domingo, 26 de abril de 2009

Nuestra vida y conciencia en el tiempo

Como lamentaba Strauss, la única razón para no asumir enteramente la postura de los clásicos -para no "retornar" simplemente a ellos-, así como para no asumir la Ley ancestral o en general las tradiciones -esto es "arrepentirse"-, es que el mundo de la antigüedad ya no es el nuestro (bien que en algún momento llegó a preguntarse por qué descartar que podría volver a ser tal cual). Obviamente, lo contrario sería mucho más descansado. Estaríamos plantados en la serenidad por excelencia. En la paz definitiva de un Dios digno de merecer tal nombre. En el Paraíso de los arroyos de leche y de miel...

Tal vez por eso, al leerlo tendemos a refugiarnos sin más en sus asertos y abandonar toda pretensión, o pulsión, de ir más allá... Indudablemente, nos tiende a pasar con todos los grandes pensadores que, como tan bien plasmó Quevedo, "escuchamos con los ojos", porque lo dicho por Strauss para el pensamiento clásico podemos extenderlo a todos los discursos anteriores con los que nos encontramos generación tras generación. El fenómeno, en cualquier caso, siempre vuelve a manifestarse. Aunque nunca llega a afectar a todos los hombres por igual por más que quienes somos más compelidos a pensar, por unas u otras causas, nos sintamos prototípicos, lo que pone de manifiesto la relatividad de la generalización.

No obstante, sin duda hay algo empuja a algunos a cruzar el umbral que cada vez se les ofrece. El mundo, que tiene o contiene cada vez algo distinto, que como el río nunca es el mismo... parece justificarlo. Y, como si estuviéramos moldeados ex profeso para este mundo cambiante (metáfora que esconde el hecho de que somos un resultado de ese mundo cambiante) que no marcha hacia meta alguna, el ansia que sufrimos por lo incierto acaba predominando en algunos de nosotros sobre la pereza y la resignación. El descubrimiento, que devendrá antes o después en dogma, acaba por tornándose insuficiente y frustrante para los más reflexivos. Y el ansia reaparece como una variante de Ave Fénix que simplemente no se puede contener.

Sin duda, se debe tratar de lo que le hace "imposible (al hombre) suspender el juicio respecto de temas de suma urgencia, asuntos de vida o muerte" (Leo Strauss, "¿Progreso o retorno?", en "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu Editores, Bs.As.-Madrid, 2007, pág. 354).

Al cambio perpetuo y peligroso responde la sed de comprender el sentido de la inestabilidad; su contingencia y su impredecibilidad necesitan ser combatidas; el hecho de haber resultado de ese mundo sometido al tiempo nos obliga a luchar para vencerlo... a, como dijera Monod, movernos en el sentido de "remontarlo", como todas las criaturas vivas, respondiendo mediante la reproducción más o menos compleja, en un combate que por ineludible sólo nos parece incierto en lugar de insuperable.

Esa ansia parece inseparable de nuestro mecanismo reflexivo (forjado éste a su vez como herramienta para el mencionado combate) y es sin duda la causante de la Historia humana, la partera de todas las respuestas que se ha dado el ser humano para salvar los escollos con los que se topaba en su imperiosa necesidad de sobrevivir. Sin ella, sin su imperfección pretensiosa, sin su su arrogante predisposición ante las cosas, el hombre sólo habría merecido el Paraíso sereno o habría sido diseñado como una máquina perfecta y especializada. Su empuje hacia lo que se ha dado en llamar sabiduría se reduce así a un efecto simplemente colateral de esa imperfección, a esa característica dolorosa que el hombre de todos los tiempos debió reconocer dentro de sí y por lo cual reflejó en muchos de sus mitos (desde el de Sísifo hasta el de Midas) y que Nietzsche calificó de trágica. Una herida sangrante que la mayor parte de la humanidad tiende a cerrar impotente con el silencio y la rabia y una minoría mediante la búsqueda imparable que tarde o temprano deviene en frustración. Fluctuando sin embargo todos entre la resignación y la esperanza, vamos poblando el Universo y adaptándolo para nada más que para seguir y seguir siendo lo que hemos devenido ser.

Similar en extremo al mecanismo de cualquier otro instinto impositivo, el ansia por llegar a la Verdad que se da de una u otra forma por posible aunque distante (tanto como todas las "grandes esperanzas"), se impone más allá de todo sentido, se impone sin que se pueda encontrar en ello ninguna racionalidad, ninguna perspectiva de éxito (sea en nombre del eterno "misterio divino", sea de uno u otro reconocimiento" de los límites que nos definirían per secula seculorum). En ese marco, sospechamos que esa pretensión inalcanzable de sabiduría sea una completa absurdidad al servicio de las mismas justificaciones. El pensamiento vuela más allá del límite porque sencillamente no existe otra respuesta para poder hacer pie... es decir, para realizarnos como seres vivos tan poco resignados a perecer como los que no tienen conciencia de hacerlo.

Lo evidente es en todo caso que ese mecanismo ávido forma parte de los seres reflexivos que han sido capaces de sobrevivir de por sí, y que esto le ha permitido perpetuarse de un modo hereditario, es decir, imponiéndonoslo de generación en generación. Lo que no podemos dejar de deducir por ello es que en la respuesta al hábitat que representó el propio grupo, la respuesta de la especialización eficaz permitió a su turno su asentamiento y proliferación. El individuo particularmente reflexivo nace y se perpetúa en ese marco, donde su cualidad fresulta reconocida como valiosa y donde este individuo específico supo legitimarla (en la forma de brujos, sacerdotes, adivinos, profetas... y por fin filósofos y científicos). Lo que explica el resultado inevitable actual tanto como el fracaso de los sueños de Sócrates y sus sucesores (de lo que hablé y habré de seguir hablando en términos más específicos).

Precisamente, Strauss, leído tan "bien" como a su vez él entendía que había que leer a todo pensador -y yo creo que lo hacía-, nos lleva hasta el mismo umbral de la conciencia humana al respecto. Según él, Sócrates se orienta hacia el hombre como medida de todas las cosas al descubrir que el todo es inabarcable, y por fin reduce su filosofía a lo político, es decir, a lo presente y a lo cercano pero también a lo que puede permitir al hombre fundar las condiciones para alcanzar el preciado todo... Sin duda, parece obvio que todo cuanto contribuya a eliminar obstáculos nos acercará a ese preciado Paraíso Terrenal en donde lo sabremos todo y en donde sabremos exactamente qué hacer... en donde, por ende, seremos más que hombres, tal vez semidioses, tal vez superhombres... Y uno de los obstáculos principales para ello, que el hombre reflexivo ve ante sí de inmediato, es su propia sociedad. Una sociedad que dificulta el acceso a la sabiduría a causa de sus exigencias inmediatas así como de su estructura.

En realidad, todos los hombres, en todo caso a excepción de los gobernantes en un momento dado, sufren las consecuencias de la sociedad que les es impuesta (siempre nacen en ella y se ven obligados a hacerse en ella un lugar haciendo uso de sus habilidades principales). Pero mientras la mayoría, la que se ha visto compelida a proletarizarse de una u otra forma, no deja de soñar -mientras haya espacio para ello- con un gobierno que sacie sus apetencias de paz, de seguridad y de comodidad (basados en al menos en unas garantías de supervivencia básicas), una minoría sueña con el gobierno ideal.... aunque sin la menor voluntad de arriesgar sus propias paz, seguridad y comodidad. Y en ese sueño, acaba por justificar el objetivo de saberlo todo, de saber todo lo posible del Todo, de aspirar a desvelar el misterio de la vida y de la muerte.

"El hombre es un ser finito e incapaz de conocimiento absoluto; el conocimiento mismo de su finitud es finito", decía Strauss ("Una introducción al existencialismo de Hidegger", en "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu Editores, Bs.As.-Madrid, 2007, pág. 93 -el resto de las siguientes citas pertenecen a esta edición salvo que se indique lo contrario-) sin dejar de reconocer que "En verdad, no podemos dejar de preguntarnos sobre el origen y el destino, o sobre el todo" (pág. 92), de reconocer que uno de sus mayores maestros (Nietzche) no era sino "un ateo a la espera de un dios que todavía no se había mostrado" (pág. 97)... como la mayoría de los eruditos de hoy siguen reflejando en sus discursos.

En su análisis, Strauss concluye otra vez:

"...el "Sein" no es el fundamento del hecho. Si tratamos de entender el hecho de que la raza humana es, y para ello la rastreamos hasta sus causas y sus condiciones, encontramos que la totalidad del esfuerzo se guía por una concepción específica del "Sein", una concepción dada o enviada por el "Sein". (...) comparables a la cosa en sí de Kant, de la que no se puede decir nada ni, en particular, si contiene algo sempiterno. Heidegger menciona esta réplica: no se puede hablar de nada que sea anterior al hombre en el tiempo, dado que el tiempo es o sucede sólo mientras el hombre es. (...) es o surge tan sólo en el hombre. El tiempo cósmico, el tiempo mensurable por cronómetros, es secundario o derivado y, por consiguiente, no se puede apelar a él ni utilizarlo en una consideración filosófica fundamental. (...) Pero, no obstante ello, parece lleno de sentido y hasta indispensable hablar de "antes de la creación del mundo" y (...) "antes de la aparición del hombre". Al parecer, es inevitable preguntar qué es responsable de la aparición del hombre y del "Sein", qué los trae de la nada, porque ex nihilo nihil fit (nada se hace de la nada). Esta es una gran pregunta para Heidegger, quien dice: " Ex nihiloomne ens qua ens (Todo ente sale/emerge de la nada en cuanto ente)..." (pág. 103).

Algo, en fin: "... tan elusivo como..." "el Dios bíblico" (íbíd.).

Nuevamente, como y con sus predecesores, Strauss nos ofrece una respuesta que no oculta su inevitable vocación tramposa: acércate hasta donde yo he llegado, parece decirnos, cuando en realidad "allí" ya se está sobre el abismo.

