lunes, 25 de enero de 2010

Una lanza rota... (8) -Apéndice II-: Una "riña de gallos" (Galileo contra "Los Metafísicos") o los laberintos de "El Método"

Lo que sigue pertenece al fructífero estudio de Mario Biagioli "Galileo cortesano. La práctica de la ciencia en tiempos de la corte absolutista", obra que ya he utilizando concienzudamente como una de mis principales referencias en "Una lanza rota por el pensamiento occidental" del que esta entrada será un segundo y último Apéndice (de un total de 8 entradas sucesivas incluyendo con éste un par de apéndices) y cuyas Conclusiones pueden hallarse en mi entrada previa. Se trata de un trabajo, el de Biagioli, que, como queda visto y se verá aún más aquí, es de lo más serio y riguroso (además de ameno e interesante) que se haya publicado sobre el desenvolvimiento de la ciencia y sus productores en el medio social concreto, por lo que no me cansaré de recomendarlo a todo el que quiera reafirmar sus sospechas y a todo aquel que esté dispuesto a tenerlas; es decir, a toda rara avis que se pase por aquí.

Ya he mencionado el concepto "riña de gallos" aplicado al debate sobre temas científicos y filosóficos tal como tenía lugar durante el absolutismo ilustrado, tiempo en que imperó el régimen del mecenazgo al que se tenían que ceñir los intelectuales del Renacimiento si querían alcanzar su legitimación social (al respecto, me permito volver a recomendar
su lectura a quien desee realmente considerar las evidencias en lugar de permanecer fieles a los dogmas que se asumen hoy... tanto como, por fines equivalentes eran asumidos los de su propia época por sus correspondientes protagonistas; dogmas que los impulsan más a repetir sus slogans e ignorancias que a revisar sus puntos de vista confrontándolos con las evidencias sistemáticas -violando así sus propios códigos, como se hizo siempre desde la fidelidad declamativa a otros dogmas "opuestos"-).

Lo que sigue en concreto corresponde al texto que figura en las págs. 245 a 247 tal como las editó en castellano la Editorial Katz (Bs. As., 2007), del cual he eliminado sólo partes de algunas frases y aquellas notas que no consideré significativas para mi propio objeto o eran puramente bibliográficas -he omitido incluso la señal numérica de esas notas en el texto. Por el contrario, he reproducido de igual modo aquellas que he considerado sustanciales, por lo que incluso aparecen aquí con su numeración original. Asimismo, me he permitido añadir una aclaración allí donde pareció conveniente para situar al lector respecto de un texto acotado. Todas esas intervenciones aparecerán indicadas en color rojo mediante los paréntesis de rigor.

Lo que sigue, en consecuencia, responde a los propósitos generales del ensayo y en concreto a dibujar una faceta particular de la práctica científica real en tiempos de su legitimación, el Renacimiento; una faceta que, a mi criterio, sigue estando presente en la práctica de hoy, agravada incluso, aunque sin abarcar por ello ni la totalidad del problema ni lo a mi juicio más significativo salvo por la consecuencia que se desprende del oportunismo que contiene, lo que indica lo secundario del rigor frente a los aspectos más determinantes de la conducta y los objetivos que se perseguían, concretamente los correspondientes a los terrenos histórico y social, en los que se centra el ensayo donde he desarrollado la cuestión hasta donde he sido capaz. Todo esto debería hacer esta exposición un tanto perturbadora... al tiempo que leemos, autocomplacientemente, como si de divertidas ocurrencias se tratasen las "soluciones" a las que se apela para triunfar en la polémica, haciendo caso omiso de que hoy esto se ha llevado ya mucho más lejos y de maneras incluso más penosas y mediocres. Y, se quiera admitir esto o no, dejando como antes en evidencia la falsa conciencia que tiene de sí mismo el cientificismo.

