jueves, 3 de mayo de 2007

Los sentimientos, la razón y lo imaginario.

He comenzado recientemente a leer "Razón, sentimiento y utopía", de Carmen Iglesias (Galaxia Gutemberg, Círculo de Lectores), con interés y expectación, comprobando desde un principio su valor informativo y sugestivo más allá de la postura un tanto ingenua que creo observar por parte de la autora y en la que estaría un tanto más anclada de lo que a mí me gustaría.

El primer tema sobre el cual me ha hecho reflexionar, volver a sentir y empujarme a ir un poco más allá ha sido el relativo a la mecánica que se halla detrás de la conducta humana, especialmente la vinculada al trabajo propiamente intelectual.

Desde el título se pone el acento en la combinación de esos tres elementos que evidentemente la configuran desde los mismísimos comienzos, relativos o difusos, de nuestra especie; los que, entrelazados en los hechos, nos han permitido y nos permiten avanzar. O, si se prefiere, atravesar, los laberintos y obstáculos imprevisibles, materiales y subjetivos, las zonas de penumbra o las de incertidumbre, que nos impone la realidad del mundo.

Sin duda, los sentimientos, la razón y la capacidad de completar en nuestra mente lo que existe, desarticulado, a medias o en apariencia (o sea, la capacidad de imaginar) son las tres facultades que nos suministran la luz, más o menos real e intermitente, que nos ayuda a guiarnos a través de las tinieblas, a veces entre destellos falsos, y las que nos acercan a las soluciones y a las respuestas, a las que muchas veces nos aferramos. Soluciones y respuestas, por cierto, generalmente inmediatas, no siempre exitosas, a veces poco o nada felices o sólo relativamente satisfactorias. En síntesis: a vivir a pesar del mundo o, lo que es lo mismo, a vivir en él.

En la Presentación a la nueva edición, la autora privilegia...
«...el motivo de las aspiraciones de utopía en las realizaciones humanas.»
Y tras enumerar los más significativos ejemplos positivos surgidos durante el período de la Ilustración, en donde enmarca sus estudios, señala:
«Primero como género literario y mucho más tarde como proyectos políticos impuestos en la realidad histórica a sangre y fuego -el mito del "hombre nuevo", de la "sociedad perfecta, justa, y feliz"-, ciertos proyectos utópicos acaban transformando unos modelos de sociedad posible en máquinas totalitarias que pretender parar la historia y que perpetúan en el poder a los grupos o nomenclaturas que logran situarse en su cúspide. La "pesadilla utópica" que ha asolado el siglo XX y que sigue vigente en los fundamentalismos y fanatismos políticos y religiosos del siglo XXI ha supuesto, por lo demás, una justificación ideológica que ha encandilado intelectualmente -por su simplicidad, por su unitarismo, por sus fines supuestamente "buenos y justos", por la utilización absoluta del poder y de la fuerza- a mentes tanto educadas como simples, a seres de buena voluntad y a ambiciosos de poder absoluto.»
Y continúa, sin poder evitar deslizarse en la utopía, seguramente ingenua o bien intencionada, algo que, de todos modos, tiene su encanto y provoca mi adhesión emocional. Inevitablemente. Quizá, debido a esas...
"...determinadas preocupaciones e interrogantes centrales que (...) conviven con nosotros..." (Prólogo a la primera edición.)
...y a causa de un mecanismo que juzgo interesante desentrañar.

Veamos:

En algunas de mis entradas anteriores de este blog, especialmente en "De la condición humana" y en los párrafos más generales de "No a la guerra, sí a la guerra", ya había hecho yo algunas reflexiones vinculadas con el tema, y en la novela en cuyo borrador me encuentro trabajando ahora el mismo asunto ocupa un lugar central. Por otra parte, en base a las consideraciones pertinentes he acusado a Marx y a los intelectuales modernos en general (yo incluido) de burócratas en potencia, tema sobre el que volveré uno de estos días con el inestimable apoyo del libro mencionado que deja, por lo que he comprobado hasta ahora, muy en evidencia a personajes como por ejemplo Rousseau.

La autora tiene la lucidez suficiente como para ver con claridad la base sensible de las ideas y de las diversas adhesiones que estas suscitan. Y esto me parece especialmente relevante, puesto que enlaza con los más recientes avances de la ciencia (biología molecular y psicología evolutiva) y los problemas que hoy vuelven a conflictuarnos o a hacernos vacilar.

Los sentidos se hallan en la base del sistema reflexivo. Ernst Mach decía ("Análisis de las sensaciones", Editorial Alta Fulla) que los fenómenos (¿debo reiterar la obviedad de que lo dice en relación con su observador, el hombre, única medida disponible por ahora?) son una serie de sensaciones.

Supervivientes eficaces desde que se confirmaron como hábiles orientadores de la vida (es decir, desde que ésta se comenzó a desarrollar de un modo autónomo de la específica manera en que lo hizo en la Tierra), mecanismos esencialmente conservadores, siguen hoy, a través de los eones, sirviendo al mismo fin, cumpliendo la misma función, incluso en los organismos que alcanzaron los grados de complejidad hasta ahora más altos, esos que, como tan bien decía Monod, nos siguen extrañando.