Y, por fin, una y otra vez, de una u otra manera, concluye definiendo el verdadero espacio en el que se debate el hombre: Lo Político (en "La ciudad y el hombre" insiste en esto en especial). O, en otras palabras, en la convicción (evidente) de que el hombre no puede postergar sus juicios, no los puede postergar ni evitar; no puede, en fin, dejar de responder a las urgencias que le impone la vida cotidiana, a "la necesidad a la que todo ser pensante está sometido" (pág. 68)... mal que le pese, mal que lo sufra.

Así, es evidente que a pesar de que no son ni pueden ser certeros o absolutos, esto es, afirmados al margen del tiempo y del hombre de carne y hueso (por no decir... objetivo o concreto, lo que representa indudablemente otro caso elusivo y correoso como el de la pescadilla), el ser pensante necesita de esos juicios para enfrentarse a las necesidades cotidianas que materializan su estancia y su ser, que le dan al tiempo esa objetividad que notamos y que se nos impone. Sin duda, debemos llegar hasta la aceptación de que es la necesidad de responder con eficacia básica la que nos ha llevado y nos lleva a responder con la fantasía y con la especulación proyectivas.

Ese es el único núcleo posible de toda epistemología que pretenda dar con el por qué del conocimiento y de la conciencia así como con el por qué de sus búsquedas y descubrimientos, de sus obras particulares y sucesivas... al menos en base a los datos históricos con los que contamos desde su existencia. La propia restricción kantiana y luego la positivista, impone ese marco de referencia y lo desborda. Si sólo se puede hablar del tiempo del hombre y de su manera de describir el mundo, hay que acabar por explicarlo, y ello... lleva al ser del hombre y del mundo, nos devuelve a las preguntas sin respuesta... a las que no por nada contesta de una manera particular el hombre, cada hombre, y de una determinada manera que sin alternativa nos conduce a él, a su concretitud más estricta o rigurosa. Por eso Strauss, en el umbral de la "verdad posible", nos ofrece La Política como nuestro espacio real y como la única referencia que da significación a nuestros discursos.

En definitiva, es nuestro ser el que nos impone la búsqueda de su misterio y es nuestra espacio el que determina sus contenidos y su uso. Y lo hace porque lo necesita.

Observando por otra parte el hecho de que los diferentes hombres no resuelven del mismo modo ese imperativo doble de sobrevivir en el mundo y de hacerlo a través de una conducta social, Strauss señala la prioridad de una sociología que comprenda lo que hace y por qué lo hace el hombre. Y aunque ello también deba ser igualmente explicado, y lo sea, en base a su indudable sueño político de una sociedad que ampliaría y asceleraría el descubrimiento de esa evasiva verdad, de ese evasivo sentido de las cosas... En definitiva, cabe observar de paso que el propio Strauss se resistía a abandonar toda esperanza ante el infierno, esperanza que sin duda le hacía soportable su compromiso político... Inevitablemente, de vuelta en el círculo vicioso en el que estamos atrapados.

Desde esta perspectiva, tal vez menos noble o elevada para el hombre que tanto desearía alcanzar el estatus de los dioses, La Realidad va poco más allá de la Realidad Política o al menos toda ella se sumerge en ella, siendo el lugar efectivo donde ocupan su lugar desde el Universo físico hasta el genético, desde las teorías de la evolución hasta las de las cuerdas, desde la matemáticas hasta la metafísica y todos los discursos. El Universo se reduce operativamente en el fondo a La Ciudad y a su supervivencia y superación según las necesidades que experimenta cada uno de sus grupos. En esta interpretación se explica la conclusión filosófica decisiva de Strauss que lo lleva a reducir toda la Filosofía al marco de la Filosofía Política. Lo que no invalida sino confirma que todo ese Universo, toda esa Realidad... está ahí, sirviéndonos para autoexplicarnos -qué más puede interesarnos- y permitirnos seguir cumpliendo con nuestro imperativo vital derivado, como no puede ser más lógico, de su existencia; algo que el propio resultado que somos y que nuestras obras reflejan afirma. Las propias negaciones y variantes especulativas no pueden comprenderse sino es desde este ángulo, es decir, como necesidades propias de una idiosincrasia. Y esa idiosincrasia es la que nos fuerza a no poder, al mismo tiempo, ser reflexivos y silenciar el discurso y las tomas de posición ante el mundo que esa reflexividad produce (como también decía muy coherentemente Strauss). Y conduce, aunque sólo sea para satisfacer esas necesidades, a que esa facultad apunte más allá de los límites de lo desentrañable. En función de las exigencias cotidianas, reunidas a fin de cuentas en Lo Político, es un hecho que el sistema neurológico del hombre se orienta hacia un exceso o desborde inevitable de la capacidad de reflexión, no sólo a pesar de no necesitarlo estrictamente, sino de la necesidad psicológica (existencial) de teñir esa investigación lejana como algo más, como por encima de la supuesta mezquindad política que la habría motivado (calificación de mezquindad, por cierto, derivada de la mala conciencia que a su vez nace de reconocerse demasiado animal).

El hombre, vinculado a la Tierra y a una época concreta, en el momento de su discurso y de su compromiso... no sólo acepta violar sino hasta tergiversar la verdad hasta el momento previo así considerada y respetada, la referencia objetiva, cuando las circunstancias lo obligan a ello. ¿Y cuáles "son" o pueden ser consideradas tales? Siempre los cambios imprevistos o mejor dicho no deseados; lo que se impone al deseo de que "todo siga como hasta ahora"... "mejorando" de manera ascendente. Hasta en el día a día, el hombre se ve necesitado de mentir y de mentirse (o engañarse), de negar el movimiento de la realidad, la variación de la misma... En ese sentido, es obvio que lo que se asume como objetivo no se vea cuestionado sino por ese movimiento... que la verdad asimilada y asentada podría durar eternamente... salvo por ese constante estado de perturbación que nos rodea y nos sacude...

Es así como, por lo visto, funciona, lo que, sin embargo, no puede ser comprendido con el instrumental cultural al uso (el racionalismo de cuya base Strauss decía, con Nietzsche y con Hidegger, que era "una suposición dogmática" -pág. 99-) y debe ser minuciosamente desmenuzado so pena de dar lugar a inútiles "observaciones críticas" que en última instancia también pueden y deben ser explicadas precisamente desde la misma asunción. Pero lo que de entrada podemos apreciar es que responde a la preocupación del hombre por comprenderse a sí mismo al tiempo que a la dificultad insalvable que el hombre experimenta ante lo que excede su capacidad de indagación, es decir, a una reacción un tanto despectiva, de despecho y resignación al mismo tiempo, kantiana, con respecto al "problema de la verdad".

Así, Strauss, en particular de la mano de un Tucídides que "contempla la vida política en su propia luz; (que) no la trasciende; (que) no se ubica por encima de la agitación, sino en el medio de ésta; (que) se toma en serio la vida política tal como es..." ("La ciudad y el hombre", "III - Sobre la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides", Katz Editores, Bs. As., 2006, pág. 201), acabó aceptando y asumiendo la superioridad de Lo Político sobre lo Trascendental, incluso a observar que esta instancia indudablemente subjetiva se hallaba subordinada a la primera y en todo caso debía dar cuenta ante ella.

Una concepción que no por nada alejaba a Strauss de la peregrina y utópica idea anclada en el racionalismo de que por medio de la razón o de sus argumentos, es decir, por mediación de la Retórica, se podría convencer a unos u otros para que fueran en la dirección que se supone es la verdadera. Todo un conjunto de piezas que se definen unas a otras y se dan cohesión interna. Todas presentes por otra parte en todos los discursos reflexivos que se justifican en una u otra variante de la capacidad de representación de la humanidad en su conjunto por medio de la propia voz, y que desembocan igualmente en la imposición y en la coerción como único medio efectivo.

Porque si nos devanamos los sesos rebuscando más allá de la ciudad (construyendo telescopios, empezando por los ópticos y acabando por los radiotelescopios, empezando por las lupas y acabando en los microscopios atómicos, empezando por las cometas y acabando por los satélites y las las naves espaciales...) es porque comprendemos que más allá de ese presente que escapa, de la situación frágil e inestable a la que tememos... hallaríamos la causa que nos interesaría extirpar.

De ahí la situación ridícula y, por ende, trágica de que ni se pueda negar que lo "real" exista ni se pueda afirmar que aquello sea real (concepto que no puede ir más de lo que dice nuestra propia formalización). Podemos asumir que no estamos apresando el verdadero río (como Heráclito supo expresar) pero no podemos dejar de considerarlo real en el sentido indicado, es decir, más o menos predecible (esto por vía de la construcción mental de su "esencia", de su "concepto", de su apriorismo, de su "modelización", incluso de su "secuenciación" mediante formalizaciones cada vez más dinámicas y pretensiosas, cada vez más esforzadas por apresar lo que se escapa irremisiblemente). La conciencia de esa angustia que nos mueve nos hace rebotar de nuevo en un intento vano pero necesario.

La conciencia (trasmitida hacia adelante, del presente hacia el futuro, de manera inevitable más que voluntaria, por las diversas formas, cada vez más sofisticadas, de comunicación , de información) nos dice que se pueden recibir de allí fuera (el interior desconocido también se nos aparece como externo u objetivo: el homúnculo interior que se emergió un día en el hombre de modo un tanto independiente y díscolo, lo facilita sin duda) los múltiples peligros potenciales (desde meteoritos hasta la extinción del Sol pasando por los efectos que produce la vida y el pensamiento así como de los incontrolables movimientos de la Tierra, de los continentes, del mar...) y obtener unos cuantos recursos instrumentales (al servicio del poder posible... que en principio cree que será el que existe o en el que sueña) pero hasta eso tiene una razón política, próxima, social de ser más allá de la innegable obtención de datos que alfombran el poder futuro del hombre y el presente de sus mecenas, empleadores y soberanos.

La ontología y la epistemología son ambas formalismos. Movidos a base de otros obstáculos habríamos desarrollado otras, pero ninguno de esos "multiversos" posibles es el nuestro... aunque alcancemos a tener conciencia de su posibilidad (otra consecuencia de nuestra idiosincrasia imperfecta y desbordante) con la que podemos jugar pero no confundirnos. Todas ellas abandonables en cuanto necesitemos actuar sólidamente o con urgencia. Dejarse llevar, no obstante, es también pensar y crear, para los demás, para los que nos heredarán, para los que nos traicionarán con cierta probabilidad más o menos obligados por las circunstancias... lo que a fin de cuentas nos seguirá reproduciendo más o menos como somos aunque con una teoría diferente y hasta ciertos límites eficaz.

La voluntad de sobrevivir se convierte en voluntad de poder y esta no somos capaces de imaginar hasta dónde o a qué nos llevará...

Pero somos prisioneros de ese imperativo... estamos "sometidos" (pág. 68) y tal vez no seamos precisamente los más reflexivos los más aptos para continuar la marcha... a pesar de los sueños de Sócrates y sus discípulos. Curiosamente, la marcha nos lleva al descubrimiento de nuestra índole trágica (Strauss, Nietzsche) y ello, como ya he dicho otras veces, a la parálisis. ¿Qué se impondrá: el ser sobre la conciencia o ésta sobre el ser? ¿Será el ser capaz de contenerla, de domesticarla, de reprimirla, de engañarla... como se pretende hoy en día por lo visto? ¿O ésta acabará imponiéndose, dándole por fin una feroz y quizás mortal estocada? ¿Llegará a verle a ello algún sentido...? Si no lo llega a ver... el ser (La Vida, diría Nietzsche) habrá triunfado... tal vez a costa de dejar de buscar inútilmente y de aceptar una vida sensitivamente satisfactoria, una vida... erótica de la que no tenga por qué estar excenta la buena lectura, la buena "escucha de los muertos con los ojos". Las perspectivas, lo reconozco, lo confieso, son para mí "enervantes" (pág. 78). por ello, mi sueño, lo reconozco y lo confieso, es que al menos quede eso.

martes, 21 de abril de 2009

El intelectual como tipo sociológico y como resultado de la evolución

Nada salta a la vista de quien protege sus ojos con anteojeras, lo que por otra parte, todo hay que decirlo para no caer en la habitual monserga esperanzadora/admonitoria, no es más que una metáfora que esconde... la predisposición a la monserga nacida de la propia mala conciencia.

Pero las anteojeras en cuestión ("ideológicas" como se suele decir) son naturales, es decir, parte inseparable del ser humano. Ni más ni menos que como el rango de color del ojo o la precisión de todos los sentidos son limitado, dando por naturalmente infranqueables ciertos límites inseparables del propio ser humano, lo que produce que, al menos de por sí, es decir, naturalmente, sea incapaz de ver ni demasiado más allá ni demasiado más acá... Lo naturalmente inalcanzable, sin embargo, podría serlo gracias a la tecnología y la cultura, creaciones humanas nacidas al calor de un resultado natural como fue la razón o, más exactamente, la facultad reflexiva... que nadie puede predecir hasta dónde llevarán al hombre y a la vida, y hasta qué punto les permitirán a ambos franquear el marco que ciñe hasta ahora las formas de la vida a la perentoriedad. Sin duda, nada podemos afirmar a priori: ni el cumplimiento de los más ambiciosos sueños sea cual sea su inimaginable forma y su inimaginable vía, ni su imposibilidad absoluta Lo cierto es que la vida, como señalaba Monod, no dejará nunca de pretender conservarse tal cual es, de intentar ser invariable en tanto no se presenten obstáculos que le hagan imposible adaptarse, llevar a cabo una acción eficaz de adaptación del medio o ambas cosas a la vez; es ese punto extremo que para una forma dada pone su mundo en el límite del caos... Esto es visible (contrastable) en el conjunto de la vida así como en el subconjunto de la humanidad. Todos los experimentos que han podido encontrar un espacio han sobrevivido por ser poseedores de unas u otras características o facultades que se lo permitieron. Todas las variantes de seres humanos, desde los más fuertes a los más astutos, los audaces o los sibilinos... supieron explotar sus habilidades y encontrar un lugar en sus sociedades desde las más primitivas, como alfas, betas épsilons u omegas, cada uno conformando una cierta subespecie transversal si se me permite la expresión.

La diversidad biológica que por lo que podemos observar nos rodea indica (y no hallo ninguna fórmula más convincente y sencilla, es decir, económica, para explicármelo) que la tozuda voluntad de permanecer se vio reconocida en el tiempo en muchas formas, constituyendo estratos de complejidad en su propio espacio vital, siempre amenazadas, eso sí, con acabar sepultadas por otros estrictamente impredecibles en su particularidad final.

Así entiendo que se llegó al hombre, esta especie caracterizable por añadir la facultad de reflexionar al bagaje de recursos más o menos útiles o utilizables para el fin (de hecho) de perpetuarse y adaptar el mundo con ese objetivo, es decir, evitar en lo posible que se le impusieran nuevas adaptaciones debidas a lo imprevisible o a lo inesperado, es decir, a los cambios.

Estoy en mi derecho de considerar aplicable (extrapolar) esta misma imposición/ventaja a cada uno de los grupos humanos transversales que se perpetuaron, desde los que manifestaron una mayor predisposición por el uso de la intelección hasta los que lo hicieron de la fuerza, la resistencia, el maquiavelismo, etc.... grupos en un sentido idiosincrático que compusieron muchos grupos institucionales separados como parte de sus propios estratos y que se manifestaron en todos ellos favoreciendo esa fuerza grupal o social que complementó el avance humano tal como lo conocemos. Me refiero a la de los jefes, los brujos o adivinos, los cazadores o rastreadores-carroñeros y las criadoras de vástagos que pudieron haber existido en las manadas primitivas que podemos considerar como prototipos genéticos particulares. La capacidad de reflexión genérica, sin embargo, se manifestó en grados diversos siendo en unos individuos predominante como arma de supervivencia en comparación con otros en los que predominaron otros rasgos más o menos heredados pero igualmente efectivos. Los más reflexivos o, mejor dicho, aquellos que encontraron un espacio gracias a esa facultad antes que a otras y que gracias a ello sobrevivieron y se reprodujeron siguiendo básicamente las reglas de la selección natural, alimentaron cada vez más su sed de verdad (avidez indispensable a la manera de los instintos más simples y como estos a veces insuficientes, a veces bloqueados, a veces demasiado audaces o insensatos, valga esta metafórica humanización de los impulsos), dando lugar, como resultado adaptativo, a un individuo prototípico tan o más adaptable/adaptador que los demás, e inaugurando o más bien amplificando una presión adaptadora que conseguiría hacerse un lugar para llegar posteriormente a aspirar a ser amos... fuera ello posible o no y de una u otra manera.

Veo así la forma primigenia de la variante intelectual propiamente dicha que con el tiempo encontrará facilidades y dificultades en el mundo el cual, entiendo, se compone también a estos efectos de las formas sociales que acaban siendo su producto. De ahí, me cuesta poco suponer sin creer que me equivoco demasiado, que el sueño de la "República de Sabios" pululaba desde un principio en las mentes primitivas aunque más no fuese bajo formas difusas pero prometedoras. Y que, un día, acabe sirviendo para que a partir de ese sueño los eutifrones levanten su caricatura: su propia República de Profesionales donde Ciencia y Filosofía serán desplazadas (y subordinadas) por la Ideología dogmática y el Slogan de corta duración.

Nada, pues, salta a la vista para los miembros del grupo de intelectuales que viven de los resultados de una sociedad que no controlan (dulce que no les amargaría) pero en cuyos parámetros confían (a veces por resignación)... porque, por ahora, ellos les garantizaban no sólo la supervivencia sino la esperanza de que, mediante reformas y ajustes, podrían alcanzar un status superior o mejor. Y porque ello les permitía justificar toda su trayectoria, toda su vida, desde los estudios cursados hasta la manera de alcanzar un lugar en la sociedad, desde el contenido "indiscutible", "básico", de esos estudios hasta la función educativa, divulgativa, propagandística, histriónica o simplemente indagadora del trabajo remunerado que han conseguido y que pretenden, como todo organismo vivo que se precie (Monod dixit) tiende sanamente (Nietzsche dixit) a practicar. Lo que incuestionablemente es justificable en un simple mortal y sólo un miserable y un hipócrita sería capaz de vilipendiar con la arrogancia que en realidad esconde pretensiones de supremacía instrumental (ideológica, militar o mixta).

Que esto lleva a esos intelectuales a considerar los fundamentos (por cimientos) de sus sociedades como inamovibles, absolutos, naturales, inevitables o incuestionables parece una consecuencia lógica y sine qua non de lo antedicho, y ello más allá de las insoslayables excepciones a la regla cuya aparición debe y puede ser también explicada (a grandes rasgos, claro, pero eficazmente) y sin que ello sirva para rebatir la conclusión genérica. Así, el progreso industrial tal y como ha tenido lugar en la Historia, el aumento de la longevidad general, la alfabetización masiva, el fin de las formas más crueles de explotación y opresión y su tendencia aparente y sobretodo occidental, la reducción de la mendicidad (en Occidente), etc., son vanagloriados en detrimento de su dinámica, su irregularidad y su genealogía. Lo relativamente novedoso y en apariencia capaz de rebatir lo dicho ha sido la evidente proliferación de posiciones intelectuales (y no tanto, además de ser elementales) a favor de un retorno a la naturaleza salvaje y de respeto por La Tierra (virgen) y la bondad humana... primitiva. Pero esto tampoco desdice lo antedicho sino que evidencia hasta qué punto el postmodernismo (y su relativismo, con el que lo equiparan sus detractores sin precisar lo suficiente) ha hecho estragos en buena parte de la intelectualidad (en parte desde que las colonias se perdieron del todo acabando con la Belle Epoque y acabando con la emergencia de las guerras mundiales calientes y frías y las revoluciones burocráticas engañosas y desconcertantes) al ofrecérseles la vía de la burocratización posible que había llegado a reorganizar por completo La Cultura, proceso inseparable, como puede verse y muchos señalan sin ir de todos modos al meollo, de la pérdida cada vez más notable y profunda de los significados del discurso, cada vez más subordinados a la táctica de la inserción del grupo intelectual en la sociedad burocrática como sea, cada vez más tacticistas hasta para la intelectualidad... de medio pelo que es la que se ha expandido junto con la mencionada alfabetización... de slogan. En síntesis: a partir del momento en que la intelectualidad pudo aceptar que la proletarización no era ya en absoluto despectiva o peyorativa sino incluso dignificante (¡oh!, como concluía entre muchos Sartre... no hay como estar entre para estar con los obreros... por lo que habría que dar las gracias a esta sociedad burocrática a la que someter la vida).

Cabe pues la pregunta de hasta qué punto el mundo, lo social incluido, se mueve hacia una situación que permitirá o dejará de permitir a los intelectuales -en el sentido en que los entendemos todavía- prevalecer. Me pregunto, una y otra vez, a la luz de los hechos, en qué medida la autoconciencia más significativa (la social e histórica) seguirá existiendo más allá de la necesidad y del temor al vacío, o sea, de víctima de su propia lucidez. En fin, si quedará en el límite algún espacio que pueda ser usado o creado, aunque sea en las catacumbas de esta sociedad (aunque psicológicamente sea vivido así por su ridiculez -o escasés- de modo fantástico o sectario -por cenáculo minoritario-) y sea tendencialmente menguante... o alguna vez retome el vuelo... donde la vieja raza de filósofos que ha apreciado y admirado el mundo por una u otra causa sobreviva... sobreviva como una también vieja y perimida Ave Fénix capaz en todo caso de soslayar la muerte antes que de renacer. Lo que en cualquier caso representará un escalón particular de la escalera de la complejidad que como las de Escher ni suben ni bajan sino que hacen ambas cosas a la vez.

Debo confesar por último que todavía no sé cuánto de mi vieja inercia me empuja, ni cuánto de mis frustrantes sueños... pero estoy seguro que la una y los otros son mis propios demonios. Hasta la próxima escena...

viernes, 17 de abril de 2009

Una más de la difusa realidad objetiva y de la necesidad vital de formalizarla

Copio y pego sin más (bue... con una única corrección leve al objeto de conservar la intención) el comentario que dejé en el blog de Héctor no sin recomendar una previa lectura al post que lo originó y que no es sino parte del conjunto que últimamente nos lleva a la búsqueda misteriosa del "¿Qué será lo que defiende el otro?" Sería de agradecer toda observación, cuestionamiento total o parcial, puesta en duda total o parcial, etc. de todos quienes lean esto, sepa o no algo sobre Maturana (y si saben, mejor). Creo que la discusión acerca de si se puede o no decir algo de este mundo nuestro y en base a qué... es cuanto menos "importante". En fin...

Te garantizo que Maturana y Varela me interesaban desde hace tiempo. Ya seguí yo un blog chileno que defendía y continuaba la línea de sus maestros ("Núcleo Decenio", ¿lo conoces?; por si acaso: http://nucleodecenio.blogspot.com/).

La idea de "autopoiesis" me resulta atractiva, pero debo ahondar en ello y en cuanto acabe con algunas lecturas de otros campos (je... son evidentes) me meteré con ello.

No obstante rescato esto que has reproducido (¿"traído a la mano"?)...:

"Dicho de otra manera, el sistema nervioso no "capta información" del medio como a menudo se escucha, sino que al revés, trae un mundo a la mano al especificar qué configuraciones del medio son perturbaciones y qué cambios gatillan éstas en el organismo."

... que me sugiere que no se puede afirmar sobre la base de las evidencias (Maturana, como cualquiera, "trae a la mano" las evidencias y las "pone en común" al "traerlas", ¿o no?), repito, no se puede afirmar o deducir de la observación, selección e intento de explicación de su realidad (de las evidencias... y de lo que se intuye y no se evidencia), que el mundo real sea una "invención" humana o algo cercano a esto.

En el párrafo (el discurso humano de Maturana) se manifiesta el reconocimiento de que "las perturbaciones" (del mundo) son al menos recibidas por el hombre (por su cerebro, por su sistema reflexivo), "gatillan" (aquellas que le llegan sin duda) reacciones (qué si no) "en el organismo", entre las cuales estaría... LA FORMALIZACION, LAS TEORIAS EXPLICATIVAS, etc. (¡entre otras! y ¡qué si no!). Es ÉSE el "mundo" que se "trae de la mano", no el real: el mundo de la formalización, el mundo explicado o mejor aún: el mundo de lo explicado. Pero esto no da derecho, ni siquiera aprovechando mucho de lo que dice Maturana (quizás todo menos esa implicación de que las cosas son "al revés" -siendo bastante menos que ello aunque lo sea en relación a la visión kantiana precisamente de la captación, visión que Nietzsche rechaza, precisamente-), ni siquiera, repito, a entender que el mundo nace del "organismo" que es capaz de imaginar ni de ningún otro antes. El mundo, para mí NACE (es decir, se desarrolla) de la interacción, incluso afectado por nuevos productos emergentes entre los que sin duda, por qué no, las propias formalizaciones, míticas, filosóficas, ideológicas o científicas tienen TAMBIÉN un rol... ONTOLÓGICO: se suman, con mayor o menor capacidad de influencia, al maremagnum de las interacciones: EL MUNDO REAL:

Gracias por haberme permitido ser más claro que nunca hasta ahora (creo).

Un saludo.


Finale (añadido a posteriori de la publicación inicial):

Y para finalizar, copio al pie el último comentario que he dejado en respuesta a los contraataques y réplicas intermedias que vuelvo a insistir que lean por cuenta propia (además de por no reflejarlas aquí para que lo hagan y se armen de una posición propia):

La IDEA de un mundo que se "crea" por y desde el hombre, no la “invento” sino que la extrapolo y la equiparo a tu frase (que adjudicas a Maturana) de: “que el acto cognoscitivo (…) nos inmersiona en un mundo creado desde nuestra estructura neurobiológica que se acopla a la realidad de una forma estructural -como el submarino manejado por poleas que da a lugar a salvar escollos- no que interacciona con él mediante pasos de mensajes o intercambio de informaciones porque en nuestro cerebro no hay ninún burócrata o procesador que recoja o gestione nada.” ¡Si esto no es cuanto menos similar a “CREAR-el-mundo-desde-el-hombre”… pues será que no te explicas en absoluto!

“lo que hay que entender qué es una explicación que es nomás que una reformulación de una experiencia y cómo es indisociable nuestro experimentar el mundo de nuestra biología por lo que lo que pudiéramos creer como inherente a él bien pudiera ser nuestra forma nomás de esquematizarlo.” ¿Y yo no digo justamente que la experiencia y todo el hombre y sus productos son “indisociables” de su biología? En eso “coincidimos”, pero de ahí NO SE DEDUCE el adjudicar a los fenómenos la “naturaleza” positivista de ser “una serie de sensaciones” (humanas) como decía Mach desde el empirismo de Hume para acabar en el “no poder decir nada” del joven Wittgenstein. ¡Ni Mach, ni Wittgenstein, ni Malena han “demostrado” nada, es decir, NO HAN ENCONTRADO LA VERDAD ABSOLUTA, ni mediante la observación, ni mediante la intuición ni mediante la lógica…!

Yo NO considero la causalidad como ontológica, yo digo que en la realidad hay repeticiones y regularidades objetivas que se concatenan en las formalizaciones humanas como causalismo y determinación. ¡FOR MA LI ZA CIO NES! Ni sostengo (ni pretendo “demostrar”) que haya “avales” posibles para ninguna formalización, mito o teoría de “la escencia” de las cosas. Otra cuestión es que sea capaz de predecir en base al causalismo y el determinismo (relativo), es decir, en base a una narración coherente que concatene regularidades y repeticiones, que es lo que hace la ciencia y lo que permite, con aproximación suficiente, bastante más en muchos casos que probabilística, y salvo “sorpresas” (irrupciones de emergencias en el sistema desde “fuera”) ACTUAR (dentro de ciertos límites OBJETIVOS, REALES) con REALISMO (y no con total “libertad”). Todo lo formal, por supuesto, es “proviniente de nuestra biológica cognición” y por supuesto que “el mundo no sería apercibido de una forma limpia”; precisamente ésa es la tragedia de la conciencia: que “tiende” a buscar la “limpieza” total o profucnda, la VERDAD ABSOLUTA, la supuesta de los dioses, la que nos daría “La Respuesta”, y la que NO EXISTE. Pero NO por la obviedad (para muchos hoy en día) de lo que ya se ha dicho de sobra acerca de observador-observado, injerencias en la observación, desconocimiento del Todo, etc., sino porque... (esta es mi tesis) el mundo y todos sus seres reales tienen una historia que no cesa, que continúa, y que no fue prediseñada sino que avanza en un juego sin fin de adaptaciones internas y trabajos de adaptación sobre el entorno (posibles a gran escala en el caso del hombre gracias a su capacidad de formalizar, de establecer causalidades y determinaciones), y esto requiere una visión ontológica y no sólo epistemológica so pena de, repito, “callar” en algún punto (cesar los “juicios”) y caer en la confusión diaria…

¿”el mundo este nos gatilla, nos crea un mundo estructuralmente causado siendo este mundo, por razones obvias dada nuestra supervivencia, estructuralmente degenerado con el de afuera, con el objetivo, con el real.”? No dejas nada más claro con esta frase, lo siento. Pero sí deduzco (no “invento”) que reconoces al menos “cierta” realidad ontológica, aunque sea la de una “estructura degenerada”… ¿Por quién, quién puede afirmar que lo sea, es acaso algo que tú puedes probar, demostrar, cómo, de dónde, de que lo “sientes” así…? Creo que esto deberías elaborarlo un poco con vistas a eliminar las contradicciones aparentes… y definir claramente qué quieres decir con esa “metáfora” de las “estructuras diferentes (que) producen resultados parecidos”, ¿cuáles?, ¿parecidos a qué o entre qué? ¿Cuál es el ejemplo?

Las sectas de creyentes de objetivos inimaginables y muchas veces tan sólo psicológicos no tienen por qué ser teológicas. El positivismo fue un caso sonado (igual que el “cientificismo”). Pero no es esta la discusión sino la de contestar ¿“para qué” o “por qué” defiendes -incluso públicamente- tus ideas, para qué “textualizas” a Maturana y lo reinterpretas, etc.? ¿Para realizar un programa inevitable que se te impone, para encontrar una explicación al sentido de tu vida? No me salgas con eufemismos y contesta con precisión o dí que no lo sabes, que te divierte o lo que sea… todo es posible como respuesta para mí, lo que me hará inferir (no “inventar”) mis propias conclusiones.