Poco más creo que sea necesario añadir (y si lo hago es por puro recochineo a continuación del mencionado texto). Sé que cada lector sacará sus propias conclusiones o elegirá ignorarlo todo: yo consideraría una pretensión utópica en grado extremo suponer que un texto pueda tener de repente unos poderes que sólo algunos tuvieron en circunstancias favorables y siempre sobre casos individuales que ya estaban preparados para ser conmovidos... Y sin embargo, lo confieso, me encantaría que algo así ocurriera.

En cualquier caso, aquí está Biagioli sin más preámbulos:


"Dada la relación que establece Galileo entre el movimiento y la estructura de la materia, no puede aceptar la hipótesis aristotélica de que los fluidos presentan una resistencia finita al movimiento. por lo tanto, la conducta de la superficie acuática se convierte en un problema mayúsculo para la teoría galileana de la flotabilidad y su concepción atomista de la materia. En efecto, dicha conducta se puede tomar como prueba de que la resistencia que el agua ofrece a los cuerpos flotantes no es para nada infinitesimal. Asimismo, esto demostraría que, al menos en la superficie, el agua no responde como una entidad compuesta de partículas contiguas sino más bien como una entidad de composición continua. Resulta interesante que el único postulado de Arquímides en su tratado Del equilibrio de los cuerpos en los fluidos presente una concepción de los fluidos en tanto "continuos" (probablemente utilizado como sinónimo de "isótropos"). En efecto, lo que le interesa al griego es la hidrostática más que la causa del movimiento de los cuerpos en el agua y, por ende, no necesita supuestos adicionales sobre la estructura de la materia, a diferencia de Galileo.

"El vínculo inseparable entre el debate sobre la teoría de la flotabilidad y la polémica sobre la estructura de la materia queda expuesto con total claridad cuando se observa que la teoría aristotélica de la flotabilidad también da por supuesta una noción específica de la estructura de la materia, opuesta a la de la Galileo. Los filósofos de la Liga critican la concepción atomista de Galileo sobre la estructura del agua con firmeza y con cierta repetición un tanto histérica. No sólo comprenden la simbiosis entre la teoría de la flotabilidad de Galileo y su atomismo, sino que también se sienten obligados a detener la amenaza atomista (y el correspondiente valor del vacío) que pone en peligro su propia concepción del mundo. En simetría, la idea de continuidad de la materia se adapta muy bien a la explicación aristotélica de la flotabilidad. En primer lugar, la noción de un medio contiinuo se combina con la necesidad de que el medio oponga una resistencia finita para mantener el pie la teoría general del movimiento postulada por Aristóteles. En segundo lugar, la idea de una especie de "piel" continua que envuelve el agua sirve para explicar la conducta de la planchuela de ébano, que flota sobre el agua pero no asciende si se la sumerge directamente en el fondo del recipiente.

"El sistema aristotélico es mucho más apto que el atomismo galileano para dar cuenta de la tensión superficial. Este fenómeno puede presentarse dentro de ese marco como resultado de una necesidad del elemento acuático, que, para conservar la cohesión y su lugar natural, necesita evitar que otros cuerpos lo dividan y lo desplacen (124). Dado el carácter teleológico del sistema aristotélico, no resulta difícil entender que tal resistencia al movimiento se refuerce justamente en el punto donde el agua linda con otro elemento, como el aire. La tensión superficial puede relacionarse en términos conceptuales con el "lugar" natural del agua como elemento y con sus límites, de manera tal que el fenómeno resulte ser un efecto "natural" de las propiedades de dicho elemento.

