lunes, 25 de enero de 2010

Una lanza rota... (8) -Apéndice II-: Una "riña de gallos" (Galileo contra "Los Metafísicos") o los laberintos de "El Método"

Lo que sigue pertenece al fructífero estudio de Mario Biagioli "Galileo cortesano. La práctica de la ciencia en tiempos de la corte absolutista", obra que ya he utilizando concienzudamente como una de mis principales referencias en "Una lanza rota por el pensamiento occidental" del que esta entrada será un segundo y último Apéndice (de un total de 8 entradas sucesivas incluyendo con éste un par de apéndices) y cuyas Conclusiones pueden hallarse en mi entrada previa. Se trata de un trabajo, el de Biagioli, que, como queda visto y se verá aún más aquí, es de lo más serio y riguroso (además de ameno e interesante) que se haya publicado sobre el desenvolvimiento de la ciencia y sus productores en el medio social concreto, por lo que no me cansaré de recomendarlo a todo el que quiera reafirmar sus sospechas y a todo aquel que esté dispuesto a tenerlas; es decir, a toda rara avis que se pase por aquí.

Ya he mencionado el concepto "riña de gallos" aplicado al debate sobre temas científicos y filosóficos tal como tenía lugar durante el absolutismo ilustrado, tiempo en que imperó el régimen del mecenazgo al que se tenían que ceñir los intelectuales del Renacimiento si querían alcanzar su legitimación social (al respecto, me permito volver a recomendar
su lectura a quien desee realmente considerar las evidencias en lugar de permanecer fieles a los dogmas que se asumen hoy... tanto como, por fines equivalentes eran asumidos los de su propia época por sus correspondientes protagonistas; dogmas que los impulsan más a repetir sus slogans e ignorancias que a revisar sus puntos de vista confrontándolos con las evidencias sistemáticas -violando así sus propios códigos, como se hizo siempre desde la fidelidad declamativa a otros dogmas "opuestos"-).

Lo que sigue en concreto corresponde al texto que figura en las págs. 245 a 247 tal como las editó en castellano la Editorial Katz (Bs. As., 2007), del cual he eliminado sólo partes de algunas frases y aquellas notas que no consideré significativas para mi propio objeto o eran puramente bibliográficas -he omitido incluso la señal numérica de esas notas en el texto. Por el contrario, he reproducido de igual modo aquellas que he considerado sustanciales, por lo que incluso aparecen aquí con su numeración original. Asimismo, me he permitido añadir una aclaración allí donde pareció conveniente para situar al lector respecto de un texto acotado. Todas esas intervenciones aparecerán indicadas en color rojo mediante los paréntesis de rigor.

Lo que sigue, en consecuencia, responde a los propósitos generales del ensayo y en concreto a dibujar una faceta particular de la práctica científica real en tiempos de su legitimación, el Renacimiento; una faceta que, a mi criterio, sigue estando presente en la práctica de hoy, agravada incluso, aunque sin abarcar por ello ni la totalidad del problema ni lo a mi juicio más significativo salvo por la consecuencia que se desprende del oportunismo que contiene, lo que indica lo secundario del rigor frente a los aspectos más determinantes de la conducta y los objetivos que se perseguían, concretamente los correspondientes a los terrenos histórico y social, en los que se centra el ensayo donde he desarrollado la cuestión hasta donde he sido capaz. Todo esto debería hacer esta exposición un tanto perturbadora... al tiempo que leemos, autocomplacientemente, como si de divertidas ocurrencias se tratasen las "soluciones" a las que se apela para triunfar en la polémica, haciendo caso omiso de que hoy esto se ha llevado ya mucho más lejos y de maneras incluso más penosas y mediocres. Y, se quiera admitir esto o no, dejando como antes en evidencia la falsa conciencia que tiene de sí mismo el cientificismo.

Poco más creo que sea necesario añadir (y si lo hago es por puro recochineo a continuación del mencionado texto). Sé que cada lector sacará sus propias conclusiones o elegirá ignorarlo todo: yo consideraría una pretensión utópica en grado extremo suponer que un texto pueda tener de repente unos poderes que sólo algunos tuvieron en circunstancias favorables y siempre sobre casos individuales que ya estaban preparados para ser conmovidos... Y sin embargo, lo confieso, me encantaría que algo así ocurriera.

En cualquier caso, aquí está Biagioli sin más preámbulos:


"Dada la relación que establece Galileo entre el movimiento y la estructura de la materia, no puede aceptar la hipótesis aristotélica de que los fluidos presentan una resistencia finita al movimiento. por lo tanto, la conducta de la superficie acuática se convierte en un problema mayúsculo para la teoría galileana de la flotabilidad y su concepción atomista de la materia. En efecto, dicha conducta se puede tomar como prueba de que la resistencia que el agua ofrece a los cuerpos flotantes no es para nada infinitesimal. Asimismo, esto demostraría que, al menos en la superficie, el agua no responde como una entidad compuesta de partículas contiguas sino más bien como una entidad de composición continua. Resulta interesante que el único postulado de Arquímides en su tratado Del equilibrio de los cuerpos en los fluidos presente una concepción de los fluidos en tanto "continuos" (probablemente utilizado como sinónimo de "isótropos"). En efecto, lo que le interesa al griego es la hidrostática más que la causa del movimiento de los cuerpos en el agua y, por ende, no necesita supuestos adicionales sobre la estructura de la materia, a diferencia de Galileo.

"El vínculo inseparable entre el debate sobre la teoría de la flotabilidad y la polémica sobre la estructura de la materia queda expuesto con total claridad cuando se observa que la teoría aristotélica de la flotabilidad también da por supuesta una noción específica de la estructura de la materia, opuesta a la de la Galileo. Los filósofos de la Liga critican la concepción atomista de Galileo sobre la estructura del agua con firmeza y con cierta repetición un tanto histérica. No sólo comprenden la simbiosis entre la teoría de la flotabilidad de Galileo y su atomismo, sino que también se sienten obligados a detener la amenaza atomista (y el correspondiente valor del vacío) que pone en peligro su propia concepción del mundo. En simetría, la idea de continuidad de la materia se adapta muy bien a la explicación aristotélica de la flotabilidad. En primer lugar, la noción de un medio contiinuo se combina con la necesidad de que el medio oponga una resistencia finita para mantener el pie la teoría general del movimiento postulada por Aristóteles. En segundo lugar, la idea de una especie de "piel" continua que envuelve el agua sirve para explicar la conducta de la planchuela de ébano, que flota sobre el agua pero no asciende si se la sumerge directamente en el fondo del recipiente.

"El sistema aristotélico es mucho más apto que el atomismo galileano para dar cuenta de la tensión superficial. Este fenómeno puede presentarse dentro de ese marco como resultado de una necesidad del elemento acuático, que, para conservar la cohesión y su lugar natural, necesita evitar que otros cuerpos lo dividan y lo desplacen (124). Dado el carácter teleológico del sistema aristotélico, no resulta difícil entender que tal resistencia al movimiento se refuerce justamente en el punto donde el agua linda con otro elemento, como el aire. La tensión superficial puede relacionarse en términos conceptuales con el "lugar" natural del agua como elemento y con sus límites, de manera tal que el fenómeno resulte ser un efecto "natural" de las propiedades de dicho elemento.

"La teoría aristotélica del movimiento adquiere entonces mayor coherencia conceptual gracias a la noción de la materia como un todo continuo, que además ofrece según sus adeptos una explicación razonable para la incapacidad de la planchuela de volver a la superficie tras haber sido sumergida a la fuerza. Para los aristotélicos, la solicitud de colocar el objeto en el fondo del recipiente no tiene sentido. Mientras que para Galileo el peso específico (y, por lo tanto, la flotabilidad) no de pende de la posición del cuerpo en el medio, para los aristotélicos, la flotabilidad depende de la resistencia del medio, y estos pueden argumentar razonablemente que la superficie del agua tiene propiedades diferentes a las del resto del líquido (125). Por lo tanto, lo suyo no es una mera estratagema para evitar el marco experimental propuesto por Galileo. En efecto, pueden justificar su negativa con argumentos que, juzgados dentro de su propio sistema no son ad hoc. Si se lo concibe en este marco conceptual, el experimento de Delle Colombe no sólo se adecua al caso particular de la disputa, sino que también sirve para fusionar una serie de componentes fundamentales del sistema aristotélico en su totalidad. Es más, el concepto de tensión superficial les permite al mismo tiempo confirmar sus argumentos y poner en crisis el atomismo de Galileo, que a su vez constituye un elemento esencial de las teorías galileanas sobre el movimiento y la flotabilidad. En síntesis, tanto Galileo como los aristotélicos tienen sus propios "sistemas", con puntos fuertes y débiles. Así, el experimento de Delle Colombe resulta particularmente eficaz porque al mismo tiempo destaca la rigurosidad del sistema aristotélico y pone en evidencia a única debilidad, limitada pero devastadora, del sistema galileano.