“Es que pareces no entender Carlos lo que aquí se propone. Cuando hablo de páramos fantasios me refiero a que cualquier otro tipo de definición de la cognición hace uso necesariamente de nociones trascendentales de imposible verificación experimental. Por lo demás era una licencia poética”. Pues lo “parecerá”, pero en todo caso: (a) ¿cuál sería la “verificación experimental” de tus afirmaciones?, no las veo, lo siento, sólo leo “ejemplos” fantasiosos de submarinos y pilotos de submarinos “modélicos” que no se pueden reproducir en ningún experimento sino sólo “imaginar”, y eso porque en La Realidad, en El Mundo, no existe ni puede existir nada como eso. Lo que se podría hacer sería simularlo en un ordenador, poniéndo un piloto sin oído medio que actue siguiendo el programa que interesa que siga para que la “demostración” sea “positiva”… algo que ya ha hecho no sé si el de Maturana pero sí al menos tu cerebro.

Rematas: “Tú teoría por lo pronto es insuficiente. Presupone un mundo objetivo con al que empapelar un ontología, sin explicar una epistemología y sin explicar, sobre todo, qué es la consciencia. Sin esto último no hay posibilidad de una epistemología, sin una epistemología todo lo que se diga es sospechoso, no hay posibilidad de filosofías metafísicas.” Y yo acepto casi todo sin ruborizarme: parto de la base de que toda teoría es INTRÍNSECAMENTE incapaz (más que “insuficiente”) de dar cuenta de la “esencia” del mundo, incluyendo la de la conciencia, en el sentido en que al hombre le gustaría y le satisfaría (gusto y satisfacción que yo sostengo es concomitante con las características de la conciencia, del cerebro en la que esta como fenómeno tiene lugar… objetivamente hablando), pero sí que puede (como casi todas las teorías coherentes y falsables que se ha dado el hombre desde un principio y ha continuado haciendo –lo explico en mis últimos posts que decías leerías detenidamente-, entre otras cosas con la intención de reducir al mínimo las incoherencias y contradicciones y a favorecer una mayor capacidad de previsión del comportamiento real de sí mismo y del mundo, cosa que le importa muchísmo… para poder cumplir con su imperativo evolutivo, sobrevivir. Si no hay ontología (formal) no puede haber epistemología (formal) alguna, y una y otra tienen los mismos problemas y limitaciones y sirven a la misma “voluntad vital compulsiva”. La búsqueda de la “verdad absoluta”, sostengo, es un componente intrínseco del fenómeno reflexivo que de hecho “empuja” a la conciencia a formalizar, a indagar, a intuir, a concatenar, a causar, a determinar, a predecir… ¡Esto es una teoría del conocimiento (o epistemología) basada en hechos evidentes que se repiten, en regularidades objetivas que se localizan en el mundo una y otra vez, que explican por qué pensamos y por qué pensamos en determinadas direcciones (siempre que sumemos a ello una sociología y tengamos presente la Historia, el Tiempo, lo ya-hecho, lo ya-producido, como base limitadora y restrictiva para la acción humana, etc.

No creas pues ni que yo ni que nadie (yo al menos no lo hago) “tenga acceso al mundo” en su “inmensidad”.

El “ejemplo” (pueril) de Newton y Einstein no tiene nada que ver con la existencia de lo real al margen del hombre, que era el tema de discusión y en lo demás ya te he contestado acerca de lo que pienso a lo que se tiene “acceso” y a lo que no.
Repito, creo que TODA formalización es “degenerada con la real”, pero que esta EXISTE de por sí y que nuestra tendencia obligada, imperativa, que ninguna teoría ni “epistemología”, ni pensador, ni nada podrá DESVIAR de su curso, al imponerse nos lleva al determinismo (relativo –que creo acertado- o absoluto –que los hechos desdicen-) y al causalismo. SE IMPONE salvo en “pilotos de submarinos” previamente “castrados” para que hagan bien su rol deostrativo de algo fantasioso y confuso. Por cierto, el espacio tetradimensional, hoy sustituido por el de 11 dimensiones y mañana vaya a saberse por qué nueva “formalización”, NO ES REAL, es FORMAL, pero sirvió y todos se originan de la “sed de sabiduría” a la que me he referido antes que nos obliga a beber “de más” (cosas de la imperfección por falta de diseño previo) antes que quedarnos sin líquido suficiente para sobrevivir. ¿Te parece poco claro? Creo que sí puesto que acto seguido dices: “Lo que se deduce del maturanismo es que toda formalización, incluidas las tuyas, son como las de Newton estructuralmente diferentes de lo real, esto es irreales si lo quieres ver así, aunque eficaces por su similar panoplia de resultados.” Supongo que a esto te referías más arriba, pero no tan claramente; esto es que tú “deduces” (para lo cual necesitas dar por ontológicas ciertas cosas) y optas por unas formalizaciones antes que por otras. ¿Por qué sino (a) por “economía de pensamiento” (Mach también tras Ockham) y (b) por imposición a fin de cuentas muy complejizada, incluso socialmente, de la necesidad de sobrevivir, de mantenerse incluso tal cual se es?

Insisto por ello: “dar vuelta las cosas y llamar irreal a lo real no cambia el problema, ni nuestras necesidades ni la causa que están detrás de ellas y que deducimos (si queremos entender y predecir algo de nuestro propio comportamiento y obras, cosa que necesitamos imperativamente hacer) por haber devenido capaces de hacerlo GRACIAS a que somos REALES (sea eso lo que sea metafísicamente e imaginariamente hablando) y a que POR SERLO tenemos una historia que se basa (para no enloquecer y divagar sin más) en que el mundo YA ERA REAL ANTES QUE NOSOTROS. Etcétera.” y cre no sólo que no niegas “que lo real no exista cuando tu consciencia se acabe” sino que ya estaba antes de que existiera élla y que gracias a su EXISTENCIA REAL ella también llegó a EXISTIR… la podamos o no explicar mejor o peor, más o menos insatisfactoriamente, más o menos incompletamente, más o menos fantásticamente, más o menos idealistamente o materialistamente, etc., que eso en cierto modo ya lo creo que da “resultados parecidos” (¡mis muchos posts de 2007 ya reivindicaban a Feyerabend al respecto y no me desdigo de ello!): pero, insisto, LO REAL NO PUEDE PERDER ENTIDAD POR CULPA DE LA LIMITACION HUMANA: ¡sigue allí afuera, y ahí dentro, alrededor y tan lejos que casi no nos afecta!

“yo que soy racional”, no, eres “racionalista”, un tanto “positivista” y “antropocéntrico” (es decir… kantiano), que no creo que son atributos peyorativos pero que no creo que ayuden a orientarse en algunos terrenos, aunque “sirven” al igual que una rama sirve de bastón pero mejor es una silla de ruedas motorizada. Y ese racionalismo te lleva inevitablemente a “introducir” como “reales” las leyes que te parecen “más reales” (las que metes en el submarino por ejemplo).

“De hecho, todo el mundo cree algo, aunque sea que su pareja le es fiel; la cuestión es qué valor epistemológico adjudicamos a esa creencia y qué eventos habilitamos para que esa creencia sea refutada.” Lo de “habilitamos” me chirrea… ¿Se trata de los “constructos” o “modelos” que sirvan para demostrar una tesis?

“Yo respecto al Maturanismo y su objetividad entre paréntesis estaría encantado, por ejemplo, de que se me explicase cómo el ser humano percibe y es consciente con independencia de su estructura neurobiológica. Toda crítica que no incida en esto, tenderé a leerla con el rabillo del ojo”: he hecho ya varios apuntes en esa dirección, incluida mi novela, que muestra un escenario realista y coherente donde, con otros parámetros de entorno y una conciencia cuasi humana se reproducen los mismos problemas: es toda una simulación. Nuevamente, para hablar de fantasía he debido presuponer lo real.

Y con esto FIN.

miércoles, 15 de abril de 2009

Más "precisiones" o de la difusa realidad objetiva y de la necesidad vital de formalizarla

El "problema de la verdad", nacido, cómo no, de la necesidad humana de certeza (creo que luego quedará a la vez explicada esta tesis), debió ser una preocupación constante del hombre desde muy temprano, se formulase o no. Podemos dar fe de que lo fue (lo que aceptaremos como general o prototípico en este punto) al menos desde que comenzara a exponerlo con vistas a la posteridad mediante la la escritura (o sea, constituyendo "documentos" fehacientes y sintomáticos), aunque esto nos induce a suponer que ya lo hacía a su manera durante el período previo de transmisión oral y a la subordinación prioritaria a la tradición y a las enseñanzas de los ancestros (culto mediante). Y sin duda sensata alguna, lo sigue siendo.

Obviamente, hoy no es para nada fabuloso imaginar una máquina cargada con el programa adecuado que fuese capaz de decidir en base a datos que por ahora también deberían suministrarle sus creadores y utilizadores. En realidad, una máquina de tal tipo existe desde las primeras computadoras, aunque sea para operar y realizar esa misión en campos delimitados. Esta máquina no es, de todos modos, capaz de adaptarse ni de ejercer acción adaptadora alguna sobre el medio. Si le fuese hostil, simplemente estaría expuesta, no podría cambiar ni modificar el entorno y, en un extremo, sucumbiría. No está viva. Además, su "mente" está "perfectamente" delimitada y orientada. No tiene conciencia ni es autónoma.

Una máquina como esa, no tiene por lo tanto "un problema existencial" ni se puede preguntar por su existencia o el sentido de lo que está haciendo. "Simplemente", lo hace. Si su programa tuviese por objeto conservarla en buen estado de funcionamiento, el resultado (tratándose de una máquina como la entendemos) sería exactamente el mismo. Eso sí, al no ser capaz de adaptarse ni de adaptar el mundo (ni siquiera en términos elementales) también dependería de una estabilidad extrema, en todo caso de la que le suministrarían sus creadores y utilizadores, es decir, del Edén en el que sus dioses de hecho la habrían instalado.

