos conseguirlo", incluso para nosotros mismos, cuando es imposible: se trata de utopías inevitables, que nacen en el marco del grupo, del tiempo, del mundo dado. La realidad se hace a base de interacciones que pueden identificarse hasta cierto punto, especialmente las más significativas... Y nada más.

Ni el subjetivismo, ni el relativismo, ni el positivismo, ni el idealismo, ni las diversas puestas "fuera del mundo" de las referencias, resuelven el problema. Ni siquiera en el sentido de dejar plenamente satisfecho al hombre después de preguntar hasta el cansancio (la leyenda del rey Midas y Silenio que rescató Nietzsche en su obra de juventud es contundente).

Es cierto tanto una cosa como otra (por ejemplo, la visión científica como la religiosa), lo que sólo es por el hecho cierto de que no existe un punto de referencia absoluto en base al cual podamos dar fe. No existe ni podrá existir nunca, me atrevo a afirmar apoyándome en la pura lógica que me asiste... es decir, afirmo y y con ésta comienzo, inevitablemente, una serie infinita de afirmaciones, que no es que el hombre esté limitado o no sea intrínsecamente capaz de alcanzar ese absoluto, sino que es una condición de existencia del propio mundo material y real. Esto no significa que se trate de un universal o un absoluto que pueda ser demarcado pero tampoco que no sea una medida de verdad objetiva, independiente del hombre y de su existencia, que en todo caso este está capacitado para capturar, sino todo lo contrario: el hombre es parte del mundo, una sola cosa con él, y una parte autónoma del mismo. (En este sentido, la coherencia del mundo Matrix permite precisamente que ambos puedan ser igualmente verdaderos desde fuera del sistema, algo que podemos extrapolar sin que ello aporte nada a la solución de nada. Igualmente, tenemos que concluir que un mundo puramente contemplativo y "subvencionado" -el de los Eloi por ejemplo- hay que reconocer que también sería posible, al menos en cuanto a la diferenciación integral, física, fisiológica, entre un mundo sin ciencia, de puro ocio y reproducción, contemplativo hasta el límite de la resignación, del que sin duda... alguna parte del cerebro tendría que haber muerto o estaría inoperante, puesto al servicio de los tecnócratas Morloks tan aparentemente reducidos a bestias científicos y utilitarios. Lo que de estos mundos rechazamos tiene sólo que ver con lo que somos hoy, con la sociedad que tenemos y que prima la ciencia como medio de vida burocrático y embriaguez en el sentido dado por Nietzsche al término.)

A fin de cuentas, se acaba diciendo "yo creo..." pero generalmente se tiene la sensación de certeza, una sensación de coherencia, una sensación por parte de la conciencia de que se está "en lo cierto", una sensación que se comparte y que se reconoce en el otro como real, es decir, como un fenómeno que responde a la existencia de los demás en juego, en interacción, en el seno de un conjunto de fenómenos suficientemente próximos. Se trata de la confirmación de que lo pensado o lo visto es verdadero y de que lo proyectado lo será. Se trata de aceptar el mecanismo propio como si fuera el papel de tornasol que se introduce en el tubo de ensayo de la realidad o mundo para determinar su clase.

Es lo que pasa, como muy bien pone Strauss en evidencia, en los marcos de las disputas ideológicas, como las que involucran a ciencistas y religiosos, positivistas e idealistas, racionalistas e irracionalistas, deterministas científicos y deterministas metafísicos, deterministas e indeterministas, etc., todas por cierto interpretaciones más o menos operativas... para según qué circunstancias, lo que también debe formar parte del análisis. En otras palabras: no podemos decir que la única visión posible en la Grecia Clásica capaz de permitir la vida fuese la Religión Politeísta Griega, pero indudablemente esa Religión estaba en concordancia con su sociedad y su tiempo. Y no podemos decir que el Dogma Cristiano tal como se entendía y practicaba en la Edad Media es factible de convertir en dominante en la sociedad contemporánea (como parece dudar Strauss mismo o dejar en suspenso); no por nada ha aflorado (o emergido) el "Diseño Inteligente", y no por nada la estructura actual de la Iglesia Católica deba leerse en términos de estructura burocrática a pesar de sus lógicos resabios tradicionales si se la quiere comprender en todo su funcionamiento y su conducta actual.

Claro que el hecho cierto de que el conocimiento deviene inmediatamente útil en tanto es captación real de una realidad independiente del pensamiento, de una objetividad, no está excenta de presentar problemas. Y no hay sino que poner ejemplos tomados del imaginario social en cuyo marco las referencias de casi toda creencia es la utilidad. Por ejemplo, Dios o la moral cristiana, cuya utilidad fue y es indiscutible, fuese para canalizar la debilidad humana (Nietzsche) o para consolidar y conservar un poder. Las referencias únicas posibles en última instancia, que son las de las tendencias intrínsecas al ser de la supervivencia, del aferrarse al mundo y a la vida, de persistir en la voluntad (inconsciente) de remontar el tiempo (en referencia a Monod), son también insuficientes. Tampoco desde esta óptica se puede alcanzar lo inalcanzable: una verdad absoluta, un enfoque universal que lo justifique todo. En el fondo, se trata de creatividad, de hacer el mundo en base a lo posible y a lo imaginario que de una u otra manera, aunque sea tergiversándose a sí mismo, se imponga.

