lunes, 1 de abril de 2013

En contra del "mal"... inventado.

En alguna parte (tal vez en ocasión a sus críticas al "relativismo" y al justificar, tempranamente, su toma de partido por "el liberarismo"), Leo Strauss señalaba a sus contendientes ocasionales que no se podía negar que el mal existiese (en cierto modo, como señala Dickens en su Historia de dos ciudades: porque antes hubo un mal que pasó).

Esta "certeza" conduce a Strauss asumir el mencionado "compromiso" so pena, como dirá en otra parte, de renunciar al "propio yo". (1) El mal, contra el que Strauss lo asume abarca para él mucho más que las formas totalitarias que es establecieron en el mundo en el marco de la segunda guerra hasta llevarlo al borde de la guerra atómica, aunque sin duda ese marco lo ha marcado notablemente como a toda su generación, lo que sin duda es parte del asunto. Sobre todo, alcanza o pretende alcanzar las raíces de todo, y por ende a exceder los límites del momento, del "presente". Esta extensión lo conduce, en las condiciones de su presente, a pensar que la situación muestra signos opuestos a su superación (una especie de decadencia crónica, al menos prolongada sine die) que, a pesar de ser inevitable y "obligatoriamente" combatible (so pena de perder el "yo") resultaría dificilmete "reversible", lo que sólo ofrecería una perspectiva de batalla perdida a cuya participación inútil estaríamos poco menos que condenados.

Esta perspectiva pesimista e insensata (sin duda del estilo de la condena que Sísifo cumple sin rebelarse y que Aristóteles habría considerado una conducta "vacuna") se expresa de muchas maneras, incluso ambivalentes e inseguras, y empujarán a Strauss a sugerir un "retorno" a la Ley a partir de un "arrepentimiento" y a mirar de ese modo (hubo y hay otros más o menos infelices) hacia oriente, a dar la espalda a las histriónicas formas del progresismo perimido (las del relativismo, las de un hegeliano como Kojeve, etc.), a comulgar con Nietzsche y con Tucídides, con Maquiavelo y con Heidegger, a proponer una "vida buena" por momentos filosófica por momentos no filosófica, etc., y, al final, a no ver en ninguna de esas "vías" una "salida" a la penuria. Algo así como a pregonar las bondades de la "obediencia" por quien no puede actuar de otro modo que "rompiéndola". Así, a la luz de la historia de occidente, cuyos inicios podemos situar en la emergencia de la greicidad clásica, podemos observar que Strauss no reacciona en todo de una manera muy diferente (y podríamos decir, de manera no esencial) a como lo hicieron todos (¿o casi todos?) los intelectuales que lo precedieron... a menos que incluyamos entre ellos a la parodia de "opinantes" que los han ido marginando y han conseguido usurpar su espacio abriendo paso a la posmodernidad. En última instancia, ni siquiera es algo que se escape de lo que le resulta irremediable al ser humano "prototípico" con cuya figura muchos han logrado "dignificarse" y hoy han hallado ello mucho más sencillo de hacer... de manera puramente histriónica, paródica, teatral... En cualquier caso, no es el primero que ante los "tiempos de penuria" acaba "desolado" (como Platón reconoce en su prostero Las leyes) o "frustrado".

El asunto tiene dos facetas: la idiosincrasia que el intelectual siente necesidad de preservar (la referencia socialmente "reconocida" de su "yo") y la constante "invasión" de las "urgencias mundanas", que responden a la marcha ciega "general" que, así como provocó el nacimiento de la filosofía, la ha conducido a su actual agonía (gráficamente: a dejar de ser un "negocio de filósofos"). Lo primero tiende a mantenerse a pesar de la marcha, esta le resta espacio y la fuerza a remodelarse.

No por nada, tanto las "posturas" y "posicionamientos", los "compromisos" si se prefiere, que Strauss adopta "contra el mal" tienen el mismo aspecto, se justifican del mismo modo, y son atacados por "otros" con igual vehemencia, que las adoptadas por aquellas que representaron a ese "mal".


Hoy son muchos los que han sabido ver desde diversos enfoques y marcos "disciplinares" (en especial gracias al nacimiento y desarrollo académico de las "ciencias sociales", lo que de todos modos tiene sólo una relación formal y no genealógica con "la verdad") que las certezas irrenunciables acerca del "mal a combatir" (siempre más firmes que las que asisten a los medios y los fines "positivos", al menos en la medida en que se los intente circunscribir con precisión, y este es el problema de los "filósofos", que creen su deber alcanzar las últimas causas y creen marchar en su nombre). La disolución occidental del concepto de "verdadera humanidad" propia de todos los grupos humanos, apenas embozada en occidente bajo una histriónica e ideológica "buena conciencia" y los intereses académicos o socio-profesionales que obligan a conservar el objeto de estudio (las demás "culturas", relativamente "válidas" pero..., oh, desfasadas, superadas, residuales, o... peligrosas...), han acabado por imponer ese aspecto del "estilo de pensar" imperante (Mary Douglas) que permite concluir que no es que haya "muchas humanidades válidas" sino algo más "terrible" para la "buena conciencia": que no existe "humanidad" y que cada grupo, inevitablemenete, defenderá la propia como única. Y con razón, al menos con la misma que nos asiste a todos, es decir, con la razón que miente y se miente a sí misma para salir del paso.

"El mal", elevado a un plano lo más "universal" o "absoluto" posible, siempre acaba asociado a una u otra perspectiva apocalíptica a la vez que a un origen fundacional. De ese modo se pretendería unificar a toda la raza humana en contra, por ejemplo, de las guerras y en particular de la atómica, que más que las anteriores parece encerrar esa amenaza de destrucción del mundo. O la "depredación ecológica", que acabaría con las condiciones de vida a las que estamos acondicionados. Strauss mismo responde al cosmopolitismo residual que esto encierra (donde el "mal"... se definiría de manera "absoluta" en tanto "atenta contra la especie...") y que al mismo tiempo niega, tanto vía su adhesión a Tucídides como a la Torah, exponentes ambos de una identidad grupal particularmente rígida (o "excluyente") que se construye sobre la base de unos u otros "bárbaros" y nunca en atención a la composición genética.

Por otra parte, "el mal" sería el pasado del que se ha conseguido desprenderse para abrir el camino del grupo fundador y referencial. Encontramos esto en las mitologías fundadoras de los pueblos, normalmente como expresión de una ruptura que se hace coincidir con una previa "animalidad". El mito que menciona Platón en Las leyes y aparece también en la tragedia Prometeo encadenado de Esquilo, tiene ese componente "separador" o "demarcatorio" que se abría cruzado hacia la "civilización", y se lo puede encontrar, por ejemplo, en mitos tan imposibles de haberse contaminado uno de otro como el de la fundación de Bali en el 1300 a instancias de una invasión proveniente de fuera que derroca a un cerdo autóctono con resultados igualmente civilizatorios, y de cuyos actores los balineses se sienten originarios.

En nombre de la mecánica a la que responden, la antropología y la psicología evolutiva, han concluido que el rechazo de lo que no se acepta ser, la estigmatización de lo que se rechaza, es la base primordial sobre la que se puede (únicamente) conformar una identidad de grupo propia. En otras palabras, que es propio del ser humano construir esa identidad (consecuentemente la suya, pero mediante la del grupo) en base a lo que se rechaza, esto es, de "mal". (2) Algo que se produce debido a que es un ser cuya vida es inseparable de lo simbólico, un bagaje que fabrica sin cesar y a lo que recurre como medio para resolverlo todo, y sin lograrlo (lo que lleva precisamente a que sea "trágico", a que "prefiera querer la nada a no querer", pero, sobre todo, a ser consciente de ello, para su dolor pero también para su supervivencia).

La orfandad que nos caracteriza, justamente, es la que nos llevará a asimilar más o menos a regañadientes lo que el mundo nos ofrece (en cada ápoca y lugar dado) y a asumir de manera autoengañosa, tergiversada a nuestro favor (según nos lo parezca) los compromisos y las limitaciones... Es en estos términos como se definen (se pueden definir) los marcos histórico-sociales que imponen límites a la imaginación, simbolización y construcción formal, que ponen ciertos instrumentos a la mano ("antes" o "fuera" de la locura) y que fuerza conductas más o menos excéntricas o más o menos conservadoras. Es decir, el mundo (siempre el "próximo") en el que se forman sus adhesiones y sus rechazos, sus criterios de lo malo, primero, y de lo bueno, luego. De modo que, cuando acusa a aquellos que propondrían negarse a adoptar unos u otros valores, dirigiéndose fundamentalmente a los intelectuales como él (todo discurso intelectual es esotérico para las masas y aprovechable para la extracción de slogans para los propietarios últimos del poder), en realidad no hace sino exigirles que opten por sus propios valores (por eso arremete a la vez o exige "probidad intelectual"). En este mismo sentido, el "relativismo" que combate sin duda tiene su propia visión del "mal", que serían el "dogmatismo", el "antropocentrismo", el tomar valores propios y condicionados, contextuales, como absolutos, etc. Y Strauss, a fin de cuentas, les dice que... se equivocan, y que así no van a ningún lado... (señala que "el hombre contemporáneo marcha ciego").

