lunes, 23 de noviembre de 2009

Una lanza rota por el pensamiento occidental (preámbulo)

Llevo un tiempo batallando públicamente (ciertamente para un "público" de una sala más que pequeña que ni siquiera se llena adecuadamente) contra el positivismo y el racionalismo, esas corrientes de pensamiento que tras conseguir reemplazar al ocupante previo de la cima del dogmatismo occidental, en concreto a la teología cristiana (la escolástica) por la ciencia moderna dedican sus más recientes esfuerzos a combatir a Dios como si se tratara de un remedio que pudiera resolverlo todo. Bien es cierto que últimamente, las fuerzas oscuras (o sea, la mitad de ellas) se han organizado en torno a un híbrido seudocientífico llamado Diseño Inteligente, híbrido que han pretendido hacer pasar por caballo de Troya en las Universidades Laicas. Esto indudablemente pone nerviosos a sus ocupantes hoy ya tradicionales (¡hay estas memorias históricas que según convenga han superado o no el pasado!) como sucedió a la inversa en tiempos del Renacimiento. El debate, tal y como se desarrolla últimamente al menos, pretende conservar un estatus teórico (en concreto filosófico) aunque no logra ir más allá de una lucha ideológica en el estilo, y con la superficialidad, propias de los discursos intelectuales postmodernos (en todo caso enmarcado en una retórica bastante rudimentaria); es decir, en el marco democrático en el que casi todo el mundo se considera legitimado para oficiar de sabio y dictar juicios taxativos y con cada vez más desvergonzada ausencia de contenidos coherentes. Juicios que, tributarios de ese marco, no suelen sino imitar a los conjuros ancestrales, sirviendo apenas para marcar a quienes no comulguen con los dogmas establecidos, es decir, etiquetarlos de herejes, alienados o simplemente de imbéciles, esto es, en merecedores de reeducación o tratamiento (1).

Uno de los últimos ejemplos con el que me he topado fue el "Requiem" que en su blog le dedicara "a la metafísica" José Luis Ferreira; prematuro en todo caso a mi criterio. (ya que, si bien con matices los muertos que dice matar gozan de buena salud, y creo que nada indica que no la vayan a seguir teniendo).

Debo decir que me topo muy a menudo con manifestaciones de la naturaleza mencionada y que generalmente apenas si le dedico un rápido tiempo de lectura y muy extrañamente algún sutil comentario, una irónica reflexión parcial, un breve apunte crítico... Y debo decir, a la luz de lo que obtengo normalmente, que todo eso, como se dice vulgarmente, lo debería dejar correr... Sin duda, reconozco mi creciente intolerancia a la vez que mi dificultad para callar ante ciertas opiniones pretensiosas (consecuentemente dogmáticas). Pocas cosas me encienden tanto como las respuestas dogmáticas, es decir, aquellas que responden sin curiosidad alguna por la novedad que se les pone delante, aquellas que no necesitan "rumiar" nada, que no necesitan "leer bien" en el sentido que Leo Strauss retomara de Nietzsche, cosa que se puede hacer mejor o peor, no lo niego, pero que en el caso de los dogmáticos se descarta, por lo general, per se. Eso por supuesto, negándose a la vez a reconocer su dogmatismo mediante referencias a lecturas poco digeridas (volveré con una definición más precisa de esta conducta).

Procuraré pues evitar en el futuro y nuevamente la polémica inconducente (y mi intuición me dice que no me equivocaría, lo que puede que me haga perder una agradable sorpresa, como a veces sucede), pero el tema que trataré en esta entrada ya lo venía preparando de hecho por ser una cuestión que considero obligatoria de abordar en el marco de mis propios estudios, y lo que no tiene sentido y se notaría demasiado es negar que el prematuro Requiem de José Luis sirvió de detonante igualmente prematuro (2). De modo que no me privaré de tomar, a modo de uno de los mil ejemplos posibles, muchas de las frases que figuraron en el post citado como muestras de un pensamiento que aquí pretendo contestar en un sentido más amplio. Debo hacer constar, además, que no considero este nuevo "mensaje al mar" ni acabado ni acabable, ni útil ni eficaz ni por supuesto verdadero o absoluto. El propio contenido deberá dar cuenta de ello.

Ahora bien, el fenómeno postmoderno antes mencionado tiene, como es habitual, muchas facetas. Por una parte, basta observar la falta de profundidad de los argumentos, al menos en algunos casos (no digo que sea el caso de José Luis que más bien parece tirar de la memoria de lo que ha leído... y debatido... y de los slogans y etiquetas retenidas o recuperadas) extraídos directamente de manuales y hasta de la Wikipedia, que unos se arrojan a los otros como si fueran las mismísimas Tablas de la Ley. El hecho de que no se profundice (reduciendo los debates a mero entretenimiento del bloguero y para sus seguidores) y de que se huya de todo rigor (en esta como en la mayoría de las discusiones) no es, sin embargo, sólo una manifestación más de la democratización de la cultura propia de estos tiempos, aunque también sin duda. Su reducción a una confrontación de slogans refleja que la lucha no pretende alcanzar un saber universal sino imponer uno de grupo. La reducción a slogans, incluso la elección de los mismos en un proceso de selección que se desarrolla solo ("autopoiéticamente", para decirlo con el feliz término de Varela y Maturana que en estos días tengo, por fin, a la mano), se hace necesario toda vez que un grupo pretende conquistar, reconquistar o incluso conservar el poder e incrementarlo, con ayuda de las masas; ayuda realista o imaginaria, activa o tan sólo condescendiente u obsecuente. Y esto es un resultado social; algo alcanzado y realizado en las sociedades occidentales (¡no en la supuesta Humanidad Única!) en las que hoy vivimos y en las que nada de lo que sucede está, como es lógico, desvinculado. Algo que pertenece a la Filosofía propiamente dicha y en particular a la... Primera o... Metafísica, como fuera por fin llamada, para bien o para mal.

