Era de esperar que antes o después yo comenzase a plantearme DAR CARPETAZO A ESTE BLOG y creo que esta entrada sería una cierre inmejorable por contener en síntesis lo que lo explicaría todo al desarrollar la reflexión que precisamente conduce hasta esa decisión. (cosa que, como se verá enseguida, no tiene sino una significación histriónica). ¡Ja, carpetazo!; aunque es muy probable que intercale un par de entradas previstas que quiero dedicar a algunos de los compañeros de ruta con los que en esta experiencia me he cruzado: lo merecen... je... esas exposiciones... Pero la cuestión no deja de ser la misma y eso no cambiará las cosas.
En su día, yo comparé esta tribuna con un escenario abierto a un espacio de butacas vacías que tal vez se habrían de ocupar sin duda parcial y discontinuamente de manera ocasional o asidua, desde el cual yo cumpliría fundamentalmente el papel de un personaje histriónico. Lo sabía desde hacía mucho tiempo aunque tal vez no con la claridad y rigor que ha alcanzado a lo largo de estos tres años de ejercicio del discurso, lecturas serias y reflexiones desprejuiciadas y libres de apriorismos y de dogmas, de herencias asumidas sin reconsideración y, sobre todo, de objetivos beneficiosos para mi persona (en gran medida, eso es justamente lo opuesto).
Estaba, como se suele decir, cantado que llegaría a esto. La consecuencia (esto es, el rigor) acaba imponiéndose en la medida en que se hace difícil e imposible el autoengaño... y yo no logro hallar un esfuerzo intelectual que me conduzca al éxito mediante la mentira y el engaño... como en cambio, siento reconocerlo y echarlo en cara a mis lectores, nos pasa a todos en algún otro campo (que no me afecte a mí en el terreno intelectual sólo es debido a que mi supervivencia no depende de los frutos que cultivo en él; que les afecte a muchos, a quienes en principio me he estado dirigiendo y con quienes, en principio, he estado polemizando, es precisamente la otra cara de la moneda). Al respecto, confieso que en mi vida diaria me veo obligado a mentir y a autoengañarme, y que incluso me resulta provechoso. No así en el desempeño de esta ocupación sin beneficio pecuniario ni honorífico alguno y que sin embargo me ha ido aportando, inevitablemente quizás, a lo largo de mis años, una sólida narrativa capaz de dar cuenta de la dinámica de las sociedades humanas habidas y vigentes.
El objetivo declarado y tal vez idílico que perseguía exponiendo mis ideas por esta vía, en buena medida no obstaculizada institucionalmente (y todos sabemos que en cualquier momento, en tanto nos volvamos demasiado-molestos y las cosas -a mi modo de ver- sigan su curso o al menos -al modo de ver de la mayoría de los pensadores de hoy en día- se tuerzan seriamente, estamos sujetos a una u otra obstaculización en uno u otro grado), era el de conseguir la confrontación de mis ideas con una buena parte de todas las demás. Ahora sé que ello sólo es posible en un marco muy estrecho, allí donde sólo hay diferencia de matices, donde los que debaten se parecen socialmente tanto que son capaces de reproducir una y otra vez las mismas ideas, la misma visión del mundo, tener los mismos enemigos y necesitar diferenciarse de ellos mediante los mismos signos... y para ello, tenerse solamente a sí mismos.
De ahí que, tal vez, convierta este blog en una suerte de bitácora privada, en todo caso abierta a mis propios congéneres y si no al servicio de un diálogo ficticio, un soliloquio a fin de cuentas como el que ya practico cuando me interrogo, dudo, me cuestiono, pongo al rojo vivo cada sentida conquista de la lucidez... para que, simplemente, me motive a continuar desarrollando mis tesis (en cualquier caso, seguiría obteniendo poco menos que el pobre feedback que he obtenido hasta ahora de un público del que en su amplia mayoría ahora estoy por rechazar) y a darles una forma lo mejor acabada posible en términos lingüísticos y literarios, en cierto sentido, artísticos, como habría dicho Leo Strauss (sin duda uno de mis admirados, aunque no por ello exento de inconsecuencias a mi juicio). Y tal vez lo conserve sólo como plataforma de denuncia política, claro que, como hasta ahora, sin poder evitar vincularla al trasfondo del que soy consciente o en todo caso creo serlo. Más aún: sin poder evitar que enfoque aquellos hechos que aparezcan como más relevantes para fundamentar mi tesis y que como tal los ponga en evidencia.
