En la medida en que "La Crisis" ("crisis del endeudamiento crítico
generalizado", como yo la denominaría en un primer aproach) ha ido "progresando" en los foros instituidos de debate
(las tertulias radio y teledifundidas por medios de comunicación o de
prensa, donde ya sabemos que la palabra de periodistas y comentaristas
diversos fue siempre muy poco de fiar y hoy aún menos) un falso dilema con escasa honestidad mínima y
amplia retórica hueca. Lo que en cierta medida cabe considerar una preocupación por el "mejor gobierno" es sin embargo en lo fundamental la puesta en escena de una lucha táctica por algo bastante más mezquino y fragmentario, donde la apropiación de los grandes ideales cosmopolitas alcanzan un grado de mentira desconcertante y autoengaño cada vez más notable.
Con tales
trajes, el asunto parecería devolver la vida a los mismísimos diálogos platónicos e,
incluso, al sentido impuesto a muchas de las leyendas y mitos primitivos
levantados en conjunción con las primeras formas de gobierno dados ya
con las primeras sociedades basadas en la fragmentación social (lo que
no implica sugerir ni negar su eventual "superación"), como es el caso de Platón cuando señalaba el origen mítico de "las leyes" a pesar de lo cual se permitía, en oposición con lo
que "instruía" el Pentateuco, a
re-legitimarlas (post-poética, post-sofística o "filosóficamente") mediante La Razón, a la que de todos modos atribuía un origen divino (del mismo modo que
últimamente se la pretende re-legitimar mediante, por ejemplo... "la Física
Cuántica"). (1)
Ahora bien, a pesar de todo, esos deseos no dejan de expresar realidades. Y en el fondo así ha sido siempre, incluso a través de las formas de la Filosofía que se siguen privilegiando y sacralizando, es decir, des-humanizándolas con el fin de des-animalizarlas... o, en otras palabras, divinizándolas como un modo discriminatorio de... re-humanizarlas.
Hoy, con un ropaje más modesto, incluso burdo e inconsecuente, los discursos periodísticos y de los diversos profesionales especializados o simplemente informados, aún pretenden para sí la misma dignidad (algo que la democracia contemporánea ha legitimado en cierto modo). Por ello debería ser hoy más sencillo de ver la "mezquindad" que encubren... y sin embargo sigue costando lo mismo. Sin duda, la cuestión no estaba en los atributos supuestamente divinos de la filosofía, de la reflexión profunda, de los nuevos sacerdotes que la veneraban después de encumbrarla, sino en las ventajas que pudiera dar un discurso apropiado y eficaz, capaz de servir para unos fines... digamos por ahora: "diferentes" de los que se agitaban y se agitan; fines o metas que se señalan como mezquina, como siempre, por quienes sólo se han disfrazado de dignos, es decir, a modo de etiqueta negativa para la construcción de la propia identidad (lo que hizo la filosofía clásica con los sofistas, lo que hizo la ciencia con la brujería...)
Esto no significa que no respondan precisamente a las esperanzas y
temores humanos sino todo lo contrario. Lo que eso significa es que se trata de una máscara que esconde en cada caso un rostro diferente, el del fragmento social con el que cada cual se identifica, siendo esos fragmentos en gran medida coyunturales, emergentes e inestables que abrigan conservar la sintonía con su mundo inmediato y continuar enlazados a los estilos de pensamiento
dominantes en efecto o en cierto grado de éxito. Una sintonía a la que apelan los los conquistadores
de la gobernación y sus aspirantes potenciales con el objeto de alcanzar sus fines de poder mediante la promesa ofrecida al grupo idílico derivado de tal cohesión ideológica podría realizar gracias a
su liderazgo, se lo crean honestamente o no les importe prácticamente
nada.
Así, debemos reconocer seriamente que la preocupación que se discute sea en el fondo lógica y realista además de idílica en tanto la
"crisis" evidencia una fragilidad concreta de la sociedad presente, la así llamada "sociedad del bienestar",
de la que hasta cierto punto han gozado las mayorías gobernadas con su alto grado de "paz" y "estabilidad" próximas y sus dramas periféricos. Sin duda se trata pues de una percepción psicológica que por otra parte se toma como transitoria y
accidental en el camino del progreso ascencional que nos signaría a pesar de todo. Lo sorprendente en todo caso es que todo sea vivido con tanta artificialidad, sorpresa que sólo puede despejarse entendiendo que responde a una artificialidad de la que no hay posibilidad de desprenderse, a una artificialidad que se ha instalado como realidad. En cierto modo, como dijera Debord, orquestando un espectáculo en una sociedad donde sólo hay espectáculo (aunque Debord y sus seguidores deduzcan que se trate de una situación que, con la misma pretensión aparente de Platón y una variante de sus intereses, crean posible desmantelar mediante una lucha... no artificial, no espectacular).