Esto (que pretendo apuntalarlo mediante el realce de significativas evidencias, aunque sin poder, como pensador humano que soy, dar garantía alguna de que mi narración causal sea la definitiva o apunte siquiera a alguna que lo pueda ser...) debería a mi criterio estar siempre presente delante de cualquier análisis particular de alguno o varios de los fenómenos que observamos en el seno de nuestras sociedades efectivas.

Y hechas las principales salvedades pertinentes vuelvo al tema del combate en torno a Dios para señalar su cada vez más clara contumacia, precisamente en la medida en que el contendiente ateo (a veces simplemente agnóstico) viste el rostro del contrario, como en esos casos en los que malo y bueno son gemelos idénticos o clones y cada uno reclama la identidad del bueno para sí, esto es: se viste él mismo de sacerdote de una nueva fe (o sacralidad), todo con el fin de hacer propio el rebaño del otro, de ganárselo y de esa forma... ganar para sí el sempiterno trono. Es en esta línea, insisto, como hay que interpretar los esfuerzos que se realizan y las loas que se vierten a favor de la popularización -imposible- de las ciencias e incluso de la filosofía; un objetivo que no puede sino conducir al oportunismo y a la tergiversación, esto es: a la política típicamente burocrática y postmoderna hoy concretamente vigente y completamente extendida por las vísceras de todos los estamentos e instituciones culturales.

Esto se puede observar a simple vista y sin ir muy lejos en la sonada campaña de Dawkins del autobús ateo, y sin duda en los esfuerzos que se realizan y las loas que se vierten a favor de la ya mentada popularización de las ciencias y la filosofía; un objetivo que no puede conducir sino, repito, al oportunismo y a la tergiversación, exactamente como ha sucedido a caballo de todas las ideologías de estos tiempos empezando por las específicamente llamadas políticas. Esa reducción progresiva e inevitable de los discursos científicos (de la adhesión a la ciencia en tanto icono) lleva lógicamente a que, en nombre del "callar" que recomendara Wittgentein siendo joven (3), se acabe hablando sin desparpajo alguno de lo que, precisamente, no se sabe por no haber sido estudiado metódica y rigurosamente, ni, sobretodo, se desea saber salvo superficialmente; esto es, sobre lo que, precisamente, más habría que permanecer "callado"... cuando el asunto no puede ser tomado en serio y estudiado, o mejor, para decirlo como hemos dicho con Nietzsche, rumiado.

Los expertos en las diversas materias hoy en día legitimadas socialmente, y que desde cualquier otra óptica social, tan legítima como la suya, podría muy bien considerarse superflua o perniciosa (por ejemplo, desde la óptica de los que se oponen al progreso occidental en nombre de La Tierra (no por nada rebautizada con el nombre de una diosa, a saber, Gaia) o de la felicidad edonista, por ejemplo; iconos de entre los muchos que la imaginación y la pereza humana puede elegir), han hecho evidentemente de su oficio toda una razón de ser y de estar en el mundo que consideran, cómo no, más consciente e iluminadora que todas las habidas y por haber, aún cuando en su nombre se tergiversen hasta los hechos históricos, como procedió a hacer Amenabar reclamando una objetividad a toda prueba... basada en el empleo de una amplísima corte de expertos, al margen de otras aberraciones, en la reciente "Ágora", donde casi todos los que no quieren rumiar en absoluto, han coincidido en valorar como su principal aporte "la cualidad" de hacerle ver la verdad a las masas (coincidiendo en llamar verdad a una lista de dogmas y consignas, iconos y simplicidades que las masas son capaces de aprender a favor de quien sea -y garantice su subsistencia inmediata o lo parezca- y en contra de quien haga falta -y parezca amenazarla, lo pueda hacer o no-).

En realidad, todo esto pone de manifiesto la verdadera significación de esas contiendas; lo que viene imponiéndoseles per se a todas por igual, lo que refleja el carácter social que revisten todas las actividades humanas, las cuales han acabado confluyendo, en buena parte del mundo desde hace miles de años aunque en otras en absoluto, al menos todavía, en ese espacio que llamamos Lo Político. Carácter social, sí, que, desde mi punto de vista no es precisamente global o universal y por lo tanto aséptico, sino grupal, orientado por ende a la dominación del propio grupo sobre los demás: un movimiento que precisamente, desde mi punto de vista, ha dado lugar a la sucesión de las etapas históricas y a la constante imposición social de todo lo imaginario (o cultural). Este enfoque, que llevo desarrollando y aplicando a casi todo con objetivos elucidatorios, es el que intentaré aplicar también a esa cuestión de la existencia de Dios (en tanto primera sustancia o causa primera por antonomasia), que entiendo como una de las manifestaciones de la discusión, a mi criterio más amplia, en torno al "problema de la verdad" y por ende al "problema del conocimiento humano", para mí, un simple resultado evolutivo que se inscribe en la imperfección necesaria de la realidad emergente.

Y para no asustar con la longitud acostumbrada, paso a publicar este preámbulo tal cual prometiendo el meollo para la próxima semana. Entretanto, me permito recomendaros unas entradas de hace un tiempo que listo al pie.



Notas:

(1) Es inevitable y pertinente hacer en este punto una referencia a Foucault y a sus fructíferos esfuerzos por sacar a la luz las interioridades recidentes en todos los discursos, esfuerzos que liquidaron la inocencia que se les atribuía (y lo he sacado a colación muchas veces). Es pertinente recordar asimismo el nefasto ejemplo de Rousseau con su propuesta de forzar a la gente que no lo quiera a "ser libres" y el hilo conductor que lleva del racionalismo moderno hasta la institución del gulag y de los campos de "reeducación" maoístas. Todo esto compone el mismo "todo" y no verlo es no quererlo ver sino a través de un velo azucarado y bienpensante. ¡Y menos cuando esas pretenciones se manifiestan en nosotros mismos (por ejemplo, en la idea de popularizar la ciencia e incluso la filosofía)!

(2) En estos días, una discusión especialmente fructífera (Feacios: "Deconstruyendo a Kuhn") y rica en contenidos, que se desarrolló con la restrictiva lógica de este instrumento-marco que llamamos blogsfera (y que acabó gratificádome socialmente con la invitación a unirme a su foro como miembro activo) me ha llevado casi en simultáneo a desenterrar borradores y notas, a repasar lecturas y realimentar apuntes, en fin, a tratar un poco más profunda y abundantemente el tema. Pretendo (ya se sabe qué pueden dar de sí las buenas intenciones) ser lo más riguroso posible y escribir sobre ello con el mejor arte que hoy sea yo capaz de producir. Quizás... je... sea todo esto un ejercicio de autovanagloria; pero ya se sabe, cuando te quieren poco cabe la opción de mimarse a uno mismos para compensar. Asimismo, debo poner en la lista de los coadyuvantes de la reacción, los debates y opiniones producidos en relación a "Ágora", la película, exponente a mi juicio de lo que más brilla -cegadoramente por cierto- en nuestro actual firmamento dominante referencial.

(3) Wittgenstein, en nombre de la limitación atribuía al lenguaje, recomendaba callar en tanto no fuese posible realizar la narración causal propia de la filosofía y de la ciencia. Siendo mayor, Wittgenstein (que se había llegado a convertir en un icono de los positivistas sin sumarse verdaderamente nunca al club -el Club de Viena-), se renegó de su recomendación de la que sólo el voluntarismo de los dogmáticos puede cumplir en público aunque no en la intimidad: "callar" en realidad es imposible para el hombre por razones que la propia ciencia hoy comienza a poner en evidencia (doblando con ello la evidencia que ya nos descubriera repetitivamente la intuición). Volveré sobre ello ya que se trata del quid de la cuestión, de la base. Es significativo, y debe ser puesto de relieve, el hecho, aparentemente escandaloso (y así lo dije en referencia precisamente a José Luis, un par de veces y algunas veces más a otros positivistas como él), aparentemente sorprendente, de que siendo la propia ciencia la que insista los positivistas sigan proponiendo, más o menos modestamente, más o menos soterrada y parcialmente, la eliminación de los espacios donde el hombre lleva a la práctica esa dificultad para callar, esa vocación de hablar de todo, de buscar una explicación emocionalmente satisfactoria para el sentido de su existencia... un sentido en el que se puede no creer duras penas sin por ello conseguir anular el sueño de una respuesta definitiva; producto de lo cual, precisamente, nace la filosofía, la metafísica en concreto como su sinónimo, y todos los mitos precisamente silenciadores como han sido y son las religiones, las supersticiones, los dogmas científicos, las ideologías políticas, etc.




Enlaces especialmente a propósito:

- La paja, el trigo y el arte de la panadería (sobre Feyerabend -prefacio-)

- La paja en el granero de Feyerabend

- El multifacético y ambivalente papel de los subproductos de la reflexión

- Sobre la cuestión de ser o no ser uno más en el grupo (así como sus dos inmediatas continuaciones).

- De la ciencia y de los especialistas...

- De la razón eventual de ser de la ciencia

- ... con (2) un huidizo punto de llegada

- La necesidad "socio-occidental" de ser "occidentalmente culto"

y el más reciente:

- Un llamamiento ambivalente a la resignación

domingo, 1 de noviembre de 2009

El "delito político" de "los molestos"

La Historia nos enseña que lo "políticamente molesto" (se lo califique así o mediante algún otro eufemismo) no tiene por qué tener, ni mucho menos, una significación heroica o un sentido esencial y ni siquiera tiene que entrar dentro de lo que se considera racional.

Obviamente, lo "políticamente molesto" se debería aplicar, según las costumbres racionalistas y la etimología, sólo a aquello que resulte perturbador para "La Ciudad" ("La Polis", para decirlo en ese griego que usamos hoy para conceptualizar... esto es, para emparentarnos con quienes en realidad se distanciaban de la Ciudad real mediante ese lenguaje, una ciudad que para el grueso de sus integrantes debía ser tan poco pura y virtuosa como las nuestras para nuestro tiempo y nuestros pueblos -fe de ello da la literatura y particularmente el teatro-).

Debería en consecuencia designar las invasiones, las revoluciones, las conjuras... pero también los magnicidios y las manifestaciones violentas de descontento popular, y, en el fondo, todas esas que valoramos tanto (y en tanto no nos afecten demasiado) de nuestras democracias occidentales modernas y contemporáneas, manifestaciones estas que se permiten y hasta se fomentan formalmente, como las que se amparan en las declaradas y, valga la redundancia, legisladas libertades constitucionales.

Sin embargo, el Estado va más allá de sus aparentes, conceptuales, declaradas y aprendidas atribuciones represivas y, aún más, llega a mostrarse molesto más allá de lo que podría esperarse y por unas causas que no se corresponden con su esencia (lo que demuestra que es idílica y no real y que lo que la gente espera es también idílico y frustrante).

Precisamente, en concreto y no en los términos formales o conceptuales ofrecidos por las teorías -y los mitos- justificatorios, lo que perturba a la Ciudad abarca necesariamente lo que perturba a todo lo instituido, a todo lo que en realidad se acepta como tal en nombre de lo esencial o sea de lo idílico, lo que conseguido inscribirse en el firmamento dominante de valores. Ese "todo" instituido es mucho más, como he señalado, que lo que se define como esencial o racional, y es todo lo que una y otra vez percibe la intuición, sobretodo la de los afectados (pero también, en el fondo, hasta la de los propagandistas).

Asimismo, que lo real se extralimite, no sólo explica la factibilidad de todo tipo de protestas y acciones contra lo instituido, es decir, la activación de una imaginación contestataria, alternativa (autoengañosa o no, pragmática o utópica, aventurada o sensata, maximalista o reformista...), sino que nos ofrece las suficientes evidencias de su auténtica idiosincrasia como para comprenderlo de una buena vez, es decir, dejar de contribuir a su enmascaramiento interesado que tanto comparten las "buenas conciencias" que sueñan con ocupar ese espacio con sus propios planes totalitarios.

