Parece obvio que la permanencia de las ciudades, ¡y los imperios que nacieron a partir de ellas!, ha dependido siempre (desde que emergieron) del grado de estabilidad que alcanzara la relación "pactada" entre el pueblo y sus gobernantes, cada parte a cuento de sus respectivos intereses y de las posibilidades que elegían para realizarlos (unos y otras indudablemente condicionados por el "mundo dado"). Se puede considerar así la adopción e imposición de unas reglas de juego debidas a un "pacto de hecho" y por fin a uno "de derecho" que se irá haciendo cada vez más complejo, sutil y tramposo, bajo cuya dinámica los hombres han sido progresivamente atrapados o entrampados hasta no poder ni siquiera poner en tela de juicio esa complejidad; complejidad que acabará por denominarse y comprenderse como Progreso. (1)
En ese marco, esas reglas fueron por lo que sabemos verdaderos signos de identidad de los grupos fundadores y oponerse a ellas conllevaba la marginación, el destierro o la aniquilación... produciéndose así una progresiva selección que, acompañada de un fortalecimiento de los medios dedicados a la conservación del estatus quo vigente y "pactado" (sistema educativo, sistema penal, sistema represor...), iría reduciendo las posibilidades de sedición... y haciéndolas en todo caso cada vez más imitativas que alternativas. Y siempre con una creciente vocación por el aumento de la complejidad socio-política tan conveniente a la estratificación. (2)
"...administrar soberanamente todos los asuntos de los hombres" (Platón, Las leyes, 713d) resultaría de esa forma algo definitivamente ineludible e incuestionable, una necesidad que se habría impuesto ineluctablemente a los hombres del mismo modo que un "trabajo" con el que tendrían que expiar su "pecado" y del que no podrían, a la manera de Sísifo, desentenderse jamás... "Todos los asuntos", "todos los hombres", "la humanidad" a la que, de una u otra forma y a pesar de que "ninguna naturaleza humana es apta" (ibíd.) para llevarlo "bien" a cabo, se debe imponer seguir marchando. Un verdadero a priori que, mediante la selección artificial concomitante ("lo que nosotros hacemos con todos los rebaños y todos los ganados mansos" -ibíd., 713d-), hizo cada vez más "necesario de cierto que en las ciudades haya quienes manden y quienes sean mandados" (ibíd., 689e), siendo los primeros los mismos que acabaron poseyendo a raíz de esa dinámica, "muchos ganados, ovejas y rebaños de hombres" (ibíd., 694e); algo en lo que Platón insistirá, en un lenguaje hoy proscrito por su "incorrección política", aún más amplia y explícitamente en el Libro V de la misma obra (justo antes de su famosa proposición "comunista" basada en la jefatura de su soviet de sabios) y que por su significación transcribo:
"Pero antes de todo esto hay que reflexionar del modo siguiente. No hay ningún pastor ni boyero ni criador de caballos que, al hacerse cargo de un rebaño o de cualquier otra cosa de la misma índole, se dedique en modo alguno a cuidarlo sin haberlo depurado antes por el sistema de depurar más apto para cada una de estas agrupaciones; es decir, que separará lo que está sano de lo que no lo está y lo que es de raza de lo que no lo es, y aquello primero se dedicará a cuidarlo, pero esto último lo enviará a algún otro rebaño, y ello porque pensará que bien vano e inútil sería trabajar con cuerpos y almas que, corrompidos ya por su propia naturaleza y mala educación, son capaces de echar a perder además, si no depura el total del ganado, todo aquello que pueda haber de sano y de no contaminado en los caracteres y en los cuerpos del rebaño entero. (...) en lo que toca a los hombres no hay nada más grave (...). Ahora bien, la mejor de las depuraciones es la dolorosa." (ibíd., 735b, c y d; tomado junto con las demás citas de esta obra de la edición de Alianza Editorial, El libro de bolsillo, Madrid, 2008)
Dejando de lado los juicios valorativos y rechazando la idea de que los actores sociales de la fragmentación sean "fundamentalmente" las fracciones dominantes o poderosas, idea fácil instalada en todas partes, el proceso selectivo que lo va consolidando con todos sus valores dominantes, "magmas significantes" (Castoriadis) o "estilos de pensar" (Mary Douglas) que los sustenta, será la propia dinámica que se puso en marcha, a la vez o entrelazada con la domesticación, dinámica que arranca de una previa situación de desequilibrio e irregularidad, de, valga este engañoso término, "desarrollo desigual". (3) Esto alentó y sigue alentando la "invención" de instituciones apropiadas y sus justificaciones conservacionistas y reformadoras, y esa dinámica, exigida por la propia fragmentación de manera creciente conforme se profundiza la complejidad que provoca, es a su vez un emergente determinante o significativo del que son actores un tanto ciegos, un tanto apremiados por las circunstancias y los "afectos", todos los seres humanos en un entorno y condiciones dadas. O sea, no obedece a "un plan" de las fracciones dominantes, sino, por decirlo de algún modo, a una confluencia de intereses (en parte engañosa a la manera en que lo fueran los espejitos que los colonizadores regalaban a los aborígenes) y, de ahí la posibilidad de tal encaje, esto es, por medio de una especie de aditividad creciente a las ventajas de la complejidad (que, por otra parte, se ve sistemáticamente frustrada, más allá de lo circunstancial, para la mayoría de los grupos que han sucumbido a ellos de manera cada vez más insoslayable).
Dicho sea de paso, esto explica el poder hipnótico que ejercen las conductas dominantes y a la vez accesibles para miembros de los grupos marginales, por ejemplo, el que ejercía la ciudad sobre el campo, el que ejerce sobre la intelectualidad la perspectiva de una claudicación intelectual en favor de la burocratización, el que invita al obrero a convertirse en militante o funcionario (o al menos, favorecer o desear el acceso a tales carreras a sus hijos). Así como los resultados explican la disponibilidad de las masas para sumarse a nuevos o renovados "conductores", llegando incluso a ser filotiránicos.