Tal vez sobrevenga una vida más o menos buena o una vida francamente mala para el que juzga, quizás haya una respuesta en la propia complejización y el los posibles colapsos sucesivos. En todo caso, esa es la tragedia, la eterna tragedia que cada tanto, al sufrirla, pretendemos evitar.

No obstante, sea porque los tiempos no nos muestren el mismo mundo y que por ello no quepan las mismas conductas y justificaciones, o porque nos parezca siempre que hayamos alcanzado por fin la claridad, o si se quiere la lucidez clarificadora, es menester dar cuenta de la visión propia en lugar de elegir la insoportable alternativa de callar.

Pero, insisto, ésta, como la de los filósofos mencionados, corresponde sólo a un tipo particular de hombre, a una idiosincrasia, a un tipo sociológico en un mundo organizado de una determinada manera.

A este hombre, lo conmueve el discurso humanista en cuanto endiosa al hombre, el liberal en cuanto apela a las libertades del individuo, el socialista en cuanto promete la justicia social...

A Nietzsche, la salida a la resignación del maestro Shopenahauer acabó chirriándole desde el principio... sólo porque él era... diferente.

Incapaces de encontrar al Creador que lo sabría Todo y que Todo lo podría explicar, el hombre ha debido adentrarse sólo y con sus cualidades individuales en el laberinto ante el cual y dentro del cual nace programado para buscar una salida inexistente ya que ello lo empuja a sobrevivir. Se trata de algo compulsivo, donde la elección del arma (La Razón) es una consecuencia histórica: se consolidan las sucesivas elecciones exitosas de entre las varias armas disponibles (fuerza, astucia, etc.).

Lo podemos ver en cuanto intentasen explicarme por qué debe considerarse más valiosa la sociedad predominantemente vigente en occidente que la imperante en las regiones más atrasadas de la periferia, por ejemplo, las de predominio musulmán, o que las sociedades que sugirieron posibles Huxley, Orwell o Wells para el futuro. Todas las bases en que se apoyan las valoraciones en favor a las primeras tienen raíces en el propio grupo de referencia y no en algo que seriamente y hasta las últimas consecuencias pueda considerarse... un absoluto.

Feyerabend, confundiendo un poco las cosas (la coherencia sólo la pido yo dentro de la intencionalidad declarada en el propio discurso) y sin poder evitar la ingenuidad más pura del utopismo, nos ha ofrecido un ejemplo que de otro modo se habría perdido para todo el mundo, enterrado por la visión positivista dominante que prefiere tales ejemplos históricos bajo tierra al igual que los dictadores prefieren que allí están sus enemigos y críticos. Se trata de su famoso ejemplo de la brujería mencionado en el punto (C) de su nota 27 en "Contra el método":

"(...) 'Ni el mero escepticismo ni el mero racionalismo podrían haber acabado con la vieja cosmología', escribe H. Trevor-Roper (...) 'Una fe rival fue necesaria...' A pesar de todos los argumentos en contra suya 'la base intelectual de la brujería permaneció firme a lo largo de todo el siglo XVII. Ningún crítico (...) había atacado la sustancia del mito...' (...) Tales ataques no ocurrieron y no podían haber sido efectivos. No podían haber sido efectivos porque la ciencia de las escuelas estaba 'empíricamente confirmada' (...), porque 'creaba su propia evidencia' (...); porque estaba firmemente enlazada en la creencia común (...), llevando a exp¡eriencias potentes, a 'ilusiones' que estaban 'centralizadas alrededor' de los principales caracteres del mito dominante como por ejemplo 'el diablo' (...), y porque las potentes fuerzas emocionales se expresaban también por medio del mito. La existencia de evidencia empírica hacía difícil argumentar contra la brujería de una manera científica. La existencia de la fuerza emocional habría neutralizado incluso un contraargumento científico efectivo. Lo que se necesitaba no era simplemente una crítica formal, o una crítica empírica; lo que se necesitaba era un cambio de conciencia, una 'fe rival' como el propio Trevor-Roper expresa, y esta fe rival tenía que introducirse contra tremendas dificultades, e incluso frente a la razón." (op.cit., Ariel, Barcelona, 1975, págs. 154-155), etc., etc.

