martes, 11 de octubre de 2011

De los llamamientos al exterminio de las "cucarachas"... y otros equivalentes

Al individuo racional (o racionalizado) de nuestro mundo, homo occidentalis como cabría ser denominado, (1) le cuesta mucho comprender los fenómenos que derivaron en masacres genocidas o pogromos de todo tipo, habitualmente de dimensiones masivas y participación directa de media población, la "mitad" que adoptó la visión "demonológica" que se les ofrecía a modo de liturgia. Ese fue el caso de la masacre ejecutada en Ruanda por los tutsis contra los hutus a instancias de las locuciones de la Radio Televisión Libre de las Mil Colinas, pero también las incesantes parafernalias que incluyeron siempre unas u otras concienzudas y responsables dedicaciones (profesionales, en el mejor de los sentidos) de los guardianes de los campos de concentración y otros verdugos hasta sus jefes máximos e inspiradores, desde los nazis hasta los de los jemeres rojos pasando por los gulags soviéticos y los campos de reeducación chinos. 


Estos hechos, apenas provocaron un ligero temblor de las estanterías del pensamiento ingenuo de la masa intelectual posmoderna, esas estanterías donde todavía se mira al lomo de unos manuales perimidos que siguen vistiendo al salvaje de bueno y de mejor, seguirlo llamando salvaje a pesar de la tecnología de la que disponen (además de los machetes) y reafirmar de ese modo estereotipado e hipócrita la superioridad occidental (que sería digna de desear y/o imitar por todos). 

Si algo sorprende y aterroriza a los ciudadanos del primer mundo ("donde eso no puede pasar", se dicen) es que aquellos pogromos alcanzaron dimensiones masivas con la participación directa de media población, la parte que adoptó la visión "demonológica" que se les ofrecía. Hay muchos casos como los de Ruanda, pero hay muchos más que obedecen a la misma dinámica y alcanzan menos preocupación y más indiferencia (porque... "aquí no pude pasar") a las "buenas conciencias". Hablo de la creación (como necesidad social) de los oficios concienzudos y responsables de vigilantes, torturadores y verdugos, entre los que fulguran los contemporáneos guardianes de los campos de concentración, desde los nazis hasta los de los jemeres rojos, pasando por los gulags soviéticos y los campos de reeducación chinos. Es la participación activa de las masas (y debería serlo también la procedencia popular de los guardianes) en la ejecución de las masacres y las razzias lo que "no se comprende", lo que más sorprende a los occidentales de "buena conciencia"... que una y otra vez alientan, valoran positivamente y recuperan parcialmente de la Historia, tales "acontecimientos conmovedores" (esos que en más o menos "cinco días" han sido capaces de "conmover el mundo").  

Los datos que aportan los más radicales estudios de los largos años de caza de brujas que van desde el siglo XIV hasta el XVII más o menos (y que no fue una mera "continuación" de las luchas contra las herejías cristianas, que fue una lucha interna de legitimación, más allá de los aspectos comunes) evidencian significados que no dejan de repetirse, formando así parte del "patrimonio de la humanidad". (2)