El hombre, en cambio (y de modo rudimentario y limitado los animales que se sitúan en los escalones "inferiores" en términos de complejidad operativa), inferimos que emergió en un momento del proceso evolutivo. Su cerebro fue obviamente un resultado de la interacción entre un individuo portador de un cerebro más primitivo que a su vez encuentra sus orígenes más remotos en las primeras formas capaces de obtener información del medio por sí mismos, es decir, de la evolución sucesiva de organismos vivos, capaces de adaptarse y de adaptar su entorno hasta uno u otro punto. El enfoque adoptado inicialmente por Darwin y las sucesivas evidencias observables (que podrían en teoría ser explicadas de muchas maneras al margen del grado en que sean asumidas y por qué) nos indican que el cerebro humano es una consecuencia de la voluntad de permanencia de lo vivo que, alcanzada una conformación dada, tiende a buscar la manera de conseguirlo mediante una serie de soluciones, en principio experimentales, que dan lugar a seres nuevos y más complejos. La interacción de los individuos entre sí y con el medio, sumados a los cambios que el propio medio experimenta como producto de su propia idiosincrasia así como de las interferencias "aleatorias" (lo son en todo caso desde el punto de vista del propio sistema en consideración) dan lugar a novedades o emergencias que se resisten de inmediato a abandonar el mundo. Algunas encajan y otras las consideramos "errores", aunque simplemente "no habrían podido ser".

El hombre, pues, ya en sus versiones más primitivas, debió sentir desde un principio que "algo bullía o zumbaba en su cabeza" y no es extraño que su propia conciencia le atribuyera a ese "ente" una existencia autónoma, indomable incluso por momentos, extraña y peligrosa, diabólica. En esos tiempos, no había aún filósofos ni científicos que lo tranquilizaran, ni médicos que supieran atender y tratar su dolencia, ni... bueno... ¡drogas si que había... naturales y... alucinógenas... y seguramente muy útiles para escapar de la angustia y acercarse a los dioses en busca de refugio! En fin, sin duda esto nos ha llevado hasta el tema de los dioses y de las creencias adoptadas inevitablemente por el hombre... pero lo soslayaré en cierto modo para mantenerme aquí lo más vinculado al objetivo. En todo caso, me atrevo a extrapolar a la luz de mi propia experiencia y de la observación de los resultados históricos, la facultad de reflexionar del ser humano se habría hecho consciente como algo superior en el sentido de aparecérsele como capaz de llevarlo hasta VERDAD intrigante que realmente le preocupaba y le preocupa: la del sentido, tanto del estar en sí como de su evidente carácter transitorio... La vida y la muerte. El mundo y la nada. La aparente y agobiante absurdidad.

Es normal que algo como la conciencia fuese vista como bastante más que como una simple arma de supervivencia resultante del proceso evolutivo, incluso desvinculada de una tal banalidad. En este sentido, el antropocentrismo naturalista o materialista me parece el punto de llegada de la misma búsqueda de refugio antes mencionada una vez que se pierde la fe en los dioses... Todo con tal de preservar la distancia de los hombres reflexivos respecto no sólo de los animales irracionales sino de las masas exentas de sabiduría (y desinteresadas por ella).

Lo cierto es que había que adaptarse y aplicarse en hacer el entorno apto para la supervivencia; vamos, que había, simplemente o en una palabra, que sobrevivir, cumplir con ese imperativo vital siendo simplemente como se ha llegado a ser. ¡Algo cuya especificidad debe ser establecida para los específicos hombres reflexivos, hoy intelectuales modernos, antes sabios o filósofos (en el lenguaje de los clásicos) diferenciables de la masa! Lo que dejo aquí nuevamente apuntado ya que lo he tratado en otras partes.

Lo cierto es que donde pongo la vista, las cosas se ordenan reportándome la sensación de certeza que me permite actuar sobre ellas, aunque sea para seguir su propio movimiento y poco más (según quién sea en según qué época y lugar). Esa misma visión me dice que La Realidad ES de una determinada manera, y esa manera es concretamente COMPLEJA y permanece en estado de interacción constante en todos y cada uno de sus planos. Compleja, eso sí, desde un punto de vista global y en un entorno cuyo radio crece para mí, por lo que supongo (es inevitable extrapolar: no hay multas previstas para ello o nos importa poco -algo que por cierto, merece ser seriamente considerado, aunque no menoscabado sino comprendido!-). Esa idea, esa certeza, me lleva por el mismo camino que a cualquier "máquina de reflexionar" -como Diderot dio en llamar a Leibniz- y como llevó a todos los hombres (especialmente a los más reflexivos) y por ello (siendo un descendiente de los supervivientes) no me queda sino utilizarla para explicarlo todo, particularmente, la historia social y los tiempos que corren, particularmente a predecir los que vendrán en el corto plazo, los que podrían llegar... Todo a la luz de las interacciones en un cierto grado y en un cierto entorno, las internas, las existentes dentro de los componentes, las que se producen entre los diversos estamentos o rangos de conjuntos entre sí, la que se establece entre conjuntos similares y diversos en un mismo plano, las que se producen a partir de una contingencia aparente (considerada desde el punto de vista del sistema afectado), etc.

No se me ocurre otro discurso coherente (tal vez por lo mismo que ese discurso me permite afirmar) que el que muestra al hombre avanzar (es decir, moverse, cumplir con su imperativo vital) a través del tiempo dando a luz a unas y otras opciones experimentales pero, no obstante, favoreciendo con su conducta (¿más eficaz?, sí, si persistimos en enjuiciar valorativamente a las meras consecuencias objetivas) una determinadas especificidades y características.

Entre ellas, y a esto quería llegar (a esta encerrona quería conducirlos), la de ser capaz de detectar las regularidades de la realidad, las repeticiones, las reproducciones. Estos seres, débiles físicamente a la vez que difícilmente aptos para garantizar la reproducción de la especie mediante el número o la rapidez reproductora (su cerebro era el principal impedimento), se vieron forzados por así decirlo a entrar por ese camino y a seguir avanzando por él, un camino que se va trazando en la medida en que en su avance se topa, por insistir de manera harto sintética, con obstáculos (lo que es sistemático en uno u otro sentido) y por el que al mismo tiempo (la otra cara de la moneda) acabaría reforzándose la necesidad de una conciencia y de una capacidad deductiva. De esta forma, ese método se convirtió en garantía para la supervivencia.

Esta característica que podemos observar en todos los organismos vivos y que permite sólidamente explicar la evolución (los hechos incontrovertibles descubiertos mediante la observación y la indagación), e incluso en el comportamiento de la materia inorgánica, sirve también para explicar la evolución del discurso y su razón de ser. Negarlo es ir en contra de la corriente que ha garantizado nuestra supervivencia dando lugar a la filosofía y a la ciencia... lo que no podemos evitar so pena de aislarnos o automarginarnos y hasta de ser rechazados socialmente.

Y ese método es el que, de vez en cuando, hay hombres que pretenden abandonarlo. ¿Cómo es posible? ¿Hasta qué punto? ¿Por qué? Desde mi punto de vista la respuesta última está en el instinto de supervivencia, pero para decir algo de lo que poder extraer conclusiones dignas y útiles (políticas incluso) entiendo que se hace necesario abordar las particularidades y mediaciones que se han ido estratificando desde la célula eucariota, es decir, para el caso del hombre, hace falta abordarlo desde la sociología entendiéndolo todo del modo en que lo he dicho en apretada síntesis.

Pues en parte porque la experimentación continúa siendo la manera en que se despliega el proceso, ya que la imperfección parece una característica inseparable del mismo. Pero, sin despreciar esta base, creo que se puede ir más allá.

Lo que parece fácilmente observable es que en la práctica el ser humano no sigue en absoluto las líneas que se desprenden de ciertas elucubraciones y especulaciones que pretenderían más que ser operativas alcanzar una explicación capaz de acallar esa cualidad perturbadora de la conciencia. El grado de insatisfacción sería tan grande o tan insufrible que se apelaría al mito, pero cada mito conduce al siguiente, cada mito resulta también insatisfactorio.

Mucho antes que mediante la literatura fantástica (y me refiero a muchísimo antes) el ser humano puso en práctica sus dotes (y necesidades, repito) imaginarias y cuentísticas, su capacidad para la elaboración de mitos (valga la redundancia: explicativos; lo que vale la pena añadir de todos modos para remarcar su rol o más bien su razón de ser necesaria). Maynard-Smith por cierto considera esa facultad un instinto. El hecho, en cualquier caso, no puede ser negado... aunque se puedan admitir múltiples interpretaciones cuyas propias razones de ser en todo caso deben ser puestas de manifiesto (como ya dije en mi post anterior y puse en práctica al tratar el liberalismo como una de esas interpretaciones aplicada a un cierto ámbito particular, y en otros análisis críticos) en el campo de la sociología y de la historia. Luego se podrá ver qué tipo sociológico es el que sostiene una u otra y por qué... y hasta apreciar si precisamente por pertenecer a ese tipo... y en un mundo concreto dado... su interpretación es más o menos operativa y en qué sentido, con cuántos triunfos cuenta y por tanto hasta qué punto resultará más verosimil, más acorde con la realidad a la que se enfrenta. Esto, seguramente chocante, sólo se puede comprender a la luz de la Historia y no a la que rodea al propio ombligo.