Dicho sea de paso, esto explica el poder hipnótico que ejercen las conductas dominantes y a la vez accesibles para miembros de los grupos marginales, por ejemplo, el que ejercía la ciudad sobre el campo, el que ejerce sobre la intelectualidad la perspectiva de una claudicación intelectual en favor de la burocratización, el que invita al obrero a convertirse en militante o funcionario (o al menos, favorecer o desear el acceso a tales carreras a sus hijos). Así como los resultados explican la disponibilidad de las masas para sumarse a nuevos o renovados "conductores", llegando incluso a ser filotiránicos.
Esa dinámica, por otra parte, fue obvia ya, desde sus primeras reflexiones, para el pensamiento "independiente" a cuento de su propia legitimación (como Filosofía) y siempre fue visto, más que como conveniente, provechoso o aceptable (la crítica mostró, a su vez, sus "defectos", "tropiezos" o "males" como más o menos subsanables con el objetivo de conseguir el "mundo mejor" que imaginaba), como inevitable, como inmanente o natural... siempre que coincidiera con el "mejor mundo" para los propios críticos.
Por una parte: "... no hay escape de los males ni de los trabajos", decía Platón en referencia a los asuntos gobernados por "mortales" (ibíd., 713e) y por otra, poco más abajo, constataba la evidencia que muchos se inclinaban por considerar inevitable, a diferencia de él, que pretendía tener la solución teórica aunque condicionalmente aplicable: "Dicen que las leyes han de mirar, no a la guerra, ni a la virtud entera, sino a ver, según sea el régimen establecido, lo conveniente para éste, a fin de que se mantenga constantemente imperando y no se descomponga, y que por naturaleza la mejor definición de la justicia es la siguiente. (...) el elemento que domina en cada ocasión en la ciudad es el que pone las leyes." (ibíd. 714c). Para Platón era sin duda evidente que "después de triunfar la plebe o cualquier otro régimen, o bien, un tirano, va a poner por su voluntad como primer objetivo de sus leyes otra cosa que lo conveniente a la conservación de su propio mando" (ibíd., 714d). Se trataba de algo que "ya ha ocurrido millares y millares de veces" (ibíd., 715a) pero que se resiste a "reducirla", "con Píndaro", "a norma de la naturaleza" (ibíd, una frase antes) en el sentido de que no haya forma alguna de evitarlo. Lo constata en los hechos pero aún pretende imponerse a su dinámica (y lo pretende mediante la fórmula de unir a un tirano idílico pero posible y a un legislador que se rija por La Razón... y sin duda La Moral -ibíd., 710a en adelante-, obviamente, "el filósofo" o "el sabio", que, gracias a su excelsa alma inmortal, sería lo más tangiblemente... divino -ibíd., 714a-, alguien "amado por este dios (...) que se haga a sí mismo, hasta donde alcancen sus fuerzas, semejante a él" -ibíd., 716d-) aún cuando reconoce "Lo difícil y lo rara vez conseguido en la historia" (ibíd. 711d), siendo ésta directamente asimilada al "mito", del que "tendremos que servirnos todavía" (ibíd., 713a). Y considerando que tales "sabios", "que ansían alcanzar lo más rápidamente posible la mayor perfección", "no están tan a mano" (ibíd., 718d). Esos "sabios" pretendían reorientar un poco esa dinámica que en lo fundamental se desarrollaba por sí sola (por la antes mencionada confluencia, en realidad).
Por una parte: "... no hay escape de los males ni de los trabajos", decía Platón en referencia a los asuntos gobernados por "mortales" (ibíd., 713e) y por otra, poco más abajo, constataba la evidencia que muchos se inclinaban por considerar inevitable, a diferencia de él, que pretendía tener la solución teórica aunque condicionalmente aplicable: "Dicen que las leyes han de mirar, no a la guerra, ni a la virtud entera, sino a ver, según sea el régimen establecido, lo conveniente para éste, a fin de que se mantenga constantemente imperando y no se descomponga, y que por naturaleza la mejor definición de la justicia es la siguiente. (...) el elemento que domina en cada ocasión en la ciudad es el que pone las leyes." (ibíd. 714c). Para Platón era sin duda evidente que "después de triunfar la plebe o cualquier otro régimen, o bien, un tirano, va a poner por su voluntad como primer objetivo de sus leyes otra cosa que lo conveniente a la conservación de su propio mando" (ibíd., 714d). Se trataba de algo que "ya ha ocurrido millares y millares de veces" (ibíd., 715a) pero que se resiste a "reducirla", "con Píndaro", "a norma de la naturaleza" (ibíd, una frase antes) en el sentido de que no haya forma alguna de evitarlo. Lo constata en los hechos pero aún pretende imponerse a su dinámica (y lo pretende mediante la fórmula de unir a un tirano idílico pero posible y a un legislador que se rija por La Razón... y sin duda La Moral -ibíd., 710a en adelante-, obviamente, "el filósofo" o "el sabio", que, gracias a su excelsa alma inmortal, sería lo más tangiblemente... divino -ibíd., 714a-, alguien "amado por este dios (...) que se haga a sí mismo, hasta donde alcancen sus fuerzas, semejante a él" -ibíd., 716d-) aún cuando reconoce "Lo difícil y lo rara vez conseguido en la historia" (ibíd. 711d), siendo ésta directamente asimilada al "mito", del que "tendremos que servirnos todavía" (ibíd., 713a). Y considerando que tales "sabios", "que ansían alcanzar lo más rápidamente posible la mayor perfección", "no están tan a mano" (ibíd., 718d). Esos "sabios" pretendían reorientar un poco esa dinámica que en lo fundamental se desarrollaba por sí sola (por la antes mencionada confluencia, en realidad).
Esa dinámica viene así a parecer (a tomar forma de) una especie de caída en un estado de "alienación" masivo, un proceso que parece acabar "corrompiendo" a todos y a todas "las ciudades", "sometidas y esclavizadas a una determinada porción de ellas mismas" (Platón, Las leyes, 713a) así como haciendo cada vez más irresistible la dirección tomada por la marcha. Masivo, si bien con excepciones tendencialmente al borde de la extinción, resistentes a plegarse al mismo rumbo y que hoy concitan diversas simpatías de índole folklórica así como interesada (tribus más o menos aisladas nómadas o seminómadas). Y por otra parte, un estado contra el que se alzan los concientes con pretenciones reformistas y de cambio de rumbo: confiados en su proselitismo y su capacidad organizativa y mentirosa, de la que Platón, pero también los sofistas, los profetas antes, etc., fueron sus primeros especímenes.
Por esto es que la visión platónica, sin embargo, no se engaña del todo, no deja de posar un pie en tierra firme y ser en alguna medida pragmática con la idea de poder "despertar a la conciencia" al hombre para que a partir de sí mismo redireccione sus pasos hacia una supuesta lucidez que le haga ver las ventajas de la justicia cosmopolita, universal, etc. Él propone y hace proselitismo sin tapujos a favor de esa alternativa tiránica a cuatro patas (tirano + filósofo) y, lo mismo que con el tiempo harían todas las teorías de la "alienación" que dicen desear una supuesta "emancipación humana" y/o hacer realidad la "mejora del mundo", esconderá sus pretensiones de sustitución de unos "engañadores" por otros. Y ahí está el rol de las "mentiras piadosas" de Platón y su pragmática y a la vez engañosa (y en parte esperanzada o idílica) convicción de que unos se los podría "convencer" mientras que a los otras se les deberá imponer, como a los poetas, serias restricciones (ibíd., 644a, 719b, donde repite lo dicho en La República), siendo la primera algo que deja a manos de una educación indiscutiblemente tiránica (ibíd., 711, 711c en particular) que fundamentalmente, causalmente, no es sino una herramienta decisiva más al servicio de la mencionada selección artificial ("ya persuadiendo, ya corrigiendo con la fuerza" -ibíd., 718b-), de indiscutible índole conservador del régimen y profundizador de sus propias justificaciones y necesidades.
En todo caso, todos los que han pensado así y perseguido "un mundo mejor", han tenido luchar contra algo que sistemáticamente impedía la realización de sus objetivos, algo que atribuían a la "naturaleza humana" inevitablemente corrompida y corruptible ante la cual, por fin, acababan "desazonados" (ibíd., 708e), erre que erre, por lo visto también... "por naturaleza"... "por don divino" (ibíd., 642c). El fenómeno se vinculó así desde un principio a uno u otro "mal" ("alienación" implica enfermedad) y a fin de cuentas se remonta a los pecados que la Razón Religiosa (y eso es también toda indiscutible Ley, como la Torah) siempre ha condenado: la codicia, la envidia, el resentimiento, etc., que amenazan a fin de cuentas lo que antes se ha constituido de manera indiscutiblemente irracional... esto es artificial, inventada, y por fin adoptada sin remedio.
Sin embargo, cabría considerar sus escalones sucesivos como estaciones de un alud desencadenado en un momento dado, algo que aún hoy podemos ver que algunos grupos han soslayado (desde el Amazonas hasta las antípodas de Australia, etc.), lo que demostraría entre otras cosas que no se trató de una recurrencia maligna propia de la naturaleza humana sino eslabones de una cadena que se comenzó a forjar en unas condiciones apropiadas y que de entrada, como esas otras, ha dado de sí misma su enraizamiento irreversible.
Las explicaciones que hasta hoy se ha dado de ello la Filosofía y los filósofos llevan a desvincular la realidad en marcha de sus aparentes accidentes malignos y por tanto también a suponer que pueden ser combatidos sin abandonar ni poner en cuestión esa marcha o en todo caso, hacerlo mediante su erradicación. En todos los casos, la idea de erradicar el mal tiene las mismas pretensiones tiránicas y lleva a darle a la propia complejidad formas tanto o más insoportables para todos. Por mi parte, no veo que la marcha pueda detenerse... a menos que antes concluya su anunciado colapso. Y para tal resultado, no cabe ni se puede hacer nada de nada.
Y mucho menos suponer que sería posible (¿mediante otra tiránica educación y otras leyes punitivas?) "regresar" a la primitividad, como proponen algunos, incluso apropiándose de extractos apropiados tomados de Mauss y de Bataille; a pesar de que siguieron apostando por el cosmopolitismo, lo más adecuado a los sueños intelectuales. (4)
En nombre de ese combate contra el mal, se presupusieron las leyes, que consecuentemente se derivarían de Los Cielos, manifestando el claro vínculo existente entre Política y Teología. Esto aflora en todos y cada uno de los filósofos y se encuentra en la propia base de la Filosofía... hasta que se propone ir Más allá del bien y del mal... en el límite mismo de la filosofía, en ese punto en el que ésta se deshace y muere (con Pan, con Dios) y se acaba por reconocer (Así habló Zaratustra) que no hay sino "la propia obra" del individuo conformado de un determinado modo a través de la dinámica señalada, aunque, por eso de que "el hombre prefiere querer la nada a no querer" (El nacimiento de la tragedia) apenas haya sino acariciado y vislumbrado (La gaya ciencia) el umbral al que hemos sido por fin empujados a asomarnos, aunque sea para describir una narrativa más completa, a fin de cuentas, en nombre de nustra propia obra. Aunque tan o más "desazonados" que Platón y todos los que lo siguieron... y por lo que fueron al mismo tiempo admitidos y perseguidos "por la Ciudad", como decía Leo Strauss.
En nombre de ese combate, Hobbes justificaba la existencia del
Estado, haciendo de él la garantía de la seguridad de todos (nada que no habría suscrito Platón por otra parte). Como
bien señala uno de sus mejores estudiosos, Strauss bien sur, su leit motiv era
"combatir" esa "naturaleza" maligna propia de los seres humanos; esa "idiosincrasia
individualmente nefasta del individuo que habría que sujetar". (5) Un objetivo que va un poco más allá de la conservación de un tipo concreto de Estado, o sea, de unas formas definidas de opresión y explotación: el objetivo de seguir avanzando sobre la base de la complejización hacia la emancipación humana que se nos prometería al cabo de la marcha. Esto, sin duda, además de darle dignidad al pensamiento, o de restarle mezquindad (encubriéndola adecuadamente), vuelve a mostrar el auténtico apriorismo de la filosofía.
Es inclusive el caso del realismo pragmático de Spinoza, que necesitó abrazar el panteísmo para no abandonar el señalado vínculo y su apriorismo de base (el de la civilización autovalorada, para decirlo con otras palabras) y también el caso más exclusivo de Nietzsche que a partir de un Schopenhauer orientado (hacia la vieja India) no logra desentrañar el carácter no-natural del eterno retorno de lo mismo y no logra abandonar del todo el sueño emancipador, a fin de cuentas, necesitado del bien y del mal. (6)
"El Progreso", el
incremento de La Riqueza, el aumento de las cosas que trae
consigo y a la vez que exige: de la población, del tiempo de vida media,
del poder modificador y destructor del "hombre" sobre "la naturaleza" (ello sin
mencionar a esa mayoría de hombres sin cuya sumisión no se
conseguiría... para todos: al menos los hijos de los
hijos de los hijos...).
En definitiva, siempre se siguió por el camino de aumentar la dosis
con la supuesta meta de curar al enfermo, y siempre en nombre de "la sociedad" (fragmentada, por supuesto, y abierta, sin duda, a la realización del reformista en cuestión).
Y, sin embargo, pretendemos hoy (como se hiciera siempre) alzar una muralla separadora entre nuestro presente democrático y el supuesto primitivismo de la antigüedad (o proponerse que así debería ser -Mauss mismo, sin ir más lejos, y sin llegar a Kant-), y ello no sólo en contra de los indicios sino de la aproximación flagrante al colapso al que no puede sino ir una sociedad que en nombre del "progreso" lleva al mismísimo fin de toda forma de pensamiento crítico, contradiciéndose y autodestruyéndose a sí misma. Y, repito, insisto: sin que ello pueda ser contenido o desviado... aunque sí tal vez pueda no repetirse después, es decir, después de ese colapso... qui lo sa.
El objeto de este análisis no-filosófico y ni siquiera político, incluso contra-filosófico y contra-político y sin duda contra-teológico, no es sino descriptivo ("etológico", podría admitir); apunta a comprender lo que se mueve y emerge a raíz de las interacciones que se producen en un entorno dado entre los elementos que se encuentran presentes en él (y de lo que forma parte nuestra voluntad y relativa libertad de hacer). (7) Y hoy se ha hecho posible, visible y audible aunque sea marginalmente, debido precisamente a la marginalidad en la que ha sido confinado el pensamiento independiente o la reflexión intelectual que ya no espera nada del mundo sino una continua carga de cadenas y la extinción total de los amigos. La omnipotencia humana se ha frustrado hasta ese punto en quienes la derivaban de su facultad de cálculo: la reflexión, la conciencia, la Razón.
La fase alcanzada y la necesidad de continuar la marcha más lejos, ha demostrado no requirir ni filósofos ni pensadores sino de obreros disciplinados, capaces en todo caso de fabricar slogans... eficaces para el instante. Ambas cosas se vislumbran netas en el horizonte: cada vez es más evidente que bajo la dirección de los listos de hoy (que son "los tontos"... y que la dirigen en realidad sin meta) "ni los tranvías pueden funcionar", cada vez cuesta más exponer algo lúcido a través de las tramas de la complejidad que ha tomado la forma de la burocratización, del mismo modo no queda mucho más que la vanidad desnuda y las posibilidades de conseguir una retribución diferenciadora como alicientes para la educación, la lectura y sobre todo el estudio (el pensamiento débil o líquido cada vez atrae más... hasta la mismísima inoperancia del abuso). Sin duda, el mundo gana en responsabilidad en sí, pero no para provocar la risa del sabio sino el dolor y desesperación de los más sensibles en extinción a la vez que los empuja a una conciencia radical acerca de la inutilidad de la propia idiosincrasia (intelectual), la de haberse conformado de ese modo o de que valga la pena hacerlo (algo que el mundo ya se encarga de obstaculizar de hecho y hasta de perseguir: ya hemos visto en los primates... cuán demoledora es la indiferencia del mundo y cómo se trata a los molestos). (8)
En una tercera parte, nos seguiremos acercando al paradigma que realmente nos enmarca (histórica y arqueológicamente) originando la identidad a la cual los hombres de hoy se siguen aferrando a pesar de su ya evidente deterioro, identidad que expresa el apriorismo del que hemos estado hablando.
* * *
Notas:
(1) Como señalara Platón en referencia a Darío, quien gobernaría:
"atrayéndose al pueblo con dinero y con dones", de modo que "los
ejércitos le conquistaron de buena gana territorios no menores que los
dejados por Ciro" (Platón, Las leyes, 695d). Y en su Anábasis,
Jenofonte hace una clara referencia a la misma realidad cuando nos habla de lo
que las tropas (el pueblo armado) de su ejército en campaña más deseaba:
"volver" de una buena vez "a sus casas con numerosos bienes" (Leo Strauss, "La Anábasis de Jenofonte" en Estudios de filosofía política platónica,
Amorrortu editores, Bs. As., 2008, pág. 184, 188; y ver antes pág. 166
donde se habla de las ventajas de la guerra y la victoria sobre los
otros pueblos).
Sin duda una conducta que no puede ser confundida con la de una soldadesca de película
o de simples mercenarios o "mercenarios contratados por los tiranos", como dice Platón distinguiéndolos tajantemente del pueblo "bien" vinculado a su monarca, quien debe velar por él bajo la especie de "alianza de gobernabilidad" contraída de hecho,
en todo caso a
costa de los demás pueblos. Después de todo, también
hoy distinguimos a los mercenarios de los soldados profesionales que van
a
las guerras en calidad de asalariados. Lo innegable es que
en aquella época los soldados eran parte fundamental de sus pueblos y
que eran movilizados con promesas de botín so pena
de no poner interés alguno en la contienda y/o en la misión que
involucraba a su ciudad, a su oligarquía y a sus jefes. Y esa situación
no era sino una extensión de la ciudad no sólo en el sentido de su
vocación
expansiva/defensiva. Los propios ciudadanos se congregaban en una u otra
de las ciudades en base a lo que estas le garantizaban: los reyes o
dirigentes políticos debían dar para que hubiese de quienes recibir. Y esto también continúa siendo así aunque bajo unas interacciones más alambicadas.
(2) Esa selección es a fin de cuentas del estilo de la "selección parental" de la que nos habla Judith Rich Harris (indemendientemente del grado de certeza que haya en su generalización en relación al tema de
la piel blanca y la pérdida de pelo de la que habla a propósito) también
en un aspecto clave, el de la construcción de una identidad grupal y la construcción de unas determinadas leyes formales destinada a su consolidación y perdurabilidad): me refiero al indudable origen paternalista de este proceso, en el que podemos observar hoy inclusive, como será siempre, la imposición paterna del "porque yo lo digo" sobre la conducta de sus hijos (véase al respecto el vínculo que establece Maty Douglas entre la Revelación y el lenguaje paterno en El levítico como literatura, una obra clave para estudiar precisamente el proceso de creación de una identidad grupal y de sus leyes). Este proceso inculcatorio (a veces, en nuestros tiempos de racionalismo en particular, acompañado parcialmente por la argumentación expliccativa de los padres -lo que Mary Douglas llama con Bernstein "código elaborado" en oposición al "código restricto", Símbolos naturales, capítulo 2- se realiza desde lo globalmente adoptado ("la sociedad", "el poder" como lo señala Mary Douglas), un resultado en realidad complejo entretejido por intereses diversos pero confluyentes, al que "se le viste con decencia y se le legitima" (Símbolos naturales, Alianza Universidad, Madrid, 1978, pág. 77), en mayor o menor medida entre todos, y cuyas "exigencias de legitimidad llegan hasta los niveles más íntimos" (ibíd.), lo que hace que "El niño (sea) indoctrinado en los supuestos de la sociedad en la que vive" (ibíd.), dándose así "un proceso de refuerzo mutuo" (ibíd., pág. 78).
(3) En la antigüedad, una fuente sin duda (aunque no única ni precisamente la fuente originaria como presupongo, en tanto al menos su determinante simbólico) era la guerra, el conflicto entre dos fuerzas inicialmente "equivalentes" cuya conclusión dejaba las cosas desequilibradas al producir unos vencidos por este medio debilitados, es decir, mediante la derrota que los volvía precisamente débiles tanto a los ojos de vencedores como de ellos mismos (débiles física, psicológica, técnica, social, cultural. incluso y especial religiosamente: el dios del vencedor lo era en relación al dios vencido).
Con o sin violencia, la esclavitud requería sin duda la previa aceptación mutua o el reconocimiento explícito o tácito de que era "lógica", de que estaba imaginariamente asimilada, de que unos estaban por encima y otros por debajo de la "medida humana". De cualquier otra manera, aunque se impusiera por la violencia, no podía convertirse en un paradigma social estable ni por ende perdurar (y ello más allá de los alzamientos de unas u otras dimensiones -nunca, ni en el caso de Espartaco, capaces de amenazar el sistema en su conjunto, aunque lo pusieran políticamente en situación crítica- y las deserciones individuales y la disgregación bandolera).
Los ilotas, de otro modo, no habrían aceptado su situación respecto de los espartanos sin compartir con ellos el correspondiente simbolismo social. La leyenda mosaica del fin de la esclavitud hebrea en Egipto cuenta una historia en la cual se revierte la inferioridad pastoril y disgregada del pueblo proto-judío ante la superioridad de la estructura social egipcia mediante la ayuda de un Dios de los sometidos que logra vencer al del dueño esclavista: la esclavitud acaba al revertirse el desequilibrio. La filosofía griega entrelaza perfectamente esas certidumbres con su racionalismo y su moralidad. Sin duda, lo decisivo era que unos y otros se vieran respectivamente como los fuertes y los débiles, lo que podía pero no necesariamente provenir de una derrota violenta sino también (y tal vez más al principio) de una colonización pacífica, de una aparición. Este es también sin duda lo que explica el servilismo y la esclavitud de las colonias españolas de la Edad de Oro y lo que "obliga" al uso de la violencia para reducir al irreductible, e incorruptible, piel roja en norteamérica, así como los demás casos diversos de las demás colonias europeas de los siglos XVI en adelante. Sin duda, puede entresacarse esta conclusión de entre las páginas teñidas de tercermundismo y por ello no explicitadas, aunque también de evidencias fructíferas, de Armas, gérmenes y acero de Jared Diamond.
(4) Respectivamente: Ensayo sobre el don y La parte maldita, en ambos de los cuales, sin que ello desmerezca sus felices observaciones "etológicas" se acaba demostrando fidelidad ideológica al cosmopolitismo humanista y al racionalismo, algo notablemente contradictorio con esas observaciones felices.
Vale la pena, a propósito, observar la reducida fuerza hipnótica de algunas utopías que se desprenden de su lectura, a veces más y muy dogmáticamente como es habitual por parte de sus seguidores (tergiversadores incluso) que promueven la simplificación (por oposición a quienes llaman al apuntalamiento y desarrollo de la complejización como progreso). Las "consignas" que salen de allí, como la llamada al primado de la sensibilidad o al erotismo, son capaces de atraer a los excéntricos pero no exactamente a las masas, como no incluyamos, cosa a la que muchos primitivistas a la vez se oponen, el consumismo de las masas, sin duda otro "juego del juego" (como apuntara Jean Duvignaud). Las masas, en realidad, rechazan las utopías que proponen botines reducidos que encierran resignarse a un poder menor al que aparentemente tienen sus miembros y mucho menor del que le prometen las opciones mesiánicas de progreso y conquista. Y podría incluso decirse que el erotismo y el gasto lúdico no suelen ser prácticas atrayente para las masas en general, que suelen desconfiar del futuro y del endeudamiento mucho más que las clases medias y sus miembros más "espirituales". Ello sin duda a tenor también de las frustraciones hacia las que son conducidas. La resignación cristiana, por ejemplo, no diría yo que fuera el aglutinante del movimiento de masas correspondiente sino más bien la voluntad de cristianizar "los infieles" para la consiguiente redistribución de sus riquezas, como atestiguan las Cruzadas, la Inquisición, la Conquista del Nuevo Mundo. Por otra parte, si se me permite, no estaba escrito que la marcha humana acabara en el triunfo de las estructuras complejas actuales, pero lo cierto es que desde las primeras formas sedentarias de organización social a comienzos y a instancias de la domesticación de plantas, animales... y hombres, cada paso favoreció sin duda grande y gradualmente el siguiente, forzando grados de organización cada vez más fragmentarios que abrieron espacios sucesivos a lo que se ha llegado a dar, incluyendo la conformación de perfiles socio-profesionales individuales con su correspondiente propención al grupo propio. Se trata de un resultado que sólo puede describirse desde una óptica etológica que deja de lado (más allá) el bien y el mal según lo vean unos u otros, incluyendo en el análisis el propio bien y mal, esto es, la moral producida en cada contexto sobre la base de su estado anterior. La complejización creciente crea condiciones restrictivas para los experimentos excéntricos o los retornos primitivistas... aunque los mismos u otros del estilo podrían tener lugar de otros modos, sea más allá de un colapso, sea por la vía de la disgregación (diría que bastante involuntaria) de un grupo... (en este sentido y sólo en él, diría yo que "todo sería posible", toda artificialidad, toda utopía...).
Al respecto del tema del don, un invento humano o "cultural" ligado a la vez a la autojustificación (autoexplicación) del carácter privilegiado del hombre a la luz de la experiencia y deducido a instancias de la perplejidad y de su aplacamiento que básicamente lleva por mera dinámica de la coherencia, a la contrapartida y a a la imitación de Dios, yo diría que la dinámica de la complejización vuelve a explicar el histórico abandono o la sedimentación arqueológica del potlatch (destrucciones sacrificiales y compensatorias) primitivo, lo que, mal que le pesara a Mauss, haría imposible el retorno a su práctica ritual en las actuales circunstancias, y no debido a una supuesta conciencia (la occidental moderna) antisupersticiosa o antimágica que se considera índice de superioridad cultural (vease al respecto otros aspectos vinculados a esto en Símbolos naturales, de Mary Douglas). Desde el mismo enfoque, los procesos destructivos de hoy (guerras, genocidios -soportados ideológicamente-, crisis económicas, prácticas contra la reproducción o para su limitación...) no pueden ser considerados al menos en general como rituales (Bataille) y formas remozadas encubiertas del potlatch: dominar y conquistar botines de guerra o eliminar al adversario responde y respondió siempre a una dinámica diferente aunque en en su semilla se encuentre igualmente la certeza de pueblo elegido o la de un origen divino (ser, en fin, la verdadera humanidad) propia del grupalismo humano. La guerra (nunca) o la práctica del aborto y/o del control de la natalidad actuales no pretenden ser ni significan sacrificios compensatorios por los bienes recibidos del cielo sino que son considerados daños colaterales de las necesidades de redistribución propias del pacto tácito entre las masas y sus dirigentes (lógicamente, algo que se entreteje muy complejamente en los hechos), a cuyas políticas están subordinados. O sea, componen la opción secular y no la mágica (usando nuevamente los términos según Mary Douglas), opción predominante hoy sin por ello ser exclusiva ni estable de por sí (hasta donde tiende a pensarse de manera dominante en Occidente). Ni siquiera la política de los jemeres rojos puede ser analizada desde la óptica del potlatch y el ritualismo, al margen de detalles secundarios: en ella pesa el concepto de profesionalidad productiva... orientada a la construcción de una "ciudad" burocrática en manos de contrabandistas de droga a los que les sobraba casi todo de "Occidente"... dentro... pero todo lo contrario fuera. El genocidio nazi a costa de millones de judíos y de miembros de otras razas, por ejemplo, también tuvo un cariz "moderno" (más exactamente postmoderno) al servicio de una identidad ideológicamente necesaria. No toda ética identitaria es ritualista aunque a veces se revista de ese tinte o lo parezca en una aproximación superficial y hasta lo sea residualmente. Hoy, salvo reductos grupales restringidos y marginales, aún nómadas en algún grado (los pigmeos, por ejemplo), que pueden o no ser tanto ritualistas como seculares (de nuevo Mary Douglas, op.cit.), las sociedades complejas y fragmentadas han sucumbido al estilo burocrático de actuar y de pensar, incluídas las sociedades o las instituciones internas de carácter religioso, que de todos modos, pueden o no decantarse por un discurso propagandístico moralista, ideológico o tecnocrático... pero que siempre será tacticista acorde con ese estilo.
(3) En la antigüedad, una fuente sin duda (aunque no única ni precisamente la fuente originaria como presupongo, en tanto al menos su determinante simbólico) era la guerra, el conflicto entre dos fuerzas inicialmente "equivalentes" cuya conclusión dejaba las cosas desequilibradas al producir unos vencidos por este medio debilitados, es decir, mediante la derrota que los volvía precisamente débiles tanto a los ojos de vencedores como de ellos mismos (débiles física, psicológica, técnica, social, cultural. incluso y especial religiosamente: el dios del vencedor lo era en relación al dios vencido).
Con o sin violencia, la esclavitud requería sin duda la previa aceptación mutua o el reconocimiento explícito o tácito de que era "lógica", de que estaba imaginariamente asimilada, de que unos estaban por encima y otros por debajo de la "medida humana". De cualquier otra manera, aunque se impusiera por la violencia, no podía convertirse en un paradigma social estable ni por ende perdurar (y ello más allá de los alzamientos de unas u otras dimensiones -nunca, ni en el caso de Espartaco, capaces de amenazar el sistema en su conjunto, aunque lo pusieran políticamente en situación crítica- y las deserciones individuales y la disgregación bandolera).
Los ilotas, de otro modo, no habrían aceptado su situación respecto de los espartanos sin compartir con ellos el correspondiente simbolismo social. La leyenda mosaica del fin de la esclavitud hebrea en Egipto cuenta una historia en la cual se revierte la inferioridad pastoril y disgregada del pueblo proto-judío ante la superioridad de la estructura social egipcia mediante la ayuda de un Dios de los sometidos que logra vencer al del dueño esclavista: la esclavitud acaba al revertirse el desequilibrio. La filosofía griega entrelaza perfectamente esas certidumbres con su racionalismo y su moralidad. Sin duda, lo decisivo era que unos y otros se vieran respectivamente como los fuertes y los débiles, lo que podía pero no necesariamente provenir de una derrota violenta sino también (y tal vez más al principio) de una colonización pacífica, de una aparición. Este es también sin duda lo que explica el servilismo y la esclavitud de las colonias españolas de la Edad de Oro y lo que "obliga" al uso de la violencia para reducir al irreductible, e incorruptible, piel roja en norteamérica, así como los demás casos diversos de las demás colonias europeas de los siglos XVI en adelante. Sin duda, puede entresacarse esta conclusión de entre las páginas teñidas de tercermundismo y por ello no explicitadas, aunque también de evidencias fructíferas, de Armas, gérmenes y acero de Jared Diamond.
(4) Respectivamente: Ensayo sobre el don y La parte maldita, en ambos de los cuales, sin que ello desmerezca sus felices observaciones "etológicas" se acaba demostrando fidelidad ideológica al cosmopolitismo humanista y al racionalismo, algo notablemente contradictorio con esas observaciones felices.
Vale la pena, a propósito, observar la reducida fuerza hipnótica de algunas utopías que se desprenden de su lectura, a veces más y muy dogmáticamente como es habitual por parte de sus seguidores (tergiversadores incluso) que promueven la simplificación (por oposición a quienes llaman al apuntalamiento y desarrollo de la complejización como progreso). Las "consignas" que salen de allí, como la llamada al primado de la sensibilidad o al erotismo, son capaces de atraer a los excéntricos pero no exactamente a las masas, como no incluyamos, cosa a la que muchos primitivistas a la vez se oponen, el consumismo de las masas, sin duda otro "juego del juego" (como apuntara Jean Duvignaud). Las masas, en realidad, rechazan las utopías que proponen botines reducidos que encierran resignarse a un poder menor al que aparentemente tienen sus miembros y mucho menor del que le prometen las opciones mesiánicas de progreso y conquista. Y podría incluso decirse que el erotismo y el gasto lúdico no suelen ser prácticas atrayente para las masas en general, que suelen desconfiar del futuro y del endeudamiento mucho más que las clases medias y sus miembros más "espirituales". Ello sin duda a tenor también de las frustraciones hacia las que son conducidas. La resignación cristiana, por ejemplo, no diría yo que fuera el aglutinante del movimiento de masas correspondiente sino más bien la voluntad de cristianizar "los infieles" para la consiguiente redistribución de sus riquezas, como atestiguan las Cruzadas, la Inquisición, la Conquista del Nuevo Mundo. Por otra parte, si se me permite, no estaba escrito que la marcha humana acabara en el triunfo de las estructuras complejas actuales, pero lo cierto es que desde las primeras formas sedentarias de organización social a comienzos y a instancias de la domesticación de plantas, animales... y hombres, cada paso favoreció sin duda grande y gradualmente el siguiente, forzando grados de organización cada vez más fragmentarios que abrieron espacios sucesivos a lo que se ha llegado a dar, incluyendo la conformación de perfiles socio-profesionales individuales con su correspondiente propención al grupo propio. Se trata de un resultado que sólo puede describirse desde una óptica etológica que deja de lado (más allá) el bien y el mal según lo vean unos u otros, incluyendo en el análisis el propio bien y mal, esto es, la moral producida en cada contexto sobre la base de su estado anterior. La complejización creciente crea condiciones restrictivas para los experimentos excéntricos o los retornos primitivistas... aunque los mismos u otros del estilo podrían tener lugar de otros modos, sea más allá de un colapso, sea por la vía de la disgregación (diría que bastante involuntaria) de un grupo... (en este sentido y sólo en él, diría yo que "todo sería posible", toda artificialidad, toda utopía...).