En primer lugar, debemos comprender que lo instuido no es una cáscara abstracta (tal como la describiera Hobbes, por dar uno de los nombres más sonoros en relación al tema de entre los exponentes del racionalismo moderno). Debemos ver, en fin, que lo instituido está ocupado, de hecho y de derecho, por un soberano muy concreto y que lo que perturba o molesta políticamente a la sociedad es lo que molesta o perturba al soberano que la representa, imperfectamente como es inevitable, pero de manera efectiva (1).

venezuela en Blogs de YAAQUI

Obviamente, también sucede que el soberano sea quien moleste a unos u otros de sus súbditos, y hasta perturbe seriamente la propia marcha establecida de los cosas. El soberano puede conseguir en esa práctica un grado tan considerable y ostensible de excelencia como para lograr que... "ni los tranvías puedan funcionar" (2). No olvidemos que ese colectivo que constituye el soberano tiene por objetivo conservar el poder por encima de todo, y que ello debe realizarse manteniéndose sólido a pesar de estar compuesto por un atajo de falsarios, todos buscando maximizar su cuota personal de poder a base de zancadillas y traiciones cuando las condiciones lo permitan (pienso en Oogi Boogie, el cruel personaje de "Pesadilla antes de Navidad", cuyo cuerpo de arpillera estaba lleno de gusanos -y por qué no víboras- para una más que aceptable caricatura del Poder; en la que incluso encaja su personalidad ludópata). Eso, se producía de manera ocasional en los tiempos más remotos, pero en la medida en que se encontró la panacea (o se topó con ella) de la división entre opresores y oprimidos, esa dinámica se ha ido volviendo cada vez más sistemática. Ese colectivo se haya en constante lucha intestina, en constante procura de una justificación para tumbar al que ocupa la cabeza, inclusive a costa de que el mundo deje completamente de ser, como le pudo pasar a Roma gracias a Nerón y le pasó luego gracias a los últimos Césares a manos de los vándalos; porque, como puse en boca del jefe del Partido Único en mi cuento "Para que se cumpla el Plan": "El mundo será nuestro o no será nada". Se trata de la otra cara de ese "fenómeno sociológicamente fundamental del universo burocrático", como lo calificara Castoriadis (3). Algo que sin duda estamos viendo con nuestros propios ojos y sintiendo "en el alma" como pocas veces... aunque ("¡ojalá!") no lleguemos ni tan siquiera al incendio... deseo, claro, en que se apoya, dicho sea de paso, el chantage del sociedad a sus intelectuales (y lo aclaro aquí mismo: porque desear la paz y que no llegue el caos son deseos intrínsecamente contrapuestos a todo sueño intelectual de cambio radical).

Pero aquí y ahora quiero referirme sólo a la presencia en la sociedad de aquellas situaciones periféricas producidas por los individuos que de diversas maneras y por diversas causas acaban perturbando al soberano en la persona de sus fieles aunque circunstanciales servidores, y que, en nombre del sistema establecido (y que aparece como dado), acabarán o tenderán a acabar con sus huesos en las mazmorras, en el exilio o en una fosa común o anónima. Y quiero en particular llamar la atención sobre cómo unas situaciones u otras afectan a individuos de las diversas extracciones sociales por igual causa, aunque sólo sean algunos los que parezcan perseguidos o castigados por el poder.

Y es que otra de las cosas que se ponen en evidencia es que las perturbaciones no siempre llegan hasta el propio soberano, ni siquiera hasta su círculo más próximo, y que ello puede suceder inclusive sin su conocimiento, del mismo modo que ciertas afecciones internas del cuerpo no llegan al cerebro mientras no alcancen un grado de virulencia considerable. En definitiva, podemos y debemos aceptar que el espacio de lo instituido es incluso más amplio que su propia sombra y que su sensibilidad se haya más lejos que el largo de su brazo, bastante más que el que se le asigna al alcance de su Ley.

Y que, incluso, lo más sensible es justamente lo que está más lejos... Como dicta la experiencia, es posible molestar, dale que te pego (por ejemplo con posts y artículos de denuncia, silbidos durante los desfiles, etc.), al Gran Hermano y allegados, sin consecuencia alguna... siempre que evitemos indisponer al perro guardián de turno o aparezcamos ante él como excusa excelente para que ponga en práctica su selectivo sentido deber con más papismo que el del propio Papa. Y ello además de que tuviéramos algo que él podría obtener mediante nuestra destrucción o simplemente algo que lo indispusiera en contra nuestra.

La Historia, por otra parte, nos enseña también que las justificaciones teóricas (o causales, y míticas en tanto que interpretaciones) de todas las conductas se han generalizado en estos tiempos en paralelo con su complejización. Esa generalización se ha ido subdividiendo cada vez más en atención a la proliferación de disciplinas y especializaciones intelectuales (cada vez más técnicas y rodeadas de un discurso propio y esotérico que las aisla y legitima). Así, en principio siguiendo una aparente precisión, acabaron asignándose en primer término cualidades políticas sólo a ciertas cosas y psicológicas a otras, siendo que muchas no lo pueden ser aisladamente sino en simultáneo. Por fin, la marcha de los hechos han creando un sinnúmero de nichos incoherentes entre sí y llenos de silencios internos que han facilitado la proliferación de términos vacíos de contenido conceptual, y hasta ideológico: me refiero a su reducción a la expresión mínima, casi gestual, del marcaje, de la señalización, de... la acusación (4).

