Es indudable, por ejemplo, que un escudo formado por los individuos más débiles de la propia especie, situado entre los peligros y los más capacitados, como hacen muchos cangrejos de mar y otras especies similares al dejar los huevos lejos del agua para que cuando nazcan las crías sus depredadores se entretengan con los rezagados mientras los demás consiguen alcanzar el mar, resulta un buen (eficaz) sistema defensivo; un estilo de escudo, por cierto, que alguna vez hemos visto usar no sólo a animales tan primarios como los cangrejos sino, entre otros, por Sadam Hussein y compañía.
Para dar un ejemplo diferente del de los cangrejos, podemos considerar la "sociedad" de hormigas de Prigogine (que él valora por encima de la humana por ser "las sociedades ecológicas más exitosas que conozco", como declara sin tapujos en uno de los debates que tuvieron lugar tras su conferencia "Enfrentándose con lo irracional", y ello en nombre de lo que denomina "comportamiento probabilístico" de las hormigas -véase en "Proceso al azar", Tusquets, Superínfimos 7, Barcelona, 1986, pag. 203-); una "sociedad" que impone el sacrificio individual (lo hace compulsivamente desde su microscópico código genético) de los miembros de los dos subgrupos más numerosos que forman el hormiguero con el objeto de garantizar la salvaguarda de un tercero que es el formado por la reina y sus huevos, huevos que apenas convertidos en prole volverán a ser subordinados a las necesidades de una nueva reina y así per secula seculorum. Todo al servicio de la reproducción sin más (o sin... sentido) en aras de unas supuestas ventajas sociales globales (como las que Prigogine, siento volver a meterme con él, le propone a la humanidad basándose en ejemplos como ése cuando no en en el comportamiento de un gas o en el de los bariones poco menos que milagrosos gracias a los cuales seríamos.)
Tal vez el catalizador o el refuerzo vino de la merma de recursos inmediatos como se sostiene desde diversos enfoques o debido a la invasión de un peligro de cualquier índole: ir a buscar recursos fuera del territorio implicó moverse y cazar o en otros casos huir, lo que también implica tener que moverse, muchas veces defenderse e incluso contraatacar; todo lo que requiere mejorar esa habilidad hasta conquistar la separación de funciones entre las manos y los pies, por ejemplo. Así, sólo aquellos ejemplares que desarrollaron esas habilidades y adquirieron esos desarrollos debieron sobrevivir a esos peligros o a esas malas condiciones ambientales y se reprodujeron. Todo esto, a su vez, debió repercutir sobre otros grupos como una reacción en cadena; sucesivamente. Una capacidad de caza y de movimiento que alcanza (por ahora) su expresión más sofisticada con el homo sapiens sapiens que en base (según apuntan las últimas teorías) gracias a la mencionada separación de funciones entre pies y manos y la consiguiente marcha bípeda alcanzó esa herramienta bélica por antonomasia que es la capacidad cognitiva, capaz de dar base al lenguaje y al reconocimiento de aliados no familiares y tramposos (vease Rich Harris, op. cit., pag. 163) hasta que llegara un tiempo en el que "el grupo se había convertido en un concepto, en una idea." (ídem, pag. 164)
"(...) esos seis millones de años nos han proporcionado un cerebro gigante, una bendición ambigua. Es un prodigioso consumidor de energía (o sea... muy poco ecológico, ¿verdad Sr. Prigogine?), convierte el nacimiento en un riesgo e inmoviliza a nuestros niños durante la mayor parte de un año..." (J.Rich Harris, op.cit., pag. 164 -los paréntesis son míos)
De modo que fue el mundo con el que se encontraron (el entorno próximo), en el que nacieron para crecer y enfrentarse con él luego (interactuar), quien aprobó la efectividad de esa manera de garantizar una reproducción adaptada a la complejidad del elemento, al menor coste posible aunque fuese "ecológicamente" un tanto alto. Un coste colateral y subordinado a las necesidades y leyes del conjunto mayor que, pueda o no ser explicado con detalle algún día, había logrado asentarse y replicarse.
El "método" de las especies inferiores (compuestas de unidades menos complejas) de poblar el mundo con muchísimas unidades con vistas a que un porcentaje relativamente pequeño sobreviviese o fuese parte de la élite e incluso de la monarquía, había sido superado. La consolidación de géneros diferenciados y especializados, que se ganó su puesto al parecer por su mayor velocidad y garantía en producir variantes (Maynard Smith y Szathmáry, "Ocho hitos de la evolución", Tusquets, Metatemas 67, Barcelona, 2001, pag. 128-147) aunque quizá sólo a instancias de un transposón egoísta (ídem, pag. 136 y 141), es decir, del azar creador, acabó desplazando el sistema de los grandes números y del "sálvese quien pueda" y sentó las bases de un altruismo forzado, es decir, genéticamente definido. Y dejándoles a insectos, cangrejos y demás bichos los otros sistemas, sin duda bastante más repugnantes para nuestra concepción del individuo.
El agrupamiento en pequeñas manadas debió resultar una una buena (de nuevo por efectiva) respuesta a la peligrosidad exterior a la vez que era algo que se podían permitir los animales superiores gracias a su desarrollo físico y cerebral, pero, sobretodo, que ese mismo desarrollo (gestado como nuevo eslabón sucesivo, etc.) les imponía. Tanto como para producir el rechazo y la repugnancia mencionada por conductas diferentes. Pequeñas que al crecer se dividían empujadas por la competencia sexual de la que nacen todas las competencias o su inmensa mayoría. Pero que, en el hombre, dependiente de la simbología o de lo imaginario, pudo operar a la vez con el sentido opuesto: la visión de grupos mayores sólo podía resultar amenazante, peligroso, una advertencia. El grupo pequeño sería más práctico (más operativo para ejercer un liderazgo eficaz o una dirección relativamente unitaria) pero en lo posible había que evitar quedarse en inferioridad... y perder las posibilidades de una descendencia dominada por los propios genes. La solución debió pasar primero por el exterminio, luego por el sometimiento, por fin por formas más sutiles y complejas, inseguras pero más productivas, hasta llegar al capitalismo burocrático y a la globalización de hoy.
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