domingo, 24 de junio de 2007

Grupismo y complejidad (2 bis)

Entre los investigadores e intelectuales que defienden las tesis evolucionistas (es decir, dejando fuera a los que desde cualquier ángulo disienten) se observa un cierto deslizamiento fuera del rigor científico que al mismo tiempo exhiben. Y, principalmente, privilegiando y a la vez simplificando las "sobredeterminaciones" que atribuyen a la cultura y a las instancias propias de la sociedad humana en general.


Valgan un par de ejemplos:

Judith Rich Harris resume con el siguiente texto su artículo "Parental Selection: A Third Selection Process in the Evolution of Human Hairlessness and Skin Color":

It is proposed that human hairlessness, and the pale skin seen in modern Europeans and Asians, are not the results of Darwinian selection; these attributes provide no survival benefits. They are instead the results of sexual selection combined with a third, previously unrecognized, process: parental selection. The use of infanticide as a method of birth control in premodern societies gave parents – in particular, mothers – the power to exert an influence on the course of human evolution by deciding whether to keep or abandon a newborn infant. If such a decision was made before the infant was born, it could be overturned in the positive direction if the infant was particularly beautiful – that is, if the infant conformed to the standards of beauty prescribed by the mother's culture. It could be overturned in the negative direction if the infant failed to meet those standards. Thus, human hairlessness and pale skin could have resulted in part from cultural preferences expressed as decisions made by women immediately after childbirth.

En breve: que la selección natural ("darwiniana") no sería la determinante principal de la piel clara euroasiática, sino la selección volitiva, en este caso, por el gusto, esto es, la basada en un criterio estético, cultural. Un criterio de selección que ejecutarían las madres primitivas después del nacimiento.


¿Niega con ello que exista una base "natural" para esa "selección"? No de por sí, pero, por la manera en que lo plantea, debo concluir que acaba cayendo en buena medida en esa negación.


Rich Harris se da en definitiva una explicación fundamentalmente cultural para la piel clara indoeuropea y la pérdida de la pelambrera, algo que acabará en un mero residuo más presente en hombres que en mujeres (lo que revelaría que la preocupación de las madres se habría centrado más en ellas, quizá para atraer más a los hombres hacia una descendencia familiar... quizá para distinguirlas de ellos lo que podría constituir un criterio feminista primitivo o todo lo contrario, según se mire.)


Sin indicios antropológicos mínimamente claros al respecto, ella afirma que la pelambrera y la tez oscura habría caracterizado a nuestros ancestros directos y en particular al grupo de los neandertales, así como a los que habríamos tenido en común con estos. Atributos cuya pérdida (acaecida al parecer muy recientemente: menos de 18.000 años para algunos -Rich habla de 50.000 aunque mediante "un proceso vertiginoso"-, lo que al parecer es vox populis entre los especialistas, como puede verse por ejemplo en el blog "Mundo neandertal" y en otros vinculados) nos ha conducido a la molesta obligación de usar sombrillas y paraguas, ropa, pamelas y protectores solares... o a sufrir de frío y de cáncer de piel (o sea, ¡a que nos adentráramos cada vez más por el camino de la tecnología!) Atributos, sin embargo, que según Rich "no representarían ninguna ventaja para la supervivencia" sino todo lo contrario.


¿Por qué no ver las cosas al revés, por ejemplo, pensar que la tecnología y la inteligencia llevó a prescindir de pelambrera para conseguir más movilidad y capacidad para emboscarse, necesidades indispensables para un cazador? ¿O una combinación de factores? ¿O, como otras hipótesis apuntan, para eliminar parásitos y traspirar mejor (otra ventaja para el cazador: oler lo menos posible), como puede verse en "Evolutionibus" ? Claro que esto no está reñido con la selección volitiva parental, que pudo ser el instrumento de necesidades evolutivas como ésas.


Obviamente, hay quienes oponen explicaciones cercanas al mecanisismo o al dogmatismo. Pero, más allá de que se halle una supuesta mutación o un cambio abrupto del entorno que justifique una característica particular de detalle, hoy por hoy culturalmente significativa, políticamente incluso utilizable, lo importante es que el cerebro es el resultado del proceso evolutivo, y que todas sus actuaciones, propias de su autonomía, incluyendo la selección por el gusto, la estética, la tecnología... y, como ya sostuve en "Los eslabones sucesivos..." en este mismo blog, deben ser consideradas características propias de la naturaleza humana.


Entre esas habilidades yo situo la capacidad de elaborar hipótesis que fortalezcan los puntos de vista previos, como ha pasado comunmente entre los intelectuales y científicos, y como esta vez ha hecho presa de Rich Harris a pesar de que, no lo dudo, lo habría deseado evitar.


