miércoles, 15 de abril de 2009

Más "precisiones" o de la difusa realidad objetiva y de la necesidad vital de formalizarla

El "problema de la verdad", nacido, cómo no, de la necesidad humana de certeza (creo que luego quedará a la vez explicada esta tesis), debió ser una preocupación constante del hombre desde muy temprano, se formulase o no. Podemos dar fe de que lo fue (lo que aceptaremos como general o prototípico en este punto) al menos desde que comenzara a exponerlo con vistas a la posteridad mediante la la escritura (o sea, constituyendo "documentos" fehacientes y sintomáticos), aunque esto nos induce a suponer que ya lo hacía a su manera durante el período previo de transmisión oral y a la subordinación prioritaria a la tradición y a las enseñanzas de los ancestros (culto mediante). Y sin duda sensata alguna, lo sigue siendo.

Obviamente, hoy no es para nada fabuloso imaginar una máquina cargada con el programa adecuado que fuese capaz de decidir en base a datos que por ahora también deberían suministrarle sus creadores y utilizadores. En realidad, una máquina de tal tipo existe desde las primeras computadoras, aunque sea para operar y realizar esa misión en campos delimitados. Esta máquina no es, de todos modos, capaz de adaptarse ni de ejercer acción adaptadora alguna sobre el medio. Si le fuese hostil, simplemente estaría expuesta, no podría cambiar ni modificar el entorno y, en un extremo, sucumbiría. No está viva. Además, su "mente" está "perfectamente" delimitada y orientada. No tiene conciencia ni es autónoma.

Una máquina como esa, no tiene por lo tanto "un problema existencial" ni se puede preguntar por su existencia o el sentido de lo que está haciendo. "Simplemente", lo hace. Si su programa tuviese por objeto conservarla en buen estado de funcionamiento, el resultado (tratándose de una máquina como la entendemos) sería exactamente el mismo. Eso sí, al no ser capaz de adaptarse ni de adaptar el mundo (ni siquiera en términos elementales) también dependería de una estabilidad extrema, en todo caso de la que le suministrarían sus creadores y utilizadores, es decir, del Edén en el que sus dioses de hecho la habrían instalado.

El hombre, en cambio (y de modo rudimentario y limitado los animales que se sitúan en los escalones "inferiores" en términos de complejidad operativa), inferimos que emergió en un momento del proceso evolutivo. Su cerebro fue obviamente un resultado de la interacción entre un individuo portador de un cerebro más primitivo que a su vez encuentra sus orígenes más remotos en las primeras formas capaces de obtener información del medio por sí mismos, es decir, de la evolución sucesiva de organismos vivos, capaces de adaptarse y de adaptar su entorno hasta uno u otro punto. El enfoque adoptado inicialmente por Darwin y las sucesivas evidencias observables (que podrían en teoría ser explicadas de muchas maneras al margen del grado en que sean asumidas y por qué) nos indican que el cerebro humano es una consecuencia de la voluntad de permanencia de lo vivo que, alcanzada una conformación dada, tiende a buscar la manera de conseguirlo mediante una serie de soluciones, en principio experimentales, que dan lugar a seres nuevos y más complejos. La interacción de los individuos entre sí y con el medio, sumados a los cambios que el propio medio experimenta como producto de su propia idiosincrasia así como de las interferencias "aleatorias" (lo son en todo caso desde el punto de vista del propio sistema en consideración) dan lugar a novedades o emergencias que se resisten de inmediato a abandonar el mundo. Algunas encajan y otras las consideramos "errores", aunque simplemente "no habrían podido ser".

El hombre, pues, ya en sus versiones más primitivas, debió sentir desde un principio que "algo bullía o zumbaba en su cabeza" y no es extraño que su propia conciencia le atribuyera a ese "ente" una existencia autónoma, indomable incluso por momentos, extraña y peligrosa, diabólica. En esos tiempos, no había aún filósofos ni científicos que lo tranquilizaran, ni médicos que supieran atender y tratar su dolencia, ni... bueno... ¡drogas si que había... naturales y... alucinógenas... y seguramente muy útiles para escapar de la angustia y acercarse a los dioses en busca de refugio! En fin, sin duda esto nos ha llevado hasta el tema de los dioses y de las creencias adoptadas inevitablemente por el hombre... pero lo soslayaré en cierto modo para mantenerme aquí lo más vinculado al objetivo. En todo caso, me atrevo a extrapolar a la luz de mi propia experiencia y de la observación de los resultados históricos, la facultad de reflexionar del ser humano se habría hecho consciente como algo superior en el sentido de aparecérsele como capaz de llevarlo hasta VERDAD intrigante que realmente le preocupaba y le preocupa: la del sentido, tanto del estar en sí como de su evidente carácter transitorio... La vida y la muerte. El mundo y la nada. La aparente y agobiante absurdidad.

