¿Sorprende? ¿A quiénes? ¿No será a los idílicos que todavía creen que se
podrá contener la deriva que reduce a la nada su idílica pertenencia al
pasado racionalista y humanista "auténtico", a los que todavía creen
que no serán traicionados? ¿A los que persisten en mantenerse niños... o
prefieren "jugar" a serlo (en el sentido de "representar", de
"falsear") con embozada y taimada avidez?
Por mi parte, sostengo que es perfectamente comprensible la fascinación que re-une a los potenciales y esperanzados okupantes de dachas (ocupantes muchos de apartamentos más que privilegiados) y los ávidos de una política de redistribución basada en el lema "a cada amigo según su capacidad de lamer", es decir, de subvenciones que recompensen la simpleza y el arte "de consignas" (digamos: "a lo Gorki"), a quienes ni por asomo se preocupan por lo que pueda suceder "realmente" y que "el espanto se convierta en la orden del día" (Saint Just) con tal de que ellos puedan vivir sus festecitas de "la alegría", su idílica felicidad de carnaval, compartir el optimismo con los que tengan que guardar silencio so pena de ser recluidos, que viven en la banalidad y harán oídos sordos a los que se quejarán y serán ciegos a los perseguidos y muertos "contrarevolucionarios", y justificarán los pogromos en nombre de la Patria, re-descubriendo las frases de los sanscoulots o de los kampucheano-democráticos, qué más da, etc., etc., etc. (¡esos etcéteras sugerentes a la manera de los de La Boètie!).
Basta estudiar sus perfiles para comprender qué han votado y qué vitorean cada dos por tres... No se trata de algo nuevo sino de otra repetición, tal vez más mediocre y teatrera que la previa. Como dijera Quignard (¡ah, qué gozada leerlo!): lo cíclico lo signa todo; no habrá "superhombre" que tuerza o "rectifique" el "eterno retorno"... Porque, recordando a Freud, los hombres no querrán nunca dejar de ser "una banda de asesinos que mienten". ¡Es la precondición del poder que se desea!