"La teoría aristotélica del movimiento adquiere entonces mayor coherencia conceptual gracias a la noción de la materia como un todo continuo, que además ofrece según sus adeptos una explicación razonable para la incapacidad de la planchuela de volver a la superficie tras haber sido sumergida a la fuerza. Para los aristotélicos, la solicitud de colocar el objeto en el fondo del recipiente no tiene sentido. Mientras que para Galileo el peso específico (y, por lo tanto, la flotabilidad) no de pende de la posición del cuerpo en el medio, para los aristotélicos, la flotabilidad depende de la resistencia del medio, y estos pueden argumentar razonablemente que la superficie del agua tiene propiedades diferentes a las del resto del líquido (125). Por lo tanto, lo suyo no es una mera estratagema para evitar el marco experimental propuesto por Galileo. En efecto, pueden justificar su negativa con argumentos que, juzgados dentro de su propio sistema no son ad hoc. Si se lo concibe en este marco conceptual, el experimento de Delle Colombe no sólo se adecua al caso particular de la disputa, sino que también sirve para fusionar una serie de componentes fundamentales del sistema aristotélico en su totalidad. Es más, el concepto de tensión superficial les permite al mismo tiempo confirmar sus argumentos y poner en crisis el atomismo de Galileo, que a su vez constituye un elemento esencial de las teorías galileanas sobre el movimiento y la flotabilidad. En síntesis, tanto Galileo como los aristotélicos tienen sus propios "sistemas", con puntos fuertes y débiles. Así, el experimento de Delle Colombe resulta particularmente eficaz porque al mismo tiempo destaca la rigurosidad del sistema aristotélico y pone en evidencia a única debilidad, limitada pero devastadora, del sistema galileano.

"No es sino hasta la mitad del Discorso que Galileo retoma la cuestión del debate, aún sin nombrar a sus adversarios, y propone una interpretación arquimediana del experimento de Delle Colombe, que según él es "el punto principal de la presente cuestión". Para ello, prepara el terreno refutando el ataque de Bonamico contra Arquímedes. De acuerdo con Bonamico, el hecho de que un jarrón de arcilla pudiera flotar sobre el agua daba por tierra con el principio de Arquímedes ya que ofrecía el caso de un objeto con peso específico mayor al del agua que aún así podía flotar en ella, pero se hundía se lo llenaba de agua. Esto último se contradecía con el principio arquimediano, puesto que el agua no tenía peso alguno sobre el agua y, por lo tanto, no podía cambiar la flotabilidad del jarrón.

"Para refutar a Bonamico, Galileo afirma que aquello que flota no es el jarrón en sí mismo, sino el conjunto de la arcilla y el aire. Dado que el peso específico de esta suma de elementos resulta menor al del agua, la flotabilidad del jarrón no se opone al principio de Arquímedes. Más adelante, Galileo aplica el mismo tipo de razonamiento para analizar el experimento de Delle Colombe: (...) "por razón de un accidente tal vez hasta ahora no observado se viene a unir (el aire) con la misma planchuela, que ya no queda más pesada que el agua..." (...).

"El "accidente hasta ahora no observado" es, según Galileo, otro "descubrimiento" que torna la situación más ventajosa para él: si uno observa de cerca la planchela de ébano que flota, puede advertir que ésta no se encuentra exactamente al mismo nivel del agua, sino un poco más abajo. Es como si se formaran unos diques diminutos (arginetti) para evitar que el agua cubra al objeto. Como en el caso del jarrón de arcilla, entonces, lo que flota no es el ébano sino un compuesto de aire y ébano. De esta manera, el principio de Arquímedes sobre la flotabilidad queda intacto. Los aristotélicos deben dejar de sostener que el experimento de Delle Colombe refuta la teoría de Arquímedes. Muy por el contrario, la confirma.

"Sin embargo, Galileo parece sufrir un olvido importante en materia estratégica. Como señala el Académico Anónimo, en el caso del jarrón, la superficie exterior de arcilla es la que actúa como una especie de muro de contención y evita el ingreso del agua, pero en la planchuela de ébano no hay ningún elemento comparable a éste (129). La repetida omisión de la causa de formación de esos "diques diminutos" expone la gravedad de las dificultades que le presenta el experimento de Delle Colombe a Galileo. Cuando se ve conminado a hablar sobre el asunto, adopta una postura que podría definirse como positivista: sea cual sea la causa de la formación de esos "diques" ellos están ahí, se los puede observar y se puede comprender así que posibilitan la flotación según el principio básico de Arquímedes (130)."