Sin duda la cultura, los mitos, las proyecciones, la psicología, todo el imaginario propio del cerebro humano (único hasta ahora que conocemos), engloba la conducta humana primaria, instintiva o genética y le impone límites o la activa y refuerza. La moral, la razón dictada por intereses inmediatos, las proyecciones objetivas o idílicas, los miedos que constituyen traumas o tabús, las justificaciones heroicas o mesiánicas, las profecías, las promesas metafísicas, los sueños de uno u otro signo... frenan, reprimen, potencian, perturban, acomplejan...

El hecho que constata Judith Rich y que la lleva a la confusión residual, así como su propia conducta, refirma por otra parte mi tesis de la interacción existente entre los conjuntos materiales sucesivamente gestados en el tiempo y de la acción, positiva o negativa, que se ejerce de parte del mayor sobre el inferior (véase mi entrada "Más lucidez en la medida de lo posible" y posteriores sobre el mismo tema), tesis que es una innegable realidad, pero en lo cual no pienso solazarme ya que considero que aún debe ser desarrollada y enriquecida.

Entretanto, insisto que la cultura y los demás subproductos de la formación y del desarrollo irreversible de las sociedades humanas conforman el conjunto más "amplio" (más complejo, último hasta ahora en el proceso evolutivo) que por ahora conocemos, un conjunto que se constituyó con la aparición del ser humano tras los hitos evolutivos precedentes. Por ahora, el último eslabón conocido de la cadena. Y que desde ese estrato último y más complejo, se limitan y se impulsan las tendencias intrínsecas de los demás.

Pero esta realidad evidente a la que todos respondemos, es precisamente interpretada de un modo un tanto apresurado, generalmente para dar vuelta las cosas, por la mayoría de los científicos ligados en particular al tema de la evolución, especialmente cuando hacen filosofía o aventuran hipótesis acerca del pasado del que faltan datos, derivando de la evidencia de las influencias mencionadas una causa directa para fenómenos que corresponden a uno u otro de los espacios incluidos ("menores", menos complejos, antecesores.) Por ejemplo: explicando un acontecimiento propiamente evolutivo de la vida como causado por una determinada acción de la mente, esto es, por la representación.


¿Por qué, me pregunto, hasta los más lúcidos intelectuales se deslizan hacia callejones neblinosos de esta índole debiendo reducir el darwinismo a su expresión más simple o primitiva, más cercana, como denuncia Monod, de las simplificaciones propias en realidad de Spencer, incluso tergiversándolo como hace Prigogine? ¿Por qué hace falta "rebatir" nominalmente a un Darwin previamente depreciado en lugar de apoyarse en su objetividad (¡cuyos resultados fueron alcanzados hace ya más de un siglo!) y desarrollarlo más allá sobre sus propias bases, e ir simplemente más allá?


¿Cómo no tener completamente asumido que Darwin fue, como dice Pinker: "el biólogo más importante de la Historia porque fue capaz de demostrar de qué modo unos órganos de extrema complejidad pueden surgir de un proceso puramente físico como la selección natural" (Steven Pinker, "El instinto del lenguaje", Alianza, Ensayos, Madrid, 2001, pag. 395)?


¿Por qué, en fin, esa necesidad de retroceder en lugar de avanzar?


¿Y cómo en concreto dejar de forzar la máquina a la manera del mecanisismo conservacionista y evitar nuestra predisposición a simplificar las teorías que nos contradicen, a veces aprovechando que se hallen aún abiertas al desarrollo, en marcha hacia causas (explicaciones) objetivas o materiales, esto es, que tratan de ser fieles al postulado de objetividad y de responder a la necesidad humana de favorecer la economía de pensamiento?


Parece muy lógico intentar evitar una y otra cosa en la línea de combatir las contratendencias represivas o restrictivas que desde la inercia cultural y el conservadurismo psicológico se ejercen, inevitablemente, sobre nuestras tendencias a reflexionar con lucidez, desprejuicio e imaginación. ¿O nos será imposible?


He sostenido en otros sitios, por ejemplo en mis alegatos contra Prigogine (que comienzan en la estrada inmediatamente anterior), que una de las razones de ciertas posturas intelectuales es la pertenencia de sus defensores a la burocracia cultural existente. Creo haber mencionado que esto había sido denunciado ya desde diversos subenfoques desde Locke y Leibniz hasta Feyerabend, así como por Konràd y Szelényi mediante su "La marcha al poder de los intelectuales" (una pena que no esté traducido, hasta donde me consta), y sobre lo que volveré y volveré...


