sábado, 25 de agosto de 2007

La ciencia de la complejidad

A mitad del "período vacacional" (el mío ha sido, por cierto, corto, moroso y particularmente conflictivo por cosas que no vienen a cuento) he devorado un libro que me dio una idea del estado avanzado en que se hallaba el asunto ya en los 90 y vaya... sin que yo supiese nada.

El libro, publicado en la colección Matemas de Tusquets, consiste en una especie de sucesión de entrevistas un tanto novelada fue escrito por Roger Lewin, un científico-divulgador (una suerte de Punset americano por lo visto), se tituló en español "Complejidad: el caos como generador de orden", es decir, sustituyendo el subtítulo original ("la vida al borde del caos") tal vez para que nadie se confundiera al comprarlo creyendo que trataría quizá de suicidios en lugar de tratar de colapsos y de complejos psicológicos en lugar de La Complejidad Material. Gracias, pues, Tusquets, gracias al director de la colección y gracias, también, al traductor por la ayudita tergiversadora... ya que los entrevistados, estrictamente, no afirman que el caos genere orden sino que es la realidad quien lo genera, bajo la forma de complejidad adicional, cuando esa realidad se aproxima al límite del caos, complejidad uno de cuyos máximos exponentes es... la vida, aunque, por sobre todo ypor ahora, la autoconciencia!)

Ahora bien, hechas las presentaciones (para los que como yo no hayan oído hablar hasta hoy de su existencia) y señalado el error editorial, debo reconocer antes de entrar en materia que se trata de un texto de divulgación muy bien hilvanado, muy ameno y muy correctamente escrito (o traducido al menos) que me dio la pauta de la sosfisticación con la que ya se había comenzado a pensar sobre estos temas de la evolución, el desarrollo de la sociedad y la dinámica en general de la materia del y en el Universo. ¡Parecía mentira: hacía ya década y media... y yo sin haberme enterado!

Bueno, yo me dedicaba por esas fechas (1995, cuando "Complejidad" se publicó en castellano) a terminar de encadenar (en mis ratos de ocio) los "eslabones sucesivos" de mi novela que, podría decirse, se acercaba, tras un larguísimo camino con "la vida al borde del caos", a la lenta emergencia de verla publicada. Y tuve que (o más bien quise) llegar por mi cuenta a esas conclusiones (sin duda apoyándome en otras lecturas mucho menos explícitas) a instancia de la misma dinámica de esa novela, que, como ya declaré en una entrada relativamente reciente, tenía precisamente por título Los Eslabones Sucesivos.

Lo cierto es que, más específica y teóricamente, yo ya llevaba un par de meses reflexionando sobre estos asuntos (en realidad volví a poner la máquina a reflexionar a partir de una provocación de mi hermano, mucho después de haber acabado el borrador cuasi definitivo de mi novela), y al encontrar precisamente la palabra que yo había empleado para encabezar la entrada con la que me lancé a abordar el tema("Complejidad") como título de un libro, tuve que comprarlo de inmediato y leerlo enseguida.

Y fue increíble (¡especular, diría!) encontrarme con unas declaraciones de un señor llamado Stuart Kauffman, con quien me identifiqué en varios aspectos -tenemos en común algunas conductas poco productivas y el mismo origen étnico que quizá las explique-, en las que recordaba haber dicho, a la vista de lo que otros habían descubierto, lo que que yo sentía mientras avanzaba en la lectura y me iba enterando de lo que ya habían formulado otros antes o en paralelo: "Pensé, vaya, él lo ha encontrado primero" y, como él, en la medida en que avanzaba en la lectura y por fin al acabar el libro, poco más o menos: "Luego pensé, un momento... (...) estoy seguro de que se ha equivocado." (op.cit., pag. 43.)

Algo, en fin, evidentemente, máquinas de reflexionar similares -los cerebros humanos- producían resultados próximos e intercambiables, justificando asimismo mi creencia (relativa) de que asistimos y asistiremos siempre a un cierto "eterno retorno".

Pero era cierto. Realmente creí que el libro me daría más ideas de las que me dio (en la línea de los que ya he mencionado de Rich, Monod o Maynard) pero casi no hizo sino reforzar mis actuales posiciones, en muchos puntos similares y en otros un tanto diferentes. Eso sí, no creo que al final me empuje, como acaricié, a profundizar en las técnicas del cálculo o de la programación. ¡Ah, no, eso ya no es lo mío, más allá de mis viejas aptitudes, mis estudios de matemáticas y mis prácticas de programación. Ahora me circunscribo sin demasiadas pretensiones, a poco más que a la filosofía... pero sobre todo a la algo más libre invención literaria. ¡Qué le vamos a hacer: soy un holgazán selectivo!

