viernes, 24 de diciembre de 2010

Un llamamiento ambivalente a la resignación (revisado y reiterado)

No resulta sencillo invitar al hombre a que de una vez por todas se resigne... ni aunque esto se pudiese vincular a una supuesta toma definitiva de conciencia acerca de su imperfección congénita capaz de realizar la conciencia más acabada posible para él: la conciencia de la intranscendencia (o nausea, para decirlo con Nietzsche y el existencialismo) en la que toma forma al tiempo que se pierde.

Por supuesto, nada más lejos de mi propia idiosincrasia (honestamente, lo digo porque así lo siento) que invitar a los miembros de mi  especie (¡y de mi propia subespecie: "los hombres que se quejan"... de la imperfección!) a dejar de levantar la voz contra la injusticia, la ignorancia, la cobardía abyecta, la degradación, la indignidad, la crueldad, el egoísmo, la mezquindad, la mentira, la opresión... etcétera; es decir, contra todas aquellas cosas que encienden esas pasiones que nos hacen sentir mejores o divinos; que nos enfrentan a nuestras propias mezquindades (no por nada Hobbes proponía la pasión por la generosidad a pesar de verla en escasas ocasiones... y ocultándose a sí mismo sin embargo las mil formas en que, cuando esa pasión aflora, lo hace entretejida con las demás pasiones). Sería sin duda un llamamiento inútil, pero sobre todo sería pasar a militar en las filas de los que disfrutan del poder y hasta del caos...

No, nada más lejos de mí... a pesar del convecimiento que me embarga de que todos aquellos eufemismos de la lista y otros que pudieran añadirse, tienen tantos contenidos como sueños utópicos o etiquetan mezquindades difíciles de reconocer... Todo ello bajo la finalísima subordinación al grupo y a los tiempos, todo ello en respuesta a eso que Malebranch llamara "causas ocasionales", a fin de cuentas las únicas posibles, causas contextuales que se diría ahora pero que remiten a un comienzo de transformaciones que se desearía elucidar, y que por ello tienden inevitablemente a ser usadas (¡y vividas!) incondicionalmente.

Un día tal vez sepamos ver, nosotros, los del último puñado de desarraigados y excéntricos pensantes que no temen a la nada, que todo lo grandioso de los discursos no pasa de una necesidad infantil de ponerles nombres con significación supuesta a lo inmediato y disfrazarlas de voces de muy grandes historias. Las escucharemos, con los oidos o los ojos, y veremos inmediatamente por qué acaban convertidas una y otra vez en ausencia casi total de crítica, en etiquetas, slogans, mandamientos... compartibles y a conveniencias determinadas por la posición del individuo que los sostiene en y frente al mundo dado. (1)

¡Endebles reacciones!, pero inevitablemente valoradas, que, "¡Válgame, Dios¡", no se me ocurriría combatirlas ni siquiera despreciarlas y mucho menos sugerir que sean ahogadas a la manera en que, por excelencia, las religiones sugirieran y aún sugieren (por inercia más que nada, yo diría) que se repriman los pecados. Mientras a su vez nos sugieren que aspiraremos a atesorar sólo aquellas que nos elevarían...

Endebles, sin duda, aunque ¿qué podríamos esperar que pueda quedar del hombre sin esas pasiones tan valoradas e inclusive necesarias de conservar como si pudieran perderse; tan míticas; "las cosas que tienen más valor, los objetivos, los sentimientos y las esperanzas de los hombres", en las palabras empleadas por Berkeley contra los "pequeños filósofos" que las "desprecian" y que "disminuyen" y "degradan" la "naturaleza humana (...) hasta el nivel más bajo y más estrecho de la vida animal y no nos ofrecen en el reparto más que una magra ración de años en vez de la inmortalidad" (George Berkeley, "Alciphron", citado en Historia de la Filosofía, Siglo XXI Editores, Madrid, 1978, tomo 6, pág. 242, por Harry Burrows Acton); qué quedaría del hombre, en fin, si no nadie alzara la voz diciendo "nosotros sufrimos por el hombre" (Friedrich Nietzsche, La genealogía de la moral, Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo, Madrid, 2006, pág. 70)?

Endebles, todo hay que decirlo, por originarse en y reproducirse como..."inmoralidad", como "sangre y horror", para volver a abusar de Nietzsche (Friedrich Nietzsche, ibíd., pág. 102; y en "Crepúsculo de los dioses", "Los mejoradores de la humanidad", Alianza Editorial, El Libro de Bolsillo, Madrid, 1979, pág. 75) en realidad tan apropiadas a ello como a las demás "cosas buenas" a las que se refiriera. Porque, indispensables a los discursos grupalistas, responden al enfoque propio, al estilo propio de pensar, sujeto a su vez a la correlación de fuerzas, por lo que ni unas ni otras necesitan cultivarse ex profeso (2).

Como si pudiera perderse... en efecto, aunque, sin duda, los seres humanos, en su inmensa mayoría, no puedan evitar indignarse, o enfurecerse, una y otra vez, hasta el límite si acaso de la rebeldía, y, al menos en determinadas situaciones, emular más o menos intencionalmente al supuesto héroe semidivino cuyas figuras mitológicas continúan aún brillando en nuestro firmamento dominante, como acredita el aún vigente cielo astrológico con sus constelaciones aparentes y poéticas; héroe que, revistiéndose de nobleza y de coraje (¡lo que admirara precisamente el propio Nietzsche, tal vez ingenuamente, tal vez... por apego a lo poético e idílico!, ¡o lo que llevara a Hidegger a besar las lustrosas botas de desfile del nazismo, sin duda bellamente uniformado -belleza escalofriante pero cautivadora- con ingenuidad aún más espectacular y perturbadora que la de su predecesor por aquella vieja y edulcorada nobleza desaparecida!). ¡Oh, sí; sin duda!: todos tienden a representar, a veces más allá del límite y hasta entregar la vida, "a los santos porque se es perverso", como escribiera Sartre y pusiera en la voz de su personaje Kean...!

Eso nunca se perderá, Mr Berkeley; no debió preocuparse tanto al respecto (preocupación que correspondería ser explicada aparte). Y, en todo caso, sólo puede intentar ser ocultado, encubierto, enmascarado, con la indudable hipocresía racionalista y positivista (que también, igual y conjuntamente con la preocupación de Berkeley, debe ser explicada). Una operación o ardid que funciona, que cada uno evita desenmascarar del otro, como que ello estropearía el baile de disfraces, la fista de carnaval, la reunión de enmascarados... Eso nunca será superado, Herr Nietzsche (sueño que, por fin, debe asimismo ser explicado. Sí, explicada, explicado... ¡y de una buena vez!

Por tanto (o sea, más allá de las causas ideológicas que pudieran encontrarse detrás de las apuntadas valoraciones), ¡qué vana pretensión abrigaría yo con ello, en franca contradicción con la convicción propia de que "explicar" sea simplemente utópico, como las propias religiones demostraran aparentando -sí, y en todo caso autoengañándose en nombre de estrategias pertenecientes a un espacio distinto, como sugiero en mi nota 2- reprimir la naturaleza necesaria, circunstancial y nunca eterna sin embargo, insisto, del pecado y del libre pensamiento; pretender echar esa naturaleza que Berkeley mismo, si mal no recuerdo, dixit, se puede echar "por la ventana" tan sólo para que retorne "...por las rendijas".

¡Una caída -sin duda igualmente agradable- la ilusión en oposición a la conciencia que dice que mientras las circunstancias lo hagan inevitable -¿cómo saber incluso si alguna vez se llegue a ello?-: esas conductas rebeldes seguirán siendo... idiosincrásicamente humanas en atención a sus dotes necesariamente actorales!

Y sin embargo, mi conciencia me empuja a invitar al hombre a la resignación en un sentido que nadie asumirá, o sea, en un sentido inútil...

Por una parte, ello parece inseparable de aquel otro sentido que me yo mismo considero inevitable y que yo mismo tiendo a valorar como manifestación de lo más excelso (lo menos animal, sin duda; lo más divino), lo más... prometedor... Algo que, seguramente, podría equipararse a la considerarción de que el salto de una rana en dirección a la luna, casual o no, contenga la voluntad de alcanzarla, es decir, no vaya más allá de una convicción impuesta por las circunstancias e inscrita en el firmamento dominante que nos marca las pautas y las idealizaciones más adecuadas...

Me refiero, en fin, a invitarlo a que se resigne a ser simplemente humano, algo que parece tautológico y que sin embargo se niega en cada acto, o mejor dicho, en cada sueño.