Por mucho que hayan sido racionalizados desde que se implantó la escuela pública, los occidentales acaban apelando a la socorrida mística que al mismo tiempo denuestan como supuesto patrimonio de "La Iglesia", es decir, como oscurantismo escolástico. Ello a pesar de que esa Iglesia en especial heredara muy conscientemente la racionalización (bastaría leer a San Agustín y reconocer que La Lógica de Aristóteles está en la base de sus conjeturas y que la razón nunca estuvo reñida con la piedad sino todo lo contrario desde Sócrates) y apelara a ella hasta para las más inexplicables de sus campañas, como la de La Inquisición, en paralelo por cierto con la "caza de brujas" macartista o las llevadas a cabo por los bolcheviques y otros comunistas empezando por el Lenin y el Trotsky de Kronstad y pasando por la Revolución Cultural y la edificación de la Kampuchea Democrática de los jemeres rojos. En otras palabras, esos fenómenos inexplicables los llevan una y otra vez a apelar a la demoníaca maldad del imperfecto ser humano (donde la "perfección" no vendría definida en base a una realización más eficaz de su teleonomía sino por la del "deber ser" ideológico, sea el del ideal platónico o ateniense, el de la Revelación, el de la Ilustración o el del comunismo; es decir, sería una "imperfección superable" por alguna vía... vía siempre definida por el analista.) Todas las referencias a "la barbarie" (es decir, a "los otros"), a la "animalidad", a la "ausencia de moral", etc., que sirven fundamentalmente para fundar una identidad occidental cosmopolita, implican una reafirmación central: los bárbaros (o extranjeros; no suficientemente occidentalizados en el mejor de los casos) deben ser sometidos, culturalizados, etc. Los actos de guerra y de conquista occidentales, las represiones que se ponen en tela de juicio en mayor o menor énfasis según se practiquen entre "nacionales" o no, entre "occidentales" o no, en grados que van en paralelo con la "familiaridad" de los lazos entre los combatientes, siempre quedarán racionalmente justificados (con discursos democráticos, especialmente, como se viene haciendo desde el primero de ellos debido al bueno de Pericles).


Pero no se trata aquí de poner en la picota la hipocresía de "los pueblos" ni de sus "dirigentes" (algo que debe ser actualizado en tanto esos "dirigentes" conforman cada vez más nítidamente una especie de "raza" separada de "sus pueblos" a la que se enfrenta desde "una posición ventajosa", incluso militarmente hablando), aunque la equiparación de las conductas y valoraciones sirva para la comprensión de las dinámicas reales.

Cuando las primeras emisiones de la Radio Libre de las Mil Colinas comenzaron calificando de insectos (en concreto: "cucarachas"), a la manera de la "sociedad de Ender", a los enemigos de la humanidad (referida como siempre a la de la propia genética... y lealtad), podía buenamente pensarse que se trataba del acto de una pandilla de locos vociferantes de los muchos que de tanto en tanto acaban disparando a las masas en un día de rabia (como recientemente sucedió en Noruega), donde las consecuencias se consideran meros daños colaterales, es decir, donde las víctimas no pasan de... ¿doscientas, trescientas...? Luego se pudo pensar que esos "locos" expresaran uno u otro grado de convicción o, en otras palabras, más precisas, que respondieran en uno u otro grado a un "plan" inescrupuloso de índole inquisitorial. Desde el nacimiento de la racionalidad como marca identitaria (de Occidente), la invención de "herejías" puede considerarse un recurso al servicio de la persecución social, como señala de manera insuficiente y de hecho confusa, el historiador Trevor-Roper en su estudio de la "caza de brujas" de los siglos XVI y XVII. (3)

Ahora bien, en cuanto escarbamos bajo la superficie que las ideologías nos recomiendan e impulsan fabricar, podemos observar unos detalles mucho más significativos y concretos que, precisamente, soportan mi tesis capital, en concreto que esas campañas persecutorias buscaban en lo fundamental la consolidación del propio ejército, dándoles unas señas de identidad específicas de grupo (una tesis que enlaza con las investigaciones antropológicas y sociológicas de Mary Douglas que ya he citado otras veces). Por una parte, alejándonos del mito de las revoluciones de masas, los ciclos históricos escalonados del progreso lineal (derivado del desarrollo del pensamiento o del de las fuerzas productivas). Por otro, aproximándonos a los elementos básicos, de raíz, que definen la idiosincrasia humana (o mejor dicho, la conformación de la misma en el tiempo) que suelen verse cada vez menos en tanto las capas de complejidad que se entretejen las sepultan.



