viernes, 19 de noviembre de 2010

El juego de las sillas y la impotencia popular

La consideración de la sociedad como espectáculo, si la modificamos un poco, puede ser reveladora del carácter de la crisis en la que nos hundimos como en un pantano donde unos arrastran a otros en sus intentos individuales y hasta cierto punto grupales de salir a flote.

Claro que es una imagen que, como todas ellas, sólo se puede construir partiendo de un posicionamiento previo, de una previo enfoque global... El mío, quede el lector notificado para que no tenga que hacer el esfuerzo por desgranarlo, se basa en la tesis de que los diversos grupos humanos en los que la raza se fragmenta, refragmenta y subfragmenta sin alternativa, no pueden marchar sin obligarse mutuamente a crear un nuevo tramo de senda guiándose pero sobretodo debiendo cierta fidelidad -incluso al proponer supuestas invenciones emancipadoras que tienen mucho más de "otras cosas" que de verdaderas intenciones, todas bien pintadas de "mundos felices", "mundos del bienestar" o "mundos de la justicia"- a lo andado, a lo previamente construido, a la senda ya recorrida hasta ese mismo momento. Esta es la base sobre la que se proyecta el camino hacia adelante y los obstáculos con los que se encuentran tanto el grupo defensor de cada discurso como los demás a los que el primero se opone y se diferencia. Y este cuadro, a su vez, es el que obligaría a los cambios lo menos dramáticos que sea posible en el rumbo real (rumbo que desdirá el carácter aparentamente idílico y utópico del discurso y lo reducirá, a posteriori, a ser denunciado como lo que era: propaganda, desconcierto, engaño, trampa) y a crear con ellos la perspectiva de encontrarse con obstáculos nuevos y posiblemente mayores... obstáculos que los demás grupos intentan aprovechar consiguiéndolo unas veces y otras no.

A esto he llamado yo "construcción creativa de la artificialidad", un fenómeno que otros (Castoriadis) han preferido llamar "autocreación humana", a mi criterio, sólo para sostener "nuevas esperanzas" y... utopías, etc. Y que se puede apreciar en sus dos manifestaciones actuales más notables: la crisis económica y la marcha de la democracia representativa. Acerquémonos a la primera de manera suscinta:

Podemos partir perfectamente de lo que es vox populis o de lo que, en otras palabras, se ve a primera vista: que la crisis actual es, al menos económicamente hablando -ya que algunos hablan de "crisis moral" sin duda con el fin de impulsar su propia tiranía afín-, una crisis de endeudamiento, o sea, de inflación del crédito (y del consiguiente endeudamiento).

No parece difícil a partir de ello, establecer el paralelismo que señalara Mr. Simon Johnson (The quiet coup) entre la realidad y el viejo y familiar al juego musical de las sillas, ese que se les hace jugar sobretodo a los niños y que consiste en dar vueltas alrededor de un número inferior en uno al de los participantes mientras la música suena, debiendo correr todos a sentarse apenas cesa, y que en cada fase del juego dará como resultado que uno, el más lento o el que menos suerte tenga, quede fuera del juego. Al final de cada fase, por otra parte, se retira una silla y el juego repite su ciclo progresivamente reductor hasta el definitivo triunfo de un único niño que será considerado el vencedor.

Mr. Johnososn señala exactamente lo siguiente (y cito, con perdón para los que no lo sepan apreciar, un buen trozo porque todo él tiene sustancia, más allá por cierto de lo que el propio articulista alcanza a ver):
"Typically, these countries are in a desperate economic situation for one simple reason—the powerful elites within them overreached in good times and took too many risks. Emerging-market governments and their private-sector allies commonly form a tight-knit—and, most of the time, genteel—oligarchy, running the country rather like a profit-seeking company in which they are the controlling shareholders. When a country like Indonesia or South Korea or Russia grows, so do the ambitions of its captains of industry. As masters of their mini-universe, these people make some investments that clearly benefit the broader economy, but they also start making bigger and riskier bets. They reckon—correctly, in most cases—that their political connections will allow them to push onto the government any substantial problems that arise.
In Russia, for instance, the private sector is now in serious trouble because, over the past five years or so, it borrowed at least $490 billion from global banks and investors on the assumption that the country’s energy sector could support a permanent increase in consumption throughout the economy. As Russia’s oligarchs spent this capital, acquiring other companies and embarking on ambitious investment plans that generated jobs, their importance to the political elite increased. Growing political support meant better access to lucrative contracts, tax breaks, and subsidies. And foreign investors could not have been more pleased; all other things being equal, they prefer to lend money to people who have the implicit backing of their national governments, even if that backing gives off the faint whiff of corruption.
But inevitably, emerging-market oligarchs get carried away; they waste money and build massive business empires on a mountain of debt. Local banks, sometimes pressured by the government, become too willing to extend credit to the elite and to those who depend on them. Overborrowing always ends badly, whether for an individual, a company, or a country. Sooner or later, credit conditions become tighter and no one will lend you money on anything close to affordable terms.The downward spiral that follows is remarkably steep. Enormous companies teeter on the brink of default, and the local banks that have lent to them collapse. Yesterday’s “public-private partnerships” are relabeled “crony capitalism.” With credit unavailable, economic paralysis ensues, and conditions just get worse and worse. The government is forced to draw down its foreign-currency reserves to pay for imports, service debt, and cover private losses. But thesed the local banks that have lent to them collapse. Yesterday’s “public-private partnerships” are relabeled “crony capitalism.” With credit unavailable, economic paralysis ensues, and conditions just get worse and worse. The government is forced to draw down its foreign-currency reserves to pay for imports, service debt, and cover private losses. But these reserves will eventually run out. If the country cannot right itself before that happens, it will default on its sovereign debt and become an economic pariah. The government, in its race to stop the bleeding, will typically need to wipe out some of the national champions—now hemorrhaging cash—and usually restructure a banking system that’s gone badly out of balance. It will, in other words, need to squeeze at least some of its oligarchs.
Squeezing the oligarchs, though, is seldom the strategy of choice among emerging-market governments. Quite the contrary: at the outset of the crisis, the oligarchs are usually among the first to get extra help from the government, such as preferential access to foreign currency, or maybe a nice tax break, or—here’s a classic Kremlin bailout technique—the assumption of private debt obligations by the government. Under duress, generosity toward old friends takes many innovative forms. Meanwhile, needing to squeeze someone, most emerging-market governments look first to ordinary working folk—at least until the riots grow too large.
(...)
Eventually, as the oligarchs in Putin’s Russia now realize, some within the elite have to lose out before recovery can begin. It’s a game of musical chairs: there just aren’t enough currency reserves to take care of everyone, and the government cannot afford to take over private-sector debt completely."
La idea es bastante acertada a mi criterio en tanto que alegoría de primera instancia, y por ello no puede sino ser un tanto simplificadora y, de no ir más allá, favorecer a la confusión, especialmente en relación al alcance del fenómeno y a las soluciones... Un alcance restringido por Mr. Johnson y unas soluciones endulzadas y " factibles"... que no tienen más alcance que la propaganda y el desconcierto, o sea, el engaño y la trampa.

En cualquier caso, el cuadro tiene indudables similitudes con un juego o... con un espectáculo, y por ende, en cualquiera de los dos casos, con una actividad lúdica e irresponsable... Sin embargo, la locura generalizada o el infantilismo universal no puede ser una página que espere ser simplemente pasada... ni puede servir para comprender un comportamiento tan complejo y esforzado como el que involucra a toda la humanidad... por más artificial que ello pueda considerarse. La locura, el infantilismo, la artificialidad, cuando es lo único que existe (lo único que se puede decir de ella), sea o no la inducida por la naturaleza, por el diablo o residente en el propio dios-diseñador/creador, resulta reducible a la propia realidad interdeterminada, causal, narrable... Llamarla artificialidad sólo sirve para resaltar su dinámica y no para que supongamos que pueda existir "otra cosa", algo que nunca podrá ser algo más que racional o ideal, o sea, algo que acabará inscrito por un tiempo en el imaginario o en el mito de unos u otros grupos.

Ampliemos un poco la figura y supongamos que el juego se lleva a cabo sobre un escenario a la vista de un público (y no del observador intelectual tan sólo, el que mira por la cerradura) que denominaremos popular. Y supongamos que en lugar de haber una sola silla de menos hay unas cuantas de menos, o sea, que la proporción de perdedores potenciales en cada fase, empezando por la primera, es especialmente notable sobre el total de participantes. Y supongamos, además, que algunas de las sillas situadas sobre el escenario sean meros hologramas que se proyectan entre las demás como si fueran materiales; algo que habría hecho alguna mano ciertamente diabólica, tal vez esa famosa "mano invisible" que podría tomar también la forma ex machina del "mercado".

¿Qué sucedería ahora, en este juego de las sillas ampliado y, sin duda, mucho más representativo del juego real?
Pues, como confío en la imaginación de los lectores de este modo incentivada aunque haya resistencias a verlo y la preferencia a simplificar y a endulzarse las amarguras y tragedias a la vista, no pienso dar ni una sola descripción de detalle según veo las cosas yo. Y si alguien halla algo más que encomendarse a la providencia y quedarse en la expresión de los buenos deseos de que esto se arregle de manera concertada o amistosa y, sobretodo, beneficiosa para "el género humano" (en general, comme il faut)... que opine si se atreve o calle melindrosamente.

Pero, además, cabe una segunda gran pregunta:

¿Quién o quiénes serán los más beneficiados por ser los que más posibilidades tengan de controlar el conjunto de las sillas?

En otras palabras:

¿Quién o quienes podrían, y podrán seguramente, sacar más partido del intenso, dramático, desesperado intento de tantos participantes por ocupar una silla y no quedarse fuera; dramático en particular para nosotros, los espectadores?

Las miradas de todos los desesperados participantes y del público que se siente cada vez más un convidado de piedra impotente y hasta maniatado se dirigen a los ricos y a los famosos (y fantasmales) dueños de los medios de producción (y hasta de los que producen "inventos artificiales" como las hipotecas, los préstamos y el "dinero de plástico" que no es ni más ni menos que medios de pago a futuros... o sea, más deuda). Pero estos también son hologramas situados entre los participantes en el juego, proyectados por esa misma "mano invisible" que proyecta las mencionadas falsas sillas. Los autores de los "productos financieros" son meros empleados de alto standing, expertos y tecnócratas de lo intangible, que esa "mano" y su "mente invisible" han situado en los puestos clave de unas megaempresas (aunque esto se use incluso en muchas mucho menores) con la misión de llevar al máximo los beneficios de las mismas... aunque sobretodo terminen juegando para conservar e incrementar sólo los propios... no sólo con el riesgo de que a raiz de ello pueda acabarse el mundo sino... en primer lugar, la propia empresa en la que trabajan... Total, otra habrá que sepa apreciar sus... ¿servicios?, oh. no, más bien sus contactos, sus relaciones...

¿Quién o quienes aprovecharan o quienes aprovecharán y para qué la rabia de los impotentes, esa rabia que llevara a muchos a orinar sobre las fotos de unos individuos que seguramente ya estarán a punto de descansar, si es que no llevan ya algún tiempo descansando, a bordo de sus yates y/o en los hoteles más lujosos y paradisíacos del mundo...? ¿Quién o quiénes las múltiples y muy diversas manifestaciones a favor de uno u otro cambio idílico? ¿Quién o quiénes sino... -y esto sí lo diré para acabar- los jefes de las diversas organizaciones políticas -miembros de partidos, gobiernos y demás instituciones y organizaciones nacidas para conquistar y conservar el poder- aliados transversalmente con ciertos jefes de esas grandes empresas globales con quienes se han establecido unos lazos que pueden llamarse de amistad... aunque no sea de los que duren eternamente ni muchísimo menos? ¿Quién o quiénes de esas alianzas, en fin, conseguirá sentarse en las sillas reales? No lo podemos saber porque esas cosas simplemente ocurren como si se tratara del resultado de una tirada de dados, pero lo que puedo asegurar es que dará casi casi lo mismo que sea una u otra, y... que el juego, al estrecharse, seguirá tendiendo al caos mientras asistimos, entre el público al que pertenecemos, a nuestra propia impotencia.

Queda dicho aunque sólo sirva como desahogo...