sábado, 23 de junio de 2012

Abundando en torno al Eutifrón


De mis primeras aproximaciones a las cuestiones que Platón tratara al escenificar el encuentro casual y la consiguiente confrontación entre Eutifrón y Sócrates (aquí agrupadas), extraía en primer lugar la dicotomía actual (comparada) entre el burócrata de hoy y el intelectual moderno, figuras que los personajes prefiguraban a mi parecer en buena medida y que, por encima de todo, parece conformar o al menos denunciar el paradigma de nuestros actuales "tiempos de penuria".

La parábola me permitía resaltar el conflicto, hoy residual a mi criterio, propio del pensador honesto de nuestros tiempos (podríamos decir, aquel que experimenta una auténtica "pasión intelectual" en lugar de una actividad "auténticamente mezquina") (1)

Y aquí volvemos, rodeo relativo y circular de por medio, a la cuestión primera. Colateralmente, una situación como esa, sea o no discutible, es decir, asociada a una inevitable paranoia del Poder que a veces actúa en exceso y otras ignora hasta que es muy tarde, y cuando el proletario intelectual para el que prevalece el puesto y en el mejor de los casos la sociedad en la que parece consolidado de manera concomitante el espacio reservado para realizar esa labor de manera socialmente reconocida y dignamente remunerada. Pero no nos dejemos confundir: incluso cuando las ideas aparecen por encima de la propia vida, lo que en realidad se defiende es... esa vida. Y es que la idea platónica y supuestamente socrática de la existencia de un alma pura, separable del cuerpo incluso en vida (al menos "distante al máximo de ella... para así poder alcanzar el Hades y disfrutarlo" -Sócrates dixit según Platón registra en Fedón-) es en el mejor de los casos un mito, un mito levantado sobre otro aparentemente mayor o realmente mayor en su tiempo, pero que acabó siendo el mito por excelencia de la modernidad; volveré sobre esto brevemente ya que lo he tratado otras muchas veces.

El caso paradigmático que es Sócrates precisamente (o que se ha convertido en icono del auténtico paradigma), elevado al rango de santo referencial por Platón, en la medida en que se "desenrreda a Platón" como resultado de atender a la "necesidad de nuestro propio desenredo" (feliz expresión usada por Kingsley pese a todo lo demás) (2), nos permite interpretar fructíferamente el problema. Eutifrón, al intentar en vano hacerle ver la falta de sensatez en la que caería Sócrates a su criterio, empujado por su fidelidad a la sabiduría y demás virtudes maximalistas (es decir, sus escrúpulos más inconmovibles y que apenas dejan lugar a las "mentiras piadosas", pero que delimitan y definen a la vez su idiosincrasia y su "obra" o... su "perfil socio-profesional"), completa con su contrapunto, cuasi incongruente/cuasi coherente, el cuadro completo.

Obsérvese en primer lugar que el encuentro tiene lugar (en absoluto casualmente) en las escalinatas del Tribunal donde el filósofo viene a notificarse de la denuncia que le han interpuesto sus mezquinos enemigos mientras que el primero acaba de denunciar a su propio padre por impiedad (es decir, no ser estrictamente fiel a las rigurosas leyes ciudadanas helenas) cometiendo él mismo un acto iba en contra de su propio padre (Sócrates manifiesta su sorpresa ante la abyección que Eutifrón está por cometer, pero su respuesta no es contundente, tal vez por tratarse de una afrenta menor, de deslealtad, que no llega a considerarse un verdadero "crimen de sangre" merecedor de "yacer en el lodo", tal vez por el dilema que encierra...) (3)

Tampoco es casual la acción concreta que Eutifrón realiza en ese momento, es decir, el momento escenificado por Platón en ese concreto Diálogo (debo pensar, a la luz de la perfección escénica del drama, que Platón no descuidó ningún detalle necesario a su mensaje).

Así pues, suceden en el mismo instante: una demostración de la mezquindad popular, de la incomprensión congénita del pueblo para con la sabiduría y de su animadversión hacia la filosofía -o mejor dicho hacia todo intento de comprensión que exceda lo inmediato-, y una manifestación específica de lealtad a las reglas del juego instituidas en la ciudad, reglas que se imponen a cualquier precio (acusar al propio padre por no respetarlas), reglas que el pueblo respeta tras haber asumido, de hecho, que es así como conseguirá sobrevivir.

Pero la confrontación va más allá: Eutifrón sigue una conducta hipócrita que contrasta con esa firme lealtad a los principios de la ciudad. Eutifrón se la pasa mintiéndole a la ciudad, engañándola, escondiendo su verdadero pensamiento tras una máscara mientras reparte recetas de índole mágica a quienes se la piden. Es sincero con aquellos que cree suyos, y por eso confiesa a Sócrates que desprecia al pueblo, a cuyos miembros sólo se los puede explotar y no educar, engañar y conducir y no convertir en pares de los hombres reflexivos.

Como señalé reiteradas veces, Platón parece haber pretendido establecer una contraposición edificante que favoreciera a Sócrates, el virtuoso. La conducta que sigue Eutifrón lo libra de la cicuta y del desprecio del pueblo que él a su vez profesa unilateralmente, mientras la de Sócrates lo lleva a la cicuta y a caer en ese desprecio que en su caso acabará siendo mutuo. Uno y otro no tienen por lo visto más alternativas. Platón ocupa una línea de transición desde donde propone una conducta filosófica: asumir la interpretación de los mitos, la función según él de la filosofía. Esto sólo puede significar: decirle al pueblo lo que debe hacer (y lo que no), es decir, situar por sobre todo a La Moral; que es precisamente lo que hizo Platón de manera sistemática.

Hará falta la llegada de Aristóteles para la conformación definitiva de la nueva legitimidad socioprofesional de la que serán excluidos tanto los magos presocráticos y pitagóricos precedentes como quienes seguirían siéndolo y apareciendo en el tiempo, al menos según los criterios normativos establecidos por el propio Aristóteles así como por Platón y sus demás discípulos.

La propuesta es simple: constituirse en una clase de instructores del poder (legisladores, como los considera Platón al investirlos de última garantía de la humanidad deseada) dueños absolutos de un nuevo mito: La Ciencia, ultimísima variante capaz de legitimar el oficio de la cura y ocupar el rol dominante entre los que deseaban ser orientadores del qué hacer humano global, lo que permite aspirar a la construcción del mundo mejor adaptado a la propia idiosincrasia.

Curar y no adoctrinar (4), encaja también con la búsqueda de "lo bueno" o "lo mejor" en términos institucionales o políticos, esto es, en una práctica proselitista. Toda curación concreta que se quiera realizar en serio... no puede esperar, pero no deja de... prometer. Debe ser ejecutada con lo que se encuentra al alcance de la mano, con lo que ya es parte de la sociedad o del mundo en el que se vive... pero que, a la vez, rechaza "mejorar" (ser "reformada" o "revolucionada" por otras técnicas), como pasa con cualquier discursos. La mejora es así un elemento retórico y desconcertante que se alza con el fin de conservar el rol protagonista. Así, el pragmatismo impone la mentira, el engaño, la trampa... La especialización en curaciones, la profesión del sanador, parecería no realizar la idiosincrasia íntima del intelectual... que lo quiere todo, que no se satisface sino con todo (Lets than all can not satisfy man -Blake-, citado por Kolakowski al final de su hermoso Prólogo a La presencia del mito; aunque, como de costumbre, el hombre al que se refiere de manera genérica no lo sea sino en cierta medida, y en realidad vuelva a tratarse concretamente del intelectual, al menos en el aspecto al que Kolakowski y yo nos estamos refiriendo). Pero la imagen de unos respecto de los otros son interesadas. Platón contrapone su Sócrates honesto a un Eutifrón deshonesto (¡que, incluso, es capaz de ser impío, como demostraría el que sea capaz de denunciar a su propio padre! -una argucia de Platón para cargar las tintas, es decir, de indudable raíz proselitista que, apelando a la tradición, a lo establecido, a lo adoptado por las masas, lo lleva a obviar toda argumentación racional en un asunto "aparte" que no es igualmente razonable ni demostrable como "mejor" o "más justo"...).

Eutifrón, como sanador, es apenas más modesto en cuanto a pretensiones y alcance además de ser más humano que divino en tales términos al igual que a instancias de su intrínseca corrupción, y ello lo identifica como lo opuesto a Sócrates... Platón pone en pie esta dicotomía como una manera de definir la propia identidad profesional en oposición a la de quienes practicaban una más simplificada, la de los diversos magos, sanadores, alquimistas, místicos que lo precedieron y aún sobrevivían, tal vez, en todo caso, con menos significación para el futuro que Platón intentaba a su vez autolegitimar, del espacio que acabaría ocupando en apariencia, tan iconografiado como Empédocles, Pitágoras, Parménides, etc. Iconografiado y tergiversado, bandera de una guerra apenas parecida a la suya. (5)

Lo cierto es que los brujos siempre ofrecieron sus servicios al pueblo, mientras que los filósofos se descubrieron elitistas y selectivos, dirigiéndose sólo a un "grupo ideal de amigos". Algo que ya señalé en mis entradas sobre este mismo tema y que retomo especialmente en esta: la alternativa más segura que precisamente Eutifrón ofrece a Sócrates y que claramente se compone de falsedad, formalidad y engaño como las armas más útiles para ganar honores.

Se observa aquí las dos opciones que se abrían y se abren aún (marginal o residualmente) a los fabricantes de narraciones, discursos, interpretaciones, mitos, dogmas, construcciones más o menos coherentes y abstractas que invitan al seguimiento y mediante este a la construcción de un mundo favorable: apelar a las masas en general o a un grupo selecto que pueda ejercer influencia o dominio sobre el resto. Eutifrón, tal y como lo escenifica Platón en su Diálogo, es una alternativa a la cicuta que se escoge como se haría con un juego capaz de permitir jugar lo mejor que se pueda.

Un evidente paradigma de la supervivencia que se devalúa con el descubrimiento de que no cayó "del cielo".



* * *


Notas:


(1) Sobre esto ya he hablado mucho, incluso muy recientemente, de la mano de Nietzsche (La gaya ciencia, Más allá del bien y del mal...), poniendo de manifiesto la difusa frontera que permite valoraciones sociales positivas y negativas al respecto, y señalando la base común instintiva que por una parte se encuentra tras la actividad socioprofesional y, por otra, el peso de la adopción impuesta por el grupo y la conformación adquirida en su seno; todo lo que lleva, ¡y permite!, la confusión y la manipulación autolegitimadora o desligitimadora según sea el caso, precisamente, a cargo de lo que diera en llamar entonces "eutifrones" en referencia a los "intelectuales comprometidos" o directamente a los "asesores" cada vez más "técnicos", cada vez más "especializados", cada vez más "engranados" a alguna de las estructuras complejas en las que se han integrado burocrática o proletariamente. Todo lo que a su vez deriva en fenómenos como los de "desdoblamiento", histrionismo, "políticas de amistad", etc., que en parte consiguen desapegarse y en parte claudicar más dignamente, todo en los muy creativos modos posibles para la humanidad, productora de artificialidad por antonomasia.

(2) Kingsley, que en el señalamiento (interesado) de las características comunes entre místicos y filósofos acierta en cierto modo aunque desde una óptica llena de oportunismo e incongruencia en apariencia desfasada, en el fondo plenamente inscripta en los modales de la burocracia que pretende ascender haciéndose un "nuevo" espacio.

Según Kingsley, quien trata a los prefilósofos en provecho de su mística particular, Eutifrón sería un prototipo de los que él denomina "sacerdotes errantes" que habrían recibido el desprecio de Platón y demás miembros de las nuevas Academias bajo la acusación de "sacarle dinero a sus clientes sin explicarles nada de lo que hacían" (la cita es de Kingsley), es decir, dando esa misma conducta por relativamente aceptable cuando viniera acompañada de tales "explicaciones", las que la nueva disciplina ofrecía "más allá del mito" (aunque sin renunciar al anteriormente instituido y avanzando en la construcción de uno de reemplazo, el propio, el racionalista). Kingsley, obedeciendo como he dicho a sus propios objetivos no reconoce estas prácticas (ambas claro) como habituales, intentando así idealizar un sujeto que sea a la vez mago pero tan desinteresado como habrían sido los filósofos; o sea, encubriendo la realidad de ambas opciones profesionales y depositando en el plano "puro" del pensamiento las diferencias, contradicciones, renuncias, fallos, abandonos, deslealtades, conflictos, desavenencias y por fin "evolución histórica" dada...; algo en lo que Kingsley coincide con todos los demás intelectuales de hoy en busca de "alternativas" más actuales, para lo cual él opta por dar al ascetismo la necesaria ilusión de eternidad y adjudicarle un carácter divino, etc., como no queda más remedio cuando es eso lo que se busca, esto es, legitimar a los orientadores y relatores de mitos y guardianes del conocimiento (véase en particular mi "cuarta aproximación" al tema del la "mejora del mundo"). 

(3) Los griegos situaban a los padres en la cima de lo Respetable y su afrenta debía ser pagada con el Tártaro previo abandono de los cuerpos a la intemperie sobre el lodo. En las Leyes, Platón establece la importancia capital de no tolerar que se atente o peque contra los padres... Sin duda, ello encierra la necesidad de preservar la fuente última al final de la cadena, La Revelación hecha al hijo-hombre por el Padre-Dios, concretamente, la transmisión de los signos de identidad grupal que los autodignifican.

(4) "El mundo griego fue extremadamente totalitario con el pensamiento individual, controlaba lo que cada individuo debía pensar y a hacer..." (Strauss, "Persecución...") La Política era una auténtica Tirana... la Política resumía enteramente La Moral, y esto explica lo antedicho así como lo que apunté en la nota previa. En Antígona, como señalé al analizar una de las facetas capitales de la obra de Sófocles, se puede apreciar el "peso de la Polis" sobre el individuo y la medida en que ello lleva al conflicto y por fin a la tragedia. Esto se entrelaza de todos modos con lo dicho en (3).

(5) Puestos a dar una imagen repugnante (a los ojos de "los amigos a ganar" a los que Platón se dirigía desplegando su actividad proselitista), adjudica a Eutifrón una conducta impía, la de acusar a su propio padre de impiedad, un acto que lo haría fácilmente despreciable en su tiempo. Este tipo de jugarretas retóricas se repiten en la historia hasta nuestros días pasando por la imagen de Cristo condenado junto a Barrabás quien es acto seguido indultado. Recientemente, las jugarretas de Garzón en la campaña contra "los trajes" del caso Güertel intentan lo propio (aquí se puede ver el doble juego de la confusión así como el desparpajo sin escrúpulos propio de la burocracia político-gestora: se muestra la corrupción como un caso particular, en todo caso ideológico, y se acusa desde una tribuna que a su vez está siendo acusada por más que meras sospechas... total... Dios proveerá cuando todo haya pasado... o ya habrá tiempo para que Winston -el de Orwell de 1984- corrija adecuadamente la Historia y se acabe "admitiendo" que el gorro en la cabeza de Goldwald -que Kundera menciona en El libro de la risa y del olvido- fuera siempre, "por qué no", de él). ¡Un ejemplo claro del carácter comediante y agitador del filósofo como sostenía Nietzsche, y del grado de sencillez con el que la burocracia pudo disfrazarse con las ropas del intelectual revolucionario para justificar y dignificar su juego, atraerlos bajo el control de "su anillo de poder" y llevar la comedia y la agitación a un plano lisa y llanamente colapsante.


viernes, 8 de junio de 2012

De los deseos de "mejorar el mundo" (quinta y última aproximación)

He descrito en la aproximación anterior (la cuarta) al problema de "los deseos de mejorar el mundo" cómo estos se invistieron de dignidad en el marco de la fundación de la Filosofía, racionalista por antonomasia, situándose en el eje de su razón de ser (político-teológica), si se me permite el término; manifestándose como señalara Nietzsche como "ese insttinto tiránico mismo, la más espiritual voluntad de poder, de crear el mundo, de ser causa prima" (Más allá del bien y del mal, af. 9). Y cómo ese recurso ocultaba de manera compleja (múltiplemente mediada) la auténtica fuerza motriz humana (y animal) que la sustentaba y animaba, convertida así en una de las posibles formas idiosincrásicas en las que podía encarnar: esa "voluntad de poder" específica de quienes podían especializarse en pensar con el fin de huir del trabajo físico históricamente despreciado, quienes, a pesar de sus declaraciones, se "sirvieron" y se "sirven" del oficio al que se aplican "nada más que como de un instrumento" (Nietzsche, ibíd., af.6); sin duda a instancias de "la ociosidad con buena conciencia" (ibíd., af. 58).

Con el tiempo, la "voluntad de mejorar el mundo" pasó a fundirse con la pretensión explícita de conquistar el poder efectivo, de "gobernar" (lo que completaría la metamorfosis del filósofo que, según Marx, debía dedicarse a "trasformar" el mundo en vez de "interpretarlo"), con-fundiendo en una dignidad única la "conciencia" (ideológica), la "revolución política" (revuelta que crea las condiciones favorables para el triunfo de un golpe de Estado) y "el futuro" (las promesas de emancipación edénicas), aunque por fin para depreciarse, las tres, al unísono... aunque, al atribuirlo todo a las "traiciones cometidas" se insista en las remediables inconsistencias del pensamiento, -confusión, ignorancia, errores del pensamiento, alienación en el sentido clásico, malicia o malas influencias...-, guardando de este modo nominal e histriónico las apariencias y conservando la ilusión... hasta volverse "un cómico" (Nietzsche, La gaya ciencia, af. 356). Una manera vergonzosa, por cierto, que "huele a plebe" (Nietzsche, MABM, af. 190), de reconocer que las causas auténticas se encuentran en la marcha que va creando las imposiciones ideológicas en la medida en que se desarrolla, haciéndose claramente irreversible. La especialización y por fin a la conformación de unos individuos dedicados profesionalmente a gobernar, aparentando ser ellos también "funcionarios de la técnica" mientras conducen al rebaño a serlo en un sentido efectivo y masivo, a la que habría de conducir la marcha humana y la complejización en la que se inscribe, haciéndola más honda y así irrenunciable, acabaría por desmontar la ilusión de que alguna vez La Razón pudiera imponerse y configurar el mundo según sus sueños y sus cálculos. (1) Más de dos milenios más tarde, o en todo caso más de quinientos años después, Tucídides y Maquiavelo, Aristófanes y Shakespeare se verían decisivamente refrendados. Y, a pesar de ciertos nostálgicos retrocesos cometidos en nombre de "la vida", sobre todo Nietzsche.

En cualquier caso, como se ve a simple vista y es vox populis, la mencionada dignidad ha acabado por sumergirse en una cada vez más burda retórica al servicio de la propaganda, la agitación, los slogans desconcertantes y de corta duración que desbordan el repertorio burocrático vigente, y convertirse cada vez más en un derivado del marketing y los esquemas publicitarios, casi totalmente separados de significación para buscar el efecto psicológico inmediato. Perdiendo incluso por entero esa "especie de goce distinto" (MABM, af. 13) que ofrecía a los antiguos. El objetivo: conmover, perturbar y revertir en favor propio o del destinatario de la campaña el equilibrio clientelar vigente... Hoy, ya nadie cree seriamente en ello a pesar de que también se sigue apelando a esos argumentos en términos retóricos (algo que a veces se puede encontrar en el propio Platón en sus dramatizaciones aún sofistas atribuidas a Sócrates) y es precisamente como tales términos, esto es, como argumentos retóricos, como son amplia y sonoramente valorados por la militancia extendida que (en el que ya nadie cree y al que se valora en tanto que argumento retórico por una militancia extendida  que ya no puede dejar de considerarse un paradigma de nuestros tiempos en tanto forma orgánica que adopta hoy el clientelismo; una auténtica red de favores y deberes, lealtades endebles y traiciones latentes, equilibrios inestables y desequilibrios y fracturas voluntarios...) en cuyo inetrior se establecen normas cada vez más rígidas e indisolubles que reproducen cada vez más las prácticas mafiosas y las bandas de ladrones y piratas.

Básicamente, nada demasiado nuevo salvo por su ostensibilidad y virulencia, la desnudez e indignidad que le impone la práctica extendida, masificada, lo que ayuda a que aparezca de modo tan descarnado o evidente, y tan... instintivo (MABM, af. 59). Como se ha visto, la miseria que anidaba bajo el velo engañoso de la dignidad, la filosófica, la religiosa..., ha sido poco más que la cara oculta y vergonzosa de una impostación histriónica, vitalmente necesaria para quien ejercía un oficio del que dependía su supervivencia y sus pretensiones de poder. ¡Incluso aquellos que, como dijera Nietzche, "algunas veces se manifiesta(n) como pasión intelectual" (la "pasión religiosa", a la manera de Kiergegard o San Antonio deben estar incluidas, puesto la"devoción", formal o irreflexiva propia del "pueblo" es una "pasión" diferente, inclusive obsecuente y ritual); de todos modos, hoy en vías de extinción, hoy, menos aún que entonces, "materiales adecuados para una nueva sociedad" (Nietzsche, La gaya ciencia, af. 356)!

Las masas, en realidad, aspiran a la conservación (o restauración donde se hayan "perdido") de los tiempos de bonanza, la cual se sostiene gracias al saqueo, la opresión o la explotación de los bárbaros, por mucho que esos deseos sean edulcorados tras frases rimbombantes. Pero ahora, ni siquiera esas frases hacen referencia a cambios radicales sino a adaptaciones que dejen en todo lo posible y de ser posible amplíen el espacio que se había cedido a los cabecillas secundarios que las agitan, como volvemos a descubrir, por ejemplo, en los panfletos y declaraciones de Sampedro y Hessel. El reclamo grandilocuente y vacío de "Democracia real ya" encierra todas las trampas reformistas y a su vez todos los engaños solapados de unos caudillos que ya no se manifiestan en favor del depreciado Estado Popular (dueño de los principales "medios de producción" o de todos) ni de la economía colectiva... que de cualquier forma sería, nuevamente, por ellos controlada y entre ellos repartida. Los sueños justicieros extremos se dejan a un lado a la vez que se sugieren evitando el compromiso (o sea, la definición explícita, por ejemplo: la "estatalización total") mientras -¡esto es lo que queda, esto es lo efectivo!- se reclama... moralidad en nombre de la "indignación" moral...; algo que sólo una tiranía (¿colegiada?) sería capaz, en teoría, de imponer al "conjunto de la sociedad" (a "los ricos", por ejemplo, y a "los individualistas" para rematar) "sacándonos" por ese medio del "caos" o, al menos, de "la indeterminación", de la "némesis", de la irrupción imprevista de los "cisnes negros". Y esto, debe tenerse en cuanta, alcance o no una forma estable y sólida, empuja hoy en cualquier caso en la dirección de gobiernos más o menos tiránicos (colectivos o de equipo y... ¡este sí que es el gran descubrimiento de la época!, "constitucionalistas" y escudados en la mismísima "democracia representativa") que haga suyo el programa moralizante (más o menos engañoso) que se exige; porque a ello lleva "la indignación" que siendo hoy generalizada encierra sueños contrapuestos con pretensiones re-distributivas.

La reforma (la restauración), por fin, se queda igualmente en una pura expresión de deseos de los débiles y su agitación retórica en mero e inevitable servicio a unos u otros contendientes reales...
En ese cuadro, se observa la presión que invita a la metamorfosis de los intelectuales aunque sobre la base de una fabricación en masa de lo que Nietzsche denominara (al referirse a su terreno disciplinar específico) "filosofastros"... y en el que bien cabe añadir escritoruchos y artistuchos e incluso cientificastros...; todos cada vez más "obreros" o "técnicos" (como se llama hoy a los miembros de los equipos productivos que ya Heidegger en 1938 señalara como paradigmáticos), artífices de la instituida producción en cadena de objetos de  uso de alta obsolescencia o corta vida útil hoy en día "socialmente necesarios" tanto como su propia destrucción en masa, entre los que debemos incluir sin paliativo a "los libros" (remito a los recientes artículos de mi otro blog para una ampliación del tema al terreno literario).

Así, es lógico que el escenario se les presente a los pensadores más excéntricos, más individuales, más independientes... como notablemente agresivo y más desazonador aún de lo que la Grecia clásica le acabaría resultando a Platón. Por una parte, ven triunfar (socialmente), y crecer y multiplicarse, como plaga de langostas, a unos "usurpadores" nacidos al calor de la democratización cultural moderna, y por fin y para colmo posmoderna, que la "mala conciencia" simultáneamente instituida no permite denigrar. Por una parte, se trata de una explosión magistral de las ideas... aunque como mercado, mercado de ideas, de textos, de obras, de espectáculos..., en general, de una artificialidad propiamente dicha que se hace explícita e inclusive insultante. Por otra, la intelectualidad se sumerge en la burocratización que en uno u otro sentido, y también de manera explícita, la invita cada vez más fuertemente a corromperse, a claudicar, a sumarse a la competencia establecida... que para colmo y por pura expresividad... frustra de nuevo, agravando la desesperación y agudizando y expandiendo aún más la mediocridad ambiental. En este cuadro, los resistentes tratan de diferenciarse de la masa proletaria y técnica culturalizada, de la que sin embargo pretenden vivir, esto es, conservarla en tanto que consumidores aunque "educándolas más y mejor" y establecer normas corporativas lo más rígidas posibles que permitan eliminarlos o despreciarlos como competidores... de nuevo lo que ya practicaron las Academias clásicas y las renacentistas en su día, pero también los cenáculos romanos y los sindicatos de oficios medievales. Los más atrapados por idiosincrasias excéntricas optan por el desdoblamiento con la consiguiente sensación tendencial (reflejo de los efectos ridículos que su persistencia produce) de ser cada vez menos significativos socialmente, lo que los lleva a pensar, ¡y con razón!, que sus esfuerzos no sirven para nada... (2) El panorama no hace sino confundir a todo el mundo (¿alienarlo?) como de costumbre: la presión del grupo siempre ha sido decisiva y esto se ha extendido a lo que llamamos la sociedad, sin duda un término que al respecto se refiere a la mencionada "manera de pensar" dominante (que si bien refleja la fragmentación establecida, no es la "de la clase dominante" o cosa parecida, sino la manera globalmente adoptada). Aquí, por cierto, en el límite de la desesperación, es donde cabe el suicidio más o menos justificado racionalmente o alguno de los famosos "sí a la vida" más o menos sofisticados que se han ido alzando.

Como bien señala Mary Douglas en consonancia con la psicología evolutiva y un criterio etológico: “... la forma simbólica seduce al intelecto. La tendencia instintiva a establecer la armonía entre la experiencia social física y emotiva arrastra también a la mente con su poderoso impulso” (Símbolos naturales, ed. cit., pág. 175). Estamos, todos, ciertamente condicionados. Y en la inevitable búsqueda de todo el poder posible, directo o cedido, conquistado o pactado, vamos inventando o reinventado los mitos de los que esperamos la realización de los sueños y que, lamentablemente, obtendremos nuevas frustraciones, decepciones y penurias.

Y, allí donde la presión da lugar a la renuncia (allí donde menos soportable se hace el ostracismo, la excentricidad, la soledad, el "desagradecimiento", la "mediocridad" a la que se atribuye la falta de valoración de lo propio, etc.), se hace inevitable la búsqueda y la adopción de un nuevo oficio. Claro que debieron ser “capaces de alcanzar antes el abismo“ y, gracias a ello, ser, potencialmente al menos, los que “llevan a los mortales la huella de los dioses huidos...” (Heidegger, ¿Y para qué poetas?, ed. cit., pág. 266 y 288 respectivamente); esto es: los que para Platón eran "superiores", divinamente ungidos, y aquí aún prometen ser héroes. En uno y otro extremo del pensamiento filosófico: los más dignos por actuar en el límite del “riesgo”, del sacrificio incluso, de una responsabilidad que parece derivada del Destino aunque no sea sino un resultado de la marcha, de la selección artificial legada y practicada, de la conformación coyuntural posible. Una bella manera de describir la resistencia a la metamorfosis adaptativa que repugna porque, respecto de la dignidad autoconferida, se muestra como acomodaticia y claudicante y que empuja, en todo caso por la vía de los seres que se van sumando en mitad de la corriente, a crear y adoptar nuevos perfiles socio-profesionales. Los que permitan, hasta el límite de lo posible, vivir del pensar y no de los demás sudores. Lo que requiere una reinvensión de la dignidad humana... tal vez la que hacía que los bufones se sintieran superiores a los reyes yendo más allá de su función; es decir, reconociendo la superioridad de la mentira sobre los discursos iluminadores. Porque, ¿cómo admitir (¡cómo soportar!) que se es un accidente o cualquiera de esas cosas que simplemente se hayan dado y que, como Sileno le responde a Midas, "para ti sería muy ventajoso no oir"? (3)

Sin duda, "es preferible querer la nada a no querer", y mediante nuevas definiciones, reglas y cometidos (cuya misma construcción y vigilancia es una “tarea” nueva... ciertamente artificial, insisto, como es de suyo, del estilo de todas y cada una de las que ocuparon al ser humano hasta ahora -como La Ciudad platónica de Las leyes que hemos analizado en la aproximación previa a esta-) se permitiría “otra” cosa y "otros perfiles” que no fueran ya ni la Filosofía ni los filósofos, ni la Literatura ni los escritores, ni... y así sucesivamente, cuya inutilidad social creciente va matando, asfixiando, obviamente, a las anteriores y aún vigentes residualmente, lo que Platón se propuso a la vista del escaso espacio que le ofrecía la magia y la retórica, o Husserl y Heidegger corrieron a solucionar al proponer una Ciencia en sentido estricto y una Ontología -de "la cosa" y, por fin... de la “posibilidad”- que les permitiera de nuevo cabida, un lugar a la vera del dios...

Nada, insisto, que no hayan protagonizado todos los caídos en desgracia, o “perseguidos”, desterrados, marginados, aislados, exterminados u obligados al silencio o a la conversión.

Le sucedió a la magia a cuento de la pérdida de “negocio” para los magos... porque que no quepan dudas de que sus prácticas y sus teorías no desaparecieron por pura “evolución mental” ni por efecto de la “persecución” inquisitorial que en otras circunstancias podría haber fracasado (y que en realidad, se cebó en las pobres viejas incultas mucho más que en los pares... aunque sin duda para tenerlos de su lado o al menos para paralizarlos); esto es, en la pérdida de espacio social para este perfil socio-profesional. O, igualmente, como se perdiera la “predisposición” a morir de hambre, un riesgo noble sin duda, propio de quienes sentían como parte de su yo la necesidad de “cuatro fuertes hombres, además del cocinero” para “llevar el chocolate hasta los labios de su señor” (Ch. Dickens, Historia de dos ciudades, libro 2do., capítulo 7) o de los que en ausencia del “funcionario cuya misión era cambiar de lugar el asiento de su señor” se verían impedidos de evitar morir abrazados junto a la chimenea y hasta de quejarse, como sucedió en el caso de “un cierto rey de Francia”, como con idéntica significación nos refiere Thorstein Veblen en su Teoría de la clase ociosa (capítulo 3: El ocio ostensible). Y, ¿cómo no se van a considerar “las alternativas”, a las que alude Heinrich Meier, a quien vuelvo a tomar como ejemplo de esa "subespecie que se extingue" (op. cit., pág. 156) con lo que ha llegado a repugnar socialmente tener un trasero o una boca que requiera que otro lleve el asiento o el chocolate respectivamente? ¿Cómo sin claudicar podrá la Filosofía demostrar “gran utilidad social” o “al menos (...) inocuidad”, como dice Heinrich Meier, a quien vuelvo a tomar como ejemplo de esa "subespecie que se extingue" (op. cit., pág. 215; negrita mía)? ¿Cómo sin ello “ganar a los futuros hombres de Estado como aliados de (¡ésa!) filosofía” (ibíd.), a lo que parece que habría que resignarse? ¡Es evidente, dicho sea de paso, que Meier nos quiere “vender” la traición flagrante como remozada “dignidad”... e invocando en su auxilio a Maquiavelo! ¡Qué píldora tan atractiva... aunque llena de cicuta!

¿Cómo, en fin, no se dirá "no lo sé" para esconder las ganas de vomitar bilis por parte de los escritores consagrados (¡aunque nunca suficientemente!) -algo, puaj..., demasiado "incorrecto", demasiado "elitista"- viendo esas mesas llenas de libros escritos y leíbles por esa -¡puaj...!- "lumpenburguesía", como llama Magris a la clientela de esos malditos arribistas... que le obstaculizan el éxito masivo y contra los cuales ya en el siglo XVIII despotricara Fielding demarcando su propia "provincia literaria" digna, superior... opuesta a esas otras, invasoras, usurpadorasdespreciables...? Aunque, en este campo, el de la literatura (la auténtica), la pretensión de conquista del poder sea mucho menos ostensible que en el campo de la filosofía o de la ciencia, que se desliza hacia la mendicidad y por ello invita a la claudicación mercantilista, que en todo caso toma las formas oníricas derivadas del resentimiento, y que, a efectos prácticos, sea un objeto sobre el que ironiza...

Y sin embargo, ¿no merecemos (¿de quién?, y... ¿reconcocidos por quiénes?) unos honores especiales y unos premios por aportar más luz, por ser capaces de alzar nuestras antorchas para iluminar más territorio... para todos? ¿Es que debemos consentir que la ceguera sea equiparable a la capacidad de ver, la animalidad a la superanimalidad, el anegamiento en la pura continuidad sin meta a las ansias de alcanzar el cielo? ¿En qué sentido, para qué... para llegar más lejos, para realizar el dominio del mundo de manera más amplia... es decir, creando sobre el mundo otro en el que nos vaya mejor... a quiénes... en qué medida... según la vara de medir de quién...? ¿Nos basta como expresión particular del todo que nos midan y valoren, nos quieran y si acaso nos veneren, aunque por momentos, "los amigos", los amantes, los discípulos, los hijos...?

Y, sin duda igualmente, esa extrañeza que experimentamos al comprobar que una verdad resulta no ser absoluta... como nos gustaría, como nos apaciguaría, ¿no obedece a la inclinación instintiva por refugiarnos en algún absoluto, aunque más no sea uno... negativo, uno negador, uno capaz de abrir bajo nustros propios pies el abismo, la nada... por quererla, como el propio Nietzsche dijera siendo un joven filósofo schopenhaueriano, antes que no querer; no es resultado de una patología irremediable?

Ciertamente, parece muy difícil conformarse, abandonarse, sucumbir... y sin embargo, el suicidio colectivo de la humanidad (la respuesta a la alternativa, a "nuestra interrogación", señalada por Nietzsche: "¡Suprimid lo que veneráis o suprimíos a vosotros mismos!" en La gaya ciencia, af. 346), se abalanza como la única salida porque nunca seremos dioses y porque vivir sólo es posible mediante la imperfección y su multilateralidad, ni siquiera los dioses que hemos creado a lo largo de la Historia a nuestra imagen y semejanza. Y si no el suicidio general, "la obediencia" (obviamente también vista y rechazada por Nietzsche), la sumisión al látigo agitado por los más prácticos, inescrupulosos, instintivos superanimales de entre nosotros (¡y cada vez más diferentes de nosotros!) decididamente orientados a querer la nada a cuelquier precio... Esos que una vez llamé Morloks en alusión a La máquina del tiempo de Wells, organizados en Partido Político Soberano en el seno del cual... se permitirá a sus miembros jugar al Poder sobre el tablero del mundo. En cierto modo, lo que anunciaba la fachada de la Campuchea Democrática al convertir a los niños en la última instancia del capricho, donde, por otra parte, ha sido uno de esos casos extremos que tanto perturban a las buenas conciencias, demostrativos del grado en que acabamos siendo "víctimas de nuestra profesión": tanto si se es "volantinero" (como en la alegoría de Nietzsche, Así habló Zaratustra, Primera parte, af. VI) como si se es filósofo, científico o literato... técnico, obrero o... guardián de un campo de concentración por el bien de la patria (para más precisiones y recreaciones, remito a este artículo -donde las referencias están en la parte final- y a este otro).

El dilema, para nosotros, para la nobleza basada en el pensar a la que pertenecemos, es penoso, horrible en toda su perspectiva. Tanto que no somos capaces más que de reír momentáneamente de uno mismo, lo que también nos autoinvestiría de nobleza, como también apuntara Nietzsche, aunque para permitirle al pensamiento que haga trampas en cuanto nos sosegamos.

Un reconocimiento honesto y desprejuiciado, especialmente ajeno a lo deseado o deseable, deja plenamente a la vista la creciente e irreprimible dependencia que la marcha de las cosas nos impone a todos, incluso a los que presumimos de pensar hasta las últimas consecuencias, de buscar la sabiduría por encima de todo, de poner toda la fe en la acción siempre que esté "bien conducida". La actividad intelectual, en detrimento de los sueños engañosos, depende cada vez más no sólo de las instituciones, tanto políticas como corporativas -que ellos mismos en su evolución acaban creando-, Estado, instituciones "culturales", "educativas" y de "investigación", partidos políticos, gremios, sindicatos..., sino de las redes a las que cabe adscribirse en uno u otro grado... En un extremo de la deshonestidad autoengañosa, en nombre de unas "políticas de la amistad" que sólo pueden promoverse y practicarse bajo máscaras altruistas pero frustrantes, como si lo fueran pero sin poderlo ser, o sea, como lo único posible hoy en día: una subred de relaciones interburocráticas menores conectada a una red mayor y sujeta a proporcionarle a esta unos u otros servicios clientelas (por otra parte, cada vez más caprichosos, ridículos, artificiales, y profusamente maquillados). (4)

En nuestros "tiempos de penuria” (una visión que es consustancial con la mencionada frustración), tanto los filósofos como los teólogos han ido pasando en masa a la órbita cortesana de la burocracia político-empresarial o, más rigurosamente, a integrarse y complementar su trama o red de relaciones e, incluso, a tener una propia con esa mecánica aunque para componer un pieza armada dentro de una mayor), oficiando muchos de ellos como miembros de pleno derecho (los rectores y decanos, por ejemplo) o como meros proletarios de la cultura (profesores, escritores de ensayos...) aunque militantes involucrados en todos los sentidos de la lucha. Lo nuevo (ya que puede observarse el fenómeno en períodos anteriores y -usando las sugerentes palabras de Foucault- "geografías distantes") es fundamentalmente el grado de extensión que ha adquirido, el hecho de que se incruste en las masas en sentido amplio, todo lo cual lo tiñe de manera específica. Esta situación engloba también y hasta más dramáticamente aún a los escritores de ficción, doblemente marginados, exponencialmente multiplicados, específicamente definidos por la necesidad de un trabajo que no puede realizarse "en equipo" ni en el cual sea "admisible" fijar normas y metodologías de iniciación diciplinarias... aunque cada vez abundan más los intentos institucionalizadores (y todo hace pensar que se incrementen) más allá de la órbita un tanto paralela de la las Academias de la Lengua, que se dedican prácticamente sólo al instrumento (la lengua y sus reglas de construcción elemental) sin, ¿aún?, fijar cómo debe estar organizada la obra, la totalidad del texto... Aquí, esa función de las academias se ha dejado enteramente en manos de las editoriales... que "interpretan" al mercado. (5)

La filosofía residual (a fin de cuenta política y teológica, como ya hemos apreciado) se muestra así, más que nunca, como una pura representación histriónica, como una mentira descarnada que cada vez más sólo pretende réditos y por el camino de la mendicidad acaba aceptando un buen salario. No es otra cosa lo que manifiesta la "invitación" explicita de Meier, sin duda, presente ya en Strauss, y en todos los intelectuales que marchan por las tortuosas sendas del academicismo y la publicación de libros, entrampados en las redes de la lucha por hacer carrera y los intereses de las editoriales. (6)

Queda claro: el Dios de la revelación y la sacra sabiduría humana estaban destinados a morir a la vez, abrazados, dándose calor el uno a la otra mientras el “invierno infinito” avanza al compás de la marcha del hombre; y más rigurosamente, en cada punto donde se truncó la existencia individual en nombre de los fines grupales, algo inevitable sin lo que la propia filosofía, ni la teología, ni la magia, ni el mito habrían existido, esto es, de la única manera imperfecta que toda obra de la producción humana de artificialidad puede tener. Incluida la que eventualmente se alcance con una plena animalización, cuando ya no quede ni una sola gota de Eros ni tampoco de Tanatos, con todos sus sentidos imaginables, sino la simple alimentación de la fuerza bruta y del poder descarnados, librados a la inercia de su propia dinámica.  Una soledad o aislamiento que, por otra parte, progresa precisamente de la mano de la señalada reducción creciente de espacio social para algunos perfiles y grupos de perfiles (a la vez que se abren o son abiertos otros nuevos), en concreto, los que pretenden contar con la facultad de pensar para mantenerse a flote (esto es, evitando la proletarización o la burocratización totales a las que son empujados sin compasión) y que se hace cada vez más inoperante e inútil a instancias de ese mismo proceso, nos guste o no admitirlo a muchos de nosotros (seamos o no los que viven de ello o podrían hacerlo según su ilusión o sean los que les viene bien agitarlo aunque se trate de una parodia miserable), como, por ejemplo, también muestran los esquemas socio-antropológicos de “cuadrícula-grupo” de la citada Mary Douglas (Sn)

En definitiva, lo que Nietzsche, a instancias de su pensar, esto es, de una actividad en vías de extinción, no pudo dejar de atisbar como posible: un tiempo en el cual tal vez acabaría imperando “la irresponsabilidad postrera”, en el que  “la especie lo sea todo”... cuando “Tal vez le quede a la risa un porvenir” (La gaya ciencia, Libro Primero, af. 1); “más allá de...” lo cual apenas si se pueden aportar detalles particulares o matices complementarios (como los de la antropología, etc.) y “más acá...” sólo cabe retroceder, incluso recular. Un tiempo que, en todo caso, como hay que reconocer con Camus, deja al individuo la satisfactoria y gratificante práctica de la simpatía, que en tanto irracional y espontánea lo aleja del autoengaño pretensioso que inviste de dignidad las hazañas heroicas y las inmolaciones emancipadoras como la cicuta de Sócrates o la cruz de Cristo pero también esa entrega voluntaria y erótica a los brazos de la guillotina de Carton en Historia de dos ciudades.

Justamente, ese proceso histórico que ha elevado no la sabiduría (como dijera soñar Platón) sino la mentira e instituyera su producción a gran escala pone en la situación en la que los “hombres (...) No pueden seguir buscándolo (a Dios) porque ya no piensan” (Heidegger, La frase de Nietzsche “Dios a muerto”Caminos de bosque, ibíd., pág. 240) y, por tanto, donde Dios también queda reducido a un disfraz de fácil adaptación táctica (lo que es otra forma de comprender la burocratización de todas las iglesias). El proceso o marcha que ciertamente traza “senderos interrumpidos” pero también ciegos, produciendo o ahondando al tiempo el surco que nos entrampa cada vez más (hasta el límite del caos), nos permite descubrir y nos invita a aceptar, a los que aún seguimos manipulando el pincel chino hasta el último suspiro porque se trata de nuestra profesión, (7) que el “pensar sólo comienza cuando hemos experimentado que la razón, tan glorificada durante siglos, es la más tenaz adversaria del pensar” (Heidegger, ibíd.) ya que, al descubrirse “¡Dentro de qué simplificación y falseamiento tan extraños vive el hombre!", se hace indudablemente muy difícil de negar y hasta es "¡Imposible resulta dejar de maravillarse una vez que hemos acomodado nuestros ojos para ver tal prodigio!” (F. Nietzche, Más allá del bien y del mal, af. 24). Y aunque siempre se puede encontrar una dignidad de reemplazo aunque sólo sepan proveer miserables y efímeros triunfos y terribles derrotas, como son la astucia burocrática y la idoneidad tecnocrática y eso se haga y deshaga a cada rato, aceptando lo que parece inamovible, también no parece, al menos aún, que no sobreviva y hasta se vuelva a engendrar algún individuo que se maraville y acabe por acomodar sus ojos, incapacitado para dejar de pensar (y dejar de lado “el pincel chino”) sin duda porque lo que se descubre es la trampa, la trampa de la cual nuestra ocupación es parte y, de repente, se ha vuelto inservible... según se mire, incluso la parte más superflua, la pintura, el adorno, el camuflage... La trampa que “desborda la copa” y lleva a creer en “la obra” y el la importancia y trascendencia de "la obra", la trampa de la irrenunciable producción de artificialidad que lo equipara todo. Lo que, como apunta Heidegger en la frase citada, nos aleja de la meta de autodignificarnos para dejarnos caer... paso a paso, generación tras generación, discípulo tras discípulo.

De ahí, de esa licuefacción del suelo que se pisa, Heidegger, debería salir pues la explicación del "final de la filosofía" (y obviamente de Dios)... (que incluso amenaza con el exilio y la asfixia a la literatura). De ahí que a Heidegger no le quedara sino la frustración efectiva al final de sus intentos de hallar una nueva  tarea para el pensar, “un pensar (...) aparte” (Heidegger, El final de la filosofía y la tarea del pensar, ibíd., pág. 92), en sí, circunscripta a “determinar lo que es la cosa del pensar” (Mi camino en la fenomenología, Tiempo y ser, Tecnos, Madrid, 2006, pág. 102), cuya “revelabilidad sigue (seguirá) siendo un misterio” (ibíd.) pero que seguía requiriendo “aún necesidad de una educación” así como “antes que eso saber qué significa tener(la) o no”  (ibíd., pág. 92). Y todo ello, ¡menuda fe se le pedía esta vez al hombre!, por una “posibilidad” (El final de la filosofía y la tarea del pensar, ibíd., pág. 93).

En fin, de nuevo la responsabilidad Platón encubriendo sus miserias humanas con la dignidad semidivina y el imperativo de los dioses. Y quien dice Platón dice sin duda Marx, Kant, Rousseau, Hegel, etc., en uno u otro grado de visibilidad y de vehemencia.

Ahora bien, ¿acaso el pensamiento puede aceptar reducirse al mero cálculo, es decir, ponerse al servicio teórico de la supervivencia?, ¿cabe pensar que la selección artificial en manos de los opresores del próximo futuro llegue a hacer desaparecer al hombre reflexivo de la faz de la Tierra, dejando a sus propios vástagos astutos por un lado y del otro a una masa de dóciles o sumisos camaradasMorloks y Eloy..., tal vez Morloks y robots...? Es más, ¿cabe adoptar -o seguir adoptando aún- la idea de que el pensamiento sirva a la supervivencia sin servir al unísono al colapso? ¿Se puede acaso seguir ignorando que el pensamiento sea una derivada instintiva, un residuo incluso, de una facultad que nació para la conservación del animal humano y que en su despliegue nos haya metido por un inevitable sendero de artificialización que se nos está imponiendo sin otra opción que la de seguir huyendo hacia adelante...? Al hacerlo, en fin, cuando el pensar descubre que "es el mayor enemigo del pensar", ¿cómo puede darse una tarea nueva o vieja (recuperada) si ya no puede creerse que sea  o pueda ser trascendental?

El relativismo nietzscheano descubre una paradoja: pensamos mediante la atribución de juicios absolutos que repensados resultan no sólo no asegurarse tal categoría sino descubrirse desdichos por el tiempo... De ahí que, ciertamente, parezcamos padecer de una enfermedad congénita, de una especie de bacteria letal instalada entre las demás que nos pueblan, y que intentamos sobrevalorar a toda costa con el sugestivo nombre de "conciencia" (que Nietzsche -La gaya ciencia, af. 354-, llega, buscando en cierto modo conferirle otra dignidad, a sugerir que deriva de la necesidad de comunicación -esto es, de una necesidad erótica- aunque ambas sean meros componentes resultantes de una historia no programada).

Cuando intentamos el ejercicio que se propusiera Heidegger de fijar "el pensar" como su "objeto" no nos queda sino darnos cuenta ("maravillarnos" en la expresión de Nietzsche) que se consigue muy poca "claridad" a largo plazo ("lighting" es la palabra usada por Heidegger -ibíd.-), al memos que se pueda demostrar.

Y así volvemos, por la puerta trasera, al ámbito de la fe que, sin duda, arruina, corrompe, en el acto a la filosofía y "al pensar" en cuanto la incorpora a sus discursos (como Meier reconoce con inevitable acierto)... y como siempre sucedió.

Pero ¿para qué entonces conservar la duda...? ¿No sería mejor... ahogarla definitivamente...? ¿No es esta alternativa por la que ya estamos cayendo aunque mientras lo sigamos negando... sucumbiendo al influjo por cuestiones... morales y, quizás, sólo modales?

Esto es lo que lleva al intelectual en extinción a sentir el frío próximo del “invierno infinito” (es decir, porque es su manera de vivirlo y de pensarlo) o que, al menos, se haya entrado en “la noche de los tiempos” o sea "la crisis de nuestro tiempo"... Ni más ni menos, pues, que la antigua "desazón" platónica que nunca dejó de estar ahí, esto es, que siempre fue y sólo pudo y puede ser un sentimiento propio de una cierta psicología o idiosincrasia, de una patología propia de los beneficiarios de Prometeo, ciertamente en la base de todo ser humano, aunque perdiendo el derecho de arrogarse la representación de lo más esencial (o puro) de la especie... como pretenderían, como mínimo, los más afectados... Esto es lo que unos y otros venden ("se quejan") con nostalgia y, si acaso, con la esperanza de conseguir una reforma aunque más no fuese para la posteridad (instituyendo si cabe "una tarea nueva para el pensar"). Por su parte, tal vez daban ponerse en un terreno distinto los llamamientos que se hacen para crear clubs de amigos "en defensa de la filosofía", de la literatura, etc. (a la manera de los "clubs de amantes de la institutrices" de la que habla Dovstoyevski con obvia ironía, o "de la Tierra"... tan de moda en los últimos tiempos...), llamamientos que en el fondo, insisto, hacen uso de coberturas dignas para fines cada vez más ostensiblemente mezquinos y, para colmo, cada vez más insatisfactorios (la individualidad es más "totalitaria" que la "amistad", sin que por ello se trate de "narcisismo", como dice Eymar -véase mi nota 2-; justamente lo que lleva a Montaigne a rescatar la famosa sentencia que se le atribuye a Aristóteles para reconocer que, en la realidad del mundo, "no hay amigos", es decir, que lo que el Eros interior pide al respecto será siempre inalcanzable. Cabe decir, en este sentido y con igual convicción, que "no hay amantes", ni "padres", etc.). 

Esto es así, mal que nos pese a quienes tendemos a reivindicar el pensamiento reflexivo y crítico como fuente de absolutos apaciguadores y esperanzadores, empujados no obstante a la ilusión claudicante, a la frustración, la marginalidad, y a lo sumo a la práctica residual de unos ejercicios intrascendentes ante el espejo o unos pocos amigos..., para quienes debemos producir garacias a uno u otro grado de desdoblamiento... así como exigiéndoles el equivalente a ellos. (8) Y a que nos siga pareciendo que lo que resulta inalcanzable sea de todos modos lo más saludable para la humanidad en su simple pretensión de conservarse, de sobrevivir..., mientras el mundo del que nos burlamos ya no sólo no tenga interés alguno por la burla sino que se desembaraza de ella, diluyéndose como su objeto. A suponer que, aunque lo que se prepara apunte en la dirección contraria, las muchas bellas y grandes cosas producidas con fines mezquinos y oscuros sirvan más a esos fines que lo desagradable y ruin, por lo que no puedan desaparecer. A "sabernos condenados", como decía Nietzsche, "en definitiva", "cabalmente", "a inventar -y, ¿quién sabe?, acaso a encontrar.-" (MABM, af. 12)... y de ese modo a investirnos de la única dignidad que nos rescata (Nietzsche, La gaya ciencia, af.1), que nos rescata más aún que la ironía, aunque también por poco tiempo...  A recaer en la necesidad de aferrarnos a uno u otro "absoluto", de reducir el mundo "a la idea"... (ibíd., af.346 a 355, al menos).

En fin, siendo como todo indica que el mundo es un resultado de sucesivas, complementarias y simultáneas interacciones que a modo de incontables agujas entretejen a la realidad al unísono..., tal vez sólo nos quede repetirnos, reiterándose el retorno de lo mismo... que nos trae, de nosotros mismos, lo que sólo sabemos repensar y reinventar para deshinibirnos:
“...ficciones convencionales, con fines de designación (...) pero no de aclaración. (...) Nosotros somos los únicos que hemos inventado las causas, la sucesión, la reciprocidad, la relatividad, la coacción, el numero, la ley, la libertad, el motivo, la finalidad; y siempre que que a este mundo de signos lo introducimos ficticiamente y lo entremezclamos, como si fuera un en sí, en las cosas, continuamos actuando de manera mitológica” (MABM, af. 21; la negrita es mía)
... obedeciendo a las drogas que nosotros mismos producimos y consumimos (como la lucidez o la imaginación), fluctuando sin fin, en uno u otro grado, sistemática o coyunturalmente, entre lo saludable y lo al fin y al cabo patológico, entre la burla y la incondicionalidad (ibíd., af. 154), a veces, más que por ser capaces, por haber sido arrinconados de tal forma que, en el límite del riesgo, optemos (algunos) por "la risa áurea" (ibíd., af. 294), rechazando suplicar perdón dado que, como se sabe desde hace tiempo: "...no hemos sido víctimas de otra cosa que de nuestras propias alas" (Esquilo dando voz a Aquiles, citado en Sófocles de Karl Reinhard, Ensayos/Destino, Barcelona, 1991, pág. 18).

Afectados, en definitiva, por una enfermedad que, como todas ellas, actúa con su voluntad de vida contra la de las demás, incluida muchas veces la propia. Una enfermedad que sólo puede extirpar la muerte y que corresponde a eso que, como ya Nietzsche también había notado (9), denominamos, como si nada, Yo .



* * *


Notas:

(1) Heidegger ha sido tal vez el que más minuciosamente detalló los últimos pasos, hoy aún en la misma fase a mi criterio, de esa marcha (Caminos de bosque, Alianza Universidad, Madrid, 1995, pág. 264, por ejemplo, donde utiliza la expresión "funcionarios de la técnica").

(2) Después de 47 años retomo el término que utilicé para mi alter ego en uno de mis primeros intentos de novela que espero que haya sido debidamente quemado y veinte años después retomé en un cuento del que, esta vez sí, me siento satisfecho y se ha publicado, "Viaje de vuelta". Pero debo señalar que ha resucitado esta vez aquí a instancias del ensayo de Eymar "El funcionario poeta", en donde el mencionado desdoblamiento se reduce al ejercicio simultáneo o a partes iguales al que alude el título, cuando, como en mi caso, se caracteriza por una doblez más amplia, y a que, la manera de verlo debe ser socio-histórica, donde la marcha real explica la mecánica y no un coqueteo o una elección voluntaria ni menos proactiva... (Eymar no rumia esto en profundidad y, lo peor, acaba haciendo una valoración positiva de unas supuestas vertientes "buenas" del proceso de burocratización, viendo posible una positiva existencia estable de un idílico mesenazgo burocrático... lo que reduciría la ingenuidad así como la sumisión a un acto de la voluntad del poeta... incluso un acto creativo). Insisto, como señalé en los artículos mencionados en la nota precedente, el caso Kafka no se puede poner en paralelo con el de muchos pensadores o escritores de hoy pendientes de "reconocimiento" cuando esto se debe a la abundancia (y seudo-superabundancia) de competencia y al colapso in progress en el mercado editorial; todo en el marco de burocratización capitaliusta mencionado.

Ese estado de desasosiego y frustración alcanza un grado álgido con el inicio mismo del proceso modernista. La decepción ante la aparente proletarización mencionada por Sainte Beuve cuando se ve empujado de la aristocracia a la burocracia (y por ello debe ser considerada una burocratización en toda regla al margen de que mediara "un salario") se extiende a los pensadores que seguían aspirando a una vida filosófica o artística según el caso y en el sentido de su definición formal. 


(3) Bastante se ha repetido desde Nietzsche (incluso desde Schopenhauer, incluso desde Maquiavelo y Spinoza, incluso desde Tucídides) acerca del relevante papel  que la mentira representa para el hombre, aunque más han sido las veces en que a pesar de ello se ha mirado "hacia adelante" sin pudor e incluso sin escrúpulos, ignorándolo o disfrazándolo, más allá de sus propios subterfugios justificatorios, "representando al santo porque se es malvado", por parafrasear a Sartre (Kean, 1953). No obstante, también en este aspecto deberíamos dejar de hablar de "el hombre", o sea, de "la humanidad", sin matices, "ignorando" con impune contumacia que ello encubre la "necesaria certeza" (autocerteza) de cada grupo por considerarse el auténtico prototipo de la humanidad, de hecho o en potencia, lo que ha tomado forma discursiva (la forma más sacralizable que podamos imaginar) mediante "los intelectuales" como "buena conciencia" o "conciencia emancipadora", "superior", "divina" en última instancia (esa que como hemos visto Platón llamaba "alma"). Sin duda, pues, hay que considerar a esos "intelectuales" como expresión "final" de un proceso que los hizo "necesarios", ya que cada individuo tiende de por sí  a la pretensión de encarnar los "mejores", "superiores", más "puros", más "divinos" sentimientos e ideas... es decir, a tomar por verdad una "mentira" que en modo alguno se ha podido ni intentado seriamente "demostrar" (Nietzsche). En este sentido, las formas de sumisión, subordinación, aceptación de reglas, pactos, etc., guardan todas una simple postergación paciente o resignada del momento que permitirá al individuo imponerse... sea esto realista, posible, efectivo o utópico, lleve esto a uno u otro esfuerzo por lograrlo o al resentimiento... 

Así, el engaño apenas va más allá del autoengaño. Hoy no es difícil (aunque haya resistencias grandilocuentes) ver que "las conversaciones entre filósofos" (en las que pretende encarnar aún, de manera mentirosa, La Filosofía) sólo son aparentes, como incluso se ponen en evidencia a través de la pobreza progresiva de los textos, de la creciente duda acerca de su propia dignidad, de, incluso, la lucha descarnada del academicismo, intramuros y en el terreno de la publicación y difusión. Hoy la "dignidad" del pensamiento filosófico ha entrado en su fase más "espectacular" y a la vez que menos duradera; hoy se ha hecho más evidente que nunca el carácter de "comediante" del filósofo (“El martirio del filósofo, su holocausto por la verdad, saca a la luz por la fuerza la parte de agitador y de comediante que se halla escondida dentro de él” -Nietzsche, MABM, af. 25-), lo cual es de las cosas que más se tratan de tergiversar confudiéndolo todo bajo una especie de neoculturalización (con su correspondiente neolengua ) instituida masivamente mediante la "educación pública", la prensa escrita pero cada vez más audiovisual, los digestos y los slogans. Sin duda alguna, hoy es cada vez menor el tiempo y la disponibilidad para que se pueda ser Yago (Camus, El mito de Sísifo). Hoy se ve más en la superficie que nunca de los discursos que lo que se pretende es encubrir un mundo y se pretenden conservar las migajas que de él se reciben en lugar de quererlo "mejorar" en un sentido "elevado". Por esto, el intelectual que puede sobrevivir y ser reconocido debe interpretar comedias cada vez menos comprometedores, debe ser contemplativo con los "defectos" contra los que antiguamente se alzaba el "guerra" (¡eso sería propio de un elitismo aristocrático que hoy no es rechazado porque sí, que no ha sido "condenado" en el marco de un más amplio "sentido democrático" a raíz de una no por nada triunfante "mala conciencia"!), debe "claudicar" a la vez de todo idealismo (de sus raíces platónicas), resignarse con cada vez más sentido realista o pragmático (conservando lo político de Platón, su aceptación del uso de las "mentiras piadosas"...), reducir o simplificar al máximo toda reflexión y producción de pensamiento critico hasta dejar ambas cosas en un ejercicio que mejores manos pueden hacer mucho mejor que ellos (con menos escrúpulos, con menos "principios" o con "principios puramente técnicos", "de eficacia"), los especialistas en marketing político, por ejemplo.

A mi criterio malicioso, esa es mi visión de las declarada intencionalidad de Meier que éste, como tantos, reviste de magnanimidad (lo que aplico, como se ha podido ver en mi aproximación anterior y allí he pretendido demostrar, a toda la historia de la filosofía, desde sus orígenes hasta su ocaso). Que las "políticas de la amistad" que reivindica y a las que les atribuye rasgos salvadores (sin duda, con bastante más comodidad y mucho menos "riesgo" que el que nos propusiera Heidegger desde su marginalidad), acaban en lo hechos dando lugar a un fortín burocrático más, como ponen de manifiesto las siguientes declaraciones de un conservador (más allá de que como todos vean la viga en ojo ajeno ignorando la paja que se ha metido en el suyo, lo que no desmerece el dato en sí de la viga que aquí, de cualquier forma, interesa) que me permito transcribir aquí aunque no sea más que un brochazo nacido de una indudable nostalgia aristocrática y como tal reaccionaria, pero que pinta la escena del club actual y factible de aquel tipo de “amigos”, el club académico tan bien entreverado hoy con el político, el empresarial e incluso el militar en una única gran red burocrática de redes. Se lo debemos a Tony Papert (no sé hasta qué punto conocido o desconocido) que publicara el artículo en cuestión en 2003 en las páginas del Instituto Schiller que no tenemos por qué despreciar en nombre de alineamientos ideológicos ajenos a nosotros -después de todo, el aristocratismo de Tocqueville fue, también, indispensable para tener un retrato provechoso de la Revolución Francesa-: (he sustituido el entrecomillado del autor por cursiva):

“Pero la gran mayoría de los hombres y mujeres, por otra parte, distan tanto de poder hacerle frente a la verdad, que pertenecen prácticamente a otra especie. Nietzsche los llamaba la manada, y también esclavos. Requieren el coco de un Dios amenazante y el castigo en la otra vida, y la ficción del bien y el mal morales. Sin tales ilusiones, enloquecerían y saldrían de quicio, y todo el orden social, cualquiera que este sea, se vendría abajo. Y como la naturaleza humana nunca cambia, según Strauss, así será para siempre.
“Son los filósofos–superhombres los que le proporcionan a la manada las creencias religiosas, morales, etc., que necesitan, pero que los propios superhombres saben que son mentiras. Nietzsche dijo que sus superhombres han de ser "sacerdotes ateos", y Strauss pretende que sus mentiras son "mentiras nobles". Pero no hacen esto por benevolencia, desde luego; Nietzsche y Strauss se mofan de la benevolencia, como algo indigno de dioses y hombres endiosados. Más bien, los "filósofos" se valen de estas falsedades para forjar la sociedad al amaño de los filósofos mismos.
“Ahora bien, los filósofos requieren varias clases de gente que les sirva, incluidos los caballeros, aquella palabra que tanto me había intrigado cuando Bloom la empleó hablando del juicio a Sócrates. En vez de enseñanzas esotéricas o secretas, los futuros caballeros son aleccionados en las enseñanzas exotéricas o públicas. Les enseñan a creer en religión, moralidad, patriotismo y servicio público, y algunos entran al gobierno. Piensen en el ex secretario de Educación William Bennett y su Book of Virtues (Libro de las virtudes). Además de estas virtudes tradicionales, claro, también creen en los filósofos, que les enseñaron todas estas cosas buenas.
“Aquellos caballeros que se hagan estadistas, seguirán acatando el consejo de los filósofos. Este imperio de los filósofos, reino secreto de los filósofos, reino secreto que es el objetivo de vida de muchos de los estudiantes esotéricos de Strauss.
“(...)
“No olvidemos que Strauss sacó a cien doctorados. Bloom graduó a otros muchos. Y ellos, a su vez, graduaron a otros, y así sucesivamente. A estas alturas ya se graduó la cuarta generación. Y cada uno tenía su papel, ya fuese esotérico o exotérico, filósofo o caballero, disidente o lo que fuese. No olvidemos que un puesto académico codiciado requiere de diez a veinte recomendaciones incondicionalmente positivas, de otros que ya han ocupado tales cargos. En esto sí, los straussianos siempre se dan la mano, sin importar lo que pudieran parecer gravísimas discrepancias. Y este sistema de patronato académico se extiende al gobierno, mediante la creciente proliferación de "bancos de cerebros" que hacen de puente entre los dos ámbitos. Este fue el puente que cruzaron Wolfowitz y muchos otros straussianos.
“Ahora, año y medio después del 11 de septiembre, el reino secreto parece estar por fin a la vista, o tal vez ya exista. Algo por el estilo debió haber soñado Nietzsche en los delirios sifílicos de sus últimos días.”

Debo añadir que este cuadro del ámbito académico con reglas de juego burocráticas ya fue tratado por algunos sociólogos hoy bastante bien ignorados, como es el caso de C. Wright Mills (The sociological imagination; igualmente bien no traducido al español, donde mejor editar otras cosas), y del mismo modo en que antes optara por ser a toda costa un cortesano en tiempos del mecenazgo (esto está magistralmente estudiado en la figura de Galileo por Mario Biagioli en su Galileo cortesano).


(4) Justamente Heinrich Meier (Leo Strauss y el problema teológico-político) sitúa esto en el centro de lo que lo mueve a luchar en la vida ("escribir" y "argumentar" para "defender", convocar y eventualmente organizar un movimiento para ello). La reducción creciente del espacio del pensar "no comprometido", obliga a los pocos que por una u otra característica idiosincrásica y por sus circunstancias particulares de conformación se sienten irrenunciablemente inclinados a pensar y/o a crear de un modo compulsivo o pasional, en cuyos casos toma forma en uno u otro grado el mencionado desdoblamiento como alternativa a la claudicación desgarradora. Esa opción que da lugar a una de las más notorias y concretas quejas de esta subespecie, se convierte así en condición inseparable del ejercicio contemporáneo de eso que aún podría denominarse, obviando su sustrato, honestidad intelectual, así como de la auténtica creatividad que necesita y logra duplicar (mediante el arte) la propia tragedia de manera de poderla trasmitir y replicar en el otro, en los otros mediante su contemplación, su audición o su lectura.

Entendida en su auténtica y básica mezquindad, esto nos lleva a concluir, en contra de lo que sostiene Meier (con la intención oculta de poner en pie una bandera digna recuperada del viejo campo de batalla), que también la lucha por el espacio que ostentaba la teología acabó en realidad por ser ganada y no "perdida" como afirma, a pesar de las apariencias y disfraces. Ganada, sí, aunque no por la filosofía moderna ni en los términos con los que adornaba ese triunfo en sueños (los sueños del renacimiento, en realidad meros atributos para una identidad opuesta adueñada del pensar para servir a la justificación dogmática de sus propios iconos) ni tampoco de ninguna de las filosofías posteriores superadoras, sino... gracias a la licuefacción de ambas en simultáneo y que alcanzó incluso a la variante religiosa judía, la más “extrema” en cuanto al canon de "obediencia" vs. "cuestionamiento" (la única que en occidente evitó el maridaje con la filosofía y el racionalismo concurrente que incluso rechazaba oficialmente, como puede verse en Leo Strauss y sus diversos estudios del Talmud, en particular su ¿Progreso o retorno? y los reunidos en La persecución y el arte de escribir, donde apunta a una cierta claudicación posterior, una occidentalización más estrictamente, de las opciones políticas judías, desde la seguida por Spinoza hasta la más actual del sionismo -claudicación por apelación a la filosofía, a la filosofía política en concreto, necesaria como ya he señalado como herramienta al servicio del proselitismo cada vez más necesario en el tiempo-).

(5) Heidegger confería una notable significación al fenómeno de las empresas culturales, las cuales "deciden qué libros hay que escribir" (M. Heidegger, La época de la imagen del mundo, Caminos de bosque, Alianza Universidad, Madrid, 1995, pág. 84), pero no hay nada como ma manifestación de dolor impotente que experimentaba un escritor literario como Lawrence al sentirse en las redes de la sociedad a la que sin embargo le debe la idiosincrasia adquirida: “... uno se somete al proceso editorial como si fuese un mal necesario: como se dice que se someten las almas al mal necesario de la carne en la que nacen. El viento sopla donde quiere. Y uno tiene que someterse a los procedimientos del día. Personalmente, no creo en el gran público. Pienso que sólo unos pocos escogidos pueden interesarme. Pero los editores, como los cardos, insisten en lanzar al viento innumerables semillas, sabiendo que la mayoría de ellas han de abortar” (D. H. Lawrence, citado por F. R. Leavis en su ensayo D. H. Lawrence, novelista, Barral Editores, Barcelona, 1972, pág. 204, nota 2 a pie de la página).

(6) El racionalismo, tanto el moderno como el clásico pasando por el cristianismo y la filosofía oriental medieval, árabe o judía, que lo adoptó, insisto, por necesidades esotéricas y proselitistas, no dejaron nunca de compaginar la Razón con Dios, la fundamentación determinista con la metafísica, la convicción con la obediencia, pares cuyos términos se explican y refuerzan el uno al otro en la figura del “autoentendimiento” (ibíd., pág. 201). De ahí que Strauss siguiera un camino infructuoso y autodestructor que apenas podrá servirle a Meier y sus amigos como disfraz perimido al servicio de las resistencias a perder poder o incrementarlo un poco (¿merced a la amistad con “los hombres de Estado”?), perdida ya toda posibilidad de emular “la enorme eficacia histórica” que Strauss y Meier le atribuyen en tiempos premodernos (ibíd., pág. 150), una “eficacia” que necesita estar “basada en la creencia”, lo que, ciertamente, resulta “fatal para cualquier filosofía” (ibíd., pág. 152), y que, al mismo tiempo, es una exigencia para su realización política; algo que ni Strauss ni Meier se resignarán a ver y a aceptar... a pesar de las soluciones mágicas propuestas... las luchas denostadas en las que se embarquen... las esperanzas que renueven... rebajadas o no... reformistas o aún aparentemente sediciosas... y, por fin, sean defendidas, de hecho o de derecho, con más o menos hipocresía, inconsciencia o autoengaño. Todo lo que sigue y seguirá exigiendo una suerte equivalente de “creencias”, una inevitable referencia al mito.


(7) “¿Y alguna vez ha sido de otro modo? ¿Pues qué cosas escribimos y pintamos nosotros, nosotros los mandarines del pincel chino, nosotros los eternizadores de las cosas que se dejan escribir, que es lo único que somos capaces de pintar?” (F. Nietzsche, Más allá del bien y del mal, af. 296)

 
(8) El riesgo que corre el poeta desdoblado no es sino el de cualquier individuo excentrico respecto de los cánones del grupo en respuesta a su propia conformación marginal. Mientras esa excentricidad siga siendo un valor sacralizado a la vez que aislado al máximo de operatividad social centrípeta las dos partes del fenómeno (la vida desdoblada y la vida del grupo) podrían convivir, la segunda, claro, tergiversando y hasta corrompiendo a la primera en su escondida intencionalidad (la burla, la crítica, la "mejora" por vía persuasiva o expositiva, etc.). Y por fin, esa excentricidad sólo dará pie a la queja dolorida del poeta que se lamenta de recibir, como K., la siguiente respuesta social: "Usted no es nada y sin embargo es algo: un forastero que molesta" (El castillo). Una queja que lo amenazará sistemáticamente con un terrible despertar, en el que se descubrirá transformado en un "terrible bicho" (Metamorfosis); es decir, a vivir "a su manera", además de parcialmente, torturado. Kafka sin duda es ese paradigma, pero de hecho lo fue también, algunos siglos antes, Aristófanes.

(8) "El yo subyuga y mata: trabaja como las células orgánicas, roba y usa la violencia. Quiere regenerarse: gestación. Quiere alumbrar a su Dios y ver a los pies de este toda la humanidad." (F. Nietzsche, La voluntad de poder, Edaf, Madrid, 2011, af. 762, pág. 505)

Debo decir que, cuando me "vuelvo" a estas reflexiones, me pregunto si ese ir "más allá de Nietzsche" no acaba siendo simplemente un "eterno retorno" a él -en todo caso, "bien realizado" o "bien leído"-. Más o mejor: si ese ir "más allá de Nietzsche" que sigo defendiendo, no hace sino devolverme a Nietzsche dejando no obstante cada vez menos sitio, ¡menos capacidad de cura!, a la esperanza. En cierto sentido, desnudando al Schopenhauer que siempre estuvo allí; en todo caso, aceptando con él ser vitalista por instinto (sin negar que se pueda, por instinto, o por "otra variante" de la "patología", no serlo, incluso negarlo... En cualquier cosa, resignándome a ser lo que he devenido (como el propio Nietzsche, por otra parte, hace en La gaya ciencia).

"Vuelvo" (o, con "los amigos", "volvemos") como alternativa a retornar a Platón (y a Aristóteles; así como a todos los pensadores que retornaron a ellos, que se aferraron a ellos), una alternativa que representa un pensar que deja de lado todo autocuestionamiento y contra el que Nietzsche ofrece y se inclina por situar eso en el centro (¡esa es su "psicología", es psicología!), por de-volvernos a nosotros mismos. Pero esto merecerá un desarrollo específico...