lunes, 18 de junio de 2007

Grupismo y complejidad (2)

La vida (en concreto la que conocemos) amplió el marco de la realidad a un conjunto de necesidades derivadas de su propia dinámica. La vida se desarrolló evidentemente a partir de formas primarias y elementales a la vez que mediante manifestaciones tanto aleatorias (dentro de ciertos límites) como heterogéneas (experimentales.)

Sin duda el mundo ya era hostil cuando apareció el primer organismo vivo digno de tal nombre sólo en base a estar en constante cambio (es gracias a su alta inestabilidad que se originará la vida) y su aparición contribuyó aún más a esa hostilidad.

La vida, justamente y a diferencia de la materia inorgánica, al incorporar una específica tosudez por conservarse, dio lugar a la aparición de los primeros sistemas ofensivos/defensivos de la Tierra, sistemas que debieron constituir desde un principio parte indisoluble de los organismos vivos cuando no lisa y llanamente, caracterizarlos.

Cada "hito de la evolución" parece vinculado incluso a la adopción de defensas progresivamente más sofisticadas, en paralelo con su complejidad y en gran medida definiéndola. Complejidad que con la aparición de los homínidos alcanza su grado más alto hasta hoy gracias a la incorporación de una "teoría de la mente" y la capacidad de transmisión cultural, capaces ambas de pergeñar una tecnología que promete revertirlo todo.

De todos modos, ninguna especie puede renunciar ni renegar completamente de los métodos heredados, aparte del hecho obvio de que los organismos más complejos se componen de los primitivos (bien que controlados desde el conjunto mayor.) Así, creo que hay que entender, en primer lugar, que la tendencia grupalista del ser humano se basa en la compulsión genética de las especies que nos precedieron entre las cuales, por lo general, encontramos el agrupamiento de los individuos que se reconocían de uno u otro modo como iguales (es decir, de los que serían capaces de dar de sí mismos nuevos seres iguales a sí mismos y a los anteriores y particularmente con un alto porcentaje de rasgos genéticos comunes.) Por lo general, repito, puesto que hay evidencias de tendencias individualistas que también creo presentes en el ser humano, como las que se aprecian en los orangutanes.

Es también evidente, que las defensas adoptadas por unas especies han sido y son muy diferentes de las adoptadas por otras, algo que a mi entender debió responder (aparte del azar) a las estructuras previas de las que se separan y/o diferencian, al proceso irreversible de incremento de la complejidad que ello implica y a las interacciones en presencia en el entorno de proximidad.

Es indudable, por ejemplo, que un escudo formado por los individuos más débiles de la propia especie, situado entre los peligros y los más capacitados, como hacen muchos cangrejos de mar y otras especies similares al dejar los huevos lejos del agua para que cuando nazcan las crías sus depredadores se entretengan con los rezagados mientras los demás consiguen alcanzar el mar, resulta un buen (eficaz) sistema defensivo; un estilo de escudo, por cierto, que alguna vez hemos visto usar no sólo a animales tan primarios como los cangrejos sino, entre otros, por Sadam Hussein y compañía.

Sí, es indiscutible: las defensas necesarias para la supervivencia y la continuidad de la especie se han desarrollado en diversas direcciones a lo largo de la evolución, bajo infinidad de formas, no todas "cooperantes" ni "altruistas" con respecto a los iguales y no todas de características comparables. Y no todas se han abandonado por completo, como hemos podido apreciar.