"No es sino hasta la mitad del Discorso que Galileo retoma la cuestión del debate, aún sin nombrar a sus adversarios, y propone una interpretación arquimediana del experimento de Delle Colombe, que según él es "el punto principal de la presente cuestión". Para ello, prepara el terreno refutando el ataque de Bonamico contra Arquímedes. De acuerdo con Bonamico, el hecho de que un jarrón de arcilla pudiera flotar sobre el agua daba por tierra con el principio de Arquímedes ya que ofrecía el caso de un objeto con peso específico mayor al del agua que aún así podía flotar en ella, pero se hundía se lo llenaba de agua. Esto último se contradecía con el principio arquimediano, puesto que el agua no tenía peso alguno sobre el agua y, por lo tanto, no podía cambiar la flotabilidad del jarrón.

"Para refutar a Bonamico, Galileo afirma que aquello que flota no es el jarrón en sí mismo, sino el conjunto de la arcilla y el aire. Dado que el peso específico de esta suma de elementos resulta menor al del agua, la flotabilidad del jarrón no se opone al principio de Arquímedes. Más adelante, Galileo aplica el mismo tipo de razonamiento para analizar el experimento de Delle Colombe: (...) "por razón de un accidente tal vez hasta ahora no observado se viene a unir (el aire) con la misma planchuela, que ya no queda más pesada que el agua..." (...).

"El "accidente hasta ahora no observado" es, según Galileo, otro "descubrimiento" que torna la situación más ventajosa para él: si uno observa de cerca la planchela de ébano que flota, puede advertir que ésta no se encuentra exactamente al mismo nivel del agua, sino un poco más abajo. Es como si se formaran unos diques diminutos (arginetti) para evitar que el agua cubra al objeto. Como en el caso del jarrón de arcilla, entonces, lo que flota no es el ébano sino un compuesto de aire y ébano. De esta manera, el principio de Arquímedes sobre la flotabilidad queda intacto. Los aristotélicos deben dejar de sostener que el experimento de Delle Colombe refuta la teoría de Arquímedes. Muy por el contrario, la confirma.

"Sin embargo, Galileo parece sufrir un olvido importante en materia estratégica. Como señala el Académico Anónimo, en el caso del jarrón, la superficie exterior de arcilla es la que actúa como una especie de muro de contención y evita el ingreso del agua, pero en la planchuela de ébano no hay ningún elemento comparable a éste (129). La repetida omisión de la causa de formación de esos "diques diminutos" expone la gravedad de las dificultades que le presenta el experimento de Delle Colombe a Galileo. Cuando se ve conminado a hablar sobre el asunto, adopta una postura que podría definirse como positivista: sea cual sea la causa de la formación de esos "diques" ellos están ahí, se los puede observar y se puede comprender así que posibilitan la flotación según el principio básico de Arquímedes (130)."


(Notas seleccionadas de entre las apuntadas por Biagioli en el texto reproducido:)

(124) De acuerdo con Di Grazia, la conducta de la superficie del agua refleja "deseo de conservarse". Asimismo, este autor invoca una cita de Aristóteles según la cual los cuerpos continuos tienen a propiedad de resistirse a la división. En el mismo sentido, Delle Colombe sostiene que el carácter continuo del agua es lo que explica la formación de "diques diminutos" en torno a la planchuela de ébano. Además, le pregunta a G por qué se pueden formar burbujas en los medios continuos como el agua y no así en los contiguos, como la arena, ya que éste había tomado la arena como modelo para las sustancias contiguas como el agua.

(125) Si la tensión superficial tenía como causa la tendencia natural del agua a volverse sobre sí misma, es decir, a evitar que su lugar se viera ocupado por objetos compuestos de elementos ajenos (cuyo lugar natural era otro) entonces los aristotélicos tenían motivos suficientes para rechazar la regla de Galileo que pretendía empapar los cuerpos o sumergirlos en el fondo del recipiente. Para Delle Colombe, la reacción del agua contra la sequedad del objeto (una propiedad perteneciente a otro elemento) era evitar que este se hundiera. Por lo tanto, la pretensión de Galileo de que se lo mojara era inaceptable. Si el cuerpo estaba mojado, entonces el agua ya no lo percibiría como ajeno y permitiría que se sumergiera: "puesto que es más pesada que el agua, si se la hundiera, ¿qué otra cosa podría hacerla volver a flote?". (...) Di Grazia también deja claro que, para él, el interior del agua no se comporta de la misma manera que la superficie: "la planchuela de nogal del Signor Galileo no reposa en el fondo porque no encuentra allí la resistencia que si se halla en la superficie, es decir, aquella que depende del deseo de conservación del agua".

(129) "Dado que los muros del jarrón prohiben que el agua fluya con naturalidad, esta conserva su unidad muy fácilmente...", etc. (de los argumentos esgrimidos por el Académico Anónimo)

(130) En su respuesta a la crítica del Académico Anónimo sobre la explicación de los "diques diminutos", Galileo no logra encontrar ningún contraargumento válido y escribe que "las cosas son así". Etc.


(hasta aquí el texto de referencia)


Por otra parte, he crreído igualmente provechoso añadir algunas de las observaciones que Biagioli hace unas páginas más adelante (ibid., págs. 255-256), sacando y provocando conclusiones que imponen una ruptura con los enfoques dominantes:


"Desde una perspectiva actual, podría pensarse que Galileo, como Copérnico, tenía la razón, en tanto sus teorías están conectadas genealógicamente con las que se sostienen como ciertas hoy en día. Sin embargo, esas teorías, se publicaron cuando aún no habían alcanzado un grado de articulación libre de anomalías e interrogantes que pudieran problematizar su aceptación. El experimento de Delle Colombe, por ejemplo, podía concebirse como una refutación de la teoría galileana aún después de que Galileo hubiese intentado, sin demasiado éxito, agregar la hipótesis de la virtud magnética y otras hipótesis auxiliares para superar esa falla. Se podría afirmar que el peligro de la mortalidad prematura, muy común entre los paradigmas nuevos e inarticulados, no se contrarresta dialogando con los opositores sino aplicando una serie de tácticas destinadas a ganar tiempo para poder articularlos mejor.

"De hecho, no es para nada evidente que Galileo haya querido dialogar con los aristotélicos, y mucho menos en los términos de ellos. En realidad, lo que pretendía era doblar la apuesta agregando toda suerte de elementos filosóficos, metodológicos y cosmológicos a su teoría inicial de la flotabilidad. Al hacerlo, no tenía la expectativa de convencer a sus adversarios sino de presentar y consolidar su propia alternativa filosófica.

"Los aristotélicos, por su parte, adoptan una táctica parecida. Para confrontar la alternativa galileana, vinculan de todas las maneras posibles el experimento de Delle Colombe con la cosmovisión de Aristóteles. Y cada vez que pueden, tratan de desestimar la cosmovisión de Galileo, ya sea aformando que no es un sistema coherente en lo más mínimo o acusándolo de ser ilegítimo. En particular, sus tácticas toman la forma de críticas contra las definiciones de Galileo, cuestionamientos de la legitimidad cognitiva del método matemático y acusaciones de petitio principii y elaboración de argumentos ad hoc.

"El Académico Anónimo, por ejemplo, responde lo siguiente al ataque de Galileo contra la teoría aristotélica del movimiento basada en la composición elemental de los cuerpos:

...se posa al menos sobre fundamentos mucho más seguros y sensatos que las opiniones de Galilei, las cuales, tras un magnífico dispositivo de objeciones a Aristóteles, diversas experiencias y nuevas demostraciones, se dejan ver a primera vista como pomposas y elegantes; mas, si se las analiza en detalle y se las estudia bien, las objeciones se derriten, las experiencias vacilan o se descubren más los efectos particulares que las razones de las cosas, y las proposiciones y pruebas matemáticas no llegan a demostrar la fuerza y las verdaderas razones de los fenómenos naturales.

"Di Grazia es aún más categórico que el Académico Anónimo cuando se refiere a la brecha cognitiva entre la filosofía y las ciencias matemáticas:

Antes de considerar las demostraciones del Signor Galileo, nos pareció necesario demostrar cuán lejos de lo verdadero se encuentran aquellos que con razones matemáticas quieren demostrar las cosas naturales. [...] En efecto, yo digo que todas las ciencias y todas las artes tienen sus propios principios y sus propias razones, por las cuales demuestran los accidentes específicos del propio objeto. Por lo tanto, no es adecuado con los principios de una ciencia tratar de demostrar los efectos de otra, de modo tal que delira aquel que se persuade de querer demostar los accidentes naturales con razones matemáticas, dado que estas dos ciencias son diferentes entre sí. De hecho, el filósofo de la naturaleza [scientífico naturale] considera las cosas naturales que tienen movimiento por su esencia propia, mientras que el objeto de las matemáticas se abstrae de todo movimiento.

"Unas páginas más adeante, Di Grazia aplica esta distinción metodológica para desestimar una demostración de Galileo, precisamente porque "quiere demostrar las cosas naturales con razones matemáticas". Al final, pasa de criticar la invasión de una disciplina ajena que implica la teoría galileana de la flotabilidad a cuestionar con insidia las calificaciones de Galileo como filósofo: "Desearía que el Signor Galileo adoptara un poco más de modestia filosófica, ya que se adorna con tal título y después no actúa conforme a él".

"Delle Colombe también subraya la brecha cognitiva entre la filosofía y las ciencias matemáticas como ya lo había hecho en su obra Contro il motto della terra. Cuando escribe Discorso apologetico, vuelve sobre el mismo punto al afirmar que si uno tuviera que elegir entre Aristóteles y Arquímedes, no debería tener ninguna duda."


* * *


Quiero sugerir, tímida aunque capciosamente por supuesto, que, según ellos mismos entendían, los aristotélicos las prácticas que llevaban a cabo en el campo de la ciencia en sentido estricto eran ciertamente metafísicas y que como tales seguían estrictamente el método que que definiera como científico su ancestral y reconocido maestro Aristóteles, al que intentaban ser fieles al máximo, es decir, ser tan o más científicos en un sentido moderno que lo que demostraba ser Galileo con sus apelaciones fantásticas (y oportunistas) al servicio de sus tesis igualmente científicas aunque incompletas y contradictorias.

Indudablemente: la delimitación de lo que es y no es ciencia y por extensión lo que es y no es el método más excelente para obtener conocimientos, es algo que tiene más que ver con los títulos de legitimidad que se extienden o se pretenden extender desde el propio dominio de cada disciplina que con un supuesto e imposible punto de vista estricto; es decir, que responden a los intereses de la logia de la que se trate en cada caso (lo que no significa que sus prácticas, metódicas o no, no produzca, también, conocimientos).

Y con esto: doy por concluído lo que pretendía decir con el ensayo.




viernes, 22 de enero de 2010

Una lanza rota por el pensamiento occidental (6): "Conclusiones"

¿Qué queda, en todo caso, que se pueda concluir tras este esfuerzo que he llamado presuntuosamente ensayo, aunque más por su carácter tentativo que por sus pretensiones, y que debió haberme servido más a mí mismo que a quienes hayan podido leerlo?

¿Qué más allá de mi denuncia documentada contra el dogma más paradigmático de nuestro tiempo: el que caracteriza al cientificismo por su fe en el papel emancipador y mesiánico de La Ciencia; un dogma que sólo secundariamente, o en un segundo plano, ha conseguido ser un auténtico aglutinante social a pesar de las pretensiones y los sueños de sus sostenedores, aún latentes a pesar de todo, que consideraron y consideran una inevitable promesa de futuro la emergencia del mesías colectivo que desde el control absoluto de la sociedad convertirá a todos los hombres en "investigadores" -que no ya en "reflexivos"-; un dogma que se conserva siempre incapaz de ir más allá de los deseos debido a su idiosincrasia ambivalente y que por fin sólo ha reservado para sus sostenedores el rol de proletarios especializados en una sociedad cada vez más burocratizada, como ya he explicado y documentado en diversas ocasiones, y que por fin ha reducido los resultados de su práctica (los resultados de la investigación) a la función fundamentalmente política que a fin de cuentas tiene toda práctica inventada por el hombre, como también explicara abundantemente; un dogma que debe traicionarse para llevar a cabo estos roles sin cuyo cumplimiento esos investigadores quedarían fuera de La Ciencia tal y como ha sido instituida, es decir, tal y como existe dentro de las Universidades e Institutos, etc.?

¿Qué, además de volver a señalar la mezquindad disfrazada de altruismo y sabiduría, virtud y sentido de la justicia, amor a la cultura y a la humanidad, tras la que marcha impertérrito, siempre dispuesto a mentir, tergiversar, autoengañarse, traicionar... para que se siga "investigando"? ¿Qué, además de denunciar la última justificación, la justificación política por excelencia del Occidente bienpensante, que junto con el Progreso se inviste de Libertad siendo en realidad poco más que una apariencia que se denominó Democracia Moderna, una de los dos más sofisticadas promesas desconcertantes inventadas hasta ahora por el ser humano (la otra es obviamente el Comunismo); una justificación con la que estableció tras el aparente colapso de aquella utopía publicitaria y hasta nuevo aviso un verdadero matrimonio de conveniencia que le deja del botín algo más que un mezquino plato de lentejas por el cual se prestan a servir a los mitos principales (ya sea la manida "sociedad abierta" como la "justicia social" y el "bienestar" en que ponen su pie izquierdo... a pesar de todo lo marchado)? ¿Qué, por fin, sino señalar los cambios que se han ido produciendo a lo largo de la más reciente historia y que han dejado cada vez más en los huesos, cada vez más menguados como las caras de una piel de zapa, los alcances efectivos de promesas mencionadas en las que el mito y el dogma se fundan: un fenómeno que además de convertir a los investigadores en proletarios especializados deja pone al desnudo las mentiras del racionalismo, del progreso, de la justicia, de la felicidad, etc.? ¿Qué sino señalar por tanto la función encubridora que realiza hoy La Ciencia de la marcha burocrática global, ciertamente seudoracionalista, seudoideológica inclusive, una función cada vez más distante de su papel ideal, nunca seriamente desempeñado, una función que se reduce en lo político (lo decisivo) a proveer cada vez más en exclusiva de iconos y slogans publicitarios a la burocracia gobernante (1) bajo la forma de la divulgación multimedia y la confección de simples estadísticas, cálculos y curvas cada vez más amañadas, más "embarradas por el polvo del camino" como debe estarlo todo, ya sean las referentes al políticamente necesario "cambio climático" como a la Economía, a la Educación, a la mortandad infantil, a la vida media o a la "evolución" de las costumbres...? ¿Qué sino que, por su propio carácter y sus servidumbres internas, la ideología que hace eje en la práctica científica como práctica mesiánica, acaba poniéndose cada vez más a sí misma en tela de juicio o en cuestión al suministrar ella misma, como subproductos de su práctica fragmentaria y contradictoria, las evidencias que lo debilitan como mito y como ideología al punto de encontrarse ante la diyuntiva de ser una pura herramienta de la lucha por el poder (lucha despojada ya de toda promesa mesiánica en tanto el objetivo es el poder mismo y su método la fuerza bruta) o de convertirse en un enemigo a ser reducido por la fuerza o a ser ahogado mediante el estrangulamiento de fondos para su desarollo? (2) ¿Qué, por tanto, en consideración a esas contradicciones que, a su vez, reproducen los mismos interrogantes explosivos que desearía prohibir o, mejor aún, extirpar, porque atentan contra la perfectibilidad de esos roles, unos interrogantes que derivan constantemente a esos ámbitos que en un extremo opta por ignorar: la filosofía y la sociología del conocimiento?

