¡Oh, no, esto no tiene que ver con Irak (aunque bien podría aplicarle a ese tema el mismo título y por las mismas causas)! No, se trata de otra guerra, a la que me opongo sin poder evitarlo, y de otra a la que, por esa oposición, debo, inevitablemente, adscribirme.
La primera, contra la que debo luchar es la guerra que la dirección actual del partido del gobierno en el gobierno desarrolla y amplía de manera creciente (y sobre todo cada vez con menos vergüenza) contra todo lo que se va poniendo delante de su voluntad de poder. Y me siento obligado a ponerme en guerra contra esa guerra sencillamente porque soy incapaz de aceptarme silencioso y otorgante, incapaz de permanecer impasible ante lo que siento, sencillamente y como poco, vergonzoso y vergonzante. ¿Cómo podría hacerlo estando convencido como estoy de que la guerra de los gobernantes contra toda oposición llega a no tener límites, que no es un juego inocente o limitado, que responde a un mecanismo tan instintivo como el del apetito y tan imparable como el hambre? Y es que, así como la suya es una guerra por la supervivencia, lo es la mía. Aunque me quede solo, aunque muchos os levanteis de las butacas para abandonar la sala o para arrojarme todo tipo de proyectiles, no puedo dejar de alzar mi voz para denunciar ese hecho que está adquiriendo tintes de esquizofrenia comparables a mil y una pasada situación, desde las protagonizadas por Nerón y por Calígula hasta las respresentadas por los más recientes dirigentes del llamado tercermundo.
Muchos, demasiados, avalan, defienden y se declararían dispuestos a dar la vida (como han hecho siempre los revolucionarios , como han actuado estos siempre que asumen que su gobierno revolucionario se ve amenazado por el enemigo.) Pero todo eso no es sino una caricatura grotesca de las experiencias que lamentablemente (y quizá inevitablemente) llegaron demasiado lejos y fueron demasiado lamentables.
En general, hay que recordarlo, la mayoría, casi todos, no sólo los defensores que atacan sino los que tardan demasiado en defenderse, sostuvieron contra viento y marea que "ese extremo" nunca llegaría en su caso, que las circunstancias en las que ellos vivían no eran las de aquellos otros tiempos ni las de esos otros lugares. Yo, en cambio, me sumo a los no sé cuántos más que ya hemos aprendido de la historia, a aquellos a los que no les hace falta volverla a vivir para darse cuenta cuando es tarde, o a los que prefieren ignorarla, negándose a sí mismos la posibilidad de documentarse y... de pensar. Yo, con ellos, digo que todo puede ser (no por nada escribo ciencia ficción, ¿verdad?, pero no sólo por eso...) y especialmente que si pudo serlo alguna vez lo puede volver a ser.
¿O es que el fanatismo que despliegan los que hablan de "cordones sanitarios" (u otras cosas peores que no negueis haber escuchado) no justifica el imaginárselos dispuestos a salir un día por las calles con los machetes en alto? ¿Que exagero? ¿Qué pasa, acaso alguien conoció a alguno de los tutsis que sí lo hicieron o a los niños de la guerra que hasta poco antes sólo jugaban a las escondidas o a lo sumo se tiraban piedras o molestaban a los tontos y a los minusválidos del pueblo? ¿Es que alguien pudo decir de los dulces niños de Camboya que serían capaces de apretar el gatillo de un revolver apoyado sobre la cabeza de un maestro acusado del pecado de pensar demasiado "occidentalmente"?
Es obvio que no podemos vivir con la paranoia de que nuestro vecino se pueda transformar en un talibán o en un fascista, en un devoto de Stalin o en un suicida por la yihad, en un nacionalista (no hace falta escribirlo con z) capaz de dar su vida y de llevarse la de otros cientos por su patria, su bandera, sus líderes... pero eso también significa una cosa: que nos acabarán pillando a todos en la ingenuidad y en la confianza, es decir, que no lo podremos evitar. Un día, se buscarán las características genéticas del pensamiento crítico y ese día se definirá a la raza que tocará exterminar. ¿Ciencia ficción? Bueno, el Nautilus también apareció antes que el submarino atómico... Y ojo, no propongo que alcemos otra arma contra el fanatismo y la ceguera como no sea el dedo acusador, el dedo que los señale, el dedo que los acuse de ser incapaces de escuchar y de pensar, de responder a consignas digeridas, de estar dispuestos a ser meros soldados y hasta escudos humanos de la guerra que promete como mucho el botín de la redistribución, el botín arrancado a las víctimas para darlo a los leales que puedan sobrevivir. Espero tener la suerte de que las cosas no lleguen muy lejos, la suerte de que el arma de mi dedo no sea contestado con la bala, el palo, el machete, la piedra...
Muchos no han tenido esa suerte. No podeis imaginar cómo lo siento.
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