jueves, 2 de febrero de 2012

De los deseos de "mejorar el mundo" (tercera aproximación)


Afirmar que una unidad política de masas pueda ser gobernada directamente por "el pueblo" o que quepa la posibilidad de que éste sea auténticamente "representado" nunca fue ni será más que propaganda engañosa y en todo caso autoengañosa. Sus figuras (utopía, anarquía, comunismo, democracia obrera, autogestión...) han sido marginadas, al menos por ahora, en conexión con la ruina de los racionalismos y a cuento de las diversas experiencias llevadas a cabo en su nombre para fines opuestos a los declarados. Hoy, por otra parte, sigue siendo indefendible la teórica representatividad de las democracias occidentales (principalmente condenadas vox populis por corruptas en uno u otro grado, o sea, tratadas como si sólo fueran "enfermas" que se pudiesen "curar") y a lo sumo se insiste en que de todos los imaginables es el régimen político menos malo posible.

Sobre el problema de la gobernación de una sociedad compleja dada (ciudad, país, estado...) el racionalismo filosófico ha pretendido dar con fórmulas "justas" o cuanto menos "lo más justas posibles", realizando no obstante y a la vez: (a) la defensa de sus propios ideales (esto es, sus intereses socio-profesionales), (b) un servicio de justificación de la complejización y la fragmentación socio-histórica como "positivas" (o sea, como signos de una humanidad divinizada o encaminada a serlo), siendo ambas la base de su propia existencia individual como "especialistas" separados del trabajo realizado con el sudor de la frente en nombre de "su capacidad particular". (1)

Lo cierto es que aquellos, debido precisamente a esas circunstancias en constante crecimiento (que se imponen conjuntamente a ellos y a todos), no pueden asumir sin dejar de ser ellos mismos socialmente hablando la crítica radical (la vivisección sin prejuicios) del proceso y de sus resultados  ni pueden hacer suya ninguna forma de gobernabilidad. Lo único a lo que pueden aspirar de ese modo es a bregar por reformas (modificación de las formas) de modo que les permitan usufructuar en beneficio propio (material y psicológico) las condiciones ante las que se sitúan y en las que se han conformado, esto es, sacar el máximo partido a las circunstancias... sea mediante pactos en uno u otro grado, sea mediante mentiras y traiciones. En este sentido, hay una coincidencia tácita entre todos los que apuntan a ganar poder (parcial) sobre la sociedad en su conjunto, preservándola en su esencia y mejorándola en su beneficio: se enfrentan como un bloque a las tendencias y conductas individualistas de índole centrípeta, aquellas que demuestran un interés nulo precisamente en la sociedad misma y en sus desarrollo, y contra ellos es contra lo que se erigen las leyes que los separarán del resto como a criminales (esto pone de relieve el problema actual de la corrupción política, que no es sin duda nuevo, y ahí están los tiranos, que desvela a la camarilla sin escrúpulos como una mera banda de ladrones).

El pueblo (un conjunto ciertamente heterogéneo pero que puede definirse por la imposibilidad de sus componentes individuales de imponer sus deseos, ni mediante la fuerza ni mediante la convicción, ya que ni siquiera tiene ni puede tener un único discurso, es decir, como el conjunto de quienes no tienen ni pueden tener el poder en sus manos ni componer una única política) se ha agolpado siempre, y sigue haciéndolo, tras unas u otras banderas y unos u otros grupos organizados (partidos) con la esperanza de encumbrar a unos gobernantes de los que espera lo que se llama "un buen gobierno". Obviamente "para ellos"... lo que en realidad es en el límite imposible al no existir ninguna verdadera comunidad de intereses sino tan sólo el deseo de que haya lo suficiente como para repartir en unas proporciones más o menos admitidas de modo que, si acaso, sean pocos los que no reciban prácticamente nada. La estratificación en el reparto, tal y como se fija en la concepción imaginaria imperante, responde a los valores que justifican la posición del poder por parte de quienes se han desgajado del pueblo para gobernarlo. Así, en las sociedades burocratizadas de hoy, donde las reglas de juego de la gobernabilidad son enteramente burocráticas (profesionalidad, carrera, vínculos de lealtad, uso de las zancadillas y traiciones, etc.), esa estratificación en el reparto no es sino una extensión de la pirámide situada en el poder, incluso en sus matices.

Ese pueblo, no puede concebir realmente "otra cosa" (o no estaríamos hablando de su realidad) y no por estar "alienado" o confundido, sino por ser heterogéneo y masivo, por necesitar que haya un rumbo lo más preciso posible, una conducción y una delegación a propósito, una garantía aparente (que puede o no verse frustrada a posteriori) de que el reparto se producirá y unos y otros piensan ser los más beneficiados. Al menos estas son las apuestas, esos los cálculos y las proyecciones. Y así, la coincidencia que se establece por lo negativo: van juntos con la pretensión de salvarse individual o a lo sumo grupalmente.

Ese deseo "negativo" es sin embargo real y determina una fuerza activa que incluso puede a obligar a los gobernantes a considerar la situación y buscar en uno u otro grado responder a sus reclamos (buscando satisfacer a la parte de la masa más cercana o más activa), lo que en cualquier caso y el mejor, implica establecer un orden y unos medios que lo permitan en atención a todas las piezas en juego. El pueblo en las unidades de masas que nacieron desde que comenzó la domesticación de plantas y animales, esto es, los asentamientos sedentarios en los que la población comenzó seriamente a crecer, se vio forzado a optar por seguir a unos u otros jefes (hoy camarillas organizadas piramidalmente) con las esperanzas puestas en su capacidad para la obtención de riquezas que se dignaran a repartir, fuese bajo la forma de excedentes convenientes ante posibles escaseces futuras, fuese bajo la forma de botines de guerra o de conquista, en cualquiera de los casos con el aporte del propio sudor de la frente, la disposición leal y comprometida a la causa convocante, la sujeción de los comportamientos egoístas y/o centrípetos (esto es, criminales). Esto es lo que está en la base de la conservación del conjunto, del mecanismo y del aparato de gobernación, de los métodos y las reglas instituidos, de la masiva adopción de una conducta fiel y paciente. Todo ello componiendo una identidad que se expresaría como cultura.

De todos modos, la frustración se ha presentado de manera masiva allí donde los gobernantes actúan de una manera exclusiva para el propio beneficio y la conservación desnuda del poder propio, cuando aparece la figura visible de que lo ejercen "por el poder mismo" y no se preocupan por apoyarse en acciones que todos verían como "sociales" (y la burocratización de la sociedad en aumento agudiza este tipo de situaciones). De ello, sin embrago, no se derivó nunca una tendencia real a algo que pudiéramos llamar "asunción directa del poder por las masas". Todo lo contrario, el pueblo ha vuelto una y otra vez a apelar a "los hábiles" que en todo caso se presentaban como "sabios". Todo lo contrario, la frustración popular consolida si acaso de manera cada vez más profunda su resignada o levemente esperanzadora opción filotiránica que, más allá de los intentos de revestir sus reclamos de revolucionarios y de darles un carácter economisista (para el que el poder sería... el económico... con o sin CIA de por medio) tienden más bien a inclinarse, ni más ni menos, que por el moralismo, en cuyo nombre insisten en seguir a unos y a otros en la esperanza de un reparto "más justo" de las riquezas y de los botines de guerra posibles. Es decir, a que se favorezcan las opciones de unas no menos sospechosas tiranías carismáticas a las que a pesar de ello se atribuye la capacidad de romper el auténtico poder de los poderosos, es decir, la de instaurar un régimen donde impere la moralidad. Esta parece al fin la única deriva posible, y se refleja de manera constante, con los matices propios de los individuos y grupos específicos que componen el pueblo.

Por otra parte, si atendemos a la situación actual, sólo cabe observar que el escenario politico actual ha quedado reducido por entero al combate entre facciones y camarillas profesionales organizadas en partidos (estructura que hoy es especialmente fuerte, sobre todo en el caso de los jugadores principales), tendencias internas y en sentido estricto en meras camarillas que luchan por hacerse con  el poder de las estructuras mayores (Partido, Estado...) y conservarlo. Y que los pueblos apenas si pueden hacer otra cosa que acompañar ese juego en los momentos de desequilibrio, ayudando en todo caso a que este se produzca en favor de uno de los bandos en conflicto.

El hecho de que el pueblo se vea frustrado, antes o después, por haber seguido a unos u otros e inclusive, aunque momentáneamente, "a todos" (al menos formalmente, como hemos podido ver en el caso del 15-M español), es algo que está en la propia idiosincrasia del proceso. Crean o no seriamente en las esperanzas que se tengan (cosa que es más que relativa y en todo caso dista mucho de ser generalizada) las masas no pueden hacer otra cosa que delegar y ser engañadas por sus dirigentes y/o representantes (aquí texto de notas...).Y esto no hace sino ser cada vez más evidente y crítico.

La experiencia les dice cada vez más claramente que la posesión de "conocimientos abstractos" o "teóricos" no les garantizará el resultado esperado... aunque fueran acertados; que ni los filósofos ni los científicos ni mucho menos los especialistas tienen la idiosincrasia necesaria para dirigir a las masas ni para gobernar (en tanto no se conviertan en -o estén en función de- miembros de la burocracia política), algo de todos modos apenas más notable que lo que ya habían reconocido los mismos fundadores de la Filosofía clásica al reservarse el papel de consejeros de las tiranías, los reyes y, en última instancia, de los otros tipos de gobernantes, o como figuraban en las observaciones de Spinoza (Tratado político). Pero también les dice hoy, a la vista del resultados de sus consejos y profecías, que sus conocimientos "no sirven para nada" o poco menos (incluso que sólo sirven para justificar un estatus); algo que ahonda la marcha hacia lo que la modernidad no sin lógica llamó siempre "la barbarie". La propia especialización imperante disgrega el saber en tantos compartimentos donde lo que prima es el detalle que un soviet de especialistas sólo podría conducir a una pelea de gallos catastrófica cuando no a la más factible conversión o conducta de cada grupo interno a la manera de cualquier otra camarilla burocrática.

El aserto de Spinoza (que Strauss rescata) acerca de las preferencias del pueblo y de los pensadores pragmáticos (como él mismo) por "los políticos" en detrimento de los "utópicos" (que en su texto confunde con los politólogos -como Hobbes y Maquiavelo- que intentan una vez más aconsejar a los gestores reales del poder con estos mismos... que por lo general no han aplicado casi nunca esos consejos sabios...) no responde sin embargo, más allá de la observación apuntada entre paréntesis, a la auténtica mecánica que origina la conducta de las masas: el aserto es aún mentiroso y encierra aún "grandes esperanzas" para los intelectuales (esperanzas a las que se abrazó, por ejemplo, Marx) y, por tanto, una base para seguir alentando una vía para la supervivencia o conservación como intelectuales en unas sociedades que cada vez fueron más refractarias a su independencia y a la conformación de su legitimidad social (esto sería, para aprovechar al propio Marx, para la preservación del propio "ser social" que sin duda sería el "determinante de su conciencia"). (2) Dicho sea de paso: esto explicaría la convivencia inicial del ejercicio del hacer filosófico y la orientación neta hacia la reducción final de su pensamiento al conjunto elemental de slogans y propaganda que bastan para gobernar (en realidad, bastan para adornar o revestir las acciones de un gobierno que cada vez más depende de la fuerza bruta, la manipulación de instituciones, leyes y prerrogativas, y/o de las promesas redistributivas -así la búsqueda de apoyaturas sociales parciales-, todo ello en las proporciones que cada vez puedan establecerse y/o sean más efectivas (estado del equilibrio/desequilibrio de los factores en juego en particular). Y esto explicaría la irresistible metamorfosis de Marx y otros marxistas en burócratas (en tanto los actuales detentadores del poder efectivo) y en burócratas políticos en particular (los gestores directos de la administración del Estado), fuese directa y parcialmente (lo que es más sencillo si se está en la oposición y cuanto más al margen de las instituciones más aún) o por la vía de la reencarnación y/o la sucesión (justo la que tan claramente intentan reflejar los viejos posters soviéticos y maoístas para legitimar/adornar sus dictaduras y que empiezan con el rostro de Marx a la izquierda para terminar con el del correspondiente líder nacional a la derecha).

La mecánica que lleva a las masas a ponerse en manos de unos pocos para que gobierne y las gobierne (a ser posible y en la pretensión de que lo haga, en el sentido antedicho, "bien") nace de su debilidad, una debilidad relativa, socialmente contextual o histórica, referida al la estructura dada y sistemáticamente fabricada mediante la selección artificial y la domesticación ya mencionadas en la parte precedente de este artículo (véase mi nota 1 de la segunda parte donde se describe y se comenta esa mecánica ya entrevista y recomendada por Platón y de una manera mucho menos adornada que como se hace hoy, por tanto de un modo más evidente... y más facilidad para justificarlos emocionalmente (al estar libre del cosmopolitismo progresista moderno, hoy aún predominante, que los hace tan repugnantes... hipócritamente hablando). Pero, insisto, no se trata de algo provocado por las "clases superiores" ni planificada por ellas previamente (durante algún modelo de fundación inviable que sólo puede ser realizado, como en Las leyes, por un "teórico" idealista), ni tampoco es una simple entrega voluntaria ni una debilidad "de conciencia", natural o producto de "la alienación" (que sólo es y puede ser del color del cristal del que la inviste el supuesto "no alienado" de turno) sino, por una parte, del hecho mismo de ser masa, multitud heterogénea, un conglomerado cada vez más fragmentado y especializado de intereses constantemente encontrados y constantemente obligados a la renuncia parcial (siendo total bajo la esclavitud o el encarcelamiento), y, por otro, que se origina en el desarrollo desigual que siguen las agrupaciones primitivas que acaban encontrándose, unas ofreciendo las ventajas de su mayor complejidad, las otras sucumbiendo a su potencia y encanto en diversas proporciones, a partir de lo cual comienza a operar la selección artificial antedicha. Ventajas fundamentalmente imaginarias que se ofrecen desde una posición superior a una inferior tal y como son mutuamente adoptadas o una vez asimiladas (véase mi nota 3 de la aproximación anterior o sea de la segunda parte de este ensayo). Por otra parte, ni siquiera el "progreso", para nosotros "evidente", con toda la "comodidad" o "bienestar" que, para nosotros, representa, determina directamente la relación fortaleza/debilidad señalada: hace falta que emerja por una u otra vía el imaginario que pone a unos arriba y a otros abajo. (3)

Los pensadores políticos, como Hobbes, no ignorarían la evidencia y la tomarían como una realidad a la que dar respuesta, aunque, al dar por "positiva"  la fragmentación justificaban al igual que Platón y todos los "legisladores" de la antigüedad, la necesidad de un Estado domesticador, tanto de las conductas centrípetas que adjudicaba por naturaleza al individuo, desinteresadas de todo futuro colectivo (criminales), como destinadas a dar permanencia "irreversible" (Platón, Las leyes) a la sociedad en la que el mismo legislador estaba, por sobre todas las cosas y conjuntamente con los demás roles, bien legitimado. A quienes como Platón, como Hobbes, veían posible ser parte del mundo y hacer carrera en el seno de la estructura  social dada (reformada o "mejorada" para hacerlo aún más factible y cómodo), por ejemplo, como sus consejeros... Ello, claro, en tanto lo prometía la existencia de un espacio disponible y en tanto se reconocían las limitaciones de la propia idiosincrasia. Conseguirlo para el grupo del que sentían parte a la vez que... dispuestos a cerrarles el paso o a dificultárselo a todos los que vinieran atrás, incrementando excesivamente la "población" del grupo, con reglas rigurosas de admisión, por ejemplo, como bien puso en claro Foucault (El orden del discurso) y nos ilustra Biagioli cuando nos habla de las reglas de admisión de las primeras Academias italianas del Renacimiento (Galileo cortesano). Algo que siempre practicaron todas las corporaciones y en particular los partidos políticos.

Cierto es también que las urgencias de la polis requieren slogans para la acción y no dudas paralizantes, y que en ellas se ve obligado a asentarse (y lo prefiere) el pensador apasionado en mayor o menor medida... hasta el punto de la claudicación que empieza por la adhesión al dogma más o menos formal y vacío y acaba en el tacticismo y la adopción en exclusiva al recurso a la fuerza bruta y a la trampa en sus formas más burdas o menos embozadas.

Esa debilidad, precisamente, como ya he apuntado otras veces, lleva a las respectivas filotiranías (paternalistas, claro) de las masas y de los pensadores y artistas en la medida en que (a) se lo impone el estrechamiento de las circunstancias y (b) el propio estilo de pensamiento imperante es resquebrajado...

Las masas quieren "lo mejor posible" para sí mismas (unidas y vinculadas hasta ciertos límites por una identidad común un tanto frágil, dependiente de las posibilidades efectivas del reparto) y saben que no pueden conseguirlo por sí mismas: en primer lugar, se enfrentan a un mundo de una complejidad tal que no pueden controlar en su beneficio como masa ni admiten que se corresponda con un determinado grupo social visible (como figura inscrita en el antes mencionado estilo de pensamiento) y para cuya defensa (y no para su renuncia como pretenden los manipuladores de reemplazo) no tienen otras armas que las implantadas en realidad para otros fines, como aceptar el ritual de las convocatorias electorales (que son fundamentalmente un método periódico visible -y de revestimiento de los cotidianos que se practican al margen de la ley, en donde todas las trampas son utilizables- de solución de los conflictos entre los contendientes efectivos, todos hoy miembros de la burocracia en un sentido amplio, esto es, no sólo la política), o el recurso a sumar, de una forma o de otra, su fuerza tras los que aparezcan como figuras de un recambio en la cúpula (los cuales, necesariamente, deben prometer algunas cosas, disfrazar sus intenciones con promesas diferenciadoras que se ven más o menos obligados a cumplir, al menos formalmente y en la medida en que las circunstancias se lo permitan... a costa de los vencidos).

La dinámica, por otra parte, no tiene nada de revolucionario, ni emancipador, sino que nace del estado previo y de la voluntad de conservarlo. No es ni más ni menos que el ya mencionado "instinto de conservación" que en el caso de las masas no tiene mejor modo de expresarse (además de mediante el acto individual de la delincuencia cotidiana -por ejemplo, "echando mantequilla al heno" como era la costumbre medieval de los siervos a la que alude Shakespeare en su Rey Lear-) y que "a veces (en el sentido de en determinados casos) se expresa como pasión intelectual" como señalara Nietzsche en La gaya ciencia (y ya he citado) lo que lleva a estos cuando están situados circunstancialmente en el bando opuesto a prácticas más dignas ("revolucionarias", "virtuosas"...) mientras que en otros casos (allí donde predomina o se siente como única opción la conducta individual y más temeraria) a actuar franca y abiertamente contra la sociedad sin discriminaciones (bandolerismo, criminalidad organizada, etc.). Lo que ya no es discutible aunque haya quien se empeñe, es que sea la La Razón la que mueve el molino... ni la que lo puede hacer girar al ton que a uno u otro grupo bajo la bandera de la utopía "más justa", etc. tras los que esconde sus propios intereses, es decir, La Razón divinizada que trata Lo Político con un enfoque en última instancia... teológico. (4)

Pero la marcha hacia una mayor complejidad pone las cosas no menos sino más difíciles para la propaganda de los esperanzados justicieros y emancipadores (hoy cada vez menos "sabios", por cierto). Se suele caer en la falacia autocomplaciente y esperanzada de que hoy las masas, gracias a la culturalización a la que fueron y son sometidas, están más cerca y no más lejos de la autogobernación idílica (o "autogestión") que en realidad no pasa de ser una bandera tan buena como la vieja y directa apelación al botín redistributivo de los jefes guerreros de antaño. Pero lo cierto es que nunca como hoy se hallan tan apisonadas y comprometidas a sumarse como huestes a las órdenes de los jefes para obtener... un poco... por supuesto que, como antes, como siempre, a costa de "los bárbaros" y "los vencidos". Insisto: la fragmentación y complejización incluso se han hecho más alambicadas a cuento de la ilustración, realmente a caballo de la educación y especialización y de la reducción de las funciones al rango de la técnica o en todo caso a la de la construcción de teorías y "proyectos" en equipo (remito a mi nota 7 de la aproximación anterior).

Indudablemente por otra parte, ya no hay unas masas simples que sólo busquen ser alimentadas y cobijadas... y que acepten ello como paga capaz de convertirlas en productoras del propio mundo que las esclaviza con sus cantos de sirena en un modo que no cuesta mucho ver como diabólico, en particular para los más sensibles de los pensadores... y para los que se ven progresiva o circunstancialmente marginados, algo que sin duda ayuda mucho a "ver las cosas", a "tomar conciencia".

Precisamente, es el ya mencionado "ser social" en el sentido indicado (nota 2), o sea, como perfil socio-profesional, lo que permite comprender la conducta y el pensamiento de tertulianos y comentaristas, propagandistas y soñadores superficiales de hoy en día (los que dan un "contenido" sui generis a las palabras o lo pretenden, y de hecho son investidos de la función de re-definirlas por adopción generalizada de quienes "aprenden" o "se informan" textualmente de sus "análisis" y hacen suyos los slogans que difunden). Es evidente, y en realidad lo fue siempre si prescindimos del velo autocomplaciente de de los intereses propios de cada protagonista y contemplamos con crudeza y radicalidad la Historia (en lugar de hacerla cómplice de nosotros mismos). Pero el mundo que mantenemos contradictoriamente entre todos, no puede ya dejar de adoptar las reglas propias del 1984 orwelliano, que se imponen sin pausa más allá de las posibles extinciones colaterales que afecten a subespecies e individuos aferrados al mundo imperfecto conocido. Poco a poco, el futuro alternativo (a veces tan sólo por un tiempo) se vislumbra en los espacios nuevos que se presentan como nuevos medios de vida, como nuevas profesiones o trabajos determinados por la evolución estructural (por ejemplo, cuando un grupo se hace con el poder de modo absoluto en nombre de una identidad y requiere del terror, o sea... de verdugos -un tema que he tratado varias veces, como aquí y aquí). Es lo que en su día facilitó la conformación de los filósofos separados de los reyes sabios que los precedieron y de los magos y profetas que desaparecieron como sus contendientes, o lo que dio alas al desarrollo de la ciencia y los científicos (Galileo cortesano). las masas no tienen otra alternativa que escoger entre los oferentes de liderazgo efectivo  en base a los debates que se reducen también a favorecerles el juego (sea o no en el fondo por una dependencia económica y militante que vincula a todos en unas u otras redes establecidas) en su inevitable búsqueda del "mundo mejor" para sí mismos (no, insisto, para todos, y que, sin embargo, no sólo es vendido sino sobre todo comprado como "de todos" (aunque más no sea, según las circusntancias, "de todos" los nacionales, de los de una región, de los de una comunidad autónoma, una ciudad, una ideología, un Partido...) y que de uno u otro modo se podría alcanzar perteneciendo a la red del grupo vencedor, aunque más no sea en la base de la pirámide sobre la que campea la camarilla organizada (organizada cada vez más como banda de alienígenas... o "mafia"), adhiriendo a un ámbito que se acaba identificando reductivamente con esa camarilla.

Lo único que se ha perdido es... el respeto, más exactamente, la sacralidad de la que estaban investidos los... profesionales...; lo que los hacía dignos a los ojos de los súbditos y los esclavos y provocaba la envidia, la traición, el asesinato (la irrespetuosidad) de sus iguales. Y lo que se ha ganado, no es la inaccesible capacidad de las masas para acabar con las bandas que organizan el progreso social... y todo lo que ello significa de cómodo y terrible para según quienes; una capacidad vedada de por sí, natural, en todo caso, por serlo la individuación... que ni siquiera han superado las hormigas y que no creo que la vida humana pueda superar como tal salvo bajo una forma social... la de las hormigas, por ejemplo. Claro que algo así inspira nuestro rechazo conservacionista, tal vez la resignación y en todo caso la risa de la que hablara Nietzsche en La gaya ciencia en sus páginas iniciales, la de la irresponsabilidad. Pero entonces ya no estaremos los mismos para presenciarlo ni menos para reír o llorar, y si la reencarnación fuera posible y cumpliera con todos los requisitos que yo le asignaría para que fuera aceptable por mi parte, entiendo que, de poder huir de un mundo así, me exiliaría... aunque no sirviera para nada.

Si extrapolo la mecánica descrita veo, más allá de las excepciones y emergencias posibles aunque poco prometedoras de "otra cosa" (¡un ideal que no deja de nacer de mi propia idiosincrasia frustrada!), un creciente vaciamiento de los significados míticos del tipo de los que han sustentado la marcha humana y la constante creación de artificialidad y complejidad tramposa (pero inevitable, tan propia de la condición humana, su condición supra-animal, como la de los demás organismos vivos), lo que, políticamente hablando (objeto de estas aproximaciones) redunda en la reducción de toda acción gubernamental a las necesidades de la conservación del poder por el poder cada vez peor y más perentoriamente disfrazada, con la consiguiente apelación al tacticismo cada vez más inmediatista y desconcertante.

Esto es lo que reduce el rol que se reserva a los consejeros (técnicos) de hoy en día, de mera pantalla justificadora a puros proveedores de elementos de marketing, lo que hace cada vez menos fiables a tales asesores y reduce inclusive la fiabilidad de la propia propaganda. Incluso haciéndolos meros mercenarios a los ojos del pueblo informado por los periodistas, eco a su vez de esa percepción. Por otra parte, parecería que sin demasiada base se desvaloriza a priori cualquier intento por hacer que todo siga funcionando según las reglas o que todo vuelva a hacerlo como antes, lo que es propio de la función técnica, en donde aparentemente no cabría ideología alguna sino la simple aplicación de unos conocimientos. Esto, como ya apunté lleva a poner en duda el sentido del técnico o especialista en cuanto a su capacidad para arreglar las cosas de la vida social o para subsanar sus desperfectos (mientras en otros ámbitos se acepta que sirva para proveer de instrumentos de combate, genética incluida; es decir, para hacer más efectiva la mencionada lucha del poder por el poder... aunque a veces se pone en duda muchas de las investigaciones que se realizan con la aún utilizada idea de incrementar la sabiduría). De hecho, tendería a ponerse cada vez más en entredicho, a causa de la marcha apisonadora que se remonta a sin embargo a lo contrario, y por inútil (míticamente hablando incluso) todo el edificio cultural que es el que suministra esos técnicos y esos conocimientos, se darían por fantasmales sus papeles y sus prácticas entrarían en total descrédito. El mundo occidental civilizado habría de ese modo fracasado por entero, lo que se estaría simplemente confirmando y ahondando (los estudios se ven cada vez menos dignos mientras la clase obrera incluye cada vez más científicos en su seno, desde donde sólo se pretende realizar un oficio técnico o sumarse a la burocracia de una u otra clase). Los dogmas memorizados prevalecen sobre la imaginación y la intuición y producen cada vez más desastres mientras sus iconos vacíos (deuda, déficit, libertad política, desarrollo, bienestar, etc., todos los que componen los discursos) se convierten en componentes de unos debates que no conducen a nada y en el que todos opinan sabiamente. Los burócratas con posibilidades de ejercer el poder tienen esos conocimientos como meros adornos referenciales y se ven abocados a un generalismo que también es inoperante en tanto contradiga al de la camarilla... que no sabe cada vez menos de nada  ni falta que le hace... siendo el más listo un poderoso tonto.

Entretanto, lo que crece, lo que de verdad significa el clamor filotiránico de las masas al preferir en el presente a "los políticos" sobre "los tecnócratas", es una dirección moral... y paso a paso, ese clamor fortalece la posibilidad de un mundo platónico en cierto modo invertido y en cierto modo el único capaz de organizarse como tal. Esto es, no el de los sabios detrás de los tiranos sino el de los tiranos delante de su propia sombra, como es el caso en los regímenes que se dicen religiosos (hoy llamados fundamentalistas) o se dicen "científicos" (llamados ideológicos, como el chino u otros que, a fin de cuentas, han aprendido a usar en su beneficio tiránico los propios recursos de la democracia formal como tapadera y como arma de persecución, descansando sin embargo en los hechos en una indudable estructura mafiosa cuya piel seudo-ideológica va unida a ellos apenas con los alfileres necesarios.

Sin duda, como se ve obligado a reconocer Aristóteles, la moral era considerada insuficiente para la vida y por tanto para la gobernación: tambien hacen falta ""de los bienes externos" (Ética a Nicómaco, 1178a), y  Jenofonte abunda en ello tanto en su Anábasis como en su De la tiranía, incluso aceptando la propia corrupción que sin duda representa la apelación a las "mentiras piadosas" que Platón reconocía como necesidad política (República). Eran, además de idealistas y racionalistas... a fin de cuentas y hasta cierto punto, pragmáticos (por su parte, también se da lo opuesto: la reiteración en conceptos relativistas no hacen a Rorty menos idealista en el sentido platónico, como cuando adorna la democracia representativa del primer mundo ignorando su dinámica real, su marcha...)

En relación a lo que sucede hoy en nuestro propio entorno, cabe pensar que "la gente" (reflejada o recogida en parte en "la opinión pública" por medio de la prensa) haya concluido que vive unos momentos en los que no todos caben en el bote salvavidas... algo que por sí mismos experimentan como imposible de resolver y hasta repugnante (salvo que en el extremo sean convocados para una limpieza al estilo de Ruanda). De nuevo, su debilidad (ese entrampamiento consustancial) los lleva a desear, soñar o buscar... un mando de uno u otro tipo provisto (aparentemente al menos) de la fuerza adecuada para decidir dejar a unos en el bote y obligar a los otros a saltar fuera por su puro imperativo.

Sin dudas esto lleva consigo que cada uno espere una decisión favorable a su permanencia, aunque no quieran (ni puedan en realidad) decirnos en base a qué "lógica". Así, los "tecnócratas" serían rechazados en tanto se pensara que iban a optar por el buen funcionamiento del sistema al margen de los individuos y de sus necesidades. Y los "políticos" serían rechazados en tanto se piense que actuarían discriminándolos en tanto que "enemigos". De igual modo, habría quienes valorarían a unos u otros si vieran que sus acciones se inclinarían a su favor. Sin duda, el problema de saber qué es o no "lo bueno" no tiene solución "absoluta" y es "el ser social" (aunque no el que nace de un esquema ideológico kantiano o de cualquier otro imperativo categórigo de índole ideológico, sino... de la realidad que no se expresa en "grandes clases" sino más bien en lo que podríamos llamar con mucho más acierto "perfiles socio-profesionales" específicos) quien determina el sentido de las valoraciones.

En este sentido, las masas "marginadas" del ejercicio del poder político (y el sistema representativo las margina después de usarlas y ofrecerles sólo la alternativa de dar su voto en las urnas o salir a la calle a enfrentarse con las fuerzas del orden... hasta que nuevos jefes estén en condiciones de doblegarlas o hacerlas suyas) siempre han deseado "volver a casa para disfrutar del botín" sin duda, según el criterio vigente en cada época, justamente "ganado con el sudor de su frente". Esto, claro está, como todo, siempre es deseado por cada individuo en particular y a lo sumo, de manera concurrente, por los grupos en los que ellos se han integrado coyunturalmente. El hecho de que se agrupen en favor de una mejora generalizada donde todos renuncian en cierta medida sólo aparece en tanto lo crean factible sin significativo detrimento de sus pretensiones y en base a verlas como un escalón hacia su conquista plena, como el marco más factible y cómodo en el que se podría lograr el propio fin. Esto es algo "adoptado" que toma forma simbólica o mítica. Dentro de esa masa, por otra parte, cada individuo entiende su trabajo y/o función en la sociedad como fundamental y brega porque su espacio para desempeñarla sea protegido. Toda ideología se edifica en base a esta certidumbre, y ello lleva a valorar más el conocimiento abstracto o en su defecto la inteligencia práctica, la cultura o la habilidad, el comercio libre o el estatalismo, etc. Obviamente, también la dedicación prioritaria y hasta exclusiva al ámbito religioso ("espiritual") o de igual modo a enseñar (adoctrinar) o a hacer arte o ciencia respectivamente... mientras que los que no vivan de tales ocupaciones (y "vocaciones" adquiridas) vean todas esas actividades como superfluas, en todo caso como permisibles como un "entretenimiento" más que se puede permitir o como proveedor de "entretenimiento"... mientras se las puedan sostener sin afectar a su parte del botín (incluso esto lleva a aumentar el descreimiento en sus capacidades salvadoras... o redistributivas, es decir, a su demandada legitimidad). En la acera opuesta, los demandantes, obviamente, resisten como pueden cada vez con menos posibilidades hasta para reinventarse, reduciéndose cada vez más al rol de competidores en peleas de gallos televisadas, con lo que cavan más hondo su fosa. (5) En buena medida, sigue siendo descriptivo del estado de cosas el cuadro que pintara Nietzsche en su Así habló Zaratustra (aforismo V de la Primera parte), donde el pueblo que asiste en una plaza a un espectáculo al final "se reía a carcajadas" del filósofo y de su incomprensible, "perorata" y por fin le pregunta qué sabe en definitiva hacer y qué hará tras tal "preámbulo aburrido" para "entretenerlos", como pretendían y a lo que habían acudido. En todo caso, la variación principal del presente sería que el intelectual mediocre  ha convenido por fin desempeñar ese papel como un bufón más, para lucirse con el malabarismo de las palabras y de las ideas a la manera de Eutifron, para la cual consiguió, por ahora, crear un público adicto mediante la educación pública. Pero las multitudes no son enemigas de nadie sino a través de una dirección sencilla y eficaz. Que cada vez lo es sin embargo menos. Nietzsche (Zaratustra), por su parte, opta por rechazar la meta de "actuar como un pastor o un perro de rebaño" y (sin verdadero éxito) ir en busca de "compañeros" (ibíd., af. IX).

Hoy, a la luz de los hechos y de su rotundidad, es vox populis que haya poco que esperar de los políticos (profesionales) disponibles. Siempre cabe ilusionarse, soñar o suponer que podrían existir otros mejores, pero eso en las circunstancias actuales dura poco, y en parte debido no sólo a la burocratización sino a la exigencia popular de un reparto que cada vez es más difícil que pueda seguir obteniéndose de manera pacífica (la emergencia del tercer mundo o las primaveras africanas no harán sino más difíciles las cosas para "Occidente"). Se hace difícil encontrar quienes piensen que puedan encontrarse o producirse políticos vocacionales, y por lo general se los considera a todo,s incluidos los futuribles, como corruptos o al menos integrantes de una casta con intereses propios, en cierto modo, comprendiendo la realidad de la burocratización que se ha impuesto in extremis. Ante esto, sin embargo, se inclinan por pedir a los cielos una respuesta moral... contra la "amoralidad" e "inmoralidad" dominante... Sin duda, es palpable que de "la política" profesional ya no se puede esperar... un funcionamiento democrático, ni bajo la idea del gobierno de las mayorías ni bajo la de la conciliación de los intereses en litigio.  Pero... ¿de dónde vendría esa "moralidad"? ¿Cabe, en fin, una burocracia moral; hay espacio para algo semejante; en tal caso, qué sería y qué significaría?

Hoy la ficción con objeto de espectáculo abunda en información es fácil que se incline por señalar que estemos en el reino de Satán: guerras provocadas para incrementar el negocio de armas, pobreza mantenida y aumentada para conseguir cobayas sin grandes restricciones y de bajo coste, o para crear mercados artificiales para los productos envasados fabricados en el primer mundo (leche en polvo, por ejemplo, y vacunas las compre quien las compre, por ejemplo, las subvenciones internacionales o los aportes occidentales más o menos obligatorios y más o menos justificados en la mala conciencia... el precio que tienen que pagar las masas por el bienestar de ese primer mundo... que soporta tale fabricación artificial en contenido y en cantidad...). Esto sólo se puede comprender sin apelar a un insondable Mal metafísico o esencial más que como enmarcado en los proyectos de poder, y ello pone de manifiesto que lo que el hombre crea de manera cada vez más compleja está en el marco de la artificialidad (en la que se mueve el mundo y hacia la que se mueve...), algo que parece absurdo aunque esto siga sirviendo para no decir a fin de cuentas nada salvo que se vaya más allá de un juicio... basado en el propio apego a la racionalidad.

Esas visiones son parte de la debilidad generalizada y la impotencia, parte de la trampa, y sólo pueden empujar a una variante que sin duda no será paradisíaca: la de la tiranía moralista, la del imperio de una moral rigurosa que reprima todo lo que se ha visto siempre como condenable en el hombre, como su parte corrupta. No otra cosa se está acumulando como en una olla a vapor, desde las ideas moralistas de la refundación del capitalismo hasta las de la redistribución de las cargas que nacen del resentimiento popular (perfectamente explicable, claro, aunque... como todo lo demás que define la realidad concreta y la marcha humana).

El ideal racionalista en política siempre fue más allá de la apariencia moralizante con relación a la artificialidad parcializada según la conveniencia (nada de lo que uno viva o haga se considerará artificial sino "necesario") y por tanto como algo subsanable, corregible o extirpable (en el extremo a la manera de Calvino). De ahí, sin más, utopías como la platónica con todas sus leyes (como por ejemplo se ve en mi nota 1) y en realidad todas las construcciones físicas e imaginarias humanas.

Uno de los curanderos del capitalismo mediante una "verdadera racionalización" (la implantación del poder de  los soviets de especialistas) (y que sin embargo o por ello supo delinear muy bien muchos aspectos claves de la sociedad burocrática, Veblen, definía la existencia de una clase socio-económicamente dominante a la que llamaba "ociosa" y "depredadora" que se habría ido desarrollando poco a poco y de manera inexorable. Sin embargo, pensaba que la complejidad que había al menos agravado el fenómeno desde las formas primitivas podía ser gestionado racionalmente por otras manos, un equipo que asumiera la "simple" idea de hacerlo... porque sí, como cumpliendo una misión impuesta por los dioses... a fin de cuentas, nada que no dijera más claramente Platón.

En nombre de garantizar la marcha hacia el futuro (progreso) y permitir un aumento de la complejidad  (según él amenazada por la burguesía "dominante"... y por fin a los "cortadores de cupones"), esto es, "promover el desarrollo de las fuerzas productivas", Marx proponía un régimen autoritario extremo que llamó "dictadura del proletariado", en donde bajo el eufemismo de que esta "clase" estaba destinada a tomar el relevo para que se lograra el mencionado fin, una igualmente eufemística "vanguardia" con "conciencia de clase" se hiciera con el poder para imponerlo. Los frutos... en el futuro promisorio. Y por cierto, algo completamente platónico.  (6)

Ambos pues consideraban que el poder residía en esa "clase ociosa" de idisincrasia depredadora y ambos buscaban, ya embozadamente ya francamente, "superarla" mediante el establecimiento de un poder burocrático que controlase la economía nacional y la sociedad en todos sus aspectos, todos indudablemente "económicos" o "productivos", constructores de "progreso" sin límites y por encima de la emancipación humana, al menos según la propaganda.

Hoy, se habla de aumentar o "mejorar" los controles burocráticos sobre los "capitalistas" (en especial sobre los bancos y empresas privadas financieras -y ya no sobre "toda la economía", o modificando radicalmente "las relaciones de producción"-) lo que sin duda vuelve a ser un llamamiento a una aún mayor burocratización y no únicamente de tipo político. Tal vez hoy haya cierta decepción en relación a la capacidad de los tecnócratas como burócratas ideales mientras la balanza se inclina hacia la apelación a la moralidad. Claro que no parece ser la decepción hacia los primeros lo que impulsa a las masas y a los receptores de migajas hacia la segunda. La vuelta recurrente a favor de una burocracia idílica cuya moral sólo sería un dogma férreo, se apoya en la idea de que la tecnocracia es "un peligro", una idea que encubriría la falsedad seudo-analítica de que las maneras burocráticas soviéticas era tecnocráticas, cuando eran precisamente moralistas (véase la brutal moralidad stalinista, o la maoísta, o la de los jemeres rojos... en todos los casos mucho más equiparables a la moralidad del fanatismo religioso como el que combatió a la brujería en 1600). La petición de burocratización con moralidad que por fin tenemos hoy apunta contra los que producen una artificialidad sobresaliente (es muy fácil acusar al despilfarrador y al detractor de fondos  del "proceso productivo" y a la corrupción que detrae dinero fuera del circuito así también llamado), aunque sea para proponer o embozar una artificialidad diferente. Se trata al fin y al cabo de una lucha entre quienes viven de la conservación de unos perfiles cy quienes pretenden vivir legitimando otros (el clérigo en lugar del técnico, el dirigente perpetuo amparado en la verdad revelada, etc.) y ello de manera equivalente a como se actuó en tiempos de la brujería.