La cuestión crucial nos la revela la dinámica concreta, al detalle, estrictamente fenoménica y ejemplar, que se pone en marcha, ex nihilo hasta donde puede decirse (o, sea, emergente, y que apunta a la mecánica de las genealogías), que lleva hasta la conformación de un movimiento que es visto simplemente como "de masas" o "espontáneo" (a la manera en que "una cerilla puede incendiar una pradera"). Esta visión simplista, que ofrece tantas esperanzas a todo movimiento en sus inicios (y ahí está el 15-M que cree marchar hacia una "revolución" o las ilusiones que despiertan "las crisis", en especial las "económicas" llamadas "del capitalismo" en la intelectualidad cada vez más proletarizada (y/o burocratizada) que desde Sainte-Beuve ve diluirse el sueño renovado, esto es, "renacido", de su "República de Sabios") (4), y que no ve las condiciones preexistentes que soportan los incendios genocidas mencionados, las que no se quieren ni ver ni quiere verse hacia qué o dónde tienden. Y que, cuando ya han llegado al climax... los hace decir... "no lo comprendo".) Sin embargo, como sucede en biología, son los aspectos iniciales en los que se pueden ver las perspectivas del camino que se recorrerá salvo... que no se pueda (algo que no depende de la dinámica del mismo modo que el nacimiento de un pollito a partir del huevo... que puede ser frustrado porque se lo coma una serpiente de su entrono o por el choque de algún meteorito "de fuera" cuya trayectoria, como es lógico, no lo tomara en cuenta). Señalo esos aspectos:

a) La prexistencia de facciones dirigentes en pugna por el Poder en condiciones de equilibrio altamente inestable (basta que sea percibido como tal, aunque ni la mala ni la buena percepción otorgan garantías de fracaso/éxito ya que todo depende del curso de la propia dinámica). Es el punto decisivo: las facciones, a veces una situada en la "oposición", a veces más de una, son las que "inventan" los discursos "reformadores" (o "revolucionarios") y los sintetizan en slogans efectivos (capaces de abrir un espacio potencial en el sentido apuntado en el punto c, más abajo). Las masas en este marco no pueden ser menos "patas" (...garras, dientes, alas, aletas, orugas...) al servicio de la lucha de los opresores potenciales que las de los caballos o las de los tanques, aviones y submarinos, en el sentido señalado por Goethe y lo que digo de la tecnología en las notas). La efervescencia de la lucha intestina entre las facciones que comparten en diversos grados el poder (incluso como oposición legal o consentida), la perdida del equilibrio o posibilidades de conseguir que se pierda que a veces es mera presunción y a veces ésta pude ser un primer paso... no es sino más de lo que se tiene al alcance de la mano para ser utilizado en las estrategias cuasi-instintivas de poder (que pasan por acciones grupalistas, a su vez de dominio en el grupo y de adopción de una identidad).

b) La necesidad de mantener y aumentar la cohesión en el ejército propio de cada facción contra la otra (una tesis que conecta con las investigaciones antropológicas y sociológicas de Mary Douglas (Estilos de pensar, El Levítico como literatura) en lo referente a la mecánica de creación de las identidades de grupo). Y para consolidar las filas del propio ejército de militantes leales, para fidelizarlos, hay que darles un espacio para que se realicen como espejo de la cúspide. Esto muestra vínculos estrechos, de vasos comunicantes, con lo siguiente:

c) La predisposición de los pequeños líderes de alta idiosincrasia tiránica que por serlo están especialmente predispuestos a aprovechar el momento y la situación que se abre para reafirmar su rol y ocupar un puesto más relevante que el que tienen en la misma estructura o en una alternativa que se les promete o que se proyecta, y por las que se apuesta a la vez que se las tiende a conformar sobre la marcha (hasta hacerla muchas veces definitiva, esto es: a instituirla). Estos pequeños tiranos locales (los frailes y funcionarios laicos de la inquisición, los imanes de base, los comisarios bolcheviques de base...) tienen ciertamente una idiosincrasia común específica, donde el resentimiento hacia los poderosos los impulsa a un doble juego de servidumbre y de traición sistemática, a la búsqueda del jefe más dadivoso y sin escrúpulos, a la realización de todo pacto con el verdadero diablo que le permita una vida más cómoda, etc. Obsérvese, de paso, que con el tiempo, fue esa la subespecie de la que han brotado, gracias a la democratización burocrática de hoy en día, los mediocres y mezquinos gobernantes e intelectuales que rescataron las consignas de su homólogo Robespierre acerca del "cordón sanitario" y la "salud pública". Nada que no merezca el nombre de demonización con el objeto de "dividir el mundo entre la luz y la oscuridad" (ibíd., pág. 127) logrando crear el climax que permita a los mediocres, profesionalizados como políticos, chantajear y acorralar a todos los demás, desde un Papa del que se arranca una bula hasta una simple campesina a la que se le aplica el derecho de pernada.

