viernes, 25 de septiembre de 2009

La necesidad "socio-occidental" de ser "occidentalmente culto" (y un Adendum)

Pocos habrá ya que nieguen que el espacio teórico es un ámbito más de la lucha social y no algo que pertenece a la esfera de los dioses, a lo eterno o absoluto, a La Verdad, esencia o naturaleza que estaría detrás de La Apariencia y que sólo ciertas mentes estarían en condiciones (morales, saludables, intelectuales...) de desentrañar...

Claro que el objetivo y eventual resultado de esa lucha, que no puede ser sino el dominio, no se realiza in situ en ese espacio por medio de la fuerza bruta, sino por el del mito y de la trampa narrativa del discurso, discurso sin embargo que se instala como competidor legítimo para el puesto dominante a través y después de innumerables batallas que empezaron y luego se consolidaron precisamente mediante la fuerza bruta. El hombre, y especialmente la variante intelectual, prefiere dar aquello por superado y olvidado: cosas de la prehistoria, cosas del salvajismo, cosas de la animalidad. La cultura, la civilización, comenzaron sin embargo siendo meros estandartes demarcatorios de los (primeros) grupos jerarquizados contra los demás (1). Y cuando la cuestión no fue la de toparse con el salvajismo... pasó a serlo de la defensa de la propia cultura como de algo igualmente superior, bien que con algo más de respeto, es decir... de prevención (lo que parece haber materializado, una y otra vez, los límites para las expansiones y conquistas... -quede aquí esta hipótesis-)

La experiencia histórica nos muestra que el predominio ideológico suele iniciarse incluso antes de la "toma del poder" (algo muy importante a mi criterio y que, por ejemplo y en relación con la sociedad en la que nacimos y sobrevivimos, supo ver Max Weber, como se puede comprobar rumiando su tratado sobre los orígenes del "espíritu capitalista" -2-) e incluso que el ejercicio directo de la fuerza bruta en este terreno ha resultado por lo general contraproducente para quien intentara imponerlo, viéndose por ello las ventajas de... ¿la democracia?, ¿el contrato social?, en fin: el engaño y la traición hoy casi completamente dominante. Ese predominio se va haciendo poco a poco referencial para la conducta de los hombres, definiendo de ese modo una moral legitimada que acaba por consolidar el predominio ideológico mencionado que pasa a ocupar el lugar de lo tradicional y da lugar a nuevos competidores, situados de todos modos, en su mayoría, bajo el mismo firmamento dominante de referencia.

No me extenderé aquí haciendo referencia a sucesos ejemplares que una lectura que parta de esta hipótesis obtendría de la Historia. Básteme señalar que todo asalto al poder que haya podido consolidarse a posteriori ha obligado a asumir como propio de la sociedad en su conjunto el enfoque y sobre todo la mala conciencia de los hombres cuya representación se atribuían éstos, fuese o no para engañarla masivamente, fuesen o no, los propios líderes, víctimas del autoengaño.

El afinado instinto de liderazgo propio del político (3) (instinto general pero no igualmente desarrollado o liberado) supo casi siempre detectar la tendencia presente en la sociedad; presente como un magma sobre el que los continentes de la superficie derivan y entrechocan (4). Un magma, o firmamento dominante, que a falta de mejor alternativa denominaré formal por evitar llamarlo conceptual y atribuirle una significación que cada vez muestra menos tener.

Ello les ha permitido desde siempre, a los jefes políticos, convertir los sentimientos de la masa en deseos a satisfacer con nombre y apellido, es decir, les permitió unificarlos y orientarlos en el sentido de la flecha de su propia ambición. A eso justamente llamaría yo construir un mito.

No me voy a extender aquí sobre los diversos aspectos de ese fenómeno del olfato político (en realidad, de los políticos) que he mencionado más para ejemplificar y encuadrar el caso que para adentrarme en todos sus aspectos, sino en la hipótesis más general si cabe que, a mi modo de ver, pone el mencionado fenómeno en evidencia, en cierto modo, como he querido decir, enmarcándolo o englobándolo.

Se trata del proceso por el cual unas maneras de ver las cosas acaban imponiéndose, mayoritaria, fundamental y decisivamente, al conjunto de una sociedad; distribuyendo por así decirlo los diversos papeles, incluso los inviables y por ello marginales. Un proceso que sin duda tiende a imponérseles a un punto tal a los protagonistas que cuesta no verlo como lo natural, lo que necesariamente lleva a la ceguera propia apoyada en la convicción y a la negación, la fe y el rechazo, en fin, el combate militante, en uno u otro grado, de todo enfoque crítico que apunte al núcleo de ese magma, que resquebraje ese firmamento dominante o incluso que proponga un Retorno.

No se trata, pues, de la interesada y parcial consideración que marca o etiqueta a unos como alienados y a otros como conscientes a la manera de Marx (manera y maneras que inició sin duda Sócrates y sigue tiñendo el firmamento que nos cubre y a las que todos los racionalistas, declarados o no, siguen tributando) y cuyos resultados más efectivos a la vez que inseparables de esta visión teórica fueron los concretados por el leninismo y sus variantes posteriores pero también por nazis y fascistas con la adecuada reducción de la teoría al dogma y al slogan propagandístico, y también por los liberales más militantes, más decididos, más predispuestos a la transformación del mundo (ya he tratado esta necesidad de la política real a la que se tributa en cuanto se pretende conseguir algo).

No, la lectura que propongo hace de la imposición de ese punto de vista que aparece como contemporáneo, un hecho que subordina a prácticamente todo el mundo, concretamente, que obliga a asumir a todo el que quiera tener alguna incidencia real en el proceso social, a todo aquel que pretenda responder a las "urgencias" (en sentido amplio) de la sociedad, a todo lo que de verdad merece ser llamado político en su sentido más profundo y riguroso (y esta respuesta, en realidad, incluye casi toda acción menos el silencio, el aislamiento y la muerte -lo que explica las opciones totalitarias por el blackout informativo, la prisión que podemos llamar ideológica -en realidad la puesta al servicio de silenciar voces y no ideas-, el genocidio y la desaparición sumaria).

De todas las subordinaciones masivas de una sociedad en su conjunto a un magma o firmamento que, insisto, debemos considerar a la luz de su función efectiva como mítico, quiero resaltar aquí la que seguramente será menos aceptada como tal: la subordinación de los hombres a lo que se ha dado en llamar y definir como Cultura (y así, que sea reconocida como tal por todos, desde esa subordinación precisamente, aunque a muchos no nos parezca que lo sea o a otros tantos les parezca que ha dejado de serlo). De aceptarse mi hipótesis, todas las demás acusaciones de magmas serían más digeribles. Tal vez de ahí el reto que me impongo, el paradigma diferente que propongo y contrapongo. Todo lo cual impone como única alternativa... la de rumiar y volver a rumiar.

Paso pues al asunto específico...

Los productores directos de Cultura, los intelectuales me refiero, consiguieron a lo largo de la Historia una decisiva legitimación (obviamente social). Esto es indudable. Pero si se trata de un resultado histórico... ¿por qué habría de ser más absoluto e incuestionable, por qué mejor o superior? Muchos compromisos y militancias se desprenden de la opción vigente, y hasta ahora todas, como en el caso de los chinos milenarios mencionados en mi nota 1, o más recientemente en los casos del comunismo, la descolonización y los avances fundamentalistas de todo tipo... sólo parecen empujarnos o elevarnos hasta los mismos límites de un agujero negro en el que nos esperaría el colapso, la repetición con variaciones secundarias... y tal vez de una huída hacia lo que me atrevo a llamar, invadiendo el terreno de la fantasía, un aislamiento relativamente sostenido... (5).

El resultado de ese proceso de legitimación social fue precisamente La Cultura, y fue lo que al triunfar la convirtió en ídolo y en totem de todos los miembros de la raza humana, dando inicio a la era que se denominó a sí misma Civilización Occidental.

¿Hay acaso alguna duda que el pueblo se vio (y se sigue viendo) obligado a ser "culto"? ¿Es productivo desde el punto de vista elucidador, considerar eso como un resultado a la vez que como un producto histórico no necesariamente predestinado al hombre, no necesariamente teleológico, no necesariamente natural? ¿Cómo no aceptar que es ese resultado enmarcado en la lucha por la supervivencia humana lo que produce y reproduce las ideas de Progreso, Imperio, Civilización, Contrato, Representatividad, Modelo...?

¿Cómo negar que gracias a ese asalto de La Razón es como acabó de hacerse viable la "fabricación de pensadores" y su reproducción alentada mediante privilegios y por fin mediante el añadido o sustitución de alguna forma de remuneración acorde con el firmamento dominante reformado? ¿Cómo negar que eso está en la base de la proletarización cultural por un lado, de la burocratización cultural por otro, de la reducción a mercancía que se estila a considerar perversa pero con la que se coquetea, y, para acabar sin mucho rigor la lista, de la progresiva y por lo visto -para quien lo quiera ver- imparable degradación educativa, como se la llama... lo que no es ninguna tormenta en cielo despejado sino: un eslabón más de la cadena que se creó progresivamente para educar al pueblo para, parafraseando a Rousseau, obligarlo a ser libre...?

La cuestión está llena de otras preguntas eslabonadas: ¿por qué las masas veneran -y rechazan al mismo tiempo- la cultura, venerando quizá su carácter esotérico y rechazando quizá su posición opresora?, ¿por qué se avergüenzan de su insuficiencia y absorben sus formas reducidas, elementales, formales, superficiales, publicitarias, míticas... (6)? ¿Para estar aunque sea espectacularmente en ella, para sentirse en democracia? ¿En qué medida han acabado aceptando que ése sea el terreno donde debe creer posible realizar sus aspiraciones, el sustituto del Paraíso bíblico -vigente fuertemente aún entre los islamistas, a los que se les ofrece poco a poco el nuevo mito del consumo y la cultura de masas en lucha contra los ayatolás que los comandan...-, por fin, sustituto de la acción directa y visceral? ¿En qué medida está esto asociado a la voluntad de dominio, de quienes, cómo han logrado convencer al pueblo de que el cielo del consumo y el desgaste vital pero superfluo es superior a la prometida redención? ¿Descreimiento, caída en esa nada en la que parece mejor creer antes de que no creer, como señalaba Nietzsche (7)? ¿En qué medida esto es inseparable de la eficaz tarea dominadora y expansionista primero del homo sapiens y por fin del homo occidentalis? ¿Del hecho de que todo progreso individual (y grupal) significativo dependa de la dominación de otros?