Y es muy interesante que Judith Rich Harris lo haya visto en carne propia, como cuando explica y se explica haber llegado a su innovador punto de vista gracias a que "la facultad de Psicología de Harvard" la dejó "sin mi título de doctora", a que no se hubiese "sometido al habitual proceso de lavado de cerebro y me hubiera convertido en un miembro con una sólida posición y reputación dentro de la comunidad académica", etc. ("El mito de la educación", DeBolsillo, Barcelona, 2003, pag. 348) o sea, a su no pertenencia a la burocracia académica y tecnológica.


Por ello, sin duda (tal vez como me pasa a mí), sostiene la Teoría de la Evolución de Darwin contra aquellos que podrían sentirse tentados a pensar que se desliga de ella al defender el grupo como origen de la educación de los niños, señalando explícitamente la determinación (en última instancia) en el proceso por el código genético, determinación presente sin duda en el comportamiento concatenado de los hijos, los padres, el grupo de hijos y el grupo de los padres (ibídem, capítulo 14) mediante los que se establece la mediación. Y sin duda, también, la amplitud con la que considera el concepto (como lo considero yo.) Pero, ¡vaya!, cae a fin de cuentas en lo mismo que combate: su teoría le impondrá por fin buscar, como decía Feyerabend, en toda partes y sea como sea, las pruebas pertinentes para demostrarla.


¿Se podrían evitar esos errores intelectuales? Tal vez se pueda conseguir un enfoque global y desprejuiciado, ausente de intereses con relación a lo que se sostuvo antes, de toda ideología comprometida, de todo prurito moral, de todo silencio vergonzoso, etc. ¡No parece fácil, por supuesto... porque la necesidad está en los genes, pero la conciencia y la cultura nos deberían permitir redireccionar o controlar mejor nuestros impulsos también en ese campo, aunque la naturaleza tienda sin remedio a colarse por las grietas!


Así, las preguntas planteadas sobre el color de la piel o la ausencia de pelo u otras acerca del aún ignoto (y probable) destino de los neandertales (ibídem, pag. 162-163), acaban explicándose con argumentos que resultan sospechósamente favorables a la "teoría de la socialización a través del grupo". Sospechosamente, porque no se tienen aún todos los eslabones al descubierto. Lo hace inevitablemente Rich, y lo hacemos todos como lo hacemos, porque no somos capaces de dejar de marchar por un sendero empedrado de sentimientos, reflexiones y utopías, herramientas todas derivadas de un cerebro que alcanzó por evolución (complejización) las características del humano y que no pudo ser como es sin incluir esas capacidades y atributos intrínsecos, generadores de mitos y de cultura y necesitado de mitos y de cultura. Entenderlo y asumirlo, creo que es vital para plantear hipótesis más productivas y coherentes al vincular (económica y objetivamente por aquello) la cultura, el gusto, la necesidad de conservarnos como somos y la supervivencia, entre otras muchas cosas, con la teoría de la evolución bien entendida.


Esta línea, sin duda darwiniana, reivindicada y enriquecida por Monod, sigue, según siento y pienso, apuntando hacia la lucidez.


Si es cierto o evidente, y yo al menos estoy convencido de ello, "la extrema coherencia del sistema teleonómico que, en la evolución, ha representado el papel a la vez de guía y de freno" ("Azar y necesidad", Tusquets, Barcelona, abril 2000, pag. 128), ¿por qué esa resistencia (¿"freno"?) a aplicarlo con absoluto rigor y convicción?


Pero vaya, si hasta nos encontramos hasta con la inconsecuencia intelectual del propio Monod que, como veremos está curiosamente emparentada con posiciones inocentemente burocráticas... que sin duda Monod rechazaría. Primero, cuando ya lo ha dicho científicamente casi todo, concluye:

"Es evidente que en el seno de las sociedades modernas la disociación es total. La selección ha sido suprimida. Al menos ya no tiene nada de natural en el sentido darwiniano del término." (íbíd., pag. 165)

¿Por qué? Pues...

"(la vigente) selección", explica a punto y seguido, "no favorece la supervivencia del más apto (...) por una expansión más grande de su descendencia. (...) éxito personal y no genético, que es el único que cuenta para la evolución" (en la misma página.)

Sin duda, Monod piensa influido por la frustración que le produce la degradación de la sociedad en la que le ha tocado vivir ("el mal del alma", como lo llama en íbíd., pag. 166), algo muy corriente entre los intelectuales que se sienten especialmente afectados, que son especialmente sensibles (afectos a la "angustia creadora", como la llama en íbíd., pag. 168) y cuya imaginación los lleva inevitablemente a sostener utopías (íbíd., pags. 178-179) que para realizarlas sólo se podrían imponer, como tuvo que concluir inevitablemente Marx, en última instancia mediante una u otra dictadura.

