Un poco más en relación a "El Diablo y (el Buen) Dios" que da mucho juego a la reflexión. En ese drama imaginario, J. P. Sartre intenta, con la cobertura (y la fuerza) que da la buena literatura, fundamentar su respuesta, personal e ideológica, al dilema que la "lucha de clases", como él diría, supone para el intelectual. Su objetivo era demostrar que la soledad de los iluminados sólo puede ser superada positivamente mediante la asunsión de posiciones de liderazgo o de dirección de masas. Al menos, con la toma de partido o el compromiso, en la jerga de la propia intelectualidad (esto último para los intelectuales más tímidos o apocados que por una u otra causa no quieren encabezar ni siquiera su propio grupúsculo encabezador.)
Ahora bien, debo señalar también, desde mi punto de vista, que Sartre parte de unas premisas discutibles: en primer lugar, que las masas representan en sí lo positivo de la humanidad, lo bueno, lo justo, el futuro, el progreso; en segundo término, que el intelectual las puede interpretar correctamente y mejor de lo que lo harían (si pudieran) ellas mismas; en tercer lugar, que no lo podrán hacer nunca sin su existencia y ayuda (algo a lo que, además, estarían tendencialmente predestinadas so pena de autotraición o alienación.)
Pero, al margen de estas falacias (sobre las que probablemente vuelva en otra ocasión), quiero centrar la atención en el hecho subyacente que, según pienso, lleva a Sartre a inventar esa demostración sin duda inteligente mediante un drama de indiscutible valor estético (es decir, esa buena fundamentación propagandística en la línea de "La Madre" de Gorki, de tono bastante inferior.)
Lo que Sartre reconoce, sin poderlo ni quererlo evitar, es una realidad innegable cuya existencia me interesa por ahora destacar. Una realidad que, en sí misma, debe ser considerada al margen de todo juicio de valor y que no es otra que la existencia de élites; élites que se sienten constreñidas a dirigir y a gobernar con el fin de realizarse, justificarse o gratificarse; élites que se ve forzadas a erigirse en intérpretes infalibles (y bienintencionadas) de las masas, en sus defensores o sus guías y por fin en sus amos (por encima de ella, obligándola incluso a ser "lo que debe ser".) Y todo esto, a partir de su sensibilidad, de lo difícil que le resulta admitir las injusticias.
Sin duda, los experimentos de esa índole pueden llevarse a cabo en tanto que las masas no tienen más alternativas que seguir a unos u otros dirigentes, aceptando incluso aquellos relativamente imperfectos (para un número más o menos significativo de sus componentes), aceptando incluso un cierto grado de engaño e incluso justificándolo por razones tácticas(y en armonía con la propaganda, etc.) lo que es otra vertiente de la cuestión pero que explica la facilidad de los intelectuales para tomar el mencionado (y dramatizado) camino de salvación para sus conflictos existenciales.
En todo caso, como muchos otros intelectuales anteriores y posteriores, no todos del mismo "signo político", Sartre considera al elitismo un fenómeno real, que es de lo que se trata. Claro que Sartre, en el fondo, no hizo sino añadir bagaje a los apriorismos justificatorios de la burocracia, no hizo sino ayudarla a que se comprendiera a sí misma, a que pudiera desprenderse más fácilmente de sus pruritos y vacilaciones, de que los menos decididos se sumasen al ejército de los justos. Claro, también que Sartre y sus iguales reservan un término tan despectivo como elitismo para sus competidores, aquellos que aún haciendo lo mismo son acusados de hacer otra cosa. Pero lo cierto, por evidente, es que, más allá de que ese conflicto del intelectual pueda o no ser superado (otro asunto que requiere un desarrollo aparte), el dilema existe y es resuelto por los más capaces y/o decididos creando y poniéndose a la cabeza de grupos de cualquier tipo en todos los ámbitos imaginables (grupos en lo posible "multidiciplinares" y piramidales entre cuyos miembros se establece una sabia división del trabajo, desde el rey o el gobernante hasta el más ridículo jefecillo, sea sacerdote, bedel, capataz o policía.)
La jugada de Sartre y de la "intelectualidad de izquierdas", como se la ha dado en llamar, en general y en especial pero que se podría y se debería ampliar a los casos del nacionalsocialismo y el fascismo por lo menos, es que considera liberado de los estigmas de élite y de elitismo a todos los que asuman ese papel emancipador, redentor, profético, iluminado, etc., que caracteriza a los dirigentes de masas. Todos los que descubran que estaban predestinados (yo también opino que lo están, que lo están en base a su código genético) para ese papel, sólo serían intelectuales comprometidos, sólo estarían al servicio de las masas... Serían buenos y no malos. Y sólo estos últimos merecerían el nombre, o el epíteto, de elististas.
Así, Sartre define la frontera que separa el bien del mal para todos esos hombres que nacieron especiales gracias a su capacidad intelectual... y a sus habilidades e impulsos políticos. Se trataría de estar con las masas o contra ellas, algo que sólo se debe contrastar con el modelo, con las masas imaginarias, con su deber ser. Kronstadt, las deportaciones stalinistas y los gulags, la represión de los levantamientos de Polonia, de Hungría, de Checoeslovaquia, la catástrofe de Camboya, la masacre de Tiananmen... serían meros accidentes colaterales de una marcha triunfal aunque zigzagueante. Elitistas especialmente peligrosos para Sartre serían en cambio Franco, Musolini, Hitler, incluso a costa de ignorar que ellos también se situaban al frente de unas masas, aunque para él en cambio no lo serían tanto, y muchos en absoluto, los más justficados dictadores del Tercer Mundo, en la línea de Fanon que Sartre por supuesto apoyó. ¿Cómo equiparar Musolini y Perón, Hitler e Idi Amin, Franco y Naser? Las burocracias que toman el poder y recortan los derechos hasta el límite de lo necesario para perpetuarse (¡atentos a este concepto!) no serían así juzgadas por igual (y menos desde el ángulo de las libertades políticas, justo a lo que se reduce o justo lo que es la democracia.) ¡Oh, no; el juicio se realiza desde la óptica de la supuesta defensa del bienestar de las masas, es decir y en realidad, de la simple autodefinición del líder carismático o de su partido, de la bandera que enarbola, de la mentira desconcertante que despliega.
La hipocresía que todo esto rezuma indigna incluso a otros hipócritas. Hipócritas que después de todo no pueden hacer otra cosa que indignarse. Hipocresía que es inculcada entre las bases militantes que identifican a los malos y a los buenos según el criterio fundacional del grupo de élite al que pertenecen, de los principios declarados de la élite a la que siguen.
Así, masas y élites serán siempre antinómicas al tiempo que complementarias. Por ello, creo que deberíamos aceptar sin más lo que somos para sufrir lo menos posible y sobre todo para no añadir sufrimiento adicional para los demás. En fin... sin duda una nueva expresión de utópicos deseos, algo también ineludible en nosotros.
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