Sin duda, como siempre, son más los interrogantes que las certidumbres convincentes.

Si empezamos por definir el grado alcanzado y alcanzable de esa culturalización que ha incorporado a la inmensa mayoría de las poblaciones del mundo a lo que se ha dado en llamar la civilización occidental, debemos aceptar que se trata de una simple adhesión a un lenguaje común cuyas palabras parecen alejarse cada vez más de su significado conceptual fundacional u originario e incluso de cualquier referencia sólida. Creo que esto es algo intrínseco al lenguaje humano, que el rigor conceptual y la correspondencia entre las palabras y el mundo objetivo responde antes a necesidades básicamente míticas (por cosmológicamente explicativas) que a una supuesta solidez, verdad o garantía de estabilidad externa supuestamente alcanzable en un grado que se considera absoluto. Es más, creo que ese aspecto mítico es el único capaz de encarnar la inaccesibilidad real del absoluto y de actuar como su sucedáneo (supuestamente) aproximativo en su mismísima imprecisión necesaria y en su mismísima correspondencia con lo posible (la dinámica interactiva entre el magma formal o firmamento dominante y la invención del mito marcaría los límites y las rupturas).

No se trata de un discurso relativista que daría derechos de dominación a supuestas alternativas. Mi elección (política en el sentido previo) es, en todo caso, por la duración al máximo de lo posible de esta Civilización Occidental en la que aún puedo moverme como pez en el agua, para la que, por obra de las circunstancias y la marcha de las cosas, estoy más preparado...

... Aunque sea muy difícil hacerlo desde la conciencia (¿un eufemismo?) de que se tiende al colapso por méritos propios del "Sistema", o a la eterna repetición que tal vez sea más penosa y desasosegante como idea, etc., etc., y en la certeza (¿otro?) de que la opción fantástica es, repito, al menos hoy, inalcanzable.

Más incluso... al estar, como están para mí, todas las opciones alternativas con posibilidades prácticas, sujetas al abrazo del magma de referencias dominante que la mencionada cilivilización occidental realimenta mientras no colapse, recuperando en lo fundamental todas las crisis por las que pase, de todo tipo y hondura, porque lo que no parece superable para el ser humano que conocemos mientras viva en megasociedades "de más de 100 individuos" es la división entre oprimidos-representados y opresores-representantes.

Eso, insisto con otras palabras, es otra manifestación del peso del magma formal dominante del que no podemos del todo escapar ninguno y menos en un sentido práctico o político; un magma o firmamento que actua desde todos los diversos ocupantes actorales de sociedad, es decir, por medio de las relaciones ineludibles entre los diversos grupos entre sí y con el dominante en cada momento, el grupo que ejerce la opresión directa, imponiendo su prototipo de conducta y su lenguaje, o su moral, que acaba siendo imitada. Se trata de aquello que une y organiza (aunque sea temporalmente) a un número suficiente de su subespecie, creando halos más externos o periféricos que por momentos se enfrentan o enquistan en espera de mejores tiempos para el subasalto, capaces de unificar en un proyecto ilusorio de mayor o menor envergadura y ambición a una amplia mayoría del pueblo, so pena de ser desplazados y sustituidos por sus fieles, al menos capaz de anular a esas masas como opositoras u obstaculizadoras... Y es a través de una particular narración extraída de ese magma como se establece la imposición efectiva de la élite política sobre la sociedad entera.


* * *

Notas:

(1) El caso de la expansión china es ilustrativo y ejemplar en este aspecto en particular. Jared Diamond (a pesar de su veleidad ideológica) le dedica al caso un capítulo entero en su "Armas, gérmenes y acero” ("Cómo China se hizo china") donde las evidencias al respecto no parecen admitir contestación. No es ajeno a esto incluso, la consideración que hace la antropología de la escritura como medio de diseñado para ejercer la opresión, medio que al crearse permitirá legitimar a los escritores y lectores ante el poder real instituido. Pero el ejemplo chino es sólo eso. Los griegos son otro caso evidente de fundación de parámetros propios como signos que atribuyen a toda la humanidad en clara expresión de su propia voluntad expansionista. Así, cuando Aristóteles comienza diciendo en su Metafísica: “Todos los hombres desean por naturaleza saber” (Alianza Editorial, Madrid, 2008, pág. 35), debemos entender que se refiere al intelectual racionalista occidental cuya saga (y ocupación o rol social) pretendía justificar. El propio Diamond ofrece ejemplos de rechazos evidentes de estas conductas en pueblos enteros, como los aborígenes australianos, que llevan a adoptar sólo ciertos productos importados de la inteligencia y no todos. Y no desde otro ángulo se puede comprender la conducta antifilosófica de “la ciudad” denunciada por Platón y experimentada por Sócrates en carne propia.

(2) Max Weber, "La ética protestante y el espíritu del capitalismo", Alianza Editorial, Bolsillo, Madrid, 2009; por ejemplo, págs. 74-75 en donde narra el paso del espíritu económico tradicionalista al moderno capitalista que requería un modo de vida en donde "el hombre está para su negocio y no al revés" (ibíd., pág. 78), en donde "necesita esa entrega absoluta a la profesión de ganar dinero" (ibíd., pág. 79). Algo que se observa hoy en la imposición como modelo del ejecutivo, empresarial, político o fabricante de imagen, todos entregados a... ganar posiciones de control.

(3) Viene muy a cuento la siguiente referencia de Spinoza:

"Los políticos, por el contrario (respecto de los filósofos... los "menos idóneos para gobernar", como señala antes), se cree que se dedican a tender trampas a los hombres, más que a ayudarles, y se juzga que son más hábiles que sabios." (Spinoza, "Tratado político", Alianza Editorial, Madrid, Bolsillo, 2004, pág. 83).


Y me parece interesantísimo el apunte en el que reconoce haberse "esmerado en no ridiculizar ni lamentar ni detestar (como los filósofos hacían, según señalraa antes) las acciones humanas sino entenderlas" (ibíd., pág. 85), lo que aprovecho aquí para valorar y suscribir.

(4) La idea de magma proviene de Cornelius Castoriadis quien habla del
magma de significaciones imaginarias, del que básicamente me he apropiado aquí por pertinente al igual que hiciera con su otra feliz idea de marcaje (ambas usadas en el análisis aparentemente exagerado de la URSS de antes de la caída del muro del que se publicó sólo su primera parte: "Ante la guerra", I - Realidades, Tusquets Editores, Barcelona, 1986). Pero la imagen de una cúpula referencial cubriendo nuestras cabezas pensantes de la que sacar algo de supuesta luz, me parece esta vez más gráfica; de ahí firmamento dominante.

El choque entre continentes ideológicos se ejemplifica amplia y finamente en el ensayo mencionado de Weber entre el continente "tradicional" y el del capitalista-protestante de los comienzos. También en el ensayo de Tocqueville sobre la Revolución Francesa.

(5) Hago mención aquí a una imagen recurrente que ya he plasmado como alegoría al menos en otra ocasión: la de grupos pequeños, de esos que permiten a sus miembros conocerse todos entre sí (¿limitados para ello a 100 individuos como se dice?), básicamente autónomos, servidos por robots o androides y máquinas que lo hagan todo -desde procurarnos los alimentos y demás bienes que necesitemos hasta entretenernos-, y tal vez básicamente contemplativos...

(6) Una digresión que debería leerse en todo caso fuera del contexto pero que viene a cuento en este punto: Las masas no van nunca más allá (como declaran desear los intelectuales en una u otra medida) de la cosecha de lo residual de las teorías y discursos, es decir, de lo que actuará por fin como meros slogans y etiquetas que ni siquiera son coincidentes con las aspiraciones de los intelectuales que los produjeron. Es gracioso que no quieran comprenderlo ni actuar en consecuencia y sólo acaben despotricando contra la incapacidad, indolencia o contumacia "inexplicable" de esas masas, ¡incluso contra su alienación! En fin, tal vez no sea posible otra cosa y cada uno siga con su propia cantinela. Tal vez "La magia de esas luchas", como decía Nietzsche, "consiste en que quien las mira tiene también que intervenir en ellas" (Nietzsche, "El nacimiento de la tragedia", Alianza Editorial, Bolsillo, Madrid, 2007, pág. 137). De todas maneras... volveré sobre esto en mi próxima entrega sobre el Liberalismo como producto intelectual. El "problema" ya fue percibido (que pueda mencionar ahora: por Spinoza, Foucault e incluso por el no por nada olvidado y recuperado Feyerabend), pero no ha sido agotado y sigue siendo... tabú.

(7)
Textualmente: "El hombre prefiere querer la nada a no querer." (F. Nietzsche, "Genealogía de la moral", Alianza Editorial, Bolsillo, Madrid, 2006, pág. 275)



Adendum:

No merece un post aparte, al menos con tan escaso desarrollo, pero no puedo dejar de aprovechar insertar aquí algo a cuento que "colé" como comentario en un blog amigo, el del Maquinista de La máquina de Von Neumann. Queda para su re-registro:


Desarrollar un discurso alternativo (alternativo al racionalismo de la Ciencia) que ya quedó más que planteado por Nietzsche, parece poco productivo y algo de difícil de sintetizar. Por eso sólo pondré en el tapete dos simples precisiones y la invitación a pensar en ello (y a quedarse, seguramente, sin dar con una re-solución): en primer lugar: cuando se habla de “la verdad” en los discursos filosóficos se habla aprioristicamente de “la verdad oculta”, es decir, se presupone su supuesta existencia y su supuesta ocultación detrás de la apariencia. ¿O no es así, es decir: tiene alguien y por qué y de qué manera la certeza de que “sea realmente” así? En este punto, lo más que me atrevo a deducir es que ese “apriorismo” refleja una “situación” humana, una “necesidad” nacida de una “sensación”, un “invento” (lo es todo apriorismo, ¿o no?) para rellenar de algún modo una “incertidumbre” insoluble; repito: insoluble (¿o alguien me dirá cómo se resuelve… “absolutamente”, “certificadamente”, etc., con “derecho” de “legitimidad”). Esa “verdad” que se supone “oculta” tras “la apariencia” no es la de que lo que tenemos delante “no exista”, no tenga “realidad”, porque esto debemos aceptarlo como verdad obvia en tanto nuestras sensaciones y pensamiento “sufren” su interactividad, lo que hace esa conclusión “indiscutible” o puramente “retórica”, apta para la ficción literaria, etc., pero no para moverse por el mundo y responder (¡responder!, esta es para mí la condición y el condicionante) a la dinámica propia, a lo que somos, y a la del mundo “exterior” tal como lo discriminamos. Esa “Verdad” sería pues La Esencia “profunda” que tanto nos gustaría que existiera y tanto nos gustaría conocer (si existiera).

La segunda cosa igualmente vinculada y sobre lo que parece que pasamos siendo a mi criterio decisiva:

Parménides es informado de cuál es esa Esencia, esa “Verdad ültima”, por… una diosa. ¡Ajá!, claro, porque ningún hombre es capaz de dar con las respuestas. como ya señaló Nietzsche (no tengo datos aún acerca de si tomándolo de Schopenhauer, pero estoy en ello). Ahora bien: ¿alguien cree posible dar con esa u otra diosa o dios que se lo diga? ¿Alguién duda que Parménides se inventó la diosa de atractivo nombre y sin duda engañosa?

En fin, ahí lo dejo amigos… y a ver si dejamos de separar las conclusiones a las que nos lleva esto de las escaramuzas que “necesitamos” para seguir viviendo y para vivir como vivimos y de lo que vivimos… Y dejamos de hacer… lo que hizo Parménides.


miércoles, 16 de septiembre de 2009

Rebelión EN la Granja

A los cuervitos graznando, que espantados fueran, les siguen hoy las ratas, abandonando el barco (que puede leerse: el granero) de una en una. Y así... a un anuncio que bulle silencioso sin acabar de aflorar sigue otro que promete que los cuervos grandes acabarán por tumbar el sonriente espantapájaros y quedarse con el maíz, otrora del granjero, para pasar a sus mejores manos...

Eso sí, enlazadas a las de la competencia en un patriótico (por no mal-decir granjérico) pacto de grandes pájaros con espacio reservado para algunos pajaritos.

domingo, 6 de septiembre de 2009

El carácter intelectual del liberalismo (3-b): la "invención" de la "Economía Política" (I - ¿Por qué...?)

(...continuación de la entrada anterior -3-a- y precedentes)



Retomando y refrescando conceptos de antes del estío, comenzaré por reiterar que al atribuirle carácter intelectual al liberalismo busco ir más allá de la verdad de perogrullo de considerar esa doctrina como obra de esos individuos especializados que Paul Valéry denominara "la especie que se queja" y Wolf Lepenies, de donde extraigo el dato, tratara de radiografiarlos en sus conferencias de 1992 bajo la denominación de "intelectuales europeos" (1). Lo que pretendo es poner en evidencia que el discurso liberal refleja los intereses particulares de grupo y no de quienes pretende ser su representación. Un grupo cuyos discursos dicen asirar a un mundo "bueno para todos" aunque en realidad lo sería fundamentalmente para los mencionados intereses; "bueno" en fin para que ser lo que sus miembros se consideran y para continuar viviendo como entienden que deben vivir... y como imaginan que podrían llegar a hacerlo en condiciones que definen óptimas. Y todo esto, por supuesto, al margen de la repercusión que ello tenga para los demás agentes sociales, lo que manifiesta y reafirma precisamente el carácter de grupo de esos intereses sociales que por tanto nada tienen que ver con los de la supuesta Humanidad homogénea que aparece en los discursos, sea la presente o sea la potencial de la que hablan con la hipocresía inevitable de la grupalidad, donde no pueden tener cabida proyectos coherentes y/o respetuosos ni con los otros ni con la propia idealización. Y que, en ausencia de Dios u otro referente universal y absoluto, son tan legítimos como los de cualquiera de los discursos y proyectos con los que compiten.

Obviamente, el grupo que sostiene estos discursos se amplía en ondas de cada vez menos solidez y hoy en día queda de ellos cada vez más pobreza filosófica y creativa y cada vez más dogma que pervive gracias a sus anillos consecuentes, que apenas juegan a ser lo que eran quienes lo fundaron y ello por obra y gracias de poco más que la instrucción pública recibida.

Aquí se trata pues de identificar el carácter fundacional o intrínseco de la doctrina, así como a desnudar cómo y por qué la interrogación interna es falsamente satisfecha, cuando no evitada tras una cortina de dogmas resistentes, dogmas que calan en las ondas secundarias dando lugar a un movimiento. Se trata de comprender mediante el caso particular del liberalismo, qué sostiene el discurso original así como qué hace que la interrogación interna pueda tergiversarlo defensivamente sin amenazar su permanencia formal. Cómo se escuda en el debate racional que dice justificarlo y cómo es inmune a sus consecuencias; cómo insiste en la vía del convencimiento mientras que en los hechos apela a la inculcación; cómo, en fin, y qué hace esta última todavía efectiva. Justo las preguntas que los liberales se hacen respecto del socialismo sin poder comprenderlo... so pena de acabar comprendiéndose a sí mismos. Lo que concurre adicionalmente a que, en la medida en que pueden soportarlo, toda pregunta inscrita en sus esquemas que amenace no alimentar las respuestas preferidas y elegidas a priori queda descartada, marginada o prohibida. Todo esto hay que explicarlo con algo más que los tímidos argumentos que se esgrimen, explicación que tiene que llegar hasta las causas mismas de las coincidencias y similitudes entre las doctrinas, es decir, hasta la raíz intelectual que las caracteriza a todas y que acaba convirtiendo al oponente en enemigo de la conciencia... de la libertad... de la justicia... etc., es decir, en hereje (2). El hecho de que no haya discurso intelectual posible (valga la redundancia relativa) que vaya más allá de su necesaria hipocresía no puede sino indicarnos que su objetivo no es la sabiduría, sino una irrenunciable voluntad de dominación... Y ello sólo puede ser la contrapartida de un carácter grupal propio, de unos intereses sociales específicos.

Los intelectuales, sintiéndose aún poseedores de un don divino o atribuible a la benevolencia de los dioses (sea mediante el Demon de Sócrates o... la "Diosa del Azar" de Gould), el don de La Razón Filosófica (y también de La Creatividad -3-), don que sublimaría las facultades reflexivas e imaginativas de la especie en las que confían su supervivencia, entienden que son capaces de descubrir las causas que permitirían al mundo alcanzar la perfección. Sobre esa base, edifican el modelo que marcharía automáticamente hacia su meta teleológica, en el peor de los casos en zigzag según las circunstancias y los más recientes cánones, en todo caso con el concurso del individuo que de todos modos debería responder a la llamada, pero siempre movido por sus propias leyes hacia lo que razonablemente debe ser: el futuro verdadero inscrito por esas causas en el presente y a ellos revelado; a ellos, los mejor dotados, los iluminados, los esclarecidos, los que gozan de ese don que les permite narrar el mundo con lujo de detalles y máxima determinabilidad. Un modelo que muchas veces y no por mera casualidad se solidifica, se torna aglutinante grupal y consigue por fin convertirse en referente (bien que traducido, tergiversado, corrompido), dando lugar al nacimiento de nuevos iniciados y renovadas herejías. Y que por una y otra vía es capaz de funcionar, ni más ni menos... como mito. Que es la forma en que se acaba configurando el discurso en general y el político en los hechos para ser operativo, para ser realmente... político.

Esto se aprecia en la fundación originaria de la Economía como una "ciencia laica" que un buen día aspirara a ocupar un puesto entre las Ciencias Positivas legitimadas con anterioridad. El objetivo declarado era sin duda complementario con el rol que los miembros del grupo fundador se atribuían: orientar al hombre hacia el supuesto destino social superior (esto es, a fin de cuentas, divino) que la propia autestima (y también extrañeza como apunté en este artículo en "...el encuadre del problema") extendida al género humano en su conjunto, destino que consideraba que era el que se merecía. Se trataba del mundo perdido del Paraíso (ese que sólo Dios le pudo dar de entrada al hombre) del que el pecado y una y otra vez el mal de La Reacción y la indolencia lo separara o tornara incompleto el usufructo propio. Era la nunca abandonada orientación humanística o "hacia el hombre" en calidad de especie elegida (por Dios, aunque se niegue), antropocéntrica; con lo diferencial extremo como virtud, como premio al arrepentimiento por el desvío descarriado del pasado. Nada que no hubiese concebido Sócrates y que La Ilustración de punta a punta y el pensamiento fragmentario nacido de ella habrían de heredar. Y por fin revestido teatralmente de objetividad a cambio (toma y daca de ese reparto o, como le llama Biagioli, acertadamente a mi criterio, simbiosis -que ya mencionara en mi nota 3-) del reconocimiento recíproco de roles en el medio plazo, es decir, a regañadientes por parte de la frustrada élite intelectualidad; aceptación por tanto potencialmente traicionera y pragmática, por ende despreciativa, llena de superioridad "eunuca" de la "mayor" disposición para que el gobierno repose en los que no tienen pruritos a la hora de ejercer su voluntad política, a fin de cuentas, superiores ellos sí de verdad en tanto que gobiernan, controlan, dominan... y no necesitan para nada... contar con El Saber (4).