Mi visión de la humanidad y de su facultad reflexiva me ha llevado a ver que el debate no es en el fondo ni siquiera posible salvo, como todo lo realmente efectivo (las alianzas, las adopciones, la dominación, la sumisión en uno u otro grado de la individualidad...), en el seno del propio grupo. Fuera, en el espacio abierto en donde todos ellos compiten entre sí -indudablemente por el dominio general-, sólo hay guerra y en todo caso escaramuzas preparatorias, aunque duren hasta el límite de la existencia. Esto, como ya he señalado tantas y tantas veces, ya lo supo ver en cierta medida Strauss: lo encontró indudablemente en Nietzsche y en Tucídides en primer lugar.
Quizás no porque sí, esto reaparece en Sartre, para mi gusto de manera un tanto oportunista e intencionalmente ideológica, cuando le señala a Camus que "La amistad llega a veces a ser totalitaria, se hace necesario el acuerdo en todo o las rencillas, y hasta las mismas indeterminaciones se hacen militantes de partidos contrarios" (cito de memoria una carta que formó en su día parte del intercambio epistolar entre estos dos intelectuales franceses que... nunca se pusieron de acuerdo. Una sentencia que se grabó, tampoco porque sí supongo, en mi memoria en aquellos tiempos en que se completó mi yo, la adolescencia). Sólo a los mentecatos (perdón si esto produce escamas porque no lo digo con la intención de herir a nadie ni de agredir para tomar distancias... sino porque no puedo ocultarlo, es decir, porque me duele y me da lástima), a los pusilánimes, o sea los que temen el desamparo al que tal toma de conciencia amenazaría aherrojarlos, les puede producir rechazo un pensamiento como este, rechazo al no poder soportarlo como propio, al verse tentados levemente aunque sea a vivirlo imaginariamente, al acariciarlo, refugiándose en la convicción de que pensar así es propio de un ser odioso que se gana a pulso la soledad y el aislamiento... algo sin duda muy lamentable, muy doloroso, muy penoso... que no se quiere para uno mismo, claro, y bien hondamente se teme. Que se evita a cualquier precio... aunque no se lo reconozca, es decir, al precio de la claudicación, al precio de la autorrepresión, al precio de negarse a ir más allá de lo admisible por los que nos rodean, mejor dicho, por lo que nos rodea.
Sin duda, no se puede convencer a nadie mediante argumentos. Hasta aquellos que ponen a priori La Democracia -la democracia representativa (por nuestro-occidental-modo-de-vida)- lo reconocen señalando, todavía con Kant, que será el modo de vida el que una vez impuesto (a saber cómo) permita que ello se extienda y por fin se generalice. Como Rorty, por tomar al primero que me viene a la cabeza.
Yo sostenía, desde que descubrí en el marxismo el monstruo redisfrazado de bondad justiciera (¡justicia para todos los hombres... negada institucionalmente por Dios al expulsarnos, a todos, del Paraíso; qué otra cosa!), que todo intento de convencer ocultaba un intento de sojuzgamiento; intento y puesta en marcha de los mecanismos pertinentes para alcanzar ese fin.
En nombre de ese auténtico motivo intrínseco e idiosincrásico me parecía que todo ser humano había hecho de La Razón, y de todos los demás componentes complementarios o secundarios del discurso, sólo subordinados a ella desde el punto de vista de la supuesta tabla de valores que todos parecíamos aceptar, su bandera. Sin embargo no es así: esa bandera y esos valores son sólo los de una parte de la población humana, los intelectuales, aquellos individuos que han podido optar por hacer uso de sus facultades reflexivas para sobrevivir y han elegido luego construir sobre esa base su particular práctica social hegemónica en la forma en que esta fuera cada vez posible (como sacerdotes, como cortesanos ad hoc, beneficiarios -del mecenazgo- o favoritos, como asalariados, como subvencionados, como burócratas...) Fueron ellos los que elevaron y consiguieron situar como valor supremo a La Razón aunque más no fuera como icono, aunque no fuera realmente de manera efectiva... lo que sin duda no era su principal interés, aunque no fuera lo que se permitían sostener, claro. En parte, era su valor particular supremo, aquella facultad de les permitiría agrupar a todos a su alrededor en nombre de una sustancial distinción identificativa, opuesta a la animalidad tanto o más que la ausencia de pelo, tanto o más que el sentimiento y la práctica de la piedad o sea el reconocimiento de un Creador Supremo o al menos de una pléyade de dioses a los que el ser humano (el hombre-macho en especial) debía intentar asemejarse... elevándose. Era sin duda una creativa fórmula de chantaje. Lo que no impidió que siempre prevalecieran otras facultades, a pesar de todo: la fuerza bruta extendida tecnológicamente hasta el límite de la autodestrucción, la astucia callejera hábil con la práctica del engaño y la traición, la prevalencia de los acuerdos posibilistas sobre la verdad... en fin, el individuo en toda su dimensión humana. Y en ese mismo marco, y con esa misma argamasa, es donde y con la que se ha llegado a convertir, por fin, despojada cada vez más de sus adornos grandilocuentes, La Razón en un mero icono referencial, en que se la vuelto a situar como el gran Carnero de Oro en el sitial de los ídolos, esta vez incluso de oro falso, recubierto apenas ,por una película dorada, en el mejor estilo del que se puede ver en Las Vegas, esa Meca que es mucho más que la del Juego y el Dinero sino la de la Artificialidad Instituida. Deux ex machina -no olvidemos que "la palabra máquina que en griego significa estratagema, trampa, (sirve) para comprender que toda máquina es fundamentalmente una máquina militar" (tomado de Libros Peligrosos salvo el paréntesis mío añadido para adaptar la gramática a mi texto)- pasó cada vez más ostensiblemente a ser Ratio ex machina, algo, por cierto, que nunca dejó de ser una cuestión de cálculo.
Aristóteles, lo he señalado en otras ocasiones, se engañaba convenientemente -o, si se prefiere con más contundencia, sostenía ese engaño por intereses propios- cuando decía que "el hombre, en general, quiere saber". Es más, creo estar en lo cierto diciendo que el hombre que se preocupa seriamente por hallar las causas de los hechos -de todos los que puede- no lo hace porque quiera realmente dar con lo que explica los sucesos sino porque quiere asentarse en el grupo en el que de ese modo lo pueden admitir. La Ciencia, que se las ingenió eficazmente para legitimarse (en la figura de sus promotores y luego de sus herederos socioprofesionales) en base al objetivo de "llegar a la verdad" o a "la sabiduría" o "al conocimiento", no puede comprenderse de manera coherente y sin contradecir sus propios principios si se intenta explicar su práctica sobre esa base eufemística y encubridora.
En este sentido nada ha cambiado ni con la entrada del ser humano en la Historia hará unos 10.000 años ni con la entrada en la Democracia Moderna hará unos centenares. En todo caso, la entrada en la posmodernidad, asociada de manera significativa al espectacular desarrollo tecnológico y al grado de sofisticación y rigurosidad formal (matemática) de las ciencias naturales alcanzados, lo que está poniendo al desnudo, para desesperación y desamparo de los cientifistas, positivistas y racionalistas, es el hecho de que todas las construcciones de la ciencia responden a las mismas causas que las demás realizaciones humanas, desde las valoradas como "buenas" a las denigradas, desde las que reflejarían "lo mejor del ser humano" hasta "lo más animal".
Es duro enfrentarse a una conclusión tan poco esperanzadora o tan poco... ¿idealista? Y cuánta significación emerge del estudio de las "diversas" posturas que despierta esa conclusión, variaciones todas para un mismo tema.
En primer lugar, en contra de la tesis expuesta tenemos a un auténtico ejército de trabajadores intelectuales de primera y de segunda filas y de enseñantes de diversa valoración jerárquica anclados a una estructura social establecida de la que viven y tienen que vivir. Ellos son los que más alto vociferan en defensa de La Razón como de algo Sacrosanto o Sublime (por más laicismo que se le quiera ahora conferir a este adjetivo.) Los he citado mediante uno u otro ejemplo a lo largo de mi ensayito sobre el tema Una lanza rota... (en este blog de todos modos por si a alguno le interesa), y sin duda son los más numerosos en este mundo periodístico-virtual que se ha dado en llamar blogsfera.
Es casi seguro que más de uno se anime a achacarme el deseo de que las cosas sean así... pero eso es que ellos necesitan creer que son todo lo contrario. Es casi seguro que muchos dirán que no se debe caer en tamaño pesimismo: nada que no critiquen en sus principales oponentes, los religiosos, a quienes acusan sin pensarlo dos veces de metafísicos... como si ellos no lo fueran. Todos se refugiarán, en definitiva, en frases del estilo: yo creo que las cosas son así o asá... porque no tienen argumentos, porque todo lo que hoy se nos presenta pone en tela de juicio los viejos sueños. Y porque sin duda Nietzsche no se equivocaba en lo más minimo cuando sentenció: "el hombre prefiere querer la nada a no querer".
Lo cierto, en todo caso, es que tengo que actuar en consonancia con la conclusión de que la humanidad en su conjunto nunca se ha preocupado por aprehender las causas de lo que sucede. Que ni siquiera la intelectualidad lo quiere de verdad... salvo que se ponga cerco a esa verdad y al objeto de la investigación, y se deje fuera la propia idiosincrasia humana. Tal vez esa sea en el fondo la causa por la que se establece el cerco, por la que se llama a callar acerca de lo que no se podría decir nada, por la que se invita a la disciplina del método y al acatamiento de las leyes de la lógica... Sí, me refiero al miedo a mirarse al espejo mágico, de rayos super X, capaz de enseñarnos las vísceras y la mismísima digestión en pleno proceso, las imágenes corporizadas de todas nuestras ensoñaciones, deseos y fantasías, incluidas las más perversas, las más... "inhumanas", y de hacerlo delante de todos, de manera pública, esa única manera de sentir hondamente la vergüenza... Tal vez sea a eso a lo que se le tiene más miedo que a nada, lo que por encima de cualquier cosa nos resulta insoportable y repugnante, y por lo que estamos dispuestos a camuflarlo mediante una piel libre de pelo (o un cabello esmeradamente cuidado) y una estética y una conducta (sí, sin duda maravillosamente humanas, y muchas veces pavorosas) expresadas y/o complementadas con unas construcciones henchidas, sí, sin duda, de imaginación y creatividad, hechas de piedra, acero, sangre y narrativa.
Pues eso, mal que nos pese: artificiales.
En su día, yo comparé esta tribuna con un escenario abierto a un espacio de butacas vacías que tal vez se habrían de ocupar sin duda parcial y discontinuamente de manera ocasional o asidua, desde el cual yo cumpliría fundamentalmente el papel de un personaje histriónico. Lo sabía desde hacía mucho tiempo aunque tal vez no con la claridad y rigor que ha alcanzado a lo largo de estos tres años de ejercicio del discurso, lecturas serias y reflexiones desprejuiciadas y libres de apriorismos y de dogmas, de herencias asumidas sin reconsideración y, sobre todo, de objetivos beneficiosos para mi persona (en gran medida, eso es justamente lo opuesto).
Estaba, como se suele decir, cantado que llegaría a esto. La consecuencia (esto es, el rigor) acaba imponiéndose en la medida en que se hace difícil e imposible el autoengaño... y yo no logro hallar un esfuerzo intelectual que me conduzca al éxito mediante la mentira y el engaño... como en cambio, siento reconocerlo y echarlo en cara a mis lectores, nos pasa a todos en algún otro campo (que no me afecte a mí en el terreno intelectual sólo es debido a que mi supervivencia no depende de los frutos que cultivo en él; que les afecte a muchos, a quienes en principio me he estado dirigiendo y con quienes, en principio, he estado polemizando, es precisamente la otra cara de la moneda). Al respecto, confieso que en mi vida diaria me veo obligado a mentir y a autoengañarme, y que incluso me resulta provechoso. No así en el desempeño de esta ocupación sin beneficio pecuniario ni honorífico alguno y que sin embargo me ha ido aportando, inevitablemente quizás, a lo largo de mis años, una sólida narrativa capaz de dar cuenta de la dinámica de las sociedades humanas habidas y vigentes.
El objetivo declarado y tal vez idílico que perseguía exponiendo mis ideas por esta vía, en buena medida no obstaculizada institucionalmente (y todos sabemos que en cualquier momento, en tanto nos volvamos demasiado-molestos y las cosas -a mi modo de ver- sigan su curso o al menos -al modo de ver de la mayoría de los pensadores de hoy en día- se tuerzan seriamente, estamos sujetos a una u otra obstaculización en uno u otro grado), era el de conseguir la confrontación de mis ideas con una buena parte de todas las demás. Ahora sé que ello sólo es posible en un marco muy estrecho, allí donde sólo hay diferencia de matices, donde los que debaten se parecen socialmente tanto que son capaces de reproducir una y otra vez las mismas ideas, la misma visión del mundo, tener los mismos enemigos y necesitar diferenciarse de ellos mediante los mismos signos... y para ello, tenerse solamente a sí mismos.
De ahí que, tal vez, convierta este blog en una suerte de bitácora privada, en todo caso abierta a mis propios congéneres y si no al servicio de un diálogo ficticio, un soliloquio a fin de cuentas como el que ya practico cuando me interrogo, dudo, me cuestiono, pongo al rojo vivo cada sentida conquista de la lucidez... para que, simplemente, me motive a continuar desarrollando mis tesis (en cualquier caso, seguiría obteniendo poco menos que el pobre feedback que he obtenido hasta ahora de un público del que en su amplia mayoría ahora estoy por rechazar) y a darles una forma lo mejor acabada posible en términos lingüísticos y literarios, en cierto sentido, artísticos, como habría dicho Leo Strauss (sin duda uno de mis admirados, aunque no por ello exento de inconsecuencias a mi juicio). Y tal vez lo conserve sólo como plataforma de denuncia política, claro que, como hasta ahora, sin poder evitar vincularla al trasfondo del que soy consciente o en todo caso creo serlo. Más aún: sin poder evitar que enfoque aquellos hechos que aparezcan como más relevantes para fundamentar mi tesis y que como tal los ponga en evidencia.
Mi visión de la humanidad y de su facultad reflexiva me ha llevado a ver que el debate no es en el fondo ni siquiera posible salvo, como todo lo realmente efectivo (las alianzas, las adopciones, la dominación, la sumisión en uno u otro grado de la individualidad...), en el seno del propio grupo. Fuera, en el espacio abierto en donde todos ellos compiten entre sí -indudablemente por el dominio general-, sólo hay guerra y en todo caso escaramuzas preparatorias, aunque duren hasta el límite de la existencia. Esto, como ya he señalado tantas y tantas veces, ya lo supo ver en cierta medida Strauss: lo encontró indudablemente en Nietzsche y en Tucídides en primer lugar.
Quizás no porque sí, esto reaparece en Sartre, para mi gusto de manera un tanto oportunista e intencionalmente ideológica, cuando le señala a Camus que "La amistad llega a veces a ser totalitaria, se hace necesario el acuerdo en todo o las rencillas, y hasta las mismas indeterminaciones se hacen militantes de partidos contrarios" (cito de memoria una carta que formó en su día parte del intercambio epistolar entre estos dos intelectuales franceses que... nunca se pusieron de acuerdo. Una sentencia que se grabó, tampoco porque sí supongo, en mi memoria en aquellos tiempos en que se completó mi yo, la adolescencia). Sólo a los mentecatos (perdón si esto produce escamas porque no lo digo con la intención de herir a nadie ni de agredir para tomar distancias... sino porque no puedo ocultarlo, es decir, porque me duele y me da lástima), a los pusilánimes, o sea los que temen el desamparo al que tal toma de conciencia amenazaría aherrojarlos, les puede producir rechazo un pensamiento como este, rechazo al no poder soportarlo como propio, al verse tentados levemente aunque sea a vivirlo imaginariamente, al acariciarlo, refugiándose en la convicción de que pensar así es propio de un ser odioso que se gana a pulso la soledad y el aislamiento... algo sin duda muy lamentable, muy doloroso, muy penoso... que no se quiere para uno mismo, claro, y bien hondamente se teme. Que se evita a cualquier precio... aunque no se lo reconozca, es decir, al precio de la claudicación, al precio de la autorrepresión, al precio de negarse a ir más allá de lo admisible por los que nos rodean, mejor dicho, por lo que nos rodea.
Sin duda, no se puede convencer a nadie mediante argumentos. Hasta aquellos que ponen a priori La Democracia -la democracia representativa (por nuestro-occidental-modo-de-vida)- lo reconocen señalando, todavía con Kant, que será el modo de vida el que una vez impuesto (a saber cómo) permita que ello se extienda y por fin se generalice. Como Rorty, por tomar al primero que me viene a la cabeza.
Yo sostenía, desde que descubrí en el marxismo el monstruo redisfrazado de bondad justiciera (¡justicia para todos los hombres... negada institucionalmente por Dios al expulsarnos, a todos, del Paraíso; qué otra cosa!), que todo intento de convencer ocultaba un intento de sojuzgamiento; intento y puesta en marcha de los mecanismos pertinentes para alcanzar ese fin.
En nombre de ese auténtico motivo intrínseco e idiosincrásico me parecía que todo ser humano había hecho de La Razón, y de todos los demás componentes complementarios o secundarios del discurso, sólo subordinados a ella desde el punto de vista de la supuesta tabla de valores que todos parecíamos aceptar, su bandera. Sin embargo no es así: esa bandera y esos valores son sólo los de una parte de la población humana, los intelectuales, aquellos individuos que han podido optar por hacer uso de sus facultades reflexivas para sobrevivir y han elegido luego construir sobre esa base su particular práctica social hegemónica en la forma en que esta fuera cada vez posible (como sacerdotes, como cortesanos ad hoc, beneficiarios -del mecenazgo- o favoritos, como asalariados, como subvencionados, como burócratas...) Fueron ellos los que elevaron y consiguieron situar como valor supremo a La Razón aunque más no fuera como icono, aunque no fuera realmente de manera efectiva... lo que sin duda no era su principal interés, aunque no fuera lo que se permitían sostener, claro. En parte, era su valor particular supremo, aquella facultad de les permitiría agrupar a todos a su alrededor en nombre de una sustancial distinción identificativa, opuesta a la animalidad tanto o más que la ausencia de pelo, tanto o más que el sentimiento y la práctica de la piedad o sea el reconocimiento de un Creador Supremo o al menos de una pléyade de dioses a los que el ser humano (el hombre-macho en especial) debía intentar asemejarse... elevándose. Era sin duda una creativa fórmula de chantaje. Lo que no impidió que siempre prevalecieran otras facultades, a pesar de todo: la fuerza bruta extendida tecnológicamente hasta el límite de la autodestrucción, la astucia callejera hábil con la práctica del engaño y la traición, la prevalencia de los acuerdos posibilistas sobre la verdad... en fin, el individuo en toda su dimensión humana. Y en ese mismo marco, y con esa misma argamasa, es donde y con la que se ha llegado a convertir, por fin, despojada cada vez más de sus adornos grandilocuentes, La Razón en un mero icono referencial, en que se la vuelto a situar como el gran Carnero de Oro en el sitial de los ídolos, esta vez incluso de oro falso, recubierto apenas ,por una película dorada, en el mejor estilo del que se puede ver en Las Vegas, esa Meca que es mucho más que la del Juego y el Dinero sino la de la Artificialidad Instituida. Deux ex machina -no olvidemos que "la palabra máquina que en griego significa estratagema, trampa, (sirve) para comprender que toda máquina es fundamentalmente una máquina militar" (tomado de Libros Peligrosos salvo el paréntesis mío añadido para adaptar la gramática a mi texto)- pasó cada vez más ostensiblemente a ser Ratio ex machina, algo, por cierto, que nunca dejó de ser una cuestión de cálculo.
Aristóteles, lo he señalado en otras ocasiones, se engañaba convenientemente -o, si se prefiere con más contundencia, sostenía ese engaño por intereses propios- cuando decía que "el hombre, en general, quiere saber". Es más, creo estar en lo cierto diciendo que el hombre que se preocupa seriamente por hallar las causas de los hechos -de todos los que puede- no lo hace porque quiera realmente dar con lo que explica los sucesos sino porque quiere asentarse en el grupo en el que de ese modo lo pueden admitir. La Ciencia, que se las ingenió eficazmente para legitimarse (en la figura de sus promotores y luego de sus herederos socioprofesionales) en base al objetivo de "llegar a la verdad" o a "la sabiduría" o "al conocimiento", no puede comprenderse de manera coherente y sin contradecir sus propios principios si se intenta explicar su práctica sobre esa base eufemística y encubridora.