Es innegable, pues, el carácter político que hay que atribuirle a todas las denuncias que hacen los servidores fieles de un régimen contra un vecino odiado o al que envidia personalmente o del que pretende aprovecharse, denuncias que suelen conducir al segundo a la desgracia e incluso a la desaparición prolongada o definitiva. Lo que nuestras sociedades han conseguido con su complejidad es que las pirámides de todos los tamaños y ubicaciones estén todas relacionadas... democráticamente, y que hasta los servidores situados en el escalafón más bajo puedan contar con los instrumentos represores del Estado para realizar sus más íntimos y escabrosos deseos. Esto, hoy, está al alcance de cualquiera, sin proceso de selección ni embudo previos. Y esto es lo que explica la dificultad para erradicar, por ejemplo, las conductas tiránicas de los alumnos hacia sus profesores e incluso las de los hijos hacia sus padres: está en el ambiente desde hace tiempo, se ha extendido por el aire y ha acabado por ser del dominio público... Esto es precisamente... lo que se ha democratizado.

Sin duda, historias con esas características vienen sucediéndose en el tiempo desde que se constituyera la primera forma explícita de autoridad grupal, y creo que leídas como políticas en lugar de como psicológicas o morales arrojan luz sobre la verdadera trama en la que se apoya el poder que vemos efectivamente sentado en el trono o sillón concreto. Puesto que lo que inserta el hecho en el plano político es precisamente la apelación y el concurso de lo político, del uso de aunque más no sea partes constitutivas de lo instituido, pocas mezquindades quedan ya fuera de ese plano. En concreto nuevamente: a pesar de que la desaparición de un individuo que no molestaba en lo más mínimo al poder ni a primera vista a lo instituido se realice por razones en primera instancia particulares y mezquinas, si aquella se ha ejecutado mediante los recursos del Estado acaba haciéndose, por o con ello, política (incluso las ejecuciones mafiosas o de bandas, incluidas entre estas las acciones terroristas, se inscriben cada vez en mayor medida en la órbita de uno u otro satélite del Poder, y sirviendo a las estrategias de unos u otros de los escasos contendientes con posibilidades).

Antiguamente, muy antiguamente, no se hacía necesario explicar por qué uno mataba a otro, lo que se hacía sin remordimiento alguno dado que el remordimiento cuando mira lo hace desde el firmamento dominante y en ese tiempo aquello... no estaba mal visto (5). Tal vez lo empezara a estar en cuanto se realizaba entre individuos de estatus diferentes o atentando contra una propiedad como la del esclavo propio.

El mismísimo y famoso caso Sócrates, revestido histriónicamente por Platón en su Apología y de nuevo en su diálogo Fedón, revistió a Sócrates del halo de heroísmo, pero, si se mira bien, esa heroicidad fue construida por la víctima y por su discípulo a posteriori, habiendo sido aquello producto más que claro de la cobardía de un general (Anito) al que Sócrates habría "molestado", a la pusilanimidad y probable mala conciencia de un adolescente (Meleto) suceptible de ser empujado por el primero para llevar la voz cantante y un tercero, Licón, del sé aún menos que de los otros y que sería un amigo fiel de los anteriores... (sin que sirva de prueba, merece la pena mencionar que Platón, en su diálogo Eutifrón, pone en boca de Sócrates la posibilidad -aunque también como recurso exculpatorio- de la envidia). En todo caso, nunca una auténtica e imposible reacción en bloque de la Ciudad o de las masas (lo que tiene según veo en la medida en que atiendo a los detalles, un mito claramente platónico del que habrá que desconfiar... o enraizarse en la ficción de las simbologías interesadas), masas que sin duda albergan fácilmente sentimientos individuales de la mezquina naturaleza mencionada, pero cuyas conductas colectivas complejas deben ser consideradas con detenimiento y rigor y no ser simplemente despachadas con... el despecho intelectual típico (que el Sócrates de Platón por lo visto exhibía).

En todo caso, es interesante observar cómo en aquel proceso se usufructúan los mecanismos represores del Estado, instituidos supuestamente por la sociedad para autoprotegerse, por parte de unos simples ciudadanos contra otro que en los hechos no podía representar peligro alguno para ella ni para el Poder y que sólo era odiado, estrictamente, por un puñado escaso. Es interesante ver cómo cala la denuncia ante el tribunal de Atenas y con qué habilidad son utilizados sus mecanismos para un fin particular, mezquino e improductivo como el indicado. Es interesante observar hasta qué punto ciertos individuos no pueden permitir a otros que vivan en paz y hasta qué punto esto deviene de la sensación de peligro que experimentan en sus propias carnes.

Pero Sócrates no era un disidente político ni se levantó contra el poder ni más ni menos indirectamente. En realidad fue víctima del poder sin haber alcanzado a molestar más que a unos pocos. Los disidentes, por lo general, suelen agruparse en función de su meta: desplazar del poder al colectivo particular que lo detenta para ocuparlo ellos mismos con su propia pirámide (pirámide que comienza a construirse desde un principio como secta, movimiento o Partido, organizaciones que constituyen tanto para su defensa como para el ataque).

Pero, insisto, lo más notable de la situación que relato no está en esos casos obvios sino en la mecánica del poder que lleva a convertir en víctimas a cualquiera.

Cuando yo entré a trabajar en 1977 en Philips España, tuve una experiencia directa del mismo estilo que la que debió llevar a Kafka a escribir "El Proceso". Llevaba algo más de cuatro meses en mis funciones de analista de sistemas (un puesto que me exigiría diseñar los sistemas de gestión informatizados de la empresa) cuando me asignaron a dos programadores para un pequeño proyecto. Estos chicos no habían tenido una verdadera escuela de programación y se venían repitiendo como suelen hacer los indolentes y los mediocres. Tras definirles una de las actividades y uno de ellos escribir la rutina (lista de instrucciones que componen parte de un programa) observé que era demasiado enrevesada y le hice al autor una sugerencia. De inmediato, en lugar de pensárselo dos veces y menos estudiar para aprender algo en todo caso nuevo, me espetó: "Así lo hacemos aquí; así lo venimos haciendo desde siempre...", o algo parecido. Nada fue peor para mi futuro que responderle que "La programación no es magia", con lo que quería remarcar, simplemente, que era una cuestión de Lógica. Ni más ni menos.