De cualquier forma, sigamos unas o sigamos otras, la observación (o el estudio minucioso) de esos mitos ,y de los demás discursos del hombre a lo largo de la Historia, nos indica que "algo" hay en ellos que se repite, que "algo" encierran que los caracteriza como formas de lo mismo y como pretensiones de igual signo. Porque no todo en ellos obedece a la necesidad de hallar la Verdad Absoluta, la Respuesta... sino que también, y en la medida en que abren paso a la ciencia justamente... la producción de mitos pone en evidencia nuestra capacidad (y necesidad) para detectar las regularidades observables, regularidades que nos vemos inclinados a considerar componentes de La Realidad, es decir, del mundo que nos rodea, regularidades que interactúan con nosotros. Necesitamos (y podemos) hacerlo para favorecer nuestras perspectivas de supervivencia y esto es también algo que por vía de la repetición (la experiencia) se consolida o se refuerza. Nuestra mente se orienta casi instintivamente a buscar las regularidades y a establecer correspondencias causales, y yo creo que esto no puede atribuirse a la casualidad sino a ser un resultado más de la selección natural en sentido amplio. No hay derecho a afirmar que se haya seguido la mejor de las conductas (¡eso es algo para lo cual no existe un juez capaz de dar ese juicio superior; o al menos ni a mí ni a la mayoría le habla!), pero sí que ello respondiera, en base a los recursos existentes, a la "voluntad" (preconsciente) de la vida por permanecer; en una especie de inercia del movimiento que en cada escollo tiende a imponerse adaptando en todo lo que pueda y adaptándose cuando no queda más remedio. Sin duda, han sobrevivido los que asumieron una visión analítica y determinista de la realidad hasta en los viejos mitos, los que propagaron las enseñanzas de sus ancestros y las consolidaron en una Tradición. Y esa línea se vio reforzada sistemáticamente hasta hoy, a través de los sucesivos descendientes de esos primeros hombres. Tendemos incluso a considerarlo propio de una supuesta mayor eficacia, pero creo que, a la luz de los tropiezos históricos y personales y de aquellas cosas que por inercia ideológica (entre otras limitaciones propias de la capacidad de observación y predicción, tal vez insuperables pero que no pueden trasladarse al modo subjetivista a la naturaleza de La Realidad... porque entre otras cosas tampoco habría capacidad de juicio para conseguirlo o garantizar su verosimilitud) acaban pareciéndonos y apareciéndonos como imprevisibles "cisnes negros", esto debería hacerse sólo en cierto sentido y no en términos absolutos ya que no podemos extraer del presente un aval para el camino seguido.

En otras palabras: creo que no es lícito deducir de las dificultades de la mente humana para tener un cuadro total de la realidad (o para alcanzar verdades absolutas y respuestas deseables) -lo que se hace equivalente a poderes adivinatorios o absolutamente predictivos- que la realidad nazca del sujeto como si este fuese una especie de intermediario entre el Dios y el Mundo. Incluso que sólo se pueda dar un pronóstico probabilístico no significaría que la existencia se pueda tratar al margen de una ontología. La realidad es lo que hay y ella ha dado de sí la conciencia que por fin podemos incluir entre las demás cosas reales o existentes que interactúan entre sí en el mundo, ampliando así nuestra capacidad de deducción (¡gracias a este enfoque podemos afirmar que la burocratización, La Crisis, etc., tienen orígenes históricos transparentes y no que es una "peste" que haya sobrevenido sobre "nos, pecadores"!). La realidad, indudablemente, presenta regularidades que han logrado permanecer en el tiempo... por un tiempo, e irregularidades que se presentan ocasionalmente, respuestas sui generis a necesidades que escapan tal vez al marco de lo necesario provocando otros efectos "innecesarios" (como el probable meteorito que acabó con el Jurásico, o lo que fuera que viniera de fuera del sistema; pero que no son productos del azar en el propio donde se originaron -o al menos eso nos sirve para pensar, por ejemplo, en cómo evitar otra catástrofe similar en el futuro-).

Cada nuevo fenómeno, en todo caso, se suma al conjunto (en cualquier caso, nuestro entorno o mundo) aumentando la complejidad global en ese entorno dado (hasta que éste establezca, de uno u otro modo, contacto con otro creándose uno mayor que los abarque... algo, por cierto, a lo que contribuye el hombre con su tecnología, aunque por ahora sea poco menos que observacional. Y... aunque las cosas se interrumpan, corrompan, colapsen o sufran un cambio de orientación crucial, que es una cuestión aparte.)

Con el modo de pensar científico, yo creo que no podemos sino orientarnos hacia la puesta en orden formal de las evidencias en tanto que regularidades. Decir que lo hacemos por imperativos ignotos e inescrutables o por una concatenación de múltiples necesidades y superfluocidades (si se me permite la licencia) no es una discusión que conduzca a nada, y por ello acaba siendo poco más que retórica y especulativa. Somos como somos para seguir siendo como somos y hacer lo que venimos haciendo. Suponernos "distintos" o "posibles" no produce ni siquiera satisfacción sino autoconstricción... huida hacia la fe... oscurantismo... o simplemente silencio positivista.

La predilección por la retórica o la especulación inconduscente se puede a su vez explicar sobre varias bases y desde varias ópticas realistas (no necesariamente más provechosas todas), igual que los demás fenómenos naturales. En particular, se puede explicar con los mismos métodos científicos de búsqueda de las regularidades y mediante su inclusión en una narración coherente y concatenada, lo que constituye un discurso racional (aunque no por ello racionalista).

Sinceramente, creo que mi punto de vista me permite superar ciertos escollos y que de paso permite inmunizar toda investigación que parte de ese enfoque tanto contra el antropocentrismo como contra el animismo. Y que ello se basa en la consideración del proceso de complejización como intrínseco a la naturaleza, a la materia inanimada y a la animada (¿por qué no seguirlas distinguiendo todavía, aunque sea en nombre de la vieja aunque vigente poesía?) e incluso a sus resultados más sofiticados de orden, las sociedades humanas y con ellas todas las demás obras de la imaginación (esa prolongación o resultado colateral de la autoconciencia) que procrea adicionalmente nuestra especie para perpetuarse a la manera de los dioses.

viernes, 10 de abril de 2009

Precisiones generales o si se quiere "teóricas"

El mes pasado mantuve una exhaustiva y estimulante polémica con mi colega de blogsfera Héctor, autor del blog "El libro de la almohada", polémica que comenzó sin duda tras el segundo post mío de esta serie dedicada al liberalismo y en concreto a instancias de mis menciones a Hayek, a quien, como a otros, sólo citaba a título de ejemplo (ejemplo dentro de otro ejemplo dentro de otro ejemplo... ya que tanto su escuela -"austríaca"- como la liberal en su conjunto no era considerada por mí desde un enfoque militante sino como una manifestación más, particularmente característica, de producción intelectual moderna -objeto por excelencia de mis consideraciones; objeto del orden del discurso que considero fundamental comprender como RESULTADO para comprender el MUNDO en el que ese tiene lugar-. Sinceramente, pienso que esto me sitúa lejos de los enfoques al que el propio liberalismo también tributa -como los demás productos intelectuales de su mismo género-, enfoques que asumen una supuesta "objetividad de los conceptos" -o su, por ellos mismos atribuida, significación "en sí"- que les permiten o empujan a su vez a darles una consecuente consideración de "absolutos", "eternos", "verdaderos", "naturales", etc. Dicho esto, me atrevo a añadir que en muchos aspectos me siento propenso a compartir los ideales liberales que inevitablemente me parecen más honestos y menos contradictorios, más consecuentes en definitiva o menos contradictorios con su propia asunción y defensa... Se trata de un fenómeno del que reconozco sin embargo que soy víctima... precisamente como miembro de esa parte de la sociedad que se "especializa" en pensar, en reflexionar, en leer y escribir, en tratar de comprender y en verse empujado a transmitir... Algo que parece, así visto -y reflexionado-, tan enfermo como el rechazo de la reflexión que se observa por parte de las masas... esto según la propia visión intelectual que no puede evitar valorar su propia herramienta de supervivencia por excelencia -La Razón- en detrimento de las que esgrimen los demás -Coraje, Nobleza, Astucia, Codicia, Fuerza, Deseo...-. Pero unas y otras no tienen para mí nada de "enfermo" o de "alienación" del mismo modo que, consecuentemente, me resulta imposible emparejarlas con una u otra jerarquía de valores. El hecho perturbador que experimenta el intelectual al verse especialmente más capacitado e inclinado a tomar conciencia del mundo (lo que lo lleva a un modo específico de acción), lo convierte en el prototipo de ser humano que redacta las "tablas de la ley"; que supone, cree o sostiene que recibe iluminaciones o revelaciones; que entiende que alcanza la verdad y que, consecuentemente, es responsable ante el mundo de ponerla a disposición de quienes no la alcanzan por sí mismos -porque no puedan o no quieran- e incluso de bregar por la conveniencia de su implantación.

A instancia de tocar temas más candentes, aunque como mera plataforma para "teorizar", sostuve lo siguiente en el blog de otro amigo, Hugo, para más señas autor de "Los monos también curan", en cuya transcripción me permito incluir un par de notas aclaratorias entre paréntesis para hacer autónomo este texto:

Se trata para no extenderme del último párrafo (de la cita que Hugo hace de Sheldon S. Wolin -"Democracia S.A."-) que, para mi gusto (siempre tan puntilloso, lo siento), pone en evidencia cierta visión un tanto superficial o poco rigurosa o quizás "just in the limit" que caracteriza a muchos pensadores que ven "los problemas" pero sólo hasta el punto o "la capa" tras el cual o la cual ir "más allá" los llevaría a un conflicto con su idiosincrasia. Por eso se quedan en que Hobbes "tenía razón" en lugar de señalar lo que realmente Hobbes soñaba: una "estabilidad" favorable a los intereses de su "grupo", el de los "intelectuales", en su tiempo... "piadosos y racionalistas" a un tiempo (y hasta ahí, porque no quise meterme con otras derivaciones muy significativas a mi criterio que enlazan y explican artículos como éste que aquí doy como ejemplo entre otros). Y es que cuando se dice:

"...cuando los ciudadanos se sienten inseguros y al mismo tiempo impulsados por aspiraciones competitivas, anhelan estabilidad política más que compromiso cívico; protección más que participación política"

... ya hay algo que se nos quiere colar (involuntariamente en principio) bajo esa "generalización" social de la primera frase: "los ciudadanos", como si se tratara de una masa homogénea, que siente lo mismo, que tiene intereses iguales, y que en definitiva no existe y sólo es... un deseo intrínseco a la utopía deseada o soñada.

Yo creo que los intelectuales tienden (o tendemos, algunos renegando de ello) a poner en la realidad los personajes de nuestros sueños y deducir luego que si los reales no actúan como ellos... pues que están "alienados" (por ejemplo) o que han sido "abducidos".

Yo creo que, por ejemplo, en lo que a las masas-que-viven-de-su-trabajo-físico o de ser más o menos "robotitos", que éstas buscan la "protección" (en realidad más bien: que la "usufructúan") porque les interesa y no porque son engañadas. Si la vida se les pone muy mal, a veces pueden tardar en reaccionar, pero no es sino porque aún les queda una esperanza. Los que se sienten afectados realmente por la "opresión" son en realidad ciertos intelectuales... y cada vez menos mientras se les puedan ofrecer espacios a la sombra de los opresores (La Corte, en la época de Galileo; la Democracia Formal o el "Totalitarismo Invertido" si se quiere, hoy). De nuevo, los intelectuales son los que "no comprenden" (y se explican echando balones fuera) la "pasividad de las masas", que en realidad sólo van a la suya y no a "la de ellos" (como sucedió en la Revolución Francesa). Otra cosa es que la apuesta a veces les salga también mal. Pero de esto último no está PARA NADA EXENTA la propia intelectualidad...

Estos asuntos y mi propia necesidad de orden me llevan a realizar algunas precisiones conceptuales antes de continuar con mi desmontaje del liberalismo como corriente intelectual (tal vez, por cierto, y esta es una precisión en la que insisto con otras palabras: la única que aún contiene, cuando lo hace y no es una simple tapadera burocrático-política, una idiosincrasia de ese tipo, indudablemente residual en todo caso, por lo que la comparé con "los últimos mohicanos"; razón que me lleva precisamente a elegirla para ser situada entre plaquetas bajo mi microscopio...)

Y es que para mí resulta ya del todo imposible (con un convencimiento que por supuesto no puedo privilegiar pero sí asumir con el mismo derecho que doy y que por tanto puedo darme), discutir de algo de este mundo sin tener a mi lado, sobre la mesa del debate político-social, la lámpara que ilumina ese lado para mí inseparable de todas sus cuestiones, lámpara a cuya luz todo problema ontológico queda bajo sospecha al igual que resulta obvio que esté bajo sospecha todo juez que al mismo tiempo actúa como parte.

La cuestión, o sea "el problema", invita sin duda a discusiones más amplias en el terreno de la ontología al modo en que un buen trozo de queso lleva al ratón a la trampa (y aclaro que al decir esto en absoluto deseo que se piense que para mí lo ontológico no puede ni debe -por inútil o por inoperante, como algunos agitaron- ser sustituido por lo epistemológico; algo que se comprenderá mejor cuando explique mi metáfora con más detalle en sucesivos tramos). Sin duda, el mundo de los objetos, es decir, de las cosas que se ven afectadas entre sí por su existencia y su proximidad, es real; real en el sentido en que nos interesa que sean con vistas a realizar... ¿qué sino nuestra teleonomía, qué sino nuestra supervivencia, y qué sino del modo posible, es decir, de un modo imperfecto o, en su modo reflejo... insensato, esto es, de un modo que para una mente que necesita ser metódica resulta un tanto desmadrada, imprecisa, a veces insuficiente y otras exagerada, anárquica dentro de límites, como he dicho: insensata, etc.?

Es obvio que las cosas capaces de producir un efecto en las demás y en sí mismas, de interactuar, son las que dan forma al mundo en un proceso repleto de concatenaciones de mayor o menor significación (peso, incidencia...), un proceso que podemos muy bien llamar histórico. Toda conformación del mundo es pues un resultado forzado por el estado inmediatamente previo, estado que se fue sin duda cocinando y esto sin una receta ni una meta aunque sí bajo las condiciones restrictivas que imponía la propia distribución de las cosas, su estado, su fuerza impositiva al tiempo que un espacio más o menos disponible para la emergencia de las novedades... Creo firmemente que esa lámpara debe estar presente en la mesa de la discusión, permanentemente iluminando los temas del debate, procurando que no nos dejemos llevar por la predilección cómoda de los absolutos, de los conceptos eternos, supuestamente garantizados, de los atributos supuestamente "en sí".

En un mundo así, la mente del hombre no opera libre de condicionamientos y restricciones ni tampoco opera al margen del resultado que es de la Historia Natural, es decir, de la Evolución (como proceso de adaptación bidireccional) y de la propia Historia Social como algo específico que tiene sus bases en lo primero pero que teje capas sucesivas que se convierten ellas mismas en determinantes apenas entran en el juego de las interacciones. Y ello a pesar de que la autoconciencia indica un tanto lo contrario, es decir, que debería ser omnipotente... cuanto menos en potencia. Una sensación que en todo caso... confunde.

De ahí que yo sostenga que haya que completar una "sociología" previa de los discursos del hombre -o de la reflexividad que manifiesta éste como cualidad; es decir, no de todo hombre en sentido estricto u operativo-, y una sociología apoyada en los datos de la ciencia, especialmente la que descubre las dependencias evolutivas y adaptativas que sin duda para mí están en la base del comportamiento humano (la genética, la biología, la psicología evolutiva, la antropología... especialmente evidenciadoras de hechos de peso como la idea de grupalidad o del carácter instintivo del lenguaje y de los mitos). Pues bien, remarco, unos discursos que son particular e individualmente creados y poseídos, elaborados como un arte y aprovechados como mercancía u objeto de intercambio de favores y poderes, privilegios y herramientas materiales diversas de supervivencia -según los parámetros sociales imperantes y aceptados-, por unos miembros concretos del mundo,UNOS INDIVIDUOS PARTICULARES que a su vez no pueden sino moverse dentro de los límites de UN MUNDO y UN TIEMPO dados. Y esto, creo, debe ser colocado en PRIMER LUGAR. Como la mencionada lámpara en la mesa del análisis.

Lo contrario, lo que la Filosofía en general hizo desde sus comienzos, inevitablemente desde mi punto de vista a instancias de ese inevitable extrañamiento que tiene lugar en la mente del filósofo y del intelectual, es decir, en la mente del hombre reflexivo, es otorgar a los Conceptos una entidad que necesariamente debe, de una u otra forma, ser "fundada" fuera del mundo: por lo divino, por lo inducido desde el más allá, por lo revelado, incluso por lo capturado o captado de lo más profundo, de lo que estaría -para los demás mortales o comunes- detrás de la apariencia... Cada una de estas variantes no abandona la asunción de que la idea existe por sí misma de algún modo, en alguna parte -la verdadera idea-; que el hombre tiene ante sí, más o menos difusa, oculta o escondida, sesgada o prohibida... LA VERDAD VERDADERA o ABSOLUTA e INMUTABLE y no una REALIDAD -compleja y de la que forma parte- con la que interactúa, no previamente circunscrita ni vinculada a "verdad" alguna sino simplemente EXISTENTE por decirlo de algún modo, incapaz de resistirse a una dinámica de transformación aunque propensa a ha permanecer incólume, sensible a los choques que se producen en su seno a instancia de sus resistencias particulares del mismo tenor.

Explicar el mundo y sus manifestaciones con sólo lo que nos parece parte de este mundo parece una opción cada vez más económica, aunque ni siquiera esto da derecho alguno a que un enfoque como ese sea más verdadero o más justo, y por ello, a resolver la incertidumbre que nos caracteriza. Lo cierto, sin embargo, es que esto afecta de manera diferente a los diferentes seres humanos, y que tampoco haya nada que nos permita demostrar que la conducta o la vida de unos sea mejor que las de los demás. En unos u otros casos, parece evidente que esas conductas están en relación con la respectiva idiosincrasia, con los talentos, con los recursos de cada cual, así como con la necesidad de utilizar unos u otros... ¿Para qué? Parece, también, que para sobrevivir; simple y sencillamente, como es para nosotros el caso de cualquier otro ser vivo, bien que con su respectiva, propia, especificidad.

Si asumimos esto, no paree que hagan falta demasiados subterfugios más separados de este mecanismo básico para explicar cómo, en su desarrollo, pudieron haber surgido todas las cosas propiamente humanas de este mundo... aunque nadie pueda dar la garantía de que no existan "cosas" que "pudieran existir" más allá de nuestro alcance... El hecho de que no hagan falta para la comprensión no sería garantía... sobretodo ante el hecho de que esa comprensión tampoco se ve satisfecha, no tanto por incompleta sino por rechazable: el propio mecanismo se rebela insistentemente contra la resignación: está, al parecer -nos lo parece-, estructurado de esa manera y así cumple más o menos con su "razón de ser", así es al menos cómo actúa y cómo produce resultados a favor de esa supervivencia (de la que tampoco podemos asegurar sea la mejor manera, ni siquiera en base a su eficacia probada, sino que... "funciona", que "funciona en relación y función a su entorno" en una medida en cualquier caso "aceptable" a la vez que conflictiva porque no podemos compararla con nada equivalente al menos hoy por hoy: la misma idea de "lo más apto" me parece "relativa" o sujeta a matizaciones y objeciones "lógicas").

Desde este conjunto de influencias, no parece que se pueda sostener sino que los conocimientos que se producen están determinados no tanto por limitaciones funcionales o por lo complejo de penetrar de lo externo, sino por la propia dinámica, por el hecho de que son resultados equivalentes a todos los otros de los que se pretende dar cuenta. El juicio es siempre de la realidad sobre sí misma. Y hay siempre presente una intencionalidad velatoria, tergiversadora; un deseo de no querer saber... un miedo que induce una autoprotección... (¡muy natural por cierto; muy rechazable por el hombre por ello; el homo intelectualis, claro!) El mecanismo es reconocido como eficaz aunque se perciban sus evidentes deficiencias, pero sin duda sólo es lo que pudo ser (da igual si entre otras alternativas hoy sólo imaginarias) como resultado derivado de una evolución progresiva e irregular, de un proceso de imponerse a lo demás mediante cambios dentro más o menos de los límites de la incapacidad para cambiar lo externo por parte de cada unidad dada y la fuerza derivada de adaptadores menos complejos que acabarían asociados en o a otras unidades mayores, (llámense a esos procesos simbiosis, especializaciones, poiesis... etc. según los criterios más rigurosos que exige cada vez más el análisis científico especializado).

Sobre esta base, puede ser interesante observar la evolución de la capacidad reflexiva y aceptar que ello la lleva por donde ha ido hasta producir filosofía y ciencia, mito y religión, ideología y dogma.

El "problema" queda cuanto menos expuesto.