"Una fe rival"; está muy claro para quien sepa leer y abandone las armas tergiversadoras, la pala del sepulturero o la escoba del que barre bajo la alfombra para ocultar las pruebas a sí mismo. ¡De una buena vez, tomemos TODAS las evidencias históricas y no las que nos gusten! O al menos admitamos que alzamos sólo nuestros propios colores contra los colores ajenos; que formamos... una nueva cruzada.

Y dejo aquí el tema lejos de haberlo agotado, mero ejercicio del que no dudaría ni un segundo en disculparme ante quien corresponda, es decir, ante quien evidencie las contradicciones en que pudiera haber incurrido.


martes, 3 de junio de 2008

Punto de partida...

No cabe duda sobre el hecho de que el pensamiento clásico tenía conciencia del problema básico, crucial y determinante de toda conducta propiamente humana, es decir, de la conducta reflexiva y del propio ejercicio de la reflexión. Nietzsche rescata esa conciencia ("toda aquella filosofía del dios de los bosques -Dioniso-... por las que perecieron los melancólicos etruscos", según apuntará adicionalmente) mediante la narración de una leyenda tomada de Apolodoro, que por lo visto se remonta a los "albores de la civilización" (*) y que habla por sí sola, como él mismo comprendió en profundidad y que nos cuenta como sigue:

Una vieja leyenda cuenta que durante mucho tiempo el rey Midas había intentado cazar en el bosque al sabio Sileno, acompañante de Dioniso, sin poder cogerlo. Cuando por fin cayó en sus manos, el rey pregunta qué es lo mejor y más preferible para el hombre. Rígido e inmóvil calla el demon; hasta que, forzado por el rey, acaba prorrumpiendo en estas palabras, en medio de una risa estridente: "ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para tí - morir pronto". ("El nacimiento de la tragedia", Alianza Editorial, Bolsillo, Biblioteca Nietzsche, Madrid, 2007, pág. 54)

Es indiscutible (la experiencia reiterada nos transmite esa certeza) que, como sigue Nietzsche luego: "El griego conoció y sintió los horrores y espantos de la existencia..." (ibíd.)

Puede muy bien sostenerse hoy en día que las causas no están bien señaladas de acuerdo con lo que hoy entiende el hombre contemporáneo como científicas, que para muchos (y yo entre ellos) no somos criaturas "del azar y de la fatiga", y que hoy contamos con evidencias indiscutibles que son capaces de explicarnos, neuropsicológica y evolutivamente por ejemplo y más coherentemente que mediante lo mítico o lo religioso, pero también más que mediante fáciles apelaciones a los dogmas positivistas y/o racionalistas vigentes que incluso los niegan, el por qué de esos "horrores y espantos". Dejemos de momento la discusión compleja que estas afirmaciones abren. Pero lo cierto es que el problema sigue y seguirá siendo el mismo para el hombre y que es ese problema el que determina todas sus conductas diversas y contradictorias así como permite explicar, y es necesario para hacerlo, la diversidad de soluciones (míticas, religiosas y cosmológicas) así como la búsqueda infructuosa aunque útil llamada "de la verdad" (ciencia, filosofía) producidas por la propia capacidad reflexiva e imaginativa a la que se debe el mencionado sufrimiento.

Lo vieron los griegos que pusieron los cimientos de nuestra cultura, lo vio Nietzsche (a pesar de la juventud con la que supo verlo y los maestros que todavía respetaba), y el problema reaparece a pesar de sus enterradores. Ergo: debemos admitir que es un hecho inamovible, aunque una legión inmensa de creyentes huya una y otra vez de su peso insoportable.

Siempre habrá un hombre que regrese aunque sea un momento y sufra desconsolado, haciendo la misma pregunta o más bien procurando dar caza al sabio al que se forzaría a responderla, siempre volviendo, siempre en "el Eterno Retorno", en ese círculo en expansión pero sin meta ni sentido del que se sale y al que regresa mediante sus desconcertantes salidas sistemáticas por la tangente. Otra vez, otra más.

Parece un punto de partida recurrente, sin duda, que, repito, al experimentarlo reiteradamente desde tan antiguo, nos vuelve a transmitir certeza, como al rey Midas, como a Apolodoro, como a Nietzsche, como a Strauss... Entre tantos otros... Hasta qué punto puede ser más fructífero que otros, hasta qué punto puede contraponerse a otros, hasta qué punto los resultados nuevos que puedan deducirse puedan ser mejores que los demás posibles... eso ya es difícil si no imposible de demostrar. Y sin embargo no puede haber otro punto de partida que lo contradiga y lo sustituya (me parece...)

* * *

(*) parece significativo que hoy se acumulen muchas evidencias provenientes de la investigación científica que hablarían de un paralelismo entre esa conciencia y importantes cambios neurológicos. Un ejemplo, las investigaciones del neurocientífico Michael Gazzaniga, pero no es el único ni todos señalan los mismos aspectos. Me pareció que valía la pena dejar esto apuntado.