domingo, 25 de febrero de 2007

Viaje de vuelta

Siendo un adolescente leí casi todo lo que había escrito Sartre. Su buena prosa y su agudeza reflexiva me atraparon. A los 18 leí "El Diablo y (el buen) Dios"; no mucho después dejé de leer a Sartre para seguir sus recomendaciones por los caminos del marxismo-leninismo que al principio me llevaron por un sendero vergonzoso de populismo irreflexivo, propio de una predisposición adolescente. La experiencia y el estudio desarrollaron esa ideología justiciera a lo largo de unos nueve años hasta convertirla en una fundada teoría del socialismo obrero. Munido, empujado y justificado por ella, llegué a Europa. Lo hice con la creencia de que había que volver a rescatar al Marx puro, al que sostenía que el capitalismo más desarrollado estaba más cerca del socialismo que, por ejemplo, el atraso ruso o las regiones del Tercer Mundo, como Argentina, de las que había decidido alejarme "para no volver" (lo registré así en 1978, en mi cuento Viaje de Vuelta, que se puede leer pinchando en el título como lo publicó Axxón)

Pero, apenas llegado a Europa, el amigo de un amigo me preguntó en mitad de una cena cómo podía yo seguir siendo leninista "a estas alturas". No sé si supe entonces y lo olvidé, o si no supe nunca, cuál fue su intención y su propuesta, lo que recuerdo es que me defendí con argumentos ortodoxos que nunca se pusieron realmente en práctica, es decir, con formulaciones teóricas que con el tiempo descubrí engañosas, pero escuché y en cuanto tuve tiempo me puse a investigar.

Entonces descubrí que el socialismo era "El país de la mentira desconcertante" (leyendo parcialmente el libro de igual título de un tal Ciliga, un joven comunista yugoeslavo que lo descubre en carne propia en una visita a Moscú que lo llevará a las cárceles de Stalin.) Fue entonces cuando comencé a desarrollar mi concepto de la burocracia pasando por el inevitable (y doloroso, porque me dolió) abandono completo del marxismo (el antileninista, el neo marxista, el de los autonomistas, etc. Todos.), y comprendí la falacia (tal vez ignorancia) cometida por Marx al aplicar mal su famosa tesis sobre Feüerbach: "El ser social determina la conciencia" (y no hacerlo hasta las últimas consecuencias, es decir a sí mismo), concluyendo que es posible ser un intelectual y a pesar de ello ser capaz de representar al proletariado y a las masas; algo que yo hice mío, en lo que yo también creí. Es decir, que es posible ser y reconocerse como un intelectual y afirmar que gracias a ello (que a pesar de ello, en todo caso) se es capaz de descubrir y de asumir la conciencia de un grupo social claramente distinto del suyo. A pesar de que ello debía estar determinado por su ser social real. Pero esa conciencia de vanguardia , esa conciencia que incluso se les debe imponer a las masas mediante la dictadura de la vanguardia, no puede ser nunca la proletaria de igual manera que no puede suceder al revés (salvo que el obrero se hubiese convertido en intelectual y no digamos en sindicalista o en ministro.)

Así, el propio materialismo puso en evidencia la ilusión cada vez más interesada (menos psicológica y personal y más política) de una teoría que abracé a instancias de mi antiautoritarismo viceral.

(to be continued...)

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