Para dar un ejemplo diferente del de los cangrejos, podemos considerar la "sociedad" de hormigas de Prigogine (que él valora por encima de la humana por ser "las sociedades ecológicas más exitosas que conozco", como declara sin tapujos en uno de los debates que tuvieron lugar tras su conferencia "Enfrentándose con lo irracional", y ello en nombre de lo que denomina "comportamiento probabilístico" de las hormigas -véase en "Proceso al azar", Tusquets, Superínfimos 7, Barcelona, 1986, pag. 203-); una "sociedad" que impone el sacrificio individual (lo hace compulsivamente desde su microscópico código genético) de los miembros de los dos subgrupos más numerosos que forman el hormiguero con el objeto de garantizar la salvaguarda de un tercero que es el formado por la reina y sus huevos, huevos que apenas convertidos en prole volverán a ser subordinados a las necesidades de una nueva reina y así per secula seculorum. Todo al servicio de la reproducción sin más (o sin... sentido) en aras de unas supuestas ventajas sociales globales (como las que Prigogine, siento volver a meterme con él, le propone a la humanidad basándose en ejemplos como ése cuando no en en el comportamiento de un gas o en el de los bariones poco menos que milagrosos gracias a los cuales seríamos.)

Ahora bien, en el caso de las tendencias sociales humanas (que tenderían a la "socialización grupal", como Rich Harris las llama al ponerlas de relevancia, en cierto sentido partiendo de John Turner y otros), yo completaría la explicación en base a los otros tres ejes propuestos: la herencia recibida, el incremento de la complejidad y las interacciones en presencia. Yo pienso que debió producirse alguna vez una ruptura en la línea truncada y discontinua de la vida cuando la caza, y la movilidad que está en su base, se torna (¿nuevamente, es decir, después de una bifurcación que separó insectos y vertebrados?) una tendencia poderosa y por fin preeminente. Esto caracteriza a los mamíferos y ya estaba presente por lo que se sabe en ciertos gusanos y ciertas estrellas de mar y fue tal vez el motor que sacó a la vida fuera del agua y la impulsó a esparcirse por la Tierra y a los cuatro vientos. Incluso, sea dicho de paso, lo que también podría estar en la base de la pérdida de pelo por parte de los seres humanos (capacidad de caza en base a una mayor movilidad y capacidad mayor de engaño y de simulación ligadas también a la diferenciación a la que se refiere Rich Harris.)

Tal vez el catalizador o el refuerzo vino de la merma de recursos inmediatos como se sostiene desde diversos enfoques o debido a la invasión de un peligro de cualquier índole: ir a buscar recursos fuera del territorio implicó moverse y cazar o en otros casos huir, lo que también implica tener que moverse, muchas veces defenderse e incluso contraatacar; todo lo que requiere mejorar esa habilidad hasta conquistar la separación de funciones entre las manos y los pies, por ejemplo. Así, sólo aquellos ejemplares que desarrollaron esas habilidades y adquirieron esos desarrollos debieron sobrevivir a esos peligros o a esas malas condiciones ambientales y se reprodujeron. Todo esto, a su vez, debió repercutir sobre otros grupos como una reacción en cadena; sucesivamente. Una capacidad de caza y de movimiento que alcanza (por ahora) su expresión más sofisticada con el homo sapiens sapiens que en base (según apuntan las últimas teorías) gracias a la mencionada separación de funciones entre pies y manos y la consiguiente marcha bípeda alcanzó esa herramienta bélica por antonomasia que es la capacidad cognitiva, capaz de dar base al lenguaje y al reconocimiento de aliados no familiares y tramposos (vease Rich Harris, op. cit., pag. 163) hasta que llegara un tiempo en el que "el grupo se había convertido en un concepto, en una idea." (ídem, pag. 164)

Pero esa herramienta, corporizada en un cerebro físicamente endeble y de gestación larga, fue todo un handicap:
"(...) esos seis millones de años nos han proporcionado un cerebro gigante, una bendición ambigua. Es un prodigioso consumidor de energía (o sea... muy poco ecológico, ¿verdad Sr. Prigogine?), convierte el nacimiento en un riesgo e inmoviliza a nuestros niños durante la mayor parte de un año..." (J.Rich Harris, op.cit., pag. 164 -los paréntesis son míos)

El problema no es enteramente nuevo sino que empieza a estar presente en los mamíferos y en particular en los primates, in crecendo hacia la complejidad. Es con los mamíferos con los que prolifera el sistema social de manadas y mutas de número reducido que sin duda se basan en la previa eficacia de la división en sexos especializados y en la consiguiente e inevitable división del trabajo en el seno del grupo entre protectores/proveedores y cuidadoras/amantadoras. Es con un sistema capaz de permitir que un pequeño número de vástagos indefensos alcanzasen sanos y salvos la edad de reproducción. Un sistema, en fin, compuesto por unas madres y unas criaturas que no tuviesen que abandonar la seguridad de la cueva para contar con alimento, es decir, moverse a través de los peligros y arriesgar la vida en demasía. Esto, en la medida en que se demuestra eficaz, se consolida y se replica, llevando a grados progresivamente superiores la movilidad depredadora.