Todo lo que nos lleva a exclamar con él (íbíd., pag. 167) y a cada paso: ¡"cómo ha sido posible"!, ¡"cómo es posible"!

Ahora bien, creo cierto lo que constata Monod (y creo que es parte de lo que ya está bien de mantener aún en el armario), a saber, que:

"... las estadísticas revelan una correlación negativa entre cociente de inteligencia (o el nivel de cultura) de los matrimonios y el número medio de hijos."

Y creo muy posible la tendencia que describe en su conclusión, a saber, la que llevaría a "atraer hacia una élite, que tendería a restringirse en valor relativo, el más elevado potencial genético", algo que, aunque fuese como él dice, una "Situación peligrosa", no podríamos hacer otra cosa que asistir expectantes ante esa suerte de futuro inevitable, tal vez sólo de ciencia ficción; no siendo sino meras expresiones propias de un subgrupo de esa élite las soluciones que Monod mismo se siente inclinado a proponer al mundo y a la humanidad... Unas soluciones pregonadas por él y su posible grupo con el riesgo de que sean muy pocos los que tengan la capacidad y la voluntad para escucharlo, comprenderlo y leerlo, mientras que la mayoría simplemente las ignoren... en su marcha decidida hacia el poder y en su nombre.

Es cierto que los elitistas enfermos contribuyen adicionalmente a incrementar los males para mantener e incrementar el poder de su grupo mediante el aumento y conservación de las masas incultas o deficientes a su electorado, sus ejércitos o sus fieles, por ejemplo, mediante alianzas de civilizaciones o políticas de ayuda a los más débiles, reduciendo a mínimos el efecto de la selección natural que antes operaba, como Monod señala (íbíd., pag. 166.) Pero, ¿es esto por lo que, al mismo tiempo y contradictoriamente, Monod denomina una "situación peligrosa", por cómo lo dice, bastante grave? ¿Eso y para quién? ¿No está así pretendiendo más o mejores consideraciones piadosas para los menos capacitados y se ese modo contribuyendo también a agravar el problema que denuncia? ¿Tal vez no se animara explícitamente a ofrecer al mundo una cura genética para ese deterioro; total... dado que en el tiempo en que el problema fuera extremo, "unas diez o quince generaciones"(íbíd., pag. 166), la humanidad, dirigida por los científicos "éticos del conocimiento" que gobernarían para ese entonces el mundo, lo habrían hecho posible?

¡Sin duda, será mejor que el hombre se libre de sugerir soluciones mesiánicas que al final acaban revirtiendo en sus polos opuestos, como se ha visto de sobra con "humanismos" como el marxista y demás sueños de la razón!

No obstante, ¿cómo juzgar a priori cuál será el camino y sus posibles resultados? ¿Y si la vida logra dar un nuevo salto repitiendo la experiencia neandertal? ¿Y si, lamentablemente para el sentimiento conservador humano y su inextirpable espíritu de invarianza, lo lleva a desaparecer por algo superior (mejor dicho, más complejo)... o a batallar en su contra para evitarlo? Yo qué sé...

De todos modos, mientras tanto y para que no se queden con la idea equivocada de que soy un pesimista, relean, por ejemplo, "El plan Z del espacio exterior", y observen que a los burócratas de menor coeficiente intelectual y menor salud mental, les auguro un futuro muy poco prometedor y escaso alcance: tened en cuenta que, por una parte, podrían ser desplazados a fin de cuentas por los sabios y los lúcidos de Monod, Judith Rich, etc., por otra parte, las masas podrían acabar tan confundidas y frustradas por la vía de seguir a los malos que podrían dejar de perturbar el mundo... silenciándose... reprimiéndose... En todo caso, si el salto cualitativo mencionado no se produjera antes, las élites más sanas y sensibles podrían acabar saliendo del armario, tomando las riendas y actuando con rigor... ¡a saber con qué resultados!

Creo que en el límite de la destrucción del mundo por una nefasta dirección de los elementos más enfermos de la élite y sus masas vociferantes e incendiarias, algo bueno pasaría, algo que, al menos, daría para un nuevo ciclo brillante.

En todo caso, ¿no éramos un accidente, no es que nada que pueda producirse en el futuro nos obligue a alcanzarlo, no es que no existe ni el cielo ni el infierno para el conjunto de la humanidad y de la vida?

No hay comentarios: