miércoles, 24 de enero de 2007

A modo de presentación

Me ha parecido, al dar comienzo a la creación de este blog, que lo primero que debía hacer era presentarme. Al instante, tuve de mí mismo la imagen de estar saliendo a escena por primera vez ante un público incierto que si no desde este mismo instante seguramente algún día, se sentará allí, en la oscuridad de esa sala ilimitada como el Universo (todos contra el espacio estrellado), para juzgarme de mil y una maneras. La oscuridad en la sala me parecía absoluta, porque yo estaba "viéndola" a través de mi pantalla de ordenador, donde escribía, es decir, donde comenzaba a actuar, y no tenía modo alguno de saber si en sus incontables butacas, que imaginaba distribuidas con esmero, se sentaban ya un cierto número de espectadores. No obstante, el telón había sido descorrido, y sabía que antes o después ciertas butacas serían ocupadas por más o menos espectadores que se sentarían pacientemente allí con alguna expectación aunque sin excesiva confianza. Era un sitio terrible sin duda, en el que me sentía obligado a presentarme y a volver, y sobre todo a no defraudar a todos.
Bueno, me dije, no debo negar que soy consciente de que en su inmensa mayoría esas butacas permanecerán vacías... Sin dudas como en un teatro donde la obra que se representa es de esas de la que casi nadie ha oído hablar. Y, seamos sinceros, es mi convicción profunda que será una obra de la que pocos querrán saber nada a lo largo de los tiempos. Que incluso muchos abandonarán la sala.
En fin, ya veremos qué distinguirán en la oscuridad mis ojos, qué rumor llegará a mis oídos desde el otro lado, qué movimientos alcanzaré a percibir en la sala...
En cualquier caso, ya he salido a escena, en cierto modo como si lo hiciera para el ensayo de la obra, la sala ciertamente vacía aunque imaginándola aceptablemente concurrida porque para una buena actuación ese presupuesto es indispensable. Y con esa sensación (tal vez ese deseo), en ese escenario sin decorado y bajo las únicas luces de mi propia pantalla (rectangular, fosforescente, ya se sabe...) que habrá de iluminarme sirviéndome a la vez de espejo, paso por fin, hoy, 22 de enero de 2007, una semana exacta después de celebrado mi quincuagésimonoveno cumpleaños, a exponerme ante los que ocupen las butacas de esta sala, vuelvan o no alguna vez o lo hagan más veces.
Comenzaré por explicar el nombre que le he puesto al blog porque una suposición inmediata podría, como sucede habitualmente, dar una falsa imagen del autor, o sea de mí (que dicho sea de paso, soy un autor.)

El Blog:

"Una nueva conciencia" no encierra una propuesta mesiánica, sólo es el título de mi primera novela. Pero no sólo por ser un título cuyo sentido adquiere toda su dimensión al final de la lectura del texto que encabeza, sino porque me defino en las antípodas de los que se creen capaces de sentar cátedra, de preconizar verdades, de profetizar seguridades... ese nombre no tiene pretensión alguna. Y menos la de invitar a nadie a adquirir una conciencia particular, una conciencia que sería la mía, una determinada conciencia que yo habría adquirido y que vendría a ofrecerles a todos, es decir, a los que estuvieseis allí, del otro lado. No, en realidad no pretendo casi nada... salvo seguir en el escenario y seguir representando. Y es que no sólo no se trata de conciencia en tanto que ideología, como se entiende vox populis gracias a los cada vez más pobres y pretenciosos iluminados iluminadores, sino simplemente de una referencia al acto por el cual se incrementa la lucidez del hombre, algo que sucede, según entiendo, a instancias de la necesidad de permanecer, de sobrevivir. Pero he dicho que se trata de un título, un título para mi primer novela que me pareció muy aceptable y que entresaqué de los comentarios que Richard Ford (el de Día de la Independencia o De Mujeres con Hombres) dedicó a los Cuentos de Chejov citando a F.R. Leavis a quien pocos conocerán (yo no lo conocía hasta entonces.)
Pero no soy del todo inocente, no fue algo casual (si su encuentro, no su elección) sino algo premeditado o, en todo caso, algo que casualmente demostró encajar como encajan dos piezas contiguas de un mismo puzle. En mi novela, los personajes crecen gracias a las conciencias ajenas a las que acceden (es decir, a puntos de vista extraños sobre hechos más o menos conocidos o desconocidos) y todo eso, o sea la historia entera que se narra, es simplemente literatura (de ahí la referencia de donde sale el título). Literatura, invención, copia con variaciones, teatro, tanto para los propios personajes como para los lectores de carne y hueso de quienes los primeros son su alter ego infantil. Y en eso estoy con Ford y con Leavis: la literatura, la lectura de obras literarias, da lugar a "una nueva conciencia". No a adoptar una ideología, sino a experimentar un golpe de lucidez, a tener una especie de revelación, un giro epistemológico, una ruptura, un impacto, y todo porque la literatura (sería redundante añadir "la buena...") lo que hace, tan sólo por serlo, es emocionar.
Bueno, quizá abunde algún día sobre este asunto. Hoy sólo pretendo, o pretendía, presentarme, dando una primera muestra de mi complejidad y mostrando algunas de mis preocupaciones, un vago reflejo de algunas ideas, algún que otro ejemplo de mis descubrimientos y de mis puntos de vista sobre ellos, prometiendo hablar de lo que me divierte o me entristece, me alegra o me duele, me hace amar o rechazar... Sí, ya se irá desarrollando la lista, ya se irá descubriendo el personaje. Siempre a través de la representación que aquí se inicia. Y de otras actuaciones que quien quiera podrá hallar.
Mi primera novela:
En unos meses, estará en la calle mi primera novela. ¡No se lo van a creer: la comencé a escribir hace ya unos cuarenta años! Claro que aquello se puso a andar en otras direcciones, que trastabilló y perdió muchísimas cosas con la que fue cargada, que tomó varios rumbos antes de encontrar el definitivo, que fue mil y una vez retocada y reescrita, corregida y recortada, corregida y aumentada, reestructurada... Y sin embargo, debo reconocer que aquel lejano núcleo que iba a tener forma de Historieta fue la semilla de la que brotó el árbol. Tal vez de la que brote alguno más todavía. O dos... En el acto de creación, pienso en este momento, los hombres copiamos el sistema de reproducción de todas las criaturas del Universo... ¿Por qué no? Otra cosa para dejar apuntada y continuarla alguna vez, otra hipótesis con la que jugar, otra sugerencia... y todo muy propio de mí, que me sigo presentando, por si se os había olvidado.
De nuevo algo más de mí mismo, y del alcance posible de mi novela:
Y retomando el hilo del discurso inicial (uno de ellos, una de las cuerdas entrecruzadas) os confesaré que con "Una nueva conciencia" (de la que en el futuro hablaré y pienso dialogar en una sección específica de este blog) he realizado mi necesidad de decir muchas cosas, quizá demasiadas; cosas que son y serán siempre las mismas aunque se digan y puedan decirse de muy diversas maneras, más o menos bien dichas y con más o menos contundencia. Sí, fijaos, contundencia, esto según creo es algo a lo que debe aspirar la literatura, al menos es lo que me gusta encontrar fuera de mí y por lo que seguramente es lo que me siento inclinado a emular.
No hace mucho, alguien dijo que mi novela era una jitanjáfora (daré cuenta de esto en cuanto abra la sección correspondiente) y varios han opinado que lo mío es por momentos barroco (lo dice uno de mis hijos, entre otros, y como sé lo que quiere decir, debo darle la razón.) Lo cierto es, como ya he confesado, que no pretendo que ese otro escenario, el de mi libro, reuna a demasiados espectadores. Un buen número de lectores potenciales pensarán que es ciencia ficción, un género, o aún menos... Otros pocos la rechazarán porque no lo es lo suficiente, o porque en ese aspecto mi novela es tramposa o incluso traicionera... Debo seguir desnudándome: soy un tramposo, soy traicionero, aunque lo hago por una buena causa... ¡Ja, la causa de uno siempre es la buena! Pero debo aclarar que hago trampas o traiciono sólo algunas veces, y todo, y siempre, para conseguir eso que buscamos los artistas (actores a fin de cuentas): agradar, llamar la atención sobre nosotros (¡y nuestras obras somos nosotros!), entrar en el otro, en los otros, para que esa incidencia nos devuelva la respuesta que necesitamos: que estamos vivos, que somos algo vivo, es decir, algo capaz de emocionar. Y, claro, lo que buscamos desde niños: podernos reconocer. Sí, reconocer; porque nada hay más extraño a nosotros mismos que nosotros, que uno mismo, que las propias sensaciones, desde un dolor de estómago hasta el descubrimiento de que nos tocará morir.
Por eso yo hago trampas, concretamente para esconder mis intenciones y mis descubrimientos (redescubrimientos) tras jitanjáforas o tras barrocos decorados, a veces con el riesgo de que unos u otros se pierdan en el lío y yo no consiga mi objetivo. Bueno, a ver si tengo tiempo para hacerlo mejor...
Y ahora, sin que me haya dado a conocer realmente (¿otra trampa?) voy a dar por acabado este primer acto, esta primera escena o lo que sea, y me daré (y os daré) un respiro.
Hasta la próxima vez (y ojalá que cuando vuelva haya algo de público del otro lado.) Apago el foco, abandono la escena.

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