Es normal que algo como la conciencia fuese vista como bastante más que como una simple arma de supervivencia resultante del proceso evolutivo, incluso desvinculada de una tal banalidad. En este sentido, el antropocentrismo naturalista o materialista me parece el punto de llegada de la misma búsqueda de refugio antes mencionada una vez que se pierde la fe en los dioses... Todo con tal de preservar la distancia de los hombres reflexivos respecto no sólo de los animales irracionales sino de las masas exentas de sabiduría (y desinteresadas por ella).

Lo cierto es que había que adaptarse y aplicarse en hacer el entorno apto para la supervivencia; vamos, que había, simplemente o en una palabra, que sobrevivir, cumplir con ese imperativo vital siendo simplemente como se ha llegado a ser. ¡Algo cuya especificidad debe ser establecida para los específicos hombres reflexivos, hoy intelectuales modernos, antes sabios o filósofos (en el lenguaje de los clásicos) diferenciables de la masa! Lo que dejo aquí nuevamente apuntado ya que lo he tratado en otras partes.

Lo cierto es que donde pongo la vista, las cosas se ordenan reportándome la sensación de certeza que me permite actuar sobre ellas, aunque sea para seguir su propio movimiento y poco más (según quién sea en según qué época y lugar). Esa misma visión me dice que La Realidad ES de una determinada manera, y esa manera es concretamente COMPLEJA y permanece en estado de interacción constante en todos y cada uno de sus planos. Compleja, eso sí, desde un punto de vista global y en un entorno cuyo radio crece para mí, por lo que supongo (es inevitable extrapolar: no hay multas previstas para ello o nos importa poco -algo que por cierto, merece ser seriamente considerado, aunque no menoscabado sino comprendido!-). Esa idea, esa certeza, me lleva por el mismo camino que a cualquier "máquina de reflexionar" -como Diderot dio en llamar a Leibniz- y como llevó a todos los hombres (especialmente a los más reflexivos) y por ello (siendo un descendiente de los supervivientes) no me queda sino utilizarla para explicarlo todo, particularmente, la historia social y los tiempos que corren, particularmente a predecir los que vendrán en el corto plazo, los que podrían llegar... Todo a la luz de las interacciones en un cierto grado y en un cierto entorno, las internas, las existentes dentro de los componentes, las que se producen entre los diversos estamentos o rangos de conjuntos entre sí, la que se establece entre conjuntos similares y diversos en un mismo plano, las que se producen a partir de una contingencia aparente (considerada desde el punto de vista del sistema afectado), etc.

No se me ocurre otro discurso coherente (tal vez por lo mismo que ese discurso me permite afirmar) que el que muestra al hombre avanzar (es decir, moverse, cumplir con su imperativo vital) a través del tiempo dando a luz a unas y otras opciones experimentales pero, no obstante, favoreciendo con su conducta (¿más eficaz?, sí, si persistimos en enjuiciar valorativamente a las meras consecuencias objetivas) una determinadas especificidades y características.

Entre ellas, y a esto quería llegar (a esta encerrona quería conducirlos), la de ser capaz de detectar las regularidades de la realidad, las repeticiones, las reproducciones. Estos seres, débiles físicamente a la vez que difícilmente aptos para garantizar la reproducción de la especie mediante el número o la rapidez reproductora (su cerebro era el principal impedimento), se vieron forzados por así decirlo a entrar por ese camino y a seguir avanzando por él, un camino que se va trazando en la medida en que en su avance se topa, por insistir de manera harto sintética, con obstáculos (lo que es sistemático en uno u otro sentido) y por el que al mismo tiempo (la otra cara de la moneda) acabaría reforzándose la necesidad de una conciencia y de una capacidad deductiva. De esta forma, ese método se convirtió en garantía para la supervivencia.

Esta característica que podemos observar en todos los organismos vivos y que permite sólidamente explicar la evolución (los hechos incontrovertibles descubiertos mediante la observación y la indagación), e incluso en el comportamiento de la materia inorgánica, sirve también para explicar la evolución del discurso y su razón de ser. Negarlo es ir en contra de la corriente que ha garantizado nuestra supervivencia dando lugar a la filosofía y a la ciencia... lo que no podemos evitar so pena de aislarnos o automarginarnos y hasta de ser rechazados socialmente.