d) La "mala conciencia" (o debilidad) en los idiosincrásicamente "neutrales", que permite la aplicación de un "chantaje a las masas" así como a "las minorías" militantes (pertenecientes a la competencia, esto es, al conjunto de los líderes potenciales y aliados), cuyo objeto es la neutralización y si es posible el reclutamiento. (Una cosa disponible y por ello aprovechable, claro.) Se realiza hasta el límite de la amenaza a los colaboracionistas (para lo que no hace falta sino la neutralidad crítica de tipo liberal, por ejemplo) a quienes se desprecia en primera instancia y se acusa de traición, o sea, de ser más peligrosos y despreciables que el propio enemigo declarado (llegan a constituirse en "el enemigo principal" en nombre de la lucha contra aquel, y en objetivo a aniquilar de no convertirse en buenos y leales militantes.) Trevor-Roper da cuenta, por ejemplo, de las arremetidas contra "todo aquel que no crea hasta el más mínimo detalle grotesco de la nueva demonología" (ibíd., pág. 132) o de las críticas que recibiera Erasmo por su "incredulidad" acerca del fenómeno de la brujería (ibíd., nota 64, pág. 139) y enumera casos posteriores notables de quienes corrieron "grandes peligros" (ibíd., pág.143 y desde la pág. 154 en adelante) (5)

e) Como bien señalara Trevor-Roper, "La mitología devino (y devendrá una y otra vez) en un folklore establecido que generaba (y la generará una y otra vez) su propia evidencia" (Trevor-Roper, op. cit., pág. 127), que "una vez lanzadas, adquirieron impulso propio" (ibíd.) Sin duda se trata de "fantasías recurrentes", pero "necesarias" a la fragmentación adoptada y cada vez recompuesta.


Esta visión sin duda excéntrica (a tenor de lo que se prefiere mantener) se apoya en el reconocimiento de una indiscutible herencia recibida de nuestros más primitivos ancestros, la de la grupalidad (para la claridad de este concepto y sus implicaciones, remito, de manera perentoria, a El mito de la educación de Judith Rich Harris así como a los textos citados de Mary Douglas), y en la evidencia de la fragmentación social que fuera instituida en un momento dado de la historia, como producto inseparable de la domesticación, vía regia no tecnológica (6) para incrementar el poder de los más predispuestos (y capaces, aunque no en el sentido moderno del término) para ejercerlo; esto es, "los más fuertes", los más "arriesgados", los más "astutos", los menos "escrupulosos", etc. Una vía o sendero que sin duda iría ahondando, con cada nuevo paso a través de la espesura y en concreto mediante la casi automática selección artificial impuesta por el propio curso de las cosas, el abismo que separaría a aquellos de los "débiles" y sometidos (y educados) con el recurso de la fuerza al menos al principio.

Si nos dejamos de introducir al "maligno", es obvio que allí donde estos aspectos se pongan de manifiesto, allí tenderán a producirse los fenómenos señalados. Y si no introducimos al "benigno"... será sólo uno u otro estado de las relaciones de fuerza decisivas el que determine hasta dónde se puede llegar.

Este enfoque parece el único capaz (yo, por el momento, no veo otro) de dejar atrás la sorpresa que acaba enmudeciendo así como el recurso a la metafísica que acaba en la reiteración del mito, la defensa del slogan y la complicidad hipócrita. Y así queda expuesto en apretada síntesis.

En todo caso, quede claro (y las referencias al presente inmediato están ahí demostrándolo) que entiendo la reflexividad en general y la mía en particular como una herramienta al servicio de la supervivencia, es decir, al cálculo que podría evitarnos una sorpresa más de aquellas, salida no se sabe de qué Radio o de qué televisión... de qué consignas...

Y eso, a fin de cuentas, pertenece a Lo Político.




Notas:

(1) Los grupos de homos occidentalis, en realidad como todos los grupos humanos de la Historia, se  ha situado en un supuesto plano superior signado declarativamente por "la no-violencia" como una de las principales opciones tácticas que reflejan su adscripción a la "racionalidad". Creo que la absurdidad del mundo y la sensación de indefensión y aleatoriedad en la que hoy vive la gente han desplazado a "La Razón" honesta (dentro de lo que cabía) como signo de los tiempos en favor de la seudorracionalidad variable del tacticismo que se practica desde los gobiernos de todas las instancias de poder, más o menos globales, más o menos continentales, más o menos nacionales, más o menos locales y... más o menos políticas (en referencia a que se manifiestan en todas partes, como las Universidades o las Grandes Empresas). Entre las opciones que se eligen según el momento, "la no violencia" está indudablemente de moda y es asociada con derechos, democracia y justicia como si de aquella se derivaran naturalmente estos.

(2)  Ciertamente, predominan los pruritos autorrepresores en amplios círculos de las poblaciones del Occidente, al punto que podríamos atribuir algo propio de una "zona de frontera" lo que sucedió en los Balcanes, y a la "locura" el reciente "acto individual" pro-nazi de Noruega este mismo año. Las poblaciones, eminentemente racionalizadas mediante la educación escolar y familiar bajo condiciones de "bienestar" y con iconos referenciales del tipo "no violencia" y "no crueldad" (que se aplican de manera relativa en cualquier caso), se sitúan sin embargo al borde de la violencia intergrupal (donde los grupos se definen progresivamente donde no los había exactamente). Todo comienza como un alud para luego ser imparable hasta que provoca un estado de colapso significativo o entran en juego elementos de fuera (convirtiéndose en factores interactuantes en el marco del entorno). Cosas como la propia "no violencia" cambian a violencia... en nombre de la consciente o inconscientemente provocada en el ejército contrario; por ejemplo, el de la policiía que ya está predispuesta de por sí a ejercerla (es su mandato), a la que se acusa de excesos que deben ser contestados. Se sabe de la participación usual en medio de las multitudes de agentes especiales capaces de iniciar el fuego o avivarlo (que no tienen por qué estar al servicio de un Estado, al menos oficialmente).

(3) "...vemos la persecución de la herejía como intolerancia social", sostiene Trevor-Roper (La crisis del siglo XVII, Katz Editores, Bs. As., 2009, pág. 118), lo que respondería al temor popular hacia lo extraño, lo diferente, lo insumiso, "la heterodoxia o disconformidad social" (ibíd., pág. 121) -que acabará reduciendo a meros transtornos patológicos- que se desatarían "en tiempos de introversión e intolerancia" (ibíd., pág. 119) Si se quiere, se puede tomar la acusación al propio pueblo (ibíd., pág. ) como un hallazgo o en todo caso como la reafirmación de algún otro descubierto anteriormente en el que se insistiría, pero lo que sostiene Trevor-Roper no explica lo fundamental (dando no obstante matices ciertos de la superficie y no de la raíz) sino más bien y en el mejor de los casos sugiere una tautología que sería históricamente innecesaria o superflua: los opresores, que son tomados de manera indiscriminada y vaga, ya aparecen como dueños de la situación, como "clase dominante", y las masas no amenazaban ni, como de costumbre, podían amenazar esa dominación ya que algo así nunca está en la perspectiva de las masas (y cada vez menos gracias a la complejización); en otras palabras, no tienen posibilidad alguna de plan alguno de conquista, siendo, además, meros instrumentos al alcance de unas u otras facciones en su lucha por el poder y en sus auténticos planes de conquista... contra las facciones enemigas de su misma especie (véase más abajo en el texto el punto a.)

