¿Fue una debilidad o un acto de fortaleza lo que llevó a Sócrates a preferir la muerte...? ¿Algo a valorar o a denigrar? ¿O fue, por el contrario, una simple consecuencia de un pensamiento y de una sociedad en conflicto; es decir, de la resolución del choque que se estaba dando?
Sin duda, la respuesta dependerá de los valores que se elijan defender. Y por supuesto mis preguntas no se refieren a lo fáctico, es decir, a si cabía o no que de defendiera mejor o que huyera en lugar de aceptar someterse al resultado de un juicio que sin duda intuía desfavorable (no podía sino concluir que nunca consiguió que las masas lo siguieran).
Ahora bien, las preguntas no sólo pueden responderse con diversos contenidos, por ejemplo, como un debate futbolístico propio de nuestra actual era de la postmodernidad; y directamente a partir de nuestros prejuicios, como un asunto de valores, es decir, como una cuestión ideológica. Las preguntas encierran preferencias del mismo tipo, encierran una intencionalidad. Pero intentemos ponernos a distancia de sus contenidos inmediatos y tratemos de ver lo que se halla detrás del propio discurso, detrás del propio texto, algo que el texto (los textos, las preguntas, las respuestas, mis propias críticas, todas las críticas, es decir, los textos y discursos de la Filosofía en general...) REVELA (revelan). Textos, discursos, respuestas de exclusivo dominio filosófico y por lo tanto específicos, propios de ese dominio particular.
Dos hechos son indiscutibles a la luz de ese enfoque (o sea, más allá de la existencia de conflictos internos al texto que podrían o no considerarse a la luz de la historia del pensamiento o a la luz de algún absoluto de preferencia): la existencia de un conflicto interno por parte de Sócrates con su propia conciencia y la existencia de un conflicto de esa conciencia con la sociedad, ninguno inseparable del otro, ambos caras de una misma moneda. Porque... ¿acaso es posible imaginarse a Sócrates en paz consigo mismo en un contexto en el cual TODOS los hombres fuesen sus discípulos? Él mismo, cuando reconoce que el camino de la sabiduría por la que intenta en potencia empujar a TODOS los hombres es una utopía (los hechos son contundentes: ignorancia, envidia, caracteres innatos -debidos al capricho de los dioses, lo que hoy es atribuido a la genética-, etc.), entiende que sólo cabe... LA HUIDA ("Teeteto", "Diálogos", Ed.Porrúa, México, 2007, pág. 453 y anteriores), "... huir lo más pronto posible desde esta estancia a la de los dioses".
Pero, al margen de los hechos (la diferencia entre los hombres, la existencia de una realidad inmediata, etc., que el filósofo tiende a ignorar, donde "está presente (...) sólo con el cuerpo" -ibíd., pág. 450; a lo que añade el ilustrativo ejemplo de Tales y la historia de su caída en el pozo), al margen en definitiva del carácter UTÓPICO de aquellas pretensiones, queda claro que las mismas tienen una causa propia, que la Ciudad y el Pueblo no son su causa. Cada una nace por su propia cuenta aunque simultáneamente, y simultáneamente entran en conflicto.
Dejaré hasta donde se pueda de lado la concepción idealista-objetiva de Sócrates (o más bien de Platón) y de las razones que podríamos hallar para explicarla, así como los aprioris en los que se basaba y las consecuencias de sostener las conclusiones que se derivan de sus preguntas más o menos capciosas. La cuestión no tiene nada que ver con una u otra concepción. Los filósofos se han enfrentado entre sí al respecto durante milenios, han buscado soluciones más o menos religiosas... o científicas, se han apoyado en diversos apriorismos... pero TODOS han sufrido el mismo referido conflicto. Es hora de hablar sólo de él.
Cuando nos preguntamos (preguntándole al texto que se supone refleja el pensamiento de Sócrates) por qué no huyó, por qué no usó los trucos de otros condenados (llorar, arrepentirse, mentir...) y, por otra parte, por qué los jueces, los representantes políticos de los atenienses, el pueblo a cuya opinión indudablemente se plegaron, instigados por la mediocridad y la envidia sin duda que se puso como siempre a la cabeza, que fue, como siempre, capaz de levantar los ánimos e indisponerlos contra... ¿un inocente? o... ¿un peligro?, por qué lo condenaron, surge una sola respuesta posible: porque ambos eran peligrosos el uno para el otro.
La decisión de Sócrates (al menos de su reconstrucción platónica en la que nos basamos y que sin duda reviste una pureza que podría muy bien inducir dudas; es decir, del estereotipo de filósofo depurado por Platón como paradigma de conducta sabia y ejemplar) acaba siendo la de permanecer fiel a los principios que había defendido a lo largo de su vida, a sus convicciones, por encima de toda amenaza (de la que llega a dar incluso una visión idílica y esperanzadora para facilitar... el mal trago). Esta fidelidad a la que se siente obligado, está presente explícitamente y ello en relación a todos los valores defendidos por Sócrates, es decir, a aquello que consideraba virtuoso en él mismo y en sí, o sea, conceptualmente. En el "Critón" expone la dependencia respecto de su conducta anterior; no sólo se trata del discurso sostenido a lo largo de su vida sino también de su conducta real, política; se siente obligado a ser consecuente so pena de tener que avergonzarse (para lo cual atribuye Las Leyes a la inmutabilidad o a lo divino, mientras deja a los hombres los errores de su aplicabilidad). En el "Teeteto", más allá de seguir poniendo sus convicciones en práctica como si nada y más allá -sólo tendencialmente, claro- de las "verdades vigentes" (del mismo modo que repite poco después en el "Eutifrón", cuya acción se desarrolla casi de inmediato) manifiesta de hecho su deseo de trascendencia -en el joven Teeteto-, es decir, la necesidad de discípulos y de transmisión. En el "Eutifrón", llega a poner en ridículo cualquier otra posible conducta -rastrera, mediocre, deshonesta... caricaturesca- en una búsqueda indudable de la convicción propia, del autoconocimiento, de la imposibilidad de colocarse la máscara de la que habría podido valerse... si no fuese él). En la "Apología...", intenta hacer de su propia idiosincrasia un ejemplo que el pueblo debería valorar como lo valora él mismo -aún lo intenta casi como para la posteridad, ¡con lo poco que ha servido!-, la usa como un arma, intenta convencer representándose a sí mismo y con ello a los jueces y al pueblo que él desearía y, por fin, comprendiendo a medias que no conseguirá lo que no ha conseguido a lo largo de su vida (que los hombres lo comprendieran y adoraran) acabará manifestando por fin su decepción, una decepción inevitablemente relativa ya que de lo contrario habría debido renunciar también a sí mismo). Por último, en el "Fedón", se arma de esperanza, reafirmándose gracias a ella mediante la apuesta indemostrable de que volverá a la vida o que al menos la tendrá en el más allá.
En ningún momento pone en cuestión su concepción, su filosofía (en este sentido, esto podría ser obra de Platón con ese objetivo: la propaganda a través de un ejemplo de pureza y coherencia extremas... algo que, dicho sea de paso, imitarán sin duda los apóstoles y muchos más). No lo hace a pesar de contradecirse y de ponerse al filo de una reconsideración o revisión fundamental: el Sistema pretende (tiende a) sobrevivir al cuerpo, sea como sea. El Sistema pretende la existencia de un ente idílico y apriorístico que no es más que La Razón; un ente a la medida de una idiosincrasia. Y reconocerlo (o sea, desdecirse en un ápice, lleva a la caída en rotundo de todo el edificio... algo que está a punto siempre de suceder... y que acaba con la cicuta y con la esperanza en otra vida.
A los 70 años, sí, Sócrates optará por el Hades para continuar intentando transformar -¿qué otra cosa si no?- mediante el diálogo, el arrinconamiento dialéctico y lógico y el racionalismo a vivos y muertos, seres y almas... Algo que de todos modos entra en contradicción con su amor y su sostenida confianza en los hombres posibles y que, incluso, pone límites a su búsqueda de la Verdad. Pero esas contradicciones de la propia filosofía a la que decía deberse son menores en comparación con la renuncia al apriori absoluto: La Razón, Las Ideas, Los Dioses, lo precedente... de lo que llega seriamente a dudar cuando encara el problema de la objetividad, de la existencia ("Teeteto", ídem, pág. 492) quedando aquello interrumpido a causa de Meleto y los demás (debe acudir al Tribunal donde estos lo acusaron de impiedad).
Así, lo más sobresaliente de esa idiosincrasia, a pesar de sus explícitas manifestaciones, es su carácter dogmático; un carácter no realizado nunca del todo, pero que contiene el ingrediente fundamental de todo dogma: un apriori, en su caso la preexistencia de La Razón y su inescrutabilidad, tan extrema a fin de cuentas como los misterios de una religión, de LA REVELACIÓN.
Strauss hace una lectura concluyente: Sócrates es Sócrates por encima de todo, sea esto por ganas, por vocación educadora o por "puro entusiamo" ("El problema de Sócrates: cinco conferencias", en "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu, Bs. As., 2007, pág. 197). Sócrates es, así, víctima de sí mismo, aunque también lo es de la Ciudad. En otras palabras que podrían englobar ambas vertientes: es víctima de su tiempo...
En ningún momento pone en cuestión su concepción, su filosofía (en este sentido, esto podría ser obra de Platón con ese objetivo: la propaganda a través de un ejemplo de pureza y coherencia extremas... algo que, dicho sea de paso, imitarán sin duda los apóstoles y muchos más). No lo hace a pesar de contradecirse y de ponerse al filo de una reconsideración o revisión fundamental: el Sistema pretende (tiende a) sobrevivir al cuerpo, sea como sea. El Sistema pretende la existencia de un ente idílico y apriorístico que no es más que La Razón; un ente a la medida de una idiosincrasia. Y reconocerlo (o sea, desdecirse en un ápice, lleva a la caída en rotundo de todo el edificio... algo que está a punto siempre de suceder... y que acaba con la cicuta y con la esperanza en otra vida.
A los 70 años, sí, Sócrates optará por el Hades para continuar intentando transformar -¿qué otra cosa si no?- mediante el diálogo, el arrinconamiento dialéctico y lógico y el racionalismo a vivos y muertos, seres y almas... Algo que de todos modos entra en contradicción con su amor y su sostenida confianza en los hombres posibles y que, incluso, pone límites a su búsqueda de la Verdad. Pero esas contradicciones de la propia filosofía a la que decía deberse son menores en comparación con la renuncia al apriori absoluto: La Razón, Las Ideas, Los Dioses, lo precedente... de lo que llega seriamente a dudar cuando encara el problema de la objetividad, de la existencia ("Teeteto", ídem, pág. 492) quedando aquello interrumpido a causa de Meleto y los demás (debe acudir al Tribunal donde estos lo acusaron de impiedad).
Así, lo más sobresaliente de esa idiosincrasia, a pesar de sus explícitas manifestaciones, es su carácter dogmático; un carácter no realizado nunca del todo, pero que contiene el ingrediente fundamental de todo dogma: un apriori, en su caso la preexistencia de La Razón y su inescrutabilidad, tan extrema a fin de cuentas como los misterios de una religión, de LA REVELACIÓN.
Strauss hace una lectura concluyente: Sócrates es Sócrates por encima de todo, sea esto por ganas, por vocación educadora o por "puro entusiamo" ("El problema de Sócrates: cinco conferencias", en "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu, Bs. As., 2007, pág. 197). Sócrates es, así, víctima de sí mismo, aunque también lo es de la Ciudad. En otras palabras que podrían englobar ambas vertientes: es víctima de su tiempo...
... como siempre (supongámoslo al menos) le sucederá a todo filósofo en cualquier Ciudad.
¡Ésa es la cuestión!
Porque el otro aspecto que se pone en evidencia, es el conflicto objetivo entre la Polis y la Filosofía. Se pone de manifiesto como conflicto entre la Realidad Vigente y la Utopía Deseable. Aquello que he sostenido antes siguiendo a Strauss en relación al peligro que la primera representaría para la segunda según dice, pero también, insisto, del peligro como las segundas, las utopías, son sentidas por las primeras, por las Sociedades. En este sentido, Sócrates se ve entre dos fuegos: de una parte es acusado por la mezquindad que se hace vocera de la Polis y acaba condenado por ella (en este sentido, se trata de pequeños demagogos). El pueblo, los jueces, las Leyes... lo condenan. Sócrates (según Platón) ha seguido una conducta basada en una cosa (algo a lo que en el final renuncia cayendo en contradicción interna): su confianza en el método, su confianza extrema en esa Razón que atribuye a los dioses, cuyos designios se limitaría a obedecer. Es en base a ello que valora las Leyes suprahumanas de la Polis (conceptuales, al menos ancestrales) en la que aceptó vivir, reduciendo el papel de los hombres, de su debilidad, a la aplicación de esas leyes, a su ignorancia para aplicarlas, al hecho de que, como reconoce que no puede ser de otro modo (por la mencionada incapacidad política de los sabios), no están en manos de ellos... ni de los dioses (lo que ni siquiera, al menos a través de Platón, intenta explicarse). En base a ello, se siente en el deber de respetarlas... pero porque lo que respeta es su propia convicción acerca de la ininteligibilidad de La Razón, de las ideas, de los dioses... Lo que no llega a hacer estando en esa situación límite, es renunciar a su idealismo, aunque su declaración de preferir un público superior al real, el que asume que hallará en el Hades para seguir siendo el que ya era y quiere seguir siendo ante ese público sin cuerpo; reducido incluso, por fin, a una pura alma liberada de las pesadas cadenas del cuerpo entre otros iguales a él, los justos, los que se lo habrían ganado... Lo que no admite en ningún momento, es que la Polis jamás podrá aceptarlo, que jamás podrá ir más allá y... ¡esa es la cuestión, responder a La Razón! La Polis, esa es la cuestión, no podrá nunca coincidir con la Filosofía sea esta la que sea.
Nietzche puso el dedo en la llaga al calificar esa filosofía (incluso toda filosofía) de decadente y al señalar ("La razón en la filosofía", "Crepúsculo de los ídolos", Alianza, Madrid, 1979, pág. 45) que se debía a "su falta de sentido histórico, su odio a la noción misma de devenir (...), (por hacer) de ella (de cada cosa) una momia" porque "lo que es no deviene, lo que deviene no es..." (en clara alineación con el presocrático Heráclito a quien menciona y valora... aunque demasiado apresuradamente me temo -enseguida diré por qué aunque sea brevemente-).
Sin duda, esta es una clara denuncia de la tendencia dogmática había heredado y contra la que arremete, una filosofía que él considera presente desde sus orígenes, con su racionalismo y su sostenimiento de una moral por encima de todo. Pero... ¿acaso de la filosofía que NietzscheNietzsche (esto es lo que aquí más interesa o más deseo resaltar) consiguió resolver el dilema, es decir, evitar una conducta utópica, prescindir de una escala de valores y evitar el peligro de la Polis?
Yo creo que no y esto en base a la evidencia histórica hoy particularmente notable (que lo sea responde también a causas históricas de enorme significación de las que hablaré en breve y que pretendo resaltar): la necesidad política, inevitable por ello mismo, del dogma en contra de los filósofos (incluidos los nietzscheanos como el mismo Nietzsche) y la defensa racionalista del antidogmatismo, también inevitable, por parte de la filosofía (que se verá en los hallazgos y las contradicciones de Spinoza, a quien de hecho al menos se acerca, y quien describe impecablemente la existencia de los dos mundos que cada uno, pensador y político, habitan, aunque luego claudica a las necesidades y limitaciones de su tiempo, por decirlo de algún modo).
Nietzsche arremete contra el dogma que se estructura en torno a La Razón (y como el dice dándolo por sinónimo, del lenguaje) y La Moral, pero no deja de utilizar ambas cosas... porque no puede hacer otra cosa como humano que es. La Razón y La Moral, son en realidad atacadas por apriorísticas... a priori y por oponerse a... ¿A qué? Nietzsche nos dice que el problema es que no somos fieles intérpretes de los mensajes de nuestros sentidos, inclusive ¡que ése es el único el problema!: "Estos (los sentidos) no mienten (...) no mienten de ninguna manera. Lo que nosotros hacemos de su testimonio, eso es lo que introduce la mentira" (ibíd., pág. 46). ¿Y qué "demonio" nos lleva a ello?: "la razón", la que nos hablaría como a Sócrates y que nos lleva a negar que "El mundo aparente es el único, el mundo verdadero no es más que un añadido mentiroso..." (ibíd.) Un "fetichismo (que) ve en todas partes agentes y acciones: cree que la voluntad es la causa en general; cree en el yo, cree que el yo es un ser, una sustancia..." (ibíd., pág. 48) Y, a mi criterio, vuelve aquí a apuntar extraordinarios aspectos que nos empujarían a ver las cosas de un modo que parece más productivo para el desarrollo del pensamiento... ¡Oh!, pero todo eso... ¿qué es?
Nietzsche retrocede hasta Heráclito y Protágoras (mientras Strauss apuntará a la Edad Media y a la Grecia Clásica): defiende el tránsito constante, la mutación permanente, el mensaje decisivo de los sentidos... parece darle igual lo que opinen los otros, él se refugia en su verdad en contra de cualquier otra verdad absoluta apoyada en el absoluto universal, en el de La Razón, en el de La Moral. No hay una humanidad digna de ser tomada en cuenta, la respuesta está en el futuro, en el superhombre, en la transvaloración, en la acción heroica del individuo, en lo que le es específico, en lo que le dicen sus propios instintos... Su postura es un poco como decía Sócrates relativista... y por ello insostenible. Insostenible porque no resulta... OPERATIVA. El dogma, lo absoluto, La Razón, La Ciencia, La Moral, El Mito, inclusive el Slogan... si lo son. Además, no ve el carácter natural de una herramienta presente en el hombre por la misma causa y necesidad que los instintos y que es usada por unos más que por otros, justamente... la razón. O lo ve, pero lo rechaza: no es un valor que considere digno de un miembro de su grupo, real o imaginario (algunos de los que valora, también serán usurpados por caricaturas y caricaturizados... caricaturas bien peligrosas por cierto...)
Nietzsche no puede dejar de caer en aquello que Sócrates/Platón veían de problemático en el subjetivismo: un relativismo que resultaba paralizante, poco o nada operativo, de hecho entreviendo sin decirlo claramente, que el hombre (en realidad el hombre aunque sea mínimamente filósófico) no puede prescindir de lo absoluto para guiarse en el mundo y en el tiempo. Y éste es un problema no resuelto ni resoluble en los marcos del formalismo filosófico.
A fin de cuentas, tanto Sócrates como Nietzsche se sentían asistidos por La Razón, por una Razón; sentían que eran capaces de ver "el problema", "la causa" o "la sustancia"... realmente verdadera. ¿Tal vez porque Nietzsche no atacaba la idiosincrasia filosófica propiamente dicha sino que competía contra otra... equivalente a fin de cuentas a la suya propia? ¿Porque no enfocaba las causas que explicaban la tozudez filosófica del mismo modo que intentó explicar la tozudez moral, es decir, explicitando su genealogía?
Nietzsche, quien combatía ese recurso extremo a La Razón por parte de la filosofía clásica ("El problema de Sócrates", op. cit., pág. 42), defendía sus posiciones mediante un sucedáneo alegórico, pero el producto final resulta equivalente: Nietzsche no podía sino pensar, razonar, establecer relaciones de causa y efecto, de concatenación histórica (en lugar de la referencia divina o contingente), y en última instancia, impulsar a sus lectores a pensar por ellos mismos, a razonar. Nietzsche, como Sócrates, sentían que les asistía la razón, y ambos no dejaban de buscar o de desear un público que les permitiera levantar el mundo según sus visiones y deseos, o cuanto menos, acercarlo, hacerlo más próximo, sembrar para que el futuro esperanzador en el que creían llegase alguna vez (en el Prólogo a "La genealogía de la moral", lo reconoce: "...desde el momento en que se me abrió tal perspectiva, yo buscase a mi alrededor camaradas doctos, audaces y laboriosos (todavía hoy los busco)" (op. cit., Alianza, Bolsillo, Madrid, 2006, pág. 33).
Todos buscaron su grupo de vanguardia. Todos tenían sus valores en oposición a los de los demás grupos competidores. No escribían (o hablaban) sino para ser leídos (o escuchados), en todo caso para ser comprendidos y seguidos, secundados. Unos se dirigían a las masas (en apariencia) y todos a sus iguales, los pensadores, los reflexivos, los que tuvieran capacidad para comprender y para hacer: desde Eutifrones a hijos de reyes. Todos buscaban la palanca que les permitiera mover la Tierra a la que, después, adornaban con definiciones desconcertantes: clase social, intelectualidad, pueblo, nación, humanidad... Había, pues, una intencionalidad política. Pero de una política claramente utópica, inviable, que idealizaba a los hombres, que se basaba en que cualquiera podía llegar a ser un sabio... o ser... ¿un simple esclavo en una República de Sabios? ¡Oh, sí, quizá esa pretensión más o menos inconfesable, elitista, que vemos aflorar en Nietzsche... pero que también acaba en utopía!
