jueves, 24 de abril de 2008

La irresistible ascensión de Eutifrón

En el Eutifrón, Platón afronta el debate que tiene lugar entre este personaje y Sócrates después de que este último fuese acusado de impío. Leo Strauss, por su parte ("Sobre el Eutifrón", en "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu, Bs. As., 2007, págs. 271-293), nos propone un análisis muy sugestivo que nuevamente intentaré aprovechar por lo crucial de su vigencia según mi insistente punto de vista.

Al respecto, hay que resaltar que Platón desarrolla el debate y la puesta en escena con iguales propósitos y que todos los actores giran en realidad en torno a un problema político del que afloran cuestiones de concepto, es decir, filosóficas y científicas que se pueden extrapolar en uno u otro sentido, ya sea leyendo bien o haciéndolo mal. En este sentido, llevar a cabo una lectura a la manera de Strauss implica una relectura propia. Él mismo hace su propia lectura política intentando extraer las enseñanzas que más le interesaban, es decir, traer hacia el aquí y el ahora el debate de entonces. Y al hacerlo, Strauss mismo resalta los aspectos que más le interesaban. En este sentido, a mí la lectura que me interesa por ahora es la del texto de Strauss, del que intentaré resaltar apenas unos pocos aspectos.

En tiempos de la Grecia Antigua, la piedad era una referencia ideológica que situaba a los hombres con relación al orden establecido. Esto es vital para comprender el debate entre Eutifrón y Sócrates así como la denuncia de Meleto, Ánito, su directo promotor, y Licón. Esto quedará sobradamente confirmado luego con la taxativa decisión condenatoria que tomará la ciudad así como a través de la Apología de Sócrates, el alegato reconstruido por Platón de la defensa que el filósofo hace de sí mismo.

Pero, y este detalle un tanto secundario que me interesa rescatar y sublimar a mi turno, también se pone en evidencia en el papel que juega ese personaje que Strauss retrata en base al texto de Platón que es Eutifrón con las siguientes sucintas pinceladas: "...siente un gran desprecio por la muchedumbre (...) Oculta su sabiduría. Sin embargo, no oculta su pretensión de poseerla (...) Parece creer que todos los conflictos se refieren a principios y valores (en lugar de originarse en la lucha por la posesión de las mismas cosas por coincidir en los mismos valores). (...) Si este conocimiento lo obligara a dañar a seres humanos, no dudaría un momento en hacerlo." (Strauss, op.cit., pág. 279-281)

La discusión de la piedad gira en realidad en torno a la opción entre filosofía y tradición, entre filosofía e irreflexión, contradicción y silencio. Lo evidente es que a Sócrates se lo acusa de impío como forma eufemística o máscara de la ideología dominante, hipócrita y confusa, contradictoria y oportunista que obra en manos de la ortodoxia y de los revanchistas como arma y que sin embargo es condescendiente con Eutifrón. De ello fue consciente Sócrates como puede verse en la Apología ("Apología de Sócrates", Alianza), lo que no sólo no lo salvó sino que contribuyó con su condena, como bien se señala en el prólogo a la edición mencionada y resulta también evidente en el alegato que más que una defensa de sí mismo es una acusación.

Lo cierto es que Sócrates, como él mismo manifiesta, peligraba desde el momento en que comenzó a perseguir el conocimiento. Sócrates y de inmediato sus discípulos se habían levantado de hecho contra la Grecia Política al pretender la mejora del hombre y de su vida social y pregonarlo. Obviamente, la piedad, más allá de su significado inmediato o literal, es la argamasa de aquella sociedad, y de eso es de lo que se discute. Como concluye Strauss en primera instancia: "Meleto tiene razón. Sócrates no cree en los dioses de la ciudad (...), los dioses diferentes introducidos por él son las ideas" (Strauss, op.cit., pág. 287).

Por el contrario, Eutifrón sobrevive en la ciudad a pesar de no creer en ella. Eutifrón sobrevive gracias a dos hechos. Por un lado, no se digna a discutir sus supuestas verdades secretas con sus miembros, la muchedumbre, a la que desprecia. Por el otro, la muchedumbre lo considera un loco inofensivo. Algo que, por otra parte, ilustra la distancia y la proximidad que media al mismo tiempo entre aquella época y la actual.

Pero de aquí me interesa destacar la conclusión que acerca de esta confrontación entre Sócrates y Eutifrón extrae Strauss: "Eutifrón es una caricatura de Sócrates" (p. 282).

Observemos ahora nuestro mundo y nuestro tiempo. A lo largo de los tiempos, la filosofía ha sido acusada de atentar contra el orden establecido por el sólo hecho de propender al pensamiento desprejuiciado, a poner todo en cuestión, a llevar a cabo la pulsión humana que lo empuja sin remedio hacia el conocimiento de las causas. Ante esta conducta irreprimible, la Ciudad se vuelve feroz en la figura de los afectados, los envidiosos, los acomodados. Estos apelan al poder y a la ley con subterfugios, con acusaciones de "antipatriotismo" por ejemplo, para dar un ejemplo cercano sobre cuya diferencia con el caso es que ahora son agitadas desde el propio poder al que los revanchistas han llegado dándole la conducción... a los modernos Eutifrónes.