Todo eso, necesidad y mentira, realidad y desconcierto, olfato y confusión, cálculo y trampa, se encuentran en los discursos concretos utilizados para
sostener desde la supuesta necesidad de una "urgente" "refundación
del capitalismo" hasta las "exigencias" de una
denominada "democracia real"; conformando así variaciones
propagandísticas cuya mediocridad y vacuidad los separarían de
la seriedad de los debates platónicos y el estilo propio del filosofar pero tan sólo en la misma proporción en que distan entre sí los actuales filosofastros
de hoy de los filósofos antiguos: como veremos, una mera cuestión de
estilo y grado de certeza acordes con unos y otros tiempos; una mera diferencia de... perfiles socio-profesionales y posibilidades o dificultades de legitimación de los mismos. Donde hasta
la visión que podríamos tener los más letrados... acaba configurando tan sólo otro diagnóstico propagandístico, honesto en todo caso a su manera e igualmente artificial, mítico si se prefiere.
Es que en realidad de lo que debemos partir es del reconocimiento de que lo que debería cambiar en el objeto del discurso no son las causas últimas (causas
que harían de los clásicos algo veraz, serio, digno y del de hoy algo
falaz, tacticista, deshonesto, o, a la inversa, del antiguo algo incompleto y del actual algo más lúcido) sino la sociedad que lo produce y lo
acoje y los personajes que hacen posibles su construcción, los que convierten los
deseos en discursos y los hacen más o menos operativos y con más o
menos amplitud con el fin, como veremos, de legitimar los propios perfiles socio-profesionales conformados-en-el-mundo, los que realizan su "instinto de conservación" bajo la forma de una "pasión intelectual" (véase Nietzsche, La Gaya Ciencia, af. 2); porque de esto se trata en última instancia hoy... y tanto como se trataba antiguamente (y me refiero a un tiempo que empezó hace hace más de diez mil años y pasito a pasito hasta que cogió carrerilla).
Volviendo a encarar los hechos más cercanos, no se podrá negar que últimamente,
en Europa -y en particular a cuento de los casos italiano y español y
en el cuadro de los cambios de gobierno que se avecinaban y/o se estaban
produciendo-, ha tomado forma una variante de la mencionada "discusión"
seudo-filosófica, ciertamente ambigua o blanda, el tema del carácter
"más adecuado" que debería tener un gobierno para "sacarnos de la
crisis" (algo que se encuadraría bajo la pregunta "qué gobierno sería el
mejor" si lo dijéramos en los maximalistas términos platónicos). El
debate gana fuerza a veces cuando ciertos "hechos inexplicables" salen a
la superficie (como el
nombramiento de una burócrata "científica" de "ideología socialista" en
el ministerio "liberal-conservador" actual) y otras permanece
aletargado o se reduce a referencias vagas, pero ello es sólo parte de
la "conveniencia política" que también ella ha acabado por hacerse
"líquida" (por usar un término expresamente posmoderno debido a Baumann,
o blanda,, leve, moldeable, tacticista, etc.).
Lo que se
manifiesta en estas ocasiones, es la cuestión de las
ventajas/desventajas y/o peligros/seguridades del carácter
"tecnocrático" de la gobernación en detrimento del "específicamente
político" y viceversa. En este "debate", sin duda, todo se mantiene bajo
unos mínimos eufemísticos de los que se deriva hoy uno y mañana otro
"carácter" para definir al gobierno (en base a la presencia de más o de
menos "tecnócratas" en él, de la manera en que son escogidos y, en el
extremo, de la potestad que unos les dejan a los otros para que
"decidan" qué hacer, cómo y a favor o en contra de qué...). En él, sin
duda, se dejan fuera de discusión casi todos los asuntos clave, dándolos
por "asumidos", manteniendo la "discusión" en términos de mero
entretenimiento (es decir, en los términos actuales más concretos y
gráficos: en los adecuados para una tertulia o para varias). Y sin
embargo, en estos discursos sigue habiendo "humanidad", como veremos;
sigue habiendo, en fin, artificialidad y vínculo con lo real.
Así,
en el plano de lo que se manifiesta de entrada, unos parecen optar por
lo que definen como "asepcia ideológica" mientras que otros hacen
"valoraciones" positivas comparativas de un gobierno respecto de otros
(el español recién nacido en detrimento del italiano, por ejemplo,
apuntando a que el primer ministro español es "un político" mientras que
en el otro sería apenas "un tecnócrata"). Y, se denuesta o se valora al
gobierno español actual por "ceder" o "conceder", según el caso, cierto
poder "político" en favor de la (supuesta) "tecnocracia" (supuesta en
base a las justificaciones que se dejan traslucir), es decir "por contar
con expertos" al margen de "su trayectoria política" (aunque resulta
inevitable sugerir que haya cosas que "no se entienden" y se deslicen
hipótesis que incluyen el sempiterno "cambio de chaqueta" del designado o
la posible existencia de "un compromiso" con "la oposición" o "los
perdedores", algo de lo que, como dijo uno de los flamantes nuevos
ministros españoles, "ahora es tiempo"... algo que, indudablemente,
"saben" hacer soberanamente bien... "los políticos", precisamente, sean
estos de origen "profesional" o hayan ejercido de "especialistas" fuera
de cualquier gobierno previo.
Debería ser sencillo de
ver que el "debate" en cuestión no tiene el contenido que trata de
aparentar, que se establece entre meros eufemismos, además llenos de
contradicciones y escamoteos muy burdos, con la consiguiente sustitución
más que ostensible y digerible de la realidad por un mediocre baile de
máscaras en el que los personajes y sus evoluciones son pobremente
inventados para distraer apenas "a cortísimo plazo", y ni siquiera son
capaces seriamente de esperanzar y por fin desconcertar... salvo en
tanto crean un vacío abismal en el que todos nos demos por perdidos,
resignados y vencidos... Hay material de sobra para ello. Y es curioso,
también esto debe ser señalado, que, no obstante, logran llevar a la
población a entrar en el juego y a aceptar la invitación implícita a
participar en calidad de opinante cualificado... aunque sea en un marco
estrecho más semejante al de cualquier otro espectáculo que será
sustituido al día siguiente por otro, donde hoy se trate simplemente de
estar con unos y contra otros y mañana inclusive todo lo contrario.
Cosas de la democracia que nos lleva del mismo modo que una nave a la deriva; eso de "Y la nave va" que dijera Felini.
Lo interesante es a mi criterio que al aproximarnos al debate como si tratara de algo serio, real, ontológico,
es decir, tomando por tales la significación que dicen proponer sus
protagonistas mediante sus exposiciones reducidas, simplificadas,
burdas incompletas, propagandísticas... resulta que nos encontramos como
nunca antes con que todos los discursos humanos de los que tenemos
constancia y aún de los que deducimos que serían similares... tienen un
puro fin metiroso. Estamos en una época que al fin, ha dejado de decir
prácticamente alguna cosa, donde las referencias de todos los tiempos
han quedado al desamparo, en estado de horfandad. En este contexto,
todos estamos dando manotazos para no morir ahogados y no, como se
intenta aún vestir a esa horfandad de un modo digno, para ganar el cielo.
Todos nuestros recursos se ponen así al desnudo mediante su endeblez (o
"liquidez", como preferirá Baumann). La creciente falta de profundidad,
de conceptualidad, de rigor "filosófico" que se señala desde la
modernidad en decadencia, llena de pretensiones pero desdicha por los
acontecimientos evidentes, no hace sino darnos la pauta de que todos los
discursos humanos, como bien vio Nietszche, son "mentira" o sirven a las campañas de dominio (engaño incluido). (2)
Si tomamos la socorrida Historia, que hoy ha devenido parte inseparable de todo discurso analítico digno
de consideración en tanto que pieza clave del mismo, vemos lo poco que se ha ganado con ello al poner
el pie no la concatenación real sino en la relativización que la usa
de apoyo (la "justificación" pragmatista de Rorty, por ejemplo) a la
vez que mantiene el otro pie en el refugio desde el que se mira el mundo (su esencia) como un resultado establecido en la eternidad y para la eternidad. Y es indistinto si se hace referencia explícita a los dioses (entes eternos o incondicionados respecto del tiempo) como sus creadores (incluido "El azar creador") a razón de su capricho o de unos planes esencialmente insondables para el hombre. En cualquier de los casos, se trata de suponer el mundo sensible como el revestimiento que encubriría otro, un núcleo absoluto (una naturaleza), engañoso y desconcertante; un mundo-imagen en definitiva, una apariencia. Esta fue a grandes rasgos
la visión explícita (metafísica en sentido estricto) hasta comienzos de
la modernidad durante la que desde el primer momento comenzó a entrar en crisis,
y esa visión no ha colapsado aún y sobrevive de manera cada vez más
formal, decadente e hipócrita (dando lugar a una forma adaptada al
conjunto de la posmodernidad actual, digamos nuevamente, "líquida"). Y
en todo caso, favoreciendo que nos veamos forzados por honestidad y muy a
pesar nuestro a reconocer la jugada; algo que de todos modos no
significa una conciencia radical de su causalidad (como puede verse en
Nietzsche a pesar de haberla acariciado).