Sin duda es cierto que "Como los filósofos percibieron lo que es espléndido en verdad, consideran mezquinos los asuntos humanos. Su propia justicia -el abstenerse de hacer daño a otros seres humanos- proviene del desdén por aquello por lo que compiten con fervor los no filósofos" -op. cit., pág. 181-). De hecho, los filósofos deben rechazar la temporalidad, que es lo que existe de manera inestable e imperfecta, y amar lo eterno, lo que justamente no existe ni cambia. De hecho es lo que Strauss desarrolla a continuación para sentenciar que "la filosofía y la ciudad tienden a alejarse una de otra en direcciones opuestas" (ibíd, pág. 182), pero yo añadiría: como los miembros de la mayoría de los matrimonios... volviendo así a la idea de simbiosis necesaria. Y esto es lo que cierra el círculo y pone al desnudo tanto la existencia de intereses específicos intelectuales (de grupo) como de las vías que se le presentan a tales individuos para sobrevivir en un estado insatisfactorio de compromiso... o claudicar.

Esa pretensión modeladora del mundo no sólo a pervivido a través de las matizaciones sufridas por el racionalismo con sus diversos grados de consideración del "azar" y de la "complejidad" con fines correctores que todas las ciencias han incorporado... todo para permitirse filosofar más allá de la insípida rutina tecnológica del día a día. También se ha reforzado... reforzado en la propia relatividad y ambigüedad. Hay que reconocer de una buena vez, mal que nos pese, que la objetividad científica nunca pudo ser sino parte del atrezzo, elemento necesario para el espectáculo como desvela también Biagioli en el ensayo sobre Galileo antes citado (5), y nunca dejó de estar sujeta o subordinada a la necesidad social de los especialistas en ejercer el pensamiento como su mejor herramienta para sobrevivir y gracias a la cual acabó encuentrando un espacio al abrigo de los poderosos. Aunque fuese bajo el disfraz de gallo de riña... o deba estar bajo el de asesor de márketing... sin podérselo quitar nunca bajo pena de muerte, reclusión o exilio.

Hay que reconocer, mal que nos pese, que del mismo modo que el hombre no dejará nunca de ser un animal, la ciencia no dejará nunca de funcionar como mito.

La Razón, personificada por sus representantes histriónicos (portadores de las máscaras de la sabiduría y no de la difícil de asir "verdad verdadera") haría de esta forma un alto necesario, e inevitable, en su marcha hacia el poder ya esbozada en sus tiempos por el viejo Sócrates... por otra parte, el primero que se recuerde que alumbró un enfoque teórico donde, consecuentemente con sus exigencias, se responsabilizó al hombre reflexivo frente al, en el y del mundo, contrapartida que tuvo que pagar el intelectual por adelantado por el rol al que aspiraba y cuyo derecho se le concedía... en los justos términos del guión general y el reparto de roles. Una promesa por ello que se le habría de escapar de manera sistemática e irremediable y que lo anclaría a medio camino entre la honestidad intelectual y el servilismo y por fin la metamorfosis. Todo esto, dicho de otro modo, como resultado de la necesidad de darse el hombre una respuesta al dilema al que lo condenaba la conciencia de la propia conciencia, al conflicto que ésta le planteó desde temprano en relación a las necesidades de su supervivencia: "si quiero que me sirvan, debo ponerme a su servicio... si quiero que me sirvan, debo enseñarles a respetar mis reglas"... expectativas todas que una y otra vez son pisoteadas por la masa, por la Polis verdadera... aunque contaminada y corrompida, y por los que por encima de todo no tienen esos escrúpulos... o son capaces de sacudírselos cuando la oportunidad promisoria se presenta.

El intelectual, separado de la masa y enfrentado a ella, dispuesto a servir al Poder pero en tanto le haga caso (y por ende enfrentándose a la vez a él o simplemente quejándose, en un juego que como he señalado a veces resulta peligroso), se erige en portavoz de la humanidad en su conjunto... es decir, de una Humanidad que inventa y que promueve pero que no existe, y en todo caso, en portavoz de su supuesta vanguardia... igualmente inventada e igualmente... inconsecuente (6). Pero privándose al mismo tiempo de las armas que le permitirían realizar sus sueños y darle al mundo su por ellos diseñada mejoría... para todos pero... el beneficio social para los mentores. El objetivo permanente del hombre, esa especie nacida "de la fatiga" (7), se habría vuelto a alcanzar aunque a medias y sin lograr solucionar el dilema que tan bien recuperó de la antigüedad Nietzsche mediante la fábula del Rey Midas: vivir en el menor esfuerzo posible gracias a sus facultades más practicables, más al alcance, más cómoda y gratificadora posible, usufructuando los resultados del servilismo insuperable de las masas y la capacidad para gobernar propia de los que se sienten empujados a ser jefes; lo que define la dinámica de la eterna frustración y las diversas e insatisfactorias salidas típicamente intelectuales.

Su ejercicio cada vez más depurado determinaría una idiosincrasia específica que conducirá a los miembros de esa especie a la creación de reglas de admisión y de progreso interno (en el seno del grupo) encontrándose en su conformación institucional (8) con dos alternativas a cambio de subsistencia, la de representar el papel del bufón o del gallo (en la simbiosis antes mencionada) o la de metamorfosearse y claudicar, pasando a engrosar las filas de la burocracia. En torno, las masas y la burocracia en un contexto de burocratización creciente que la complejidad impondría de modo cada vez más acelerado, se dedicarían a jugar en la escena de la vida cotidiana, aquellas la subsistencia, ella la maximización del poder y la resolución de las contiendas entre iguales.

Desde un principio, todo eso formó parte de la visión racionalista fundacional de la disciplina y de la escuela que ahora nos ocupa y no ocultó sus objetivos (9) que siempre pueden ser bien o mal leídos por supuesto. Y los hechos que siguieron desnudan la dinámica que pasa por la reforma y la simplificación (10) del discurso o por su superación a manos del marxismo ortodoxo que acabaría evolucionando naturalmene hasta el bolchevismo, el stalinismo... y así sucesivamente, pero también de todos los propagandistas políticos de todo signo del presente. Es decir, para alimentar la actual cultura dominante controlada no por sabios y visionarios sino por burócratas de medio pelo.

En función de esta idiosincrasia, es que se construyó tanto la doctrina liberal como la marxista, hijas ambas de la Ilustración en la que la pretendida legitimación social de la sabiduría (es decir, de la objetividad) pareció más cerca que nunca de alcanzar el éxito (hablamos del período que alcanza su esplendor a mediados del siglo XIX, cima del cientificismo, el positivismo, el racionalismo, la lógica analítica, etc., siglo que Lepenies califica justamente de "borracho de progreso" y, con Dauder, de "estúpido" -11-), cuando el espacio asignado al pensamiento económico alcanzó su punto más alto antes de comenzar su declive inexorable hacia la pobreza de contenido, la incoherencia intrínseca y hasta el puro slogan... adoptando del todo la forma efectiva, operativa como he dicho antes, del nuevo mito, del mito moderno capaz de deglutirse a sí mismo, de, por decirlo de algún modo a gusto, de tender a negarse. En concreto, fruto de esa pretensión y en ese contexto la Economía Política pasaría a manos más consecuentes con sus fines a la vez más ocultos, superadoras, como hemos ironizado: las del marxismo. Después de todo, "Marx tan sólo es uno más entre un buen número de pensadores que en ese siglo lo saben todo y creen poder preverlo todo" (Lepenies, ibíd.), uno más de los que creían en "la autoridad (...) derivada de las cualidades de la mente".

Así y no casualmente, sería el marxismo, con su crítica y su cientificismo histórico-positivista, quien catapultara (o si se prefiere acunara) como ningún otro discurso a una burocracia política moderna que pondría al descubierto una vocación inexcrupulosa (ausente casi por entero de valores propios o con estos reducidos a referencias comercializadoras o "de marketing") de permanencia en el Poder sin más meta que su conservación y sin otro método que la combinación de la mentira desconcertante con la fuerza (meta que permanece incolume aunque se tenga que renunciar, si las circunstancias lo exigen, a la segunda componente del método, la fuerza pura, cuando se torna inapropiada o contraproducente -¡y a la inversa, ojo!-, lo cual, dicho sea de paso, no pone demasiado más ni demasiado menos en riesgo la permanencia de un subgrupo burocrático específico en la cúspide, es decir, no elimina ni exacerba especialmente la inevitable y omnipresente lucha interburocrática) (12).

Y, por su parte, los herederos del liberalismo originario, acabaran renunciando a La Teoría para convertirse en asesores de una burocracia política en apariencia menos aferrada al Poder pero igualmente arrolladora, igualmente, en fin, decidida a gobernar con el objetivo cada vez más evidente de continuar en el gobierno. Hoy lo podríamos ver con claridad si quisiéramos, si nos animáramos, más allá de las expectativas y la desesperanza.

Para su fundación como Ciencia, la teoría originaria situó en el eje de la doctrina una "verdad", un "paradigma", que parecería evidente (el discurso racionalista tiene la facilidad de convencer por medio de la lógica... dejando siempre fuera ciertas cosas molestas y perturbadoras): esa "verdad" se conoció como Teoría del Valor-Trabajo, teoría por lo demás que acabaría migrando, adaptada y agrandada, hasta convertirse en pilar de su principal contendiente, el marxismo, para ser, en nombre de esa migración, abandonada por las posteriores escuelas pro-capitalistas (precisamente ocultando así, pretendidamente o no, que eran al mismo tiempo lo contrario, esto es, anticapitalistas; justo a espejo de la conducta del marxismo que oculta ser... pro-capitalista... o, si se prefiere, de Estado). Y es que, y perdón por lo extenso de la digresión, ambas doctrinas integraban así el tronco común típicamente intelectual que proponía -si se prefiere, en el límite- un capitalismo sin capitalistas y, en un sentido concreto, con unos capitalistas bien encaminados y regimentados, bien corrompidos y controlados, en nombre del Progreso y del Bienestar futuros del pueblo, es decir, del ya señalado Paraiso Perdido, que es lo realmente significativo muy por encima de sus diferencias aparentes, muchas veces más estrechas y formales que otra cosa, tanto en lo que se refiere a la economía como en lo que se refiere a la política, la democracia, la libertad y la justicia, es decir, en cuanto a lo que mienten. Y es que los intelectuales se distinguen tan sólo por los caminos y las herramientas que eligen como más idóneos para alcanzar el mundo ideal mencionado (esto es, insisto, no una mera invensión calenturienta sino aquel en el que teóricamente, utópicamente, vivirían mejor), lo que les hace ver uno u otro resultado histórico como "la forma al fin hallada" (13) del Paraíso Perdido, como su atisbo, como sus primeras luces en el final del túnel o sobre la línea del horizonte; como, repito, una garantía para alcanzar el fin.