Esos filósofos, como no podía ser de otro modo, necesitaban la libertad cuya instauración no podía sino conllevar una subversión del orden existente. Platón debate largamente esta cuestión en La República y acaba optando por una solución aristocrática basada precisamente en la sabiduría. Pero esto acabó mostrándose una y otra vez utópico además de imposible: de lograrse, los sabios tendrían que aceptar la corrupción de sus principios; en cuanto tuviesen el poder, de lo que se trataría sería de conservarlo, y ello daría el pistoletazo de salida de su metamorfosis.

¿En qué? ¿En el escarabajo de Kafka? No exactamente, esa sería más bien otra que sin duda se realiza en paralelo, sino en... Eutifrón, la caricatura del filósofo, la caricatura del intelectual.


(to be continued...)

4 comentarios:

Gregorio Luri dijo...

"llevar a cabo una lectura a la manera de Strauss implica una relectura propia. (...) a mí la lectura que me interesa por ahora es la del texto de Strauss".

Strauss nos sitúa frente a interpretaciones en las que el texto (es decir el sentido dogmático del texto orginial) acaba desapareciendo, lo cual es sobre todo evidente en el caso de los diálogos platónicos. Y lo hace, como bien ves, colocándonos en una situación curiosa, porque no nos pone ante un texto sino entre dos (o más) textos, de forma que nuestro espacio lector adquiere una complejidad extraordinaria que, en última instancia, porque nos obliga a la decisión para hacer factible la interpretación.
No nos decidimos por un sentido porque hayamos entendido el mensaje; sino que entendemos el mensaje porque nos decidimos por un sentido.
No hay nada en Derrida que no haya sido pensado previamente por Strauss.

Carlos Suchowolski dijo...

¡Por lo visto, "cada loco con su tema" en un doble sentido! Ahora bien... qué opinión te merece el paralelismo que propongo entre el "entonces" y el "ahora" y qué la hipótesis de la susplantación de los intelectuales aspirantes al Poder que se creyeron tan cerca a él durante la Revolución Democrática por sus "caricaturas" a lo Eutifrón y ZP, es decir, los políticos seudointelectuales o burócratas modernos? Bueno... eso si te interesa el tema que para mí es central (parte de esa sociología del intelectual que no ha sido acabada... por ser "políticamente peligrosa" a mi entender).

Gregorio Luri dijo...

La cuestión de la figura del intelectual es interesantísima. Pero me parece que Eutifrón es un perfecto tipo de intelectual, tanto de los de antes como de los de ahora. Es la figura que defiende con pasión ideas cuyo fundamento desconoce y lo hace por el afán de sobresalir.
A diferencia del intelectual el filósofo (y filósofos hay siempre poquísimos) ha visto sus fundamentos (o la falta de los mismos) y le interesa más la verdad que su prédica en la plaza pública.

Carlos Suchowolski dijo...

De acuerdo, la diferencia puede verse como grados o haciendo una radical o cualitativa diferenciación. De hecho yo la hago utilizando el término "intelectual" en un sentido peyorativo. No obstante, los grados que median entre la absoluta idiotez y la identificación con la filosofía (en el sentido literal y el rescatado por Strauss de las garras del positivismo moderno) muestran grados de conducta política y de vacilación. Sócrates mismo pide refugio en la figura de Eutifrón por miedo a la muerte (tocaré esto en la continuación). En cuanto al discurso en la plaza... publicar o dar conferencias es una forma indirecta de estar en la plaza pública: mediante una cadena de aproximaciones. En fin, que no hay filósofo que no sea un poco Eutifrón ni viceversa. A fin de cuentas, son formas de supervivencia adaptadas a cada individualidad. Pero aquí sólo podemos remitirnos a algo tan general y reduccionista como la genealogía del intelectyual que es un capítulo de la del ser humano. Y esto, aunque diga poco y diluya los detalles, aunque no sirva de mucho si nos quedamos en su enunciado, es la única referencia de última instancia que nos separa del antropocentrismo y del teocentrismo y nos pone de frente ante nuestra propia orfandad para saberlo todo, nos pone, a quien se anime, ante el irredento impulso de conocer, de filosofar, de enfrentarnos a "la ciudad" y de morir por no callar nuestra convicción.
Este enfoque mostraría que la búsqueda de la verdad por el filósofo se ejecuta en paralelo con la prédica por la misma razón: la supervivencia... que a veces implica el riesgo de la "muerte física" (única, claro, según lo podemos aceptar hoy, para el individuo, pero no como es vivida psicológicamente por imperativo genético).

Pero lo mejor no está en enunciar estas cosas de manera general sino en aplicarlo a cada texto y a cada suceso del antes y del hoy. ¿O no?