Al respecto del tema del don, un invento humano o "cultural" ligado a la vez a la autojustificación (autoexplicación) del carácter privilegiado del hombre a la luz de la experiencia y deducido a instancias de la perplejidad y de su aplacamiento que básicamente lleva por mera dinámica de la coherencia, a la contrapartida y a a la imitación de Dios, yo diría que la dinámica de la complejización vuelve a explicar el histórico abandono o la sedimentación arqueológica del potlatch (destrucciones sacrificiales y compensatorias) primitivo, lo que, mal que le pesara a Mauss, haría imposible el retorno a su práctica ritual en las actuales circunstancias, y no debido a una supuesta conciencia (la occidental moderna) antisupersticiosa o antimágica que se considera índice de superioridad cultural (vease al respecto otros aspectos vinculados a esto en Símbolos naturales, de Mary Douglas). Desde el mismo enfoque, los procesos destructivos de hoy (guerras, genocidios -soportados ideológicamente-, crisis económicas, prácticas contra la reproducción o para su limitación...) no pueden ser considerados al menos en general como rituales (Bataille) y formas remozadas encubiertas del potlatch: dominar y conquistar botines de guerra o eliminar al adversario responde y respondió siempre a una dinámica diferente aunque en en su semilla se encuentre igualmente la certeza de pueblo elegido o la de un origen divino (ser, en fin, la verdadera humanidad) propia del grupalismo humano. La guerra (nunca) o la práctica del aborto y/o del control de la natalidad actuales no pretenden ser ni significan sacrificios compensatorios por los bienes recibidos del cielo sino que son considerados daños colaterales de las necesidades de redistribución propias del pacto tácito entre las masas y sus dirigentes (lógicamente, algo que se entreteje muy complejamente en los hechos), a cuyas políticas están subordinados. O sea, componen la opción secular y no la mágica (usando nuevamente los términos según Mary Douglas), opción predominante hoy sin por ello ser exclusiva ni estable de por sí (hasta donde tiende a pensarse de manera dominante en Occidente). Ni siquiera la política de los jemeres rojos puede ser analizada desde la óptica del potlatch y el ritualismo, al margen de detalles secundarios: en ella pesa el concepto de profesionalidad productiva... orientada a la construcción de una "ciudad" burocrática en manos de contrabandistas de droga a los que les sobraba casi todo de "Occidente"... dentro... pero todo lo contrario fuera. El genocidio nazi a costa de millones de judíos y de miembros de otras razas, por ejemplo, también tuvo un cariz "moderno" (más exactamente postmoderno) al servicio de una identidad ideológicamente necesaria. No toda ética identitaria es ritualista aunque a veces se revista de ese tinte o lo parezca en una aproximación superficial y hasta lo sea residualmente. Hoy, salvo reductos grupales restringidos y marginales, aún nómadas en algún grado (los pigmeos, por ejemplo), que pueden o no ser tanto ritualistas como seculares (de nuevo Mary Douglas, op.cit.), las sociedades complejas y fragmentadas han sucumbido al estilo burocrático de actuar y de pensar, incluídas las sociedades o las instituciones internas de carácter religioso, que de todos modos, pueden o no decantarse por un discurso propagandístico moralista, ideológico o tecnocrático... pero que siempre será tacticista acorde con ese estilo.
(5) Leo Strauss, La filosofía política de Hobbes (traducida en Fondo de Cultura pero no distribuida en España por esas cosas de la conveneincia mercantil).
(6) En La gaya ciencia,
Nietzsche se preguntará si "la decadencia" llegará tan lejos como para
devolverle una "oportunidad a la risa" (op. cit., af. 1). Esto encierra
las dos posibilidades que pueden aventurarse más allá de la actual
civilización: el mundo donde la crítica del pensamiento muera y sólo
campee la irresponsabilidad y la risa venga del pasado o un mundo por
fin superado que se recuerda con la misma ironía con la que se mira hoy
la conducta primitiva de los aborígenes que han sobrevivido. Sin duda,
todavía no había suficientes datos como para ver hasta qué extremo de
mediocridad podía ser alcanzada sin que por ello dejarán de producirse
las manifestaciones sofisticadas de artificialidad de hoy.
(7) Una discusión sobre el
libre albedrío se hace aquí concomitante. Digamos en síntesis que sin
duda se es libre de optar, pero no todas las opciones están a la mano y
son aceptables por unos o por oros en cada momento. Se trata del
resultado del balance entre riesgo y cálculo para el cual el ser humano
está preparado para conservar dentro de un cierto equilibrio y en
atención a su instinto peculiar de conservación, como en todos los demás
animales, imperfecto y contradictorio. Al respecto, Platón necesitaba considerar el libre albedrío como un atributo dado por los dioses al hombre "para ocuparse de los detalles", de "lo pequeño, quedándose con "lo grande"; haciendo de los hombres "títeres" pero a la manera en que hoy lo hacen los hombres al fabricar máquinas inteligentes... Sin embargo, si nos salimos hasta donde nos sea posible de la trampa que representa el adjudicarnos (casi inevitablemente) una filiación divina (de unos más que de otros, o sea, grupalmente), la propia evolución explica la presencia de la tendencia humana a la acción incondicionada a la vez que su imperfección y sus condicionamientos contextuales con el resultado concreto de una libertad relativa tanto de acción como de pensamiento, restringida, incluso autolimitada a las necesidades del cálculo y a sus posibilidades (imaginarias) de éxito... esto es, según nos lo parezca.
(8) Heidegger decía en 1938 (acariciando la perspectiva de dirigir a los "investigadores", esto es, tener un nuevo rol como "pensador"):
"Desaparece el sabio. Lo sustituye el investigador que trabaja en algún proyecto de investigación. (...) Se vincula a contratos editoriales, pues ahora son los editores los que deciden qué libros hay que escribir.
"El investigador se ve espontánea y necesariamente empujado dentro de la esfera del técnico en sentido esencial. Es la única manera que tiene de permanecer eficaz y, por lo tanto, en el sentido de su época, efectivamente real." ("La época de la imagen del mundo" en Caminos de bosque, Alianza, Madrid, 1995, pág. 84, parágrafo 78)
y hoy el fenómeno es más amplio, rotundo, irreversible y evidente en todos los sentidos allí apuntados.
Lo que interesa no es la lucidez sino la efectividad, y
cada vez son más los que "trabajan" para esta última abandonando todo
interés en la primera.