De esta concepción nace precisamente la "Economía Política", en la que liberales y marxistas se encontraron como primos los unos de los otros. Una doctrina que les resultaría la más excelsa encarnación de la racionalidad, tanto por representar idílicamente una manera no salvaje de resolver los conflictos propios de la era previa (tal como de todos modos convenía que fueran leídos) como por verse como el camino regio de una evolución ascendente (básicamente lineal) que aseguraría: tanto (a) el progreso material referenciado al científico-técnico al que la intelectualidad se fue asociando socialmente desde los tiempos de Galileo; como (b) el rol predominante de la sabiduría de la que la misma intelectualidad que la definía se adjudicaba la representación (y que debe ser matizado como ya he apuntado en mi nota 1), a la que se asignaba no sólo el rol de comprender y explicar el mundo sino de llevarlo a buen puerto (algo que Marx se atribuiría como novedad revolucionaria de su invensión -14- ignorando que el viejo Sócrates nunca concibió la filosofía que fundara con un sentido que no fuera político y transformador -15- aunque, ¿para qué si no?, sino para situarse por encima y en todo caso al margen de la política efectiva y presente, lo que completa el carácter idílico y utópico en general y en ambos casos. En fin, simples reencarnaciones como puede observarse.) Y conste, como explicaré en breve en la siguiente entrega dedicada a tratar más de cerca los conceptos nucleares de la Economía Política, que no niego que en su espacio tengan lugar las tendencias y las manifestaciones que sin duda tienen que ser consideradas específicas, o sea, económicas (lo que, por ejemplo, permite concluir correcta aunque parcialmente, que en condiciones de libre mercado la riqueza tiende a crecer más que cuando esa libertad es burocráticamente restringida, esto es, despuntan las buenas perspectivas deseadas por los liberales... pero también reconocidas por Marx aunque con fines críticos. Retomaré esto en la siguiente entrega.)

La intelectualidad ilustrada, que puede ofrecer en todo caso sus servicios de estadista y de experto consejero pero no de dirigente sin escrúpulos, como lo fuera entre otros Adam Smith a diferencia del más osado Lenin y el propio Marx, no nos engañemos, tal y como lo reconocieran y asumieran Sócrates y Platón, pronto comprendió que con la Revolución Moderna tampoco le había llegado la hora. Y ràpidamente recuperó la idea tras sufrir los dolorosos pasajes que a lo largo de la Historia contemporánea lo reiterarían: que a lo sumo podría volver a soñar con ser, a la manera de Platón, el poder detrás del trono, y aspirar a educar, guiar, educar... al soberano. Como Platón incluso en conservar para más adeante la esperanza inconsecuente, como no tuvo el menor prurito en declarar el filósofo griego del siguiente modo:

"Así, pues, no acabarán los males para los hombres hasta que llegue la raza de los puros y auténticos filósofos al poder o hasta que los jefes de las ciudades, por una especial gracia de la divinidad no se pongan verdaderamente a filosofar." (Platón, citado por J.M. Fernández Cepedal en "Platón, 427-347 a.n.e.", marzo 1999)

Así, un poco ignorando y otro poco utilizando de manera oportunista el oscuro origen violento, de conquista y dominio del más fuerte (16) de la propiedad (dando por legítimo el resultado histórico con el que se encontraron -el liberalismo- o atribuyéndole -el marxismo- una ilegitimidad que justificara la expropiación), todo en nombre del proyecto y el modelo propio de una Humanidad Futura y de su Paraíso correspondiente y bien merecido, ambas corrientes basaron su humanismo en la sublimación del esfuerzo humano aplicado a la transformación de las materias primas, esfuerzo al que atribuyeron la facultad específicamente humana por excelencia (y por ello sublime) de generar riqueza y a través de la misma... el (legítimo) poder. Ambas coincidirían (y tomarían esto la una de la otra) en que había que liberar las fuerzas productivas de las relaciones de producción (Adam Smith tan sólo lo decía de una manera... un tanto balbuceante -17-). La cuestión era avanzar por el camino linealmente ascendente aunque lleno de obstáculos, meros hierbajos que debían ser desbrozados a golpes de paciencia o... de machete, que esas concepciones economicistas señalaban. Lo que no se admitía por una y otra parte, era que las leyes de la economía no fueran ineluctables... aunque sí que había que ayudarlas (fuese con el concurso consciente y sabio de uno u otro Estado, fuese mediante leyes sensatas, fuese mediante tomas de poder violentas y/o oportunistas, de zapa o conspiratorias... -18-).

Liberales y marxistas de un mundo cada vez menos capaz de cobijarlos como a filósofos puros (o sabios) para ofrecerles cada vez más a cambio apenas los odiados pero socialmente necesarios roles de especialistas, expertos o asesores privilegiados, concluyeron, unos tras los otros, en que la idiosincrasia humana genérica (donde la hubiera) era reacia a someterse a sus modelos respectivos, lo que los llevaría desde un principio a despotricar contra los capitalistas y contra los obreros como ya he apuntado en 6 (por no mencionar a la pequeña burguesía o a los otros intelectuales, etc., todos herejes, todos traidores, todos falsos o hipócritas, todos alienados...).

En su esfuerzo por desbrozar el camino del Señor... liberando del pernicioso ser humano las puras fuerzas de la economía, arremetieron contra unas y otras de sus manifestaciones consiguiendo encarnarse por fin en burócratas políticos de carne y hueso , encumbrar a los que supieron reciclarse o cruzarse con ellos de manera genética o simbiótica, siguiendo todos los caminos secundarios de -nunca mejor dicho- toda la vida, para quienes los modelos se subordinarían a la ya mencionada y evidente necesidad de mantenerse en el poder en nombre de la consecución del objetivo engañoso -aunque deseado-, es decir, en nombre de su carácter promisorio cada vez más reducido al de su caricatura. Y esto hasta llegar al límite al que estamos asistiendo a lo largo del último siglo de experimentos de diversa índole y encarnizamiento, cada vez más esperpénticos e histriónicos, cada vez más espectaculares, apenas presentados mediante discursos deshilvanados, inconexos, incoherentes, aunque por momentos bastante efectivos.



* * *


Notas
:

(1) Wolf Lepenies, "¿Qué es un intelectual europeo?", Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2008, pág. 28.

(2) Foucault desnudó la falta de
inocencia o de neutralidad no meramente accidentales presentes en los discursos (Michel Foucault, "El orden del discurso", Tusquets Editores, Fábula, Barcelona, 2008, págs. 15, 36, 38-39 o 44 entre otras muy provechosas). De su disección podemos apreciar que en ellos late siempre el corazoncito efectivo... de la dominación, corazoncito corporativo, que en Foucault sin embargo no se circunscribe totalmente al único posible, el corazoncito social del intelectual.

Foucault puso de todos modos muy seriamente sobre el tapete
la dinámica totalitaria de los discursos y de las instituciones que los amparan, es decir, de "la confección de un reglamentos de admisión y métodos de pensamiento demarcatorios", donde "la escucha se ejerce siempre manteniendo la censura" (Michel Foucault, op.cit., pág. 18), "sostenidas por todo un sistema de instituciones que las imponen" (ibíd., pág. 19), "que imponía (y de alguna manera antes de toda experiencia) una cierta posición, una cierta forma de mirar y una cierta función (...); una voluntad de saber que prescribía (y de un modo más general que cualquier otro instrumento determinado) el nivel técnico del que losconocimientos debían investirse para ser verificables y útiles" (ibíd., pág. 21), que "se apoya en una base institucional : está a la vez reforzada y acompañada por una serie de prácticas como la pedagogía, el sistema de libros, la edición, las bibliotecas, las sociedades de sabios de antaño, los laboratorios actuales." (ibíd., pág. 22)

Leo Strauss discute la cuestión en su "La ciudad y el hombre" (Katz Editores, Bs.As, 2006) poniendo al desnudo las aristas del problema y su no linealidad (véase desde pág. 122 y siguientes la discusión completa sobre
la justicia en relación a la responsabilidad de trabajar bien... para el gobernante que va al hilo del diálogo platónico "La República" que no por nada queda sin definición taxativa, en línea con lo que el propio Strauss busca demostrar, a saber: la falsedad del enfoque racionalista).

El racionalismo, en cualquier caso, allí donde comienza a ser abandonado tímidamente por la intelectualidad con el inevitable retorno a Nietzsche y al existencialismo, deja ver su temor a ir más allá, a perder
la fuerza y control del discurso, indudablemente necesario para la supervivencia. Entretanto, casi todo discurso racionalista sigue expandiéndose bajo formas dogmáticas y míticas gracias sobretodo a la institucionalización educativa inculcatoria, cantera de la burocracia moderna. Y hay que reconocer que el fenómeno, sin ser nuevo, alcanza hoy un grado que muchos lamentan por la apariencia amenazante con la que ellos mismos lo pintan... usufructuando así su existencia.

Es de todos modos interesante observar cómo Adam Smith, por ejemplo, se contradice en el límite (o más bien cuando se trata de la historia anterior) de sus convicciones
teleológicas puras, es decir, de su fe en las leyes de la naturaleza, y se inclina por apelar a la Fuerza (del Estado, de las leyes, de las armas), especialmente... para implantar su modelo. En su denuncia anticlerical y antireligiosa llega a sostener lo que Strauss concluye de la lectura de los clásicos: "la razón humana (...) jamás habría podido disolver la red de los intereses particulares" (Adam Smith,"La riqueza de las naciones", Alianza Editorial, El libro de bolsillo, Madrid, 2007, pág. 732; recomiendo fuertemente la lectura de esas páginas). Aunque enseguida reacciona para aclararnos que aquello, de todas maneras, "fue por el desarrollo natural de las cosas primero debilitado, después parcialmente destruida y quizás en el curso de unos pocos siglos se desmorone hasta su ruina total" (ibíd.) ¡Se refería a la Iglesia de Roma!

