viernes, 24 de agosto de 2007

Justicieros somos muchos, pero unos más que otros; qué le vamos a hacer...


















Debe ser sin duda (¡otra vez!) una cuestión de genes. Lo cierto es que somos muchos los que nos cabreamos, los que nos sentimos inclinados a guerrear y a plantar nuestra bandera en la cima de algún monte. Claro, nadie guerrea si no es para ganar, ni siquiera los más audaces y atrevidos. Nadie, al margen de sus posibilidades reales.

Sí, somos muchos los justicieros empedernidos. Lo son mis oponentes, lo son mis personajes, lo fueron mis parejas, lo soy yo mismo.

Debieron serlo los ancestros de todos nosotros, los que consiguieron llegar a la adultez, los que sobrevivieron, los que consiguieron de uno u otro modo producir descendencia a lo largo de los tiempos...

Muchas veces me han llamado peleón. ¡Es que los acababa arrinconando! Pero ellos también peleaban. De otro modo... habría bastado que les diera mi punto de vista... para que ellos, simplemente, lo asumieran. Y no estaban dispuestos; por lo que fuese.

¡Oh, sí, no hay nada que me enerve más que el encubrimiento de la falta de argumentos y la correspondiente ausencia de apertura para aceptar los fundamentos ajenos, que el etiquetaje rápido (sea o no un insulto) sacado del peor de los sentidos comunes, sea psicologista, sea ideológico, sea seudocientífico, sea moralista!

Y todo eso me vuelve a hacer caer en la utopía, en la veleidad pigmaliónica, en el inviable uso del método discursivo y reflexivo para convencer. ¡Utopía, sentido de la justicia, sin duda van de la mano!

¿Acaso no he comprobado que sólo se puede convencer tras conseguir un liderazgo real so pena de permanecer dentro de los límites de tu propio grupo de convencidos? ¡Pues claro que he acabado comprobándolo; pero nada...!

Mi gran contradicción estriba en que liderar (de ser ello viable, algo que no considero posible) me supondría la renuncia a todas mis convicciones (no de método sino conceptuales), con lo que me seguiré viviendo en medio de algunos pocos iguales (a la mayoría ni siquiera la llegaré a conocer, la mayoría ni siquiera me conocerá), esos a los que les pasa más o menos lo mismo, que podrían muy bien ser miembros de una especie de gueto, un hospicio o un manicomio de aquellos tan bien pintados por Chejov.

Por eso sé que seguiré sufriendo el mundo el resto de mi vida, ignorando en lo posible muchas de las muchísimas situaciones que me garantizan dolor minuto sí y otro también, situaciones que no me dejarían sentirme autosatisfecho ni un instante para gozar de los momentos bellos, intensos, dulces, alegres que también existen y que también se suceden. Y que no podemos (como a los otros) rechazar o ignorar siempre que estemos lo que se dice básicamente sanos.

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