Y ese método es el que, de vez en cuando, hay hombres que pretenden abandonarlo. ¿Cómo es posible? ¿Hasta qué punto? ¿Por qué? Desde mi punto de vista la respuesta última está en el instinto de supervivencia, pero para decir algo de lo que poder extraer conclusiones dignas y útiles (políticas incluso) entiendo que se hace necesario abordar las particularidades y mediaciones que se han ido estratificando desde la célula eucariota, es decir, para el caso del hombre, hace falta abordarlo desde la sociología entendiéndolo todo del modo en que lo he dicho en apretada síntesis.

Pues en parte porque la experimentación continúa siendo la manera en que se despliega el proceso, ya que la imperfección parece una característica inseparable del mismo. Pero, sin despreciar esta base, creo que se puede ir más allá.

Lo que parece fácilmente observable es que en la práctica el ser humano no sigue en absoluto las líneas que se desprenden de ciertas elucubraciones y especulaciones que pretenderían más que ser operativas alcanzar una explicación capaz de acallar esa cualidad perturbadora de la conciencia. El grado de insatisfacción sería tan grande o tan insufrible que se apelaría al mito, pero cada mito conduce al siguiente, cada mito resulta también insatisfactorio.

Mucho antes que mediante la literatura fantástica (y me refiero a muchísimo antes) el ser humano puso en práctica sus dotes (y necesidades, repito) imaginarias y cuentísticas, su capacidad para la elaboración de mitos (valga la redundancia: explicativos; lo que vale la pena añadir de todos modos para remarcar su rol o más bien su razón de ser necesaria). Maynard-Smith por cierto considera esa facultad un instinto. El hecho, en cualquier caso, no puede ser negado... aunque se puedan admitir múltiples interpretaciones cuyas propias razones de ser en todo caso deben ser puestas de manifiesto (como ya dije en mi post anterior y puse en práctica al tratar el liberalismo como una de esas interpretaciones aplicada a un cierto ámbito particular, y en otros análisis críticos) en el campo de la sociología y de la historia. Luego se podrá ver qué tipo sociológico es el que sostiene una u otra y por qué... y hasta apreciar si precisamente por pertenecer a ese tipo... y en un mundo concreto dado... su interpretación es más o menos operativa y en qué sentido, con cuántos triunfos cuenta y por tanto hasta qué punto resultará más verosimil, más acorde con la realidad a la que se enfrenta. Esto, seguramente chocante, sólo se puede comprender a la luz de la Historia y no a la que rodea al propio ombligo.

De cualquier forma, sigamos unas o sigamos otras, la observación (o el estudio minucioso) de esos mitos ,y de los demás discursos del hombre a lo largo de la Historia, nos indica que "algo" hay en ellos que se repite, que "algo" encierran que los caracteriza como formas de lo mismo y como pretensiones de igual signo. Porque no todo en ellos obedece a la necesidad de hallar la Verdad Absoluta, la Respuesta... sino que también, y en la medida en que abren paso a la ciencia justamente... la producción de mitos pone en evidencia nuestra capacidad (y necesidad) para detectar las regularidades observables, regularidades que nos vemos inclinados a considerar componentes de La Realidad, es decir, del mundo que nos rodea, regularidades que interactúan con nosotros. Necesitamos (y podemos) hacerlo para favorecer nuestras perspectivas de supervivencia y esto es también algo que por vía de la repetición (la experiencia) se consolida o se refuerza. Nuestra mente se orienta casi instintivamente a buscar las regularidades y a establecer correspondencias causales, y yo creo que esto no puede atribuirse a la casualidad sino a ser un resultado más de la selección natural en sentido amplio. No hay derecho a afirmar que se haya seguido la mejor de las conductas (¡eso es algo para lo cual no existe un juez capaz de dar ese juicio superior; o al menos ni a mí ni a la mayoría le habla!), pero sí que ello respondiera, en base a los recursos existentes, a la "voluntad" (preconsciente) de la vida por permanecer; en una especie de inercia del movimiento que en cada escollo tiende a imponerse adaptando en todo lo que pueda y adaptándose cuando no queda más remedio. Sin duda, han sobrevivido los que asumieron una visión analítica y determinista de la realidad hasta en los viejos mitos, los que propagaron las enseñanzas de sus ancestros y las consolidaron en una Tradición. Y esa línea se vio reforzada sistemáticamente hasta hoy, a través de los sucesivos descendientes de esos primeros hombres. Tendemos incluso a considerarlo propio de una supuesta mayor eficacia, pero creo que, a la luz de los tropiezos históricos y personales y de aquellas cosas que por inercia ideológica (entre otras limitaciones propias de la capacidad de observación y predicción, tal vez insuperables pero que no pueden trasladarse al modo subjetivista a la naturaleza de La Realidad... porque entre otras cosas tampoco habría capacidad de juicio para conseguirlo o garantizar su verosimilitud) acaban pareciéndonos y apareciéndonos como imprevisibles "cisnes negros", esto debería hacerse sólo en cierto sentido y no en términos absolutos ya que no podemos extraer del presente un aval para el camino seguido.