Así pues, volviendo al libro, fue como acabé descubriendo que existía toda una Teoría de la Complejidad con francas pretensiones de disciplina científica, alrededor (o en la base) de la cual se había formado todo un Instituto (de Santa Fe) con ramificaciones universitarias por todo el mundo, con sus especialistas, su trapicheo de prestigio y de dinero, sus derivaciones empresariales, etc. (Un lugar, sin embargo, donde al parecer "ninguna idea es demasiado descabellada" (según el Wall Street Journal citado), aunque sospecho que sólo si eres poseedor de un título y dominas el idioma (inglés, claro), lo cual es y no es comprensible y es y no es para cabrearse... por haber sido... ¡un holgazán selectivo!)

Bueno, en relación a ese estamento privilegiado, creo que cabría decir, parafraseando a Hegel, que la malignidad del sistema (también) es el motor de la Historia intelectual humana.

Y también será cierto que nunca podremos averiguar cuánto habría avanzado el pensamiento humano si hubiera crecido en condiciones puras, por ejemplo a la manera de una idealizada Grecia tal y como la echamos de menos según dicta el Mito y la Utopía. Lo real, es que del mismo modo que no se habría conseguido la tecnología actual sin la explotación del hombre por el hombre y sin una sociedad jerarquizada, no habría ciencia moderna sin especialistas bien remunerados. Y no porque sólo unos y otros sean capaces de unas y otras cosas, sino porque así se sucedieron las cosas, quizás inevitablemente, o quizás no hasta ese extremo...

Lo real, fue que descubrí en el libro muchos de los conceptos que yo ya había estado pergeñando y utilizado sin saber que lo habían sido antes o en paralelo. Ahí está mi novela como testimonio y su registro en la propiedad intelectual. Aunque eso no tenga ninguna importancia... ¡aunque sea muy gratificante!

Bueno, pero pasemos de una buena vez de mis supuestas facultades reflexivas y permitidme señalar, en primer lugar, la evidencia de que, nuevamente, "todos los caminos conduzcan a Roma", o unos cuantos... Que, como he dicho, la "máquina de reflexión" se mueva una y otra vez por los mismos derroteros. Que un cerebro desprejuiciado (que es aquel que se halla liberado en la mayor medida de lo posible de las influencias de las sensaciones primarias de miedo, respeto, repugnancia por lo desconocido, lo inverosímil o lo extraño) acabe llegando prácticamente a las mismas o similares conclusiones que otros de su especie y hasta encontrando los mismos nombres o similares para los fenómenos que en su seno toman forma. Lo que, si no fuera por los avances objetivos en instrumental y en datos primarios, da fe de uel mencionado "Eterno Retorno". Y que, debamos admitir que la conceptualización es, como el lenguaje y la tendencia irrefrenable a la fabricación de mitos, un instinto.

Sin embargo, después de haber leído el libro, de haber hecho acopio de tres o cuatro más en base a la bibliografía (todavía tendré que hacerme con alguno más que no ha sido aún traducido entre tantos otros a esta lengua nuestra un tanto alejada de los centros tecnológicos y científicos) y haber "buceado" en la web en procura de aportes más recientes, creo que los términos que yo he usado son más adecuados que los que se aplican por ahí y se han puesto un tanto simplemente en boga.

En concreto, para empezar por alguna parte, creo que el concepto de "atractor", fuera de la Física, es cuanto menos confuso, cuasi mítico, que el de tendencia. Atractor indica claramente un punto externo desde el cual se determina (o se intenta determinar) un resultado en un sistema. Tendencia señala, como la palabra hizo siempre, que hay fuerzas internas y circunstanciales que preven el resultado más posible.

O que la idea de interacción debería ser menos difusa (hasta bordear y a veces traspasar la frontera tras la cual espera la mítica Gaia) y limitarse al "entorno de proximidad" o si se quiere "de influencia significativa".