De modo que fue el mundo con el que se encontraron (el entorno próximo), en el que nacieron para crecer y enfrentarse con él luego (interactuar), quien aprobó la efectividad de esa manera de garantizar una reproducción adaptada a la complejidad del elemento, al menor coste posible aunque fuese "ecológicamente" un tanto alto. Un coste colateral y subordinado a las necesidades y leyes del conjunto mayor que, pueda o no ser explicado con detalle algún día, había logrado asentarse y replicarse.


El "método" de las especies inferiores (compuestas de unidades menos complejas) de poblar el mundo con muchísimas unidades con vistas a que un porcentaje relativamente pequeño sobreviviese o fuese parte de la élite e incluso de la monarquía, había sido superado. La consolidación de géneros diferenciados y especializados, que se ganó su puesto al parecer por su mayor velocidad y garantía en producir variantes (Maynard Smith y Szathmáry, "Ocho hitos de la evolución", Tusquets, Metatemas 67, Barcelona, 2001, pag. 128-147) aunque quizá sólo a instancias de un transposón egoísta (ídem, pag. 136 y 141), es decir, del azar creador, acabó desplazando el sistema de los grandes números y del "sálvese quien pueda" y sentó las bases de un altruismo forzado, es decir, genéticamente definido. Y dejándoles a insectos, cangrejos y demás bichos los otros sistemas, sin duda bastante más repugnantes para nuestra concepción del individuo.


El agrupamiento en pequeñas manadas debió resultar una una buena (de nuevo por efectiva) respuesta a la peligrosidad exterior a la vez que era algo que se podían permitir los animales superiores gracias a su desarrollo físico y cerebral, pero, sobretodo, que ese mismo desarrollo (gestado como nuevo eslabón sucesivo, etc.) les imponía. Tanto como para producir el rechazo y la repugnancia mencionada por conductas diferentes. Pequeñas que al crecer se dividían empujadas por la competencia sexual de la que nacen todas las competencias o su inmensa mayoría. Pero que, en el hombre, dependiente de la simbología o de lo imaginario, pudo operar a la vez con el sentido opuesto: la visión de grupos mayores sólo podía resultar amenazante, peligroso, una advertencia. El grupo pequeño sería más práctico (más operativo para ejercer un liderazgo eficaz o una dirección relativamente unitaria) pero en lo posible había que evitar quedarse en inferioridad... y perder las posibilidades de una descendencia dominada por los propios genes. La solución debió pasar primero por el exterminio, luego por el sometimiento, por fin por formas más sutiles y complejas, inseguras pero más productivas, hasta llegar al capitalismo burocrático y a la globalización de hoy.


Lo cierto es que la tendencia humana a vivir en pequeños grupos se debió a los resultados que se habían consolidado antes de la aparición de homínidos en la Tierra. Agrupados como los chimpancés y la inmensa mayoría de los primates de los cuales en última instancia se puede decir que provenían y en grupos unidos por lazos familiares, o sea, por miembros genéticamente reconocibles, la humanidad, como la simiedad, se convirtieron en atributo exclusivo del grupo; algo que continua perpetuándose hasta hoy y que explica muchos de los comportamientos y fenómenos sociales de los tiempos que corren, incluyendo el ejemplo de los escudos humanos.

Cada grupo humano no podía sino atribuirse la idiosincrasia en exclusiva de la humanidad y, en ese aspecto, creo que será imposible, mientras el ser humano siga siéndolo, que eso desaparezca aunque se tenga conciencia (incluso mala) de ello.


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