Nietzsche llegó a convencerse de que se había anticipado a su mundo, que habría debido nacer más adelante en el tiempo, en el futuro... donde, quizás, ya estaría reinando el superhombre. Uno o como mucho dos siglos más... supongo que pensaría. Pero nosotros ya estamos allí, y Nietzsche sigue sin concitar un interés masivo en sus propuestas ni como para que se forme un grupo o partido capaz de instaurar su mundo positivo, vital, desprejuiciado... Es más, ha sido superado por los que vinieron después (al margen incluso de los que heredaron una visión contraria), los que siguieron buscando una salida (esta vez en la Tierra y no en el Cielo, claro... Muchos al menos.) Una salida que significa ignorar que es imposible, que no podrá erigirse el mundo de los justos, que no podrá imponerse la virtud, que no podrán imponerse las afirmaciones de la vida...
Y es que, para llevar a cabo esa construcción de un modo real, bastan y son necesarios los Eutifrones y no los Sócrates, bastan las caricaturas y las Repúblicas de Pacotilla... algo que por fin ha devenido... y de lo que tan frustrados nos hallamos todos los verdaderos filósofos; al menos, los que no hayan claudicado. Sólo pueden existir Ciudades reales, esas que se comen crudos a los filósofos o que, a lo sumo, los cuecen en una olla.
Sí, visiones utópicas basadas todas en un a priori. En el mismo apriori diversamente adornado a instancias de los tiempos y de sus agentes.
Ni siquiera fue la filosofía marxista la verdadera instauradora de un mundo próximo a sus propuestas. Para ello hubo de corromperse, de reducirse a una progresiva serie de slogans de escasa permanencia dogmática, meras referencias engañosas del verdadero grupo que tomó el poder y llevó al extremo el mundo preexistente y no uno nuevo. Nada muy diferente de lo que ya había sucedido con la Revolución Democrática en Francia, Inglaterra, USA y no digamos en Alemania o España. En estos casos, los filósofos sólo alfombraron el camino al poder de los burócratas intelectuales. Fueron estos, los Eutifrones los que resolvieron la cuestión, los que se sentaron en los puestos de mando, los que encontraron justificación referencial en la doctrina y acabaron convirtiendo en frases y palabras huecas los conceptos utópicos mejor intencionados; en... slogans. Y esto cada vez, dicho sea esto de paso, en un grado superior.
Nietzsche desvaloriza a Sócrates en lugar de comprenderlo y comprenderse. Tanto uno como el otro se perdieron por un motivo crucial: creer que los hombre (la entera humanidad) PUEDEN llegar a ser como ellos de uno u otro modo... Que ellos estarían por delante, o ayudándoles precisamente a llegar. Que, en todo caso, con el ejemplo o con la publicidad de las ideas, educando a un príncipe o a un pueblo, dejando en fin la semilla, ésta habría de germinar. Claro: en todos los casos, debían alcanzar su grado de conciencia. Creyeron así, que la humanidad PODÍA y PUEDE, de algún modo, mediante algún método, seguirlos, aprender de ellos, ser educado por ellos... o dominado (y fluctúan entre ambos extremos haciendo de ellos cócteles diversos en proporciones moralmente condicionadas o amoralmente no condicionadas, según se trate, pero sin abandonar nunca esa convicción utópica y... necesaria, inevitable).
Pero eso, paradójicamente en algunos casos, hipócritamente en otros, insustancialmente en unos más, implica considerarse a sí mismos, sea como sea que se justifique, superiores a todos los demás (incluyendo a los de su propia clase), más cerca de esa forma de los dioses (creados a imagen y semejanza suya como bien señaló Strauss, tal vez con Nietzsche nuevamente), de la sabiduría, del Dios único o, por fin, del superhombre... Para el caso, se trata de una cuestión semántica.
Pero en realidad, los hombres son distintos entre sí y una mayoría no quiere e incluso rechaza ser educado precisamente en algo tan conflictivo como en un pensamiento antidogmático. Hay que partir de ese reconocimiento. De aceptar los mecanismos existentes, de su utilidad involuntaria y de su imperfección emergente, de la presencia irregular de esos mecanismos nacidos de la marcha sin meta de las cosas. En ese contexto históricista se puede entender el por qué de todas las realidades y su justificación ilógica e irracional. Por ejmplo, se puede comprender que los dogmas y los mitos sean útiles, prácticos, aprovechables... por los sujetos reales agrupados de un modo real. Resuelven sin duda lo necesario para continuar viviendo, sobreviviendo, reproduciéndose, es decir, cumplir con la teleología humana (en tanto que una forma más de vida), si se quiere precisar: interna o autoteleología o emergente o autopoiética como la entiendo más o menos yo (lo que de todos modos no es lo que está aquí en discusión). Hay que aceptar esas diferencias resultantes. Los hombres son tan distintos que, para usar una alegoría grata a Strauss, no se dedican a la vez a repicar y a estar en misa. Ni pueden ni quieren. Ni se lo permite la realidad personal ni la social ni la histórica. Como, a los filósofos de verdad, tampoco el dirigirlos ni a su mundo imaginario ni a ninguno de los imaginados por sus sustitutos.