Y que el concepto de emergencia debería definirse con mucha más materialidad, explicando que son las circunstancias en el mencionado entorno las que la provocan: entrada de nuevas fuerzas o ampliación del entorno que hasta ese momento permanecía en equilibrio (en realidad siempre al límite de la resistencia a cambiar, límite que no tendría por qué ser el del caos ni dar origen al orden); producción de variantes internas de los componentes que definen al conjunto (los verdaderos actores en su marco) del sistema (el individuo para el grupo, la manada o la colonia; la célula para el órgano, el órgano para el cuerpo, etc.); interacción entre el conjunto propio y los demás; interacción en ese contexto (los elementos en presencia del nivel propio e interno) con conjuntos de otros niveles; definición del estado anterior como causa encadenada a la emergencia y que determina en gran medida la tendencia (no la seguridad) del próximo paso del proceso que ampliará la cadena, ampliará el grado y la complejidad intrínseca de las interacciones, etc. etc,, conformando un nuevo eslabón de la cadena que apuntará a una nueva emergencia, o a varias, incluso a más de un nivel... Haciendo todo más y más complejo en el curso del tiempo. Sin duda, un cuadro altamente complicado como para deducir una ley determinista, aunque creo que la habrá en lo fundamental.

En cuanto a mi uso del concepto de conjunto, creo que no sólo es una herramienta analítica sino un concepto científico descriptivo de lo real. Por eso, la idea de apelar al teorema de Gödel para explicar la tendencia intrínseca de cada conjunto en sí mismo al aumento de la complejidad. En sí mismo, es decir, al margen de lo que pase alrededor (a pesar de Gaia) y más bien con los demás elementos impulsados a la complejidad como limitadores de cada particularidad.

El supuesto de que la complejidad aumentaría la invarianza hasta el límite del caos (un término que habría quizá que rebautizar), en cuya zona se pronosticaría una emergencia, me parece cada vez más sugerente y obvio. Lo he intentado aplicar (superficialmente, claro) al análisis de las extinciones (del Cámbrico, de los dinosaurios) que se mencionan, producen resultados más que sugerentes. Lo que supone eso es que la complejidad resulta más difícil de remover cuanto más elevado sea su grado. Que las emergencias triunfan en la medida en que consiguen hacerse un hueco con cada vez más dificultades, es decir, con cada vez más resultados devastadores y sólo en base a un incremento de la adaptabilidad, hallando una vía cada vez más estrecha pero también más acelerada hacia la complejidad de soluciones. Dando así lugar a colapsos cada vez más locales (sí, eso creo, ¡cada vez menos globales... y gracias a la complejidad alcanzada!) o a reforzamientos del sistema (locales en principio, pero que repercuten más en lo global en tanto aumentan la capacidad para evitar el carácter global de los colapsos posibles -es decir, lo ya dicho de otro modo-.)

En fin, aquí quedan estas cosas sirvan o no para algo, por ejemplo, para lograr verdaderos desarrollos, llevados a cabo por gente más preparada, más constante, más disciplinada y menos difusa que yo. En todo caso, no se entretengan con estas divagaciones y sueñen con sus sugerencias. O lean mi novela y algunos de mis cuentos en donde todo eso cobra vida tanto o más que como lo hacen las especies electrónicas ("organismos digitales") de los programas creados para estudiar formas alienígenas (o especies imaginarias) de evolución, como los que puso en marcha y estudia Tom Ray entre otros (su programa se llama Tierra y de él se habla en el capítulo 5, "La vida en un ordenador", op.cit.), o el mismo James Lovelock. En la Tierra de Tom Ray incluso -de nuevo la sorprendente recurrencia-, se pueden encontrar últimamente criaturas basadas en el silicio, quien prefiere estudiar lo que no existe, digamos en "estado puro", a lo real, debido a qué, eso dice, "...í nos gustaría saber lo general que es, porque eso (los ecosistemas digitales) nos diría algo de los principios organizativos de la evolución" (ibíd, pag. 125, la aclaración entre paréntesis es mía.)

Yo creo, no obstante, que el resultado será en todo caso tan prometedor o tan decepcionante en uno como en otro caso, y sigo convencido de que si de lo que se trata es de elucubrar sobre la base de un mundo virtual puesto en marcha que siga reglas coherentes, sucesivamente eslabonadas, una novela bien estructurada y bien escrita resulta más apropiada (incluso una novela negra, de detectives, si es realmente buena.) Al menos para mí y para mi idiosincrasia holgazana selectiva. Quizá lo mismo que en un sentido diferente le suceda a Ray.


Nota: la ilustración corresponde a uno de los esquemas (yo diría que más iconográfico que descriptivo) que. según Roger Lewin, suele utilizar Chris Langton (uno de los gurús del Instituto de Santa Fe) para ilustrar la dinámica eventual de un sistema complejo.

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