(3) Interesantes al respecto los apuntes acerca de Miguel Angel -y por extensión a la conducta de los artistas del Renacimiento- que nos ofrece Mario Biagioli en su "Galileo cortesano" (Katz Editores, Bs. As., 2008, pág. 118-120), conductas inscritas en un contexto que felizmente denomina
"simbiosis" (ibíd., pág. 120) y que tendría lugar entre intelectuales y gobernantes (o en su lugar las instituciones gubernativas que están en sus manos, que lo están -en sentido estricto- más o menos). Este concepto, que considero todo un hallazgo, ofrece a mi criterio muchas posibilidades para la dilucidación de las cuestiones que me ocupan.

(4) Sobre este asunto he citado varias veces a Spinoza, a Nietzsche y por último a Leo Strauss, quien hace un resumen impecable del problema en "La ciudad y el hombre". La conclusión evidente del desprecio ciudadano a los filósofos y a la cara opuesta de la moneda que muestra que "...los filósofos no están interesados en gobernar" (ibíd., pág. 180) define una primera aproximación aunque insuficiente de la problemática política en la que los hombres se hallan atrapados desde el principio de los tiempos llamados
civilizados.

(5) Mario Biagioli equipara las polémicas y los debates científico-filosóficos del Renacimiento con "riñas de gallos" y torneos sustitutivos de los violentos torneos medievales ("Galileo cortesano", op. cit., pág. 104, nota 231, y en general todo el punto "Mecenas ambiguos y disputas interminables"). Lo que reafirma la idiosincrasia histriónica, imaginaria, mítica de las sociedades humanas de todos los tiempos. Y apunta a la existencia insuperable de prioridades sociales que encorcetan e inclusive orientan la búsqueda de la verdad por los filósofos y científicos, así como el uso de la facultad de reflexión que estos manifiestan (el remanido
don divino que se pone así a la altura de la fuerza o de la astucia...)

(6) La evidencia es contundente en cuanto al origen imaginario,
intelectual y no globalmente humano a secas, de las utopías. No por que sí los capitalistas son vituperados por Adam Smith (lo que continúa en sus actuales seguidores como manifiesta entre nosotros Rodríguez Braun) y la "aristocracia obrera" a su vez por Marx. Igual causa está detrás de las nuevas tendencias de izquierda, ideadas por intelectuales a instancias de una irrenunciable vocación de dominio siempre en busca de intereses ajenos que poder representar... y llegado el momento traicionar. Los rojos (incluidos los del 68), entre otras variantes, se volvieron verdes. El progreso... "sostenibilidad".

Y puesto que algo ayuda, aunque no mucho, poner ante los ojos la evidencia... sobre todo si los ojos están mínimamente predispuestos a ver (y los corazoncitos están mínimamente frustrados), permíteseme transcribir un párrafo contundente (bien "de izquierdas" post-soviéticas) de Adam Smith que reafirma su idea de una
sociedad sin capitalistas (pero más capitalista en teoría) o, en todo caso, como lo entienden hoy en día todos los burócratas políticos (de todos los colores) que hoy gobiernan el mundo (como siempre lo entendieron): con los capitalistas bien y cortamente atados (si no en extinción sí cada vez más residuales o desvinculados de la producción de la que se ocupan cada vez más gestores bien pagados que detraen mayormente sus ingresos personales -bonus, comisiones, altos sueldos cuando no son en especie, es decir, suntuarios, etc.- fuera del circuito llamado, por la propia Economía y con Smith, " productivo"). Describiendo a las "clases" o "categorías" principales del modelo de producción capitalista, llega a la de "quienes viven del beneficio", cuyos intereses pone en bandeja para cualquier simple discurso de "izquierdas", como puede entenderse:

"El interés de los empresarios en cualquier rama concreta del comercio o la industria es
siempre en algunos casos diferente del interés común y a veces su opuesto. (...) es siempre ensanchar el mercado pero estrechar la competencia. (...) al elevar sus beneficios por encima de lo que naturalmente serían (?), impongan en provecho propio un impuesto absurdo sobre el resto de sus compatriotas." (Adam Smith, "La riqueza de las naciones", ed. citada, pág. 343) Etc., para lo que relaciono las páginas -todas referidas a la misma obra y edición- en donde abunda sin piedad al respecto: 364, 392, 398-99, 561, 564, 602-05, 609, 637, 641, 645-47, 675, 680-81, 693, 789.

... y el siguiente de Marx:

"Por escrúpulos de conciencia se dejó escapar la ocasión (¡anda, pero si es el mismo "error" contra el que hace poco prevenía nuestro profesorRodríguez Braun a "los amigos de la libertad"!). El segundo error consiste en que el Comité Central renunció demasiado pronto a sus poderes para ceder su puesto a la Comuna. De nuevo ese escrúpulo
pundonoroso llevado al colmo." (Karl Marx, "Carta a Kugelman", O.E., Editorial Ayuso, Madrid, tomo II, pág. 467). Y conste que Marx no está hablando aquí de la famosa y vituperada "aristocracia obrera" contra la que constantemente arremete tildándola de traidora y de vendida ni de las masas obreras que lógicamente no habían "tomado (¿aún?) conciencia proletaria", ni siquiera del "lumpenproletariat" o del campesinado. Es evidente que el certificado de miembro sociohistórico de la clase social obrera venía determinado, a pesar de las últimas instancias económicas y el famoso "ser social" por... la afiliación al Partido. Ni más ni menos que lo que hoy define en China a los "capitalistas rojos". Y ni más ni menos que una base ideológica, en este caso moral, o sea extraeconómica, que permitiría a Smith tornar "aceptables" a los repugnantes empresarios, para lo que deberían ser "pródigos", "sensatos", "frugales", "sobrios" ("... si la sobriedad no lo ahorra y acumula el capital jamás podrá crecer", Adam Smith, op.cit., pág. 433).

Pero... ¿no son esas
idiosincrasias las que determinan y garantizan los modelos respectivos? ¿No es el desprendimiento y generocidad obreras las garantías del hombre nuevo? ¿No es la avidez del capitalista el motor que lo lleva a crear riqueza? Y, por fin, no son los individuos reales los que deberían importar y ser tomados en consideración en lugar de... un modelo? En fin... Señor... ¿será como mucho puedan seguirlos "perdonando porque no saben lo que hacen", o esperando que una cuarentena mosaica sirva para eliminar a los que fueron pervertidos por el dominante de la sociedad precedente?

Es evidente que para llegar a todo esto hace falta tener la convicción absoluta de que: "Una autoridad absoluta sólo puede derivarse de las cualidades de la mente" (Adam Smith, ibíd., pág. 676)

Merece que destaque aquí como digno contrapunto liberal a Tocqueville ("El Antiguo Régimen y la Revolución") quien, apegándose a la descripción fáctica en lugar de a los
apriorismos y conveniencias estratégicas o tácticas, describe al pueblo y a sus diversos grupos sociales en su simplicidad, con sus preocupaciones concretas y sus dificultades materiales e intelectuales para optar por otras vías que las que les imponen los hechos, incluso dejándose arrastar por los extractos de los discursos que les llegan y en las que presuponen realizarán sus aspiraciones, y escogiendo como pueden vías reales para obtener poco más que las soluciones inmediatas que pueden concebir y justamente desean. Claro: su intención al escribir su estudio no era "transformar el mundo". ¿O tal vez estaba ciertamentedesesperanzado de que pudiera llegar alguna vez a hacerse "bueno" y quiso dejar por escrito su melancolía?

(7) Nietszche hace suya la calificación "hijos de la fatiga" como llama a los hombres el sabio Sileno al quien el rey Midas logra dar caza para que le revele el destino al que debería aspirar el hombre ("El nacimiento de la tragedia",Ed. Alianza, Bolsillo, Madrid, 2007, pág. 54) recibiendo una respuesta ciertamente deslentadora: la respuesta no es alcanzable y por ello lo mejor es morir pronto...

Sin duda continuando a Nietzsche, Leo Strauss afirma (con el espaldarazo de la antropología contemporánea como señalo luego en nota
16): "... cualquier hombre sensato prefiriría que su bienestar estuviera a cargo de otros..." ("La ciudad y el hombre", op. cit., pág. 124). Y en varios ensayos nos habla del peso decisivo del "deseo de comodidad" ("El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu editores, Bs. As., 2007, pág. 97). Algo que por cierto ayuda a que nos expliquemos, a la vez, los dos polos en los que se expresa el fenómeno de la esclavitud, decisivo en la marcha de la Historia humana.

Una cuestión en buena medida asimilable en base a la
grupalidad, aunque esclavizar o al menos explotar a otros, no haya dejado de incluir habitualmente a miembros débiles de la propia familia -los hijos explotados en su seno, por ejemplo-, ya que se hace más digerible en la medida en que se considera a los otros como insuficientemente humanos o peligrosos para La Humanidad que somos. Un hecho insisto que, bajo mil y un nombres, fue y es inseparable de la marcha multiplicadora y expansiva de la especie homo y observable en cualquiera de sus etapas históricas y sus diversos habitats y que tan contundentemente describiera Judith Rich Harris como grupalidad ("El mito de la educación", Gpo. Ed. Random House Mondadori, Debolsillo, Barcelona, 2003).

(8) reitero mi referencia a Foucault hecha en
(2).

(9) Adam Smith, obviamente un intelectual de La Ilustración lo inscribía en la proa de su libro IV: "La economía política, considerada como una rama de la ciencia del hombre de estado o legislador se plantea dos objetivos distintos: (...) un ingreso o una subsistencia abundante para el pueblo (...) por sí mismo; y (...) al estado o comunidad un ingreso suficiente para pagar los servicios públicos." (Adam Smith, "La riqueza de las naciones", Libro IV: De los sistemas de economía política, Alianza Editorial, El libro de bolsillo, Madrid, 2007, pág. 539).

La introducción del azar o las probabilidades y las propuestas posteriores más
débiles, en apariencia menos pretensiosas no abandonaron nunca la idea de la predictabilidad y de la existencia de verdades absolutas propias de ese racionalismo sirviendo sólo para enmascararlo y en todo caso para justificar los "errores de pronóstico" (Rodríguez Braun ha propuesto recientemente en un foro de los liberales austríacos españoles no cometer el "error" de asegurar lo que sucederá en referencia a su "teoría de los ciclos" so pena de que "los enemigos" les pasen factura si la predicción no se cumple... "en fecha").

El objetivo era darle a la Economía un estatus científico y propio similar al de las Ciencias denominadas Positivas, que unos siglos antes se habían separado de la Filosofía. Ello no tendría, sociológicamente hablando, otro objetivo que legitimar el rol social del intelectual como guía del proceso histórico. Con ello, "las cualidades de la mente" podrían cumplir con su
teleología infusa.

Adicionalmente, vale la pena observar el indudable componente "
de izquierdas" que los objetivos de la ciencia de Adam Smith contiene: el bienestar del pueblo que de todos modos será siempre subordinado al Progreso (entendido como industrial)... y la Lealtad al iluminado de vanguardia. Esta evolución ilumina la existencia de una vocación originaria, de palabra, que migrará luego del liberalismo al marxismo y se radicalizará si acaso con menos contemplaciones (más pragmáticamente como recomendaba Rodríguez Braun en el foro mencionado antes), y siempre de palabra, repito, de "que la riqueza se refleje en un incremento en el nivel de vida del pueblo", cosa que no dijo Marx, sino el propio Adam Smith (ibíd.).

O, como en este otro ejemplo:

"Los lujos y vanidades representan el principal gasto de los ricos (...). Así, un impuesto sobre la renta de las casas recaerá en general más sobre los ricos y esta clase de desigualdad no es disparatada. Resulta razonable que los ricos financien el gasto público no sólo en proporción a su ingreso, sino en una cantidad más que proporcional..." (ibíd., pág. 753).

Indiscutiblemente, esto (que bien podría repetir, en estos días aciagos, ZP si no lo ha hecho aún, como todo un liberal de pura cepa) son de indiscutible concepción y vocación "
de izquierdas" o "solidarias" y que, más allá de supuestas "precisiones científicas" o "materialistas-dialécticas", son inseparables de la idiosincrasia intelectual propiamente dicha (otra cosa los técnicos o los políticos... que por razones pragmáticas acaban llegando a acuerdos con los empresarios, a veces sólo para evitar sus posibles reacciones contraproduscentes que podrían inclinar a esos políticos hacia la tan mal vista y económicamente negativa expropiación o hacerles perdor fondos y votos).

Obsérvese que por el contrario, Smith tanto como Marx sostienen posiciones en base a la lealtad para con su modelo y sus fines últimos, haciendo en todo caso difíciles equilibrios cuando piensan en
términos pragmáticos -esto es... políticos- (Marx, todo hay que decirlo, fue sin duda menos pucilánime al respecto... y su metamorfosis en burócrata fue al menos ideológicamente más completa, y apenas menos completada que la de Lenin y sucesores).

En todo caso, esto también deja al desnudo el parentesco no casual del liberalismo con su principal antagonista ideológico.

(10) Simplificación con meta en el
slogan que se achaca a la llamada postmodernidad pero que realmente viene de antiguo (véase el Sócrates de Platón y las mentiras necesarias o nobles que recomendaba en "La República", el diálogo con Eutifrón del que di cuenta en varias entradas sobre el "problema de la verdad", el "vaciamiento del lenguaje" y la creciente burocratización y tercermundización en marcha, tanto en general como mediante la disección de fenómenos concretos de todas partes incluida, ay, esta España de hoy en día.

Castoriadis, quien aporta información muy interesante acerca de los entresijos soviéticos previos a la
perestroika ("Ante la guerra", Tusquets Editores, Barcelona, 1996) y Finkielkrautz en su embate contra el postmodernismo ("La derrota del pensamiento", Editorial Anagrama, Barcelona, 1987), y ciertamente el "1984" de Orwell (varias ediciones, como Destino, Literaria), tratan de esa simplificación y ese vacimiento al que asistimos día a día y hora a hora gracias sobre todo a los discursos políticos televisados (los mítines son algo diferente, ya que a ellos asisten los que no van a escuchar nada), el periodismo en general y la publicidad.

No obstante, con todo y con eso, "el problema" o "el fenómeno", que sin duda parece más agudizado que nunca y promete agravarse con el paso del tiempo a la manera de una bola de nieve bajando por una ladera, me está pareciendo más algo propio de la idiosincrasia defensiva del hombre desde sus orígenes y quizás desde
antes, evolutivamente hablando. No sólo Foucault sino la antropología ha llegado a la conclusión de que la forma más sofisticada del lenguaje humano, la escritura, fue precisamente un instrumento de dominación, nacida como tal en el contexto en que tomaba sus primeras formas políticas y para servir a ese fin (lo señaló Lévi-Strauss según lo tomo de "Armas, gérmenes y acero" de Jared Diamond, ,Random House Mondadori, Debolsillo, Barcelona, 2009, pág. 271).

La
complejización de todos modos muestra variantes novedosas al respecto del uso, rol y evolución del lenguaje que me permito denominar alegóricamente: asunción del poder detrás del trono por el marketing político; un poder, podríamos decir, del estilo del de Lady Macbeth, de marujas.

(11) Wolf Lepenies, op. cit., pág. 79.

(12)
Para Castoriadis ("Ante la guerra", op. cit., pág. 289) la "Fuerza bruta" tiende a ser el único método de gobierno burocrático en el límite (y "la demolición de la racionalidad de la historia", entiendo que aún apelando a su resurrección "antes de que caiga la noche, que puede ser larga", racionalidad a la entiendo que le sigue siendo fiel). Pero yo no creo que esa Fuerza pueda ser nunca eficaz jugando sola, sino que debe ir acompañada, en todo caso, no de una ideología, de acuerdo, como señala Castoriadis, pero sí de la "mentira desconcertante" -forma efectiva del vaciamiento del que hablaramos antes- (el término lo he tomado de Ciliga y de su denuncia del stalinismo de 1936 desde el agujero negro de sus cárceles que tituló justamente "El país de la mentira desconcertante"), es decir de alguna forma de mito encubridor. Al menos, el mito de la Revolución Rusa tuvo su eficacia entre la opinión pública mundial, ¿no?, y ello no fue una mala cobertura ni una mala trampa de conciencia usada contra el enemigo.

El nazismo (apoyado esperanzadoramente por Heidegger y por Gottfried Benn, un intelectual alemán con el que Lepenies ejemplifica el fenómeno -op.cit., pág. 368-) no llegó a establecer una organización social duradera en tiempos de paz y no podemos saber cómo habría de evolucionar en condiciones tan terribles como esas (de todos modos sufridas bajo el régimen soviético allí donde se instauró). De haber triunfado en la guerra, ¿se habría mantenido en lucha policial eterna ? ¿O habría derivado hacia algo similar al stalinismo? En todo caso, el marxismo también tuvo en más de un sentido su rol motorizador del nazismo...

Permítaseme dejar aquí expresada mi convicción de que los mitos, para para insidir en la realidad, deben simplificarse al máximo a la vez que dejar grandes penumbras en el misterio. Por ello, la filosofía, para realizar su fin político, tuvo que dar, inexorablemente, paso al pensamiento elemental que puede ser simplemente fabricado por la astucia con ayuda del dogma, de la fe; apenas si acaso con referencia a la razón a la que expolia despreciando la víceras.

(13) Expresión de Marx a propósito de La Comuna de París de 1848 ("La guerra civil en Francia", O.E., tomo I, pág. 511). Marx quiso ver en La Comuna la forma de gobierno que habría de imponer el socialismo y luego el comunismo (acabando consigo misma y con toda forma de Estado).

(14)
En su "11a. tesis sobre Feurbach", Marx se atribuye la primicia filosófica de pretender "transformar el mundo" antes que "interpretarlo" como sugiere que había hecho la filosofía hasta que llegó él. También se consideró un pensador revolucionario por la supuesta inversión de la relación entre conciencia y ser, en particular el social. Otra vez, una mera reiteración de filosofía platónica con nombres sugerentes y ambiguos en tanto el supuesto "ser social" al que se refería tal vez existiera en su Caverna pero no en la realidad; en fin, otra mentira desconcertante.

(15) Strauss, con Nietzsche por supuesto, da en la mismíma línea de flotación de todas las doctrinas que se sienten poseedoras de la verdad, incuidas entre ellas por supuesto las liberales, al recalcar una y otra vez que es el "compromiso" previo el que conduce a la elección de la particular
tabla de valores, y al desnudar las intenciones que motivaron a Sócrates durante su vida y en relación a su muerte, dando lugar a la decepción final que convierte su condena en un suicidio que lo conducirá al Hades, donde concluye que encontrará "mejores interlocutores". Hayek, por más que declame contra la arrogancia opuesta ("La fatal arrogancia") o Revel contra la mentira de los otros ("El conocimiento inútil"), no dejan de poner las convicciones por encima de las evidencias, de levantar mentiras piadosas y de ocultar o tergiversar datos molestos (lo que en nombre de la política consideraba indispensable Sócrates), o sea, privilegiando la propaganda y la inculcación... definida, conocida y dominada por los sabios. No hay Ciencia (esto es, un Dios) que certifique que una elección es mejor que otra: sólo hay previa toma de partido (por motivos muy concretos y terrenales, o sea temporales y mezquinos, como los ya señalados) y lucha posterior por imponerla a los demás. Nunca hubo y nunca habrá otra cosa.

Así, igualmente
prácticos, acaban de admitir el coro y la cohorte de idiotas que se sientan reflejados en las consignas a las que reducen su pensamiento para ser entendidos y arropados, los que no entienden, ni falta que hace a fin de cuentas, el meollo ni acceden, ni pueden acceder, a las oscuras (e irrealizables) regiones de la disciplina y a las traiciones que necesariamente encierra... empezando por la propia simplificación. Esos que, a su pesar al mismo tiempo, están siempre dispuestos a creer en dogmas reducidos, en consignas sugerentes, en listas de slogans huecos e intercambiables que cada burócrata rellenará con lo que le convenga en cada momento, al servicio de la marca, el icono, la etiqueta... que pueda separar "lo bueno" y "lo certero" de "lo malo"... (tal vez sólo hasta el punto de la decepción o del cansancio, tal vez del colapso y el sufrimiento consecuente). Esos que a veces no caen en las calles sino que desertan o acaban corrompiéndose y hasta delinquiendo. Miembros de qué sino del pueblo.

(16) La antropología contemporánea, como decíamos, y las ciencias positivas en general (la biología evolucionista, la genética, la bioneurología), están aportando con sus investigaciones datos contundentes que se suman a los que la propia Historia escrita y la intuición pudo suministrarles a los pensadores de las generaciones precedentes. En este punto, la ciencia (más allá de sus dogmas y criterios míticos
ad hoc y de sus autoimposiciones y filtros reglamentarios o metodológicos, de los que no podrá prescindir nunca como el hombre de su naturaleza animal) aporta y siempre aportará evidencias útiles para la comprensión del mundo, esto es, para ayudarnos a seguir en él como bien se pueda.

Hoy debería ser evidente que resultados históricos como la
propiedad privada (en particular la de los medios de producción) y el mercado libre son un producto de la fuerza, de la vocación dominadora de grupo que la pone en juego, y de las circunstancias favorables previas de ciertos grupos humanos situados, también históricamente, a la cabeza de sus organizaciones políticas. Adam Smith no sólo no lo niega sino que lo registra ("La riqueza de las naciones", op.cit., pág. 490 en adelante) e incluso dice que "pueden (?) haber estado justificados" (pág. 493), sin duda por ser algo natural... aunque acabara siendo insostenible y ello en referencia ¡al orgullo!, y a la preferencia por contar con esclavos antes que con hombres libres (pág. 498), etc. En parte... lo comentado acerca de la "comodidad" un poco antes. Pero aquí referenciado para mostrar la diferencia con la que considera el pasado superado y el presente legado por él... de repente... natural y justo... ¿sostenible esta vez? ¿En nombre de qué?

A su turno, a Marx le bastará
denunciar la expropiación previa dramatizada como "separación de los obreros de los medios de producción" para... justificar la expropiación que el propugna como siguiente y... última (salvadora o emancipadora "definitiva" de la Humanidad: después de todo, el que robase a un ladrón ¿acaso no iba a tener como se dice mil años de perdón?), y sin duda, no podemos negar que esa legitimidad es posible, lo es para cualquier grupo decidido a intentar dominar a los demás e incluso a esclavizarlos, y ello más allá de la culpabilidad u otros sentimientos típicamente intelectuales. (por ende, sin derecho alguno a ser globalmente humanos). Eso sí, lo que queda muy claro es que no todos los grupos humanos deseosos de un mundo a su medida sean capaces de conquistarlo por la única vía de la fuerza. Y que, en relación al autoengaño y engaño marxista... no será nunca ni la intelectualidad ni el proletariado sino la de la burocracia la que conquiste el poder y lo retenga (algo que, por cierto, ya había comenzado mucho antes, como documenta Tocqueville... e incluso la Historia humana desde sus inicios). ¡Esa es la mentira de Marx, la misma que la de Smith al naturalizar el presente consumado como algo virtuoso y al pretenderlo absoluto y eterno!

En fin... cosa de
sabios.

Sobre el particular, "Armas, gérmenes y acero" (op.cit.), más allá de su pretensión mesiánica de salvar el mundo, en apariencia a instancias de la
mala conciencia moldeada en los comienzos de la descolonización y que en los últimos 60 años se reforzara hasta alimentar el conservacionismo militante de especies, razas, lenguas, etc., aporta datos concluyentes.

Cornelius Castoriadis, expresando su clara renuncia al neomarxismo del que provenía señala en su intento de definir a la sociedad soviética como forma extrema y pura de sociedad de "la Fuerza bruta" ("Ante la guerra", op.cit., pág.289), que "Las fuerzas productivas se desarrollan cuando el sistema social está orientado (institucional y psicosocialmentemente) hacia dicho desarrollo" (ibíd., pág. 165; el paréntesis es mío) apuntando a
factores extraeconómicos que determinarían la economía en lugar de ser a la inversa (aunque las cosas indudablemente se resuelven en el marco de interacciones múltiples y variables y los hechos posteriores a la edición del libro mostraron más flexibilidad y pragmatismo que el supuesto por el autor -eso sí, sin por ello desmerecer los mejores y novedosos apuntes efectuados-).

También son interesantes e ilustrativos al respecto "Masas y Poder" de Canetti, "El instinto del lenguaje" de Pinker, "El mito de la educación" de Judith Rich Harris y "La aparición del hombre" de Josef H. Reichholf, entre los más fecundos que he leído. Y por último, el inefable Strauss, de lo mejor para mi gusto, que nos hace ver a través de Aristóteles que "el cuerpo sólo (puede gobernar) a través del despotismo, no mediante la persuación" ("La ciudad y el hombre", op.cit., pág. 183), lo que sin duda no es una
descripción (a la manera de Tucídes hasta donde Strauss nos conduce, o a la manera de Tocqueville en la obra ya citada) sino una recomendación.

Recomendación, ¿pero a quién si no a los que gobiernan o en todo caso pretenden gobernar? El drama de los filósofos queda aquí expuesto magistralmente: el drama al que los lleva su deseo de instaurar la sociedad mejor, la "ciudad ideal". Al chocar contra la realidad irregular e imperfecta de la polis y de la historia que la produjo paso a paso, y al chocar contra la propia idiosincrasia que les hace preferir no asumir directamente la conducción de los asuntos públicos (viéndose a la vez obligados a renunciar a parte de su tiempo filosófico y a buena parte de su honestidad intelectual), acaban proveyendo de justificaciones a los que no tienen otra cosa que hacer y están dispuestos a ello, la burocracia que finalmente habrá de gobernar; haciendo al mismo tiempo de La Razón un subterfugio, una "mentira desconcertante" (como la bautizara Ciliga); y disparando la dinámica que los conducirá a implantar la tiranía en su propio ámbito bajo la forma de sucesivas y cada vez más atomizadas disciplinas especializadas (dinámica que ya mencioné en mi nota 1 y que estudiara Foucault); que explica la entrada de los intelectuales en el juego del mezenasgo y luego de la democracia burocrática y que, por fin, derivara hacia la construcción de esas "ingenierías humanas" ("human engineering") que llevan al nivel del arte la servidumbre intelectual bajo y para la burocracia, como muy bien supo señalar C. Wright Mills en "Sociológical Imagination" (Oxford University Press, New York, 1959; véase sobre este punto el capítulo 5 - "The Bureaucratic Ethos", donde puede leerse respecto de los intelectuales universitarios: "... they do serve to spread the ethos of bureaucracy into spheres of cultural, moral, and intellectual life." -pág. 101 en donde se puede encontrar el muy apropiado término "human engineering" al que me refería) en el marco de una larga trayectoria que lleva a los "especialistas" contra los que también combatiera Feyerabend, como alternativa equivalente a las diversas que se hallaron antes (enseñantes de reyes e hijos de reyes, inscripción en las instituciones eclesiásticas, beneficiarios del mecenasgo...).

¡Menos mal que los intelectuales no pueden evitar al mismo tiempo tomarse a sí mismos como objeto de estudio y todavía al menos haya algunos que pueden ser citados en su propia contra... y no sólo de los casos evidentes que se producen en su grupo, sino hasta de sus propias debilidades aún llenas de esperanzas y de sueños (el mismo Wrigth Mills, el mismo Feyerabend, hasta Strauss, hasta... un servidor, como se dice)!

"Armas...", en este sentido, como en general toda
buena narrativa historia (como Strauss considera la de Tucídides), deja las cosas muy claras... aunque no esté excenta de preferencias ideológicas ni se anime a extraer de esos datos y evidencias conclusiones "pesimistas" sino todo lo contrario ("Armas..." acaba con plegarias y no sólo augurando un futuro mejor o más sano de aplicarse sus criterios correctores basados... otra vez en la experiencia histórica como si mágicamente puediera salir el bien del seno del mal, sino perfilándolo a su gusto y vistiéndolo de pureza, o sea, recorriendo de nuevo la espiral hegeliana a pesar de todo lo que hemos andado... (no por nada varios ejecutivos de conglomerados industriales han buscado su consejo... pero no para hacer "un mundo mejor" como lo disfrazan ideológicamente los propios ejecutivos con el beneplácito de Jared Diamond, sino para... como siempre... conquistar, expandirse, dominar y resistir mejor); como es obvio, otro caso entre mil del fenómeno radiografiado por C. Wrigth Mills.

(17) Marx hace maravillas con las contradicciones de Smith y demás economistas liberales construyendo un modelo lleno de nuevas hipocresías.

(18)
AS y Mill hablan indudablemente de la necesidad de esas ayudas, incluidos hasta los que pretenden ser los herederos más consecuentes y hasta enrabietados del liberalismo, como Hayek o von Mises. Todos reconocen necesitar la coacción del Estado, o sea, la burocracia gobernante. Es como si los actores reconocieran la pertinencia de los roles ajenos... aunque sabemos que esto va más allá, o deberíamos aceptarlo de una buena vez si ello fuera posible o... si las circunstancias lo permitieran... Sabemos, en fin, que se trata del imperio parcialmente insuperable de la simbiosis social del presente.

Pero esto será tratado en las siguientes entregas sobre economía y luego en otra dedicada a las preferencias intelectuales de régimen político y al concepto de libertad.