En otras palabras: creo que no es lícito deducir de las dificultades de la mente humana para tener un cuadro total de la realidad (o para alcanzar verdades absolutas y respuestas deseables) -lo que se hace equivalente a poderes adivinatorios o absolutamente predictivos- que la realidad nazca del sujeto como si este fuese una especie de intermediario entre el Dios y el Mundo. Incluso que sólo se pueda dar un pronóstico probabilístico no significaría que la existencia se pueda tratar al margen de una ontología. La realidad es lo que hay y ella ha dado de sí la conciencia que por fin podemos incluir entre las demás cosas reales o existentes que interactúan entre sí en el mundo, ampliando así nuestra capacidad de deducción (¡gracias a este enfoque podemos afirmar que la burocratización, La Crisis, etc., tienen orígenes históricos transparentes y no que es una "peste" que haya sobrevenido sobre "nos, pecadores"!). La realidad, indudablemente, presenta regularidades que han logrado permanecer en el tiempo... por un tiempo, e irregularidades que se presentan ocasionalmente, respuestas sui generis a necesidades que escapan tal vez al marco de lo necesario provocando otros efectos "innecesarios" (como el probable meteorito que acabó con el Jurásico, o lo que fuera que viniera de fuera del sistema; pero que no son productos del azar en el propio donde se originaron -o al menos eso nos sirve para pensar, por ejemplo, en cómo evitar otra catástrofe similar en el futuro-).

Cada nuevo fenómeno, en todo caso, se suma al conjunto (en cualquier caso, nuestro entorno o mundo) aumentando la complejidad global en ese entorno dado (hasta que éste establezca, de uno u otro modo, contacto con otro creándose uno mayor que los abarque... algo, por cierto, a lo que contribuye el hombre con su tecnología, aunque por ahora sea poco menos que observacional. Y... aunque las cosas se interrumpan, corrompan, colapsen o sufran un cambio de orientación crucial, que es una cuestión aparte.)

Con el modo de pensar científico, yo creo que no podemos sino orientarnos hacia la puesta en orden formal de las evidencias en tanto que regularidades. Decir que lo hacemos por imperativos ignotos e inescrutables o por una concatenación de múltiples necesidades y superfluocidades (si se me permite la licencia) no es una discusión que conduzca a nada, y por ello acaba siendo poco más que retórica y especulativa. Somos como somos para seguir siendo como somos y hacer lo que venimos haciendo. Suponernos "distintos" o "posibles" no produce ni siquiera satisfacción sino autoconstricción... huida hacia la fe... oscurantismo... o simplemente silencio positivista.

La predilección por la retórica o la especulación inconduscente se puede a su vez explicar sobre varias bases y desde varias ópticas realistas (no necesariamente más provechosas todas), igual que los demás fenómenos naturales. En particular, se puede explicar con los mismos métodos científicos de búsqueda de las regularidades y mediante su inclusión en una narración coherente y concatenada, lo que constituye un discurso racional (aunque no por ello racionalista).

Sinceramente, creo que mi punto de vista me permite superar ciertos escollos y que de paso permite inmunizar toda investigación que parte de ese enfoque tanto contra el antropocentrismo como contra el animismo. Y que ello se basa en la consideración del proceso de complejización como intrínseco a la naturaleza, a la materia inanimada y a la animada (¿por qué no seguirlas distinguiendo todavía, aunque sea en nombre de la vieja aunque vigente poesía?) e incluso a sus resultados más sofiticados de orden, las sociedades humanas y con ellas todas las demás obras de la imaginación (esa prolongación o resultado colateral de la autoconciencia) que procrea adicionalmente nuestra especie para perpetuarse a la manera de los dioses.

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