Una vez tras
otra se sucedieron así, y se suceden,las "justificaciones" que soportan
esa visión del hombre y de sus sociedades (autolegitimadas de ese modo
como "humanas") capaz en todo caso de pulirse o de hacerse cada vez más virtuosa
mediante el combate denodado contra los residuos animales, salvajes o
bárbaros merecedores de esclavitud, sometimiento o aniquilación (inclusive reeducación), y
suponer que la hemos "superado". La Filosofía tiene de principio a fin
su auténtica razón de ser precisamente en esa vocación
sacerdotal... para la que erigiera en ídolo de su obligada adoración a
una inalcanzable e indefinible sabiduría. A mi entender, sólo una
nueva era de oscuridad y persecución del pensamiento (sin duda muy
plausible en perspectiva aunque nunca "eternizable" y siempre soslayable
de manera parcial -a cuento si acaso de unos nietzscheanos "filósofos
del futuro" o algo parecido-), evitará que se acabe de definir y
explicar su genealogía (quizás mediante esa "sociología de la filosofía"
que mentara Leo Strauss y que según él estaba esperando ser escrita) y
de ese modo se pueda ver cómo y por qué esa visión (¡esa
necesidad, no natural sino instalada!) resiste, logra escabullirse y
colarse por las rendijas y por fin metamorfosearse para subsistir, para
seguir sirviendo, para... evitar la nada existencial... Cómo y por qué; es decir, su gestación, su dinámica y su tendencia a morir.
Esa Historia pues que ha entrado en los discursos
(¡hasta en los discursos religiosos; situándose en fondo como siempre, entre dos mundos... hasta lo insoportable!)
ha sido tratada de tal manera que se ha conseguido hacer de ella también un
arma o un nuevo soporte para la defensa de esa fortaleza o refugio
contra la nada, adquiriendo dotes hipnóticas capaces de afirmar la (ideológicamente) necesaria idea de Progreso
que caracterizó la marcha ascendente y por fin frustrante de la modernidad (mientras la realidad maltrecha del presente es resistida
denodadamente al precio de la ceguera desconcertante). Ello hasta el punto de darle un puesto sacro... esto es, absoluto. Se llega a adorar el movimiento (admitiendo la idea heracliteana que ve cambiante al río aunque esencial al bañista) afirmando su supuesto vínculo sustancial con el destino y su naturaleza
ascencional. Y como tal... se venera, dando toda caída o tropiezo por
un accidente... que a fin de cuenta debe ser atribuido (cuando no se
puede dejar de explicar de algún modo, cuando ya no se puede "callar"
según el consejo positivista...) al absoluto complementario: el mal.
En definitiva: una nueva pirueta malabar que nos devuelve al mesianismo por un lado y también y cada vez más al "ya se arreglarán" los que vengan después aunque de hecho; algo que puede comprenderse... y no justificarse en tanto se admita que tiende a sufrir una revolución en la medida en que hiciera explícito lo que escamotea; una revolución que empezaría pues por la vergüenza para terminar derrumbándose, sin asidero alguno, auténticamente alienada y desdicha por los acontecimientos. Y, repito: tal vez tragada por la oscuridad más profunda y prolongada que no será ahorrativa en sufrimientos.
En cualquier caso, se admita o no la creencia en la ineluctabilidad histórica y se sitúe más cerca, más lejos o en el infinito la meta de la sociedad humana básicamente paradisíaca,
no se puede negar el deseo de los hombres a una sociedad que todos
llaman justa aunque dándole cada uno sus propios contenidos y sin
verdadera precisión para su estructura y la manera de alcanzar,
construirla y conservarla... más allá de las promesas vagas y la
inclusión de hecho o de derecho del sometimiento, marginación o
aniquilación de los díscolos.
Ni se puede negar tampoco que la contracara del engaño/autoengaño encerrado en el declarado cosmopolitismo,
definitivamente hipócrita o utópico, que encubre las acciones
supuestamente orientadas a plasmar aquellos ideales de justicia, parte o
incluye el apriorismo de que la complejización
creciente (incluyendo la convivencia de grandes poblaciones bajo formas
políticas o de poder) que nos caracterizaría (conformando nuestro actual
paradigma) sería natural, absoluta, inamovible o consustancial. Ello, precisamente en base a lo que se supone que dice La Historia considerada natural o absoluta, a pesar de saberse ya de manera incontestable en nombre del propio credo (historicista) llevado hasta sus últimas consecuencias y a una aplicación radical y congruente de su lógica, que esa Historia comenzó un buen día, un día
alegórico que, repito, yo sitúo en el mencionado entorno de hace una
decena y pico de miles de años, durante los cuales se instituyeron las
sociedades fragmentadas y domesticadoras (algo a su vez indudablemente
vinculado a la misma concepción historicista/progresista antes mencionada). Pero eso, la existencia de un nacimiento (o emergencia), de un punto de inflexión que separaría prehistoria e historia, lleva a predecir una muerte... la cual se produciría necesariamente algún otro día; muerte que debe ser entendida como fin o pérdida del paradigma nacido en aquel punto: el paradigma de la complejización incesante antes mencionada que se funde inevitablemente con la idea de Progreso ascencional y que realimenta los intentos inconsecuentes de conciliar lo justo con lo cosmopolita. Con lo que se cierra el círculo que vive de desear que haya algo inamovible, absoluto o incondicionado.
Ante (y sobre todo en)
esa Historia, observamos que el pensamiento reflexivo organizó de dos maneras básicas el mito defensivo (o rechazo de la nada): la idealista y la realista (en diversas mezclas). Ambas sin embargo coincidentes en el mismo apriorismo (a cuento de ese rechazo, o negación, de la nada).
Así,
Platón, manteniéndose en el marco de un debate puramente lógico, es
decir, al margen (hasta donde ello le fuera útil) de lo real u operativo, poní en segundo plano lo
eficaz, (3) no sin dejar de considerar por ello, con fines
propagandisticos sin duda, (4) las referencias empíricas a la mano y de apoyarse secundariamente en la experiencia,
mientras que, por ejemplo, Spinoza, mil quinientos años después, con
Hobbes y Maquiavelo, optaba en primer lugar por un posibilismo realista. (5)
Spinoza y Maquiavelo en particular, que se alejaron pues del racionalismo en cierto grado tendiendo a asumir criterios
pragmatistas, reconocían que el desencaje entre el ideal
(para ellos utopía) y la realidad (que había que aceptar hasta el
límite de la risa -Nietzsche-) era inevitable (o necesario: bajo la
forma de la mentira, aunque no acabaran de comprender todo su rol efectivo u operativo, en el
que negaban que se situara "el mal"... pero haciéndolo reaparecer inevitablemente en sus narrativas -6-),
poniendo incluso en crisis la propia posibilidad de alcanzar el soñado "mundo
bueno" (como "mejor"), el cual, como bien señala Strauss, sólo
podía quedar en manos de los sabios, de los filósofos... aunque se aceptasen imperfecciones momentáneas con "resignación" a cuento del adoptado "realismo
político"... Esto no es ya Platón sino, tal vez, Jenofonte, como se deduce de la
cita anterior (nota 2). A fin de cuentas, así se llega a Nietzsche e inclusive a Leo Strauss, al reconocer la dificultad idiosincrásica de los filósofos para
gobernar (e incluso para influir en los gobernantes, algo que se ve cada vez más lejos hasta la straussiana -y heideggeriana- idea forzosa de refugiarse a la contemplación) y se acaba dando a lo instituido el valor de
experiencias "eficaces" en el camino. Es el más allá de Spinoza, de Maquiavelo,
de Tucídides... no por nada emparentados en un notable palimpsesto que permite evidenciar un insoslayable... "eterno retorno".
Pero, ¿acaso la apelación renovada de uno u otro modo, una y otra vez, a una naturaleza humana de índole metafísica, inextricable e insuperable a la manera en de la misión encomendada a Sísifo por los dioses? O habrá
que pasar a responder de alguna forma más lúcida y operativa a la pregunta de rigor: ¿acaso haya algo que no remita a causas últimas y esencias absolutas al
pensamiento de modo de imperdirle su tránsito a un paradigma diferente que le permitiría
ir "más allá de..." su atricheramiento, como he sostenido que haría (¿haría?) falta?, ¿algo que dejaría de lado todo mito incluso a la manera embozada del positivismo lógico, que no sólo recomendaría "callar" por incapacidad humana (superable potencialmente o no, o sea, en cualquier caso esencial) sino que da por sentado que lo insondable tiene entidad efectiva ya que, como decía Wittgenstein, acaba por "mostrarse" (sea Dios... o la Diosa de la Fortuna y/o el Azar), sino, sencillamente: porque... no haría falta alguna para el calcular humano -necesariamente imperfecto a causa de su origen previo y no de algo situado en el principio de los tiempos, donde nada de lo que sucedería a más de una cierta distancia podía estar previsto-?
Tal como lo veo, aún cuando se pudieran alcanzar las "causas últimas" (para lo que se apuesta al "Progreso de la Ciencia y la Tecnología") no avanzaríamos un ápice en la conciencia de nosotros mismos ni en dar a la vida y a nosotros "un sentido". No serviría tampoco para cambiar nuestras conductas, que sólo pueden ser cambiadas en el marco de los proyectos de los actuales o los futuros dominadores (mediante la mencionada selección artificial que habrán de defender involucrando en ello a los impotentes y llevando la sociedad a un colapso necesario donde esa impotencia exceda toda medida y la estupidez de lo que se pone en primer término haga imposible nuevos pasos). En el Big Bang no se hallará nada de la futura presencia del hombre sino en todo caso la ya evidente tendencia a la complejidad y a la individuación, la presencia de la inercia y de la interactividad, etc. Lo determinante de cada hito está en el anterior y en su propia emergencia así como en lo que diera lugar a la inflexión que la separa de la actual. Así, "El Progreso" deja de ser "un problema" (como lo considera Strauss y antes Nietzsche y la modernidad; sea para valorarlo positivamente, sea para lo contrario, sea para ponerlo en duda y... tal vez "bajo control"). Todo lo humano se inscribe en algo que marca la pauta y nos metiera inevitablemente en la senda de la complejización política propiamente dicha: la necesidad de dominar, cuya "mecánica" debe aún ser dilucidada, cuya "genealogía" debe ser precisada. Ello nos dice que la "búsqueda de las últimas causas" (esto es, la filosofía y las ciencias), reconocida su expresión en tanto que "pasión intelectual", responde a ese apetito de dominio tal y como lo asumen quienes sienten esa pasión como su mejor arma para sobrevivir y conservarse, mientras que "el realismo" y "pragmatismo" relativo de las masas (que las lleva a esperar algo de "los políticos" y nada de "los filósofos") deriva de la imposición a ellas de la propia complejidad a la que se entregan. Desde este enfoque, pues, "El Progreso" sólo es un invento que da de comer... salarios mediante (incluida ya La Guerra) por lo que, al igual que los "principios" de la filo-sofía, no tiene nada que ver con el bien o con el mal... salvo para la confección de sus ropas y disfraces y ello porque tiene que ver con el "instinto" y su empuje ciego.
Tal como lo veo, aún cuando se pudieran alcanzar las "causas últimas" (para lo que se apuesta al "Progreso de la Ciencia y la Tecnología") no avanzaríamos un ápice en la conciencia de nosotros mismos ni en dar a la vida y a nosotros "un sentido". No serviría tampoco para cambiar nuestras conductas, que sólo pueden ser cambiadas en el marco de los proyectos de los actuales o los futuros dominadores (mediante la mencionada selección artificial que habrán de defender involucrando en ello a los impotentes y llevando la sociedad a un colapso necesario donde esa impotencia exceda toda medida y la estupidez de lo que se pone en primer término haga imposible nuevos pasos). En el Big Bang no se hallará nada de la futura presencia del hombre sino en todo caso la ya evidente tendencia a la complejidad y a la individuación, la presencia de la inercia y de la interactividad, etc. Lo determinante de cada hito está en el anterior y en su propia emergencia así como en lo que diera lugar a la inflexión que la separa de la actual. Así, "El Progreso" deja de ser "un problema" (como lo considera Strauss y antes Nietzsche y la modernidad; sea para valorarlo positivamente, sea para lo contrario, sea para ponerlo en duda y... tal vez "bajo control"). Todo lo humano se inscribe en algo que marca la pauta y nos metiera inevitablemente en la senda de la complejización política propiamente dicha: la necesidad de dominar, cuya "mecánica" debe aún ser dilucidada, cuya "genealogía" debe ser precisada. Ello nos dice que la "búsqueda de las últimas causas" (esto es, la filosofía y las ciencias), reconocida su expresión en tanto que "pasión intelectual", responde a ese apetito de dominio tal y como lo asumen quienes sienten esa pasión como su mejor arma para sobrevivir y conservarse, mientras que "el realismo" y "pragmatismo" relativo de las masas (que las lleva a esperar algo de "los políticos" y nada de "los filósofos") deriva de la imposición a ellas de la propia complejidad a la que se entregan. Desde este enfoque, pues, "El Progreso" sólo es un invento que da de comer... salarios mediante (incluida ya La Guerra) por lo que, al igual que los "principios" de la filo-sofía, no tiene nada que ver con el bien o con el mal... salvo para la confección de sus ropas y disfraces y ello porque tiene que ver con el "instinto" y su empuje ciego.
Estudiaremos esto en un las siguientes partes de la mano de los hechos, como hasta ahora, o, si se prefiere, mediante una apelación directa a "la cosa" como habría dicho Heidegger (aunque más allá del sentido que él le diera y sin duda de las maniobras filotiránicas en general).
* * *
Notas
(1) En "Las Leyes", Platón hace referencia, de modo un tanto
"relativista", al mito homérico que sustentaría que las leyes
de los hombres habrían sido aconsejadas (y por tanto "reveladas")
por los dioses (el rey cretense Minos, de Cnosos, recibiría "cada noveno año" esos
consejos de Zeus (op. cit., libro 1, 624b) no privándose del derecho a juzgarlas mediante La Razón y criticar sobre tal base a los propios dioses o, más exactamente, negarles de hecho la existencia como tales en el caso hipotético de que no fueran como debieran ser (662d), lo que es indistinto a todos los efectos. Es digno de observar así como Platón niega a Protágoras (616c) situándose como "medida de todas las cosas" terrenas y celestiales, "medida" que sacraliza desde su propio perfil, que afirma por considerarla trasmitida a partir de una primera revelación, como llegaron a deducir los rabinos medievales de su lectura en busca de armas para el proselitismo. Pero que no cabe sino explicarse como producto de su necesidad de consolidar una identidad diferente de sus oponentes y predescesores sofistas a costa de los que los filósofos nacientes se pusieron en marcha para ganar una nueva legitimación social.
Dicho sea de paso, en este y fundamentalmente en este
aspecto sería apropiado hablar de una oposición Atenas/Jerusalem tal y como ya señala Strauss... apuntando a sus raíces comunes, aunque sin
llegar a viviseccionar ni valorar suficientemente el mecanismo genealógico que está detrás prácticamente como lo decisivo en la cuestión:
en síntesis, la necesidad proselitista específica del judaísmo de la
diáspora medieval que es la que lo lleva a apelar a Platón tal y como antes el
cristianismo apelara a Aristóteles; sin acabar, en fin, de aceptar radicalmente la común base humana que aflorara de manera crítica y contradictoria en los individuos que se especializaron en las tareas
reflexivas y de cálculo en cada contexto; individuos cuya conformación reflexiva agudiza la omnipotencia nacida de la perplejidad de la autoconciencia. Sobre el
tema espero tener otra oportunidad para explayarme más a fondo. De todos modos, sirva esto para resaltar el tema que sigue estando detrás de las conductas reflexivas de los hombres (visibles cuanto menos se las logra bloquear o contener).
(La tesis que remite a la procura de una identidad de grupo distintiva puede verse especialmente en la obra de Mary Douglas, en especial en El levítico como literatura, editado por Gedisa, que me permito recomendar.)
En cualquier caso, el a priori fundamental y absoluto de que esa Razón es la "capitana de los bienes divinos" (ibíd., 631c) queda incólume. La concepción platónica, como se sabe, consideraba eternas y absolutas a las Ideas y no a los Dioses, que "debían" caracterizarse por responder a ellas (se podría decir, encarnarlas o personificarlas, algo que ya estaba inscrito en la mitología anterior a Platón donde los dioses toman sus leit motivs de los instintos y sentimientos humanos a la vez que una realidad sacramental -la tierra, el tiempo, el océano...-) y trasmitirlas a los hombres.
(La tesis que remite a la procura de una identidad de grupo distintiva puede verse especialmente en la obra de Mary Douglas, en especial en El levítico como literatura, editado por Gedisa, que me permito recomendar.)
En cualquier caso, el a priori fundamental y absoluto de que esa Razón es la "capitana de los bienes divinos" (ibíd., 631c) queda incólume. La concepción platónica, como se sabe, consideraba eternas y absolutas a las Ideas y no a los Dioses, que "debían" caracterizarse por responder a ellas (se podría decir, encarnarlas o personificarlas, algo que ya estaba inscrito en la mitología anterior a Platón donde los dioses toman sus leit motivs de los instintos y sentimientos humanos a la vez que una realidad sacramental -la tierra, el tiempo, el océano...-) y trasmitirlas a los hombres.
(2) Esto se puede encontrar en toda su obra, pero me inclino por aconsejar especialmente Más allá del bien y del mal y La Gaya Ciencia.
(3) Platón deja esto de lado en su búsqueda de la verdad como buen racionalista e idealista: "... dejemos fuera de consideración las victorias y las derrotas; digamos "esto está bien y esto otro no"; pero primero oid de mí cómo en todo ello debe examinarse lo que es bueno y lo que no lo es." (Las leyes, 638b). Para Platón, no se trata(ba) aquí de hacer un relato histórico (fidedigno) sino de usar las referencias históricas para ejemplificar y justificar "nuestros racionamientos", como declara sin tapujos en Las leyes.
(4)
Ni siquiera es consecuente en su oposición a los métodos sofístas y
retóricos que critica pero imita, como se puede ver en muchos de sus diálogos
(el Gorgias sin ir más lejos, precisamente donde se enfrenta a la
Retórica... pero la usa en beneficio propio) o mismamente en Las Leyes.
(5) Spinoza, por ejemplo, procuró diferenciarse de ciertos
"filósofos" inclinados a la "Utopía" así como de los "políticólogos" y
decía en referencia a unos y otros: "...se considera que nadie es menos
idóneo para gobernar el Estado que los teóricos o filósofos. (...) Los
políticos, por el contrario (...) Se esfuerzan, pues, en prevenir la
malicia humana mediante recursos cuya eficacia ha demostrado una larga
experiencia (... y...) han escrito sobre los temas con mucho más acierto
que los filósofos..." (Tratado político, capítulo 1, parágrafos 2 y 3).
Decía al fin que "Por mi parte..." (él tomaba la realidad y la
experiencia muy en cuenta, aunque... con el objeto de conquistar una
determinada convivencia entre los hombres... lo que sin duda requería el
Estado y... sus inevitables abusos, esos llevaban al pueblo a creer o
sentir "que debían contar con ser objeto de trampas" (ibíd.)
¿Llegaba con esto Spinoza a la raíz? ¿Llegaba realmente en relación con
"las acciones humanas" a "entenderlas" en lugar de "ridiculizar (las)" o
"lamentar(se)" por ellas o "detestar(las)" (ídem, parágrafo 4)? Sin
duda, a mí me parece que en una buena medida pero no del todo, y por
ello, al no dar llegar a la raíz, define difusamente tanto a aquellos
"filósofos" como a estos "políticos"; a los primeros reduciéndolos a lo
que Nietzsche llamará mucho más tarde "filosofastros" y a los segundos
confundiéndolos en buena medida con los "politicólogos". De ahí que
emplee vaguedades del tipo de "suelen" o "se cree" y, que en nombre del
realismo ("lo acorde con la práctica" -ibíd.-), denoste a los primeros y
apruebe a los segundos contra la desconfianza popular (y su propia
"experiencia"). Él, que critica a los primeros por denostar la
malignidad humana... denosta la malignidad del pueblo para cuya vida
ordenada... ve necesario los correctivos políticos aunque pequen de
abusos, excesos o irracionalidad...
Sin duda, Spinoza es un caso muy ilustrativo o ejemplar que reitera la evidencia de que
estaba, al igual que Platón, su relativo opuesto, atrapado por ese señalado
apriorismo contradictorio y desconcertante que lo llevaba a ver como
"bueno" un mundo que de "bueno" en el fondo, ni de "malo" tampoco
obviamente como él señalaba, no tenía nada (al margen de que se lo
pudiera vestir de ese modo), ni siquiera... como "bueno" (o "malo") para
el ejercicio del pensamiento... que era lo que en realidad más
consideraban digno de preservar, esta vez, de nuevo con Platón y
Sócrates... para quienes "la sabiduría es la virtud más superior"
(Fedro, Leyes, República, Teeto...). Una trampa de la que no escaparía
ni Kant, ni Hegel, ni Marx, ni Nietzsche... hasta que, en plena curva
descendente, la trampa se revestiría de mediocridad supina y tacticismo
cada vez más burdo, vacuo, falto de imaginación y arte, de filosofastría
si acaso y cada vez más ni siquiera de eso.
(6) En
Spinoza: "Los hombres son de tal índole que les resulta imposible vivir fuera de todo derecho común" (ibíd., parágrafo 3). Y Nietzsche no por nada denostaba, como se sabe, a la "democracia". Es interesante cómo estaban con esas caracterizaciones muy cerca de la completa caracterización de los problemas... ciertamente "demasiado humanos"... ciertamente, y a eso no llegaron, demasiado
superanimales... ¡y nada más! Y es interesante cómo se negaban ambos a abandonar en tanto que absolutos o necesarios el cosmopolitismo y la supuesta marcha del progreso que lo habría sustentado... y sin duda su comodidad y el espacio en el que se veían capaces de insertarse.
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