sábado, 21 de enero de 2012

De los deseos de "mejorar el mundo" (segunda aproximación)


Parece obvio que la permanencia de las ciudades, ¡y los imperios que nacieron a partir de ellas!, ha dependido siempre (desde que emergieron) del grado de estabilidad que alcanzara la relación "pactada" entre el pueblo y sus gobernantes, cada parte a cuento de sus respectivos intereses y de las posibilidades que elegían para realizarlos (unos y otras indudablemente condicionados por el "mundo dado"). Se puede considerar así la adopción e imposición de unas reglas de juego debidas a un "pacto de hecho" y por fin a uno "de derecho" que se irá haciendo cada vez más complejo, sutil y tramposo, bajo cuya dinámica los hombres han sido progresivamente atrapados o entrampados hasta no poder ni siquiera poner en tela de juicio esa complejidad; complejidad que acabará por denominarse y comprenderse como Progreso. (1)

En ese marco, esas reglas fueron por lo que sabemos verdaderos signos de identidad de los grupos fundadores y oponerse a ellas conllevaba la marginación, el destierro o la aniquilación... produciéndose así una progresiva selección que, acompañada de un fortalecimiento de los medios dedicados a la conservación del estatus quo vigente y "pactado" (sistema educativo, sistema penal, sistema represor...), iría reduciendo las posibilidades de sedición...  y haciéndolas en todo caso cada vez más imitativas que alternativas. Y siempre con una creciente vocación por el aumento de la complejidad socio-política tan conveniente a la estratificación. (2)

"...administrar soberanamente todos los asuntos de los hombres" (Platón, Las leyes, 713d) resultaría de esa forma algo definitivamente ineludible e incuestionable, una necesidad que se habría impuesto ineluctablemente a los hombres del mismo modo que un "trabajo" con el que tendrían que expiar su "pecado" y del que no podrían, a la manera de Sísifo, desentenderse jamás... "Todos los asuntos", "todos los hombres", "la humanidad" a la que, de una u otra forma y a pesar de que "ninguna naturaleza humana es apta" (ibíd.) para llevarlo "bien" a cabo, se debe imponer seguir marchando. Un verdadero a priori que, mediante la selección artificial concomitante ("lo que nosotros hacemos con todos los rebaños y todos los ganados mansos" -ibíd., 713d-), hizo cada vez más "necesario de cierto que en las ciudades haya quienes manden y quienes sean mandados" (ibíd., 689e), siendo los primeros los mismos que acabaron poseyendo a raíz de esa dinámica, "muchos ganados, ovejas y rebaños de hombres" (ibíd., 694e); algo en lo que Platón insistirá, en un lenguaje hoy proscrito por su "incorrección política", aún más amplia y explícitamente en el Libro V de la misma obra  (justo antes de su famosa proposición "comunista" basada en la jefatura de su soviet de sabios) y que por su significación transcribo:
"Pero antes de todo esto hay que reflexionar del modo siguiente. No hay ningún pastor ni boyero ni criador de caballos que, al hacerse cargo de un rebaño o de cualquier otra cosa de la misma índole, se dedique en modo alguno a cuidarlo sin haberlo depurado antes por el sistema de depurar más apto para cada una de estas agrupaciones; es decir, que separará lo que está sano de lo que no lo está y lo que es de raza de lo que no lo es, y aquello primero se dedicará a cuidarlo, pero esto último lo enviará a algún otro rebaño, y ello porque pensará que bien vano e inútil sería trabajar con cuerpos y almas que, corrompidos ya por su propia naturaleza y mala educación, son capaces de echar a perder además, si no depura el total del ganado, todo aquello que pueda haber de sano y de no contaminado en los caracteres y en los cuerpos del rebaño entero.  (...) en lo que toca a los hombres no hay nada más grave (...). Ahora bien, la mejor de las depuraciones es la dolorosa." (ibíd., 735b, c y d; tomado junto con las demás citas de esta obra de la edición de Alianza Editorial, El libro de bolsillo, Madrid, 2008)
Dejando de lado los juicios valorativos y rechazando la idea de que los actores sociales de la fragmentación sean "fundamentalmente" las fracciones dominantes o poderosas, idea fácil instalada en todas partes, el proceso selectivo que lo va consolidando con todos sus valores dominantes, "magmas significantes" (Castoriadis) o "estilos de pensar" (Mary Douglas) que los sustenta, será la propia dinámica que se puso en marcha, a la vez o entrelazada con la domesticación, dinámica que arranca de una previa situación de desequilibrio e irregularidad, de, valga este engañoso término, "desarrollo desigual". (3) Esto alentó y sigue alentando la "invención" de instituciones apropiadas y sus justificaciones conservacionistas y reformadoras, y esa dinámica, exigida por la propia fragmentación de manera creciente conforme se profundiza la complejidad que provoca, es a su vez un emergente determinante o significativo del que son actores un tanto ciegos, un tanto apremiados por las circunstancias y los "afectos", todos los seres humanos en un entorno y condiciones dadas. O sea, no obedece a "un plan" de las fracciones dominantes, sino, por decirlo de algún modo, a una confluencia de intereses (en parte engañosa a la manera en que lo fueran los espejitos que los colonizadores regalaban a los aborígenes) y, de ahí la posibilidad de tal encaje, esto es, por  medio de una especie de aditividad creciente a las ventajas de la complejidad (que, por otra parte, se ve sistemáticamente frustrada, más allá de lo circunstancial, para la mayoría de los grupos que han sucumbido a ellos de manera cada vez más insoslayable).

Dicho sea de paso, esto explica el poder hipnótico que ejercen las conductas dominantes y a la vez accesibles para miembros de los grupos marginales, por ejemplo, el que ejercía la ciudad sobre el campo, el que ejerce sobre la intelectualidad la perspectiva de una claudicación intelectual en favor de la burocratización, el que invita al obrero a convertirse en militante o funcionario (o al menos, favorecer o desear el acceso a tales carreras a sus hijos). Así como los resultados explican la disponibilidad de las masas para sumarse a nuevos o renovados "conductores", llegando incluso a ser filotiránicos.

Esa dinámica, por otra parte, fue obvia ya, desde sus primeras reflexiones, para el pensamiento "independiente" a cuento de su propia legitimación (como Filosofía) y siempre fue visto, más que como conveniente, provechoso o aceptable (la crítica mostró, a su vez, sus "defectos", "tropiezos" o "males" como más o menos subsanables con el objetivo de conseguir el "mundo mejor" que imaginaba), como inevitable, como inmanente o natural... siempre que coincidiera con el "mejor mundo" para los propios críticos.

Por una parte: "... no hay escape de los males ni de los trabajos", decía Platón en referencia a los asuntos gobernados por "mortales" (ibíd., 713e) y por otra, poco más abajo, constataba la evidencia que muchos se inclinaban por considerar inevitable, a diferencia de él, que pretendía tener la solución teórica aunque condicionalmente aplicable: "Dicen que las leyes han de mirar, no a la guerra, ni a la virtud entera, sino a ver, según sea el régimen establecido, lo conveniente para éste, a fin de que se mantenga constantemente imperando y no se descomponga, y que por naturaleza la mejor definición de la justicia es la siguiente. (...) el elemento que domina en cada ocasión en la ciudad es el que pone las leyes." (ibíd. 714c). Para Platón era sin duda evidente que "después de triunfar la plebe o cualquier otro régimen, o bien, un tirano, va a poner por su voluntad como primer objetivo de sus leyes otra cosa que lo conveniente a la conservación de su propio mando" (ibíd., 714d). Se trataba de algo que "ya ha ocurrido millares y millares de veces" (ibíd., 715a) pero que se resiste a "reducirla", "con Píndaro", "a norma de la naturaleza" (ibíd, una frase antes) en el sentido de que no haya forma alguna de evitarlo. Lo constata en los hechos pero aún pretende imponerse a su dinámica (y lo pretende mediante la fórmula de unir a un tirano idílico pero posible y a un legislador que se rija por La Razón... y sin duda La Moral -ibíd., 710a en adelante-, obviamente, "el filósofo" o "el sabio", que, gracias a su excelsa alma inmortal, sería lo más tangiblemente... divino -ibíd., 714a-, alguien "amado por este dios (...) que se haga a sí mismo, hasta donde alcancen sus fuerzas, semejante a él" -ibíd., 716d-) aún cuando reconoce "Lo difícil y lo rara vez conseguido en la historia" (ibíd. 711d), siendo ésta directamente asimilada al "mito", del que "tendremos que servirnos todavía" (ibíd., 713a). Y considerando que tales "sabios", "que ansían alcanzar lo más rápidamente posible la mayor perfección", "no están tan a mano" (ibíd., 718d). Esos "sabios" pretendían reorientar un poco esa dinámica que en lo fundamental se desarrollaba por sí sola (por la antes mencionada confluencia, en realidad).

Esa dinámica viene así a parecer (a tomar forma de) una especie de caída en un estado de "alienación" masivo, un proceso que parece acabar "corrompiendo" a todos y a todas "las ciudades",  "sometidas y esclavizadas a una determinada porción de ellas mismas" (Platón, Las leyes, 713a) así como haciendo cada vez más irresistible la dirección tomada por la marcha. Masivo, si bien con excepciones tendencialmente al borde de la extinción, resistentes a plegarse al mismo rumbo y que hoy concitan diversas simpatías de índole folklórica así como interesada (tribus más o menos aisladas nómadas o seminómadas). Y por otra parte, un estado contra el que se alzan los concientes con pretenciones reformistas y de cambio de rumbo: confiados en su proselitismo y su capacidad organizativa y mentirosa, de la que Platón, pero también los sofistas, los profetas antes, etc., fueron sus primeros especímenes.

Por esto es que la visión platónica, sin embargo, no se engaña del todo, no deja de posar un pie en tierra firme y ser en alguna medida pragmática con la idea de poder "despertar a la conciencia" al hombre para que a partir de sí mismo redireccione sus pasos hacia una supuesta lucidez que le haga ver las ventajas de la justicia cosmopolita, universal, etc. Él propone y hace proselitismo sin tapujos a favor de esa alternativa tiránica a cuatro patas (tirano + filósofo) y, lo mismo que con el tiempo harían todas las teorías de la "alienación" que dicen desear una supuesta "emancipación humana" y/o hacer realidad la "mejora del mundo", esconderá sus pretensiones de sustitución de unos "engañadores" por otros. Y ahí está el rol de las "mentiras piadosas" de Platón y su pragmática y a la vez engañosa (y en parte esperanzada o idílica) convicción de que  unos se los podría "convencer" mientras que a los otras se les deberá imponer, como a los poetas, serias restricciones (ibíd., 644a, 719b, donde repite lo dicho en La República), siendo la primera algo que deja a manos de una educación indiscutiblemente tiránica (ibíd., 711, 711c en particular) que fundamentalmente, causalmente, no es sino una herramienta decisiva más al servicio de la mencionada selección artificial ("ya persuadiendo, ya corrigiendo con la fuerza" -ibíd., 718b-), de indiscutible índole conservador del régimen y profundizador de sus propias justificaciones y necesidades.

En todo caso, todos los que han pensado así y perseguido "un mundo mejor", han tenido luchar contra algo que sistemáticamente impedía la realización de sus objetivos, algo que atribuían a la "naturaleza humana" inevitablemente corrompida y corruptible ante la cual, por fin, acababan "desazonados" (ibíd., 708e), erre que erre, por lo visto también... "por naturaleza"... "por don divino" (ibíd., 642c). El fenómeno se vinculó así desde un principio a uno u otro "mal" ("alienación" implica enfermedad) y a fin de cuentas se remonta a los pecados que la Razón Religiosa (y eso es también toda indiscutible Ley, como la Torah) siempre ha condenado: la codicia, la envidia, el resentimiento, etc., que amenazan a fin de cuentas lo que antes se ha constituido de manera indiscutiblemente irracional... esto es artificial, inventada, y por fin adoptada sin remedio.

Sin embargo, cabría considerar sus escalones sucesivos como estaciones de un alud desencadenado en un momento dado, algo que aún hoy podemos ver que algunos grupos han soslayado (desde el Amazonas hasta las antípodas de Australia, etc.), lo que demostraría entre otras cosas que no se trató de una recurrencia maligna propia de la naturaleza humana sino eslabones de una cadena que se comenzó a forjar en unas condiciones apropiadas y que de entrada, como esas otras, ha dado de sí misma su enraizamiento irreversible.

Las explicaciones que hasta hoy se ha dado de ello la Filosofía y los filósofos llevan a desvincular la realidad en marcha de sus aparentes accidentes malignos y por tanto también a suponer que pueden ser combatidos sin abandonar ni poner en cuestión esa marcha o en todo caso, hacerlo mediante su erradicación. En todos los casos, la idea de erradicar el mal tiene las mismas pretensiones tiránicas y lleva a darle a la propia complejidad formas tanto o más insoportables para todos. Por mi parte, no veo que la marcha pueda detenerse... a menos que antes concluya su anunciado colapso. Y para tal resultado, no cabe ni se puede hacer nada de nada.

Y mucho menos suponer que sería posible (¿mediante otra tiránica educación y otras leyes punitivas?) "regresar" a la primitividad, como proponen algunos, incluso apropiándose de extractos apropiados tomados de Mauss y de Bataille; a pesar de que siguieron apostando por el cosmopolitismo, lo más adecuado a los sueños intelectuales. (4)

En nombre de ese combate contra el mal, se presupusieron las leyes, que consecuentemente se derivarían de Los Cielos, manifestando el claro vínculo existente entre Política y Teología. Esto aflora en todos y cada uno de los filósofos y se encuentra en la propia base de la Filosofía... hasta que se propone ir Más allá del bien y del mal... en el límite mismo de la filosofía, en ese punto en el que ésta se deshace y muere (con Pan, con Dios) y se acaba por reconocer (Así habló Zaratustra) que no hay sino "la propia obra" del individuo conformado de un determinado modo a través de la dinámica señalada, aunque, por eso de que "el hombre prefiere querer la nada a no querer" (El nacimiento de la tragedia) apenas haya sino acariciado y vislumbrado (La gaya ciencia) el umbral al que hemos sido por fin empujados a asomarnos, aunque sea para describir una narrativa más completa, a fin de cuentas, en nombre de nustra propia obra. Aunque tan o más "desazonados" que Platón y todos los que lo siguieron... y por lo que fueron al mismo tiempo admitidos y perseguidos "por la Ciudad", como decía Leo Strauss.

En nombre de ese combate, Hobbes justificaba la existencia del Estado, haciendo de él la garantía de la seguridad de todos (nada que no habría suscrito Platón por otra parte). Como bien señala uno de sus mejores estudiosos, Strauss bien sur, su leit motiv era "combatir" esa "naturaleza" maligna propia de los seres humanos; esa "idiosincrasia individualmente nefasta del individuo que habría que sujetar". (5) Un objetivo que va un poco más allá de la conservación de un tipo concreto de Estado, o sea, de unas formas definidas de opresión y explotación: el objetivo de seguir avanzando sobre la base de la complejización hacia la emancipación humana que se nos prometería al cabo de la marcha. Esto, sin duda, además de darle dignidad al pensamiento, o de restarle mezquindad (encubriéndola adecuadamente), vuelve a mostrar el auténtico apriorismo de la filosofía.

Es inclusive el caso del realismo pragmático de Spinoza, que necesitó abrazar el panteísmo para no abandonar el señalado vínculo y su apriorismo de base (el de la civilización autovalorada, para decirlo con otras palabras) y también el caso más exclusivo de Nietzsche que a partir de un Schopenhauer orientado (hacia la vieja India) no logra desentrañar el carácter no-natural del eterno retorno de lo mismo y no logra abandonar del todo el sueño emancipador, a fin de cuentas, necesitado del bien y del mal. (6)

"El Progreso", el incremento de La Riqueza, el aumento de las cosas que trae consigo y a la vez que exige: de la población, del tiempo de vida media, del poder modificador y destructor del "hombre" sobre "la naturaleza" (ello sin mencionar a esa mayoría de hombres sin cuya sumisión no se conseguiría... para todos: al menos los hijos de los hijos de los hijos...).

En definitiva, siempre se siguió por el camino de aumentar la dosis con la supuesta meta de curar al enfermo, y siempre en nombre de "la sociedad" (fragmentada, por supuesto, y abierta, sin duda, a la realización del reformista en cuestión).

Y, sin embargo, pretendemos hoy (como se hiciera siempre) alzar una muralla separadora entre nuestro presente democrático y el supuesto primitivismo de la antigüedad (o proponerse que así debería ser -Mauss mismo, sin ir más lejos, y sin llegar a Kant-), y ello no sólo en contra de los indicios sino de la aproximación flagrante al colapso al que no puede sino ir una sociedad que en nombre del "progreso" lleva al mismísimo fin de toda forma de pensamiento crítico, contradiciéndose y autodestruyéndose a sí misma. Y, repito, insisto: sin que ello pueda ser contenido o desviado... aunque sí tal vez pueda no repetirse después, es decir, después de ese colapso... qui lo sa.