En concreto, se me ha ocurrido preguntarme qué pasaría si el hombre consiguiera resignarse de verdad a verse a sí mismo como un resultado claro y concreto de las fases efectivamente previas recorridas, paso a paso y sin rumbo predefinido, por la naturaleza en este mundo y hasta ahora, un resultado incapaz de sobrevivir y/o conservarse (única fuerza que se le impone en última instancia, desde mi punto de vista, incluso siendo capaz de contrarrestarla) sin contar con el deseo de alcanzar metas imposibles, secretos inexistentes pero supuestos, es decir, de tener imaginación.

Resignarse contra la "benevolencia" hacia sí mismo que se ha mostrado ese resultado que, tal y como funciona, recibe de sí mismo el nombre de humano, tan sólo humano-...

¿Acaso la conciencia evitaría las idealizaciones? ¿Acaso podrían reducirse y hasta desaparecer muchos conflictos grupales al caer la máscara de las "buenas intenciones" que enmascaran sus auténticas intenciones de dominio? ¿O podría ser que ese límite tan infranqueable no quede sino el terrible e insoportable sentimiento de ser una anomalía innecesaria?

¡Resignémonos pues a ser simplemente humanos!, tiendo a proponer sin poder evitarlo (y me lo propongo sin remedio) temeroso del riesgo considerable que imagino que asumirlo encierra para los pocos que tengamos el coraje de hacerlo hasta las últimas consecuencias, a la vez que convencido de lo poco que repercutirá este llamamiento en favor del mito y el resumen... En favor, en fin, de la parodia de la creatividad, o de la creatividad encarrilada y limitada que tantas veces toma la forma de la resignación a lo ya establecido, la repugnante, la nefasta, y a ir en contra de las mejores de nuetras pulsiones creativas, las... más humanas, las valoradas, esas que nos confunden y nos hacen sentirnos un poquito divinos.

Que se mantengan, pues, aunque sea como acto de la representación histriónica, esas pasiones de rebeldía inútil que nos alejan del suicidio colectivo; la rebeldía frustrada de los pertinaces dominadores de mundos, prisioneros a la vez de la impotencia y de la omnipotencia que nos entrega a la Nada.



Notas:

(1) En ese sentido, pienso que la filosofía en su conjunto, las ciencias, las religiones y los mitos que se ha dado el hombre no puedan dejar de contener sino visiones antropocéntricas, y no sólo en tanto extrapolan al mundo su propia idiosincrasia para explicarlo (cuando no proponen callar al respecto), sino en la medida en que todos los enfoques (incluido el que recomienda callar) responden a su necesidad de adaptación, emocional y material. Antropocéntricas a la manera del hombre, es decir, considerándo hombres de verdad a los miembros del propio grupo de referencia. Así es como quien cuenta con una facultad más desarrollada para pensar establece el propio tipo como prototipo o tipo ejemplar: el sabio, por ejemplo, y en concreto allí donde esa función se pudo legitimar, esto es, ser aprovechada socialmente.

(2) Por ejemplo, Nietzsche, a la manera de Berkeley, acusa al cristianismo (y a su predecesor el racionalismo socrático) de "promover la debilidad" pero la Iglesia nunca se resignó, por citar algo emblemático, a perder Jerusalem, lo que se expresó de muchísimas manera a lo largo de los siglos; por ejemplo: las convocatorias recientes a manifestarse en la calle en la mejor manera de cualquier movimiento político contra la nueva ley del aborto y el derecho al aborto en general. Repito: un grupo nunca abandona su intencionalidad dominadora -dominadora sobre todo incluidos los otros-, aunque la elección de las tácticas en combinación con la correlación de fuerzas le sea adversa y lo condene al fracaso. Nietzsche mismo lo sabe y lo señala: "quieren ser también ellos los fuertes, no hay duda" ("Genealogía...", ed. cit., pág. 79 y posteriores, donde lo documenta ampliamente). La cultura, a la que Nietzsche mismo se refiere en el citado ensayo (ibíd., pág. 69), aparece como pretendiendo lo que es en realidad un resultado de la relación de fuerzas "en el fondo" brutas, esas que tan sencillamente señalaba Tucídides como causas del movimiento. Tal vez en atención a la buena conciencia y/o a la predilceción instintiva por las "mentiras piadosas".



Nota: la versión original del artículo fue una provocación autoconfirmativa de su alcance,pesimista, publicado hace un año y un mes en Feacios, donde he escrito varias veces con escasos resultados polémicos. Los posibles avances son pues mero efecto de la decantación propia...