Es innegable según este enfoque ver que las tomas de posición humanas necesitan de "un mal" con vistas a levantar "un bien", es decir, para construir y/o defender de la identidad propia. En otras palabras, que "el mal" es inventado sobre la base de una realidad visible y mundana para que sostenga la invención del "bien" que se desea hacer realidad y en realidad se hace símbolo.

Como lo que pretendo es hacer una "descripción etológica" para entender algo (comprender el mecanismo, su génesis y su marcha productivas) y no quedarnos, simplemente en otra invención identitaria, la nuestra, y dando mi propio rechazo por los absolutos, los universales o... lo "auténticamente humano", es la formación de los mencionados "rechazos" lo que señalo como el quid de la cuestión, donde la inevitabilidad del juicio respondería a una voluntad ineludible de búsqueda o defensa de la identidad grupal propia. Y este enfoque no puede ser por tanto sino "perspectivista" y "contextual". (3)

Más allá de que "el mal para otros" y "bien para los propios" no tenga freno e incluso pueda conducir (como a los individuos aislados) a manifestar conductas grupales indiscutiblemente esquizoides y autodestructivas (en todos los tiempos, como es el claro caso de la "civilización" de Caralt en Perú o las tribus neoguineanas de las tierras altas, ejemplo por antonomasia de la antropología (puede consultarse el popular Armas, gérmenes y acero de Jared Diamond), así como los casos más contemporáneos que han alcanzado extremos similares bajo el stalinismo, el maoísmo y su "revolución cultural", los jemeres rojos, los tutsis y su limpieza étnica, la limpieza étnica nazi, el cordón sanitario jacobino..., y muchos más en gérmen o embozados cuyo "progreso" no cesa), lo que es indudable es que sólo el equilibrio en la relación de fuerzas impide el dominio y exterminios absolutos del "mal" por parte del "propio bien" así como el impulso que lleva a este a imponerse a toda costa en cuanto se ve, primero amenazado y después capaz de revertir ese equiñlibrio en su favor. En el estado de equilibrio, lo que se establece por lo general es un cierto respeto entre las partes (con o sin reparto de áreas de impunidad)... con granndes dosis de falsedad histriónica. Al margen de que haya "razones" que hagan a las partes decisivas a "verse" como iguales (las diferencias ya "nacerán" y se agitarán cuando se den las circunstancias).

Hoy hay casos que aparecen como especialmente "críticos" y "amenazadores"... pero no por ello se toman medidas idílicas... Por el contrario, sirven para acelerar las escaladas... tal vez mediante tanteos basante teatrales, pero que embozan el avance soterrado (casos notables: Corea del Norte o Irán, ya tal vez un día de estos Venezuela como ya lo fue Cuba). El uso de la fuerza nuclear en cadena afectaría al planeta... pero la perspectiva entra en el juego de la lucha política, y en el más amplio de los sentidos. Así, me atrevo a pensar que esa amenaza sirva para muchas cosas antes de que realmente sea efectiva..., lo que sólo sería viable, masivamente al menos, cuando haya colonias fuera de la Tierra y luchen entre sí, desde la seguridad de su propio planeta. O, claro que también, en situación de gran desequilibrio.

Por todo esto, antes preferiremos que desaparezca el mundo a que continúe gracias a cualquiera de las formas que consideramos "bárbaras" y que no deseamos en absoluto para nuestos hijos y nietos... (aunque sí podamos aceptar, como sucedió siempre, que vayan a combatir en el frente por nuestras banderas). Sin duda, todos pensamos que el futuro debe ser el nuestro y que si no mejor es que no haya ninguno. "No nos sigamos engañando" cabría decir sin esperanzas de que lo dejemos de hacer aún cuando no queden a la mano ropajes que permitan cubrir la actual desnudez (el "rey" se atreverá siempre a pasearse desnudo y a negarlo). Por eso, mal que nos pese a los que nos especializamos o al menos nos complacemos en pensar... se acabará (atendiendo a las propias urgencias) luchando a muerte... para poco más que para intentar mantener incólume el propio yo que se ve y cada vez más se verá perseguido, maltrado, marginado, forzado a claudicar en lo posible, y que sentimos agonizar o al menos asfixiarse empujado a una reencarnación o más bien una metamorfosis socialmente potable que no siempre se prefiere a la muerte "auténtica", aunque esto no sea sino otro acto de nuestra mentira y nuestro autosalvataje, otra declaración heroica y plena de riesgo, en fin, "poética". Luchando y de ese modo muriendo, porque la lucha real, efectiva, no tiene nada de pura ni de fidedigna.



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 Notas:

(1) Strauss nos dice que establecer "compromisos" está asociado a la inevitable necesidad humana de emitir de juicios de valor (cuyo carácter de "presentes" y por tanto "relativos", creo que no subraya suficientemente a pesar de su "historicismo" existancialista y su "perspectivismo" nietzscheno). En primer lugar, la mencionada "negación del yo" que significaría no hacerlo es un asunto espinoso y sustancial que requiere un tratamiento amplio y separado del que diré sólo que es consustancial al carácter individual del ser en un mundo "limitado" y a las interacciones (complejizadoras, por otra parte) que se establecen entre unos y otros individuos en ese marco. Una cuestión que una y otra vez lleva a Strauss a la "solución" existencial (y "psicológica"). Pero aún así, sigue habiendo detrás una mayor o menor intención por conservar la "dignidad humana" y en su nombre negar la intrínseca debilidad del yo que lleva y llevará siempre a compromisos interesados e inmediatos (cuando no "mezquinos"), un compnente inseparable de la "urgencia (política)". Así, Sartre, por ejemplo, sostenía lo mismo al optar por el marxismo, elección que, de realizarse, según Strauss (pero también a la luz de los hechos parece demostrable), amenzaría la individualidad..., o sea "el yo" (lo que, sucedería, afectándole a él en este caso, bajo las reglas de juego que impone la militancia política aunque esta sea "liberal", al menos de practicarla de manera consecuente, lo que Strauss nunca hizo... ganándose así muchas enemistades y una vida un tanto conflictiva... y bastante "filosólfica"). Queda claro que "el compromiso" tiene que ver en todo caso con "el yo" simbólicamente instituido y con la sensación de vivir unas "urgencias" amenazadoras para su conservación.

(2) Al respecto vuelvo aquí también a recomendar las anotaciones antropológicas de Mary Douglas en Símbolos naturales y El levítico como literatura así como El mito de la educación de Judith Rich Harris donde el enfoque es más próximo al de la psicología evolutiva.

Para hablar un poco más en concreto y con la malicia que corresponde a mi parecer (tan atractiva como la ironía), "el mal" en la figura de sus más vigentes paradigmas (como los fascismos, los comunismos, los fundamentalismos, los anticolonialismos, etc., según las tomas de partido que se hayan efectivizado...), erigió, en todas sus formas y variantes, "su identidad"... en oposición a un "otro mal" (como, paralelamente a los mencionados, "el judío" -"comunista" y "masón"- o el "mestizaje", "la reacción" -o "la derecha"-, "la brujería" o "la herejía", "la cultura occidental" o "el hombre blanco", etc.). Sin ello, no habrían nacido las diversas formas identitarias que dan cuerpo a la grupalidad. Esta postura permitiría oir lo que realmente se pretendió decir (algo que Strauss propone como una "buena lectura")... 

(3) Se trata de una propuesta un tanto idílica que permitiría una imposible o contradictoria visión lúcida a la vez que animal, ya que ver los problemas y los obstáculos del mundo por parte de cada individuo de un modo "etológico" es ciertamente imposible en el límite (y en ese sentido es cierto en cierto modo lo que nos dijera Strauss acerca de la inevitabilidad del "compromiso", aunque, como señalé, no tenga por qué "intentar", ya que no lograr, establecerse de manera estable y/o firme..., es decir, haciendo posible la imposibilidad intrínseca de "conservar el yo"). De todos modos, cabe aproximarse a un enfoque como ese (etológico) si se acepta la posibilidad de "preferir la nada" o cuando esta preferencia sirve a la supervivencia gracias a su agitación bastante inconsecuente (la profesión o la vida en la que se refugiaría uno para autodignificarse, por ejemplo; o la sistemática tentativa de declarar de manera hipócrita o inconsecuente, confusa, vacilante, "demasiado humana", pero no llevar ni poder llevar a cabo su "praxis"). Ahora bien, en la medida en que nuestra mirada sobre la realidad humana (y mundana) sea más ajustada y radical, esto es, más desenraizada de nuestra ideología e intereses individuales (con la disposición a reirse de uno mismo de la que hablara Nietzsche en sus momentos de mayor lucidez y, no por nada, de su mayor horfandad -La gaya ciencia, Libro I, Ap. 1-), podemos llegar de nuevo (volver, retornar) a asumir la indagación y la elucidaciçon como un tema obligado, capital y último, y de este modo "dignificador". Lo que nos llevará a girar en círculos y a dar tumbos, entre la idiosincrasia reflexiva sin posibilidad de respuesta y la "obediencia", como giraban, por ejemplo, Tolstoy según testimonia en su Confesión o Kierkegard en su Temor y temblor. La propuesta es una de las más fecundas "alternativas" imaginarias propias del género humano (originadas en la mecánica intrínseca o característica de la producción humana de artificialidad y/o simbolización), al punto de que las podemos encontrar lejos de los marcos de la intelectualidad moderna, por ejemplo, en los rituales de un lejano y exhótico lugar como Java, donde prevalece -quizá cada vez más contaminada- desde su emergencia en condiciones pre-filosóficas, incluso pre-religiosas y por tanto pre-racionalistas, donde la bruja del mal (Ranga) es combatida por el bufón heroico (Barong) (sobre el tema véase Clifford Geertz, La interpretación de las culturas, 7/La religión tradicional de Bali). Los balineses sin duda hacen en él una catarsis, pero, acabado el ritual esta se disuelve (con el estado de trance -embiaguez- en el que caen) en la vida cotidiana a la que no les queda otra alternativa que volver, y atender a las urgencias, sufrir las trampas y tenderlas con el simple fin de sobrevivir tras realizar, por unas horas, lo que todo ritual (grupal o individual) permite al individuo (solo en en el seno de la masa), resarcirse de la impotencia de manera simbólica. La vida, de este modo, vuelve a ser tomada "en serio" con el recurso de la simbolización que ha llegado al grado de institucionalización), donde... nunca dejaron de estar entrampados. En ella, la risa (en sí misma) tiene muy poco que hacer como instrumento efectivo, e incluso es dolorosa, y allí sólo se puede escapar fugazmente de los embates de la bruja. Esa es nuestra condena, penosa en su conjunto, hermosa en su inventiva, en sus recursos imaginarios, donde nos la risa puede ganar la batalla, donde los sueños y la transformación imposible toman cuerpo.

Este desembarco (final) en la cuestión tiene raíces aún más profundas que en un análisis (etológico) de la vida y del ser humano, resulta lisa y llanamente ineludible. Es más, los enfoques que priman la especie sobre lo individual, como el marxismo y los parientes mediocres derivados del mismo, o los cientificismos que hacen pie en uno u otro grado en Kant hasta el extremo de los positivismos más abyectos, no hacen, como se ha comprobado en los hechos, más que ofrecer la vergonzosa ocultación del predominio de unos pocos sobre muchos convertidos o al menos tratados como una colmena (la igualdad nunca significó otra cosa que grados de igualdad del infinito al cero...). En realidad, asumir tal enfoque, aparte de ser posible sólo para ciertos intelectuales en estado de profunda excentricidad y desapego, sólo puede ubsistir en condiciones que lo permitan, como las de la democrática Atenas o las del "bienestar occidental" en el "primer mundo" y en ciertas ciudadelas del academicismo... (las más permisivas con la "probidad intelectual" en el sentido que da Strauss al término). Y cualquier cambio que cree exigencias diferentes las hará imposibles o, en todo caso, propias de un delirium tremens. A fin de cuentas, ella no es sino una muestra más del juego de contrucción simbólica que pretende dar y/o dejar testimonio, uno más entre tantos... Y cuyo alcance no pasará nunca del presente, "leído" de una u otra manera ("buena" o "mala") en cada una de sus etapas (porque... si los griegos todavía están entre nosotros es porque siguen formando parte de nuestro presente, un presente que en la medida que siga cambiando -entrando en las tinieblas o penumbras de la "segunda caverna" de la que nos habla Strauss-, lo seguirá reduciendo, tergiversando, adaptando, utilizando, o sirviendo cada vez más residual e histriónicamente para justificar roles socio-profesionales tal vez ya sólo entretenidos o periodísticos si no hasta perder todo sentido socio-histórico).