(Notas seleccionadas de entre las apuntadas por Biagioli en el texto reproducido:)

(124) De acuerdo con Di Grazia, la conducta de la superficie del agua refleja "deseo de conservarse". Asimismo, este autor invoca una cita de Aristóteles según la cual los cuerpos continuos tienen a propiedad de resistirse a la división. En el mismo sentido, Delle Colombe sostiene que el carácter continuo del agua es lo que explica la formación de "diques diminutos" en torno a la planchuela de ébano. Además, le pregunta a G por qué se pueden formar burbujas en los medios continuos como el agua y no así en los contiguos, como la arena, ya que éste había tomado la arena como modelo para las sustancias contiguas como el agua.

(125) Si la tensión superficial tenía como causa la tendencia natural del agua a volverse sobre sí misma, es decir, a evitar que su lugar se viera ocupado por objetos compuestos de elementos ajenos (cuyo lugar natural era otro) entonces los aristotélicos tenían motivos suficientes para rechazar la regla de Galileo que pretendía empapar los cuerpos o sumergirlos en el fondo del recipiente. Para Delle Colombe, la reacción del agua contra la sequedad del objeto (una propiedad perteneciente a otro elemento) era evitar que este se hundiera. Por lo tanto, la pretensión de Galileo de que se lo mojara era inaceptable. Si el cuerpo estaba mojado, entonces el agua ya no lo percibiría como ajeno y permitiría que se sumergiera: "puesto que es más pesada que el agua, si se la hundiera, ¿qué otra cosa podría hacerla volver a flote?". (...) Di Grazia también deja claro que, para él, el interior del agua no se comporta de la misma manera que la superficie: "la planchuela de nogal del Signor Galileo no reposa en el fondo porque no encuentra allí la resistencia que si se halla en la superficie, es decir, aquella que depende del deseo de conservación del agua".

(129) "Dado que los muros del jarrón prohiben que el agua fluya con naturalidad, esta conserva su unidad muy fácilmente...", etc. (de los argumentos esgrimidos por el Académico Anónimo)

(130) En su respuesta a la crítica del Académico Anónimo sobre la explicación de los "diques diminutos", Galileo no logra encontrar ningún contraargumento válido y escribe que "las cosas son así". Etc.


(hasta aquí el texto de referencia)


Por otra parte, he crreído igualmente provechoso añadir algunas de las observaciones que Biagioli hace unas páginas más adelante (ibid., págs. 255-256), sacando y provocando conclusiones que imponen una ruptura con los enfoques dominantes:


"Desde una perspectiva actual, podría pensarse que Galileo, como Copérnico, tenía la razón, en tanto sus teorías están conectadas genealógicamente con las que se sostienen como ciertas hoy en día. Sin embargo, esas teorías, se publicaron cuando aún no habían alcanzado un grado de articulación libre de anomalías e interrogantes que pudieran problematizar su aceptación. El experimento de Delle Colombe, por ejemplo, podía concebirse como una refutación de la teoría galileana aún después de que Galileo hubiese intentado, sin demasiado éxito, agregar la hipótesis de la virtud magnética y otras hipótesis auxiliares para superar esa falla. Se podría afirmar que el peligro de la mortalidad prematura, muy común entre los paradigmas nuevos e inarticulados, no se contrarresta dialogando con los opositores sino aplicando una serie de tácticas destinadas a ganar tiempo para poder articularlos mejor.

"De hecho, no es para nada evidente que Galileo haya querido dialogar con los aristotélicos, y mucho menos en los términos de ellos. En realidad, lo que pretendía era doblar la apuesta agregando toda suerte de elementos filosóficos, metodológicos y cosmológicos a su teoría inicial de la flotabilidad. Al hacerlo, no tenía la expectativa de convencer a sus adversarios sino de presentar y consolidar su propia alternativa filosófica.

"Los aristotélicos, por su parte, adoptan una táctica parecida. Para confrontar la alternativa galileana, vinculan de todas las maneras posibles el experimento de Delle Colombe con la cosmovisión de Aristóteles. Y cada vez que pueden, tratan de desestimar la cosmovisión de Galileo, ya sea aformando que no es un sistema coherente en lo más mínimo o acusándolo de ser ilegítimo. En particular, sus tácticas toman la forma de críticas contra las definiciones de Galileo, cuestionamientos de la legitimidad cognitiva del método matemático y acusaciones de petitio principii y elaboración de argumentos ad hoc.