Hoy no sé dónde estarán esos sujetos, y entonces no estaba informado (cuatro meses es poco tal vez para un ingenuo como para descubrir los entresijos de un aparato monstruoso e ineficiente; un aparato que sólo pretende sobrevivir en contra de los cambios, aunque el barco se hunda con los supervivientes descerebrados dentro: algo como eso de los monos que son cazados aprovechando su avidez sin límites -otro día os lo cuento-). Lo cierto es que esos dos chicos eran miembros de Fuerza Nueva y, por si fuera poco, colegas de movimiento e ideología de nuestro común jefe.

No quiero ni imaginar, por cierto, lo que habría sido de mí si el poder del ese jefe hubiera llegado más allá de los ámbitos de la empresa, quizás como lo estuviese antes de la muerte de Franco... En todo caso, es una mera asociación fantástica sin el menor fundamento. O si yo hubiera sido aún más vehemente, claro, de lo que fui al contestar cuándo me interrogó acerca del "suceso criminal" que había cometido: "¡¿Ud le dijo "eso"?!, para por fin hacerme firmar sin que todo cupiese en mis cabales una hoja de "finiquito" donde se decía en letra diminuta "de baja por voluntad propia", lo que me dejó sin trabajo, sin indemnización y sin subsidio... al inicio del verano, recién establecido y con una familia a cuestas a la que se sumaría un niño en cuestión de un par de meses. Y prácticamente sin relaciones próximas capaces de ayudarme incondicionalmente, como habría hecho digamos un padre o "viejos amigos del alma" (y debo aquí hacer un reconocimiento explícito de la ayuda que recibí en forma de colecta de mis compañeros de tan sólo cinco meses de trabajo en común, colecta que uno a uno pude devolver un año y pico después, apenas superé el bache...).

Ejemplos como este señalan hasta qué punto hoy en día no hace falta tomarse la justicia por la propia mano, o simplemente vengarse, satisfacer la propia rabia ante lo que para uno mismo es una afrenta aunque para sus verdugos sea un acto de justicia (lo fue para los nazis enviar a los perturbadores por excelencia del mundo a las cámaras de gas) ni siquiera hace falta mancharse las manos de sangre como hacían los neoguineanos para resolver sus conflictos personales (remito nuevamente a la nota 5). Nuestra sociedad se ha sofisticado en todo y también en esos asuntos de la desaparición del "molesto" de turno; ahora nos hemos civilizado del todo... y los recursos para eliminar a los molestos se han multiplicado: basta saber mentir y acudir al Estado en una u otra forma, que los tiene casi todos y más al servicio de sus fieles servidores.

Esto, insisto, es lo se ha democratizado.

Y no lo que se agita como tal, edulcorando la realidad en nombre de la esperanza vana. No el concepto teórico de democracia que nunca ha bajado de su cielo abstracto para realizarse en tierra firme sino como "libertad generalizada" para apelar a los recursos del Estado con vistas a mejorar el propio estatus... eso sí, siguiendo las vías instituidas y legitimadas que la burocracia política ha convertido en conducta ejemplar, por la vía de la señalada fidelidad tramposa y sobretodo no molestándolo en ninguna de sus expresiones por mezquinas o ridículas que sean. No, en fin, extendiendo las libertades formales (cada vez más reducidas a servir de tapadera) sino las de reprimir para conservar y hacer más sólido e inamovible lo dado y más usufructuable desde el punto de vista más primitiva y básicamente humano: el del depredador y el carroñero.

Lo que pone de manifiesto esto es el grado de solidez que lo instituido tiene hoy en día; el grado que ha alcanzado de inamovilidad. Y el grado en que estamos todos rodeados de poder en la persona de unos guardianes ciertamente peligrosos.

Grados de "molestia política" -en el sentido antes indicado- pueden merecer ser considerados "mínimos", aunque resultan en ocasiones inusitadamente "insoportables" para el Poder debido precisamente a que ese Poder descansa cada vez más en los pequeños ámbitos y se ha extendido y penetrado hasta las formas más periféricas de la sociedad, produciendo efectos equivalentes a los que producirían si fueran cruciales, y provocando las mismas consecuencias sobre la víctima (el individuo) y desde las mismas instancias ultrapesadas de la institución (la policía, la justicia, la prensa, el ejército...)

Una y otra vez podemos encontrarnos con situaciones que exentas en una primera instancia de peligrosidad política circunstancial pueden llegar a conmover los cimientos del Poder o repercutir seriamente en él aunque de un modo que desconcierta y que puede parecer ilógico. El sentimiento que provoca en el poderoso cualquier molestia que en principio sólo afectaría a sus protegidos o servidores (esos que se encuentran en los escalones inferiores de la pirámide y hasta en la misma base) si estos no tuviesen el recurso y la potestad, la licencia y la conciencia, de que pueden recurrir como si fuera de su propiedad o pertenencia la totalidad del Estado, todas las instituciones que lo integran o que dependen de él.

En un régimen despótico o tiránico, donde se percibe más inmediatamente este tipo de situaciones que sin embargo hoy se han extendido, como he dicho, democráticamente, un simple agente de la represión, incluso un simple conserje actuando como vigilante espontáneo puede tomar represalias nacidas de su propia visión visceral del momento las que serían a su vez casi seguramente respaldadas por la estructura en la que está inserto y silenciadas o edulcoradas luego... Bastará que se lleve bien y/o le sea útil al jefecillo inmediatamente superior o la la célula institucional (de hecho o de derecho) que esté a su vez engarzada en la cadena. El jefecillo ya moverá los hilos, ya usará sus influencias o simplemente actuará dentro de la autonomía con la que cuenta y la protección de última instancia de su superior inmediato y sucesivos. Se puede ver en esos casos extremos a la simple luz del sol, pero se trata de mecanismos que pululan entre las volutas de la bruma, en "el corazón de las tinieblas", y que sólo a veces emergen desprendidos del fondo putrefacto, provocando en la mayoría una vuelta la cabeza. Y es que "forzarle a acusarse a sí mismo de sustentar determinadas opiniones, cuando sus actos no están prohibidos por la ley, es cosa que va contra la ley de la naturaleza" (por decirlo en las palabras poco rigurosas pero llenas de contenido de Hobbes -6-).

Lo reflejan muchas obras de ficción desde la literatura al cine, como es el caso del libro y la recientemente estrenada película argentina "La mirada de sus ojos", en donde un asesinato sin vinculaciones políticas queda "sobreseido" en primera instancia gracias al vínculo existente entre el asesino y el poder a través de una serie compleja de mediaciones y estratificaciones que en cualquier caso están ahí para servir a la estrategia política del poder pero también para servir a las necesidades personales de sus servidores (y que dicho sea de paso, acaba poniendo el acento en la obsesión propia del amor y sus diversas reacciones viscerales y sus posteriores tomas de conciencia). La tesis de Hobbes de que el soberano es intocable per se por la Ley... se extiende a todos sus tentáculos (7).


El encierro de la protagonista en un psiquiátrico por perturbar la comodidad y amenazar (de acuerdo con su propia visión estrecha) la carrera de un policía local en el Los Ángeles de los años 20, como cuenta la película "El intercambio" de Clint Eastwood, es otro caso que asombra y hasta parece "más extraña que la ficción", para decirlo con las palabras del propio Eastwood (pero que acaba desviando la atención de este aspecto perturbador para enfocar la irreductibilidad heroica de la madre en la búsqueda del hijo). Y que, aunque indigne al espectador medio, no lo lleva en general a vincular fácilmente los hechos con su idea de la Polis, o su esencia, la cual habría sido, simplemente, afectada por un virus circunstancial e imprevisible. Aunque en realidad, evidentemente, sea algo propio de la Ciudad Concreta, idiosincrático para quien lo acepte ver, para quien pueda desembarazarse del apego a la falsa existencia de lo inmaculado, lo puro, lo teórico... que tiende a prevalecer so pena de una frustración irremediable.

En esas películas, el asesino y el policía, respectivamente, son miembros integrantes del Estado, son el soberano que, repito volviendo a citar a Hobbes: "no está sujeto a las leyes formuladas por él mismo". Los vemos hoy por todas partes, manifestando la democracia burocrática en la que vivimos en todos sus aspectos: ¡esos estudiantes!, ¡esos dependientes!, ¡esos funcionarios!, ¡esos enfermeros!... que tan cruelmente nos tratan (8).

Pero todo ello es algo cotidiano en mayor o menor medida en nuestro mundo, y cada vez más y más y por todas partes. Aunque para quien no lo haya vivido de cerca, ni siquiera por la vía de "escuchar a los muertos con los ojos" (9), nunca sea sino cosa de ficción o de los mundos de pesadilla de esos de los que se cuentan historias "de no creer" (como las de la URSS bolchevique, las de los jemeres rojos, las comandadas por el Gran Timonel Mao, las del Irán de los ayatolas, los de los países bolivarianos o indigenistas (que por suerte, al menos por ahora, no derivan en una renmozada Kampuchea Democrática o en una remozada Revolución Cultural), etc., etc., etc. O como las historias de los tiempos de la Inquisición y la caza de brujas -sobre los cuales da cuenta una muy buena película de Wajda sobre sucesos ambientados en su país, Polonia, o en alguno de los colinadantes, película que vi hace realmente mucho, allá a los veintipocos años, y cuyo contenido aún recuerdo como para poder asociar a lo que ahora estoy sosteniendo con un bagaje y una seguridad más amplios respecto de lo entonces intuí, creo que acertadamente.

Sin duda, cuando algo o alguien molesta al que está o a lo que está más alto, el resultado es contundente, pero a veces basta que moleste mucho más abajo y a mucha mayor distancia -al punto que el poder ni siquiera se entera salvo que las consecuencias de la represión lleguen sin querer muy lejos (a veces es oncluso la propia medida adoptada por el eslabón inferior la que llega a molestar arriba del todo, en cuyo caso siempre existirá en recurso de atribuir, sin paliativos y revistiéndose de pureza y carácter absoluto -apelando al concepto que represnetaría- la causa al perturbador primario, al elemento molesto por obra y gracia de su propia existencia.

La víctima inmediata, sin embargo, seguirá siendo considerada un delincuente o a lo sumo un daño colateral o un accidente lamentable, pero nunca se admitirá su denuncia contra el poder. En última instancia, siempre habrá cometido el delito que, con Calderón de la Barca, no es sino "...el delito de nacer", delito que, siglos más tarde, con Kafka, desencadenará "El proceso" y "La Condena".


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Notas:

(1) Aquí un breve inciso: el soberano al que hago referencia con el término no es por supuesto ni el "líder" del partido de gobierno ni "el tirano" allí donde lo haya, aunque lo incluya; no es ni siquiera, aunque en mayor medida, la propia camarilla gobernante en su conjunto... Con el término apunto aquí a la estructura que define la forma de gobierno y que aparece visible como nuestra democracia parlamentaria, donde y a través de la cual la burocracia política contemporánea se distribuye los puestos, lucha por no perder la mayoría o lucha y/o espera el próximo recambio. La democracia representativa contemporáneaa fue precisamente un invento de y para esa burocracia (con ella y mediante ella se legitimaba a la vez limitaba las reglas de la lucha intestina).

Nota sobre la ilustración que sigue en el texto: corresponde al icono que usa la oposición venezolana para denunciar los incentivos a la delación puestos en marcha por Cháves.


(2) La frase, que no me cansaré de citar por su alto contenido alegórico y su poder de síntesis, encabezó a mediados de los 50 uno de los periódicos de la luchasanticomunistas en Polonia, dándole a las mismas un alto contenido antiburocrático . La frase completa era: "Cuando los planes se cumplen, ni los tranvías pueden funcionar". Ella fue la detonante de mi cuento "Para que se cumpla el Plan".

(3) Cornelius Castoriadis, "Ante la guerra", Tuquets Editores, Barcelona, 1986, pág. 253.

(4) Castoriadis se pregunta con toda "lógica": "¿Puede concebirse una sociedad en la que sólo hubiera pulsiones y palabras-señales? (...) La respuesta es doble, y sin ninguna paradoja. Semejante sociedad puede concebirs, ya que es real." (Ibíd., pág. 260) Y explica poco después en qué sentido "La ideología está vacía, vaciada desde dentro" (ibíd., pág. 261) Castoriadis pone por fin nombre y apellido a la argamasa que sostiene como un todo a una sociedad burocrática en el límite, a saber: "lo imaginario nacionalista-imperial (...) cimiento, el único existente, el único concebible..." (ibíd., pág. 265). Y esto, que creo tendencialmente cierto, no me parece nada básicamente distinto de... la voluntad de poder grupal de toda la vida humana (y anterior) que la antropología y el estudio sociológico de los primates en general revela hoy a manos llenas.

En cuanto al término "acusación", añado aclarativamente si cabe que se trata de la conclusión inevitable del marcaje o delimitación de los terrenos con vistas a la lucha por el poder.Foucault merece ser mencionado al respecto en tanto y cuanto desveló los métodos acusatorios y punitivos encerrados en los discursos y las normasinstitutivas (véase Michael Foucault, "El orden del discurso", Fábula Tusquets Editores, Barcelona, 2008; donde se hallará lo que sigue:)

"... no se está en la verdad más que obedeciendo a las reglas de una policía discursiva... (pág. 38), y: "...la doctrina vale siempre como el signo, la manifestación y el instrumento de una adhesión propia (...) La doctrina vincula a los individuos a ciertos tipos de enunciación y como consecuencia les prohibe cualquier otro; pero se sirve, en reciprocidad, de ciertos tipos de enunciación para vincular a los individuos entre ellos, ydiferenciarlos por ello mismo de los otros restantes." (pág. 44). Y: "Me pregunta si algunos temas de la filosofía no surgieron para responder a estos juegos de limitaciones y exclusiones, y quizá también para reforzarlos." (pág. 46). Y así llega a descubrir la "profunda logofobia" (pág . 51) que se teje y desteje y que no sabe muy bien cómo abordar o salvar... precipitándose a pesar de todo (de todo lo descubierto) de nuevo en una aventura intelectual posible sólo en la esfera de los sueños...


(5) En "Armas, gérmenes y acero" (Random House Mondadori, Debolsillo, Barcelona, 2009), Jared Daimond da cuenta de las costumbres de asesinar al prójimo imperantes entre las hordas y tribus, en particular las nordneoguineanas a las que califica de "ferozmente independientes" (pág. 353). Por lo visto, en esas sociedades "el asesinato es la principal causa de fallecimiento" (pág. 318; donde se reproducen declaraciones... ¿espeluznantes?). Pero nada más ilustrativo que la siguiente descripción de un maorí acerca de una de sus incursiones de conquista:


"Tomamos poseción ... de acuerdo con nuestras costumbres y capturamos a todas las personas. Ninguna escapó. Algunas huyeron de nosotros, y a esas las matamos, y matamos a otras, pero ¿qué importancia tiene? Lo hacíamos de acuerdo con nuestras costumbres" (pág. 63).

Diamond no puede evitar el horror típico de las buenas conciencias occidentales ("de acuerdo con nuestras costumbres") y poner de relieve que "lo que hace que la colisión entre maoríes y morioris sea tristemente ilustrativa es que ambos grupos habían divergido de un origen común..." (pág. 64). Ahora bien, el relato pone claramente sobre el tapete el sentimiento grupal en toda su dimensión así como la cobertura que ofrecen las tradiciones y el punto de vista dominante en el grupo que compondría lo que llamo "firmamento dominante" en el entorno-marco dado. Y lo que sucede es que Diamond prefiere inclinarse por atribuirle al hombre falta de racionalidad (¡algo superable con el tiempo, la cultura, la educación, etc.!, a pesar de la culpabilización que aplica a Occidente, como contrapartida inseparable "mala" de la buena conciencia mencionada) a reconocer el mecanismo que fabrica la grupalidad en el ser humano en todas las circunstancias... por demás incorregibles. Como a muchos humanistas, a Diamond habría que recomendarle seriamente la lectura de "El mito de la educación" de Judith Rich Harris (también publicado en Debolsillo).

(6) Thomas Hobbes, "Leviatán", Editorial Tecnos, Madrid, 2007, pág. 207.

(7) "...el soberano no está sujeto a las leyes formuladas por él mismo, es decir, por el Estado, porque estar sujeto a las leyes es estar sujeto al Estado, es decir, alrepresentante soberano que es él mismo; lo cual no es sujeción sino libertad de las leyes." (Thomas Hobbes, ibíd., págs. 177-178)

(8) Si alguien prefiere considerar que "hay excepciones" le diré tan sólo que el fenómeno no deja de crecer y dudo que pueda ser detenido salvo mediante algún mecanismo depurador masivo de esos que a ninguna persona en su sano juicio pueda desear que ocurra. Por otra parte, la lista crece hacia arriba en la escala social, y las conductas primitivas o desconsideradas (y hasta crueles) se propagan en diversos estratos profesionales (periodistas, abogados, jueces, políticos, empresarios, maestros, profesores, médicos, etc.). Sin duda, la propagación de historias que muestran como normales esas conductas a través de series televisivas y realities shows retroalimentan, en atención a la existencia de un mercado propenso a consumirlo, ese comportamiento y lo instalan como habitual y luego natural.

(9) Expresión debida a Quevedo para referirse a la lectura de los pensadores a los que ya no se puede sino escuchar con los ojos.


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Adendum (28-10-2010): dada su pertenencia, remito a un artículo del New Yorker  (parcialmente traducidos aquí) del que resalto principalmente estos versos del poeta iraní Ahman Shamlou:
"Huelen tu aliento,
para saber si dijiste Te amo.
Huelen tu corazón.
Son tiempos extraños, querida.
Los carniceros esperan en cada
Cruce con cuchillos y palos sangrientos."