sábado, 3 de abril de 2010

¿Sueña la conciencia con convertirse en divina o sólo con ovejitas aladas a motor?


Nunca he podido soslayar la respuesta a "las urgencias que demanda la vida cotidiana", en definitiva, desde que se inventó La Polis, de Lo Político. Y hace tiempo que comprendí (o sea, me incliné por asumir) que todo lo que hago responde a esa necesidad; cosa que muchos no admiten cuando creen que sólo teorizan o investigan científicamente, o rezan... En cualquier caso, hay una tendencia evidente a autonomizar imaginariamente la función social propia, elevándola al terreno de lo sagrado o de lo eterno, de lo absoluto e inamovible y de lo universal, de lo necesario.

Mi hipótesis para explicar esto es simple: la conciencia del hombre se manifiesta en primera instancia como un homúnculo con poderes secretos que habitaría en su cabeza, un homúnculo que es capaz de poseer su cuerpo, movilizarlo para la lucha u oponerse a que lo haga, y del que muchas veces desea liberarse sin conseguirlo... Esto está presente de mil formas en el pensamiento mágico, filosófico y científico desde sus difusos inicios (al menos eso es lo que reflejan los registros que han llegado hasta nosotros).

Tratemos un asunto "moral". Sin duda puede hacerse al margen del momento, de su rol instrumental y hasta de su significación social concreta y remontarnos a la supuesta esencia de las cosas, directamente a La Caverna de Platón, un invento entre un mundo de inventos, donde los conceptos de vida y de muerte, de humanidad y de virtud, de derechos y deberes, de naturaleza, etc., estarían deambulando desde siempre, sombras sobre las paredes, en una circulación eterna siempre idéntica a si misma. Inventos intangibles aunque se los pone adecuadamente a resguardo, se les da forma, forma que se toma sin problema alguno, sin rigor alguno, de la vida cotidiana: una caverna, sombras, cielo....

De entrada nos encontramos con una dificultad: en los hechos, la moral que de aquello se desprende no es cumplida por todo el mundo ni en toda circunstancia. Podemos suponer que existe, contra la permanencia y prevalencia de esos conceptos y valores eternos... otra Caverna Opuesta: la del mal, y entrar en una historia de cuentos de hadas o de elfos... Pero en lugar de ello, se da por cierta la nuestra, por reales a nosotros mismos... Lo demás, lo extranjero, la visión diferente... son propias de la locura o la maldad, la mentira, el engaño, la contaminación...

El método, constantemente reiterado, no consigue sin embargo explicar nada... ni siquiera consigue la creación de un ejército del bien capaz de imponerlo de modo definitivo (y que no derive automáticamente en un mal renovado) y tampoco conduce a la resignación. La teoría de la lucha del bien y del mal está perimida, es inútil y frustrante y sólo sirve al que define el bien desde una posición de fuerza. Y sin embargo, y justamente por eso, prevalece. Al grupo dominante le hace falta el grupo dominado. Sólo por eso no lo extermina. Y si no acaba en el canibalismo, en cuanto el trabajo físico lo puedan hacer las máquinas... ni siquiera tendrá nadie que criar al otro como ganado.

Eso es la moral, o las diversas morales. El movimiento a través de la Realidad las necesita pero la realidad individual y grupal es la que les da sus diversos contenidos imaginarios.

Cuando el mecanismo de reflexión humano se pone en marcha, a veces se detiene en un esquema que adopta como incuestionable y otras no hace sino rodar y rodar hacia la incertidumbre y la desesperanza...

Si concluye que no sabe nada o que nada es certero o que la verdad escapa de su alcance, etc., le cabe la posibilidad de dedicarse a la contemplación, la posibilidad del retiro, del retorno al goce, a una situación a fin de cuentas idílica e irrealizable que se confundiría con la supuesta vida del feto humano en las proximidades del alumbramiento, un alumbramiento siempre postergable...

Una y otra vez, la reflexión me aleja del dogma y me devuelve a la dura aceptación de una conducta posible, poco más diferente de la que cualquier miembro de mi especie debe seguir. La resignación no es sino el último refugio de la vida, una resignación que no obstante no admite la pasividad sino la acción que las circunstancias (yo, el resto del mundo vigente, las creaciones en marcha) nos imponen. En ese punto límite, puede sobrevenir la risa, escapar de la angustia tomándonos a solfa las ridiculeces del hombre... En el momento de descubrir el sinsentido, de ir más allá y de aceptar que ni siquiera esa conclusión es definitiva y segura, se corre el riesgo de sentirse doblemente desamparado y desasistido, al borde de no poderlo soportar (con una u otras consecuencias), pero, si el peso de la voluntad de continuar se impone -y es la tendencia sana, como diría seguramente Nietzsche, y lo señalo tan sólo porque lo asocié sin más-, el individuo acaba aceptando de algún modo sus limitaciones. Y lo hace con una argumentación sencilla o con una aparente complejidad inusitada, dependiendo de su idiosincrasia y de sus apetitos culturales.

Al final, muchos dirán que hay que vivir sin más... como la mejor medicina para seguir viviendo. Y otros dirán que viven para obedecer. Calculando que serán premiados por ello.

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