Los sentidos informan pues hacia dónde moverse o de qué alejarse, cuando contraerse y cuando saltar sobre la presa, y, allí donde el sistema nervioso ha alcanzado una complejidad mínima suficiente, provoca emociones registrables: miedo, placer... que se archivan en la memoria y pueden ser reproducidas por anticipado, sin la presencia de la motivación original, simplemente proyectando una situación posible, bastante probable, pero incierta. Y de allí, si aún es más complejo, reflexiones y proyectos conscientes, planes apoyados en la imaginación.

Es evidente que los seres humanos pensamos, filosofamos, analizamos, hacemos ciencia... sobre la base de nuestra sensibilidad. Y también es evidente que ese pensamiento, esas reflexiones, la lógica y la imaginación, están constreñidas dentro de los límites de lo sensible; no sólo en el sentido en que lo sostienen físicos cuánticos como Hideguer sino en el sentido más cotidiano, cuando nos llevan a pensar mal, en un sentido tanto egoísta como generoso, tanto en relación con nuestro bienestar inmediato, corporal y psicológico, como en un sentido solidario.

A veces, esto hace verdaderos estragos, ya que muchas apariencias nos pueden provocar sentimientos positivos (me refiero de esta forma a los que nos llevan a la adhesión), algo que se utiliza a fondo tanto en publicidad como en política. Nuestra sensibilidad por la justicia, por ejemplo, es casi innata; en ella se inscribe nuestro deseo de ser queridos y recompensados, y ese sentimiento nos confunde inevitablemente más de una vez. Y así en general. Esto explicaría sencillamente los acontecimientos nefastos a los que se refiere Carmen Iglesias.

La complejidad onírica e imaginaria es tan rica que se nos hace difícil separar la paja del grano. La inevitabilidad de la utopía nos pone muchas veces al servicio del horror.

Auténtico paradigma, hay apariencias que consiguen conmovernos positivamente (en el sentido de que nos llevan a la adhesión y la explican.) Los sentimientos que se nos proponen representan lo mejor del ser humano, su disposición para alzarse contra lo malo o dañino (pobreza, hambre, ausencia de libertad...), lo negativo, lo injusto, lo inmoral, la mentira, el engaño, el crimen, la tortura, el terror... y en base a ello nos inclinamos por sumarnos a proyectos que acaban desdiciéndose, traicionándose.

Nos emocionan las declaraciones de optimismo que pintan el futuro de todo lo contrario de lo que nos parece o promete el presente e incluso sus tendencias: Paz, Igualdad, Fraternidad, Libertad, Bienestar... da igual cuan deshonestas pudieran ser o cuan engañosas, realistas u utópicas, coherentes o desconcertantes... ¡Ese es su poder táctico, llegan directamente al corazón (que por supuesto ya sé que se encuentra en el cerebro al que las emociones drogan con producción propia o interna)!

¡Muchas veces, la propia lógica es rechazada por inhumana! Todos hallaremos miles de ejemplos en lo inmediato, en lo cotidiano, y en la Historia.

Los impulsos involuntarios regidos por el código genético y desarrollados en el curso del proceso evolutivo, mandan a través de más o menos mediaciones sobre el individuo y las masas. Pero no se trata de meros instintos en el sentido laxo de la palabra, sino de un complejo sistema de sentimientos y proyecciones, es decir, de sentimientos anticipados que llegan a adquirir entidad imaginaria: sociedades, mundos, paraísos, vidas... Sentimientos y sensaciones elementales y complejas (es decir, imaginarias.)

Ahora bien, esto demuestra que los sentimientos humanos son parte integrante del motor de la Historia. Los sentimientos junto con la razón (y la lógica que contiene) y con lo imaginario (cuya eficacia define e identifica a los líderes) son los que permiten que haya grupos y que estos se disputen el poder. Sentimientos y proyecciones, balance de miedos y deseos, marcan el camino de la supervivencia, la conquista y la conservación del poder que lo permite, en lo que se confía que lo garantizará. Y por fin vienen los triunfos, el exterminio o las alianzas, tal y como acontece en el reino de la biología... Formas primitivas o vigentes de sociedad se encuentran, luchan, se entrelazan con un grado u otro de predominio. El ingenio inventa una solución de compromiso y dan lugar a lo nuevo.

La ciencia parece ir arrinconado en ese sentido al hombre, no dejándole otra opción que la de la lucidez. Descubrirse necesariamente limitado, mortal, pasajero accidental, juguete de sus propios componentes... lo desarma a largo plazo ante el futuro sin meta que le espera a él en particular y a todos en el curso de los tiempos. Se experimenta la impotencia en un grado que lo acerca a uno a la locura o a un egoísmo ridículo, peligroso a veces y condenable siempre. Se cae en la indeseable pérdida del deseo de seguir viviendo... algo que por lo menos significa depresión. No obstante, salvo cuando hay verdadera malformación interna, cuando el mecanismo falla en el sentido en el que está programado (especie de cáncer a fin de cuentas de la mente del cual algún día se verá su materialidad específica), el individuo volverá a hallar el truco imaginario, sea mítico o epicúreo, hipócrita o paralelo (a lo Dr Jequill y Mr Hide) que sea necesario. Todo con tal de sortear las tendencias depresivas y seguir viviendo aunque sea con los inevitables zigzagueos de costumbre.

No hay comentarios: