Estaré ausente toda la semana y no podré ni siquiera echar un vistazo a vuestros esperanzadores blogs. Además, difícilmente pueda dar paso a los comentarios que dejeis, lo que haré en bloque apenas regrese en el peor de los casos.
Entretanto, me encantaría encontrarme con vuestras opiniones acerca de la siguiente expresión de deseos que formulo:
Espero que en estos días se interrumpan todas las luchas por el poder, que quienes lo tengan estén dispuestos a entregarlo sin resistencia ante quienes se lo pidan en base a las evidencias del mal gobierno realizado, que nadie haga daño a nadie para hacerse con lo que no tiene, que quienes lo tienen lo compartan en cuanto se lo pidan, que los que vayan a pedir algo estén seguros antes de necesitarlo y merecerlo... Etcétera.
Me gustaría mucho que apuntarais a continuación lo que os sugiera esta aparente simpleza. Seguramente me ayudareis a comprender algo más de lo poco que creo comprender ahora.
(una renovada vuelta pública al ruedo para el ejercicio de la función analítico-crítica que considero "no filosófica" e incluso "antifilosófica").
domingo, 30 de marzo de 2008
sábado, 22 de marzo de 2008
Filosofía, poesía, conocimiento
El tema de reflexión en el que estoy atrapado es demasiado sustancial como para que no me lo encuentre en todas partes, ya sea como preocupación compartida más o menos conscientemente, ya sea como problema que se sufre, ya sea como tabú que se soslaya. Seguiré exponiendo aspectos de su desarrollo y los muchos matices que alcanzo y alcance a detectar. Pero en esta ocasión quiero resaltar el encuentro que he tenido con ese pensador sin duda extraordinario que fue Leo Strauss, de quien cada nueva página que leo es otro descubrimiento y todo un placer intelectual (más allá de coincidencias y divergencias, todas fructíferas ).
En estos días, he leído sus conferencias sobre Sócrates, o, mejor dicho, sobre las diferentes visiones que sobre Sócrates tuvieron y trasmitieron, de un parte sus discípulos filosóficos, Platón y Jenofonte, relativamente disímiles, y de otra, un escritor literario propiamente dicho, poeta en sentido amplio, que fue el comediógrafo y creador del género de la Comedia, Aristófanes.
Strauss da cuenta clara de la dicotomía: Platón y Jenofontes, en sus respectivos estilos y mediados por sus idiosincrasias propias, defienden la superioridad de la filosofía, a la que la literatura consideran debe subordinarse. Aristófanes piensa del modo opuesto. Es más, ridiculiza la filosofía en la figura del mismísimo Sócrates (lo hace en su comedia "Las nubes", con la intensión de hacer reír al pueblo que obviamente era ajeno a tales prácticas reflexivas). Lo hace, eso sí, muy bien: de una manera compleja, llena de los matices más notables de la realidad, al punto en que podrían incluso confundirnos. Precisamente, haciendo LITERATURA, ese arte de lo particular y de lo multifacético, de lo real-complejo, de lo que es aprehendido globalmente a través de un suceso singular situado en un contexto cuyos límites se difuminan (¿se me permitirá decir: donde ser y tiempo se entrelazan como un acontecimiento único?)
La filosofía piensa el ser y piensa el tiempo, intentando atrapar sus esencias (es decir, aquello que despejaría nuestra incertidumbre). Pero, como el biólogo, debe diseccionar el objeto para comprenderlo, debe... tomarlo muerto.
La literatura plasma su retrato confuso pero vivo, en movimiento, en su parcialidad viva y cambiante.
Esto parece llevarnos (y es lo que nos pasa siguiendo a Strauss durante un rato) a la conclusión final de Aristófanes. Pero eso dura con Strauss (y conmigo) poco rato. Tanto la literatura como la filosofía (y por extensión la ciencia) son las dos caras necesarias e ineludibles de Jano, la humanidad tomada en su conjunto y así representada. Lo que se ve en los hechos: pronto harán dos mil quinientos años que venimos arrastrando ambas bolas de acero y tratando de llevarlas a la cima, como Sísifo su única roca, su propia vida. Se trata pues de una demostración empírica, de facto, que para mí tiene su explicación en términos existenciales y en última instancia evolutivos (determinismo, sí, pero -debo aclararlo sin descanso- matizado con eso que se llama vulgarmente casualidad, azar, contingencia, imprevisibilidad, y que no son sino limitaciones insolubles por un lado -el sujeto- y de la constante creación sin diseño previo por el otro -el objeto-; lo no será desarrollado y ampliado aquí, de nuevo, por más ganas que tenga mi otro yo filosófico.)
No obstante, es decir, a pesar de que los dos intereses intelectuales de la humanidad son inseparables y que ha resultado del todo infructuoso e incluso ridículo intentar poner uno sobre el otro (todo intento de dominación en uno u otro sentido sólo volverá a ser capaz, como lo ha sido hasta ahora, de producir mala literatura o pobre filosofía respectivamente), no obstante, repito, la literatura tiene un poder que merece ser destacado por encima del de la filosofía. Se trata, por enunciarlo, del poder de la captura total del mundo verdadero (por real). Sí, la literatura (la poesía, en el lenguaje de los griegos) es más que la filosofía aunque parezca menos a los ojos del que cree que lo resolverá todo (el filósofo, Sócrates, Platón, Jenofonte... o el filósofo que sea del futuro). Lo es sólo en la medida en que la filosofía (y no digamos la Ciencia, que al respecto es meramente aproximativa y más allá... mítica) sólo es capaz de capturar sus partes (de la realidad) y nunca podrá ser de otro modo.
El literato Aristófanes escribía para las masas, cuyos individuos tenían bastante más del segundo componente (como hoy sin duda al margen del grado de cultura ambiente), y se sentía satisfecho al releerse a sí mismo por medio de su propia segunda naturaleza. Platón intentó que su filosofía sirviese para cambiar el mundo y acabó frustrado, aunque legándonos una obra de arte de la filosofía, una obra de arte maestra, como señala Strauss, que todavía reverbera en este siglo (y más allá si no lo sepulta la actual postmodernidad galopante -que no creo-) y que nos muestra hasta qué punto seguimos dándonos respuestas similares.
El ser humano contiene una dualidad (de conducta, de actitud, y no en los términos tradicionales que confrontan el familiar dualismo al familiar monismo, y al margen de cómo se reparte y por qué), como vio Niezsche, como Platón aunque considerando las cosas un poco de otra manera, creyó que podía "tender al superhombre". Pero el ser humano no puede despojarse de su otra mitad y por lo tanto no puede despojarse de la muerte.
Entre los primeros esbozos del retrato de un personaje tomado del común, sano en el sentido en que lo valoramos todos, y poseedor como tal de sus propias contradicciones y unas cuantas convicciones, se encuentra la siguiente frase sobre el el tema sin duda más conmovedor de la condición humana individual:
Es no sólo el reflejo de la reacción de un individuo particular (que hay que conocer para verse parcialmente reflejado en él), pero también es más que eso. ¿Acaso algún filósofo, el que sea, haya descrito más exacta y más profundamente TODO lo que al leer esa frase tan breve nos hace vislumbrar; a la vez lo particular y lo genérico?
¡"La Peste"!, un ejemplo de la mejor y la más grande Literatura. De la poesía en prosa.
En sus conferencias sobre Sócrates, Strauss distingue todavía, no quería dejar de mencionarlo, la filosofía presocrática (prefilosófica en buena medida) de la socrática y considera que esta última es práctica, o, como él dice, política. Esto, quizá, se sale del marco de este artículo, pero diré que aquí Strauss hace referencia a un aspecto diferente de la cuestión, aunque estrechamente vinculado al primero: la cuestión del compromiso y de la participación en la marcha de la humanidad a través de los tiempos.
La humanidad, lo vengo sosteniendo filosóficamente desde que inauguré este blog, es decir, de manera pública, se compone en realidad de grupos que se adjudican la totalidad en exclusiva (o casi, cuando se adscriben a lo políticamente correcto) y niegan en mayor o menor medida ese atributo a los otros. Sin embargo, cada uno de esos grupos incluye individuos en los que se combinan las dos naturalezas primordiales (aunque sea en porcentajes diferentes dependiendo del grado en que unos atributos o los otros sientan que les son más provechosos para su supervivencia, lo que da lugar a que ese mencionado dualismo se reparta en proporciones desequilibradas en el tiempo afectando a toda la sociedad): unos empujan al hombre a alcanzar el imposible conocimiento del Todo, otros lo empujan a vivir la realidad cotidiana con resignación o con astucia. Pero esto será tema de análisis específico en el que habrá que remitirse, me temo, a la herencia evolutiva y al proceso de complejización de lo que nuestro tiempo y nosotros hemos sido un sin duda intrincado resultado.
En estos días, he leído sus conferencias sobre Sócrates, o, mejor dicho, sobre las diferentes visiones que sobre Sócrates tuvieron y trasmitieron, de un parte sus discípulos filosóficos, Platón y Jenofonte, relativamente disímiles, y de otra, un escritor literario propiamente dicho, poeta en sentido amplio, que fue el comediógrafo y creador del género de la Comedia, Aristófanes.
Strauss da cuenta clara de la dicotomía: Platón y Jenofontes, en sus respectivos estilos y mediados por sus idiosincrasias propias, defienden la superioridad de la filosofía, a la que la literatura consideran debe subordinarse. Aristófanes piensa del modo opuesto. Es más, ridiculiza la filosofía en la figura del mismísimo Sócrates (lo hace en su comedia "Las nubes", con la intensión de hacer reír al pueblo que obviamente era ajeno a tales prácticas reflexivas). Lo hace, eso sí, muy bien: de una manera compleja, llena de los matices más notables de la realidad, al punto en que podrían incluso confundirnos. Precisamente, haciendo LITERATURA, ese arte de lo particular y de lo multifacético, de lo real-complejo, de lo que es aprehendido globalmente a través de un suceso singular situado en un contexto cuyos límites se difuminan (¿se me permitirá decir: donde ser y tiempo se entrelazan como un acontecimiento único?)
La filosofía piensa el ser y piensa el tiempo, intentando atrapar sus esencias (es decir, aquello que despejaría nuestra incertidumbre). Pero, como el biólogo, debe diseccionar el objeto para comprenderlo, debe... tomarlo muerto.
La literatura plasma su retrato confuso pero vivo, en movimiento, en su parcialidad viva y cambiante.
Esto parece llevarnos (y es lo que nos pasa siguiendo a Strauss durante un rato) a la conclusión final de Aristófanes. Pero eso dura con Strauss (y conmigo) poco rato. Tanto la literatura como la filosofía (y por extensión la ciencia) son las dos caras necesarias e ineludibles de Jano, la humanidad tomada en su conjunto y así representada. Lo que se ve en los hechos: pronto harán dos mil quinientos años que venimos arrastrando ambas bolas de acero y tratando de llevarlas a la cima, como Sísifo su única roca, su propia vida. Se trata pues de una demostración empírica, de facto, que para mí tiene su explicación en términos existenciales y en última instancia evolutivos (determinismo, sí, pero -debo aclararlo sin descanso- matizado con eso que se llama vulgarmente casualidad, azar, contingencia, imprevisibilidad, y que no son sino limitaciones insolubles por un lado -el sujeto- y de la constante creación sin diseño previo por el otro -el objeto-; lo no será desarrollado y ampliado aquí, de nuevo, por más ganas que tenga mi otro yo filosófico.)
No obstante, es decir, a pesar de que los dos intereses intelectuales de la humanidad son inseparables y que ha resultado del todo infructuoso e incluso ridículo intentar poner uno sobre el otro (todo intento de dominación en uno u otro sentido sólo volverá a ser capaz, como lo ha sido hasta ahora, de producir mala literatura o pobre filosofía respectivamente), no obstante, repito, la literatura tiene un poder que merece ser destacado por encima del de la filosofía. Se trata, por enunciarlo, del poder de la captura total del mundo verdadero (por real). Sí, la literatura (la poesía, en el lenguaje de los griegos) es más que la filosofía aunque parezca menos a los ojos del que cree que lo resolverá todo (el filósofo, Sócrates, Platón, Jenofonte... o el filósofo que sea del futuro). Lo es sólo en la medida en que la filosofía (y no digamos la Ciencia, que al respecto es meramente aproximativa y más allá... mítica) sólo es capaz de capturar sus partes (de la realidad) y nunca podrá ser de otro modo.
El literato Aristófanes escribía para las masas, cuyos individuos tenían bastante más del segundo componente (como hoy sin duda al margen del grado de cultura ambiente), y se sentía satisfecho al releerse a sí mismo por medio de su propia segunda naturaleza. Platón intentó que su filosofía sirviese para cambiar el mundo y acabó frustrado, aunque legándonos una obra de arte de la filosofía, una obra de arte maestra, como señala Strauss, que todavía reverbera en este siglo (y más allá si no lo sepulta la actual postmodernidad galopante -que no creo-) y que nos muestra hasta qué punto seguimos dándonos respuestas similares.
El ser humano contiene una dualidad (de conducta, de actitud, y no en los términos tradicionales que confrontan el familiar dualismo al familiar monismo, y al margen de cómo se reparte y por qué), como vio Niezsche, como Platón aunque considerando las cosas un poco de otra manera, creyó que podía "tender al superhombre". Pero el ser humano no puede despojarse de su otra mitad y por lo tanto no puede despojarse de la muerte.
Entre los primeros esbozos del retrato de un personaje tomado del común, sano en el sentido en que lo valoramos todos, y poseedor como tal de sus propias contradicciones y unas cuantas convicciones, se encuentra la siguiente frase sobre el el tema sin duda más conmovedor de la condición humana individual:
"La muerte no es nada para hombres como yo. Es un acontecimiento que les da la razón." (La Peste, Albert Camus, Pocket Edhasa, 1977, pág. 116)
Es no sólo el reflejo de la reacción de un individuo particular (que hay que conocer para verse parcialmente reflejado en él), pero también es más que eso. ¿Acaso algún filósofo, el que sea, haya descrito más exacta y más profundamente TODO lo que al leer esa frase tan breve nos hace vislumbrar; a la vez lo particular y lo genérico?
¡"La Peste"!, un ejemplo de la mejor y la más grande Literatura. De la poesía en prosa.
En sus conferencias sobre Sócrates, Strauss distingue todavía, no quería dejar de mencionarlo, la filosofía presocrática (prefilosófica en buena medida) de la socrática y considera que esta última es práctica, o, como él dice, política. Esto, quizá, se sale del marco de este artículo, pero diré que aquí Strauss hace referencia a un aspecto diferente de la cuestión, aunque estrechamente vinculado al primero: la cuestión del compromiso y de la participación en la marcha de la humanidad a través de los tiempos.
La humanidad, lo vengo sosteniendo filosóficamente desde que inauguré este blog, es decir, de manera pública, se compone en realidad de grupos que se adjudican la totalidad en exclusiva (o casi, cuando se adscriben a lo políticamente correcto) y niegan en mayor o menor medida ese atributo a los otros. Sin embargo, cada uno de esos grupos incluye individuos en los que se combinan las dos naturalezas primordiales (aunque sea en porcentajes diferentes dependiendo del grado en que unos atributos o los otros sientan que les son más provechosos para su supervivencia, lo que da lugar a que ese mencionado dualismo se reparta en proporciones desequilibradas en el tiempo afectando a toda la sociedad): unos empujan al hombre a alcanzar el imposible conocimiento del Todo, otros lo empujan a vivir la realidad cotidiana con resignación o con astucia. Pero esto será tema de análisis específico en el que habrá que remitirse, me temo, a la herencia evolutiva y al proceso de complejización de lo que nuestro tiempo y nosotros hemos sido un sin duda intrincado resultado.
jueves, 20 de marzo de 2008
Los intelectuales, el mundo, la verdad.
De la misma manera que no hay otro observador posible del ser humano que él mismo, tampoco hay otro observador posible del intelectual que otro de la misma clase.
Fuera de los miembros de ese grupo específico propiamente dicho (que deberían ser considerados filósofos si esto no concitará tantos problemas al calor de los tiempos que corren) se encuentran los individuos que no se dedican seria y sistemáticamente a esas excelsas actividades, y son los que huyen de ello con diversas artimañas con el fin más o menos inconsciente de evitarse el sufrimiento que produce en el ser humano la extrañeza que le depara la autoconsciencia forzosa del mundo a la que está condenado. Huida que en general adopta la mayoría refugiándose hoy en día (en el fondo como siempre) en la simpleza de la embriagués y del consumo inmediato o en uno u otro Dios, es decir, en la adopción de normas provenientes de más allá de su propia reflexión que le provean de un destino trascendente, destino que se asume como un acto de fe.
Fuera de los miembros de ese grupo específico propiamente dicho (que deberían ser considerados filósofos si esto no concitará tantos problemas al calor de los tiempos que corren) se encuentran los individuos que no se dedican seria y sistemáticamente a esas excelsas actividades, y son los que huyen de ello con diversas artimañas con el fin más o menos inconsciente de evitarse el sufrimiento que produce en el ser humano la extrañeza que le depara la autoconsciencia forzosa del mundo a la que está condenado. Huida que en general adopta la mayoría refugiándose hoy en día (en el fondo como siempre) en la simpleza de la embriagués y del consumo inmediato o en uno u otro Dios, es decir, en la adopción de normas provenientes de más allá de su propia reflexión que le provean de un destino trascendente, destino que se asume como un acto de fe.
Para estudiarse, el intelectual debe darle la vuelta al instrumento, por el cual precisamente la intelectualidad observa, con el objetivo de conseguir alguna observación pertinente, lo que requiere que la información viaje en círculo por una suerte de tubo de Moebius, donde objetivo y óptica se unirían en un punto coincidente, donde el sujeto y el objeto se fusionarían.
Practicado el juego, ello me ha permitido obtener algunas precisiones que ofrezco sin un orden muy elaborado:
Un intelectual es un ser humano, es decir, posee las cualidades de la autoconsciencia y la reflexividad así como el imperativo genético de trasmitir información conceptual, imperativo que implica que esta actividad se sitúa en el centro de su sistema defensivo (conservador, inercial o invariante) y agresivo (de autopropagación como especie o teleonómico). En cierto modo, el intelectual debería ser el prototipo humano por antonomasia.
Un intelectual no está exento de la extrañeza que a todo humano le produce el mundo (él incluido) y su estar ante él (incluido ante sí mismo). Su reflexividad no consigue superar la angustia, el miedo, la tristeza, la insatisfacción, etc. que embarga a todo ser humano como producto de esa situación que no se puede dejar de vivir. Y esos sentimientos, nacidos del conflicto (ni más ni menos que una interacción más de la realidad), son el motor de la reflexividad misma: se produce así una búsqueda interminable de lo imposible, una búsqueda interminable que no se puede abandonar ni siquiera al concluir aceptando esa interminabilidad y por lo tanto su absurdidad intrínseca.
Un intelectual es un elaborador de conceptualizaciones, lo que le permite tanto la creación de mitos como de religiones, de sistemas filosóficos y teorías científicas. Estas construcciones racionales son posibles gracias a la capacidad de observar, constatar y extraer de la realidad la presencia de leyes objetivas, invariantes, repeticiones, constantes... Todas esas construcciones, míticas o científicas, rigurosas o alegóricas, contienen siempre la característica de repetibilidad (en lo fundamental9 de los fenómenos observados. Ello se afirma en la experiencia a lo largo del tiempo (en lo fundamental) que da la garantía de una marcha lógica y solida, es decir, la que se puede hacer sin estar todo el tiempo en estado de extrañeza, que evita la locura, suministrando la seguridad que necesita una especie para sobrevivir y reproducirse, de que al menos en lo fundamental el mundo es y será el mismo al despertar por la mañana que el que dejamos al irnos a la cama.
Un intelectual no se diferencia exageradamente de sus ancestros (incluidos los primates más avanzados básicamente desaparecidos), de los que proviene evolutivamente hablando, lo que demuestra con su capacidad de empatía. Esta le permite comprender la injusticia en la que viven los demás y descubrir que su propia furia contra la injusticia propia podría darle réditos considerables si la adorna convirtiéndola en universal y promete a las demás víctimas que si lo siguen, él les dará más que "los otros", sean estos quienes sean; es decir, lo que, después de corregir la anomalía que pesa sobre su persona, en todo caso... de no derrocharlo... le sobre.
Un intelectual no está ni mucho menos exento de apetitos como la envidia, las ansias de poder, etc., ni mucho menos es capaz de sustraerse a la conciencia de que el mundo es excesivamente... injusto... especialmente con él. De ahí que un intelectual, por más que se sustraiga de la lucha por el poder (algo que yo creo es siempre coyuntural dure lo que dure), no pueda sino ser sensible a sus cantos de sirena y a soñar que lo alcanza, se solaza en él y lo usufructúa, realizando a la vez sus sentimientos más nobles de generosidad, justicia, amor al prójimo y demás.
Un intelectual, no obstante, es un ejemplar destacado de la humanidad que es capaz de no autolimitar su capacidad reflexiva por causas de índole psicológica: es capaz de superar en buena medida sus propios tabús, darse cuenta de que será más infeliz intentando gobernar que retirándose a gozar intelectualmente (y si es posible amorosamente), contentarse con sobrevivir gracias a los negocios u otras actividades no intelectuales, que no comprometen, con recibir pequeñas gratificaciones (espaldarazos o la tarta que le prepararon sus amigos, una sonrisa, una sincera carcajada...), incluso es capaz de darse cuenta que en el mundo ya caben muy pocos o ningún sacerdote ni profeta, etc. En fin, se trata de un individuo con inteligencia que consigue darse cuenta en qué circunstancias vive y hasta qué punto son poco propensas a facilitarle el accedo al poder. O hasta qué punto debe renunciar a lo que es para participar del mismo... en calidad de servidor del amo.
No obstante, el intelectual tiende a sentirse, de manera habitual, profundamente engañado y, lo peor, no consigue mantenerse como tal salvo permaneciendo en ese lamentable estado. Me explicaré. Todo intelectual, en tanto que reflexiona, llega inevitablemente a concluir que el mundo ante el que se halla y al que se enfrenta le ha sido dado, tal cual se lo ha encontrado, por culpa de y gracias a quienes los precedieron. Esto lo impulsa a quererlo cambiar (un impulso que se gesta en la adolescencia, como también pone muy acertadamente en evidencia Judith Rich Harris en "El mito de la educación"). Este impulso se suma también al motor que da lugar al mito (o a los componentes míticos de la ciencia, como la confianza en la tecnología, la fé en el "progreso lineal", la confianza en la "racionalidad del hombre" o en la existencia de una cada vez mayor cultura acumulada...).
El intelectual tiende muy fácilmente a creer que es capaz de resumir los sentimientos de todos sus congéneres y de darles una respuesta más o menos definitiva o al menos válida para el medio plazo, esto es, un plazo mayor que el que los demás se animarían o serían capaces de ver (y tiende a sentirse responsable por todos, esto es, por la humanidad en su conjunto). El intelectual tiende a pensar que su superioridad reflexiva y tal vez su valor para cuestionar coherentemente lo existente, fenómenos que sin duda experimenta en sí mismo, explicarían la conducta de los demás precisamente mediante los motivos opuestos. Esa simple operación lógica lo conduce a la idea de que los demás son menos inteligentes o menos valerosos, o... que algo los ciega u obnubila impidiéndoles ver como ve él (intereses económicos, represión psicológica, alienación social...). Esta mecánica es la que lleva a los intentos de conducción de las masas mediante el engaño, la predicación, la pretensión de neutralizar a los "malos espíritus" con sus correspondientes exorcismos, etc. En estas prácticas, los religiosos convencidos más fundamentalistas y los más eclécticos, así como todos los ideólogos más o menos racionalistas o más "irracionales", se han dado y se seguirán dando la mano.
El intelectual no dejará por ello de andar más a ciegas que sus seguidores reales o potenciales, ya que su mecanismo reflexivo está tan al servicio de la supervivencia en general y de la suya en particular como... Y DE LA MISMA MANERA, lo están todos los demás mecanismos evolutivos recibidos por el hombre a través de los tiempos, como la cobardía, el deseo de ignorancia, la envidia, el espíritu conservador, la necesidad de convencer al otro o de formar un grupo (la grupalidad ya mencionada muchas veces por mí como grupalismo), etc.
De ahí que no se pueda pedir nada a nadie ni, por supuesto, que no lo sigan haciendo quienes a ello se sientan impulsados. Nosotros, por ejemplo, los que creemos que hay mejores armas para cumplir con lo que somos que con la (hoy por hoy) cada vez más arrumbada fuerza bruta o el engaño, es decir, la honestidad, la valentía intelectual o el deseo de verdad, los que no somos capaces de renunciar a llamar a las puertas del hombre para que, si esas armas descansan o están arrinconadas, vuelvan a las manos y sean esgrimidas de nuevo.
Precisamente, el grupo humano, que viene de antiguos grupos ancestrales y previos, se ve marcado por la necesaria o inevitable respuesta a la extrañeza (intento de explicación de la cultura humana más allá de su acumulación con fines hereditarios). El grupo humano se conforma y luego se mantiene por ello en torno a ideas, a mitos, a certezas que le permitan avanzar en las penumbras. Esta capacidad humana se suma así al conjunto teleonómico que define al hombre. No es que la realidad esté ahí ante un ser incompleto para que este se desarrolle sino que ese ser ha alcanzado evolutivamente un grado tal de complejidad que es capaz de pensar el mundo para dominarlo. Se trata de una característica conseguida, alcanzada, resultante e iirenunciable.
De ahí que el intelectual, descubierta su arma conceptualizadora y predictiva (que valora y usa tanto como la fuerza el bruto, incluso para... "ligar", ¿o no?), se vea promovido interna y externamente a ocupar la dirección de un grupo. Sin duda, desde el principio de los tiempos, dio comienzo" la marcha al poder de los intelectuales". Esto, también tiene un origen evolutivo y es también... una condena que nos toca vivir.
De ahí que no se pueda pedir a nadie que deje de intentarlo. Nunca, mientras el ser humano lo sea, dejará de identificarse con un grupo, real o parcialmente imaginario. El grupo (propio) se funda ipso facto, a cada instante (muriendo muchas veces de inmediato) y a veces en potencia en cuanto se nos presenta Lo Otro, Lo Ajeno, la otreidad, lo extraño, lo extranjero, el egoísmo de todo individuo amenazante (esto está muy bien aclarado y abundantemente documentado por Harris) y no hay un ejemplo más simple e inmediato que se me ocurra ahora que el de nuestro impulso a formar parte del grupo de los conductores ante un peatón distraído o indolente y pasarnos al grupo de los peatones en cuanto hemos aparcado el coche y necesitamos atravesar un paso de cebra.
Que la grupalidad es un fenómeno ligado a la evolución y a la teleonomía genética, lo demuetran cada vez más estudios, como el que ha puesto recientemente a nuestro alcance el investigador científico español Pablo Palenzuela en su blog.
Así, mi conclusión es un tanto determinista, sin duda, aunque debo aclarar que no en el sentido de que crea que todo estaba escrito o diseñado. En un sistema complejo, creo que hay tendencias predominantes en cada momento que permiten entender por qué se dará más o menos a lo que ellas apuntan. Pero no podemos remontarnos al pasado para asegurar que las más remotas en pugna acabarían dando el resultado de hoy. Del mismo modo, el presente sólo es capaz de darnos pautas de un alcance limitado y eventual. Más bien se produciría lo que en una novela policial bien "diseñada" vista por el lector, en donde cada paso, provechoso o erróneo que da la policía, crea o empeora las condiciones para el descubrimiento del crimen. Cada paso dado delimita el camino, elimina alternativas que se descartan, universos que quedarán imaginariamente paralelos, y cada novedad del exterior, cada contingencia que incida en el conjunto, reorientará las cosas, creará alguna que otra nueva alternativa, etc.
Sobre la base de estos descubrimientos reflexivos baso mis diagnósticos. Ello me lleva inevitablemente (un paso determinando el siguiente) a ver (según yo lo veo) hacia dónde apunta el curso de las cosas (sociohistóricamente hablando) y, al mismo tiempo, a no proponer ninguna clase de grupo con fines transformadores ni conservadores. Simplemente, me dejo responder a mi propia idiosincrasia y actúo según mis propias habilidades. Claro que creo que la razón y los hechos observados me asisten. Pero eso, también, al igual que mis concepciones y visiones, pienso que están, todas, determinadas por mi propia particularidad (mi yo, mi mundo actual e inmediato). Quizás una simple nueva fe, pero... qué remedio en todo caso.
Practicado el juego, ello me ha permitido obtener algunas precisiones que ofrezco sin un orden muy elaborado:
Un intelectual es un ser humano, es decir, posee las cualidades de la autoconsciencia y la reflexividad así como el imperativo genético de trasmitir información conceptual, imperativo que implica que esta actividad se sitúa en el centro de su sistema defensivo (conservador, inercial o invariante) y agresivo (de autopropagación como especie o teleonómico). En cierto modo, el intelectual debería ser el prototipo humano por antonomasia.
Un intelectual no está exento de la extrañeza que a todo humano le produce el mundo (él incluido) y su estar ante él (incluido ante sí mismo). Su reflexividad no consigue superar la angustia, el miedo, la tristeza, la insatisfacción, etc. que embarga a todo ser humano como producto de esa situación que no se puede dejar de vivir. Y esos sentimientos, nacidos del conflicto (ni más ni menos que una interacción más de la realidad), son el motor de la reflexividad misma: se produce así una búsqueda interminable de lo imposible, una búsqueda interminable que no se puede abandonar ni siquiera al concluir aceptando esa interminabilidad y por lo tanto su absurdidad intrínseca.
Un intelectual es un elaborador de conceptualizaciones, lo que le permite tanto la creación de mitos como de religiones, de sistemas filosóficos y teorías científicas. Estas construcciones racionales son posibles gracias a la capacidad de observar, constatar y extraer de la realidad la presencia de leyes objetivas, invariantes, repeticiones, constantes... Todas esas construcciones, míticas o científicas, rigurosas o alegóricas, contienen siempre la característica de repetibilidad (en lo fundamental9 de los fenómenos observados. Ello se afirma en la experiencia a lo largo del tiempo (en lo fundamental) que da la garantía de una marcha lógica y solida, es decir, la que se puede hacer sin estar todo el tiempo en estado de extrañeza, que evita la locura, suministrando la seguridad que necesita una especie para sobrevivir y reproducirse, de que al menos en lo fundamental el mundo es y será el mismo al despertar por la mañana que el que dejamos al irnos a la cama.
Un intelectual no se diferencia exageradamente de sus ancestros (incluidos los primates más avanzados básicamente desaparecidos), de los que proviene evolutivamente hablando, lo que demuestra con su capacidad de empatía. Esta le permite comprender la injusticia en la que viven los demás y descubrir que su propia furia contra la injusticia propia podría darle réditos considerables si la adorna convirtiéndola en universal y promete a las demás víctimas que si lo siguen, él les dará más que "los otros", sean estos quienes sean; es decir, lo que, después de corregir la anomalía que pesa sobre su persona, en todo caso... de no derrocharlo... le sobre.
Un intelectual no está ni mucho menos exento de apetitos como la envidia, las ansias de poder, etc., ni mucho menos es capaz de sustraerse a la conciencia de que el mundo es excesivamente... injusto... especialmente con él. De ahí que un intelectual, por más que se sustraiga de la lucha por el poder (algo que yo creo es siempre coyuntural dure lo que dure), no pueda sino ser sensible a sus cantos de sirena y a soñar que lo alcanza, se solaza en él y lo usufructúa, realizando a la vez sus sentimientos más nobles de generosidad, justicia, amor al prójimo y demás.
Un intelectual, no obstante, es un ejemplar destacado de la humanidad que es capaz de no autolimitar su capacidad reflexiva por causas de índole psicológica: es capaz de superar en buena medida sus propios tabús, darse cuenta de que será más infeliz intentando gobernar que retirándose a gozar intelectualmente (y si es posible amorosamente), contentarse con sobrevivir gracias a los negocios u otras actividades no intelectuales, que no comprometen, con recibir pequeñas gratificaciones (espaldarazos o la tarta que le prepararon sus amigos, una sonrisa, una sincera carcajada...), incluso es capaz de darse cuenta que en el mundo ya caben muy pocos o ningún sacerdote ni profeta, etc. En fin, se trata de un individuo con inteligencia que consigue darse cuenta en qué circunstancias vive y hasta qué punto son poco propensas a facilitarle el accedo al poder. O hasta qué punto debe renunciar a lo que es para participar del mismo... en calidad de servidor del amo.
No obstante, el intelectual tiende a sentirse, de manera habitual, profundamente engañado y, lo peor, no consigue mantenerse como tal salvo permaneciendo en ese lamentable estado. Me explicaré. Todo intelectual, en tanto que reflexiona, llega inevitablemente a concluir que el mundo ante el que se halla y al que se enfrenta le ha sido dado, tal cual se lo ha encontrado, por culpa de y gracias a quienes los precedieron. Esto lo impulsa a quererlo cambiar (un impulso que se gesta en la adolescencia, como también pone muy acertadamente en evidencia Judith Rich Harris en "El mito de la educación"). Este impulso se suma también al motor que da lugar al mito (o a los componentes míticos de la ciencia, como la confianza en la tecnología, la fé en el "progreso lineal", la confianza en la "racionalidad del hombre" o en la existencia de una cada vez mayor cultura acumulada...).
El intelectual tiende muy fácilmente a creer que es capaz de resumir los sentimientos de todos sus congéneres y de darles una respuesta más o menos definitiva o al menos válida para el medio plazo, esto es, un plazo mayor que el que los demás se animarían o serían capaces de ver (y tiende a sentirse responsable por todos, esto es, por la humanidad en su conjunto). El intelectual tiende a pensar que su superioridad reflexiva y tal vez su valor para cuestionar coherentemente lo existente, fenómenos que sin duda experimenta en sí mismo, explicarían la conducta de los demás precisamente mediante los motivos opuestos. Esa simple operación lógica lo conduce a la idea de que los demás son menos inteligentes o menos valerosos, o... que algo los ciega u obnubila impidiéndoles ver como ve él (intereses económicos, represión psicológica, alienación social...). Esta mecánica es la que lleva a los intentos de conducción de las masas mediante el engaño, la predicación, la pretensión de neutralizar a los "malos espíritus" con sus correspondientes exorcismos, etc. En estas prácticas, los religiosos convencidos más fundamentalistas y los más eclécticos, así como todos los ideólogos más o menos racionalistas o más "irracionales", se han dado y se seguirán dando la mano.
El intelectual no dejará por ello de andar más a ciegas que sus seguidores reales o potenciales, ya que su mecanismo reflexivo está tan al servicio de la supervivencia en general y de la suya en particular como... Y DE LA MISMA MANERA, lo están todos los demás mecanismos evolutivos recibidos por el hombre a través de los tiempos, como la cobardía, el deseo de ignorancia, la envidia, el espíritu conservador, la necesidad de convencer al otro o de formar un grupo (la grupalidad ya mencionada muchas veces por mí como grupalismo), etc.
De ahí que no se pueda pedir nada a nadie ni, por supuesto, que no lo sigan haciendo quienes a ello se sientan impulsados. Nosotros, por ejemplo, los que creemos que hay mejores armas para cumplir con lo que somos que con la (hoy por hoy) cada vez más arrumbada fuerza bruta o el engaño, es decir, la honestidad, la valentía intelectual o el deseo de verdad, los que no somos capaces de renunciar a llamar a las puertas del hombre para que, si esas armas descansan o están arrinconadas, vuelvan a las manos y sean esgrimidas de nuevo.
Precisamente, el grupo humano, que viene de antiguos grupos ancestrales y previos, se ve marcado por la necesaria o inevitable respuesta a la extrañeza (intento de explicación de la cultura humana más allá de su acumulación con fines hereditarios). El grupo humano se conforma y luego se mantiene por ello en torno a ideas, a mitos, a certezas que le permitan avanzar en las penumbras. Esta capacidad humana se suma así al conjunto teleonómico que define al hombre. No es que la realidad esté ahí ante un ser incompleto para que este se desarrolle sino que ese ser ha alcanzado evolutivamente un grado tal de complejidad que es capaz de pensar el mundo para dominarlo. Se trata de una característica conseguida, alcanzada, resultante e iirenunciable.
De ahí que el intelectual, descubierta su arma conceptualizadora y predictiva (que valora y usa tanto como la fuerza el bruto, incluso para... "ligar", ¿o no?), se vea promovido interna y externamente a ocupar la dirección de un grupo. Sin duda, desde el principio de los tiempos, dio comienzo" la marcha al poder de los intelectuales". Esto, también tiene un origen evolutivo y es también... una condena que nos toca vivir.
De ahí que no se pueda pedir a nadie que deje de intentarlo. Nunca, mientras el ser humano lo sea, dejará de identificarse con un grupo, real o parcialmente imaginario. El grupo (propio) se funda ipso facto, a cada instante (muriendo muchas veces de inmediato) y a veces en potencia en cuanto se nos presenta Lo Otro, Lo Ajeno, la otreidad, lo extraño, lo extranjero, el egoísmo de todo individuo amenazante (esto está muy bien aclarado y abundantemente documentado por Harris) y no hay un ejemplo más simple e inmediato que se me ocurra ahora que el de nuestro impulso a formar parte del grupo de los conductores ante un peatón distraído o indolente y pasarnos al grupo de los peatones en cuanto hemos aparcado el coche y necesitamos atravesar un paso de cebra.
Que la grupalidad es un fenómeno ligado a la evolución y a la teleonomía genética, lo demuetran cada vez más estudios, como el que ha puesto recientemente a nuestro alcance el investigador científico español Pablo Palenzuela en su blog.
Así, mi conclusión es un tanto determinista, sin duda, aunque debo aclarar que no en el sentido de que crea que todo estaba escrito o diseñado. En un sistema complejo, creo que hay tendencias predominantes en cada momento que permiten entender por qué se dará más o menos a lo que ellas apuntan. Pero no podemos remontarnos al pasado para asegurar que las más remotas en pugna acabarían dando el resultado de hoy. Del mismo modo, el presente sólo es capaz de darnos pautas de un alcance limitado y eventual. Más bien se produciría lo que en una novela policial bien "diseñada" vista por el lector, en donde cada paso, provechoso o erróneo que da la policía, crea o empeora las condiciones para el descubrimiento del crimen. Cada paso dado delimita el camino, elimina alternativas que se descartan, universos que quedarán imaginariamente paralelos, y cada novedad del exterior, cada contingencia que incida en el conjunto, reorientará las cosas, creará alguna que otra nueva alternativa, etc.
Sobre la base de estos descubrimientos reflexivos baso mis diagnósticos. Ello me lleva inevitablemente (un paso determinando el siguiente) a ver (según yo lo veo) hacia dónde apunta el curso de las cosas (sociohistóricamente hablando) y, al mismo tiempo, a no proponer ninguna clase de grupo con fines transformadores ni conservadores. Simplemente, me dejo responder a mi propia idiosincrasia y actúo según mis propias habilidades. Claro que creo que la razón y los hechos observados me asisten. Pero eso, también, al igual que mis concepciones y visiones, pienso que están, todas, determinadas por mi propia particularidad (mi yo, mi mundo actual e inmediato). Quizás una simple nueva fe, pero... qué remedio en todo caso.
miércoles, 19 de marzo de 2008
"Una nueva conciencia"... re-presentada
La Presentación de "UNA NUEVA CONCIENCIA" en Estudio en Escarlata realizada el pasado 14 de marzo estuvo muy bien. En especial, la presentación de mi amigo y colega Eduardo Vaquerizo fue francamente esclarecedora al situar la novela en su género y en sus intenciones de ir más allá. Además, sus palabras me halagaron por lo que expresó como crítico y como lector. Gracias, Eduardo, por tu disposición y entusiasmo, y me alegro de que te haya parecido tan interesante, sustanciosa y placentera como has dicho. Y gracias a todos los asistentes y futuros lectores, amigos de hace mucho y de hace menos, amigos emocionales e intelectuales, muchos vueltos con su presencia de carne y hueso después de haber comenzado siendo simplemente virtuales, a quienes abro este espacio y mi correo para cuantas preguntas, protestas o comentarios deseen hacerme llegar.
Gracias también a quienes de una u otra manera colaboraron en el resultado final, tanto del libro impreso como de su promoción, en particular mis hijos Gabriel y Sebastián que tan orgullosos se sienten... porque me quieren. Y, por qué no, gracias a mi nieto por asistir y escuchar. En fin, gracias a todos por estar a mi lado y espero no defraudaros.
Gracias también a quienes de una u otra manera colaboraron en el resultado final, tanto del libro impreso como de su promoción, en particular mis hijos Gabriel y Sebastián que tan orgullosos se sienten... porque me quieren. Y, por qué no, gracias a mi nieto por asistir y escuchar. En fin, gracias a todos por estar a mi lado y espero no defraudaros.
martes, 18 de marzo de 2008
Hacia dónde siguen las cosas...
¡Si esto no es un nuevo avance de las leonas hacia su codiciada presa... que venga Tutancamon a desmentirlo! ¡Reto a quien se anime a argumentar en favor de ese avance o a justificarlo sin avergonzarse (quedan disculpados los que no lean el reto)!
Nota: por favor, que la lectura de este detalle significativo no evite que la lectura del post sustancial que quedó debajo.
lunes, 17 de marzo de 2008
La utopía, el pragmatismo y los discursos edulcorantes
No sé hasta que punto los botones de muestra indican situaciones generales o al menos la presencia de una u otra tendencia dominante. La intuición tiene sus riesgos y sus limitaciones, aunque es vital y muy útil a la refexión sobretodo si está bien entrenada. Una base importante para su mayor eficacia es el grado de información de que se dispone en calidad y cantidad, información que en buena medida está disponible como resultado de la experiencia ajena y pasada (lo que es parte de la llamada "tradición" a falta de lo que ésta predeterminaría moralmente, lo que creo menos provechoso de la misma).
El horizonte que nos dan las lecturas y las observaciones, la reflexión sobre nuestras propias experiencias y sobre los hechos, la visión histórica o genealógica de los fenómenos sociales pasados y presentes, sus aparentes paralelismos, sus aparentes diferencias, nos llevan a extrapolar, a proyectar, a aventurar hipótesis e incluso a definir nuestro discurso y nuestra conducta.
La Historia (incluso a través de la literatura) me habla de conductas utópicas y conductas pragmáticas de personajes relevantes (esos cuyos nombres perduran en el tiempo desde que la escritura lo hizo posible) de donde deduzco las ventajas y desventajas de las mismas así como las causas más probables que las determinaron. También me permiten observar todas las gradaciones que van de un extremo del primer tipo al opuesto del otro. Hay utopías extremas, próximas a la locura si cabe, y conductas pragmáticas que más bien cabría llamar oportunistas, incluso hipócritas y mezquinas, engañosas y desconcertantes, y que vistas desde uno de los bandos en lucha pueden ser consideradas inclusive traicioneras. Pero también abundan entre estas últimas aquellas que contienen dosis notables de ingenuidad, casi en el grado en que se encuentra esta característica en las utopías. Es esa ingenuidad que se justifica tantas veces porque tiene un contenido real de honestidad, porque demostraría que que se sustenta en una convicción, en todo caso... ¿utópica?
Esta circularidad que encuentro entre las mencionadas dos conductas que usualmente son consideradas antagónicas, me lleva a centrarme en ese común elemento idílico que parece tan inseparable de toda conducta humana que pueda calificarse de honesta (honesta como opuesta a tramposa). Todos los demás casos, sobre los que hay mucho que decir y sobre los que de cualquier forma se ha dicho mucho, quedarán a partir de aquí voluntariamente excluidos salvo por referencias que, como se verá, son, desde mi punto de vista, inevitables, y ello porque, en base a la información que tengo (tal vez la que prefiera ver mientras no se me demuestre lo contrario) las conductas ingenuas y así llamadas bienintencionadas nunca han conseguido imponer su rumbo en la historia humana. De ahí la importancia de analizar estas últimas, por una parte, así como de resaltar no tanto su inutilidad (¡esto es muchas veces propio del espíritu pragmático!) sino todo lo contrario, es decir, sus roles a veces contribuyentes a veces obstaculizadores de la acción de quienes tienen la capacidad real de orientar la marcha de las cosas, de quienes más allá del carácter utópico o pragmático de sus objetivos son capaces de realizarlos porque cuentan con los instrumentos del poder o para conquistar el mismo, de quienes no importa en qué medida sus propuestas son realistas puesto que son capaces realmente de crear una realidad a su medida, de quienes, gracias a contar con esas armas, más que pragmáticos no pueden ser sino oportunistas y amorales y estar dispuestos en cada punto a ser, de necesitarlo, deshonestos.
¿Exageraciones? Apélese a la Historia, enumérense los vencedores, sus estrategias y sus tácticas, descúbranse las justificaciones de sus actos... Ahí están, desde los peor considerados, como Hitler, Mussolini, Stalin a los más, el Lenin revolucionario y justiciero (su manual de supervivencia preventiva "¿Se mantendrán los bolcheviques en el poder?", escrito antes del golpe bolchevique es una joya más que ejemplar), Napoleón (sus notas a "El Principe" de Maquiavelo son también ejemplares), el Robespierre rousseauniano, el Enrique II para el que París bien valió una misa... Todos vencedores. Todos gente práctica.
Pero centrémonos en el otro bando, el de aquellos que seguimos considerando mejores (según unos y otros grupos, de "izquierda" a "derecha" en la dirección en que se lee en occidente) a pesar de que nunca pudieron llegar a nada: los utópicos, los que defendieron unos valores unívocos más allá del realismo y de lo práctico, en todo caso con pequeñas concesiones, en todo caso con ambigüedad, en nombre de... un cierto posibilismo, de... evitar por completo caer en la frustración o el desaliento.
A uno y otro lado, nadie mínimamente serio valora positivamente a Hitler o a Stalin del mismo modo que no cabe seriedad en las valoraciones posibles que se pudieran hacer a Satanás (ni siendo ateo), mientras que sí caen dentro de lo serio (en uno u otro partido) las valoraciones positivas a John Stuart Mill y a Karl Marx respectivamente (y hasta en la cosideración crítica de sus opuestos).
¿Qué tiene pues el pensamiento utópico que da lugar a ese posicionamiento retrospectivo, a esa mirada benevolente que el presente dedica al pasado? Yo digo que es su carácter crítico, su sentido de la denuncia, el hecho de que nos fuerzan a mirar aquello que todo ser humano considera negativo y repudiable: la injusticia, la esclavitud, la coerción, la prepotencia, etc. Aquello de lo que ningún ser humano sano (lo que podemos definir como se quiera que siempre significará más garantías de supervivencia para la especie) querría ser una víctima.
El debate posterior, el debate que realiza el presente sobre lo pasado, puede señalar o no que las soluciones ofrecidas por los utópicos sean o no realistas o desconcertantes, idílicas o producto de intereses más o menos conscientes y contradictorios, pero no pueden sino reconocer que en esos discursos se hallaba la denuncia de los males de la época, de los males incluso del mundo... Incluso cuando hayan nacido para ser usados para fines distintos de los declarados, lo que es difícil de demostrar en perdedores... Hará falta esperar a quienes, montados más o menos parcialmente en esos discursos lleguen al poder para vaciarlos del todo... pragmáticamente, convirtiendo los discursos en breviarios y hasta en cortos lemas mentirosos... en slogans, en propaganda... Y que los hechos se levanten acusándolos... mediante nuevos utópicos e incluso mitómanos en cuyos poemas, artículos y análisis sean puestos en evidencia.
Ahora bien, también está el pragmatismo de los que ni son vencedores ni están entre los campeones, y que sin embargo se distancian o dicen distanciarse de las utopías. Este es una campo interesante ya que, para mí, representan sólo un simulacro de realismo con la desventaja de que merman la efectividad propia para la crítica e incluso le proponen a la que se lleva a cabo que se autosilencie. En nombre de ese supuesto realismo, de ese supuesto apego al suelo, se propone el silencio más o menos contundente. Es curioso cómo estas propuestas comulgan con el positivismo que sostiene que "de lo que no se sabe es mejor callar". ¡Callar!, esa parecería la conducta, unas veces porque "no sirve para nada", otras porque "no se sabe", otras... "porque sólo contribuye a exasperar los ánimos", es decir, lo que se ha dado en llamar, bautizado por el gobierno mismo, "crispación".
Ese pragmatismo o realismo (en política, la realpolitik de los que no gobiernan... pero comparten los resultados del status quo) no puede servir de otra cosa que de dulcificación de los abusos y del despotismo, la corrupción y la mentira. En primer lugar, y en esto es tan utópico e ingenuo como el que critican, deberían saber que no se domestica a las fieras porque se las calme ni se sacia su hambre con un caramelo. Lo único que se consigue es contribuir a suministrar algo de maquillaje las fieras de cara a los espectadores vacilantes, a que se fortalezca en todo caso la idea que quería el poder que cundiera y se afirmara, es decir, a ayudar a su propaganda. En definitiva, a aumentar el silencio para las denuncias, el aislamiento de los denunciadores.
La literatura más elaborada y rica de todos los tiempos ha dado cuenta de ello. Los más perspicaces artistas plasmaron los resultados de esa práctica edulcorante que en la jerga popular se ha denominado "dorar la píldora" o "pintar el gallinero". ¿Acaso en este aspecto nuestro mundo y nuestro tiempo representen algo tan nuevo que permita que eso que se ha demostrado pernicioso se haya convertido en virtuoso? ¿No es eso la mejor expresión de lo que el poeta francés Jacques Prévert describía peyorativamente como "flotar en lugar de hundirse"? Sin duda, toda honestidad es utopía en el ser humano, ya que los sueños de bienestar siempre están en el futuro contra el que al parecer siempre complotarán los dueños del presente. En ese caso, ¿no es lógico que valoremos las utopías del presente en lugar de dejar que nuestros hijos se llenen de nostalgia valorando las utopías del pasado y olvidando a todos aquellos que antes contribuyeron a que vivan sojuzgados gracias a edulcorar las mentiras de quienes se convirtieron en sus explotadores y tiranos?
El problema de los errores utópicos no se resuelve con utopías ingenuas pero condescendientes. Quizás ni siquiera tenga solución ni pueda extirparse. En todo caso, observo que en unas utopías sobresale la denuncia (que la prefiero lo más certera y objetiva, radical por lo de apuntar a la raíz y lo mejor fundamentada que sea posible, ya que la denuncia no equivale ni mucho menos al epíteto simple y agitador) mientras que en otras hay una propuesta de silencio, calma, justificación, parálisis, resignación, esperanza pasiva. Se dice que para que el mal triunfe basta que los buenos no hagan nada. Hay veces que los buenos no pueden hacer nada y muchas en que los buenos acaban siendo malos o conduciendo a los malos hasta el mismo trono. En todo caso, lo cierto es que para que el mal triunfe, ha bastado con decir que no es tan malo. O al menos ha servido para ello.
Ahí está la ascención del nazismo a quienes había que comprender por haber sido tan mal tratados tras el armisticia previo, el triunfo mentiroso de todos y cada uno de los revolucionarios del Tercer Mundo a quienes se les concedió todo derecho en nombre de la justificada descolonización, al stalinismo que no podía hacer otra cosa si quería mantener incólumne su "socialismo en un sólo país"... Y ahí están los actuales líderes "indigenistas" que se apoyan mentirosamente en las afrentas de la "leyenda negra", o los okupas que "no tienen dónde ir", o a los fundamentalistas que "han sido los pobres y los relegados de toda la vida"... Y esto para dar ejemplos un poco variados pero todos ellos sugestivos (y sin mencionar aunque apuntando claramente a ejemplos del presente doblemente cercano).
Ahí están, para La Historia, las palabras edulcorantes por antonomasia: "hoy en día no podrá volver a suceder", "no son realmente malos", "hay que tenerles consideración", "en el fondo quieren lo mejor para el pueblo", "sus intenciones son buenas", "la ley no lo permitirá"... que no han venido nunca a cuento salvo para acallar una denuncia considerada exagerada.
Nadie será nunca capaz de precisar "el camino" (como creen poder hacerlo todas las religiones, y el positivismo, no lo olvidemos se postuló como una de ellas, la superadora de todas las anteriores), ni de dejar de soñar y de creer que el suyo es el verdadero, el eficaz o el positivo; que al final del mismo la humanidad entera alcanzará todos los bienes. Ni será posible impedir que cada uno se crea en el derecho de imponerla en cuanto su sentido de la realidad le confirme que es posible. Hoy, lo que pasa con muchos mundos imaginarios es que se les han bloqueado enteramente todas las posibilidades de realización, lo que deja apenas sitio a la locura o la frustración en masa, lo que no quita que algún día vengan "tiempos mejores" que sugieren "grandes esperanzas". Hoy, se lee un libro o se asiste a su versión cinematográfica en donde un esbirro de "el Gran Hermano" amenaza con el terror extremo de liberar una rata hambrienta que garantiza será capaz de atravesar al torturado para conseguir una insignificante adhesión de lealtad que se erige como la más inimaginable de las mezquindades y la absurdidad, y se opina que la alegoría "¡es estremecedora!"... para luego zamparse unas cuantas palomitas, incapaces de pensar demasiado en ello... Hoy se atiende, no demasiado, a un documental sobre los gulags, los campos de exterminio, los campos del silencio de la Kampuchea Democrática (allí donde los exhiban, porque para eso no hay mucho... mercado) y se opina: ¡qué increíble! dando al mismo tiempo por sentado que esos jemeres "no son de este mundo"... o al menos "no los podríamos hallar entre nosotros"... que habrán venido vaya uno a saber de dónde... aunque quizá allí, en esos países exóticos... puedan darse esas cosas...
Pero ésa es la "crisis de nuestro tiempo", este es el tiempo de la postmodernidad, es decir, del refugio en el vacío, lo inmediato, el simulacro de vida para huir de la frustración, ese otro vacío.
Creo que seguimos formando parte de una humanidad que es en realidad un conjunto de grupos en conflicto, grupos que difícilmente acepten el diálogo o se avengan a que nos sentemos a repartirnos el mundo y sus recursos en una negociación amistosa. A fin de cuentas, habrá que sumarse a la resistencia. Mientras tanto, ya que no es fácil apuntarse a la "guerra preventiva" (que por cierto, no es a mi criterio sino otra variante de las de seguir la marcha de uno de los vencedores con garantías de triunfo), al menos no contribuyamos, los que somos capaces de verlo y no queremos, o los que somos capaces de verlo pero nos parece que es mejor ocultarlo, al coro de los que, con estrategias mucho más estructuradas y la seguridad de saber lo que realmente quieren, nos usen para llegar o mantenerse.
No creo que haya una opción para todos y cada uno. Sólo señalo mis propias preferencias y defino, como todos, mi propio grupo, tal vez real, tal vez imaginario, tal vez el de los adictos a la exageración y el exabrupto.
lunes, 10 de marzo de 2008
"El hombre que aprendió a alterar la armonía del universo" (un cuento para después de todo)
Durante
mucho tiempo, Grecia fue el lugar más armonioso del Universo. Era
difícil encontrar un griego que no lo viera así. Yo sin duda, no la
habría cambiado por nada del mundo, ni siquiera por aquellos paraísos
que vaticinaban los oráculos o que tomaban forma en el agua de las
fuentes sagradas. Por mí el futuro podía guardarse para sí todos esos
puertos deportivos y yates de diseño que prometía, y con todas esas
mujeres semidesnudas que tomarían el sol en las playas de nuestras
encantadoras islas, y con los hoteles de lujo y los casinos, y con los
coches de motor descapotables, y los millones de electrodomésticos que,
año tras año, serían más y más sofisticados a la vez que
sistemáticamente rebajados. Pronósticos todos que de cualquier modo
nunca ya podrán cumplirse. Aceptemos que todo futuro sea posible pero
reconozcamos que ninguno se podrá garantizar, como bien decía mi esclava
persa, que prefería ver el porvenir en el fondo de las tazas de té que
me servía. Pero lo que nunca habría sido capaz de imaginar nadie, ni
nosotros los griegos reflexivos ni ninguna esclava por muy clarividente
que fuese, es que un día dejara de haber sitio para todo futuro;
insisto: para todo futuro. Ay, tras negarme a ver la potencia que
encerraba el huevo de Pandora, ya no puedo sino confirmarlo. Así es,
digo para nada y para nadie mientras todavía me interrogo, débil y
confusamente ya, por lo que pudo llevarnos hasta aquí, mientras siento
en la psiquis que la mismísima sensatez se desintegra: ya no lo puedo
negar porque lo estoy viendo con mis propios ojos que pronto se cerrarán
definitivamente. Lo admito con la vehemencia que me infunde ver cómo
pronto sólo seré un ridículo átomo de vaya a saber qué monstruo, si es
que no acabe siendo meramente algo de… vacío. Ay, eso no podré ni
elgirlo ni saberlo, porque mi final, como el de Grecia, sólo están,
nunca mejor dicho, en las manos del increíble Hipaso, eso que en los
buenos tiempos fue mi amigo.
Todo comenzó aquella tarde en que Hipaso perdió a los dados por enésima vez y tuvo que entregar hasta la túnica. No fue ni mucho menos el único en el mundo que lo perdiera todo, pero la mayoría que yo supiese consiguió reponerse y comenzar de nuevo. Y pensé que ese iba ser el camino que seguiría Hipaso al emplearse en casa de Demócrito, el tendero, con la misión de cuidar de sus telas y tapices, una necesidad del comerciante ya que debía ausentarse cada tanto para realizar sus suculentos resultados (un negocio ciertamente arriesgado para ser tan poco honroso). Pero pronto comprendí que Hipaso no había aprendido nada del error cometido y que seguía empeñado en negar que ya no era el aristócrata de antes. Como él mismo contaba a quien quisiera oirlo, despertaba tarde día tras día, tras continuas noches en vela, y se dormía en el trabajo sobre los tapices de su empleador cuando no soñaba despierto sin atender a lo que lo rodeaba o pretendía interrumpirlo, la psiquis ocupada todo el tiempo (no diría que en razón a la nostalgia sino más bien a la ansiedad que lo debía consumir por dentro) en un supuesto dilema: según él, había en la casa del tendero una misteriosa habitación tapiada, justo detrás de una pared que lindaba con el monte, donde sostenía que el comerciante guardaba sus más preciadas riquezas. Hipaso hablaba de ello toda vez que podía y donde se encontrase con alguno, como buscando una respuesta que lo liberara del delirio en el que por lo visto se iba hundiendo, aunque él decía que lo que él buscaba era la verdad del Universo. Yo era quien más seriamente lo escuchaba, ay, como el amigo más dilecto que tenía por entonces; el único que no se reía de él, como sus demás oyentes, cuando contaba que Demócrito debía tener una clave secreta o poderes mágicos para entrar allí y depositar el oro y las joyas que traía consigo a su regreso; algo que hasta el momento no había conseguido ver con sus propios ojos, como es obvio, aunque lo daba por seguro.
Yo no estaba dispuesto a festejar sus estupideces ni podía considerar loables sus locuras. E inevitablemente, se me hizo presente la historia que me contó Zaida, mi esclava persa, la de los posos de té; historia de la época en que ella le había pertenecido hasta que Hipaso me la vendió a un precio de remate, una de las tantas veces en que optó por continuar jugando pese a que la suerte le estaba siendo adversa. ¿Es cierto eso?, recuerdo que exclamé. ¡Sí, mi amo!, afirmó ella, Yo comprendí lo que decía porque en mi vida anterior fui una princesa… y no sería yo la que instigara una rebelión antiesclavista… ¡ni mucho menos! O sea que mi amig… ¡ese tarado!, había reunido una vez a sus mismísimos utensilios parlantes (a los que, recordé también, llamaba hombres y mujeres en un ostensible insulto a sus propios compatriotas) había llegado a la temeraria insentatez de insitarlos a que se rebelaran de una buena vez contra su propia idiosincrasia?! Eso no se puede hacer... ni borracho, como se suele decir. Tuvo suerte que ni nuestros comunes amigos esclavistas ni tampoco sus esclavos, hubiesen sido capaces de comprender lo que dijera y en cualquier caso tomarse aquello en serio… Una suerte que, ahora, obviamente lamento… siempre y cuando no se hubiese propagado como reguero de pólvora d lase haber sido cosas de ese otro modo.
En fin, sirva o no para algo a estas alturas, quiero dejar constancia en mi descargo de que yo, desde un principio, puse en duda la cordura de Hipaso. Me lo dictó mi natural prevención antes incluso de que me refiriera aquello Zaida. Por eso no me resultó nada sorprendente que un día me abordara con aquella pregunta críptica cuyo propósito no parecía decifrable: "¿Sabes cuántas riquezas se guardan en el mundo de mil costosas maneras?" Ni que añadiera muy ufano, cambiando a todas luces de tema aunque como si no fuese así: "¡Oh, amigo mío, no te puedes hacer una idea de la satisfacción que me produce ver cómo cada noche que pasa comprendo mejor a mi maestro de filosofía!" Ni, tampoco, que, al preguntarle a mi turno a quién se refería... me diese el nombre del tendero, de su empleador, el de las telas, el comerciante.
Ante aquellas incongruencias evidentes, ¿cómo no concluir que estaba loco? Sin duda la bancarrota lo había desquiciado, lo que no contradecía sino reafirmaba mi tesis de que la demencia que sufría no era repentina sino que había estado mucho tiempo latente, aletargada, hasta que había despertado. ¿Quién que no predispuesto a la locura se pondría a estudiar filosofía cuando lo principal era la supervivencia básica? ¡Si todavía fuese enseñarla…! Se lo decía, claro que se lo decía, pero fue completamente inútil. Peor aún, cuando lo hacía, él comenzaba a hablarme de... de monedas de oro y de piedras preciosas, rojas y azules y de muchos más colores y de que muchas habían pertenecido a un tal Alibabá o algo parecido, un amigo oriental del tendero, dije yo. E interrumpiéndose cuando intentaba obtener alguna precisión al respecto, me miraba fijamente, me sacudía asiéndome por las ropas y exclamaba: "¡No lo entiendes: eso no es lo más importante; lo que importa es que sólo haya átomos y vacío!" Estaba loco fuese como fuese, no cabía duda alguna.
Y lo largo de los días que siguieron lo hallé cada vez peor, cada vez menos digno de todo tipo de crédito, insistiendo una y otra vez que sería el saber (¡y no el trabajo!) lo que le devolvería las riquezas perdidas.
Ahora lamento mi egoísmo y mi desdén; lamento, sí, haber optado por tomar distancias ante el temor, incuestionablemente lógico y razonablemente fundado de que, cuando al cabo de la línea perdiera su trabajo, cuando por fin fuese incapaz de obtener siquiera unas monedas con las que poder invitar a los amigos, a esos que le festejaban sus penosas ocurrencias, acudiría a mí para pedirme cobijo, techo, comida, tiempo y atención… Esa perspectiva, lógica y razonablemente, me aterraba. ¡Oh, debí pensar en consecuencias más peligrosas y actuar de un modo bastante más drástico!
Recuerdo todavía aquella tarde en que yo salía satisfecho del teatro, donde me había entretenido con una buena comedia, para encontrarmelo allí de sopetón, aunque por suerte de espaldas, de pie junto al muro exterior, hurgando entre las piedras y escarbando en la argamasa. Mi reacción inmediata fue la de cambiar de rumbo y alejarme antes de que me descubriese, pero, al verlo tan absorto, volví sobre mis pasos para pasar junto a él y observar por encima de su hombro qué lo podía estar entreteniendo tanto. Así pude comprobar que jugueteaba con la piedra pasando con delicadeza las yemas de los dedos sobre los enormes bloques, quizá imaginando, qué si no, que aquella era una gigantesca gema o parte del fantástico muro de oro de Alibabá; creyendo, vaya uno a saber, que el muro entero era un tesoro o dibujando una puerta imaginaria por la que pensaría pasar del otro lado. ¡Yo mismo estuve a punto de dejarme contagiar por esas ilusiones demoníacas! Pero supe reaccionar y acabé por alejarme corriendo.
Vino a verme al cabo de unos días, temprano por la mañana aunque con cara de no haber dormido nada. ¡Zas, me dije, lo que me estaba temiendo! Y ya estaba yo elaborando mi discurso; ese de que yo no puedo hacer nada, de que si no has sabido ayudarte a tí mismo cómo piensas que... y de que era evidente que lo tuyo era un caso perdido... cuando, sin que yo llegara a decir nada, comenzó a abrir ante mis ojos unas manos temblorosas mientras no dejaba de jadear. El sol me daba en la cara y no supe inicialmente determinar qué producía esos brillos hipnóticos que salían de sus palmas extendidas, por lo que me acerqué más aún sin resistencia. ¿Monedas de oro? “¡Es increíble!”, exclamé, "¡De modo que el hombre ha sido bueno contigo a pesar de tu comportamiento y te ha dado esas monedas para que lo dejaras tranquilo!" "¿Qué…?", repuso él como quien no pudiese entenderlo, "¡Estas monedas son el primer resultado de los poderes que adquirí estudiando! ¡He superado a mi maestro y he sido yo quien lo ha dejado! Deja que te lo explique todo…"
Nuevamente intenté evadirme, olvidarme de él, ignorarlo. Me daba igual que le hubiera robado al pobre comerciante, que fuera rico incluso y que huyera hacia las tierras bárbaras con su ridículo tesoro. Lo que no podía admitir es que me involucrara. Me volví hacia mi casa con un ademán más que explícito. Pero él dio un salto y se interpuso. Pero eso no fue lo peor ni lo que me obligó a escucharlo. Lo peor fue que pudiese demostrarme que no estaba loco, al menos en el sentido que yo había considerado, y que tampoco mentía, que no fabulaba ni engañaba. Lo grave fue que pudiera enseñarme en un pis pas que había aprendido a hacer cosas que habrían dejado maravillados a muchos… menos a mí, porque a mí sólo me produjeron repugnancia. Pero lo verdaderamente improcedente fue mi propia conducta y rendición momentánea, la parálisis, la curiosidad paralizante que permitió que se fuese sin más en lugar de detenerlo de inmediato, de cualquier modo que fuera. Porque poco después sería demasiado tarde.
Hipaso comenzó por el principio, por el día de la última apuesta fallida, un día clave para él porque fue en el que conoció a Demócrito, el de las telas. Resultó que él también era un tipo raro, pero Hipaso, como él mismo reconoció, ya no tenía nada que perder. Sí, dijo, el comerciante le propuso que cuidara de sus mercancías, pero no era eso lo que más le interesaba sino contar con un buen discípulo, a quien poder educar, dado que nadie le hacía mucho caso. El tal Demócrito, continuó Hipaso, postulaba que el mundo era muy simple a pesar de las apariencias, de las múltiples formas, y de los muchos puntos de vista. Según él, continuó contando Hipaso, el mundo se componía sólo de átomos y de vacío. "Recuerdo el día en que me lo dijiste", lo interrumpí demostrándole un interés del que yo mismo me estaba sorprendiendo a lo que replicó: "Pero yo no me quedé en el postulado y decidí seguir investigando, prestando atención práctica… espiando…"
Mientras él detallaba los pormenores de sus pasos, yo me senté a observarlo y por momentos no pude evitar dejarme llevar por mis propias reflexiones. En nada me parecía extraño que un comerciante pensara de aquel modo. Era muy propio de alguien acostumbrado a traficar con cualquier cosa de igual modo, a cambiar un objeto por otro fueran los que fuesen sus respectivos aspectos, sus pesos o sus estados, mientras una de ellas le resultara útil o atractiva a alguno y la otra fuese objeto de futuro cambio. ¡Incluso siendo alguna de ellas o las dos etereas o efímeras, reales o imaginarias…! Sofismas, me dije, que sólo pueden conducir al igualitarismo y a la confusión; ay, entonces no llegué a imaginar hasta qué punto.
"Lo dulce es dulce, lo amargo es amargo...", escuché de repente. No, en aquel momento no creí que mis juicios anticipasen los hechos que tendrían lugar al poco tiempo y que nadie habría podido adivinar. Entonces la narración volvió a captar mi atención porque en ese instante Hipaso concluía: "...pero en definitiva sólo hay átomos y vacío. Y eso sólo podía significar una cosa, que ese vacío se puede desplazar, quitar de un sitio y añadir a otro. ¿No te parece, amigo mío? Y eso es lo que por fin he aprendido a hacer."
Lo miré desconcertado. Y no pude evitar preguntarle cómo.
"¿No es el propio cuerpo lo más próximo al deseo y a la voluntad? ¿No obedece a nuestra mente cuando ésta quiere llegar a alguna parte y así se pone en pie, se pone en marcha, inventa un carro, pone delante uno o más caballos, los fustiga con un látigo...? Pues, funciona, te lo puedo asegurar." Y expuso su sistema que, gráficamente, consistía en apoyar los dedos de una mano (¿por qué no los de un pie, por qué no la nariz con igual eficacia?) formando un haz sobre, por ejemplo, la pared de un habitáculo hermético, aplicar a continuación la voluntad sobre los átomos de los propios dedos e irlos separándo luego, mientras comenzaban a hincharse, esto es, a llenarse con el vacío que constituía, armoniosamente hasta ese instante, el material del muro. La hinchazón, a medida que aumentaba, me explicó con esmero, aceleraba poco a poco el proceso. Hasta que por fin, en la pared se terminaba produciendo una abertura todo lo grande que su voluntad quisiera. Un agujero por el cual podía introducirse un hombre entero para volver a salir con todo lo que uno pudiera cargar consigo, como las monedas de oro con las que momentos antes había llamado mi atención. Atomos y vacío, repitió sin lugar para el remordimiento.
Tuve que rendirme a la evidencia, porque lo vieron mis ojos. Eligió el tronco de uno de mis árboles, obviamente de madera como el arca de Demócrito, y pidió mi autorización, que obtuvo: ¿qué otra cosa pude hacer, negarme, volver la cabeza, continuar ignorando lo peligroso que era? ¡Oh, fue tan desagradable ver cómo los dedos que apoyaba en el árbol se le hincharon hasta tomar la forma de cinco enormes berenjenas mientras el tronco se arrugaba como una pasa o como un extraño envoltorio de papel en cuyo interior actuaran invisibles fuerzas centrípetas! Pero no todo acabó allí, porque enseguida, interrumpiéndose en un punto cualquiera, separó los dedos del pobre y retorcido vegetal para posarlos en uno de mis hermosos bancos de piedra, el cual comenzó a inflarse de repente mientras sus dedos volvían paulatinamente a la normalidad, a inflarse hasta tal punto que al cabo de un momento comenzó a elevarse. ¡Había descargado en el interior de la piedra el vacío que había tomado del tronco! ¡Había convertido mi banco de piedra en una especie de pájaro o de cometa, e hizo... hizo que se perdiera en el cielo! Por un instante creí que las piernas no me podrían seguir sosteniendo, y hasta imaginé que parte de su vacío interior era succionado por mi diabólico ex amigo. La idea me sublevó y sin poder evitarlo le grité desaforado, sintiendo por momentos que me faltaba el aliento: "¡Vete, desaparece de mi vista! ¡La... ladrón, ladrón miserable!" Pero por lo visto mis palabras no sirvieron para amedrentarlo y esbozando la sonrisa más burlona que yo haya visto nunca, retrocedió unos pasos. "¡Maldito!", pensé mordiéndome los labios, "¡Ya tendrás noticias de Zeus cuando El vea mi banco atravesar sus nubes!" "¡Sólo hay átomos y vacío!", dijo nuevamente, como si me estuviese replicando, para darme luego la espalda y abandonar mi casa con brincos de sileno, primero sobre un pie y luego sobre el otro, a veces apoyando las manos en las paredes como si fueran simples patas delanteras, soltando carcajadas que a cualquiera habrían inspirado lástima, menos a mí, que ya había comenzado a odiarlo.
¿Sólo átomos y vacío? El vacío lo tenía yo instalado dentro. Porque aquello bien pudo quedar en una demostración graciosa, en un acto que habría que repetir en público, bajo la carpa de un circo (ambulante incluso, que es algo que aún no se ha intentado en estas tierras y que podría ser bienvenido y provechoso). Pero no fue así, y yo fui el primero en ver que aquello escondía una amenaza.
Por eso no me quedé allí, viendo cómo se alejaba, escuchando su risa hasta que se apagó a lo lejos, intentando olvidarme nuevamente de él y de su locura. No, esta vez no; y sin pensármelo otra vez me lancé a seguirlo como un tonto, trotando tras sus brincos. Y subí y bajé, bajé y subí con él mientras perdía la noción del tiempo y de la distancia recorrida hasta que de pronto me encontré en las afueras, en pleno monte, donde de repente lo perdí de vista. El sol caía a pico desde lo alto y me dirigí hacia un bosque cercano guiado por la intuición. Allí la luz del sol, que se filtraba por entre las ramas, aumentó el carácter mágico de las circunstancias y comencé a tener miedo.
Al rato me topé con pistas de Hipaso, señales inequívocas de que por allí había pasado. Las primeras fueron de por sí dudosas, tal vez meros nidos en los troncos, guaridas de pequeños animalejos del bosque, madrigueras en la tierra, agujeros en donde los árboles habían lucído esos nudos que los embellecían, como si estos se hubiesen desprendido o se hubieran licuado. Pero Pero más allá, del otro lado del bosque, pude confirmar que había seguido la dirección correcta. Se abría ante mí un prado y a lo lejos venía hacia mí una curiosa manada de ovejas. No venían corriendo, moviendo con celeridad sus cortas patas, sino más bien rodando, algunas incluso rebotando contra el suelo, gordas a más no poder y sin embargo ligeras como plumas, obviamente semivacías por dentro, fácilmente empujadas por el viento. Entonces también vi que se acercaba un hombre. Caminaba con lentitud, tambaleándose, débil como si hubiese sufrido hasta ese mismo momento un largo ayuno. No era Hipaso, a quien deseaba y no deseaba encontrarme de nuevo; ya no estaba seguro. El hombre tenía la mirada perdida y un agujero lo atravesaba de lado a lado.
-¿Buscas a tu rebaño, verdad?- dije adivinando que sería el pastor.
Sus ojos parecieron buscar el origen de mi voz en algún lugar distinto de aquel en el que me hallaba, justo delante de él por cierto. Dirigía la vista sin ton ni son hacia arriba y abajo, a uno y otro lado, mientras la cabeza se inclinaba como si pesase más de la cuenta y él ya no la pudiese sostener. No entendí si negaba o afirmaba, pero yo, gentilmente, le señalé el bosque y las copas de los árboles donde sus animales se habían internado, perdido o atascado. Ahora tendrá que recolectarlas, tendrá que aprender el oficio de fruticultor, pensé ciertamente dolido. Ay, he ahí el peligro: con sus jueguecitos, Hipaso amenazaba no sólo la forma de nuestro mundo sino la supervivencia de todos. ¿Cómo se podía acabar de ese modo y de un plumazo con la vida de ese apacible anciano a quien la edad no le permitiría comenzar de nuevo, olvidar lo aprendido y disponerse a ejercer una nueva profesión? ¿Qué podía sucederme a mí si Hipaso convertía a todos mis esclavos (y no digamos a todas mis esclavas) en fofos flotadores incapaces de servir las comidas (y de proveerme de satisfacciones en la cama)? El ulular que el viento producía al pasar por el agujero abierto en el cuerpo del ex pastor me trajo de regreso a la realidad inmediata. Dejando atrás al pobre hombre, me lancé campo a través tras Hipaso. Poco después divisaba una pequeña aldea donde pensé que encontraría algo de hospitalidad. Debía reponer fuerzas y, sobre todo, pensar. En la medida en que me acercaba, el ímpetu volvía a amainar. Sí, lo peor que podía hacer era precipitarme. El recuerdo del ulular del viento volvía a mí traducido de tanto repetirlo en la cabeza y pude comprender lo que decía: "miiiiiiiiiiiiiiiiiiiialmmm mmmaaaa mmmmiiiiiiallllmmm...", claro, el alma, que evidentemente había perdido.
Los agujeros en muros y calles ya no llamaron mi atención. Y no me parecieron suficiente razón para que allí no hubiese ni una sola persona. Sinceramente, temí por las vidas de los pobladores ya que no podía imaginar que los trucos de Hipaso pudieran hacer huir a la gente que hubiese vivido siempre allí y menos a sus animales. Entré en las casas abandonadas, encontré muebles inflados pegados a los techos, animales domésticos reducidos de tamaño por delante, en el medio o por detrás, sin el menor sentido de la estética, que se arrastraban pesadamente como mejor podían o emitían extraños silbidos por donde les era posible. Especial pena me dio un caballo blanco cuya cabeza agigantada apenas si se sostenía en el extremo de un cuerpo escuálido de delgadísimas patas. En una bocacalle me faltó el aire. Inspiré con fuerza, pero no logré introducir nada en mis pulmones. Presa del pánico retrocedí unos pasos y comprobé que allí todo volvía a la normalidad. Volví a intentarlo dos o tres de veces porque no me lo podía creer. ¡Asombroso!; Hipaso había dejado un agujero en el aire, ¡un agujero lleno de vacío! En ese momento, una nueva bocanada de coraje me llenó los pulmones. Alcé la vista al cielo con la intención de formular una plegaria, pero una nueva visión se superpuso volviéndome a dejar boquiabierto: allí, por encima de la aldea, planeando como una monstruosa ave de rapiña, estaba Hipaso rodeado por los aldeanos y aldeanas que muertos de miedo danzaban entrelazados más por temor que por exigencias de la coreografía.. "¡Hipaso!", le grité al reconocerlo, "¡Baja inmediatamente y deja que esa pobre gente que no te ha hecho nada vuelva a tierra!"
El muy bruto había vuelto a jugar vilmente con su propio cuerpo y con el de los habitantes del lugar. Parte del mismo estaba inflado del vacío de los animales y las cosas y lo mismo había hecho con las barrigas, las cabezas o los pechos de los otros, eso era lo que los mantenía en el aire. Él dirigía el baile de los cielos. Cuando alguno, incluso él mismo, subían demasiado, descargaba un poco de su vacío en una nube o en el propio aire, llenándolo de agujeros, maldita sea, invisibles e irrespirables, que quedaban diseminados por el cielo, perjudicando a los propios bailarines, a los pájaros que pasaban y hasta a los dioses sin ninguna duda. Si descendían más de lo deseado, pues hacía lo contrario: les inyectaba vacío que obtenía de las nubes sin preocuparse de que así provocaba peligrosas bolas de granizo que caían a tierra, grises o blancas, perforando lo que encontraran a su paso.
-¡Ay, Hipaso!- le grité- ¡Deja ya de hacer el loco y baja! ¡Vuelve a tu estado natural! ¡Deja en paz a todo el mundo!
-¡Oh!- me respondió sin hacer lo que le pedía, por supuesto- Esto es tan divertido... Aquí se puede bailar mucho mejor que en tierra firme. Y pasear, y pensar con más frescura. ¿Sabes?, creo que voy a alterar la armonía del mundo. Quizá sea más divertido con todo del revés. Quizá...
Se me escapó un gritito, tan débil que no sé si él lo alcanzó a oir. El coraje y la rabia pudieron más que mi prudencia.
-¡Me obligarás a declararte la guerra!
-¡La guerra, qué buena idea! ¡Eso sí que resultará divertido!- respondió-. ¡Será una guerra atómica!
Recurrir a Demócrito fue inútil. Era más científico que comerciante y me decepcionó. A él no le preocupaba lo más mínimo cómo se distribuirían los átomos y el vacío en el futuro: "En todo caso, será cuestión de adaptarse; de estudiar un mundo diferente." Ni siquiera se molestó por el robo de sus monedas. Al respecto, sólo dijo "¡Bah!"
En los años que siguieron, la situación se fue agravando. Hipaso se rodeó de discípulos, algunos de los cuales acabaron por desperdigarse por el mundo, vaciando unas cosas e insuflando otras, consiguiendo que muchas (algún que otro continente incluso) se hundieran para siempre en las profundidades del mar o de la tierra, mezclados sus átomos con los de los mismísimos infiernos, y permitiendo que otras desaparecieran en el infinito.
Al mismo tiempo mis huestes también se multiplicaron. Sí, nos costó aceptar a los bárbaros, a las gentes oscuras del sur y a los demasiado blancos del norte, con sus hoscos modales y su incapacidad para la lógica, pero eran buenos jinetes o buenos caminadores y no temían a la muerte ni a los agujeros. Tuvimos que admitirlos porque cada vez éramos menos. Incluso debimos liberar en cierto modo a los esclavos o al menos prometerles la libertad como premio a su arrojo, obviamente, todo hay que decirlo, cuando su acentuada surperchería y sus temores a perder el alma no fueron motivaciones suficientes para combatir a los diablos. Yo comprendí que el riesgo que corríamos era enorme, que de una forma o de otra podríamos perderlo todo, pero nada me parecía comparable al mundo que Hipaso nos auguraba; nada de nada o sólo la nada se podía comparar con el vacío.
De ese modo, conseguimos que muchas ciudades resistieran con heroísmo y que algunos adeptos a Hipaso pudieran ser apaleados hasta la muerte mientras dormían agotados, aunque a veces a costa de perder vacío, a ganar unos agujeros de más o simplemente a coger escandalosos vientres o jorobas. Pero aquellos fueron casos excepcionales. Lo más frecuente fue, por el contrario, que tras capturarlos y encerrarlos, escaparan sin dificultad, abriendo brechas en los muros más gruesos o ensanchando los grilletes. Intentar lapidarlos, sepultarlos bajo una lluvia de piedras (práctica habitual en algunas tierras del sur y que pronto asimilamos) o colgarlos por el cuello eran objetivos vanos. A su contacto, las piedras se hinchaban y emprendían vuelo, las cuerdas se deshilachaban o se convertían en holgados collares de esparto. Alguna vez, uno de los discípulos de Hipaso emergió gigantesco de la montaña de piedras mientras ésta se transformaba en un montículo de arena. Por el contrario, muchos de los nuestros no pudieron escapar de las esferas de vacío en las que acaban envueltos a la primera manifestación belicosa.
Cada vez fue más frecuente oír leyendas que sembraban el miedo y la desmoralización. Se llegó a hablar de semidioses que montaban nubes con extrañas formas y que sobre ellas pasaban rasantes sobre ejércitos enteros obligándolos a hincarse (aunque creo que quien tuvo esta visión se confundió al ver rezando a los moros.) Caballos voladores, lluvia de vapor sólido en bloques capaces de demoler casas enteras, hundimientos imprevistos de ciudades, mares que nacían de repente en valles en los que apenas si había ríos. Exiliados, cobardes y espías, locos que se habían perdido tras montañas y desfiladeros, náufragos afiebrados, esclavos arteros huidos de sus amos y de sus trágicos destinos, fueron extendiendo la leyenda de una supuesta subespecie griega capaz de desarmonizar el mundo. Y desde tierras que ni siquiera imaginábamos comenzaron a llegar embajadores de reyes fantásticos y aventureros capaces de ensombrecer a nuestro Ulises, conquistadores todos sin escrúpulos y mil matices idiosincrásicos, dispuestos a usar los medios que cada uno creía saber usar mejor. Los hubo incluso que intentaron ganarse para sus diversas causas y objetivos el apoyo de Hipaso y de sus discípulos. Les ofrecieron puestos de privilegio, poderes y dominios capaces de reproducir y multiplicar riquezas hasta más allá de todo límite, algo que creí que tentaría a Hipaso, puesto que su técnica sólo servía para apropiarse de lo ya existente. Se supo que uno de los enviados, un príncipe que se rodeaba de los fabulosos y temibles animales de su tierra, tuvo que atravesar diez reinos situados más allá de los mares para llegar hasta él, reinos que tuvo que someter o pulverizar a su paso y todo para recibir una tajante negativa. Ofendido, el príncipe enfureció y el evento acabó a la extemporánea manera de Hipaso, con una carcajada suya que resonó, nadie supo jamás cómo, en los mismísimos vientres de los tigres y los elefantes del séquito. Otros intentaron el uso de la fuerza y de mil diversas trampas para capturarlo… y acabaron siendo las primeras víctimas mortales, perforados indiscriminadamente o inchados hasta la explosión.
En fin, una pena, pensé cuando lo supe, porque no habría estado nada mal que todos ellos, con Hipaso a la cabeza, se hubiesen convertido en soldados de alguna causa lejana que, si acaso nos hubiese afectado, habríamos podido manejar mejor. Un imperio, una tiranía universal incluso, con la burocracia de rigor, nos habrían dado más juego; nos habrían permitido hallar algún sitio, algún lugarcito acomodado, algo de futuro para nosotros y para nuestros hijos. Pero cuando los menos consecuentes aceptaron militar en unos u otros ejércitos y las guerras tomaron un inevitable carácter diabólico, comprendí que ya nada evitaría que todo nuestro mundo antiguo, Grecia y el Peloponeso comprendidos, pasaran a la historia. Sinceramente, yo no podía entender cómo Zeus y los demás dioses del mundo no tomaban medidas para evitar el desastre. No comprendía cómo El no había reaccionado como el dios que era con aquella primera demostración de Hipaso en mi jardín, cuando mi entrañable banco de piedra se elevó por el aire insuflado de vacío. Siempre había creído que por menos que eso, Zeus había fulminado a Asclepio. Ahora, ante tanta desgracia incontenible, empezaba a considerar que todo lo referente a ello era un atajo de leyendas o, en todo caso, que a los dioses no le importábamos ni un átomo de esos que alguna vez decidieron unir y poner a rodar.
Sin duda, con tanto vacío en derredor, era normal que perdiéramos la fe y, por decirlo de algún modo, que nos fueramos haciendo cada vez más vaciístas. ¿Cómo, me decía de todos modos, con tantas cosas como las que han sucedido en nuestra Historia, no hubo ni siquiera un buen tirano que, justificándose en la causa más buena que le hubiesen sugerido sus filósofos, hubiese desterrado de por vida a Hipaso o, mejor por más seguro para todos, lo hubiese ahogado durante alguna travesía antes de que todo esto comenzara…?
Estaba en el rincón más devastado y triste de mi viejo jardín, sumido precisamente en estas reflexiones, cuando Hipaso se presentó de nuevo ante mí, después de tanto tiempo.
Estaba como siempre, el rostro iluminado, sonriente, los dedos normales, la túnica blanca impoluta como recién lavada. Parecía un ángel y su aspecto me llevó a pensar que la bondad había renacido o que por fin había incubado en él, hastiado de tanta destrucción improductiva. Pensé que había reflexionado. Pensé que venía dispuesto a acabar con sus insensatos juegos. Pero volví a equivocarme.
-Se va todo a la mierda, Hipaso- le dije suplicante.
-Habría sido mejor si hubiese dado con los átomos del tiempo…
Temblé.
-¿También está hecho de átomos y vacío?- balbucí sin poder de todos modos imaginar algo peor que lo que ya estaba ocurriendo en el presente.
-No lo sé, no los he encontrado, eso es todo… Pero no quiero perder más tiempo, he venido a despedirme- repuso él como si nada.
-¿Has hallado otro planeta? ¿Le devolverás al nuestro la armonía perdida antes de irte...?
No me dejó acabar. Posó un dedo sobre mis labios, lo que me horrorizó al imaginarme cómo me iba a dejar la cara, por lo que di un paso atrás, ofreciéndole mi brazo, sobre el que prefería una y mil veces que experimentara… y de repente descubrí que había perdido por completo el habla. Entonces, mientras negaba no sé qué con la cabeza, preso de una profunda apatía, musitó:
-Sólo hay átomos y vacío y cuando acabe mi obra, desde la A hasta la Z del mundo estarán en mi saliva y en mis heces y de una vez por todas se romperá el techo del cielo. Un día, quién sabe, puede que decida hacer algo nuevo con mis elementos, algún otro mundo, algún otro intento de imperio... pero por el momento, no pienso dejar ni siquiera una de mis sandalias al borde del abismo. Sin embargo, por haber sido alguna vez mi amigo, permitiré que los átomos y el vacío de tus ojos sean los últimos en hacerlos míos...
Y tras esas palabras comenzó sin más a hincharse, guardando, hasta donde lo pude apreciar, las proporciones de su propio cuerpo; es decir, agigantándose sin cesar. Como dijo, me permitió contemplar aquel proceso terrible con todo detalle gracias a que comenzó por absorber el Universo a partir de un pequeño círculo a nuestro alrededor. Campos, ríos, islas, mares, montañas, desiertos, ejércitos enteros en plena batalla, y hombres dando comienzo a su jornada, y mujeres de mil razas alumbrando, y niños jugando, y animales, y monstruos que jamás habíamos imaginado que podían existir, y luego las nubes, y después el cielo, con la luna y el sol y las estrellas... comenzaron a aproximarse a nosotros, mientras el terreno a nuestro alrededor encogía contrahecho. Por fin, llegó el turno de nuestra ciudad, las casas de mis vecinos, el templo, el teatro, el monte, el bosque, los árboles de mi finca, mis ánforas, mis columnas... El terreno y las cosas que se hallaban encima y abajo a pocos pasos comenzaban también a cercarme, convertido todo en polvo casi sin vacío , para conformar un pedestal bajo los pies de Hipaso y, aún, bajo los míos, que acabó por coincidir con nuestras propias sombras; un montículo negro como el más profundo de los agujeros.
Todo fue desapareciendo, el dolor, la alegría, las lágrimas, las risas, el frío, el calor y lo agridulce... y, unos instantes antes que yo, la pobre Zaida a la que ni siquiera atiné a sostener cuando comenzó a desaparecer horrorizada. Todo, mientras Hipaso crecía y crecía hasta superar la dimensión del mismísimo Atlas.
De repente, cesó todo bullicio y lo sin duda debía ser mi psique se debió aferrar a unos ojos que ya ni siquiera eran capaces de cerrarse ante el horror.
Hipaso cumplía. Mis ojos eran dos o tal vez un sólo átomo rodeados de un vacío que ya no pertenecía a mi cuerpo; un vacío sin sustentación, como tal vez habría dicho Demócrito. Quise imaginar lo que sucedería luego, cuando no me quedase ni eso, y pretendí hacerme una idea de lo que podría ser un… Imperio... como el que Hipaso tal vez decidiera levantar alguna vez, donde quizás todos mis átomos y mi vacío esperaba que volvieran, y no en condición de esclavos... Pero no tuve el tiempo suficiente. Mis último átomo estaba pasando a formar parte del gigantesco cuerpo de Hipaso: llegaba…
EL FIN
Nota: escrito en 2003)y publicado por primera vez en Visiones 2004 gracias a la selección realizada por Eduardo Vaquerizo, fue traducido al ruso y así presentado al certamen Kahn de Oro 2011 que se celebró en Sofía, donde resultó finalista.
Todo comenzó aquella tarde en que Hipaso perdió a los dados por enésima vez y tuvo que entregar hasta la túnica. No fue ni mucho menos el único en el mundo que lo perdiera todo, pero la mayoría que yo supiese consiguió reponerse y comenzar de nuevo. Y pensé que ese iba ser el camino que seguiría Hipaso al emplearse en casa de Demócrito, el tendero, con la misión de cuidar de sus telas y tapices, una necesidad del comerciante ya que debía ausentarse cada tanto para realizar sus suculentos resultados (un negocio ciertamente arriesgado para ser tan poco honroso). Pero pronto comprendí que Hipaso no había aprendido nada del error cometido y que seguía empeñado en negar que ya no era el aristócrata de antes. Como él mismo contaba a quien quisiera oirlo, despertaba tarde día tras día, tras continuas noches en vela, y se dormía en el trabajo sobre los tapices de su empleador cuando no soñaba despierto sin atender a lo que lo rodeaba o pretendía interrumpirlo, la psiquis ocupada todo el tiempo (no diría que en razón a la nostalgia sino más bien a la ansiedad que lo debía consumir por dentro) en un supuesto dilema: según él, había en la casa del tendero una misteriosa habitación tapiada, justo detrás de una pared que lindaba con el monte, donde sostenía que el comerciante guardaba sus más preciadas riquezas. Hipaso hablaba de ello toda vez que podía y donde se encontrase con alguno, como buscando una respuesta que lo liberara del delirio en el que por lo visto se iba hundiendo, aunque él decía que lo que él buscaba era la verdad del Universo. Yo era quien más seriamente lo escuchaba, ay, como el amigo más dilecto que tenía por entonces; el único que no se reía de él, como sus demás oyentes, cuando contaba que Demócrito debía tener una clave secreta o poderes mágicos para entrar allí y depositar el oro y las joyas que traía consigo a su regreso; algo que hasta el momento no había conseguido ver con sus propios ojos, como es obvio, aunque lo daba por seguro.
Yo no estaba dispuesto a festejar sus estupideces ni podía considerar loables sus locuras. E inevitablemente, se me hizo presente la historia que me contó Zaida, mi esclava persa, la de los posos de té; historia de la época en que ella le había pertenecido hasta que Hipaso me la vendió a un precio de remate, una de las tantas veces en que optó por continuar jugando pese a que la suerte le estaba siendo adversa. ¿Es cierto eso?, recuerdo que exclamé. ¡Sí, mi amo!, afirmó ella, Yo comprendí lo que decía porque en mi vida anterior fui una princesa… y no sería yo la que instigara una rebelión antiesclavista… ¡ni mucho menos! O sea que mi amig… ¡ese tarado!, había reunido una vez a sus mismísimos utensilios parlantes (a los que, recordé también, llamaba hombres y mujeres en un ostensible insulto a sus propios compatriotas) había llegado a la temeraria insentatez de insitarlos a que se rebelaran de una buena vez contra su propia idiosincrasia?! Eso no se puede hacer... ni borracho, como se suele decir. Tuvo suerte que ni nuestros comunes amigos esclavistas ni tampoco sus esclavos, hubiesen sido capaces de comprender lo que dijera y en cualquier caso tomarse aquello en serio… Una suerte que, ahora, obviamente lamento… siempre y cuando no se hubiese propagado como reguero de pólvora d lase haber sido cosas de ese otro modo.