¿Qué, por fin, desde el punto de vista de nosotros, los que nos apenamos sin remedio -¡a pesar de todo!- de que las cosas sean como son y al mismo tiempo no buscamos apaciguar nuestro dolor por medio de consuelos, es decir: al tiempo que asumimos no sólo que somos impotentes (ay, que nuestro propio proyecto instintivo de reconstruir o reordenar el mundo -claro: siempre en base a lo él ha hecho de nosotros- es un proyecto imposible) sino que todo lo habido, todo lo que hay y todo lo por haber, fue, es y será una comedia que se va escribiendo por todos sobre la marcha (aunque siempre ha habido, hay y habrá unos más escritores que otros), en donde lo único real es que hay unos que quieren dirigirla creyendo y sugiriendo que van hacia alguna parte, aunque actuando sólo por las expectativas de comodidad que ofrece el poder y la amenaza complementaria de ser ellos los condenados a perderlo todo, o lo que les parece y viven como tal todo, y los que se suman como sus fieles a la sombra de las promesas de seguridad que ellos no se consideran capaces de alcanzar por sí mismos, siervos voluntarios que diría Le Boitie... siervos quizás sin más alternativa en este "infierno de los vivos" que "habitamos todos los días, que formamos estando juntos", en las palabras de Italo Calvino, y que nos dejaría sólo "Dos maneras (...) de no sufrirlo, la primera (...) fácil para muchos (de) aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda (...) peligrosa y (que) exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es el infierno, y hacerlo durar y darle espacio", algo, en fin, que conduce a conservar una esperanza en progresivo deterioro?

Pues, por una parte, que el post de J.L. y todas sus manifestaciones posteriores debidas a la puesta en marcha de la discusión, así como el posterior post que me dedicara Santiago que a su vez originó más comentarios, no fueron sino una pequeña muestra, aunque muy representativa, de esa servidumbre voluntaria aunque semi-inconsciente que se ha instalado entre la nueva, actual y extendida intelectualidad proletarizada que se dedica "a la ciencia" (la misma en la que Sainte Beuve se supo ver aherrojado en el XIX de manera acelerada, como nos cuenta Lepenies, op. cit.) bajo la forma de una falsa y vergonzosa esperanza, una esperanza sin voluntad que se expresa no diciendo nada sustantivo ni proponiendo otra acción, otra práctica social que la de esperar una respuesta favorable desde las instancias gubernamentales y desde el resultado de la confrontación entre las facciones burocráticas, a ser posible dentro de los marcos pacíficos de la representatividad instituidos -y violados a la vez-, los de la democracia occidental que rige en el primer mundo del que hablamos, es decir, del escenario donde se ha enraizado su mezquina vida.

En esos subespacios de la blogsfera democrática y cientificista, esas voluntades se suman al coro que acompaña a la marcha decidida y por fin al parapetarse del Thermidor postmoderno que se sitúa en la cumbre de la insignificancia agitando in extremis banderas de contenidos intercambiables, iconos sin sustancia cedidos por el racionalismo, el humanismo, el altruismo, la solidaridad o la justicia, social y de la otra (todo con los colores del positivismo, del materialismo, del progresismo, etc.); lo que para que sea alcanzado, mantenido y eventualmente superado, exija a sus discursos una reducción cada vez más apretada, un vocabulario cada vez más estrecho y menos riguroso, unos objetivos cada vez más circunscritos al entretenimiento que a la elucidación... Como John Stuart Mill observara que se iba imponiendo en el funcionamiento de la democracia política, también es el ámbito de la Ciencia: "desaparece cada vez más de la mente (...) la idea de oponerse a la voluntad del público" (3), lo que no es sino una manera de referirse al firmamento que se nos impone a todos como dominante, como magma imaginario construido históricamente por todos a impulsos de la idiosincrasia humana. Porque no por casualidad los defensores de la popularización de la ciencia llaman democratizadores a sus esfuerzos proselitistas. Ni es casual que discutan en términos de lógica formal o de retórica... convencidos de que obtendrán alguna pobre victoria o algún nuevo adepto...

Pero esto no sólo es una muestra de la indiscutible posición dominante del cientificismo en su deriva posmoderna actual. Bajo la feroz e irresistible impronta, en primer lugar en lo que se considera La Política propiamente dicha pero no sólo, del tacticismo postmoderno, esa creciente reducción de lenguaje y contenido alcanzado por el positivismo y el racionalismo en todas sus manifestaciones diciplinares ha inaugurado, al abarcar el espacio cultural por entero, una nueva etapa que debe ser elucidada, una etapa donde predominan los procesos de simbiosis entre los dos cuerpos sociales que confluyeron en su día en el proceso revolucionario para cerrarle a este tipo de procesos toda posibilidad de repetición en el futuro: la burocracia (capaz de gobernar) y la intelectualidad (que le suministraba los slogans). Fin de toda ilusión revolucionaria a cambio de una repugnante pero al parecer inevitable deriva hacia el colapso.

Esa elucidación se hace inseparable de la elucidación global de nuestra sociedad e incluso de la elucidación acerca de los fundamentos de toda interrogación humana (o filosófica) y de toda construcción y movimiento (esto es, de la ciencia, la tecnología, la opresión y la guerra). Es más, creo que esa elucidación se hace posible hoy, precisamente, en la medida en que esa simbiosis deja cada vez menos espacio para quien pretenda seriamente responderse hasta las últimas consecuencias; en la medida que esa simbiosis deja fuera a algunos insatisfechos y exprime las neuronas de la imaginación entre los pliegues de su piel de zapa.

Por ello, sus discursos no pueden ni deben ser tratados como ellos pretenden, como discursos puros o en sí, integrantes de la caverna impoluta o virtuosa (divina) de las formas conceptuales resultantes de la racionalidad humana que necesita justificarlo y ensamblarlo todo para no perderse en el vacío. Esos discursos, en todo caso desgajados de trabajos intelectuales serios y honestos, no son ya más que jirones de banderas combatientes en las infinitas batallas mezquinas que se libran en nombre del poder por el poder en todos los recovecos de la sociedad jerarquizada y fragmentada, batallitas que producen como mucho aquel centenar de seguidores y que en los hechos no hacen más que ayudar, con sus marcajes adicionales y su contribución cada vez más contumaz al ostracismo de "los divergentes" o "excéntricos" para beneficio de los verdaderos actores de las verdaderas batallas: las que se libran en el seno del poder , y no en los alrededores ruidosos, vociferantes, sangrientos y llenos de fanatismo inútil, para la sustitución de sus personificaciones ocasionales (4).

¡Hoy lo podemos ver... o, mejor dicho, lo podemos volver a ver y, en realidad, con una contundencia trágica, aunque, también, desde una soledad notable... y tal vez insuperable!

Por ello, resaltar esa muestra de lo que se cocina, y haber intentado desmontar la faceta amable de la Ciencia y del Racionalismo, faceta que nos acuna y nos seduce con su canto de sirenas, que nos corrompe con el peso de su inercia y su capacidad para alejar de nosotros, los occidentales y más acomodados de este mundo el doloroso caliz del sufrimiento inmediato, y ante cuya falsedad ya había alzado la voz aunque no lo suficiente (subproducto indiscutible del vano pero irresistible deseo de querer cambiar el curso de las cosas, de establecer el propio dominio bienintencionado... conducente sin embargo al mismo infierno), acaba de parecerme un esfuerzo no excento de sentido.

En todo caso, quedará enterrado aquí, en el hiperespacio de la blogsfera, como tantas miles de denuncias de todo tipo y grado de enjundia que corren igual suerte, dando señales de vida a golpe de oleaje, palpitando a destiempo como una botella arrojada al océano con un mensaje desgarrador dentro que reitera la disposición a "no callar", o como la lucecita de un led alimentado a pilas capaz de titilar hasta que la pila se agote...

