domingo, 17 de junio de 2007

Grupismo y complejidad

En "El mito de la educación" (Ediciones DeBolsillo), Judith Rich Harris, pone de manifiesto la tendencia intrínseca del ser humano a identificarse con el grupo en el cual se integra, un grupo que habría preferido mantenerse lo más pequeño posible desde tiempos inmemoriales, lo que no pudo ser a su pesar.

Haber puesto esto de relevancia, recuperándolo de debajo de la losa en que se lo había intentado enterrar, la losa de "La Educación", ha sido decisivo para provocar una ruptura en las concepciones que regían (y aún rigen) sobre las relaciones entre padres e hijos y entre estos últimos y la sociedad, el rol nimio de la capacidad educadora de los primeros sobre los segundos y de las instituciones paternalistas en general, sobre las conductas infantiles y juveniles e incluso sobre las nocivas (violentas, "asociales", autodestructivas...) conductas que en particular son favorecidas en el interior de las instituciones escolares, los horfanatos y los reformatorios, evidentes caldos de cultivo en masa de esos comportamientos negativos y delictivos de niños y adolescentes que cada vez proliferan y preocupan más.

Pero el enfoque de Judith Rich también arroja luz sobre el proceso evolutivo que fundamenta sus diagnósticos (convirtiendo su libro en doblemente imprescindible.)

El eje de su estudio pone el acento en las tendencias a constituir o a fundar grupos (particularmente pequeños en los primeros homínidos) y a integrarse a ellos como parte sustancial de la idiosincrasia humana, constituyendo lo que ella denomina grupismo (y yo acabo llamando grupalismo dándole una especie de intencionalidad que no debiera.) Esas tendencias compulsivas estarían inscritas en el código genético con origen en idiosincrasias precedentes y más simples surgidas a lo largo de la evolución. En cierto modo, se trataría, para decirlo vulgarmente, de una reiteración del famoso "el hombre es un ser social" (Darwin ya lo consideraba vox populis en su tiempo) que muchos han llegado a equipar (como Prigogine, por ejemplo) con el carácter "social" de las hormigas y hasta con la predisposición de moléculas, átomos y partículas elementales a unirse entre sí. Algo que ni en estas particulas tomadas en su conjunto ni en los individuos de una especie funciona uniformemente y en todo momento y lugar con el mismo signo (Darwin señalaba a propósito: "los instintos sociales no se extienden a todos los individuos de la especie", citado por J.R.H., pag. 152) y la propia Judith reconoce en sí misma su predisposición a la individualidad.

Sin duda es observable que los individuos de la mayoría de las especies aparezcan formando unas u otras clases de agrupamientos. Y si observamos los componentes de la química o la física básicas, es cierto que los vemos confluyendo gracias a fuerzas de cohesión o de atracción diversas. Obviamente, hay un hilo conductor que se dibuja en el tiempo, probablemente irreversible, entre el Big Bang o el "cambio de fase" (sea lo que sea pues) y el presente que observamos en La Tierra. Obviamente, alguna relación tiene que haber entre el carácter discontinuo de la materia y su estrecha vinculación con el flujo del tiempo cuyo desarrollo combinado dio lugar a las interacciones sucesivas (particularmente presentes, más numerosas, más complejas e incluso aceleradas en el entorno de los centros gravitatorios) que acabaron dando de sí la vida en la Tierra y tras sucesivos saltos la inteligencia y la tecnología.

No hay razón alguna pues para negar que el ser humano surgido de la marcha descontrolada pero pujante de la vida conserve esas tendencias agregacionistas que dan lugar a alianzas, simbiosis, fusiones, relaciones de dominio, etc., muchas precedidas y luego sustituidas, una y otra vez, por procesos opuestos de división, fisión, ruptura, rebelión, etc. que acaban reproduciendo y hasta reforzando las comportamientos anteriores. Como siguiendo el curso que parece irreversible en el tiempo de crecimiento de la complejidad. Un proceso que parece imparable (o irreversible), al menos en la fase en que nos encontramos y que podemos observar, y que me parece estrechamente asociado a esas dos características que presenta la materia a nuestros ojos, discontinuidad e interacción entre sus quantums, algo que creo que podría permitir, quizá, definir conceptualmente el tiempo.

Pero cada "hito", por usar el término de John Maynard Smith y Eörs Szathmáry, o cada etapa evolutiva muestra una especificidad que no se puede ignorar ni simplificar y que justamente muestra por qué caminos sinuosos se orienta de una determinada manera la vida para hacer frente a su proyecto compulsivo o, en términos de la biología molecular, teleonómico (más detalles, en Jacques Monod, "Azar y necesidad", Tusquets, Metatemas 6, y John Maynard..., "Ocho hitos de la evolución", Tusquets, Metatemas 67.) Hitos o etapas que engloban a las anteriores imponiéndoles restricciones y orientaciones como ya he señalado en otro lugar que a mí me parece, pero que si no se definen con claridad pueden dar lugar a enfoques erróneos (desde mi punto de vista) que atenten contra la lucidez posible y contribuyan con quienes no queremos sin saberlo (volveré sobre este punto por separado.)

Lo que parece evidente, insisto y me ciño por ahora a ello, es que el proceso evolutivo se mueve en el curso del tiempo hacia estructuras cada vez más complejas (y no por ello merecedoras de ninguna valorización especial ni halago alguno propio de perspectivas antropocentristas), complejidad que impone obvias necesidades adaptativas, condicionadas por las formas o estructuras previas e inmediatamente próximas de la cadena de eslabones sucesivos de la vida.

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