lunes, 27 de agosto de 2007

VIOLENCIA HISTORICA

En un artículo dedicado a la historia de la violencia humana, Steven Pinker se limita exponer y comentar algunos datos para acabar citarndo algunas de las hipótesis que se han elaborado últimamente para explicar la disminución cualitativa e incluso cuantitativa del ejercicio de la violencia en el marco de nuestra civilización occidental. Y sin pronunciarse por ninguna cierra el texto invitándonos a buscar "no tanto las causas de la violencia" como las del supuesto buen hacer que nos ha conducido a ese avance aparentemente significativo (supongo que para que pasemos a fabricar luego los antídotos y demás fórmulas magistrales que acaben con aquella lacra; utopías, como intentaré evidenciar si os prestais a ello.)

Por empezar, debo decir que, por supuesto, coincido con la visión objetiva de Pinker (antiideológica incluso, al menos en lo principal) que le deja ver que la humanidad pasada fue más violenta que la presente y que, consecuentemente, las visiones opuestas (derivadas de aquello que Rousseau pregonó hasta crear escuela acerca de un supuesto buen salvaje y una supuesta corrupción de la naturaleza humana por la civilización) son posturas ideológicas interesadas. También acepto que la vigencia del monopolio de la violencia por los Estados y las Organizaciones supranacionales del presente restringe las tendencias violentas del ser humano, que las vías abiertas a la negociación y a las alianzas ante retos mayores hayan actuado como disuasorias del vandalismo generalizado, etc., etc.

Lo que no me convence es el optimismo subliminar que subyace en el texto en el sentido de que eso mostraría una línea de progreso poco menos que irreversible. Es parte del pensamiento utópico y como siempre oscurece los detalles dando a la voluntad (o peor, aunque indisolublemente a ello vinculado, a la autoridad la varita mágica que nunca intenta revolucionar el mundo sino que acaba autotransformándose en garrote.)

La violencia humana, de todos modos, más que un impulso innato (y que lo es no puede ser puesto en duda, claro que en convivencia con los impulsos de generosidad y altruismo entre otros), es parte del acervo instintivo humano, nada más... ni nada menos. Por ello, la violencia se volverá a ejercer, hasta donde sea necesario, cada vez que se sienta como necesaria y se pueda insertar explicativamente en la cultura y en la psicología social dominante (¡y sin duda que las hipocresías de los pacifistas ayudan a alimentar una visión negativa de la violencia en la sociedad en general; lo que sucede es que eso... es bastante fácilmente removible, como puede observarse día sí y otro también, incluso en nuestro propio país y en el inmediato presente! O, en todo caso, escamoteable, solapable bajo un montón de noticias sucesivas, etc.)

Todo el instrumental genético humano, que sin duda está condicionado por la cultura y que sin duda puede actuar como un represor de los instintos (como así se ha demostrado, aunque no hasta el extremo de su extirpación salvo con instrumental puesto en juego en su nombre y que hasta ahora pudo haber cercenado unas pocas líneas en el proceso natural de la selección), sigue en pie, siempre dispuesto a realizarse: en pie de guerra. El condicionamiento cultural los puede contener o los puede canalizar, igual que los puede reprimir o conseguir selectivamente que no se reproduzcan (si la pena de muerte llega a tiempo... o Zarkozy y la Generalitat, por ejemplo), pero también, en tanto convenga a sus sacerdotes burocráticos, los puede potenciar y orientar hacia la guerra y hacia el exterminio (el grado de crueldad es relativo y se deja al libre albedrío colateral de los individuos actuantes.) Tanto unas cosas como otras han sido desarrolladas a lo largo de la Historia y, sí, ahí están esos resultados que Pinker reivindica. ¿Es que nos uniremos en un ruego a los dioses reales, los gobernantes, los educadores, para que se proceda a la prevensión genética de la violencia? ¿Quedaría algún humano en pie? ¿Sabrían defenderse luego de, digamos, los mosquitos? ¿Y si ya que estamos conformamos a los hijos de nuestros hijos sin dientes ni uñas? Pero dejámosle esa discusión al futuro... ellos sabrán. Cada vez es más ridículo a la luz de la evidencia suponer que nuestras leyes y preceptos vayan a durar mil años (mal que les pese a todos los sacerdotes y a todas las creencias.)

Lo cierto es que el ser humano, repito, está preparado genéticamente, sigue tendiendo a identificarse con el grupo próximo (quizá se debería decir de proximidad), sigue encontrándose con otros grupos con los que de repente coincide porque sus miembros han elaborado la misma ideología y porque sus líderes son parte de una pirámide de lealtades y promesas de botín que gracias a la democracia moderna o a estructuras piramidales totalitarias son capaces de conformar masas de hecho sobre la base de incontables intereses enfrentados y que son capaces de utilizar operativamente. Y, por último, sigue formando parte de un mundo en el que no puede influir como individuo ni se siente capaz de controlar ni tiene cómo hacerlo a muy largo plazo, quizá nunca.

Claro que los sentimientos "buenos" están también allí. Pero eso no tiene aquí nada que ver ya que a ellos sólo les queda esconder la cabeza en el agujero o darla vuelta, vivir utópicamente esperanzado (rezando o no) y justificar su propio rol.

"Se representa a los valientes porque se es cobarde y a los santos porque se
es perverso. Se representa a los asesinos porque nos morimos de ganas de matar
al prójimo. Se representa porque se es mentiroso de nacimiento."

Eso dijo Sartre (en "Kean") en un despliegue de lucidez. Añado sólo una cosa: mentirosos, sí, pero también en muchos más aspectos... preparados para que el propio grupo (la verdadera humanidad, los que saben lo que esta debería ser, etc.) se perpetúe en el mundo por simple impulso de nuestra programación genética.

Sigamos pues exclamando "¡Qué asco!" y "¡Qué barbaridad!" (tampoco podremos evitarlo), pero reconozcamos, en el límite de nuestra autoconciencia, que somos unos animales a los que sólo les hace falta una razón para poner en práctica su animalidad.

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