En fin, sirva o no para algo a estas alturas, quiero dejar constancia en mi descargo de que yo, desde un principio, puse en duda la cordura de Hipaso. Me lo dictó mi natural prevención antes incluso de que me refiriera aquello Zaida. Por eso no me resultó nada sorprendente que un día me abordara con aquella pregunta críptica cuyo propósito no parecía decifrable: "¿Sabes cuántas riquezas se guardan en el mundo de mil costosas maneras?" Ni que añadiera muy ufano, cambiando a todas luces de tema aunque como si no fuese así: "¡Oh, amigo mío, no te puedes hacer una idea de la satisfacción que me produce ver cómo cada noche que pasa comprendo mejor a mi maestro de filosofía!" Ni, tampoco, que, al preguntarle a mi turno a quién se refería... me diese el nombre del tendero, de su empleador, el de las telas, el comerciante.
Ante aquellas incongruencias evidentes, ¿cómo no concluir que estaba loco? Sin duda la bancarrota lo había desquiciado, lo que no contradecía sino reafirmaba mi tesis de que la demencia que sufría no era repentina sino que había estado mucho tiempo latente, aletargada, hasta que había despertado. ¿Quién que no predispuesto a la locura se pondría a estudiar filosofía cuando lo principal era la supervivencia básica? ¡Si todavía fuese enseñarla…! Se lo decía, claro que se lo decía, pero fue completamente inútil. Peor aún, cuando lo hacía, él comenzaba a hablarme de... de monedas de oro y de piedras preciosas, rojas y azules y de muchos más colores y de que muchas habían pertenecido a un tal Alibabá o algo parecido, un amigo oriental del tendero, dije yo. E interrumpiéndose cuando intentaba obtener alguna precisión al respecto, me miraba fijamente, me sacudía asiéndome por las ropas y exclamaba: "¡No lo entiendes: eso no es lo más importante; lo que importa es que sólo haya átomos y vacío!" Estaba loco fuese como fuese, no cabía duda alguna.
Y lo largo de los días que siguieron lo hallé cada vez peor, cada vez menos digno de todo tipo de crédito, insistiendo una y otra vez que sería el saber (¡y no el trabajo!) lo que le devolvería las riquezas perdidas.
Ahora lamento mi egoísmo y mi desdén; lamento, sí, haber optado por tomar distancias ante el temor, incuestionablemente lógico y razonablemente fundado de que, cuando al cabo de la línea perdiera su trabajo, cuando por fin fuese incapaz de obtener siquiera unas monedas con las que poder invitar a los amigos, a esos que le festejaban sus penosas ocurrencias, acudiría a mí para pedirme cobijo, techo, comida, tiempo y atención… Esa perspectiva, lógica y razonablemente, me aterraba. ¡Oh, debí pensar en consecuencias más peligrosas y actuar de un modo bastante más drástico!
Recuerdo todavía aquella tarde en que yo salía satisfecho del teatro, donde me había entretenido con una buena comedia, para encontrarmelo allí de sopetón, aunque por suerte de espaldas, de pie junto al muro exterior, hurgando entre las piedras y escarbando en la argamasa. Mi reacción inmediata fue la de cambiar de rumbo y alejarme antes de que me descubriese, pero, al verlo tan absorto, volví sobre mis pasos para pasar junto a él y observar por encima de su hombro qué lo podía estar entreteniendo tanto. Así pude comprobar que jugueteaba con la piedra pasando con delicadeza las yemas de los dedos sobre los enormes bloques, quizá imaginando, qué si no, que aquella era una gigantesca gema o parte del fantástico muro de oro de Alibabá; creyendo, vaya uno a saber, que el muro entero era un tesoro o dibujando una puerta imaginaria por la que pensaría pasar del otro lado. ¡Yo mismo estuve a punto de dejarme contagiar por esas ilusiones demoníacas! Pero supe reaccionar y acabé por alejarme corriendo.
Vino a verme al cabo de unos días, temprano por la mañana aunque con cara de no haber dormido nada. ¡Zas, me dije, lo que me estaba temiendo! Y ya estaba yo elaborando mi discurso; ese de que yo no puedo hacer nada, de que si no has sabido ayudarte a tí mismo cómo piensas que... y de que era evidente que lo tuyo era un caso perdido... cuando, sin que yo llegara a decir nada, comenzó a abrir ante mis ojos unas manos temblorosas mientras no dejaba de jadear. El sol me daba en la cara y no supe inicialmente determinar qué producía esos brillos hipnóticos que salían de sus palmas extendidas, por lo que me acerqué más aún sin resistencia. ¿Monedas de oro? “¡Es increíble!”, exclamé, "¡De modo que el hombre ha sido bueno contigo a pesar de tu comportamiento y te ha dado esas monedas para que lo dejaras tranquilo!" "¿Qué…?", repuso él como quien no pudiese entenderlo, "¡Estas monedas son el primer resultado de los poderes que adquirí estudiando! ¡He superado a mi maestro y he sido yo quien lo ha dejado! Deja que te lo explique todo…"
Nuevamente intenté evadirme, olvidarme de él, ignorarlo. Me daba igual que le hubiera robado al pobre comerciante, que fuera rico incluso y que huyera hacia las tierras bárbaras con su ridículo tesoro. Lo que no podía admitir es que me involucrara. Me volví hacia mi casa con un ademán más que explícito. Pero él dio un salto y se interpuso. Pero eso no fue lo peor ni lo que me obligó a escucharlo. Lo peor fue que pudiese demostrarme que no estaba loco, al menos en el sentido que yo había considerado, y que tampoco mentía, que no fabulaba ni engañaba. Lo grave fue que pudiera enseñarme en un pis pas que había aprendido a hacer cosas que habrían dejado maravillados a muchos… menos a mí, porque a mí sólo me produjeron repugnancia. Pero lo verdaderamente improcedente fue mi propia conducta y rendición momentánea, la parálisis, la curiosidad paralizante que permitió que se fuese sin más en lugar de detenerlo de inmediato, de cualquier modo que fuera. Porque poco después sería demasiado tarde.
Hipaso comenzó por el principio, por el día de la última apuesta fallida, un día clave para él porque fue en el que conoció a Demócrito, el de las telas. Resultó que él también era un tipo raro, pero Hipaso, como él mismo reconoció, ya no tenía nada que perder. Sí, dijo, el comerciante le propuso que cuidara de sus mercancías, pero no era eso lo que más le interesaba sino contar con un buen discípulo, a quien poder educar, dado que nadie le hacía mucho caso. El tal Demócrito, continuó Hipaso, postulaba que el mundo era muy simple a pesar de las apariencias, de las múltiples formas, y de los muchos puntos de vista. Según él, continuó contando Hipaso, el mundo se componía sólo de átomos y de vacío. "Recuerdo el día en que me lo dijiste", lo interrumpí demostrándole un interés del que yo mismo me estaba sorprendiendo a lo que replicó: "Pero yo no me quedé en el postulado y decidí seguir investigando, prestando atención práctica… espiando…"
Mientras él detallaba los pormenores de sus pasos, yo me senté a observarlo y por momentos no pude evitar dejarme llevar por mis propias reflexiones. En nada me parecía extraño que un comerciante pensara de aquel modo. Era muy propio de alguien acostumbrado a traficar con cualquier cosa de igual modo, a cambiar un objeto por otro fueran los que fuesen sus respectivos aspectos, sus pesos o sus estados, mientras una de ellas le resultara útil o atractiva a alguno y la otra fuese objeto de futuro cambio. ¡Incluso siendo alguna de ellas o las dos etereas o efímeras, reales o imaginarias…! Sofismas, me dije, que sólo pueden conducir al igualitarismo y a la confusión; ay, entonces no llegué a imaginar hasta qué punto.
"Lo dulce es dulce, lo amargo es amargo...", escuché de repente. No, en aquel momento no creí que mis juicios anticipasen los hechos que tendrían lugar al poco tiempo y que nadie habría podido adivinar. Entonces la narración volvió a captar mi atención porque en ese instante Hipaso concluía: "...pero en definitiva sólo hay átomos y vacío. Y eso sólo podía significar una cosa, que ese vacío se puede desplazar, quitar de un sitio y añadir a otro. ¿No te parece, amigo mío? Y eso es lo que por fin he aprendido a hacer."
Lo miré desconcertado. Y no pude evitar preguntarle cómo.
"¿No es el propio cuerpo lo más próximo al deseo y a la voluntad? ¿No obedece a nuestra mente cuando ésta quiere llegar a alguna parte y así se pone en pie, se pone en marcha, inventa un carro, pone delante uno o más caballos, los fustiga con un látigo...? Pues, funciona, te lo puedo asegurar." Y expuso su sistema que, gráficamente, consistía en apoyar los dedos de una mano (¿por qué no los de un pie, por qué no la nariz con igual eficacia?) formando un haz sobre, por ejemplo, la pared de un habitáculo hermético, aplicar a continuación la voluntad sobre los átomos de los propios dedos e irlos separándo luego, mientras comenzaban a hincharse, esto es, a llenarse con el vacío que constituía, armoniosamente hasta ese instante, el material del muro. La hinchazón, a medida que aumentaba, me explicó con esmero, aceleraba poco a poco el proceso. Hasta que por fin, en la pared se terminaba produciendo una abertura todo lo grande que su voluntad quisiera. Un agujero por el cual podía introducirse un hombre entero para volver a salir con todo lo que uno pudiera cargar consigo, como las monedas de oro con las que momentos antes había llamado mi atención. Atomos y vacío, repitió sin lugar para el remordimiento.
Tuve que rendirme a la evidencia, porque lo vieron mis ojos. Eligió el tronco de uno de mis árboles, obviamente de madera como el arca de Demócrito, y pidió mi autorización, que obtuvo: ¿qué otra cosa pude hacer, negarme, volver la cabeza, continuar ignorando lo peligroso que era? ¡Oh, fue tan desagradable ver cómo los dedos que apoyaba en el árbol se le hincharon hasta tomar la forma de cinco enormes berenjenas mientras el tronco se arrugaba como una pasa o como un extraño envoltorio de papel en cuyo interior actuaran invisibles fuerzas centrípetas! Pero no todo acabó allí, porque enseguida, interrumpiéndose en un punto cualquiera, separó los dedos del pobre y retorcido vegetal para posarlos en uno de mis hermosos bancos de piedra, el cual comenzó a inflarse de repente mientras sus dedos volvían paulatinamente a la normalidad, a inflarse hasta tal punto que al cabo de un momento comenzó a elevarse. ¡Había descargado en el interior de la piedra el vacío que había tomado del tronco! ¡Había convertido mi banco de piedra en una especie de pájaro o de cometa, e hizo... hizo que se perdiera en el cielo! Por un instante creí que las piernas no me podrían seguir sosteniendo, y hasta imaginé que parte de su vacío interior era succionado por mi diabólico ex amigo. La idea me sublevó y sin poder evitarlo le grité desaforado, sintiendo por momentos que me faltaba el aliento: "¡Vete, desaparece de mi vista! ¡La... ladrón, ladrón miserable!" Pero por lo visto mis palabras no sirvieron para amedrentarlo y esbozando la sonrisa más burlona que yo haya visto nunca, retrocedió unos pasos. "¡Maldito!", pensé mordiéndome los labios, "¡Ya tendrás noticias de Zeus cuando El vea mi banco atravesar sus nubes!" "¡Sólo hay átomos y vacío!", dijo nuevamente, como si me estuviese replicando, para darme luego la espalda y abandonar mi casa con brincos de sileno, primero sobre un pie y luego sobre el otro, a veces apoyando las manos en las paredes como si fueran simples patas delanteras, soltando carcajadas que a cualquiera habrían inspirado lástima, menos a mí, que ya había comenzado a odiarlo.
¿Sólo átomos y vacío? El vacío lo tenía yo instalado dentro. Porque aquello bien pudo quedar en una demostración graciosa, en un acto que habría que repetir en público, bajo la carpa de un circo (ambulante incluso, que es algo que aún no se ha intentado en estas tierras y que podría ser bienvenido y provechoso). Pero no fue así, y yo fui el primero en ver que aquello escondía una amenaza.
Por eso no me quedé allí, viendo cómo se alejaba, escuchando su risa hasta que se apagó a lo lejos, intentando olvidarme nuevamente de él y de su locura. No, esta vez no; y sin pensármelo otra vez me lancé a seguirlo como un tonto, trotando tras sus brincos. Y subí y bajé, bajé y subí con él mientras perdía la noción del tiempo y de la distancia recorrida hasta que de pronto me encontré en las afueras, en pleno monte, donde de repente lo perdí de vista. El sol caía a pico desde lo alto y me dirigí hacia un bosque cercano guiado por la intuición. Allí la luz del sol, que se filtraba por entre las ramas, aumentó el carácter mágico de las circunstancias y comencé a tener miedo.
Al rato me topé con pistas de Hipaso, señales inequívocas de que por allí había pasado. Las primeras fueron de por sí dudosas, tal vez meros nidos en los troncos, guaridas de pequeños animalejos del bosque, madrigueras en la tierra, agujeros en donde los árboles habían lucído esos nudos que los embellecían, como si estos se hubiesen desprendido o se hubieran licuado. Pero Pero más allá, del otro lado del bosque, pude confirmar que había seguido la dirección correcta. Se abría ante mí un prado y a lo lejos venía hacia mí una curiosa manada de ovejas. No venían corriendo, moviendo con celeridad sus cortas patas, sino más bien rodando, algunas incluso rebotando contra el suelo, gordas a más no poder y sin embargo ligeras como plumas, obviamente semivacías por dentro, fácilmente empujadas por el viento. Entonces también vi que se acercaba un hombre. Caminaba con lentitud, tambaleándose, débil como si hubiese sufrido hasta ese mismo momento un largo ayuno. No era Hipaso, a quien deseaba y no deseaba encontrarme de nuevo; ya no estaba seguro. El hombre tenía la mirada perdida y un agujero lo atravesaba de lado a lado.
-¿Buscas a tu rebaño, verdad?- dije adivinando que sería el pastor.
Sus ojos parecieron buscar el origen de mi voz en algún lugar distinto de aquel en el que me hallaba, justo delante de él por cierto. Dirigía la vista sin ton ni son hacia arriba y abajo, a uno y otro lado, mientras la cabeza se inclinaba como si pesase más de la cuenta y él ya no la pudiese sostener. No entendí si negaba o afirmaba, pero yo, gentilmente, le señalé el bosque y las copas de los árboles donde sus animales se habían internado, perdido o atascado. Ahora tendrá que recolectarlas, tendrá que aprender el oficio de fruticultor, pensé ciertamente dolido. Ay, he ahí el peligro: con sus jueguecitos, Hipaso amenazaba no sólo la forma de nuestro mundo sino la supervivencia de todos. ¿Cómo se podía acabar de ese modo y de un plumazo con la vida de ese apacible anciano a quien la edad no le permitiría comenzar de nuevo, olvidar lo aprendido y disponerse a ejercer una nueva profesión? ¿Qué podía sucederme a mí si Hipaso convertía a todos mis esclavos (y no digamos a todas mis esclavas) en fofos flotadores incapaces de servir las comidas (y de proveerme de satisfacciones en la cama)? El ulular que el viento producía al pasar por el agujero abierto en el cuerpo del ex pastor me trajo de regreso a la realidad inmediata. Dejando atrás al pobre hombre, me lancé campo a través tras Hipaso. Poco después divisaba una pequeña aldea donde pensé que encontraría algo de hospitalidad. Debía reponer fuerzas y, sobre todo, pensar. En la medida en que me acercaba, el ímpetu volvía a amainar. Sí, lo peor que podía hacer era precipitarme. El recuerdo del ulular del viento volvía a mí traducido de tanto repetirlo en la cabeza y pude comprender lo que decía: "miiiiiiiiiiiiiiiiiiiialmmm mmmaaaa mmmmiiiiiiallllmmm...", claro, el alma, que evidentemente había perdido.
Los agujeros en muros y calles ya no llamaron mi atención. Y no me parecieron suficiente razón para que allí no hubiese ni una sola persona. Sinceramente, temí por las vidas de los pobladores ya que no podía imaginar que los trucos de Hipaso pudieran hacer huir a la gente que hubiese vivido siempre allí y menos a sus animales. Entré en las casas abandonadas, encontré muebles inflados pegados a los techos, animales domésticos reducidos de tamaño por delante, en el medio o por detrás, sin el menor sentido de la estética, que se arrastraban pesadamente como mejor podían o emitían extraños silbidos por donde les era posible. Especial pena me dio un caballo blanco cuya cabeza agigantada apenas si se sostenía en el extremo de un cuerpo escuálido de delgadísimas patas. En una bocacalle me faltó el aire. Inspiré con fuerza, pero no logré introducir nada en mis pulmones. Presa del pánico retrocedí unos pasos y comprobé que allí todo volvía a la normalidad. Volví a intentarlo dos o tres de veces porque no me lo podía creer. ¡Asombroso!; Hipaso había dejado un agujero en el aire, ¡un agujero lleno de vacío! En ese momento, una nueva bocanada de coraje me llenó los pulmones. Alcé la vista al cielo con la intención de formular una plegaria, pero una nueva visión se superpuso volviéndome a dejar boquiabierto: allí, por encima de la aldea, planeando como una monstruosa ave de rapiña, estaba Hipaso rodeado por los aldeanos y aldeanas que muertos de miedo danzaban entrelazados más por temor que por exigencias de la coreografía.. "¡Hipaso!", le grité al reconocerlo, "¡Baja inmediatamente y deja que esa pobre gente que no te ha hecho nada vuelva a tierra!"
El muy bruto había vuelto a jugar vilmente con su propio cuerpo y con el de los habitantes del lugar. Parte del mismo estaba inflado del vacío de los animales y las cosas y lo mismo había hecho con las barrigas, las cabezas o los pechos de los otros, eso era lo que los mantenía en el aire. Él dirigía el baile de los cielos. Cuando alguno, incluso él mismo, subían demasiado, descargaba un poco de su vacío en una nube o en el propio aire, llenándolo de agujeros, maldita sea, invisibles e irrespirables, que quedaban diseminados por el cielo, perjudicando a los propios bailarines, a los pájaros que pasaban y hasta a los dioses sin ninguna duda. Si descendían más de lo deseado, pues hacía lo contrario: les inyectaba vacío que obtenía de las nubes sin preocuparse de que así provocaba peligrosas bolas de granizo que caían a tierra, grises o blancas, perforando lo que encontraran a su paso.
-¡Ay, Hipaso!- le grité- ¡Deja ya de hacer el loco y baja! ¡Vuelve a tu estado natural! ¡Deja en paz a todo el mundo!
-¡Oh!- me respondió sin hacer lo que le pedía, por supuesto- Esto es tan divertido... Aquí se puede bailar mucho mejor que en tierra firme. Y pasear, y pensar con más frescura. ¿Sabes?, creo que voy a alterar la armonía del mundo. Quizá sea más divertido con todo del revés. Quizá...
Se me escapó un gritito, tan débil que no sé si él lo alcanzó a oir. El coraje y la rabia pudieron más que mi prudencia.
-¡Me obligarás a declararte la guerra!
-¡La guerra, qué buena idea! ¡Eso sí que resultará divertido!- respondió-. ¡Será una guerra atómica!
Recurrir a Demócrito fue inútil. Era más científico que comerciante y me decepcionó. A él no le preocupaba lo más mínimo cómo se distribuirían los átomos y el vacío en el futuro: "En todo caso, será cuestión de adaptarse; de estudiar un mundo diferente." Ni siquiera se molestó por el robo de sus monedas. Al respecto, sólo dijo "¡Bah!"
En los años que siguieron, la situación se fue agravando. Hipaso se rodeó de discípulos, algunos de los cuales acabaron por desperdigarse por el mundo, vaciando unas cosas e insuflando otras, consiguiendo que muchas (algún que otro continente incluso) se hundieran para siempre en las profundidades del mar o de la tierra, mezclados sus átomos con los de los mismísimos infiernos, y permitiendo que otras desaparecieran en el infinito.
Al mismo tiempo mis huestes también se multiplicaron. Sí, nos costó aceptar a los bárbaros, a las gentes oscuras del sur y a los demasiado blancos del norte, con sus hoscos modales y su incapacidad para la lógica, pero eran buenos jinetes o buenos caminadores y no temían a la muerte ni a los agujeros. Tuvimos que admitirlos porque cada vez éramos menos. Incluso debimos liberar en cierto modo a los esclavos o al menos prometerles la libertad como premio a su arrojo, obviamente, todo hay que decirlo, cuando su acentuada surperchería y sus temores a perder el alma no fueron motivaciones suficientes para combatir a los diablos. Yo comprendí que el riesgo que corríamos era enorme, que de una forma o de otra podríamos perderlo todo, pero nada me parecía comparable al mundo que Hipaso nos auguraba; nada de nada o sólo la nada se podía comparar con el vacío.
De ese modo, conseguimos que muchas ciudades resistieran con heroísmo y que algunos adeptos a Hipaso pudieran ser apaleados hasta la muerte mientras dormían agotados, aunque a veces a costa de perder vacío, a ganar unos agujeros de más o simplemente a coger escandalosos vientres o jorobas. Pero aquellos fueron casos excepcionales. Lo más frecuente fue, por el contrario, que tras capturarlos y encerrarlos, escaparan sin dificultad, abriendo brechas en los muros más gruesos o ensanchando los grilletes. Intentar lapidarlos, sepultarlos bajo una lluvia de piedras (práctica habitual en algunas tierras del sur y que pronto asimilamos) o colgarlos por el cuello eran objetivos vanos. A su contacto, las piedras se hinchaban y emprendían vuelo, las cuerdas se deshilachaban o se convertían en holgados collares de esparto. Alguna vez, uno de los discípulos de Hipaso emergió gigantesco de la montaña de piedras mientras ésta se transformaba en un montículo de arena. Por el contrario, muchos de los nuestros no pudieron escapar de las esferas de vacío en las que acaban envueltos a la primera manifestación belicosa.
Cada vez fue más frecuente oír leyendas que sembraban el miedo y la desmoralización. Se llegó a hablar de semidioses que montaban nubes con extrañas formas y que sobre ellas pasaban rasantes sobre ejércitos enteros obligándolos a hincarse (aunque creo que quien tuvo esta visión se confundió al ver rezando a los moros.) Caballos voladores, lluvia de vapor sólido en bloques capaces de demoler casas enteras, hundimientos imprevistos de ciudades, mares que nacían de repente en valles en los que apenas si había ríos. Exiliados, cobardes y espías, locos que se habían perdido tras montañas y desfiladeros, náufragos afiebrados, esclavos arteros huidos de sus amos y de sus trágicos destinos, fueron extendiendo la leyenda de una supuesta subespecie griega capaz de desarmonizar el mundo. Y desde tierras que ni siquiera imaginábamos comenzaron a llegar embajadores de reyes fantásticos y aventureros capaces de ensombrecer a nuestro Ulises, conquistadores todos sin escrúpulos y mil matices idiosincrásicos, dispuestos a usar los medios que cada uno creía saber usar mejor. Los hubo incluso que intentaron ganarse para sus diversas causas y objetivos el apoyo de Hipaso y de sus discípulos. Les ofrecieron puestos de privilegio, poderes y dominios capaces de reproducir y multiplicar riquezas hasta más allá de todo límite, algo que creí que tentaría a Hipaso, puesto que su técnica sólo servía para apropiarse de lo ya existente. Se supo que uno de los enviados, un príncipe que se rodeaba de los fabulosos y temibles animales de su tierra, tuvo que atravesar diez reinos situados más allá de los mares para llegar hasta él, reinos que tuvo que someter o pulverizar a su paso y todo para recibir una tajante negativa. Ofendido, el príncipe enfureció y el evento acabó a la extemporánea manera de Hipaso, con una carcajada suya que resonó, nadie supo jamás cómo, en los mismísimos vientres de los tigres y los elefantes del séquito. Otros intentaron el uso de la fuerza y de mil diversas trampas para capturarlo… y acabaron siendo las primeras víctimas mortales, perforados indiscriminadamente o inchados hasta la explosión.
En fin, una pena, pensé cuando lo supe, porque no habría estado nada mal que todos ellos, con Hipaso a la cabeza, se hubiesen convertido en soldados de alguna causa lejana que, si acaso nos hubiese afectado, habríamos podido manejar mejor. Un imperio, una tiranía universal incluso, con la burocracia de rigor, nos habrían dado más juego; nos habrían permitido hallar algún sitio, algún lugarcito acomodado, algo de futuro para nosotros y para nuestros hijos. Pero cuando los menos consecuentes aceptaron militar en unos u otros ejércitos y las guerras tomaron un inevitable carácter diabólico, comprendí que ya nada evitaría que todo nuestro mundo antiguo, Grecia y el Peloponeso comprendidos, pasaran a la historia. Sinceramente, yo no podía entender cómo Zeus y los demás dioses del mundo no tomaban medidas para evitar el desastre. No comprendía cómo El no había reaccionado como el dios que era con aquella primera demostración de Hipaso en mi jardín, cuando mi entrañable banco de piedra se elevó por el aire insuflado de vacío. Siempre había creído que por menos que eso, Zeus había fulminado a Asclepio. Ahora, ante tanta desgracia incontenible, empezaba a considerar que todo lo referente a ello era un atajo de leyendas o, en todo caso, que a los dioses no le importábamos ni un átomo de esos que alguna vez decidieron unir y poner a rodar.
Sin duda, con tanto vacío en derredor, era normal que perdiéramos la fe y, por decirlo de algún modo, que nos fueramos haciendo cada vez más vaciístas. ¿Cómo, me decía de todos modos, con tantas cosas como las que han sucedido en nuestra Historia, no hubo ni siquiera un buen tirano que, justificándose en la causa más buena que le hubiesen sugerido sus filósofos, hubiese desterrado de por vida a Hipaso o, mejor por más seguro para todos, lo hubiese ahogado durante alguna travesía antes de que todo esto comenzara…?
Estaba en el rincón más devastado y triste de mi viejo jardín, sumido precisamente en estas reflexiones, cuando Hipaso se presentó de nuevo ante mí, después de tanto tiempo.
Estaba como siempre, el rostro iluminado, sonriente, los dedos normales, la túnica blanca impoluta como recién lavada. Parecía un ángel y su aspecto me llevó a pensar que la bondad había renacido o que por fin había incubado en él, hastiado de tanta destrucción improductiva. Pensé que había reflexionado. Pensé que venía dispuesto a acabar con sus insensatos juegos. Pero volví a equivocarme.
-Se va todo a la mierda, Hipaso- le dije suplicante.
-Habría sido mejor si hubiese dado con los átomos del tiempo…
Temblé.
-¿También está hecho de átomos y vacío?- balbucí sin poder de todos modos imaginar algo peor que lo que ya estaba ocurriendo en el presente.
-No lo sé, no los he encontrado, eso es todo… Pero no quiero perder más tiempo, he venido a despedirme- repuso él como si nada.
-¿Has hallado otro planeta? ¿Le devolverás al nuestro la armonía perdida antes de irte...?
No me dejó acabar. Posó un dedo sobre mis labios, lo que me horrorizó al imaginarme cómo me iba a dejar la cara, por lo que di un paso atrás, ofreciéndole mi brazo, sobre el que prefería una y mil veces que experimentara… y de repente descubrí que había perdido por completo el habla. Entonces, mientras negaba no sé qué con la cabeza, preso de una profunda apatía, musitó:
-Sólo hay átomos y vacío y cuando acabe mi obra, desde la A hasta la Z del mundo estarán en mi saliva y en mis heces y de una vez por todas se romperá el techo del cielo. Un día, quién sabe, puede que decida hacer algo nuevo con mis elementos, algún otro mundo, algún otro intento de imperio... pero por el momento, no pienso dejar ni siquiera una de mis sandalias al borde del abismo. Sin embargo, por haber sido alguna vez mi amigo, permitiré que los átomos y el vacío de tus ojos sean los últimos en hacerlos míos...
Y tras esas palabras comenzó sin más a hincharse, guardando, hasta donde lo pude apreciar, las proporciones de su propio cuerpo; es decir, agigantándose sin cesar. Como dijo, me permitió contemplar aquel proceso terrible con todo detalle gracias a que comenzó por absorber el Universo a partir de un pequeño círculo a nuestro alrededor. Campos, ríos, islas, mares, montañas, desiertos, ejércitos enteros en plena batalla, y hombres dando comienzo a su jornada, y mujeres de mil razas alumbrando, y niños jugando, y animales, y monstruos que jamás habíamos imaginado que podían existir, y luego las nubes, y después el cielo, con la luna y el sol y las estrellas... comenzaron a aproximarse a nosotros, mientras el terreno a nuestro alrededor encogía contrahecho. Por fin, llegó el turno de nuestra ciudad, las casas de mis vecinos, el templo, el teatro, el monte, el bosque, los árboles de mi finca, mis ánforas, mis columnas... El terreno y las cosas que se hallaban encima y abajo a pocos pasos comenzaban también a cercarme, convertido todo en polvo casi sin vacío , para conformar un pedestal bajo los pies de Hipaso y, aún, bajo los míos, que acabó por coincidir con nuestras propias sombras; un montículo negro como el más profundo de los agujeros.
Todo fue desapareciendo, el dolor, la alegría, las lágrimas, las risas, el frío, el calor y lo agridulce... y, unos instantes antes que yo, la pobre Zaida a la que ni siquiera atiné a sostener cuando comenzó a desaparecer horrorizada. Todo, mientras Hipaso crecía y crecía hasta superar la dimensión del mismísimo Atlas.
De repente, cesó todo bullicio y lo sin duda debía ser mi psique se debió aferrar a unos ojos que ya ni siquiera eran capaces de cerrarse ante el horror.
Hipaso cumplía. Mis ojos eran dos o tal vez un sólo átomo rodeados de un vacío que ya no pertenecía a mi cuerpo; un vacío sin sustentación, como tal vez habría dicho Demócrito. Quise imaginar lo que sucedería luego, cuando no me quedase ni eso, y pretendí hacerme una idea de lo que podría ser un… Imperio... como el que Hipaso tal vez decidiera levantar alguna vez, donde quizás todos mis átomos y mi vacío esperaba que volvieran, y no en condición de esclavos... Pero no tuve el tiempo suficiente. Mis último átomo estaba pasando a formar parte del gigantesco cuerpo de Hipaso: llegaba…
EL FIN
Nota: escrito en 2003)y publicado por primera vez en Visiones 2004 gracias a la selección realizada por Eduardo Vaquerizo, fue traducido al ruso y así presentado al certamen Kahn de Oro 2011 que se celebró en Sofía, donde resultó finalista.
sábado, 8 de marzo de 2008
Reflexiones para un largo día hacia la noche
Desde el asesinato de ayer en adelante, ha quedado clarísimo para mí que ETA no ha conseguido cambiar prácticamente nada. Por supuesto me refiero al fondo de las cosas, incluso a partir del primer plano que bulle bajo la superficie.
En otras palabras, que todo me permite afirmar que lo único que a fin de cuentas ha cambiado es... la escenografía, el paisaje que el crimen de "bajo coste" cambió para que la misma tragicomedia simplemente continuará con escenas apenas influidas por el hecho.
En ese sentido, no se puede decir sino que ha sido una muerte extremadamente inútil. Aunque, claro, eso en el caso de que hubiese sido el objetivo de alguien que significase mucho más... Como seguramente habré provocado desconcierto, entraré en los detalles que entiendo arrojan luz, para lo cual aprovecharé un texto que ayer dejara en otro sitio con algunas actualizaciones y añadidos pero con la misma perspectiva y pronóstico.
Empezaba y empiezo por situar el asesinato en sí mismo señalando algo que ha sido visto por otros aunque con una óptica e intencionalidad diferente: su bajo coste operativo, algo que yo creo que tiene significación, aunque no en el sentido de que ETA no deseaba hacer una demostración de envergadura. Todo lo contrario, lo buscaba. Sin embargo, ¿para qué gastar más cuando el propio marco en el que se realizaría le daría, como se ha visto, la envergadura que los terroristas pretendían?
Y eso, sin lugar a duda, lo han conseguido. Lo han conseguido a cambio de una pobre vida inocente muy fácil de aniquilar. Una vida que, sin embargo, era culpable, aunque no de la más mínima afrenta a los asesinos, claro, sino de militar en el engaño y en el autoengaño, por lo cual ha sido víctima en realidad de quienes lo convencieron de que no corría peligro, de que militaba en el partido que aseguraba la paz. NO de haber hecho daño o afectado a la organización que lo condenó a muerte como se condena a un chivo o al cordero que se ofrendaba a los dioses. NO, sino de un culpable menor de una militancia política organizada que respondiendo a una estrategia de derribo y acorralamiento de la oposición (es decir, de derribo de la poca democracia formal que representa el bipartidismo, ¡vaya plena democracia!) se creyó la promesa de su líder de que estaría a salvo gracias a una negociación rastrera y esotérica que sentía menos que cero por la vida de los ciudadanos que decía representar (a los demás ya les manifestaba su odio de grupo que sigue en pie de guerra más allá de las palabras), no sólo hasta el límite de su existencia propiamente dicha, como se ha demostrado durante "el proceso" con la suya 6 veces), sino en todos los aspectos de la vida, como se estaba poniendo al descubierto con la crisis económica o la sequía, los desbordes de la inmigración, los resultados de la política exterior de pacotilla, también rastrera, también llena de concesiones a las peores formas de la esclavitud y el desconcierto antidemocrático más elemental. Un culpable de indolencia y adocenamiento que sin imaginarse que estaba siendo preparado para martir potencial acabó sirviendo también de esa manera, como mártir, por designio de ETA y para uso de ZP (la elección fue en ese sentido certera: cómo dejar un mártir al PP en estas circunstancias, en todo caso, mejor a los otros... al amigo de regímenes como el cubano o el bolivariano, como el de Siria o el de Irán... Un "líder" que, como bien observó alguien en su blog (no lo recuerdo ahora) abandona de inmediato el mitin (sin siquiera comunicar el suceso que afectaba ¡a un militante!, ni pedir siquiera un minuto de silencio) con la "urgencia" de quien encuentra una salida. Y esto queda doblemente refrendado fotogénica y retóricamente como puede verse en la primera página del ABC de hoy, que recoge las palabras con las que ZP contesta a la noticia dada al oído por Chaves: "Bueno, vale (!!)... Vámonos ya".
ETA lo ha conseguido pues con el coste operativo necesario, el justo, el menor... Desde este mediodía, toda la campaña, onerosa hasta límites insospechados y más en tiempos de crisis, hipócrita hasta la médula, con su simulacro de debates, libros blancos en blanco, palabras huecas que vuelven una y otra vez a escudarse en falsas interpretaciones del pasado y futuribles imposibles de cumplir (sobretodo a causa de los actores y de la dinámica que pronto, tras las elecciones, comenzará a tener lugar de manera descarnada),repito, toda la campaña electoral se ha diluido. Ni siquiera queda un mínimo resquicio para para hablar de "economía" e "inmigración", ni para que se discutan horquillas y encuestas, ni para que se piense si Rosa Diez, Ciudadans, o IU le quitarán votos a alguien. No, ahora, por fin, sólo se habla de ETA, y sólo puede haber lugar a una segunda vuelta sin primera, es decir, a una aún más clara que antes diyuntiva bipolar. O esa parece la jugada, eso parece lo deseado por ZP y sin duda lo más ventajoso (y a lo que el PP se ha plegado de nuevo, tal vez porque el PP sigue atrapado, sigue sin poder hacer "otra cosa").
Incluso, curiosidad adicional si se quiere, ¡algo que iría claramente en contra de la abstención propugnada por el separatismo terrorista vasco!, dicho sea de paso sin que para ello haya una buena explicación que no sea un tanto... conspirativa.
Por último, lo que tampoco ha cambiado ni un ápice a pesar del simulacro (y de la ingenuidad, hay que volver a decirlo, encarnada en el PP), es, obviamente, la estrategia de la cúpula del PZOE, lo que se ve a las claras tanto en la victoria del Plan Z de hacer marchar al PP a su saga , como volviendo a utilizar la jugada para ponerlo en evidencia en el tramposo sentido de que es el PP el que continua intentando mantenerse contra todos, como en la jugada rastrera de Paxi López en el funeral. Una estrategia y un Plan que nunca han sido abandonados ni lo serán pase lo que pase en las urnas, como no puedo sino prever.
Así y todo, no estoy tan seguro como Kantor (por ejemplo) acerca de que esto beneficie al PZOE ni creo que haya sido pergeñado por ETA para ello. Las dos cúspides de los "grandes partidos nacionales" se han movido muy rápido y ambos están usando todos sus recursos, en parte contradictoriamente, un poco dando palos de ciego, pero sin duda poniendo todo, cabeza, corazón, fuerza y talante, para, como ETA, llevar el ascua a su sardina.
ETA gana en propaganda, y por supuesto en el mantenimiento de su modus vivendi literalmente hablando. No nos engañemos, el circo que se ha montado desde el mediodía en lugar del que rodaba antes, es también a beneficio de los auténticos contendientes con posibilidades. Habrá gente que se deje llevar, pero... no sé... quién sabe... Lo mismo la realidad cocinaba en sus entrañas una auténtica sorpresa (incluso más allá del resultado)... Lo mismo Rosa Díez resulta que le quita muchos más votos de lo que se pensaba al César... En fin, al inicio del largo día que nos llevará a una noche más o menos tenebrosa llena de peligros, imaginando la confusión de las masas (es decir, de los que no responden directamente a consignas, smss y demás fuegos de artificio), cierro estas mías (reflexiones) con el pesimismo de siempre, como si tuviera algún peso, como si sirviera para algo, que sé que no es así, y tan sólo respondiendo a mi necesidad de trasmitirlo.
Un saludo para los que perseveran con buenas intenciones, para los ingenuos que marchan, para los ingenuos que han caído y que seguirán cayendo sin sentido.
En otras palabras, que todo me permite afirmar que lo único que a fin de cuentas ha cambiado es... la escenografía, el paisaje que el crimen de "bajo coste" cambió para que la misma tragicomedia simplemente continuará con escenas apenas influidas por el hecho.
En ese sentido, no se puede decir sino que ha sido una muerte extremadamente inútil. Aunque, claro, eso en el caso de que hubiese sido el objetivo de alguien que significase mucho más... Como seguramente habré provocado desconcierto, entraré en los detalles que entiendo arrojan luz, para lo cual aprovecharé un texto que ayer dejara en otro sitio con algunas actualizaciones y añadidos pero con la misma perspectiva y pronóstico.
Empezaba y empiezo por situar el asesinato en sí mismo señalando algo que ha sido visto por otros aunque con una óptica e intencionalidad diferente: su bajo coste operativo, algo que yo creo que tiene significación, aunque no en el sentido de que ETA no deseaba hacer una demostración de envergadura. Todo lo contrario, lo buscaba. Sin embargo, ¿para qué gastar más cuando el propio marco en el que se realizaría le daría, como se ha visto, la envergadura que los terroristas pretendían?
Y eso, sin lugar a duda, lo han conseguido. Lo han conseguido a cambio de una pobre vida inocente muy fácil de aniquilar. Una vida que, sin embargo, era culpable, aunque no de la más mínima afrenta a los asesinos, claro, sino de militar en el engaño y en el autoengaño, por lo cual ha sido víctima en realidad de quienes lo convencieron de que no corría peligro, de que militaba en el partido que aseguraba la paz. NO de haber hecho daño o afectado a la organización que lo condenó a muerte como se condena a un chivo o al cordero que se ofrendaba a los dioses. NO, sino de un culpable menor de una militancia política organizada que respondiendo a una estrategia de derribo y acorralamiento de la oposición (es decir, de derribo de la poca democracia formal que representa el bipartidismo, ¡vaya plena democracia!) se creyó la promesa de su líder de que estaría a salvo gracias a una negociación rastrera y esotérica que sentía menos que cero por la vida de los ciudadanos que decía representar (a los demás ya les manifestaba su odio de grupo que sigue en pie de guerra más allá de las palabras), no sólo hasta el límite de su existencia propiamente dicha, como se ha demostrado durante "el proceso" con la suya 6 veces), sino en todos los aspectos de la vida, como se estaba poniendo al descubierto con la crisis económica o la sequía, los desbordes de la inmigración, los resultados de la política exterior de pacotilla, también rastrera, también llena de concesiones a las peores formas de la esclavitud y el desconcierto antidemocrático más elemental. Un culpable de indolencia y adocenamiento que sin imaginarse que estaba siendo preparado para martir potencial acabó sirviendo también de esa manera, como mártir, por designio de ETA y para uso de ZP (la elección fue en ese sentido certera: cómo dejar un mártir al PP en estas circunstancias, en todo caso, mejor a los otros... al amigo de regímenes como el cubano o el bolivariano, como el de Siria o el de Irán... Un "líder" que, como bien observó alguien en su blog (no lo recuerdo ahora) abandona de inmediato el mitin (sin siquiera comunicar el suceso que afectaba ¡a un militante!, ni pedir siquiera un minuto de silencio) con la "urgencia" de quien encuentra una salida. Y esto queda doblemente refrendado fotogénica y retóricamente como puede verse en la primera página del ABC de hoy, que recoge las palabras con las que ZP contesta a la noticia dada al oído por Chaves: "Bueno, vale (!!)... Vámonos ya".
ETA lo ha conseguido pues con el coste operativo necesario, el justo, el menor... Desde este mediodía, toda la campaña, onerosa hasta límites insospechados y más en tiempos de crisis, hipócrita hasta la médula, con su simulacro de debates, libros blancos en blanco, palabras huecas que vuelven una y otra vez a escudarse en falsas interpretaciones del pasado y futuribles imposibles de cumplir (sobretodo a causa de los actores y de la dinámica que pronto, tras las elecciones, comenzará a tener lugar de manera descarnada),repito, toda la campaña electoral se ha diluido. Ni siquiera queda un mínimo resquicio para para hablar de "economía" e "inmigración", ni para que se discutan horquillas y encuestas, ni para que se piense si Rosa Diez, Ciudadans, o IU le quitarán votos a alguien. No, ahora, por fin, sólo se habla de ETA, y sólo puede haber lugar a una segunda vuelta sin primera, es decir, a una aún más clara que antes diyuntiva bipolar. O esa parece la jugada, eso parece lo deseado por ZP y sin duda lo más ventajoso (y a lo que el PP se ha plegado de nuevo, tal vez porque el PP sigue atrapado, sigue sin poder hacer "otra cosa").
Incluso, curiosidad adicional si se quiere, ¡algo que iría claramente en contra de la abstención propugnada por el separatismo terrorista vasco!, dicho sea de paso sin que para ello haya una buena explicación que no sea un tanto... conspirativa.
Por último, lo que tampoco ha cambiado ni un ápice a pesar del simulacro (y de la ingenuidad, hay que volver a decirlo, encarnada en el PP), es, obviamente, la estrategia de la cúpula del PZOE, lo que se ve a las claras tanto en la victoria del Plan Z de hacer marchar al PP a su saga , como volviendo a utilizar la jugada para ponerlo en evidencia en el tramposo sentido de que es el PP el que continua intentando mantenerse contra todos, como en la jugada rastrera de Paxi López en el funeral. Una estrategia y un Plan que nunca han sido abandonados ni lo serán pase lo que pase en las urnas, como no puedo sino prever.
Así y todo, no estoy tan seguro como Kantor (por ejemplo) acerca de que esto beneficie al PZOE ni creo que haya sido pergeñado por ETA para ello. Las dos cúspides de los "grandes partidos nacionales" se han movido muy rápido y ambos están usando todos sus recursos, en parte contradictoriamente, un poco dando palos de ciego, pero sin duda poniendo todo, cabeza, corazón, fuerza y talante, para, como ETA, llevar el ascua a su sardina.
ETA gana en propaganda, y por supuesto en el mantenimiento de su modus vivendi literalmente hablando. No nos engañemos, el circo que se ha montado desde el mediodía en lugar del que rodaba antes, es también a beneficio de los auténticos contendientes con posibilidades. Habrá gente que se deje llevar, pero... no sé... quién sabe... Lo mismo la realidad cocinaba en sus entrañas una auténtica sorpresa (incluso más allá del resultado)... Lo mismo Rosa Díez resulta que le quita muchos más votos de lo que se pensaba al César... En fin, al inicio del largo día que nos llevará a una noche más o menos tenebrosa llena de peligros, imaginando la confusión de las masas (es decir, de los que no responden directamente a consignas, smss y demás fuegos de artificio), cierro estas mías (reflexiones) con el pesimismo de siempre, como si tuviera algún peso, como si sirviera para algo, que sé que no es así, y tan sólo respondiendo a mi necesidad de trasmitirlo.
Un saludo para los que perseveran con buenas intenciones, para los ingenuos que marchan, para los ingenuos que han caído y que seguirán cayendo sin sentido.
viernes, 7 de marzo de 2008
Quemar en todo caso de la propia biblioteca.
He recibido un "meme" de Dhavar y le he contestado con un contracomentario que he decido reproducir aquí como post separado, ampliando la idea aquí y allá y sobretodo mediante un título con el que por sí mismo pretendo sintetizar mi toma final de partido.
En el mismo decía reconocer que de entrada me produjo un cierto repeluz. Como "devoto" de la letra impresa, una devoción un tanto "mística" sin duda, incluso fetichista, esas cosas me dan escalofríos; concretamente, declaraciones de "quemar libros" aunque sean (es obvio que no es tu caso, ya que tu te decantas por todo un aquelarre; sin complejos, sin mala conciencia). Es indudable que se trata de un prurito mío que toca teclas internas, como sucede siempre en cada individuo. Se trata de la vieja "virtud" de Sócrates y de sus coetáneos, de lo que hoy estamos convencidos, gracias a los datos de la ciencia y a la intuición que se apoya en el mundo hasta donde éste ha cambiado, que se trata de reacciones instintivas que tal vez vengan desde muy atrás, de persecuciones con hogueras a través de los bosques, de inocentes monstruos como el de Frankestein acorralado y asustado por la amenaza de muerte que brama al pie de la torre donde se ha refugiado, progromos, escenas de salvajes nazis, fascistas y bolcheviques en pasadas kaleborrokas, "democracias" kampucheanas, etc....
Claro que puedo tomar distancia, hacer un esfuerzo por separarme un poco de mis propias tripas, reconocer que a fin de cuentas "quemar un ejemplar" puede tener más valentía que una crítica, también impresa, absolutamente demoledora, acusadora e incluso condenatoria. O que, en todo caso, es lo mismo.
Hombre, lo cierto es que coincido en que hay libros que no deberían haber sido escritos, en concreto esos que se hacen como si no fueran libros, es decir, no para abundar en los intentos de trasmisión de conocimientos y experiencias, ni para reproducir en nosotros -a la vez y no sólo- conmovedoras descripciones, conmovedores sentimientos, conmovedores enfoques y visiones particulares. Me refiero, claro está, a los "productos marketing" que hoy en día salen "como churros" de esas editoriales reducidas a fábricas de bienes de consumo (y que incluso intoxican los cerebros propensos a ese tipo de drogas tanto como los malos humos de las chimeneas fabriles). En cuanto a los demás, incluso los de Hegel, entiendo que son parte del "proceso" (que responden a la teleonomía humana a pesar de lo que se opine de ellos desde perspectivas ideológicas contrapuestas) y como tales merecen permanecer en las bibliotecas al alcance de los estudiosos y arqueólogos culturales el futuro; al menos las obras de pensamiento (la poesía, por mucha maestría que refleje, si sólo se ha puesto al servicio de la propaganda ideológica, acabará muriendo de muerte natural, con el propio movimiento en el que se ha inscrito... o será rescatada para slogans remozados algún día, sin que podamos impedirlo). De otro modo, la ausencia o la reducción del contraste nos llevaría a que se escriban de nuevo y quizás aún peor de lo que fueron engendradas. En cualquier caso, el Eterno Retorno siempre volverá a amenazarnos. En general, no me parece saludable borrar de la existencia humana ni siquiera el recuerdo evidente, explícito, de sus horrores. Mucho menos por tanto, lo que hoy y algunos consideren "errores" (yo entre ellos).
Entiendo que hay algunos matices más (por ejemplo los referidos a los que pongan el grito en el cielo como si ellos fuesen "puros" de verdad; me refiero a "la izquierda" que se las da de culta y humana) pero eso sería tocar todas las teclas y tampoco es eso...
Gracias Dhavar por el "meme" en cualquier caso, que por mi parte no redistribuiré ni cumpliré haciendo una lista interminable e imposible (ya que debería leer todos los libros alguna vez publicados para escoger a los peores).
¡Bueno, en todo caso, la librería de juguete de la foto... supongo que podría servir para la noche de Walpurgias del Señor de las moscas imaginario... que, ya me direis si no es menos aristocrático que el intempestivo griego de mi ucronía fantástica que escribí con el ingenuo deseo de que sobreviva al fuego!
En el mismo decía reconocer que de entrada me produjo un cierto repeluz. Como "devoto" de la letra impresa, una devoción un tanto "mística" sin duda, incluso fetichista, esas cosas me dan escalofríos; concretamente, declaraciones de "quemar libros" aunque sean (es obvio que no es tu caso, ya que tu te decantas por todo un aquelarre; sin complejos, sin mala conciencia). Es indudable que se trata de un prurito mío que toca teclas internas, como sucede siempre en cada individuo. Se trata de la vieja "virtud" de Sócrates y de sus coetáneos, de lo que hoy estamos convencidos, gracias a los datos de la ciencia y a la intuición que se apoya en el mundo hasta donde éste ha cambiado, que se trata de reacciones instintivas que tal vez vengan desde muy atrás, de persecuciones con hogueras a través de los bosques, de inocentes monstruos como el de Frankestein acorralado y asustado por la amenaza de muerte que brama al pie de la torre donde se ha refugiado, progromos, escenas de salvajes nazis, fascistas y bolcheviques en pasadas kaleborrokas, "democracias" kampucheanas, etc....
Claro que puedo tomar distancia, hacer un esfuerzo por separarme un poco de mis propias tripas, reconocer que a fin de cuentas "quemar un ejemplar" puede tener más valentía que una crítica, también impresa, absolutamente demoledora, acusadora e incluso condenatoria. O que, en todo caso, es lo mismo.
Hombre, lo cierto es que coincido en que hay libros que no deberían haber sido escritos, en concreto esos que se hacen como si no fueran libros, es decir, no para abundar en los intentos de trasmisión de conocimientos y experiencias, ni para reproducir en nosotros -a la vez y no sólo- conmovedoras descripciones, conmovedores sentimientos, conmovedores enfoques y visiones particulares. Me refiero, claro está, a los "productos marketing" que hoy en día salen "como churros" de esas editoriales reducidas a fábricas de bienes de consumo (y que incluso intoxican los cerebros propensos a ese tipo de drogas tanto como los malos humos de las chimeneas fabriles). En cuanto a los demás, incluso los de Hegel, entiendo que son parte del "proceso" (que responden a la teleonomía humana a pesar de lo que se opine de ellos desde perspectivas ideológicas contrapuestas) y como tales merecen permanecer en las bibliotecas al alcance de los estudiosos y arqueólogos culturales el futuro; al menos las obras de pensamiento (la poesía, por mucha maestría que refleje, si sólo se ha puesto al servicio de la propaganda ideológica, acabará muriendo de muerte natural, con el propio movimiento en el que se ha inscrito... o será rescatada para slogans remozados algún día, sin que podamos impedirlo). De otro modo, la ausencia o la reducción del contraste nos llevaría a que se escriban de nuevo y quizás aún peor de lo que fueron engendradas. En cualquier caso, el Eterno Retorno siempre volverá a amenazarnos. En general, no me parece saludable borrar de la existencia humana ni siquiera el recuerdo evidente, explícito, de sus horrores. Mucho menos por tanto, lo que hoy y algunos consideren "errores" (yo entre ellos).
Entiendo que hay algunos matices más (por ejemplo los referidos a los que pongan el grito en el cielo como si ellos fuesen "puros" de verdad; me refiero a "la izquierda" que se las da de culta y humana) pero eso sería tocar todas las teclas y tampoco es eso...
Gracias Dhavar por el "meme" en cualquier caso, que por mi parte no redistribuiré ni cumpliré haciendo una lista interminable e imposible (ya que debería leer todos los libros alguna vez publicados para escoger a los peores).
¡Bueno, en todo caso, la librería de juguete de la foto... supongo que podría servir para la noche de Walpurgias del Señor de las moscas imaginario... que, ya me direis si no es menos aristocrático que el intempestivo griego de mi ucronía fantástica que escribí con el ingenuo deseo de que sobreviva al fuego!
miércoles, 5 de marzo de 2008
"La crisis de nuestro tiempo"
Acabo de leer la síntesis de una descripción del mundo de mediados del XIX hecha por lo visto por Nietzsche y ofrecida por Leo Strauss en su "El renacimiento del racionalismo político clásico" (Amorrortu, Bs.As./Madrid, 2007, pág. 86) que estoy leyendo, descripción que me ha resultado tan radiográfica de nuestro tiempo que, en un momento en que está a punto de concluir el simulacro que inevitable y lógicamente llegará a su culminación el próximo domingo (un simulacro periódico sin duda civilizado de aquellas invocaciones ancestrales que hoy es tan poco procedente realizar en torno a un totem, pero que continúan tan latentes como en aquellos primigenios tiempos) me parece digna de ser difundida incluso con esa moderna técnica de marketing ideológico que se ha impuesto en los últimos tiempos, la así llamada "¡Pásalo!". Creo que lo merece por lo bien que está escrito, la gran cantidad de verdad que encierra y su vigencia evidente y hasta chocante. Os la "paso":
"La lectura de la plegaria matutina había sido reemplazada por la lectura del diario de la mañana: no todos los días lo mismo, el mismo recordatorio del deber absoluto y del destino elevado del hombre, sino cada día algo nuevo, sin recordatorio del deber ni del destino elevado; la especialización, saber cada vez más acerca de cada vez menos; la imposibilidad práctica de concentrarse en las muy pocas cosas esenciales de las que depende por completo la integridad del hombre; la especialización compensada por una falsa universalidad, el estímulo de todo tipo de intereses y curiosidades sin verdadera pasión, y el peligro de un filisteísmo universal y un conformismo rastrero."
Sin duda se corre el riesgo de que cada uno encuentre en la cita sus propios lemas o vea asomar en ella los cuernos del diablo y proceda sin más con los exorcismos de costumbre (ambas cosas sucedieron por lo que se sabe a expensas de los textos de Nietzsche y de Strauss entre tantos). Llámese "meme", llámese "llamada de atención", piénsese que apunta a "una salida" o que sugiere "la respuesta", o, por fin, se guarde hacia el texto desconfianzas de detalle (como en mi propio caso), pero, en mi modesta sensibilidad, creo que algo hay en esas palabras encadenadas que ciertamente me ha impactado.
Aún añadiré una cosa: sin duda alguna, un pensador como los citados (insisto, muchas de cuyas conclusiones no comparto esté quien esté equivocado), y como cualquiera que merezca ese nombre, no puede ser acusado de estar en los orígenes de movimientos políticos revanchistas que tienen suficiente con unos cuantos slogans sin contenido, ni tampoco con los posicionamientos idílicos que esos mismos pensadores hayan hecho en nombre de raptos psicológicos que desdicen su propia capacidad de pensamiento. Además... está visto que siempre será posible tomar un texto parcial y convertirlo en un slogan adecuado, ya sea para elevarlo y reverenciarlo como para condenarlo y enlodarlo. Así que... sigamos cabalgando.
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