Wittgenstein pedía que se dijera sólo aquello de lo que se podía hablar, y nosotros, hablando de ello y tan claramente como el lógico-ingeniero agrónomo podría haberlo exigido, somos conminados a "callar" igualmente; a "callar" en nombre no de la "claridad" ni de lo que "se puede" y se debe hablar para comprender lo que sucede, sino... en nombre de la nada, del dogma, del miedo, de la mezquindad...

Callar para que se hable... de nada que sea claro, de nada que signifique algo, de nada que responda a un contenido (5). En todo caso: que se hable sólo para entretener (el lema se encuentra a cada rato como un puro slogan, como valor en sí y por encima de todo, ocultando su peligrosidad).

La marcha hacia la posmodernidad o la posmodernización creciente de la sociedad cada vez más burocratizada en paralelo, acabó haciendo de lo inexpresado e inexpresable la mismísima realidad en la que se encerró la vida, como haría con una parte de ella una auténtica burbuja, y mientras iba reduciendo sin rubor lo que se podía expresar al desconcierto (6).

No es de extrañar que algunos miembros de lo más honesto de la intelectualidad humanista remanente y rediviva (Alain Finkielkraut y Guy Debord, Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, Cornelius Castoriadis y Claude Lefort... entre otros) se alzacen indignados contra la extrema virulencia de la decadencia (la "aniquilación de la significación") que con mucho acierto ven amenazar de muerte las perspectivas deseadas de una "Ciudad Buena" con la que (lo reconozco) cuesta dejar de soñar (aunque cada vez a más distancia de los más ingenuos, es decir, de los émulos de aquellos revolucionarios legendarios y que parecen estar dispuestos a luchar por el poder incluso desde la nada y el vacío) y que los lleva a reclamar, invocar apenas impotentes, la puesta en pie de la bandera hecha jirones del pensamiento occidental idílico que calentó los estómagos inquietos y sensibles de La Rochefoucauld, de Goethe, de Forster, de Sainte-Beuve... y que, escapando de la crítica como un fantasma inaprensible, resucita una y otra vez, en un Albert Camus o en un Walter Benjamín, en un Michel Foucault o en un Leo Strauss, todos seducidos en parte pero insatisfechos y sobre todo frustrados... En fin, en todos los que, en los momentos álgidos, vieron extenderse la noche de los tiempos y llegaron a expresar todavía el esperanzador deseo de que el ave de Minerva emprendiese de una buena vez el vuelo (7). Los que se resisten a resignarse optando por la ironía generalizada o los que "tomaron la palabra a la ciencia" y construyeron, construyen, construimos, "proclamando la identidad de razón y dominio, (...) doctrinas despiadadas" que resultaron "más misericordiosos que los lacayos de la burguesía", como sostuvieron Adorno y Horkheimer refiriéndose, de una manera indudablemente cargada de ideología -en este tema poco relevante-, y con un lenguaje notablemente nietzscheano, a los racionalistas ilustrados y a los conservadores, tal como según ellos arremetieron tanto Nietzsche como a su manera Sade, salvaron "la confianza inquebrantable en el hombre que es traicionada día a día por toda la aseveración consoladora" (8).

Eso, en fin, explica por qué, a pesar de mi pesimismo dionisíaco, he convenido (convenio entre mi sensibilidad y mi conciencia) romper esta "lanza..." (lanza o quizás haz de lanzas) "por el pensamiento occidental" que unos y otros han despreciado y traicionado sistemáticamente, fuese desde su convicción religiosa tradicional como desde el ilustrado racionalismo y su secuela posmoderna venida a menos, todos los que, en nombre de su particular "humanidad única" se lanzaron a exterminar a los "salvajes" que se negaban a avanzar según sus ritos, todos desde su dogma justificatorio de lo que no se puede reconocer ante los demás: que se los pretende someter. Los que hoy no leen, y menos bien, salvo los digestos realizados por sus gurus más predilectos, como los Marx, los Mises o los Hayek, los Dawkins o los Denet... Y, claro, cito sólo a los que todavía son valores de referencia y tienen seguidores militantes considerablemente organizados (en institutos o en revistas cuando no en movimientos o protopartidos).

Bueno... del pensamiento occidental pero también del oriental (y hasta aquellos más remotos y extranjeros) al que muchos, penosamente y con un falso espíritu inclusivo y la justificación de tolerancia por delante, hoy saquean sin contemplaciones, tomando de sus mitos, hoy obsoletos e inservibles hasta en ese Oriente occidentalizado donde han sufrido la misma metamorfosis que la que experimentó el cristianismo (burocratizándose, posmodernizándose...), aquellos iconos útiles, en unos casos (los más honestos, supongo), a modo de refugios desesperados o como simple fuente de slogans y banderas alternativas (los más utilitaristas) que hacen de coro quintacolumnista de la penetración de esa burocracia oriental supuestamente más auténtica. Un fenómeno que ha comenzado a ser explotado por los jefes políticos del tercermundo más ambicioso y emergente y notablemente por los jefes de las diversas escuelas del Islam. La referencia. por tanto, sigue apuntando a las "culturas mediterráneas" que acabamos asimilando a "Occidente" o a eso que llamamos cosmovisión judeo-cristiana: en cualquier caso, al racionalismo que se ha incorporado como argamasa decisiva del firmamento dominante de valores de referencia (o "magma de significaciones imaginarias", como lo denominara Castoriadis) de todas las sociedades jerarquizadas (donde impera la división entre trabajo y no-trabajo físicos, o entre productores y gestores si se prefiere decirlo así); demostrando su superioridad sobre lo místico para dar solidez o legitimidad a esa situación (hoy en su tal vez máxima, tal vez "última", escalada bajo la forma de la mencionada democracia representativa en decadencia que todos quieren justificar y al mismo tiempo violan).

Por ello me resisto a incluir al positivismo en mi lista del Pensamiento que considero digno de ser reivindicado, aunque sí incluiría en parte al materialismo, al naturalismo y al racionalismo, así como al idealismo en general. La razón es simple: por una parte, yo no propongo "superación" alguna que consideraría ficticia y formal, y, por otra, comprendo mucho más o me siento más cercano del tipo de ser humano que trata de evitar la angustia mediante la fantasía que del que propone como soluciones el silencio y la resignación, la laboriosidad y los buenos modales, el respeto incuestinable de La Ley... ¡Qué le voy a hacer!

El positivismo (y el cientificismo en el se inscribió y que hoy adopta formas posmodernas y relativistas) se adjudica la última palabra acerca de la Ciencia (en realidad, mediante un trabalenguas del que no escapa), pero la práctica de la ciencia, como toda práctica humana, se rebela y desdice el encorcetamiento, dando incluso resultados que hacen tambalear no ya los "modelos" interpretativos que se suceden y la rigidez del "método" sino todo el edificio o fortaleza dentro de la que una y otra vez se cuela el caballo de Troya de la incertidumbre, de la perplejidad, de la interrogación metafísica, de la rebeldía ante la incomprensible y absurda realidad sin meta.

Por eso, respondiendo a la conciencia que construyo y que me es posible en mis circunstancias, yo intento desmenuzar los mecanismos que observo de manera inteligible y que definen el curso de las cosas; repito: tal como puedo verlos y hasta donde sea capaz de verlos. Y, parte de ese mecanismo a mi criterio, es el conjunto de ese pensamiento humano en todas sus formas que aparece o emerge como resultado. Un resultado que no puede ser en lo básico más que un arma de supervivencia que toma como tal diversas formas, tornándose desde un instrumento de consuelo hasta... un arma de dominación a cualquier precio, pasando por una herramienta de orientación (y por tanto de saber o de conocimientos). Y ese abanico de facetas, todas unidas en el vértice que permite su despliegue, unos y otros hombres encuentran aquella que más se sienten capaces de asumir, de hacer su eje de valores o de conducta. De ahí que a muchos nos repugne irremediablemente, ¡qué le voy a hacer!, el uso de la Fuerza bruta como arma de supervivencia y no en cambio la capacidad de persuación que se basa en la acumulación de conocimientos abstractos y dominio del discurso hablado y escrito... Pero el objetivo es el mismo, y lo tenemos que reconocer alguna vez.

Intento, en fin, señalar así la absoluta ausencia de valores absolutos que son los que se enarbolan con el fin de ocultar ese objetivo innato y que lleva siempre a su propia tergiversación; para quien dice tener en sus manos La Verdad al tiempo que subrepone a ella (a la propia Verdad que dice defender) su verdadero objeto -el poder por el poder- y la táctica que le permitirá conservarlo o conquistarlo, no le puede quedar otra alternativa... salvo que las condiciones le permitan alcanzar una conciencia que se lo ponga al desnudo y que en tal estado consiga repugnarle (¡esto, en determinadas condiciones que suelen estar en el límite de la frustarción -frustración de la propia voluntad de dominio-, se produce: así de imperfecta y, en este caso, de excesiva es nuestra facultad de reflexión!; y esto se puede ver claramente en los niños, como ha desvelado la psicología evolutiva de la que tantas conclusiones felices pueden extraerse).

Los que nos engañaron siempre o han querido hacerlo y lo siguen pretendiendo, para lo cual necesitaron engañarse antes a sí mismos, empezando por creer haber hallado el camino al cabo del cual podrán llegar a convertirse en dioses, tal y como habría sido escrito el día en que naciera la conciencia humana de la que se sienten sus mejores o más elevadas expresiones, han determinado el rumbo extraño y complejo que ha seguido la humanidad (esto se ve a las claras en todas las religiones antiguas, como la judía y la hindú). Una vez que comenzaron, todo se convirtió en imparable y la complejización se tornó el único sendero imaginable. En nombre de una posición dominadora, se han erigido La Ley, el Dogma y la Justificación racional. Y cada vez nos hemos internado más y más en la selva, abandonando el margen bucólico del río donde, no obstante, la vida humana no habría podido contentarse ni lo podrá probablemente nunca...

Claro que, si se pudiera actuar y pensar, pensar y actuar, al margen de toda referencia valoradora o legitimadora de la eficacia justificada o vista desde el futuro (que sólo es una proyección necesariamente contaminada) y desde la cual sólo se puede volver a restaurar la vieja balanza interesada así como consoladora y pretensiosa... Pero no hay nada como necesitar del mito... nada que haga desaparecer ese deseo dominador del hombre que en todo caso puede ser temporalmente contenido en los momentáneos puntos de equilibrio (todos poseedores de mosquetes) en donde todos se convirten en aspirantes imposibles, bajo una u otra forma.

La supervivencia sin meta ni sentido acaba siempre encontrando algo entre lo posible y lo accesible, y lo más cómodo pierde a veces la batalla. Necesita incluso tener algo de suerte o al menos muy poca mala suerte. No tengo dudas, faltaría más, acerca de las causas reales que alimentan el dogmatismo positivista y las que empujan a la vacuidad posmoderna. Ni dudo en oponerme a sus defensores, sostenedores y usuarios así como a sus designios opresores Pero sé que yo he podido estar en esa otra trinchera gracias a muchas cosas incluida la falta de demasiada mala suerte. Nada sino las circunstancias hacen pensar de una u otra manera a los pensadores entrenados y nada sino el medio hace que las masas adopten o se fabriquen unos u otros slogans y mitos. Esta no es sino mi visión que parece estar cerca de algunas nacidas de forma seguramente parecida. Lo que se produzca a largo plazo considero que no resultaría predecible.

La confusión es después de todo inevitable, los sentimientos y la vida que los soporta tienen sus raíces en el mundo que nos ha acunado y nos ha ignorado, que nos ha alimentado y que nos ha torturado... etcétera (la buena poesía tiene de ello casi todo lo que podría enumerarse aquí). No andaremos haciendo ni diciendo lo justo ni lo preciso, pero al menos podremos seguir demostrando esa capacidad innata que además de todo lo bueno y lo malo que hemos heredado de los grandes simios forma parte de nosotros de manera irremediable y que es enormemente útil: la capacidad para detectar a los tramposos para cuidarnos de ellos como mínimo.

Todo esto se me presenta como parte de un conjunto que se le escapa y se le escapó siempre al filósofo y, en aras de la coherencia, me lleva a sostener de entrada que el filósofo ha estado siempre engañándose a sí mismo y de hecho o de derecho también a los otros... engañándose incluso para poder engañar a los demás. Lo que sólo puede significar que su famosa "búsqueda de la verdad" ha estado siempre subordinada a otra cosa. Despojarla de sus máscaras parece indispensable para rechazar todo engaño, para no mezclarnos, sea por lo que nos lo endulcen ellos mismos, con los tramposos que viven de asumirlo, practicarlo y reproducirlo.

Y es que a pesar de todo, a pesar al menos de ser los resultados del trabajo intelectual o reflexivo (en tanto que trabajo, en tanto que esfuerzo, en tanto que... argucia) productos destinados a ser utilizados para conquistar una posición de dominio y conservarla, productos en fin nacidos de la voluntad instintiva e irreprimible de por sí de dominar, de incrementar la dominación propia mediante el propio grupo y a costa de todo lo demás... hay que reconocer que desde su proceso de elaboración (proceso que llamamos creatividad) hasta los productos que se obtienen de su práctica (filosofía, ciencia, arte...) todo ello nos conmueve e incluso nos sorprende. Indudablemente, esto sucede porque a la conciencia le cuesta considerarse a sí misma con indiferencia, porque a la conciencia su fenómeno no deja de parecerle sobrenatural, increíble, divino... Y lo mismo que nos conduce al error, nos conduce inevitablemente a la autoestima. Y esto tiene un componente autocatalítico (término y concepto muy interesante que menciona Diamond sin indicar la fuente), que a caballo del grupalismo que nos caracteriza suele conducir hasta el mismísimo totalitarismo, místico o racionalista (9).

De tal modo, inevitablemente humano, asumo como propio ese mecanismo autocomplaciente, que no tiene ni pretende tener nada de inocente, permitiéndome no obstante rechazar los intentos y las prácticas que, arropadas en uno de los grupos mentirosos a los que pertenecemos todos, intentan una buena conciencia porque se avergüenzan o se culpan de su propio grupalismo y/o lo ocultan por sentir inadmisible y para justificar su deseo de dominación a cualquier precio vendiendo sus deseos bajo la máscara de un humanismo integral que no puede ser otra cosa. Son los pusilánimes a los que despreciamos los que no tenemos miedo (Nietzsche dixit, entre los que se incluía), los que esconden la piedra o el mosquete ante una adversa o demasiado equilibrada relación de fuerzas pero nunca llegan a reconocer que podrán ser fieles a sí mismos y alcanzar al mismo tiempo la posesión del cetro, los que no son capaces de reconocer que sólo pueden ser actores secundarios.


* * *

Notas:

(1) Castoriadis supo ver este aspecto de una manera que considero la más clara y rigurosa, aunque me parece que circunscribió un tanto el fenómeno a sus expresiones más extremas relacionadas con la institución del totalitarismo absoluto como "fenómeno original", donde afirma: "... por primera vez en la historia, asistimos al nacimiento de una sociedad en las que el lugar de la religión o de cualquier otro magma de significaciones imaginarias ha sido ocupado por una significación que no lo es: la Fuerza bruta por la Fuerza bruta." (Cornelius Castoriadis, "Ante la guerra. Las realidades", Tusquets Editores, Barcelona, 1986, págs. 288-290; la itálica es suya). Un fenómeno que yo considero definitivamente globalizado aunque bajo disfraces que no por ello dejan de tener el mismo contenido y de estar sujetos a las misma dinámica que nunca dejó de incluir (como lo demostró la caída del muro y el proceso iniciado con la perestroika) la cuestión decisiva y contenedora de la relación de fuerzas en juego.

(2) Hay que decir que el fenómeno no tiene nada de nuevo. Nace en simultáneo con los aspectos positivos, líricos, de la Ilustración (como supieron reconocer los críticos de la Escuela de Frankfurt que ya he citado y recuerdo más abajo en el texto). Y nada mejor que escuchar estas palabras que muchos suscribirían:
"Las naciones civilizadas han sucedido a los salvajes que erraban por los desiertos; los campos fértiles han ocupado el lugar de los antiguos bosques que cubrían el globo. Un mundo ha aparecido más allá de los límites del mundo; los habitantes de la Tierra han incorporado sus mares a su dominio inmenso; el hombre ha conquistado el rayo y conjurado el cielo. Comparad el lenguaje imperfecto de los jeroglíficos con los milagros de la imprenta; cotejad el viaje de los Argonautas con el de La Pérouse; medid las distancias entre las observaciones astronómicas de los magos de Asia y los descubrimientos de Newton."
Son las palabras del jefe del Estado que mandó guillotinar a Lavoisier, es decir, de Robespierre (la cita figura en "¿Qué es un intelectual europeo?" de Wolf Lepenies, Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2008, pág. 285). ¡Estas son evidencias que prefieren ser ignoradas u olvidadas; las evidencias históricas, las de ese gran laboratorio del que los cientificistas huyen para no quemarse!


(3) John Stuart Mill, "Sobre la libertad", Editorial Edaf, Madrid, 2004, pág. 169. Lo que bien leído expresa algo que va más allá de la política profesional y la representatividad engañosa, ya que quienes en realidad más estrictamente actúan de esa forma son, como siempre, no los burócratas dominantes sino sus serviles aprovisionadores de conceptos, guías de conducta y valores morales y enfoques estéticos... que los otros y cada vez más todos los que se van burocratizando en el conjunto de la sociedad, adoptan como cáscaras que han sido vaciadas, verdaderas apariencias, estas sí, de realidades asumidas que interviene como realidades en sentido estricto en carácter de construcciones levantadas por el hombre.

(4) La "guerra de los mosquetes" de la que nos habla Jarec Diamond en su "Armas, gérmenes y acero" (que ya comentara en el capítulo 4, nota 9, de este ensayo) acabó al llegar la misma a un punto de equilibrio ("restablecieron el equilibrio militar anterior", ibid., pág. 517 y sigs.); la Kampuchea Democratica cayó cuando su debilidad interna y su imagen internacional facilitaron las apetencias neocolonialistas del joven Vietnam Unificado y de su instancia supervisora china; el muro cayó como consecuencia de una trampa burocrática tendida por una facción a otra dentro del politburó y del gobierno político-militar ruso, el putch bolchevique triunfó, como sus propios historiadores reconocen, en condiciones de un "vacío de poder", la "revolución" francesa fue preparada, como dice y demuestra Tocqueville en su célebre y feliz despiece ("El Antiguo Régimen y la Revolución"), por el propio Rey... Las "revoluciones" o los "cambios de régimen" siempre cuentan con ruido y sangre de masas (lo que muchas veces, cuando se dice que no han fracasado o se considera que no han sido derrotadas, acaba con un mero cambio de personajes), pero en realidad se preparan o cocinan y se resuelven en la cúspide, entre los elementos que controlan el poder o que son y han conseguido ser seriamente futuribles, los que controlan o se han apropiado de los recursos (incluido el aparato represivo en todo o en parte), pueden ser eficaces en cuanto a la difusión publicitaria, cuentan con la información detallada de los movimientos de fuerzas y conservan la cohesión al menos en el medio plazo. Lo demás, lo típicamente intelectual, es puramente imaginario, desconcertante y utópico.

(5) "¡Callad; no nos metamos en terreno especulativo!", vienen a decir los cientificistas en sus diversas acepciones, como si con una lápida (y un réquiem) se pudiera resolver una cuestión que se reitera porque no puede abandonar el ser humano en tanto que individuo reflexivo. No sé (y debería saberlo debido a que no creo en la vida después de la muerte) si Wittgenstein se la pasa removiéndose arrepentido en su tumba por haber aceptado que Russell escribiera el prólogo a su Tractacus... advirtiéndole apenas que "El futuro nos juzgará..." (Introducción al "Tractatus...", ed. cit., pág. 12; véase mi nota 6 del capítulo 2). Si lo hace (no tengo forma de probar mi convicción racionalista de la que sin duda también peco, al menos todavía), lo hará repitiendo tenebroso lo que Russell, si por el fuera, habría extirpado sin dudarlo del texto de su incomprendido colega: "Lo inexpresable existe (...) es lo místico", sin embargo sin considerar necesario, ni útil ni posible hablar de ello, o sea considerándolo irrelevante e innecesario y de esa manera dejándole a lo místico y a lo secreto el poder de conducir a los hombres como decidan los profetas y los sabios en simbiosis con los reyes desquiciados o atontados...

(6) La jugarreta de Rorty y del relativismo en general es magistral y en el fondo lo dice todo sin mayores tapujos. Como señalé en la nota extra que añadí al pie de mi capítulo 4: se acepta la realidad social framentaria y por ende el fin de toda utopía unificadora/emancipadora para concluir que la mentira es lo único que debe ser buscado, es decir, en otras palabras que las ya empleadas antes por mí, aunque con igual significado: se les propone a los intelectuales (a cambio de la paz, la democracia formal estable formalmente, el expolio y utilización de lo no occidental y su contención mediante técnicas diplomáticas sazonadas de misiones militares reformadoras o humanitarias, y sin duda un buen salario, privilegios jerarquizados alcanzables por carrera y un buen estatus consumista à la mode, además de garantías de fondos y recursos para sus interesantes hobies), el trabajo meticuloso o metódico de suministrar los contenidos retóricos de los discursos vacíos y tacticistas de sus coyunturales amos. Lo que Rorty llama... "las justificaciones" (Richard Rorty, Universalidad y verdad, en "Sobre la verdad: ¿validez universal o justificación?", Amorrortu editores, Bs. As., 2007, pág. 11; donde esto se asocia justamente a la defensa de "la política democrática").

(7) Cornelius Castoriadis reitera precisamente este deseo al final de su ensayo incluncuso "Ante la guerra", donde el panorama vislumbrado no puede ser más tenebroso; un panorama, por cierto, que, me atreveré a decir, a todo el mundo le pareció "superado" cuando no ha hecho, a mi criterio, sino... mutar dentro de un disfraz desconcertante de uso obligado en razón del apreciable equilibrio de fuerzas en cuyo marco apenas hay lugar para las pequeñas o locales escaramuzas, es decir, las pequeñas o locales noches de horror. El deseo de que "el pájaro de Minerva" deba "alzar el vuelo antes de que caiga la noche -que puede ser larga." (op. cit., pág. 290), tiene en el fondo la misma argamasa que el deseo ferviente de subir al Paraíso... y sin embargo, también tiene una poesía que me llega, que me conmueve, cuyo verso me inclino a cantar. Tal vez como nos sigue conmoviendo una Misa o un Requiem de cualquiera de los grandes compositores.

(8) Adorno y Hokheimer, "Dialéctica de la Ilustración", ed. cit., págs. 130-131.

(9) Esto puede rastrearse hasta las primeras manifestaciones de "civilización", es decir, no sólo hasta Robespierre y Rousseau, y seguramente más allá de Aristóteles, Platón o Sócrates. La pelota sin duda fue pasando de mano en mano o de generación en generación. ¿O vamos a seguir encubriendo a los clásicos como única manera de rescatar lo que aún nos conmueve de su pensamiento, es decir, purificándolos para no reconocer que ese rescate y los sentimientos que lo hacen inevitable nace o renace en nosotros porque conservamos las mismas ilusiones dominadoras, las misma autoestima, necesaria y peligrosa a un tiempo. No debemos separar al Platón o al Aristóteles que queremos recordar de sus miserias hoy tan "políticamente incorrectas" como la defensa que hicieron de su derecho a esclavizar o a imponer a todos sus ideas (en las palabras de Aristóteles: "... pues algunos han de ser persuadidos y otros han de ser forzados" -Metafísica, Alianza Editorial, Madrid, 2008, pág. 129) Nada que no hiciera Hidegger, nada que no lata en el corazoncito de todo intelectual, lo reprima o no, esté en condiciones circunstanciales de llevarlo a cabo o incluso de decirlo o no...


sábado, 16 de enero de 2010

Una lanza rota... (7): un primer Apéndice fuera de orden

Hay veces en las que uno se topa justo con lo necesita o busca, o con aquello sobre lo que está reflexionando, incluso con lo que reafirma lo que se está dilucidando... Parece cosa de magia, pero todo ciudadano occidental contemporáneo sabe que debe atribuir esos fenómenos a la casualidad, ese intangible, ese impreciso, ese fantasma... que no obstante su naturaleza ambigua está refrendado por el certificado de validez que da nuestra ciencia moderna. La magia, por el contrario, a la que el "azar creador" ha sustituido tras las suscesivas variantes teosóficas, está proscrita. Y, ya puestos, no dejemos de observar lo sorprendente que resulta, en nuestros tiempos, el atractivo que la magia tiene medida, come il faut, en términos de tirada editorial y cuota de pantalla... Quede esto último como un dato que no puede ser casual... je... no el producto de un conjuro masivamente aplicado o de una poción masivamente distribuida (como los condones o las bombillas de bajo consumo, quiero decir).

Pues esto es lo que me sucedió hace apenas unos días, poco después de publicar mi quinta entrega de este intento de ensayo, sin duda no exhaustivo y obviamente poco trabajado desde un punto de vista estructural, escrito lentamente por razón de la abundante (pero parcial e insuficiente bibliografía, no del todo obviada en parte por no creerla necesaria sino también por no poderla abarcar ni tratar con seriedad en este contexto hiperespacial y acuciado de urgencia). Es más, eso me sucedió unas tres veces por lo menos en total.

En concreto y sin más prolegómenos: se trata de unos párrafos con los que me topé a instancias de ponerme a ojear, en realidad por enésima vez desde que lo tengo, un libro que aún no había comenzado a leer. Lo había comprado hacía unos meses con el objeto explícito de alimentar mi necesario acopio de datos sobre la Edad Media y el Renacimiento, datos a través de los cuales intentaba componer una idea lo más completa posible de la génesis de nuestra sociedad actual y de su imaginario de referencia; algo que ya estaba en mí de manera intuitiva aunque también por haber germinado sobre la base de los datos previos, más o menos procesados a la luz de la experiencia ajena hallada en otros libros, de las vivencias experimentadas, de las observaciones llevadas a cabo en la realidad y de las reflexiones que mi idiosincrasia (otro intangible del mismo estilo que la casualidad) me obliga a realizar constantemente.

En este caso, me refiero a un estudio con eje en la vida y obra de Giordano Bruno, un personaje clave cuyo mundo y cuya interacción reflexiva y creativa con él pensé que me daría un interesante panorama (para más señas: "El umbral de la sombra. Literatura, filosofía y pintura en Giordano Bruno", de Nuccio Ordine, en Biblioteca de Ensayo Siruela). Pero, claro, tenía cuando lo compré, otras prioridades. Me debía a la intención de concluir un ensayo sobre "economía" (o más bien, si cabe, de contraeconomía) a propósito de la "crisis económico-financiera" que se ha instalado hace unos años en Occidente y de éste al globo y que la intelectualidad prefiere considerar un cisne negro... como sin lugar a duda volverá una y otra vez a hacer y no sólo en relación a situaciones "económicas" sino también políticas. En fin, siempre es mejor creer que todo irá bien, que nada alterará la suave marcha progresiva y ascendente de la vida... Incluso si se corre el riesgo de una sorpresa desagradable que obligue a la fructífera ocupación de renovar "el modelo". Eso sí, como dijo en su tiempo el Gatopardo: "para que nada cambie".

Sin embargo, el libro me guiñaba constantemente un ojo, sutil, delicadamente, desde la estantería. Cada vez que pasaba, cada vez que colocaba o tomaba otro libro cercano, me susurraba... tómame. Sí, había, como con muchos otros antes y algunos más de entre mis últimas adquisiciones culturales, una fuerza ciertamente sensual, voluptuosa, erótica... E incluso, alguna que otra vez, lo cogía, lo sopesaba, me detenía a apreciar su cubierta, doble, como mal se dice, "de nivel", echaba una ojeada al primer párrafo, al índice, hasta que llegue, el otro día a descubrir el final, ¡un "buen tocho" de páginas antes de la última hoja impresa debido a un enorme apéndice!... Y ahí fue cuando donde me topé con un finale precioso que, además, se complementaba y reforzada con un párrafo debido a mi apreciadísimo Italo Calvino, el escritor italiano contemporáneo cuyas novelas post-realistas tanto me había conmovido hace ya bastantes años, y que tantas cosas contribuyó a fijar en mi conciencia temprana (la inseparabilidad del bien y del mal, la posibilidad de una voluntad insobornable, la persistencia de los sueños aunque de uno no quede prácticamente nada o, en otras palabras, la persistencia del impulso vital...)

¿Qué otra cosa podía hacer sino hacer un alto en mi búsqueda de alguna cita borroneada que necesitaba reproducir para dar fe de no ser un absoluto díscolo ni pasar por un descubridor de la pólvora? Y éte ahí que comprobé al leerlas que esas líneas me vendrían (de nuevo por esas cosas de la magia blanca... perdón, de la casualidad) como anillo al dedo para estas Conclusiones; incluso para encabezarlas; incluso, casi, casi (¡si yo pudiera, ay, contentarme con una simple síntesis y si... ay... si creyera que los demás, qué digo, "todos", pudieran comprender sin preámbulos lo mismo que había entendido yo al leerlas.

Al final, pensando que esto podría estar mejor en un apéndice de este ensayo, como un evidente refuerzo a mi tesis, como podréis comprobar (o quizás no) al leerlo, al igual que otros dos textos más que también hallé "de paso" y también muy, demasiado a propósito, decidí dividir estas Conclusiones en dos partes y adelantaros aquí, como "primera parte" esas preciosas líneas (salvedad aparte que debo hacer de las expresiones de los tres autores de una idílica esperanza de cierta relativización de algunos de los hechos y de ciertos lastres humanistas que lógicamente no comparto aunque no omito citar, y que considero que no hace a la significación que emerge por sí misma de las evidencias mismas que se narran).

En todo caso, sirva esto aunque más no sea para hacer más dulce o digerible este largo trabajo que en su forma presente está al borde mismo del carpetazo; y sirva si acaso para probar hasta qué punto me pudiera haber equivocado con vosotros "todos" y, con tan poco, tan entremezclado pero también tan contundente síntesis... pueda por fin decirlo "todo".

Abrid pues lo ojos, abrid las orejas, estad dispuestos a que la música de fondo de las frases os penetre sin filtros y sin el complemento de la percusión que marca el paso. Aquí va sin más:
"Resta, sin embargo, un punto fundamental en la relación entre la biografía y el saber. Para Bruno, separar la vida de la filosofía y la filosofía de la vida significaría reducir la filosofía a una profesión vil y la vida a una banal búsqueda de falsos valores:
La sabiduría y la justicia comenzaron a abandonar la tierra cuando los doctos, organizados en sectas, empezaron a usar sus doctrinas con fines de lucro. De ahí derivó que, como si se tratara de la propia vida y de la de sus hijos, combatieran hasta el aniquilamiento del adversario por las opiniones de un partido. Tanto la religión como la filosofía yacen destruidas por actitudes de este tipo; tanto las repúblicas como los reinos y los imperios están perturbados, perdidos, exterminados junto con los sabios, príncipes y pueblos.
En una época como la nuestra, en la que el saber científico y humanístico corren cada vez más el riego de estar al servicio del beneficio y del mercado o de un vano ejercicio del poder académico. la experiencia intelectual de Bruno se muestra como un faro moral, como un mensaje edificante de esperanza para las jóvenes generaciones del nuevo milenio. No puede haber conocimiento sin amor desinteresado por el conocimiento, sin la conciencia de que la adquisición del saber no es un don sino el fruto de una conquista fatigosa. A lo largo de este camino dificilísimo, quizás sea posible distinguir un rayo de luz, encontrar el coraje de decir no, saberse diferenciar y no dejarse engullir pasivamente, como decía Italo Calvino, por el infierno que nos rodea:
El infierno de los vivos no es algo que será; hay uno, es aquel que existe ya aquí, el infierno que habitamos todos los día, que formamos estando juntos. Dos maneras hay de no sufrirlo, la primera es fácil para muchos aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda es peligrosa y exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es el infierno, y hacerlo durar y darle espacio."


¡Por ese pensamiento humano yo rompo una lanza... y soplo otra vela (*)!


(*) No puedo dejar de participar a todos mis lectores ocasionales y seguidores de mi centésimo vigésimo cuarto cumple-medios años, como diría Bilbo Bolsón de Bolsón Cerrado!