"El Académico Anónimo, por ejemplo, responde lo siguiente al ataque de Galileo contra la teoría aristotélica del movimiento basada en la composición elemental de los cuerpos:

...se posa al menos sobre fundamentos mucho más seguros y sensatos que las opiniones de Galilei, las cuales, tras un magnífico dispositivo de objeciones a Aristóteles, diversas experiencias y nuevas demostraciones, se dejan ver a primera vista como pomposas y elegantes; mas, si se las analiza en detalle y se las estudia bien, las objeciones se derriten, las experiencias vacilan o se descubren más los efectos particulares que las razones de las cosas, y las proposiciones y pruebas matemáticas no llegan a demostrar la fuerza y las verdaderas razones de los fenómenos naturales.

"Di Grazia es aún más categórico que el Académico Anónimo cuando se refiere a la brecha cognitiva entre la filosofía y las ciencias matemáticas:

Antes de considerar las demostraciones del Signor Galileo, nos pareció necesario demostrar cuán lejos de lo verdadero se encuentran aquellos que con razones matemáticas quieren demostrar las cosas naturales. [...] En efecto, yo digo que todas las ciencias y todas las artes tienen sus propios principios y sus propias razones, por las cuales demuestran los accidentes específicos del propio objeto. Por lo tanto, no es adecuado con los principios de una ciencia tratar de demostrar los efectos de otra, de modo tal que delira aquel que se persuade de querer demostar los accidentes naturales con razones matemáticas, dado que estas dos ciencias son diferentes entre sí. De hecho, el filósofo de la naturaleza [scientífico naturale] considera las cosas naturales que tienen movimiento por su esencia propia, mientras que el objeto de las matemáticas se abstrae de todo movimiento.

"Unas páginas más adeante, Di Grazia aplica esta distinción metodológica para desestimar una demostración de Galileo, precisamente porque "quiere demostrar las cosas naturales con razones matemáticas". Al final, pasa de criticar la invasión de una disciplina ajena que implica la teoría galileana de la flotabilidad a cuestionar con insidia las calificaciones de Galileo como filósofo: "Desearía que el Signor Galileo adoptara un poco más de modestia filosófica, ya que se adorna con tal título y después no actúa conforme a él".

"Delle Colombe también subraya la brecha cognitiva entre la filosofía y las ciencias matemáticas como ya lo había hecho en su obra Contro il motto della terra. Cuando escribe Discorso apologetico, vuelve sobre el mismo punto al afirmar que si uno tuviera que elegir entre Aristóteles y Arquímedes, no debería tener ninguna duda."


* * *


Quiero sugerir, tímida aunque capciosamente por supuesto, que, según ellos mismos entendían, los aristotélicos las prácticas que llevaban a cabo en el campo de la ciencia en sentido estricto eran ciertamente metafísicas y que como tales seguían estrictamente el método que que definiera como científico su ancestral y reconocido maestro Aristóteles, al que intentaban ser fieles al máximo, es decir, ser tan o más científicos en un sentido moderno que lo que demostraba ser Galileo con sus apelaciones fantásticas (y oportunistas) al servicio de sus tesis igualmente científicas aunque incompletas y contradictorias.

Indudablemente: la delimitación de lo que es y no es ciencia y por extensión lo que es y no es el método más excelente para obtener conocimientos, es algo que tiene más que ver con los títulos de legitimidad que se extienden o se pretenden extender desde el propio dominio de cada disciplina que con un supuesto e imposible punto de vista estricto; es decir, que responden a los intereses de la logia de la que se trate en cada caso (lo que no significa que sus prácticas, metódicas o no, no produzca, también, conocimientos).

Y con esto: doy por concluído lo que pretendía decir con el ensayo.




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