Nietzsche retrocede hasta Heráclito y Protágoras (mientras Strauss apuntará a la Edad Media y a la Grecia Clásica): defiende el tránsito constante, la mutación permanente, el mensaje decisivo de los sentidos... parece darle igual lo que opinen los otros, él se refugia en su verdad en contra de cualquier otra verdad absoluta apoyada en el absoluto universal, en el de La Razón, en el de La Moral. No hay una humanidad digna de ser tomada en cuenta, la respuesta está en el futuro, en el superhombre, en la transvaloración, en la acción heroica del individuo, en lo que le es específico, en lo que le dicen sus propios instintos... Su postura es un poco como decía Sócrates relativista... y por ello insostenible. Insostenible porque no resulta... OPERATIVA. El dogma, lo absoluto, La Razón, La Ciencia, La Moral, El Mito, inclusive el Slogan... si lo son. Además, no ve el carácter natural de una herramienta presente en el hombre por la misma causa y necesidad que los instintos y que es usada por unos más que por otros, justamente... la razón. O lo ve, pero lo rechaza: no es un valor que considere digno de un miembro de su grupo, real o imaginario (algunos de los que valora, también serán usurpados por caricaturas y caricaturizados... caricaturas bien peligrosas por cierto...)
Nietzsche no puede dejar de caer en aquello que Sócrates/Platón veían de problemático en el subjetivismo: un relativismo que resultaba paralizante, poco o nada operativo, de hecho entreviendo sin decirlo claramente, que el hombre (en realidad el hombre aunque sea mínimamente filósófico) no puede prescindir de lo absoluto para guiarse en el mundo y en el tiempo. Y éste es un problema no resuelto ni resoluble en los marcos del formalismo filosófico.
A fin de cuentas, tanto Sócrates como Nietzsche se sentían asistidos por La Razón, por una Razón; sentían que eran capaces de ver "el problema", "la causa" o "la sustancia"... realmente verdadera. ¿Tal vez porque Nietzsche no atacaba la idiosincrasia filosófica propiamente dicha sino que competía contra otra... equivalente a fin de cuentas a la suya propia? ¿Porque no enfocaba las causas que explicaban la tozudez filosófica del mismo modo que intentó explicar la tozudez moral, es decir, explicitando su genealogía?
Nietzsche, quien combatía ese recurso extremo a La Razón por parte de la filosofía clásica ("El problema de Sócrates", op. cit., pág. 42), defendía sus posiciones mediante un sucedáneo alegórico, pero el producto final resulta equivalente: Nietzsche no podía sino pensar, razonar, establecer relaciones de causa y efecto, de concatenación histórica (en lugar de la referencia divina o contingente), y en última instancia, impulsar a sus lectores a pensar por ellos mismos, a razonar. Nietzsche, como Sócrates, sentían que les asistía la razón, y ambos no dejaban de buscar o de desear un público que les permitiera levantar el mundo según sus visiones y deseos, o cuanto menos, acercarlo, hacerlo más próximo, sembrar para que el futuro esperanzador en el que creían llegase alguna vez (en el Prólogo a "La genealogía de la moral", lo reconoce: "...desde el momento en que se me abrió tal perspectiva, yo buscase a mi alrededor camaradas doctos, audaces y laboriosos (todavía hoy los busco)" (op. cit., Alianza, Bolsillo, Madrid, 2006, pág. 33).
Todos buscaron su grupo de vanguardia. Todos tenían sus valores en oposición a los de los demás grupos competidores. No escribían (o hablaban) sino para ser leídos (o escuchados), en todo caso para ser comprendidos y seguidos, secundados. Unos se dirigían a las masas (en apariencia) y todos a sus iguales, los pensadores, los reflexivos, los que tuvieran capacidad para comprender y para hacer: desde Eutifrones a hijos de reyes. Todos buscaban la palanca que les permitiera mover la Tierra a la que, después, adornaban con definiciones desconcertantes: clase social, intelectualidad, pueblo, nación, humanidad... Había, pues, una intencionalidad política. Pero de una política claramente utópica, inviable, que idealizaba a los hombres, que se basaba en que cualquiera podía llegar a ser un sabio... o ser... ¿un simple esclavo en una República de Sabios? ¡Oh, sí, quizá esa pretensión más o menos inconfesable, elitista, que vemos aflorar en Nietzsche... pero que también acaba en utopía!
Nietzsche llegó a convencerse de que se había anticipado a su mundo, que habría debido nacer más adelante en el tiempo, en el futuro... donde, quizás, ya estaría reinando el superhombre. Uno o como mucho dos siglos más... supongo que pensaría. Pero nosotros ya estamos allí, y Nietzsche sigue sin concitar un interés masivo en sus propuestas ni como para que se forme un grupo o partido capaz de instaurar su mundo positivo, vital, desprejuiciado... Es más, ha sido superado por los que vinieron después (al margen incluso de los que heredaron una visión contraria), los que siguieron buscando una salida (esta vez en la Tierra y no en el Cielo, claro... Muchos al menos.) Una salida que significa ignorar que es imposible, que no podrá erigirse el mundo de los justos, que no podrá imponerse la virtud, que no podrán imponerse las afirmaciones de la vida...
Y es que, para llevar a cabo esa construcción de un modo real, bastan y son necesarios los Eutifrones y no los Sócrates, bastan las caricaturas y las Repúblicas de Pacotilla... algo que por fin ha devenido... y de lo que tan frustrados nos hallamos todos los verdaderos filósofos; al menos, los que no hayan claudicado. Sólo pueden existir Ciudades reales, esas que se comen crudos a los filósofos o que, a lo sumo, los cuecen en una olla.
Sí, visiones utópicas basadas todas en un a priori. En el mismo apriori diversamente adornado a instancias de los tiempos y de sus agentes.
Ni siquiera fue la filosofía marxista la verdadera instauradora de un mundo próximo a sus propuestas. Para ello hubo de corromperse, de reducirse a una progresiva serie de slogans de escasa permanencia dogmática, meras referencias engañosas del verdadero grupo que tomó el poder y llevó al extremo el mundo preexistente y no uno nuevo. Nada muy diferente de lo que ya había sucedido con la Revolución Democrática en Francia, Inglaterra, USA y no digamos en Alemania o España. En estos casos, los filósofos sólo alfombraron el camino al poder de los burócratas intelectuales. Fueron estos, los Eutifrones los que resolvieron la cuestión, los que se sentaron en los puestos de mando, los que encontraron justificación referencial en la doctrina y acabaron convirtiendo en frases y palabras huecas los conceptos utópicos mejor intencionados; en... slogans. Y esto cada vez, dicho sea esto de paso, en un grado superior.
Nietzsche desvaloriza a Sócrates en lugar de comprenderlo y comprenderse. Tanto uno como el otro se perdieron por un motivo crucial: creer que los hombre (la entera humanidad) PUEDEN llegar a ser como ellos de uno u otro modo... Que ellos estarían por delante, o ayudándoles precisamente a llegar. Que, en todo caso, con el ejemplo o con la publicidad de las ideas, educando a un príncipe o a un pueblo, dejando en fin la semilla, ésta habría de germinar. Claro: en todos los casos, debían alcanzar su grado de conciencia. Creyeron así, que la humanidad PODÍA y PUEDE, de algún modo, mediante algún método, seguirlos, aprender de ellos, ser educado por ellos... o dominado (y fluctúan entre ambos extremos haciendo de ellos cócteles diversos en proporciones moralmente condicionadas o amoralmente no condicionadas, según se trate, pero sin abandonar nunca esa convicción utópica y... necesaria, inevitable).
Pero eso, paradójicamente en algunos casos, hipócritamente en otros, insustancialmente en unos más, implica considerarse a sí mismos, sea como sea que se justifique, superiores a todos los demás (incluyendo a los de su propia clase), más cerca de esa forma de los dioses (creados a imagen y semejanza suya como bien señaló Strauss, tal vez con Nietzsche nuevamente), de la sabiduría, del Dios único o, por fin, del superhombre... Para el caso, se trata de una cuestión semántica.
Pero en realidad, los hombres son distintos entre sí y una mayoría no quiere e incluso rechaza ser educado precisamente en algo tan conflictivo como en un pensamiento antidogmático. Hay que partir de ese reconocimiento. De aceptar los mecanismos existentes, de su utilidad involuntaria y de su imperfección emergente, de la presencia irregular de esos mecanismos nacidos de la marcha sin meta de las cosas. En ese contexto históricista se puede entender el por qué de todas las realidades y su justificación ilógica e irracional. Por ejmplo, se puede comprender que los dogmas y los mitos sean útiles, prácticos, aprovechables... por los sujetos reales agrupados de un modo real. Resuelven sin duda lo necesario para continuar viviendo, sobreviviendo, reproduciéndose, es decir, cumplir con la teleología humana (en tanto que una forma más de vida), si se quiere precisar: interna o autoteleología o emergente o autopoiética como la entiendo más o menos yo (lo que de todos modos no es lo que está aquí en discusión). Hay que aceptar esas diferencias resultantes. Los hombres son tan distintos que, para usar una alegoría grata a Strauss, no se dedican a la vez a repicar y a estar en misa. Ni pueden ni quieren. Ni se lo permite la realidad personal ni la social ni la histórica. Como, a los filósofos de verdad, tampoco el dirigirlos ni a su mundo imaginario ni a ninguno de los imaginados por sus sustitutos.
Yo aprecio hoy (aunque podría decirse que llevamos unos cuantos años con un cuadro favorable a ello, por lo visto no del todo suficiente, lo que hace que no me atreva a afirmar que ello se produzca alguna vez) una característica que tal vez pueda acabar frustrando definitivamente los sueños filosóficos (y no digo la filosofía, porque tampoco me atrevo). El hecho de haber llegado a una sociedad gobernada por la seudointelectualidad, o si se prefiere, por una intelectualidad no filosófica e incluso cada vez menos filosófica y agitadora de breves libritos rojos o de cualquier otra variedad de slogans desconcertantes, es para mí un hecho especialmente significativo. La frustración, en los niños al menos, permite el paso hacia la madurez. Sin duda, el problema es intrínseco, pero quien sabe... Tal vez todo se repita, tal vez sea cosa de un Eterno Retorno, tal vez querramos insistir (me refiero a los filósofos) y prefiramos sufrir con tal de seguir soñando. Quizá, no obstante, un día comprendamos que la humanidad está aquí sólo para seguir reproduciéndose como sea (incluso ayudada por la tecnología) y que esto puede muy bien hacerse bajo la fe de uno u otro tipo y hasta bajo el pastoreo de los Morloks o bajo la severa mirada del Gran Hermano proveedor de la droga de la felicidad.
Pero eso es cosa del futuro. Todavía seguiremos contemplando el mundo que contemplaba Sócrates y que describió (un tanto histriónicamente, todo sea dicho) hace sin embargo unos 2500 años:
"Esta es la razón por qué, mi querido amigo, en las relaciones ya particulares, ya públicas, que un hombre de ese carácter (filosófico) tiene con sus semejantes, así cuando se ve precisado a hablar ante los tribunales o en otra parte de las cosas que estñán a sus pies y a su vista, como dije al principio, da lugar a que se rían de él, no sólo las sirvientas de Tracia (como la que se rió de Tales cuando cayó al pozo), sino todo el pueblo, cayendo a cada instante por su falta de experiencia en pozos y en toda suerte de perplejidades y en conflictos tales que le hacen pasar por un imbécil. (...) En todas estas ocasiones el vulgo se burla del filósofo, a quién en cierto concepto supone lleno de orgullo e ignorante por otra parte de las cosas más comunes, y además inútil para todo." ("Teeteto", ed. cit., pág. 451-452; los paréntesis son míos).
4 comentarios:
He disfrutado muchísimo leyendo tu texto. ¡No sabes la de vueltas que tuve que dar yo para ir abriéndome camino y llegar hasta donde tú has llegado!
Uno de los últimos textos que escribió Strauss fue una "Note on the Plan of Nietzsche's 'Beyond Good ans Evil'", donde, a mi modo de ver, confirma tu lectura mediante un procedimiento que a mi me parece genial: demostrar la afinidad entre Platón y Nietzsche.
Hay, cuando uno se enfrenta a Strauss, algo más importante que la lectura exacta de sus textos: la conciencia de que vuelves a encontrarte ante la gran filosofía. Strauss pone en nuestras manos los grandes problemas del presente y se retira para que podamos pensarlos por nuestra cuenta. Esa es su grandeza.
Por eso es un inmenso placer leer a Strauss sin complejos y sin prejuicios. Y es un placer no menos grande poder compartir las lecturas propias con otro lector inteligente. Gracias por brindarme esta oportunidad.
¿Qué puedo decir? Me alegro y me vuelvo a sentir gratificado. Seguiré entrando en materia. Gracias a tí. Y a ver qué opinan otros...
Hola Carlos... Debo confesarte que para nada tengo esta impresión de Nietzsche. Aunque confieso que yo no me he leído a Nietzsche, más bien lo llevo estudiando desde hace ya muchos años. Y nunca me canso de volver a sumergirme en sus textos ¡Siempre me vienen pensamientos nuevos! Creo que esa es su grandeza: siempre que uno se cabuza en su obra sale mojado y refrescado. En la mayoría de autores esto no sucede; Descartes, Kant... una vez pillas el sistema ya está. En Nietzsche, cuando te piensas que lo tienes, descubres nuevos matices y horizontes, y piensas: -Joder, esto lo cambia todo-. Y es que, a fin de cuentas, Nietzsche no escribe para ser juzgado, como sí escribieron Descartes o Kant (sólo cabe leer sus prólogos). Sea como sea, debo reconocer que por esta razón no me gusta hablar demasiado de Nietzsche, aunque sí me gusta tratar temas que ya él trató.
Por otro lado, dejame comentarte algo sobre la relación que comentas entre Platón y Nietzsche a propósito de Strauss: Lo que tiene platón és que dice muchas cosas y no estamos para nada seguros de cual era su opinión al respecto ¡Incluso se puede dudar de que él tomara en serio lo del mundo de las ideas y ello no fuera más que un recurso para hablar a los no iniciados, al pueblo! Pues es sabido que los diálogos platónicos están destiandos a los no iniciados, o sea, son textos exotéricos.
Nietzsche, en cambio, escribe para todos y para ninguno ¿qué significa eso? ¿Qué implica eso en su pensamiento? ¿Acaso escribe para reclutar discipulos? creoq ue Nietzsche describe muy bien lo que pretende en su libro 4 del Zarathustra.
Saludos carlos
Para mí, todos los pensadores honestos, serios con relación a su preocupación, aquellos que no pusieron por delante de sus pensamientos una meta inmediatista o un "ideal" que es equivalente (la mezquindad vestida para ir a un evento social), todos... (aunque quizás de hecho también los "oportunistas") no son sino repeticiones del rey Midas tras Sileno (cito la leyenda muchas veces y en el último post de mi otro blog al que aprovecho, je... para invitarte): el hecho de que tener una herramienta que tiende siempre a excederse (la conciencia) nos fuerza a intentar "capturar" el mundo más allá de lo que se necesita y se hace para "capturarlo" o dominarlo en los hechos. Creo firmemente que ahí está "todo" (lo significativo) dicho. Sobre lo demás (parafraseando a Wittgenstein) "no podemos callar".
(esto está al pie de un comentario registrado en el blog de RDC, pero me parece la mejor respuesta al suyo aquí dejado)
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