Pero, lo racional no sólo no se ha dado nunca sino que la realidad no racional es la que lleva a que el cuadro que se encuentre en la primera situación derive antes o después en la segunda. (Es curioso que se puedan observar irracionalismo en el capitalismo, burocrático o tradicional, es decir, macro o micro, y se apele a uno que sería por fin el verdadero, esto es, que se persista en el fundador del racionalismo a raja-tabla, Platón, como hace Castoriadis oponiéndole aún el suyo propio al "seudo-racionalismo capitalista" ("La racionalidad del capitalismo", en Figuras de lo pensable. Las encrucijadas del laberinto VI, Fondo de Cultura Económica de México).

¿Es que ahora se hace algo más que mentir cuando se apela a la moralidad política? ¿Puede acaso quedar o abrirse aún algún espacio político para alguna "clase" de burocracia capaz de realizar ese milagro"? Eso es lo que sueña el pueblo y los soñadores más empedernidos empujados por la impotencia (lo que los hace filotiránicos una y otra vez, lo que se evita sólo a causa de la relación desfavorable de fuerzas para que se implante, que es lo que harían de inmediato los que no sueñan y actúan). Si no del todo, ¿qué se pretende en realidad?

Al ahondar precisamente en este asunto se ven al mismo tiempo las verdaderas razones políticas de tales sugerencias, tanto en el diagnóstico como en el remedio: la moralidad del tipo que sea oculta el avance solapado con fines que incluso la acaban tergiversando, aunque en realidad la cosa a la inversa: la moralidad es un disfraz del mismo estilo que el del racionalismo a ultranza, el de la pura lógica que tan bien se circunscribe para que de por resultado el que se desea previamente.

Ahora bien, ¿qué en concreto es común a todo ese amplio espectro histórico que se despliega dentro de los marcos de La Política precisamente, Política que, en definitiva y por lo visto, no deja de conservar su vínculo con la Teología aunque se esgrima un discurso aparentemente opuesto o se opte, positivamente,  por "mejor callar" al respecto; y qué es esta misma sino la mayor de las expresiones nunca alzadas por la mente humana en su incesante creación de artificialidad?

Dejaré estas dos cosas para las siguientes aproximaciones: la filosofía política como inseparable de la teología y la defensa de la artificialidad que se hace desde la propia conformación socio-profesional.



(continúa...)



Notas:

(1) La propia complejidad impone, como reconocía y bendecía Platón con su propuesta de ley para su ciudad idílica, que "cada uno ha de tener en la ciudad una profesión sola y de ella ha de vivir" (Las leyes, 846e), incluida obviamente la del propio filósofo o legislador, el educador, etc. (ibíd., 961e/965b) Sin duda, debemos reconocer que la complejidad favorece a unos... en mayor o menor medida... en detrimento de otros. Y también, que quede claro, que no se discute aquí si es posible ni si es conveniente "volver atrás" o dar un nuevo salto hacia la "atomización". Lo que pretendo es que se comprenda, con criterio puramente etológico, la dinámica y se reconozcan sus componentes "ciegas" pero "determinadas". Es digno de resaltar de paso que Platón, en la obra citada, proponía un límite al crecimiento de la población y que era práctica en la China milenaria la de crear nuevas ciudades en cuanto la originaria crecía demasiado... se trataba de una complejización restringida que en todo caso quedó enterrada en los sueños o en el tiempo apisonada por la marcha real, y sin duda una manera embozada de no renunciar a ella...

La dinámica de selección artificial y los condicionamientos (el mundo dado) que la misma impone, formaliza su trampa sobre las generaciones sucesivas bajo la forma de esa profesionalidad que se hace una con el propio yo, garantizando la preservación de la sociedad y que cada grupo revestirá con su propia versión a la vez utópica y autocomplaciente. Ahora bien, insisto, la marcha que se ha seguido es irreversible más allá de lo que depare en el futuro y diría qu difícilmente habría podido existir otra radicalmente distinta: sólo se trata de comprender su origen.

(2) Viene a cuento aquí mencionar el caso de Marx, que quizás aprobaría hasta cierto punto lo dicho en base al famoso axioma argüido por él: "El ser social determina la conciencia". Esto siempre me pareció básicamente correcto y un auténtico hallazgo... aunque empujándome más allá de la simplificación  esencial que Marx encerrara en el concepto de "clase social" al que redujo el aserto "historicista" en línea con una concepción inmanente de la Historia. En mi enfoque, por el contrario y como he dicho ya y varias veces antes tomando la fructífera idea de Biagioli en su estudio del mecenazgo (véase su Galileo cortesano), se trata del perfil socio-profesional que se conformarse en cada mundo dado de un modo inestable pero tendencialmente conservacionista al identificarse como el yo del individuo (procurando "conservar" las perspectivas básicas que le hacen y/o considera que le hacen factible vivir) y que tantas veces da lugar a casos de frustración y/o marginación impulsando a "torcer el rumbo" o la autodestrucción, y que en tanto se realiza fortalece la autoestima.

(3) En su Símbolos naturales (Alianza Universidad, Madrid, 1978), Mary Douglas aporta unas preciosas evidencias acerca del carácter clave de la dinámica indicada  en la estructuración y edificación de las sociedades humanas. Véase el siguiente informe correspondiente al trabajo de campo que realizara el antropólogo P. Lawrence (1964) con relación a la tribu de los garia de Nueva Guinea (citado por Mary Douglas, op. cit., pág. 149):
Los jefes eran los hombres que "realmente sabían" , capaces, por lo tanto, de dirigir las actividades de los otros, los que "realmente no sabían", para beneficio de todos. Esta convicción popular era lo que permitía al líder, que tenía una personalidad destacada y que nunca había sido derrotado por circunstancias imprevistas, atraer seguidores apartándolos de sus rivales menos afortunados. (deduzco que las expresiones entrecomilladas en el texto lo son en tanto corresponden a denominaciones en la propia lengua nativa, tal vez encerradas en un único vocablo).
Queda clara aquí la conformación "espontánea" de la alianza-trampa sobre la que descansa, al margen de que siempre y sólo haya funcionado sin violencia como en el caso indicado, de todos modos paradigmático a mi criterio, la fragmentación a la que  unos y otros han sido históricamente llevados y que luego "se da(rá) un proceso de refuerzo" (ibíd., pág. 78) mediante la ya mencionada selección, impulsada por la propia complejización. 

Por la otra parte, los datos crudos que provee Jared Diamond en su Armas, gérmenes y acero acerca de los intercambios entre los nordguineanos y los aborígenes australianos dan buena prueba, si se lee la información sin prejuicios, de las barreras espontáneas que una sociedad impone a la importación y penetración culturales. No todo "avance" tecnológico extranjero es considerado útil y superior y por tanto adoptado por la civilización "menos desarrollada" que por el contrario los rechaza. Algo similar puede encontrarse en los reductos pigmeos de la selva africana (pigmeos del bosque Ituri), que no "avanzan" hacia la metalurgia ni adoptan otras ventajas ni las sofisticaciones culturales de los bantúes colindantes por más que adopten los machetes forjados y provistos por ellos a cambio de artesanías propias, ymachetes que usan sin saber cómo se fabrican ni por lo visto tener interés en saberlo. Un par de casos tan sólo para no mencionar los resultados de las colonizaciones occidentales, o la de los chinos...
 
(4) Esto ha estado siempre allí, desde Platón y su remisión a los mitos revelados y aún antes desde la propia constitución de la religión judía y de sus Leyes. Sin duda son la base de sustentación del "derecho natural" y no por nada enmarca el pensamiento filosófico-político de Strauss y sus conflictos entre Jerusalem y Atenas que le llevaron la vida entera. No puede caber otra manera de hacerse con una base firme para el enjuiciamiento político y la defensa de los propios absolutos que llevan a definir el "mundo mejor" que se desea imponer (eventualmente mediante el convencimiento... si el otro es dúctil para ello, como bien reconocía Platón, algo a lo que la educación pública unificada ayuda grandemente). Y todo ello arranca de la inevitable divinización de La Razón que encontraremos en toda la filosofía, a fin de cuentas, hasta en Nietzsche o Camus, y ciertamente en  Castoriadis o en el relativismo, donde no se puede separar la valoración creadora urbe et orbi de La Razón, su consideración desde una omnipotencia previsiblemente realizable, de la idea de ser un don preconcebido, o sea, divino; el único capaz de imponerle al mundo el comportamiento perfecto de un reloj... de los que el Estado Racional sería su carne.

A la vista de los apuntes tomados por Castoriadis de su experiencia política (que dura hasta 1990), los gobiernos que él califica de "burocráticos" (y no de "burgueses", al margen también de que hubiesen existido estos últimos alguna vez o no) tendrían una idiosincrasia tal que les impediría ser simplemente "racionalistas" (término mal usado en cualquier caso, ya que no se trata de una conducta sino de un enfoque teórico) en el sentido de ser capaces de aplicar un plan racional, determinado por medio de la proyección y el cálculo, del conocimiento de los hechos (podríamos decir, "científicamente" o al menos... sí, aquí aflora el término, "técnicamente"), llevarlo a cabo con meticulosidad y dar los resultados previstos. Pero restringe esto a la "burocracia capitalista" a la que sigue atribuyendo el objetivo de la "acumulación", el incremento de la "plusvalía" y el "progreso técnico" (desarrollo de las fuerzas productivas) que recoge de su herencia marxista.

(5) Como ya decíamos en la primera parte, está visto que poco y nada ha cambiado en las motivaciones de quienes defienden el valor de la filosofía desde los tiempos en que Platón y Jenofonte se esforzaban por convertirse en consejeros indispensables de reyes y hasta de tiranos, incluso en el límite del riesgo (como acabar esclavizado). En todo caso, sólo ha cambiado el grado en que el espacio político está en condiciones de recibirlos en su seno, en calidad de qué y con hasta qué grado de claudicación intelectual. Y su deseo de hacerse indispensables "por detrás del trono" fue inclusive explícito, como, por ejemplo, queda claro en las páginas finales de Las leyes.

Maquiavelo, a quien con Tucídides y Spinoza Nietzsche más admiraba, sostenía que el príncipe (el poder, o su cabeza visible al menos -en esto cometía el mismo error de apreciación que muchos cometen hoy en día y del que otros creen salir con referencias a las "clases sociales" con el objeto de darle a la política una función simplemente engañosa consistente en dar vuelta la pirámide social para aplanarla de manera mesiánica, cuando llegara un supuesto fin de los tiempos "alienados" o "cosificados"), repito, "el príncipe" debía "hacer tabla rasa con lo que se encontrara al tomar el poder" (Maquiavelo,  El príncipe) para lo cual, supuesto que Maquiavelo no hablaba en términos de mentiras piadosas y malabarismos formales y engañosos con fines de mera propaganda, como nos consta, habría primero que confirmar si se trataba de algo que quisiera de verdad y pudiera de verdad hacer un príncipe. Parecería cierto lo que señaló Strauss al confrontar las enseñanzas del maestro (suyo, claro) en la propia realidad cotidiana en la que vivió dedicado al arte de escribir y a practicar (o coquetear) con la persecución. (Strauss: título de donde esto sale) y que lo llevan a concluir de modo taxativo que la filosofía y la Polis no pueden entenderse jamás (La ciudad y el hombre, entre otros textos) aunque considerando con Platón que el enemigo fundamental es la propia multitud... lo que pone en tela de juicio  la buena conciencia que se auto atribuye el cosmopolitismo moderno.

 (6) La "ciudad" que se diseña en Las leyes, es sin duda una "ciudad idílica", pero mucho más importante que esto es que fuera calificada desde un principio como "la mejor posible" y que su garantía de vialibilidad y preservación fuera... el propio Platón y la subespecie (la más "divina" posible, una auténtica vanguardia iluminada... en el lenguaje de hoy) a la que se sentía pertenecer; formada por los "amigos" (ibíd., 968b; algo que signa a todo individuo reflexivo o intelectual, que reaparece incluso en Nietzsche) a quienes en realidad dirige en exclusiva sus consejos dejando para los demás las leyes y las mentiras piadosas... únicas cosas sin duda que la masas es capaz de adoptar o aceptar y seguir. Y todo ello en el convencimiento de que se obra en beneficio de una humanidad futura definitivamente depurada.

Algo que, además, sirve de base a la convicción de los que definirán su profesión de "representantes del pueblo" y que por tanto sentirán la obligación de producir y redistribuir un botín aceptable (lo que hoy se resquebraja a marchas forzadas en el límite del caos), aún capaz en cualquier caso de hipnotizar a ese pueblo que cada vez se sabe más débil (en tanto sujeto del próximo recambio prometedor).