En este sentido nada ha cambiado ni con la entrada del ser humano en la Historia hará unos 10.000 años ni con la entrada en la Democracia Moderna hará unos centenares. En todo caso, la entrada en la posmodernidad, asociada de manera significativa al espectacular desarrollo tecnológico y al grado de sofisticación y rigurosidad formal (matemática) de las ciencias naturales alcanzados, lo que está poniendo al desnudo, para desesperación y desamparo de los cientifistas, positivistas y racionalistas, es el hecho de que todas las construcciones de la ciencia responden a las mismas causas que las demás realizaciones humanas, desde las valoradas como "buenas" a las denigradas, desde las que reflejarían "lo mejor del ser humano" hasta "lo más animal".
Es duro enfrentarse a una conclusión tan poco esperanzadora o tan poco... ¿idealista? Y cuánta significación emerge del estudio de las "diversas" posturas que despierta esa conclusión, variaciones todas para un mismo tema.
En primer lugar, en contra de la tesis expuesta tenemos a un auténtico ejército de trabajadores intelectuales de primera y de segunda filas y de enseñantes de diversa valoración jerárquica anclados a una estructura social establecida de la que viven y tienen que vivir. Ellos son los que más alto vociferan en defensa de La Razón como de algo Sacrosanto o Sublime (por más laicismo que se le quiera ahora conferir a este adjetivo.) Los he citado mediante uno u otro ejemplo a lo largo de mi ensayito sobre el tema Una lanza rota... (en este blog de todos modos por si a alguno le interesa), y sin duda son los más numerosos en este mundo periodístico-virtual que se ha dado en llamar blogsfera.
Es casi seguro que más de uno se anime a achacarme el deseo de que las cosas sean así... pero eso es que ellos necesitan creer que son todo lo contrario. Es casi seguro que muchos dirán que no se debe caer en tamaño pesimismo: nada que no critiquen en sus principales oponentes, los religiosos, a quienes acusan sin pensarlo dos veces de metafísicos... como si ellos no lo fueran. Todos se refugiarán, en definitiva, en frases del estilo: yo creo que las cosas son así o asá... porque no tienen argumentos, porque todo lo que hoy se nos presenta pone en tela de juicio los viejos sueños. Y porque sin duda Nietzsche no se equivocaba en lo más minimo cuando sentenció: "el hombre prefiere querer la nada a no querer".
Lo cierto, en todo caso, es que tengo que actuar en consonancia con la conclusión de que la humanidad en su conjunto nunca se ha preocupado por aprehender las causas de lo que sucede. Que ni siquiera la intelectualidad lo quiere de verdad... salvo que se ponga cerco a esa verdad y al objeto de la investigación, y se deje fuera la propia idiosincrasia humana. Tal vez esa sea en el fondo la causa por la que se establece el cerco, por la que se llama a callar acerca de lo que no se podría decir nada, por la que se invita a la disciplina del método y al acatamiento de las leyes de la lógica... Sí, me refiero al miedo a mirarse al espejo mágico, de rayos super X, capaz de enseñarnos las vísceras y la mismísima digestión en pleno proceso, las imágenes corporizadas de todas nuestras ensoñaciones, deseos y fantasías, incluidas las más perversas, las más... "inhumanas", y de hacerlo delante de todos, de manera pública, esa única manera de sentir hondamente la vergüenza... Tal vez sea a eso a lo que se le tiene más miedo que a nada, lo que por encima de cualquier cosa nos resulta insoportable y repugnante, y por lo que estamos dispuestos a camuflarlo mediante una piel libre de pelo (o un cabello esmeradamente cuidado) y una estética y una conducta (sí, sin duda maravillosamente humanas, y muchas veces pavorosas) expresadas y/o complementadas con unas construcciones henchidas, sí, sin duda, de imaginación y creatividad, hechas de piedra, acero, sangre y narrativa.
Pues eso, mal que nos pese: artificiales.