Trevor-Roper acaricia uno de los puntos clave del problema aunque sin sacar las conclusiones que de ello se pueden derivar, al mencionar el rol decisivo de "los frailes", de los "inflexibles funcionarios" o de los "tribunos del pueblo" locales (ibíd., pág. 123) que presionaron a través de su pirámide jerárquica (creando evidencias de manera paulatina y chantajeando de hecho a sus superiores). En sus palabras: "cruzada evangélica emprendida por los frailes" -ibíd., pág. 119-; "presión (...) desde un nivel inferior, desde las órdenes misioneras" (ibíd., pág. 123); etc., que se desarrolló hasta conseguir que las bulas papales institucionalizarán sus prácticas, para lo cual tuvieron que desdecir una vez más el dogma fundacional del cristianismo en base a las cuales (y a la posesión de un espíritu ilustrado) "En general, la Iglesia establecida se oponía" -ibíd., pág. 123-). El punto c se relaciona con esto.

No es así del todo correcto, por más que suene a hallazgo y a pretensión de toma de conciencia ("una advertencia saludable para que nunca creamos" en la verosimilitud de "brujas" o "cucarachas", pretende Trevor-Roper -ibíd., pág.136-) que "los tribunos, a su vez, respondían a la presión popular" (ibíd., 123), sino que la agitaron aprovechando astutamente sus temores unos pocos salidos de las propias filas del pueblo, como no podía ser de otro modo, y como sigue sucediendo con los "pequeños líderes" presentes indispensablemente en todas las movilizaciones y movimientos de masas. Así, es cierta "la cooperación de la sociedad", pero no tal y como lo expone Trevor-Roper. Sin duda, de la masa del pueblo resentido y deseoso de protección, nacen los "tribunos" arribistas que enlazan con el fragmento social dominante, al que a la vez sirven, chantajean y si resulta aparentemente mejor, traicionan. Aquí la patología, si cabe considerarla como tal, no es la locura ni el miedo sino la debilidad y la cobardía genealógicamente reproducida con mutaciones e imperfecciones a lo largo de los tiempos, a la vez, útil y problemática para los estamentos dominantes y/o conquistadores en lucha fratricida.

Trevor-Roper, cuyo argumento "la razón verdadera subyace a la razón alegada" (ibíd., pág. 119) se vuelve en su contra poniendo en cuestión su propia explicación racionalista (apenas fundada en "otra" ciencia, la de la psicopatología -ibíd., pág. 133), arremete a la vez y muy verazmente contra la falsa contraposición entre racionalismo y escolástica ("El clero y los hombres de leyes del siglo XVI eran racionalistas. Creían en un un universo aristotélico y racional..." -ibíd., pág. 133-) como la que hoy se agita en España a la manera de una verdadera caza de brujas en germen puesta en marcha por los nuevos jóvenes y no tan jóvenes "tribunos" del presente, desplazados hoy a la frontera del fructífero bienestar social, donde la brujería sería ahora la doctrina visible o supuesta de los antiguos cazadores (las manifestaciones contra el Papa durante su visita llegaron ciertamente a la violencia sin contar con que ya se arremete con violencia verborrágica de por sí, aunque como exteriorización de lo que más ampliamente compondría "la derecha", aherrojada así al "clericalismo", al "machismo" y a la "defensa de la educación y sanidad privadas", de cuyo abrazo no logran zafarse... ni siquiera los liberales ateos, los capitalistas homosexuales o las mujeres ejecutivas). Poco y nada ha cambiado conceptualmente hablando, ya que la militancia anticlerical española tiene una obvia función en la compleja e irregular lucha interburocrática al lado de la "memoria histórica", "la alianza de civilizaciones", la educación pública contaminada ideológicamente por medio de la "educación para la ciudadanía", etc., todas piezas de la estrategia del zapaterismo para perpetuarse en el poder (hasta ahora y desde mañana...) mediante la estratagema de inducir una identidad negativa en el contrario.

(4) Recomiendo repasar las elucubraciones y declaraciones de Sainte-Beuve que tuvieron lugar a mediados del XIX acerca del proceso de proletarización y burocratización de los creadores de cultura  que él mismo experimentó en carne propia (véase W. Lepenies, ¿Qué es la intelectualidad europea?, undécima conferencia, Galaxia Gutemberg/Círculo de lectores)

(5) Trevor-Roper nos ilustra acerca de la para él secundaria consecuencia y para mí verdadero objetivo del proceso, señalando ejemplos más que numerosos y sobre todo significativos de presión, condena verbal y escrita, defenestración y hasta quema en la hoguera que afectó a las personalidades acusadas de "vacilantes", "blandas" y "cómplices criminales del diablo" (op.cit., pág. 156) que en realidad no  cuestionaban ni combatían la creencia en la brujería en sí, sino que atacaban a sus verdaderos enemigos a los que se resistían cuanto podían (a veces en secreto o en modo anónimo), la "clase" de los torturadores (ibíd., pág. 167). Entre esos casos hay jueces (ibíd., pág. 142) e incluso reyes (ibíd., nota 103, pág. 156) y obispos (íbid., nota 135, pág. 171). La propia aceptación por los críticos de la existencia de las brujas y  su objeción centrada en el uso de la tortura (que producía fabril y febrilmente brujos a mansalva) demuestra por otra parte entre quienes se establecía el auténtico conflicto por el Poder del que la caza de brujas y la demonología eran racionalizaciones al servicio de otra lucha. Y si el proceso se interrumpe... es porque sencillamente conducía a la inoperancia social, o sea, al colapso.

(6) Es innegable que la fragmentación y la domesticación de unos hombres por otros (para mí inevitable e idiosincrásica) haya sido indispensable para e inseparable del desarrollo de la Tecnología y de la Ciencia Contemporáneas y con ello del predominio occidental. Esa domesticación, que empieza siendo aplicado a las plantas, a los animales y hasta a las mujeres, dando lugar a las diversas sociedades fragmentarias primitivas, lo que fue trazado el camino y orientando en gran medida el rumbo futuro o posible. Y una vez instituidas, esa herencia ancestral ya no se podrá erradicar ni corregir, sino por el contrario se irá consolidando hasta  un punto en que, me atrevo a afirmarlo, ni aunque la tecnología alcanzase un grado teórico de desarrollo suficiente podría permitirlo (es más, no podría impedir el colapso que el proceso va perfilando; colapso que, si adoptamos un cierto sentido lógico, cabe pensar que haría posible "otra cosa" a posteriori del mismo.

De todos modos, basta considerar sólo lo evidente para deducir que esa herencia actuará como el mejor de filtros para que puedan alcanzarse fines hipotética y racionalmente emancipadores, es decir, idílicos y/o anclados a los residuos del presente paradigma. En otras palabras: que nunca se valorará tal herencia como... suficiente para permitir "el salto emancipador". Por el contrario, siempre llevará a justificar la estructura social que la sostiene, conserva y desarrolla; esto sucederá con tanto frenesí como el que asistiera a los cazadores de brujas en su tiempo a las más increíbles e irracionales campañas.  La fragmentación impone límites que no admitirá nunca franquear. Por eso necesita pedirle cada vez más a la tecnología o evitar que se direccione o se limite amenazando su permanencia.

Los famosos y tan admirados desarrollos tecnológicos de la antigüedad muestran que esto último siempre fue así: mayas, incas, egipcios, persas, babilonios... realizaron obras ciclópeas aplicando conocimientos dignos de un puesto en las mejores Academias Renacentistas, pero apenas si se consideraban a sí mismos como "genios" y daban a sus conocimientos y a su trabajo otra dimensión que escapara a la función de servir a su Rey y a los dioses que este representaba. Esa tecnología (¿"fuerzas productivas"?) no cuestionaron nunca las "relaciones de..." dominación e incluso no iban más allá de lo que estas requiriesen (incluídos el "derroche", la "destrucción", el "gasto", el "desaprovechamiento" de lo existente o dado, etc.). Hoy, sólo se han redefinido algunos términos y en una nueva "inversión" de las cosas se llama "productivo" a aquello que permita consolidar y reproducir las mencionadas relaciones de dominación.


Claro que el mecanismo en marcha no es "perfecto" ni mucho menos y una y otra vez pone en cuestión el estado de cosas. Son los momentos en que nos acercamos al colapso, que renace y se frena a raíz de la pripia dinámica.