El objeto de este análisis no-filosófico y ni siquiera político, incluso contra-filosófico y contra-político y sin duda contra-teológico, no es sino descriptivo ("etológico", podría admitir); apunta a comprender lo que se mueve y emerge a raíz de las interacciones que se producen en un entorno dado entre los elementos que se encuentran presentes en él (y de lo que forma parte nuestra voluntad y relativa libertad de hacer). (7) Y hoy se ha hecho posible, visible y audible aunque sea marginalmente, debido precisamente a la marginalidad en la que ha sido confinado el pensamiento independiente o la reflexión intelectual que ya no espera nada del mundo sino una continua carga de cadenas y la extinción total de los amigos. La omnipotencia humana se ha frustrado hasta ese punto en quienes la derivaban de su facultad de cálculo: la reflexión, la conciencia, la Razón.

La fase alcanzada y la necesidad de continuar la marcha más lejos, ha demostrado no requirir ni filósofos ni pensadores sino de obreros disciplinados, capaces en todo caso de fabricar slogans... eficaces para el instante. Ambas cosas se vislumbran netas en el horizonte: cada vez es más evidente que bajo la dirección de los listos de hoy (que son "los tontos"... y que la dirigen en realidad sin meta) "ni los tranvías pueden funcionar", cada vez cuesta más exponer algo lúcido a través de las tramas de la complejidad que ha tomado la forma de la burocratización, del mismo modo no queda mucho más que la vanidad desnuda y las posibilidades de conseguir una retribución diferenciadora como alicientes para la educación, la lectura y sobre todo el estudio (el pensamiento débil o líquido cada vez atrae más... hasta la mismísima inoperancia del abuso). Sin duda, el mundo gana en responsabilidad en sí, pero no para provocar la risa del sabio sino el dolor y desesperación de los más sensibles en extinción a la vez que los empuja a una conciencia radical acerca de la inutilidad de la propia idiosincrasia (intelectual), la de haberse conformado de ese modo o de que valga la pena hacerlo (algo que el mundo ya se encarga de obstaculizar de hecho y hasta de perseguir: ya hemos visto en los primates...  cuán demoledora es la indiferencia del mundo y cómo se trata a los molestos). (8)

En una tercera parte, nos seguiremos acercando al paradigma que realmente nos enmarca (histórica y arqueológicamente) originando la identidad a la cual los hombres de hoy se siguen aferrando a pesar de su ya evidente deterioro, identidad que expresa el apriorismo del que hemos estado hablando.





* * *


Notas:

(1) Como señalara Platón en referencia a Darío, quien gobernaría: "atrayéndose al pueblo con dinero y con dones", de modo que "los ejércitos le conquistaron de buena gana territorios no menores que los dejados por Ciro" (Platón, Las leyes, 695d). Y en su Anábasis, Jenofonte hace una clara referencia a la misma realidad cuando nos habla de lo que las tropas (el pueblo armado) de su ejército en campaña más deseaba: "volver" de una buena vez "a sus casas con numerosos bienes" (Leo Strauss, "La Anábasis de Jenofonte" en Estudios de filosofía política platónica, Amorrortu editores, Bs. As., 2008, pág. 184, 188; y ver antes pág. 166 donde se habla de las ventajas de la guerra y la victoria sobre los otros pueblos).

Sin duda una conducta que no puede ser confundida con la de una soldadesca de película o de simples mercenarios o "mercenarios contratados por los tiranos", como dice Platón distinguiéndolos tajantemente del pueblo "bien" vinculado a su monarca, quien debe velar por él bajo la especie de "alianza de gobernabilidad" contraída de hecho, en todo caso a costa de los demás pueblos. Después de todo, también hoy distinguimos a los mercenarios de los soldados profesionales que van a las guerras en calidad de asalariados. Lo innegable es que en aquella época los soldados eran parte fundamental de sus pueblos y que eran movilizados con promesas de botín so pena de no poner interés alguno en la contienda y/o en la misión que involucraba a su ciudad, a su oligarquía y a sus jefes. Y esa situación no era sino una extensión de la ciudad no sólo en el sentido de su vocación expansiva/defensiva. Los propios ciudadanos se congregaban en una u otra de las ciudades en base a lo que estas le garantizaban: los reyes o dirigentes políticos debían dar para que hubiese de quienes recibir. Y esto también continúa siendo así aunque bajo unas interacciones más alambicadas.

(2) Esa selección es a fin de cuentas del estilo de la "selección parental" de la que nos habla Judith Rich Harris (indemendientemente del grado de certeza que haya en su generalización en relación al tema de la piel blanca y la pérdida de pelo de la que habla a propósito) también en un aspecto clave, el de la construcción de una identidad grupal y la construcción de unas determinadas leyes formales destinada a su consolidación y perdurabilidad): me refiero al indudable origen paternalista de este proceso, en el que podemos observar hoy inclusive, como será siempre, la imposición paterna del "porque yo lo digo" sobre la conducta de sus hijos (véase al respecto el vínculo que establece Maty Douglas entre la Revelación y el lenguaje paterno en El levítico como literatura, una obra clave para estudiar precisamente el proceso de creación de una identidad grupal y de sus leyes). Este proceso inculcatorio (a veces, en nuestros tiempos de racionalismo en particular, acompañado parcialmente por la argumentación expliccativa de los padres -lo que Mary Douglas llama con Bernstein "código elaborado" en oposición al "código restricto", Símbolos naturales, capítulo 2- se realiza desde lo globalmente adoptado ("la sociedad", "el poder" como lo señala Mary Douglas), un resultado en realidad complejo entretejido por intereses diversos pero confluyentes, al que "se le viste con decencia y se le legitima" (Símbolos naturales, Alianza Universidad, Madrid, 1978, pág. 77), en mayor o menor medida entre todos, y cuyas "exigencias de legitimidad llegan hasta los niveles más íntimos" (ibíd.), lo que hace que "El niño (sea) indoctrinado en los supuestos de la sociedad en la que vive" (ibíd.), dándose así "un proceso de refuerzo mutuo" (ibíd., pág. 78).

(3) En la antigüedad, una fuente sin duda (aunque no única ni precisamente la fuente originaria como presupongo, en tanto al menos su determinante simbólico) era la guerra, el conflicto entre dos fuerzas inicialmente "equivalentes" cuya conclusión dejaba las cosas desequilibradas al producir unos vencidos por este medio debilitados, es decir, mediante la derrota que los volvía precisamente débiles tanto a los ojos de vencedores como de ellos mismos (débiles física, psicológica, técnica, social, cultural. incluso y especial religiosamente: el dios del vencedor lo era en relación al dios vencido).

Con o sin violencia, la esclavitud requería sin duda la previa aceptación mutua o el reconocimiento explícito o tácito de que era "lógica", de que estaba imaginariamente asimilada, de que unos estaban por encima y otros por debajo de la "medida humana". De cualquier otra manera, aunque se impusiera por la violencia, no podía convertirse en un paradigma social estable ni por ende perdurar (y ello más allá de los alzamientos de unas u otras dimensiones -nunca, ni en el caso de Espartaco, capaces de amenazar el sistema en su conjunto, aunque lo pusieran políticamente en situación crítica- y las deserciones individuales y la disgregación bandolera).

Los ilotas, de otro modo, no habrían aceptado su situación respecto de los espartanos sin compartir con ellos el correspondiente simbolismo social. La leyenda mosaica del fin de la esclavitud hebrea en Egipto cuenta una historia en la cual se revierte la inferioridad pastoril y disgregada del pueblo proto-judío ante la superioridad de la estructura social egipcia mediante la ayuda de un Dios de los sometidos que logra vencer al del dueño esclavista: la esclavitud acaba al revertirse el desequilibrio. La filosofía griega entrelaza perfectamente esas certidumbres con su racionalismo y su moralidad. Sin duda, lo decisivo era que unos y otros se vieran respectivamente como los fuertes y los débiles, lo que podía pero no necesariamente provenir de una derrota violenta sino también (y tal vez más al principio) de una colonización pacífica, de una aparición. Este es también sin duda lo que explica el servilismo y la esclavitud de las colonias españolas de la Edad de Oro y lo que "obliga" al uso de la violencia para reducir al irreductible, e incorruptible, piel roja en norteamérica, así como los demás casos diversos de las demás colonias europeas de los siglos XVI en adelante. Sin duda, puede entresacarse esta conclusión de entre las páginas teñidas de tercermundismo y por ello no explicitadas, aunque también de evidencias fructíferas, de Armas, gérmenes y acero de Jared Diamond.

(4) Respectivamente: Ensayo sobre el don y La parte maldita, en ambos de los cuales, sin que ello desmerezca sus felices observaciones "etológicas" se acaba demostrando fidelidad ideológica al cosmopolitismo humanista y al racionalismo, algo notablemente contradictorio con esas observaciones felices.

Vale la pena, a propósito, observar la reducida fuerza hipnótica de algunas utopías que se desprenden de su lectura, a veces más y muy dogmáticamente como es habitual por parte de sus seguidores (tergiversadores incluso) que promueven la simplificación (por oposición a quienes llaman al apuntalamiento y desarrollo de la complejización como progreso). Las "consignas" que salen de allí, como la llamada al primado de la sensibilidad o al erotismo, son capaces de atraer a los excéntricos pero no exactamente a las masas, como no incluyamos, cosa a la que muchos primitivistas a la vez se oponen, el consumismo de las masas, sin duda otro "juego del juego" (como apuntara Jean Duvignaud). Las masas, en realidad, rechazan las utopías que proponen botines reducidos que encierran resignarse a un poder menor al que aparentemente tienen sus miembros y mucho menor del que le prometen las opciones mesiánicas de progreso y conquista. Y podría incluso decirse que el erotismo y el gasto lúdico no suelen ser prácticas atrayente para las masas en general, que suelen desconfiar del futuro y del endeudamiento mucho más que las clases medias y sus miembros más "espirituales". Ello sin duda a tenor también de las frustraciones hacia las que son conducidas. La resignación cristiana, por ejemplo, no diría yo que fuera el aglutinante del movimiento de masas correspondiente sino más bien la voluntad de cristianizar "los infieles" para la consiguiente redistribución de sus riquezas, como atestiguan las Cruzadas, la Inquisición, la Conquista del Nuevo Mundo. Por otra parte, si se me permite, no estaba escrito que la marcha humana acabara en el triunfo de las estructuras complejas actuales, pero lo cierto es que desde las primeras formas sedentarias de organización social a comienzos y a instancias de la domesticación de plantas, animales... y hombres, cada paso favoreció sin duda grande y gradualmente el siguiente, forzando grados de organización cada vez más fragmentarios que abrieron espacios sucesivos a lo que se ha llegado a dar, incluyendo la conformación de perfiles socio-profesionales individuales con su correspondiente propención al grupo propio. Se trata de un resultado que sólo puede describirse desde una óptica etológica que deja de lado (más allá) el bien y el mal según lo vean unos u otros, incluyendo en el análisis el propio bien y mal, esto es, la moral producida en cada contexto sobre la base de su estado anterior. La complejización creciente crea condiciones restrictivas para los experimentos excéntricos o los retornos primitivistas... aunque los mismos u otros del estilo podrían tener lugar de otros modos, sea más allá de un colapso, sea por la vía de la disgregación (diría que bastante involuntaria) de un grupo... (en este sentido y sólo en él, diría yo que "todo sería posible", toda artificialidad, toda utopía...).

Al respecto del tema del don, un invento humano o "cultural" ligado a la vez a la autojustificación (autoexplicación) del carácter privilegiado del hombre   a la luz de la experiencia y deducido a instancias de la perplejidad y de su aplacamiento que básicamente lleva por mera dinámica de la coherencia, a la contrapartida y a a la imitación de Dios, yo diría que la dinámica de la complejización vuelve a explicar el histórico abandono o la sedimentación arqueológica del potlatch (destrucciones sacrificiales y compensatorias) primitivo, lo que, mal que le pesara a Mauss, haría imposible el retorno a su práctica ritual en las actuales circunstancias, y no debido a una supuesta conciencia (la occidental moderna) antisupersticiosa o antimágica que se considera índice de superioridad cultural (vease al respecto otros aspectos vinculados a esto en Símbolos naturales, de Mary Douglas). Desde el mismo enfoque, los procesos destructivos de hoy (guerras, genocidios -soportados ideológicamente-, crisis económicas, prácticas contra la reproducción o para su limitación...) no pueden ser considerados al menos en general como rituales (Bataille) y formas remozadas encubiertas del potlatch: dominar y conquistar botines de guerra o eliminar al adversario responde y respondió siempre a una dinámica diferente aunque en en su semilla se encuentre igualmente la certeza de pueblo elegido o la de un origen divino (ser, en fin, la verdadera humanidad) propia del grupalismo humano. La guerra (nunca) o la práctica del aborto y/o del control de la natalidad actuales no pretenden ser ni significan sacrificios compensatorios por los bienes recibidos del cielo sino que son considerados daños colaterales de las necesidades de redistribución propias del pacto tácito entre las masas y sus dirigentes (lógicamente, algo que se entreteje muy complejamente en los hechos), a cuyas políticas están subordinados. O sea, componen la opción secular y no la mágica (usando nuevamente los términos según Mary Douglas), opción predominante hoy sin por ello ser exclusiva ni estable de por sí (hasta donde tiende a pensarse de manera dominante en Occidente). Ni siquiera la política de los jemeres rojos puede ser analizada desde la óptica del potlatch y el ritualismo, al margen de detalles secundarios: en ella pesa el concepto de profesionalidad productiva... orientada a la construcción de una "ciudad" burocrática en manos de contrabandistas de droga a los que les sobraba casi todo de "Occidente"... dentro... pero todo lo contrario fuera. El genocidio nazi a costa de millones de judíos y de  miembros de otras razas, por ejemplo, también tuvo un cariz "moderno" (más exactamente postmoderno) al servicio de una identidad ideológicamente necesaria. No toda ética identitaria es ritualista aunque a veces se revista de ese tinte o lo parezca en una aproximación superficial y hasta lo sea residualmente. Hoy, salvo reductos grupales restringidos y marginales, aún nómadas en algún grado (los pigmeos, por ejemplo), que pueden o no ser tanto ritualistas como seculares (de nuevo Mary Douglas, op.cit.), las sociedades complejas y fragmentadas han sucumbido al estilo burocrático de actuar y de pensar, incluídas las sociedades o las instituciones internas de carácter religioso, que de todos modos, pueden o no decantarse por un discurso propagandístico moralista, ideológico o tecnocrático... pero que siempre será tacticista acorde con ese estilo

(5) Leo Strauss, La filosofía política de Hobbes (traducida en Fondo de Cultura pero no distribuida en España por esas cosas de la conveneincia mercantil).

(6) En La gaya ciencia, Nietzsche se preguntará si "la decadencia" llegará tan lejos como para devolverle una "oportunidad a la risa" (op. cit., af. 1). Esto encierra las dos posibilidades que pueden aventurarse más allá de la actual civilización: el mundo donde la crítica del pensamiento muera y sólo campee la irresponsabilidad y la risa venga del pasado o un mundo por fin superado que se recuerda con la misma ironía con la que se mira hoy la conducta primitiva de los aborígenes que han sobrevivido. Sin duda, todavía no había suficientes datos como para ver hasta qué extremo de mediocridad podía ser alcanzada sin que por ello dejarán de producirse las manifestaciones sofisticadas de artificialidad de hoy.

(7)  Una discusión sobre el libre albedrío se hace aquí concomitante. Digamos en síntesis que sin duda se es libre de optar, pero no todas las opciones están a la mano y son aceptables por unos o por oros en cada momento. Se trata del resultado del balance entre riesgo y cálculo para el cual el ser humano está preparado para conservar dentro de un cierto equilibrio y en atención a su instinto peculiar de conservación, como en todos los demás animales, imperfecto y contradictorio. Al respecto, Platón necesitaba considerar el libre albedrío como un atributo dado por los dioses al hombre "para ocuparse de los detalles", de "lo pequeño, quedándose con "lo grande"; haciendo de los hombres "títeres" pero a la manera en que hoy lo hacen los hombres al fabricar máquinas inteligentes... Sin embargo, si nos salimos  hasta donde nos sea posible de la trampa que representa el adjudicarnos (casi inevitablemente) una filiación divina (de unos más que de otros, o sea, grupalmente), la propia evolución explica la presencia de la tendencia humana a la acción incondicionada a la vez que su imperfección y sus condicionamientos contextuales con el resultado concreto de una libertad relativa tanto de acción como de pensamiento, restringida, incluso autolimitada a las necesidades del cálculo y a sus posibilidades (imaginarias) de éxito... esto es, según nos lo parezca.

(8) Heidegger decía en 1938 (acariciando la perspectiva de dirigir a los "investigadores", esto es, tener un nuevo rol como "pensador"):
"Desaparece el sabio. Lo sustituye el investigador que trabaja en algún proyecto de investigación. (...) Se vincula a contratos editoriales, pues ahora son los editores los que deciden qué libros hay que escribir.
"El investigador se ve espontánea y necesariamente empujado dentro de la esfera del técnico en sentido esencial. Es la única manera que tiene de permanecer eficaz y, por lo tanto, en el sentido de su época, efectivamente real." ("La época de la imagen del mundo" en Caminos de bosque, Alianza, Madrid, 1995, pág. 84, parágrafo 78)
y hoy el fenómeno es más amplio, rotundo, irreversible y evidente en todos los sentidos allí apuntados.

Lo que interesa no es la lucidez sino la efectividad, y cada vez son más los que "trabajan" para esta última abandonando todo interés en la primera.

miércoles, 11 de enero de 2012

De los deseos de "mejorar el mundo" (primera aproximación)

En la medida en que "La Crisis" ("crisis del endeudamiento crítico generalizado", como yo la denominaría en un primer aproach) ha ido "progresando" en los foros instituidos de debate (las tertulias radio y teledifundidas por medios de comunicación o de prensa, donde ya sabemos que la palabra de periodistas y comentaristas diversos fue siempre muy poco de fiar y hoy aún menos) un falso dilema con escasa honestidad mínima y amplia retórica hueca. Lo que en cierta medida cabe considerar una preocupación por el "mejor gobierno" es sin embargo en lo fundamental la puesta en escena de una lucha táctica por algo bastante más mezquino y fragmentario, donde la apropiación de los grandes ideales cosmopolitas alcanzan un grado de mentira desconcertante y autoengaño cada vez más notable.

Con tales trajes, el asunto parecería devolver la vida a los mismísimos diálogos platónicos e, incluso, al sentido impuesto a muchas de las leyendas y mitos primitivos levantados en conjunción con las primeras formas de gobierno dados ya con las primeras sociedades basadas en la fragmentación social (lo que no implica sugerir ni negar su eventual "superación"), como es el caso de Platón cuando señalaba el origen mítico de "las leyes" a pesar de lo cual se permitía, en oposición con lo que "instruía" el Pentateuco, a re-legitimarlas (post-poética, post-sofística o "filosóficamente") mediante La Razón, a la que de todos modos atribuía un origen divino (del mismo modo que últimamente se la pretende re-legitimar mediante, por ejemplo... "la Física Cuántica"). (1)

Ahora bien, a pesar de todo, esos deseos no dejan de expresar realidades. Y en el fondo así ha sido siempre, incluso a través de las formas de la Filosofía que se siguen privilegiando y sacralizando, es decir, des-humanizándolas con el fin de des-animalizarlas... o, en otras palabras, divinizándolas como un modo discriminatorio de... re-humanizarlas.

Hoy, con un ropaje más modesto, incluso burdo e inconsecuente, los discursos periodísticos y de los diversos profesionales especializados o simplemente informados, aún pretenden para sí la misma dignidad (algo que la democracia contemporánea ha legitimado en cierto modo). Por ello debería ser hoy más sencillo de ver la "mezquindad" que encubren... y sin embargo sigue costando lo mismo. Sin duda, la cuestión no estaba en los atributos supuestamente divinos de la filosofía, de la reflexión profunda, de los nuevos sacerdotes que la veneraban después de encumbrarla, sino en las ventajas que pudiera dar un discurso apropiado y eficaz, capaz de servir para unos fines... digamos por ahora: "diferentes" de los que se agitaban y se agitan; fines o metas que se señalan como mezquina, como siempre, por quienes sólo se han disfrazado de dignos, es decir, a modo de etiqueta negativa para la construcción de la propia identidad (lo que hizo la filosofía clásica con los sofistas, lo que hizo la ciencia con la brujería...)

Esto no significa que no respondan precisamente a las esperanzas y temores humanos sino todo lo contrario. Lo que eso significa es que se trata de una máscara que esconde en cada caso un rostro diferente, el del fragmento social con el que cada cual se identifica, siendo esos fragmentos en gran medida coyunturales, emergentes e inestables que abrigan conservar la sintonía con su mundo inmediato y continuar enlazados a los estilos de pensamiento dominantes en efecto o en cierto grado de éxito. Una sintonía a la que apelan los los conquistadores de la gobernación y sus aspirantes potenciales con el objeto de alcanzar sus fines de poder mediante la promesa ofrecida al grupo idílico derivado de tal cohesión ideológica podría realizar gracias a su liderazgo, se lo crean honestamente o no les importe prácticamente nada.

Así, debemos reconocer seriamente que la preocupación que se discute sea en el fondo lógica y realista además de idílica en tanto la "crisis"  evidencia una fragilidad concreta de la sociedad presente, la así llamada "sociedad del bienestar", de la que hasta cierto punto han gozado las mayorías gobernadas con su alto grado de "paz" y "estabilidad" próximas y sus dramas periféricos. Sin duda se trata pues de una percepción psicológica que por otra parte se toma como transitoria y accidental en el camino del progreso ascencional que nos signaría a pesar de todo. Lo sorprendente en todo caso es que todo sea vivido con tanta artificialidad, sorpresa que sólo puede despejarse entendiendo que responde a una artificialidad de la que no hay posibilidad de desprenderse, a una artificialidad que se ha instalado como realidad. En cierto modo, como dijera Debord, orquestando un espectáculo en una sociedad donde sólo hay espectáculo (aunque Debord y sus seguidores deduzcan que se trate de una situación que, con la misma pretensión aparente de Platón y una variante de sus intereses, crean posible desmantelar mediante una lucha... no artificial, no espectacular).

Todo eso, necesidad y mentira, realidad y desconcierto, olfato y confusión, cálculo y trampa, se encuentran en los discursos concretos utilizados para sostener desde la supuesta necesidad de una "urgente" "refundación del capitalismo" hasta las "exigencias" de una denominada "democracia real"; conformando así variaciones propagandísticas cuya mediocridad y vacuidad los separarían de la seriedad de los debates platónicos y el estilo propio del filosofar pero tan sólo en la misma proporción en que distan entre sí los actuales filosofastros de hoy de los filósofos antiguos: como veremos, una mera cuestión de estilo y grado de certeza acordes con unos y otros tiempos; una mera diferencia de... perfiles socio-profesionales y posibilidades o dificultades de legitimación de los mismos. Donde hasta la visión que podríamos tener los más letrados... acaba configurando tan sólo otro diagnóstico  propagandístico, honesto en todo caso a su manera e igualmente artificial, mítico si se prefiere.

Es que en realidad de lo que debemos partir es del reconocimiento de que lo que debería cambiar en el objeto del discurso no son las causas últimas (causas que harían de los clásicos algo veraz, serio, digno y del de hoy algo falaz, tacticista, deshonesto, o, a la inversa, del antiguo algo incompleto y del actual algo más lúcido) sino la sociedad que lo produce y lo acoje y los personajes que hacen posibles su construcción, los que convierten los deseos en discursos y los hacen más o menos operativos y con más o menos amplitud con el fin, como veremos, de legitimar los propios perfiles socio-profesionales conformados-en-el-mundo, los que realizan su "instinto de conservación" bajo la forma de una "pasión intelectual" (véase Nietzsche, La Gaya Ciencia, af. 2); porque de esto se trata en última instancia hoy... y tanto como se trataba antiguamente (y me refiero a un tiempo que empezó hace hace más de diez mil años y pasito a pasito hasta que cogió carrerilla).

Volviendo a encarar los hechos más cercanos, no se podrá negar que últimamente, en Europa -y en particular a cuento de los casos italiano y español y en el cuadro de los cambios de gobierno que se avecinaban y/o se estaban produciendo-, ha tomado forma una variante de la mencionada "discusión" seudo-filosófica, ciertamente ambigua o blanda, el tema del carácter "más adecuado" que debería tener un gobierno para "sacarnos de la crisis" (algo que se encuadraría bajo la pregunta "qué gobierno sería el mejor" si lo dijéramos en los maximalistas términos platónicos). El debate gana fuerza a veces cuando ciertos "hechos inexplicables" salen a la superficie (como el nombramiento de una burócrata "científica" de "ideología socialista" en el ministerio "liberal-conservador" actual) y otras permanece aletargado o se reduce a referencias vagas, pero ello es sólo parte de la "conveniencia política" que también ella ha acabado por hacerse "líquida" (por usar un término expresamente posmoderno debido a Baumann, o blanda,, leve,  moldeable, tacticista, etc.).

Lo que se manifiesta en estas ocasiones, es la cuestión de las ventajas/desventajas y/o peligros/seguridades del carácter "tecnocrático" de la gobernación en detrimento del "específicamente político" y viceversa. En este "debate", sin duda, todo se mantiene bajo unos mínimos eufemísticos de los que se deriva hoy uno y mañana otro "carácter" para definir al gobierno (en base a la presencia de más o de menos "tecnócratas" en él, de la manera en que son escogidos y, en el extremo, de la potestad que unos les dejan a los otros para que "decidan" qué hacer, cómo y a favor o en contra de qué...). En él, sin duda, se dejan fuera de discusión casi todos los asuntos clave, dándolos por "asumidos", manteniendo la "discusión" en términos de mero entretenimiento (es decir, en los términos actuales más concretos y gráficos: en los adecuados para una tertulia o para varias). Y sin embargo, en estos discursos sigue habiendo "humanidad", como veremos; sigue habiendo, en fin, artificialidad y vínculo con lo real.

Así, en el plano de lo que se manifiesta de entrada, unos parecen optar por lo que definen como "asepcia ideológica" mientras que otros hacen "valoraciones" positivas comparativas de un gobierno respecto de otros (el español recién nacido en detrimento del italiano, por ejemplo, apuntando a que el primer ministro español es "un político" mientras que en el otro sería apenas "un tecnócrata"). Y, se denuesta o se valora al gobierno español actual por "ceder" o "conceder", según el caso, cierto poder "político" en favor de la (supuesta) "tecnocracia" (supuesta en base a las justificaciones que se dejan traslucir), es decir "por contar con expertos" al margen de "su trayectoria política" (aunque resulta inevitable sugerir que haya cosas que "no se entienden" y se deslicen hipótesis que incluyen el sempiterno "cambio de chaqueta" del designado o la posible existencia de "un compromiso" con "la oposición" o "los perdedores", algo de lo que, como dijo uno de los flamantes nuevos ministros españoles, "ahora es tiempo"... algo que, indudablemente, "saben" hacer soberanamente bien... "los políticos", precisamente, sean estos de origen "profesional" o hayan ejercido de "especialistas" fuera de cualquier gobierno previo.

Debería ser sencillo de ver que el "debate" en cuestión no tiene el contenido que trata de aparentar, que se establece entre meros eufemismos, además llenos de contradicciones y escamoteos muy burdos, con la consiguiente sustitución más que ostensible y digerible de la realidad por un mediocre baile de máscaras en el que los personajes y sus evoluciones son pobremente inventados para distraer apenas "a cortísimo plazo", y ni siquiera son capaces seriamente de esperanzar y por fin desconcertar... salvo en tanto crean un vacío abismal en el que todos nos demos por perdidos, resignados y vencidos... Hay material de sobra para ello.  Y es curioso, también esto debe ser señalado, que, no obstante, logran llevar a la población a entrar en el juego y a aceptar la invitación implícita a participar en calidad de opinante cualificado... aunque sea en un marco estrecho más semejante al de cualquier otro espectáculo que será sustituido al día siguiente por otro, donde hoy se trate simplemente de estar con unos y contra otros y mañana inclusive todo lo contrario. Cosas de la democracia que nos lleva del mismo modo que una nave a la deriva; eso de "Y la nave va" que dijera Felini.

Lo interesante es a mi criterio que al aproximarnos al debate como si tratara de algo serio, real, ontológico, es decir, tomando por tales la significación que dicen proponer sus protagonistas mediante sus exposiciones reducidas, simplificadas, burdas incompletas, propagandísticas... resulta que nos encontramos como nunca antes con que todos los discursos humanos de los que tenemos constancia y aún de los que deducimos que serían similares... tienen un puro fin metiroso. Estamos en una época que al fin, ha dejado de decir prácticamente alguna cosa, donde las referencias de todos los tiempos han quedado al desamparo, en estado de horfandad. En este contexto, todos estamos dando manotazos para no morir ahogados y no, como se intenta aún vestir a esa horfandad de un modo digno, para ganar el cielo. Todos nuestros recursos se ponen así al desnudo mediante su endeblez (o "liquidez", como preferirá Baumann). La creciente falta de profundidad, de conceptualidad, de rigor "filosófico" que se señala desde la modernidad en decadencia, llena de pretensiones pero desdicha por los acontecimientos evidentes, no hace sino darnos la pauta de que todos los discursos humanos, como bien vio Nietszche, son "mentira" o sirven a las campañas de dominio (engaño incluido). (2)

Si tomamos la socorrida Historia, que hoy ha devenido parte inseparable de todo discurso analítico digno de consideración en tanto que pieza clave del mismo, vemos lo poco que se ha ganado con ello al poner el pie no la concatenación real sino en la relativización que la usa de apoyo (la "justificación" pragmatista de Rorty, por ejemplo) a la vez que mantiene el otro pie en el refugio desde el que se mira el mundo (su esencia) como un resultado establecido en la eternidad y para la eternidad. Y es indistinto si se hace referencia explícita a los dioses (entes eternos o incondicionados respecto del tiempo) como sus creadores (incluido "El azar creador") a razón de su capricho o de unos planes esencialmente insondables para el hombre. En cualquier de los casos, se trata de suponer el mundo sensible como el revestimiento que encubriría otro, un núcleo absoluto (una naturaleza), engañoso y desconcertante; un mundo-imagen en definitiva, una apariencia. Esta fue a grandes rasgos la visión explícita (metafísica en sentido estricto) hasta comienzos de la modernidad durante la que desde el primer momento comenzó a entrar en crisis, y esa visión no ha colapsado aún y sobrevive de manera cada vez más formal, decadente e hipócrita (dando lugar a una forma adaptada al conjunto de la posmodernidad actual, digamos nuevamente, "líquida"). Y en todo caso, favoreciendo que nos veamos forzados por honestidad y muy a pesar nuestro a reconocer la jugada; algo que de todos modos no significa una conciencia radical de su causalidad (como puede verse en Nietzsche a pesar de haberla acariciado).

Una vez tras otra se sucedieron así, y se suceden,las "justificaciones" que soportan esa visión del hombre y de sus sociedades (autolegitimadas de ese modo como "humanas") capaz en todo caso de pulirse o de hacerse cada vez más virtuosa mediante el combate denodado contra los residuos animales, salvajes o bárbaros merecedores de esclavitud, sometimiento o aniquilación (inclusive reeducación), y suponer que la hemos "superado". La Filosofía tiene de principio a fin su auténtica  razón de ser precisamente en esa vocación sacerdotal... para la que erigiera en ídolo de su obligada adoración a una inalcanzable e indefinible sabiduría. A mi entender, sólo una nueva era de oscuridad y persecución del pensamiento (sin duda muy plausible en perspectiva aunque nunca "eternizable" y siempre soslayable de manera parcial -a cuento si acaso de unos nietzscheanos "filósofos del futuro" o algo parecido-), evitará que se acabe de definir y explicar su genealogía (quizás mediante esa "sociología de la filosofía" que mentara Leo Strauss y que según él estaba esperando ser escrita) y de ese modo se pueda ver cómo y por qué esa visión (¡esa necesidad, no natural sino instalada!) resiste, logra escabullirse y colarse por las rendijas y por fin metamorfosearse para subsistir, para seguir sirviendo, para... evitar la nada existencial... Cómo y por qué; es decir, su gestación, su dinámica y su tendencia a morir.

Esa Historia pues que ha entrado en los discursos (¡hasta en los discursos religiosos; situándose en fondo como siempre, entre dos mundos... hasta lo insoportable!) ha sido tratada de tal manera que se ha conseguido hacer de ella también un arma o un nuevo soporte para la defensa de esa fortaleza o refugio contra la nada, adquiriendo dotes hipnóticas capaces de afirmar la (ideológicamente) necesaria idea de Progreso que caracterizó la marcha ascendente y por fin frustrante de la modernidad (mientras la realidad maltrecha del presente es resistida denodadamente al precio de la ceguera desconcertante). Ello hasta el punto de darle un puesto sacro... esto es, absoluto. Se llega a adorar el movimiento (admitiendo la idea heracliteana que ve cambiante al río aunque esencial al bañista) afirmando su supuesto vínculo sustancial con el destino y su naturaleza ascencional. Y como tal... se venera, dando toda caída o tropiezo por un accidente... que a fin de cuenta debe ser atribuido (cuando no se puede dejar de explicar de algún modo, cuando ya no se puede "callar" según el consejo positivista...) al absoluto complementario: el mal.

En definitiva: una nueva pirueta malabar que nos devuelve al mesianismo por un lado y también y cada vez más al "ya se arreglarán" los que vengan después aunque de hecho; algo que puede comprenderse... y no justificarse en tanto se admita que tiende a sufrir una revolución en la medida en que hiciera explícito lo que escamotea; una revolución que empezaría pues por la vergüenza para terminar derrumbándose, sin asidero alguno, auténticamente alienada y desdicha por los acontecimientos. Y, repito: tal vez tragada por la oscuridad más profunda y prolongada que no será ahorrativa en sufrimientos.

En cualquier caso, se admita o no la creencia en la ineluctabilidad histórica y se sitúe más cerca, más lejos o en el infinito la meta de la sociedad humana básicamente paradisíaca, no se puede negar el deseo de los hombres a una sociedad que todos llaman justa aunque dándole cada uno sus propios contenidos y sin verdadera precisión para su estructura y la manera de alcanzar, construirla y conservarla... más allá de las promesas vagas y la inclusión de hecho o de derecho del sometimiento, marginación o aniquilación de los díscolos.

Ni se puede negar tampoco que la contracara del engaño/autoengaño encerrado en el declarado cosmopolitismo, definitivamente hipócrita o utópico, que encubre las acciones supuestamente orientadas a plasmar aquellos ideales de justicia, parte o incluye el apriorismo de que la complejización creciente (incluyendo la convivencia de grandes poblaciones bajo formas políticas o de poder) que nos caracterizaría (conformando nuestro actual paradigma) sería natural, absoluta, inamovible o consustancial. Ello, precisamente en base a lo que se supone que dice La Historia considerada natural o absoluta, a pesar de saberse ya de manera incontestable en nombre del propio credo (historicista) llevado hasta sus últimas consecuencias y a una aplicación radical y congruente de su lógica, que esa Historia comenzó un buen día, un día alegórico que, repito, yo sitúo en el mencionado entorno de hace una decena y pico de miles de años, durante los cuales se instituyeron las sociedades fragmentadas y domesticadoras (algo a su vez indudablemente vinculado a la misma concepción historicista/progresista antes mencionada). Pero eso, la existencia de un nacimiento (o emergencia), de un punto de inflexión que separaría prehistoria e historia, lleva a predecir una muerte... la cual se produciría necesariamente algún otro día; muerte que debe ser entendida como fin o pérdida del paradigma nacido en aquel punto: el paradigma de la complejización incesante antes mencionada que se funde inevitablemente con la idea de Progreso ascencional y que realimenta los intentos inconsecuentes de conciliar  lo justo con lo cosmopolita. Con lo que se cierra el círculo que vive de desear que haya algo inamovible, absoluto o incondicionado.

Ante (y sobre todo en) esa Historia, observamos que el pensamiento reflexivo organizó de dos maneras básicas el mito defensivo (o rechazo de la nada): la idealista y la realista (en diversas mezclas). Ambas sin embargo coincidentes en el mismo apriorismo (a cuento de ese rechazo, o negación, de la nada).

Así, Platón, manteniéndose en el marco de un debate puramente lógico, es decir, al margen (hasta donde ello le fuera útil) de lo real u operativo, poní en segundo plano lo eficaz, (3) no sin dejar de considerar por ello, con fines propagandisticos sin duda, (4) las referencias empíricas a la mano y de apoyarse secundariamente en la experiencia, mientras que, por ejemplo, Spinoza, mil quinientos años después, con Hobbes y Maquiavelo, optaba en primer lugar por un posibilismo realista. (5)

Spinoza y Maquiavelo en particular, que se alejaron pues del racionalismo en cierto grado tendiendo a asumir criterios pragmatistas, reconocían que el desencaje entre el ideal (para ellos utopía) y la realidad (que había que aceptar hasta el límite de la risa -Nietzsche-) era inevitable (o necesario: bajo la forma de la mentira, aunque no acabaran de comprender todo su rol efectivo u operativo, en el que negaban que se situara "el mal"... pero haciéndolo reaparecer inevitablemente en sus narrativas -6-), poniendo incluso en crisis la propia posibilidad de alcanzar el soñado "mundo bueno" (como "mejor"), el cual, como bien señala Strauss, sólo podía quedar en manos de los sabios, de los filósofos... aunque se aceptasen imperfecciones momentáneas con "resignación" a cuento del adoptado "realismo político"... Esto no es ya Platón sino, tal vez, Jenofonte, como se deduce de la cita anterior (nota 2). A fin de cuentas, así se llega a Nietzsche e inclusive a Leo Strauss, al reconocer la dificultad idiosincrásica de los filósofos para gobernar (e incluso para influir en los gobernantes, algo que se ve cada vez más lejos hasta la straussiana -y heideggeriana- idea forzosa de refugiarse a la contemplación) y se acaba dando a lo instituido el valor de experiencias "eficaces" en el camino. Es el más allá de Spinoza, de Maquiavelo, de Tucídides... no por nada emparentados en un notable palimpsesto que permite evidenciar un insoslayable... "eterno retorno".

Pero, ¿acaso la apelación renovada de uno u otro modo, una y otra vez, a una naturaleza humana de índole metafísica, inextricable e insuperable a la manera en de la misión encomendada a Sísifo por los dioses? O habrá que pasar a responder de alguna forma más lúcida y operativa a la pregunta de rigor: ¿acaso haya algo que no remita a causas últimas y esencias absolutas al pensamiento de modo de imperdirle su tránsito a un paradigma diferente que le permitiría ir "más allá de..." su atricheramiento, como he sostenido que haría (¿haría?) falta?, ¿algo que dejaría de lado todo mito incluso a la manera embozada del positivismo lógico, que no sólo recomendaría "callar" por incapacidad humana (superable potencialmente o no, o sea, en cualquier caso esencial) sino que da por sentado que lo insondable tiene entidad efectiva ya que, como decía Wittgenstein, acaba por "mostrarse" (sea Dios... o la Diosa de la Fortuna y/o el Azar), sino, sencillamente: porque... no haría falta alguna para el calcular humano -necesariamente imperfecto a causa de su origen previo y no de algo situado en el principio de los tiempos, donde nada de lo que sucedería a más de una cierta distancia podía estar previsto-?

Tal como lo veo, aún cuando se pudieran alcanzar las "causas últimas" (para lo que se apuesta al "Progreso de la Ciencia y la Tecnología") no avanzaríamos un ápice en la conciencia de nosotros mismos ni en dar a la vida y a nosotros "un sentido". No serviría tampoco para cambiar nuestras conductas, que sólo pueden ser cambiadas en el marco de los proyectos de los actuales o los futuros dominadores (mediante la mencionada selección artificial que habrán de defender involucrando en ello a los impotentes y llevando la sociedad a un colapso necesario donde esa impotencia exceda toda medida y la estupidez de lo que se pone en primer término haga imposible nuevos pasos). En el Big Bang no se hallará nada de la futura presencia del hombre sino en todo caso la ya evidente tendencia a la complejidad y a la individuación, la presencia de la inercia y de la interactividad, etc. Lo determinante de cada hito está en el anterior y en su propia emergencia así como en lo que diera lugar a la inflexión que la separa de la actual. Así, "El Progreso" deja de ser "un problema" (como lo considera Strauss y antes Nietzsche y la modernidad; sea para valorarlo positivamente, sea para lo contrario, sea para ponerlo en duda y... tal vez "bajo control"). Todo lo humano se inscribe en algo que marca la pauta y nos metiera inevitablemente en la senda de la complejización política propiamente dicha: la necesidad de dominar, cuya "mecánica" debe aún ser dilucidada, cuya "genealogía" debe ser precisada. Ello nos dice que la "búsqueda de las últimas causas" (esto es, la filosofía y las ciencias), reconocida su expresión en tanto que "pasión intelectual", responde a ese apetito de dominio tal y como lo asumen quienes sienten esa pasión como su mejor arma para sobrevivir y conservarse, mientras que "el realismo" y "pragmatismo" relativo de las masas (que las lleva a esperar algo de "los políticos" y nada de "los filósofos") deriva de la imposición a ellas de la propia complejidad a la que se entregan. Desde este enfoque, pues, "El Progreso" sólo es un invento que da de comer... salarios mediante (incluida ya La Guerra) por lo que, al igual que los "principios" de la filo-sofía, no tiene nada que ver con el bien o con el mal... salvo para la confección de sus ropas y disfraces y ello porque tiene que ver con el "instinto" y su empuje ciego.

Estudiaremos esto en un las siguientes partes de la mano de los hechos, como hasta ahora, o, si se prefiere, mediante una apelación directa a "la cosa" como habría dicho Heidegger (aunque más allá del sentido que él le diera y sin duda de las maniobras filotiránicas en general).







* * *


Notas

(1) En "Las Leyes", Platón hace referencia, de modo un tanto "relativista", al mito homérico que sustentaría que las leyes de los hombres habrían sido aconsejadas (y por tanto "reveladas") por los dioses (el rey cretense Minos, de Cnosos, recibiría "cada noveno año" esos consejos de Zeus (op. cit., libro 1, 624b) no privándose del derecho a juzgarlas mediante La Razón y criticar sobre tal base a los propios dioses o, más exactamente, negarles de hecho la existencia como tales en el caso hipotético de que no fueran como debieran ser (662d), lo que es indistinto a todos los efectos. Es digno de observar así como Platón niega a Protágoras (616c) situándose como "medida de todas las cosas" terrenas y celestiales, "medida" que sacraliza desde su propio perfil, que afirma por considerarla trasmitida a partir de una primera revelación, como llegaron a deducir los rabinos medievales de su lectura en busca de armas para el proselitismo. Pero que no cabe sino explicarse como producto de su necesidad de consolidar una identidad diferente de sus oponentes y predescesores sofistas a costa de los que los filósofos nacientes se pusieron en marcha para ganar una nueva legitimación social.

Dicho sea de paso, en este y fundamentalmente en este aspecto sería apropiado hablar de una oposición Atenas/Jerusalem tal y como ya señala Strauss... apuntando a sus raíces comunes, aunque sin llegar a viviseccionar ni valorar suficientemente el mecanismo genealógico que está detrás prácticamente como lo decisivo en la cuestión: en síntesis, la necesidad proselitista específica del judaísmo de la diáspora medieval que es la que lo lleva a apelar a Platón tal y como antes el cristianismo apelara a Aristóteles; sin acabar, en fin, de aceptar radicalmente la común base humana que aflorara de manera crítica y contradictoria en los individuos que se especializaron en las tareas reflexivas y de cálculo en cada contexto; individuos cuya conformación reflexiva agudiza la omnipotencia nacida de la perplejidad de la autoconciencia. Sobre el tema espero tener otra oportunidad para explayarme más a fondo. De todos modos, sirva esto para resaltar el tema que sigue estando detrás de las conductas reflexivas de los hombres (visibles cuanto menos se las logra bloquear o contener).

(La tesis que remite a la procura de una identidad de grupo distintiva puede verse especialmente en la obra de Mary Douglas, en especial en El levítico como literatura, editado por Gedisa, que me permito recomendar.)

En cualquier caso, el a priori fundamental y absoluto de que esa Razón es la "capitana de los bienes divinos" (ibíd., 631c) queda incólume. La concepción platónica, como se sabe, consideraba eternas y absolutas a las Ideas y no a los Dioses, que "debían" caracterizarse por responder a ellas  (se podría decir, encarnarlas o personificarlas, algo que ya estaba inscrito en la mitología anterior a Platón donde los dioses toman sus leit motivs de los instintos y sentimientos humanos a la vez que una realidad sacramental -la tierra, el tiempo, el océano...-) y trasmitirlas a los hombres.

(2) Esto se puede encontrar en toda su obra, pero me inclino por aconsejar especialmente Más allá del bien y del mal y La Gaya Ciencia.

(3) Platón deja esto de lado en su búsqueda de la verdad como buen racionalista e idealista: "... dejemos fuera de consideración las victorias y las derrotas; digamos "esto está bien y esto otro no"; pero primero oid de mí cómo en todo ello debe examinarse lo que es bueno y lo que no lo es." (Las leyes, 638b). Para Platón, no se trata(ba) aquí de hacer un relato histórico (fidedigno) sino de usar las referencias históricas para ejemplificar y justificar "nuestros racionamientos", como declara sin tapujos en Las leyes.

(4) Ni siquiera es consecuente en su oposición a los métodos sofístas y retóricos que critica pero imita, como se puede ver en muchos de sus diálogos (el Gorgias sin ir más lejos, precisamente donde se enfrenta a la Retórica... pero la usa en beneficio propio) o mismamente en Las Leyes

(5) Spinoza, por ejemplo, procuró diferenciarse de ciertos "filósofos" inclinados a la "Utopía" así como de los "políticólogos" y decía en referencia a unos y otros: "...se considera que nadie es menos idóneo para gobernar el Estado que los teóricos o filósofos. (...) Los políticos, por el contrario (...) Se esfuerzan, pues, en prevenir la malicia humana mediante recursos cuya eficacia ha demostrado una larga experiencia (... y...) han escrito sobre los temas con mucho más acierto que los filósofos..." (Tratado político, capítulo 1, parágrafos 2 y 3). Decía al fin que "Por mi parte..." (él tomaba la realidad y la experiencia muy en cuenta, aunque... con el objeto de conquistar una determinada convivencia entre los hombres... lo que sin duda requería el Estado y... sus inevitables abusos, esos llevaban al pueblo a creer o sentir "que debían contar con ser objeto de trampas" (ibíd.)

¿Llegaba con esto Spinoza a la raíz? ¿Llegaba realmente en relación con "las acciones humanas" a "entenderlas" en lugar de "ridiculizar (las)" o "lamentar(se)" por ellas o "detestar(las)" (ídem, parágrafo 4)?  Sin duda, a mí me parece que en una buena medida pero no del todo, y por ello, al no dar llegar a la raíz, define difusamente tanto a aquellos "filósofos" como a estos "políticos"; a los primeros reduciéndolos a lo que Nietzsche llamará mucho más tarde "filosofastros" y a los segundos confundiéndolos en buena medida con los "politicólogos". De ahí que emplee vaguedades del tipo de "suelen" o "se cree" y, que en nombre del realismo ("lo acorde con la práctica" -ibíd.-), denoste a los primeros y apruebe a los segundos contra la desconfianza popular (y su propia "experiencia"). Él, que critica a los primeros por denostar la malignidad humana... denosta la malignidad del pueblo para cuya vida ordenada... ve necesario los correctivos políticos aunque pequen de abusos, excesos o irracionalidad...

Sin duda, Spinoza es un caso muy ilustrativo o ejemplar que reitera la evidencia de que estaba, al igual que Platón, su relativo opuesto, atrapado por ese señalado apriorismo contradictorio y desconcertante que lo llevaba a ver como "bueno" un mundo que de "bueno" en el fondo, ni de "malo" tampoco obviamente como él señalaba, no tenía nada (al margen de que se lo pudiera vestir de ese modo), ni siquiera... como "bueno" (o "malo") para el ejercicio del pensamiento... que era lo que en realidad más consideraban digno de preservar, esta vez, de nuevo con Platón y Sócrates... para quienes "la sabiduría es la virtud más superior" (Fedro, Leyes, República, Teeto...). Una trampa de la que no escaparía ni Kant, ni Hegel, ni Marx, ni Nietzsche... hasta que, en plena curva descendente, la trampa se revestiría de mediocridad supina y tacticismo cada vez más burdo, vacuo, falto de imaginación y arte, de filosofastría si acaso y cada vez más ni siquiera de eso.

(6) En Spinoza: "Los hombres son de tal índole que les resulta imposible vivir fuera de todo derecho común" (ibíd., parágrafo 3). Y Nietzsche no por nada denostaba, como se sabe, a la "democracia". Es interesante cómo estaban con esas caracterizaciones muy cerca de la completa caracterización de los problemas... ciertamente "demasiado humanos"... ciertamente, y a eso no llegaron, demasiado superanimales... ¡y nada más! Y es interesante cómo se negaban ambos a abandonar en tanto que absolutos o necesarios el cosmopolitismo y la supuesta marcha del progreso que lo habría sustentado... y sin duda su comodidad y el espacio en el que se veían capaces de insertarse.