lunes, 28 de abril de 2008

¿Eppur si muove?

En un artículo escrito para el Financial Times del 5 de marzo por un miembro de la presente Administración Americana, Mr. Peter Wehner, sostiene que Al Qaeda "está perdiendo la batalla de las ideas". Algo que según el articulista, incluso Obama y Clinton han debido reconocer aunque indirectamente, en concreto, reduciéndolo al aspecto puramente militar en especial en el entorno de la guerra en Irak.

La tesis se resume en un hecho que es considerado con las siguientes palabras:

"In fact, in large measure because of what is unfolding in Iraq, the tide within the Islamic world is beginning to run strongly against al-Qaeda - and this, in turn, may be the single most important ideological development in recent years."

Sin duda, Mr. Wehner se debe a las necesidades propagandísticas de su grupo político, pero me atrevo a pensar que los datos que exhibe acerca de la "opinión pública" en Pakistán e Irak tienen visos de ser ciertos, lo que ayuda a ver su conclusión como francamente plausible.

Seguramente muchos rechazareis esto argumentando que considerarlo así debilita la indispensable prevención occidental ante el peligro. Es decir, algo a fin de cuentas tanto o más pernicioso que los cánticos oportunistas de un falso acuerdo entre las dos civilizaciones (como mal se define a los supuestos extremos de la muy relativa ecuación). No obstante, creo que esa es la falsa extrapolación que las fuerzas verdaderamente en pugna pretenden. No se trata tampoco de la aprobación ciega de una u otra política defensiva (lo son todas, ya que hasta las más "agresivas" están repletas de contradicciones, vacilaciones e ineficiencia... algo, por cierto, insalvable desde mi punto de vista). Pero tampoco es cuestión de negar los hechos en nombre de lo más conveniente para los fines de la posición ideológica asumida... que además es autoengañosa por sus consecuencias.

Los datos nos deben interesar para ver por dónde va la realidad. De lo contrario, sólo estaríamos actuando como los "combatientes del cambio climático", esto es, intentando vivir del cuento del coco.

Puede que esos datos no signifiquen demasiado, puede que sean coyunturales, sin embargo hay una realidad cuya punta visible se puede observar en aquellos escenarios críticos, concretamente, en la Franja de Gaza.

Allí, Hamas demuestra estar seriamente preocupada por el debilitamiento progresivo o potencial de su liderazgo. Esto queda a la vista a través de su propuesta de tregua de 10 años (que, desde mi punto de vista, Israel hace muy bien en rechazar minguneando como debe hacerse con los Carter y equivalentes -en referencia a mi post anterior, podría llamarlos "eutifrones"-), pero también puede deducirse por lógica si pensamos en la culpabilización creciente a sus gobernantes que una población hambrienta, desasistida hasta mínimos e incluso utilizada como escudos humanos acaba autoalimentando.

No hay que olvidar que en cierto punto hay un límite para la creencia dogmática y el miedo a la condenación. Que no se puede conseguir ni productividad moderna ni fidelidad asegurada mediante la amenaza sistemática de un kalachnicov contra la nuca. Que las más mínimas fisuras en el grupo dominante son aprovechadas por grupos rivales... Que, además, siempre estará al alcance de los auténticos dirigentes esas medidas que suelen tomarse de noche, como la de los cuchillos largos. Toda la Historia está allí ofreciéndonos ejemplos de imperios verdaderos. Y esos, los países y organizaciones fundamentalistas no merecen ni mucho menos es nombre.

En ese sentido, pasa en el mundo lo que en España: la ETA es y será siempre utilizada por los que realmente tienen capacidad para disputarse el poder. Sin duda ello lleva a un juego de chantaje del que somos víctimas todos o la mayoría de los oprimidos, incluso algunos gobernantes marginales, pero no es esa la cuestión ni la puesta en primer plano por mi parte desmerece la envergadura y significación del problema visible y tangible (que, al menos por ahora, se puede resumir en una sola frase: terrorismo de una minoría sobre una población inocente y desamparada). Sólo se trata de insistir en los culpables mayores que con su cinismo han demostrado ser capaces de llegar extremadamente lejos para alcanzar y conservar el poder. Ellos son los actores no sólo por inoperancia (de lo que los acusamos como corresponde) sino por la utilización directa de esa arma real de su política que la hace funcionar indirectamente como su brazo armado a distancia.

Que se note una pérdida de influencia por parte de los más exaltados sin duda ayuda un poco más a estar tranquilo, aunque no sea signo de grandes esperanzas ni mucho menos de soluciones verdaderas. El problema, como en nuestro País Vasco, es que incluso el uso por terceras fuerzas, las más desaprensivas y maquiavélicas que se han visto en los últimos años, del terrorismo y de las acciones llamadas fundamentalistas amenazan aún más seriamente el mundo de postguerra que si actuaran por sí mismas. Las puntas de lanza son las primeras en herir pero no las que rematan o pretenden rematar el trabajo. Sin duda, de uno u otro modo, el mundo entero podría vivir situaciones que por el momento sólo han experimentado sucesivamente bastantes regiones del planeta a lo largo del siglo pasado y de lo poco que va de éste.


Un adeudum (actualización):

Reproduzco a continuación un llamamiento del Estado Comunista Chino en relación a la lucha que tiene lugar también en su territorio por parte de la Yihad internacional; algo que sin duda refleja una intencionalidad soterrada de ser considerado "un aliado de occidente contra el terrorismo" (en la misma fuente se puede ver la existencia de apoyos "indirectos" a la "alianza opuesta" también "antiterrorista" y que parecería volver a seguir los pasos de USA cuando colaboraba en su día con Bin Laden: total... signos de lucha entre grandes grupos por el poder, o sea... interburicrática, en los que se ve el juego de los chantajistas y de los contendientes principales y secundarios en lucha por el poder a recuperar o a conservar):

"El Gobierno chino se opone al terrorismo en todas sus formas y manifestaciones, a la vez que se opone a la aplicación de dobles raseros en la batida antiterrorista internacional. La tolerancia o indulgencia hacia las fuerzas terroristas del «Turquestán Oriental», no sólo dañará a China y su pueblo. Hoy, cuando la comunidad internacional ha ganado más que nunca en conciencia respecto a la amenaza que entraña el terrorismo, esperamos que todos los amantes de la paz en cada rincón de la Tierra, sin importar estatus étnico o creencia religiosa, región o sistema político y social del país, reconozcan la naturaleza terrorista de las fuerzas del «Turquestán Oriental» y los graves daños que las mismas han ocasionado, sean capaces de captar sus verdaderas intenciones y se nos sumen en la batida contra sus actividades, dejándoles sin el más mínimo resquicio desde el cual puedan lanzar sus ataques." (Boletín Informativo 2/03 de la Embajada de la República Popular China en la República Argentina) Fuente: El Catoblepas.

jueves, 24 de abril de 2008

La irresistible ascensión de Eutifrón

En el Eutifrón, Platón afronta el debate que tiene lugar entre este personaje y Sócrates después de que este último fuese acusado de impío. Leo Strauss, por su parte ("Sobre el Eutifrón", en "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu, Bs. As., 2007, págs. 271-293), nos propone un análisis muy sugestivo que nuevamente intentaré aprovechar por lo crucial de su vigencia según mi insistente punto de vista.

Al respecto, hay que resaltar que Platón desarrolla el debate y la puesta en escena con iguales propósitos y que todos los actores giran en realidad en torno a un problema político del que afloran cuestiones de concepto, es decir, filosóficas y científicas que se pueden extrapolar en uno u otro sentido, ya sea leyendo bien o haciéndolo mal. En este sentido, llevar a cabo una lectura a la manera de Strauss implica una relectura propia. Él mismo hace su propia lectura política intentando extraer las enseñanzas que más le interesaban, es decir, traer hacia el aquí y el ahora el debate de entonces. Y al hacerlo, Strauss mismo resalta los aspectos que más le interesaban. En este sentido, a mí la lectura que me interesa por ahora es la del texto de Strauss, del que intentaré resaltar apenas unos pocos aspectos.

En tiempos de la Grecia Antigua, la piedad era una referencia ideológica que situaba a los hombres con relación al orden establecido. Esto es vital para comprender el debate entre Eutifrón y Sócrates así como la denuncia de Meleto, Ánito, su directo promotor, y Licón. Esto quedará sobradamente confirmado luego con la taxativa decisión condenatoria que tomará la ciudad así como a través de la Apología de Sócrates, el alegato reconstruido por Platón de la defensa que el filósofo hace de sí mismo.

Pero, y este detalle un tanto secundario que me interesa rescatar y sublimar a mi turno, también se pone en evidencia en el papel que juega ese personaje que Strauss retrata en base al texto de Platón que es Eutifrón con las siguientes sucintas pinceladas: "...siente un gran desprecio por la muchedumbre (...) Oculta su sabiduría. Sin embargo, no oculta su pretensión de poseerla (...) Parece creer que todos los conflictos se refieren a principios y valores (en lugar de originarse en la lucha por la posesión de las mismas cosas por coincidir en los mismos valores). (...) Si este conocimiento lo obligara a dañar a seres humanos, no dudaría un momento en hacerlo." (Strauss, op.cit., pág. 279-281)

La discusión de la piedad gira en realidad en torno a la opción entre filosofía y tradición, entre filosofía e irreflexión, contradicción y silencio. Lo evidente es que a Sócrates se lo acusa de impío como forma eufemística o máscara de la ideología dominante, hipócrita y confusa, contradictoria y oportunista que obra en manos de la ortodoxia y de los revanchistas como arma y que sin embargo es condescendiente con Eutifrón. De ello fue consciente Sócrates como puede verse en la Apología ("Apología de Sócrates", Alianza), lo que no sólo no lo salvó sino que contribuyó con su condena, como bien se señala en el prólogo a la edición mencionada y resulta también evidente en el alegato que más que una defensa de sí mismo es una acusación.

Lo cierto es que Sócrates, como él mismo manifiesta, peligraba desde el momento en que comenzó a perseguir el conocimiento. Sócrates y de inmediato sus discípulos se habían levantado de hecho contra la Grecia Política al pretender la mejora del hombre y de su vida social y pregonarlo. Obviamente, la piedad, más allá de su significado inmediato o literal, es la argamasa de aquella sociedad, y de eso es de lo que se discute. Como concluye Strauss en primera instancia: "Meleto tiene razón. Sócrates no cree en los dioses de la ciudad (...), los dioses diferentes introducidos por él son las ideas" (Strauss, op.cit., pág. 287).

Por el contrario, Eutifrón sobrevive en la ciudad a pesar de no creer en ella. Eutifrón sobrevive gracias a dos hechos. Por un lado, no se digna a discutir sus supuestas verdades secretas con sus miembros, la muchedumbre, a la que desprecia. Por el otro, la muchedumbre lo considera un loco inofensivo. Algo que, por otra parte, ilustra la distancia y la proximidad que media al mismo tiempo entre aquella época y la actual.

Pero de aquí me interesa destacar la conclusión que acerca de esta confrontación entre Sócrates y Eutifrón extrae Strauss: "Eutifrón es una caricatura de Sócrates" (p. 282).

Observemos ahora nuestro mundo y nuestro tiempo. A lo largo de los tiempos, la filosofía ha sido acusada de atentar contra el orden establecido por el sólo hecho de propender al pensamiento desprejuiciado, a poner todo en cuestión, a llevar a cabo la pulsión humana que lo empuja sin remedio hacia el conocimiento de las causas. Ante esta conducta irreprimible, la Ciudad se vuelve feroz en la figura de los afectados, los envidiosos, los acomodados. Estos apelan al poder y a la ley con subterfugios, con acusaciones de "antipatriotismo" por ejemplo, para dar un ejemplo cercano sobre cuya diferencia con el caso es que ahora son agitadas desde el propio poder al que los revanchistas han llegado dándole la conducción... a los modernos Eutifrónes.

Esos filósofos, como no podía ser de otro modo, necesitaban la libertad cuya instauración no podía sino conllevar una subversión del orden existente. Platón debate largamente esta cuestión en La República y acaba optando por una solución aristocrática basada precisamente en la sabiduría. Pero esto acabó mostrándose una y otra vez utópico además de imposible: de lograrse, los sabios tendrían que aceptar la corrupción de sus principios; en cuanto tuviesen el poder, de lo que se trataría sería de conservarlo, y ello daría el pistoletazo de salida de su metamorfosis.

¿En qué? ¿En el escarabajo de Kafka? No exactamente, esa sería más bien otra que sin duda se realiza en paralelo, sino en... Eutifrón, la caricatura del filósofo, la caricatura del intelectual.


(to be continued...)

sábado, 19 de abril de 2008

Filosofía o religión, diyuntiva de un intelectual

Pocos años después de acabada la Segunda Guerra, Leo Strauss (sin duda uno de los filósofos contemporáneos que más y mejor demostraron saber leer que haya conocido hasta el momento y sin duda también de los más lúcidos y auténticos), indudablemente influido por los acontecimientos de los que tuvo la suerte de permanecer a distancia y gracias a ello de salir ileso, afrontaba, en una serie de conferencias ("¿Progreso o Retorno?", publicado en la recopilación de textos realizada por Thomas L. Pangle bajo el título "El renacimiento del recionalismo político clásico", Amorrortu Editores, Bs. As., 2007), el dilema en que lo ponía su rechazo de la idea de "Progreso" (idea que tal como había evolucionado según él se inscribía enteramente dentro de la más amplia de "Modernidad"), un dilema que se concretaba en la elección entre las dos únicas fuentes previas en el tiempo a esa Modernidad moralmente retrógrada o perniciosa, las dos que podían ser consideraras por un pensador occidental de origen judío que no estaba dispuesto a renunciar a serlo: la filosofía griega y la teología talmúdica medieval; las únicas que podía contemplar como Retorno.

Es comprensible que Leo Strauss, a la vista de los acontecimientos regresivos ocurridos en las tres o cuatro décadas anteriores y de sus consecuencias, reaccionara ante el desconcierto que provocaba esa trasformación brutal de los ideales de las Luces y del racionalismo que podía dar pie a suponer un fraude o una traición. Strauss no duda por ello en acusar a Las Luces de propiciar ese resultado que podría llamarse "La crisis de nuestro tiempo", y eso es lo que lo lleva a posar su mirada en períodos posteriores como la Edad Media y y la antigüedad griega y en sus respectivos productos culturales: la Biblia (por el Antiguo Testamento más exactamente, o Torá) o el pensamiento socrático, Jerusalén o Atenas en términos politicos.

El contexto resulta de por sí ilustrativo: Norteamérica, que fue su salvavidas en sentido estricto frente a la barbarie nazi fue a la vez fue la responsable directa de la fabricación de la monstruosa tecnología exterminadora que habría de utilizar para acabar expeditivamente con la Guerra. Un mundo que, por otra parte, exhibía las mismas tendencias que los otros habían simplemente llevado a su máxima expresión: "la increíble barbarización que hemos tenido la desdicha de presenciar en nuestro siglo" (pág. 333), un mundo que de una u otra manera continuaba su inevitable proceso de burocratización que más ampliamente que ninguna Polis anterior amenazaba con sepultar todo ideal de "buena vida", todo espacio favorable al desarrollo de la pasión del pensamiento, incluso todo sentido del lenguaje y de la escritura.

Esto no podía sino desconcertar y decepcionar a un filósofo como era Leo Strauss.

No estamos hoy mejor que entonces, ciertamente, y quizá estemos peor según se mire y así cada vez más. Entonces, los embates de las ideologías que se apoyaban en el anticolonialismo y el relativismo cultural, reverdeciendo y potenciando aún más las mismas simplesas emocionales que habían dado lugar al nazismo y al stalinismo, apenas comenzaban a batir las alas: el romanticismo, el nacionalismo, la sublimación de la propia raza, el militarismo reivindicativo y revanchista... Se trataban en realidad rasgos aparentemente contrarios al espíritu de las Luces y que fueron combatidos izando la bandera de La Razón por muchos pensadores bienintencionados. No obstante, Strauss, optando también por el racionalismo a fin de cuentas (el "clásico"), le da la espalda en principio a esa Razón a la que acusa de los males posteriores acaecidos y se plantea ir hacia atrás (lo contrario que el viajero de Wells en todo sentido) en busca de respuestas aparentemente menos contaminadas (ello declarando a la vez una concepción liberal en la que se reconocía, nacida de las revoluciones francesa y americana, por un lado, y coincidiendo de hecho con otras concepciones contemporáneas, igualmente idílicos, y por esto mismo igualmente peligrosos, por el otro; algo un tanto contradictorio que parece indicar ciertas dificultades que no habría sabido o podido afrontar y que han despertado críticas contradictorias).

Pero no es el caso aquí de estudiar las posturas de Strauss en en el mismo plano en que él las sostiene sino tratar de comprender qué lleva a Strauss a buscar una solución, a mi criterio, nueva y básicamente utópica; una solución que intentaré tratar como típicamente intelectual tanto en general como en el contexto de nuestra propia situación histórica.

Lo cierto es que ante el proceso abierto ante sus ojos se le presenta como una marcha hacia el abismo y ello lleva a Strauss a proponer y a proponerse un retorno que se concreta en una vida poco conocida y posiblemente retirada, donde, tal vez como Sócrates, habría intentado encontrar "la felicidad en la conquista del grado más alto posible de claridad que (se) puede alcanzar" (pág. 354), "una pasión peculiar: el deseo o eros filosófico" (pág. 355), ¿o habría sido capaz de autoreprimirse según los preceptos de la Torá, ya que "En nuestra época, el argumento a favor de la filosofía es, podríamos decir, prácticamente inexistente a causa de la desintegración de esta disciplina" (pág. 356)? Posiblemente, en fin, Strauss se apoyase en la diferencia apuntada por Aristóteles, "radical" según la consideraba éste, que existe "entre los requerimientos de la vida social y los de la vida intelectual" añadiendo que "El requerimiento supremo de la sociedad es la estabilidad, en contraposición al progreso" (pág. 327) que "es una noción híbrida" (pág. 329) y que ha entrado en una "crisis culminante" (pág. 330) porque... "no sabemos si (el hombre moderno, "un gigante") es peor o mejor que el hombre anterior" (ibíd., el paréntesis me ha servido sólo para reordenar la frase de Strauss). Lo cierto es que de cualquier modo Strauss insiste en no encontrar otra alternativa ante ese mundo (el nuestro) más que ese retorno imposible como él mismo llega a reconocer (pág. 356); retorno que como indica al inicio de su primera conferencia (pág. 317), sería un arrepentimiento. Como si el suyo valiera por el de la humanidad, como si eso le pidiera o le exigiera y hacia donde sin duda le gustaría conducirla.

Debo señalar además que Strauss hace un cuestionamiento frontal y un tanto ecléctico de la ciencia moderna a la que al final de la tercera conferencia prácticamente la desvaloriza (pag. 366-367), lo que más allá de observaciones francamente pertinentes al respecto (algunas presentes también en Feyerabend desde una óptica un tanto distinta pero convincente), lo priva de un horizonte que le permita comprenderse y comprender. Volveré sobre esto en la medida en que lo permita el tema.

Strauss se torna así un tanto críptico y quizá hasta ecléctico y relativista, pero, a pesar de ello, nos permite comprender, subyacentemente, qué significa la crisis de nuestro tiempo tal y como es pensada y vivida por el intelectual contemporáneo, como expresión de su propia frustración. Y esto es lo realmente importante. Ese dilema que por otra parte se sitúa incluso más allá del marco contemporáneo de esa crisis.

Así, al margen de que Strauss deba ser explicado del mismo modo que él sugería que había que explicar a los clásicos, a la Biblia, a los filósofos medievales, a Spinioza, etc., trataré aquí de rescatar esos descubrimientos suyos que me resultan especialmente provechosos para situar el problema que a mí más me preocupa y que me lleva a situar tanto a Strauss como a sus textos y en particular el estoy considerando de lleno, un verdadero tratado del antagonismo entre filosofía y teología, en el marco de ese problema mayor o más amplio cuya solución (mis disculpas si parezco inmodesto) permitiría a mi entender arrojar una luz diferente tanto acerca de la postura "regresiva" que propone Strauss como acerca de la posición de sus contrarios, los "restauradores" de esa nueva teología en que se ha convertido, si no la propia ciencia cuyo cometido es por definición más concreto ("registrar las regularidades" o "los invariantes" en las palabras de dos renombrados científicos: Gell-Mann y Monod respectivamente), la ideología positivista que se escuda tras ella e inclusive todo el inmenso y multicolor abanico de propuestas más o menos filosóficas, míticas o ideológicas que la intelectualidad tiende una y otra vez a diseñar para reducir y, en teoría, tratar de eliminar su sufrimiento.

Porque lo cierto es que la humanidad ha seguido y sigue su marcha a pesar de la crítica del intelectual y de sus sueños en una dirección distinta de esos sueños, y eso, pienso, es justamente lo que hay que dilucidar: el por qué de las sucesivas frustraciones de la intelectualidad ante los retos que le plantea el mundo real ante el que se siente empujada a dar un aporte real al tiempo que a proponer un mundo idílico en el que no tenga que dejar, ni por un minuto, de ser (o de vivir) lo que le gusta ser, sencillamente, de dejar de propender a "la búsqueda de la sabiduría", eso que pretendidamente persigue la satisfacción sin alcanzarla, sea por mediación del poder ajeno como del propio, que igualmente enajena. Y esto desde Platón en adelante, pasando por Rousseau y acabando, poco más, poco menos, con Marx. Una vocación por la utopía que no cesa ni siquiera en nuestro tiempo, una época en la que sin embargo creo que ya está madura para proceder a la tarea de su dilucidación gracias a las circunstancias.

Y es que: ¿qué le queda al "verdadero filósofo", como Strauss lo llama, sino estudiarse de una buena vez en su "verdadera" realidad, ante una encrucijada como aquella en la que se encontraba y nos encontramos desde poco después del estallido revolucionario?

Las cosas se han ido agravando sin cesar en ese sentido más allá del número de países totalitarios absolutos que haya en pie. Es un auténtico callejón sin salida, tapiado hacia adelante de manera ostensible por la revolución bolchevique y las posteriores ascensiones del stalinismo y del nazismo, pero también por la consolidación de los mega-estados burocratizados nominalmente democráticos de Occidente, que dan cuenta de la definitiva e irreversible apropiación del Poder por una burocracia política que persigue sus propios ideales de sociedad. Una burocracia en parte preexistente a la revolución pero a la que se sumaron los intelectuales de la Luces, formando juntos esos batallones de los que habla el himno francés, y muchos de sus vástagos intelectuales que se reagruparían bajo las banderas novedosas de una supuesta "libertad real" -o "más real"- y que acabarían metamorfoseándose en cuanto de lo que se trató fue de "mantenerse en el Poder", una metamorfosis necesaria... que con el tiempo vería nacer en lugar de esa mezcla momentánea una nueva seudointelectualidad capaz de aprender a hablar sin decir gran cosa y a apelar a los especialistas a sueldo del mismo modo que lo supo hacer l'Ancien Régime, constituyendo la burocracia gobernante de la postmodernidad (lo que, yo aventuro, continuará así hasta que el sistema colapse, sea eso lo que sea, es decir, que no cambiará ni se revolucionará por obra de ningún tipo de acción política situada en los marcos sociales y psicológicos de su propia existencia: el gobierno de esa burocracia inútil, corrupta, limitada, acabará haciendo posible ese colapso).

Strauss mismo se acerca una y otra vez, sin poderlo evitar (y también... sin poderse realizar en esa dirección, ¡eso es lo interesante!), a la frontera que separa al "verdadero filósofo" del político, de caer en la trampa del filósofo que experimenta la necesidad del poder para reformar el mundo a su criterio, o el de su verdadero grupo; para imponer la moral de su grupo, para inculcar a los demás el punto de vista de su grupo, para que esa moral y esos criterios prevalezcan y se reproduzcan como si fueran sus genes. A fin de cuentas... "de lo que se trata es de transformarlo" o, por lo menos de "educar", de "la educación a la multitud" (pág. 350).

Pero no se trata de un error o de una falta de principios: la Polis siempre nos llamará y más en los momentos álgidos y, aunque sea en el límite, tendremos que actuar, que sumarnos a su construcción o a su mantenimiento, y tendremos que liderar y traicionar o ser traicionados. Porque, sin duda, "es imposible suspender el juicio respecto de temas de suma urgencia, asuntos de vida o muerte" (pág. 354).

La crisis de nuestro tiempo, en fin, tal y como se presenta al intelectual contemporáneo, estriba justamente en que no tiene otra salida que ignorar esa llamada o autoengañarse, ignorar esa llamada o resignarse a la subordinación al futuro grupo triunfador.

De ahí el dilema insalvable de Leo Strauss y de todos nosotros. De ahí que, dejando de lado las consideraciones de detalle que podrían desmontarse o perfilarse según fuese el caso y el punto de vista previo de unos u otros, la defensa que Leo Strauss hace del "Retorno" y que lo lleva a debatirse entre las dos alternativas para él posibles, la filosofía política o la Ley divina (en su caso, la Torá), ambas expresiones posibles de "la vida buena" aunque claramente antagonistas irreconciliables entre sí "en el drama del alma humana", como deja en evidencia (pág. 355); esa defensa a la que Strauss, si se me permite, subordina apriorísticamente muchas de sus observaciones, la convierte sin embargo, y entre otras cosas a la luz de esa subordinación, en una expresión particular y especialmente significativa e ilustradora de la cuestión de fondo, para mí determinante (o al menos más próximo a las causas primeras) de la crisis.

Leamos algunas cosas más de cerca de todos modos y hagámoslo, como seguramente nos pediría Leo Strauss, correctamente o, mejor dicho, bien:

Tras señalar que "La civilización occidental tiene dos raíces: la Biblia y la filosofía griega." (pág. 331), Strauss enumera los que considera rasgos "característicos de la modernidad" entre los que destaca "su carácter antropocéntrico", atributo no sólo a pesar de la ciencia moderna sino incluso a instancia suya (pág. 335-336), algo que, repito, debe comprenderse a la luz del predominio positivista imperante (por cierto, que aún hoy está presente) y que Strauss cuestiona en nombre de la liberación de la filosofía de manos de la ciencia a la que aquella estaría subordinada, reducida al papel de "una especie de conciencia moral o conciencia de esa ciencia". Luego, Strauss compara esa visión filosófica moderna con los pensamientos clásico y bíblico-medieval, calificando al primero de estos de "cosmocéntrico" y al segundo de "teocéntrico" (pág. 336), ambas obviamente contrarias a considerar que el hombre sea "el origen de toda significación" (ibíd.).

Tenemos pues las tres alternativas, una vigente desde las Luces que hace del hombre "la medida de todas las cosas" (Hobbes, Leibniz, Kant, que Strauss cita y, sin duda, Marx y Engels) y otras dos que fueron "desplazadas" por la primera y que es entre las cuales Strauss intenta encontrar su lugar. Strauss no puede contemplar una cuarta, aunque la ronda por momentos de manera intuitiva y sin duda incompleta.

Lo cierto es que Strauss, en nombre de la opción elegida, encara la diferencia existente de hecho y de derecho entre filosofía (clásica) y religión, las manifestaciones tangibles de ese posible "Retorno", es decir, de una parte la fé, que prohibe las preguntas (resignación, pues; contención del espíritu intelectual; en este sentido se debe apreciar el paralelo con la Ciencia Positivista), de la otra la libertad de indagación, supuestamente consciente de la imposibilidad de una meta absoluta, capaz sólo de alcanzar respuestas imperfectas y sólo parcialmente satisfactorias (opción que en el contexto histórico actual, conduce, como veremos luego en concreto, a la resignación de no poder actuar políticamente, o a colocarse en situación de peligro y en todo caso de frustración), no "la plena sabiduría" sino "la búsqueda de la sabiduría" con Platón (pág. 327).

De tal modo, Strauss dice hallarse ante "un conflicto genuinamente radical" que se establecería más allá del "área de encuentro entre la filosofía griega y la Biblia" que sería "la importancia de la moral" (pág. 339), un conflicto que se establece sin embargo en torno al "fundamento" que cada contendiente asigna a esa moral.

Y es en este punto, y después de exponer un buen número de sugerentes referencias a las diferencias y prácticas inconciliables que están presentes en las diversas religiones, cuando Srauss descubre ("respuesta que se me ocurrió como resultado de leer a Maimónides", como dice -págs. 347/348-) precisamente uno de los conceptos cruciales para la comprensión del dilema real según yo lo veo: la grupalidad. No por nada lo pongo aquí de relevancia. Leamos:

"... hay un solo modo (característica, naturaleza, según deduce antes), entre los muchos existentes, que tiene particular importancia: es el modo del grupo al cual pertenecemos, nuestro modo (...), nuestro modo (que) es, por supuesto, el modo correcto." (pág. 348-349; los paréntesis son míos). Y añade incluso a continuación: ¡"porque es antiguo", "ancestral"!

¿De qué otro modo si no podría entenderse la diversidad de morales, de fundamentos, de dioses, de preceptos, de tradiciones... de "certezas" y "creencias", TODAS consideradas por cada grupo como las "verdades reveladas" respecto de las cuales las demás son "blasfemias" y "herejías"?

Strauss no puede sino reconocerlo y ponerlo en evidencia. Se trata de la piedra de toque de la religión, de toda "revelación". Y se trata, y esto es aún más significativo desde mi punto de vista, de aquello que precisamente conduce a la adopción específica de la filosofía por el ser humano pensante: la necesidad de indagar y de darse por ese camino una explicación acerca de su estancia consciente en y ante el mundo movido, en el fondo, por esa fuerza no silenciable, no reprimible, de la extrañeza humana, un mecanismo que de hecho es el que ayuda al hombre a sobrevivir, a reproducirse, a extenderse, a dominar las cosas y a los demás, etc. De ahí que la filosofía haya constituido el escalón siguiente al mito, como Strauss señala más adelante, lo a mi entender y a la luz de las más recientes investigaciones genéticas no se puede evitar ni negar.

En ese sentido, es un tanto curioso aunque comprensible que Strauss no concluya (para mí, en el mismísimo límite de esa conclusión insoslayable) que tanto la filosofía como la religión (y la ideología científica) sean producto, ni más ni menos, que de un mismo conjunto de pulsiones que el ser humano es incapaz de evitar o reprimir y mucho menos de extirpar, que son ni más ni menos que ámbitos en los cuales el hombre intenta realizar esa satisfacción o esa felicidad que Strauss menciona y llama "vida buena" y que tira del ser humano debido a su idiosincrasia, a que son parte de él. Algo que puede parecer demasiado obvio o genérico pero que pocas veces se tiene realmente presente como causa en beneficio de la voluntad o del libre albedrío. Tener siempre presente esto cuando se habla de la conducta humana quiere en realidad decir bastante más que una simple generalidad.

Porque tanto el filósofo como el religioso que practica la filosofía en privado, o bajo autorización del dogma o de la Ley (como Maimónides, Tomás de Aquino, etc.), simplemente son seres humanos sometidos a una serie de pulsiones que definen su conducta, pulsiones que no nacen ni de la voluntad ni de la historia social, sino que se han heredado de los antecesores del hombre y que, con las posibles adaptaciones sucesivas que se hayan producido en el curso del tiempo, se han venido reproduciéndo desde que el homo sapiens tuvo la capacidad de encontrar un alivio a la extrañeza ("asombro" como dice Strauss) y a la angustia que le producía la puesta en escena de su componente neurológico reflexivo (¿una capacidad tal vez debida a la dificultad creciente de soportar el necesario desarrollo evolutivo del sistema nervioso central, la contrapartida de esta capacidad, por así decirlo, que parece confirmarse con la presencia de mecanismos similares en los animales en quienes el fenómeno vendría asociado poco más que al miedo y al stress, algo que llegaría en ciertos simios a prefigurar una teoría de la mente? No tengo elementos sino intuitivos e interesados para estar de acuerdo; no veo por qué no habría de ser así volviendo a corroborar los fundamentos de las teorías evolucionistas que no dejan de aportar nuevos datos con ayuda de los avances imperables de la tecnología en este campo que menciono a modo de ejemplo).

Parece simple e inmediato en cuanto unimos la cadena que arranca con el surgimiento mismo de la vida de la cadena previa (al menos en La Tierra) de la química, una cadena que una vez que se pone en movimiento, en marcha, se ve impelida a conservarse y a responder a las circunstancias del entorno cercano (a adaptarse y a adaptar el entorno a sí misma), es decir, a resistirse a abandonar la escena (consiga o no la estabilidad, se modifique, se asocie en cualquier grado de subordinación o de dominio, o se extinga, aunque esto último, al menos por ahora, sólo ha afectado a especies e individuos y no al conjunto de la biosfera).

Pues bien, esa simplicidad explicativa me lleva precisamente a describir al ser humano como algo inestable que sin embargo, en lugar de superar el conflicto que su naturaleza determina mediante una mutación o una transformación hacia un ser nuevo e insospechado, apela para mantenerse en pie a la imaginación, al mito, a la religión a la filosofía, a la ciencia y a la tecnología. Tal vez, nos resulte monstruoso o nos parezca parte de lo posible sin más, mediante la anulación absoluta de toda preocupación que vaya más allá de lo inmediato, en el mejor estilo de la conducta adoptada por los imaginados Eloi de H. G. Wells a quienes llevará la cultura progresista desde el pasado victoriano, curiosa doble inversión insisto de la pretensión de Strauss.

Strauss sin embargo no llega tan lejos y prefiere huir hacia atrás, retirarse en cierto modo al menos en el aspecto intelectual, a costa tal vez de permanecer en un limbo esotérico. Y todo ello pese a aproximarse varias veces en este y otros textos, , como he comprobado, a un esbozo de una sociología del intelectual (Pierre Guglielmina cita un suculento párrafo de Strauss donde éste habla de una "sociología de la filosofía" en su trabajo "Leo Strauss y el arte de leer", Amorrortu, 2007, pág. 28), algo que se ha hecho hasta ahora de un modo fragmentario y confuso hasta donde yo sé (y Guglielmina corrobora en principio) y que Strauss por lo menos perfila claramente, descartando la supuesta y nefasta mentira de que la intelectualidad puede ser representante de clases, naciones o razas, como vengo sosteniendo contra el marxismo en primer lugar y también contra las utópicas pretensiones de la Ilustración y del Liberalismo Clásico que los antecedieron, un punto aparentemente en común con Strauss, aunque debo insistir en que el enfoque nos distancia (o tal vez... "los fundamentos"). Strauss no acaba de situar las opciones reales en movimiento, en su interacción con el resto de lo real, cayendo en cierto modo en un encubierto platonismo en donde filosofía y filósofos, religión y religiosos, aparecen casi como meras ideas incorpóreas e inmutables que se encontrarían más fuera que dentro de la famosa "caverna" de Platón. Y sin embargo sostiene:

"La sociología del conocimiento (...) Se interesó más en la relación entre los diferentes tipos de pensamiento (...) que en la relación fundamental del pensamiento como tal con la sociedad como tal. No vio en esa relación fundamental un problema práctico importante. Se inclinó por considerar las diferentes filosofías como las expresiones de distintas sociedades, clases sociales o espíritus étnicos. No contempló la eventualidad de que todos los filósofos pudieran constituir por sí solos una clase, o de que lo que une a todos los verdaderos filósofos fuera más importante que lo que une a un filósofo en particular con un grupo específico de no filósofos." (citado por Guglielmina, op. cit., pág. 28-29; de "La persecución y el arte de escribir" cuya publicación en castellano ya está anunciada para mi satisfacción; obviously because is better for me to read in spanish...)

Strauss tiene una notable capacidad intuitiva y alcanza a detectar los fenómenos a los que se encuentra vinculado ese mecanismo aunque sin llegar a apelar a la evolución, que le permitiría una comprensión sin duda más profunda, como en lo referente a la mencionada grupalidad o al origen evolutivo de esos deseos de realización de las condiciones básicas para la felicidad, como la solución al conflicto que vive entre lo ideal y lo real, lo finito y lo infinito, lo bueno y lo efectivo, la capacidad para comprender y la imposibilidad de comprenderlo todo, etc.

Referencias todas ellas que explicarían las causas materiales de las muchas "revelaciones" y las muchas "morales" así también como sus sistemáticas violaciones. Pues, como señala Judith Rich Harris:

"Pertenecemos a una especie que tiene una larga historia evolutiva de vida en pequeños grupos que han competido o peleado entre ellos. Los ganadores en estos enfrentamientos fueron nuestros ancestros, y es a ellos a quienes debemos nuestra inclinación a identificarnos con un grupo y a que nuestro propio grupo sea el que más nos guste. A ellos les debemos la facilidad con que se despierta nuestra hostilidad hacia otros grupos." ("El mito de la educación", DeBolsillo, pág. 357)

Algo que, dicho sea de paso, a mi criterio y al de Harris, tiene tanto peso en el comportamiento humano que la religiosidad y la moral, dicho sea esto de paso, nunca han servido como diques de contención sino más bien como justificación para la superioridad de unos grupos sobre los opuestos (mis dioses son más visibles y útiles..., nuestro Dios nos eligió..., la Ley es la de nuestro Dios..., etc.) y en nombre de lo cual se defienden ambas al unísono:

"El mandamiento no matarás, recién bajado del monte Sinaí, no pareció estorbarle a Josué para llevar adelante la matanza de los habitantes de Jericó, Ai, Maqueda, Libnah, Laquis y Eglon. La idea de que Dios podía prohibirle matar no se le pasó jamás por la cabeza." ibíd., pág. 152, aunque recomiendo no dejar de leer hasta la pág. 155 como mínimo).

...Aunque... esta cita no añade gran cosa a la historia entera de la humanidad que alcanza hoy la crueldad y ceguera fiel del terrorismo.

Así, me inclino por considerar la preocupación que Strauss manifiesta de manera explícita en torno a la diyuntiva de llevar una vida religiosa o una vida filosófica, entre un retorno a la Edad Media o un retorno a la Grecia Antigua, no es para mí, repito, sino una más de las diversas manifestaciones que adopta la más general y causal debida al enfrentamiento o al conjunto de interacciones que se establecen entre el mundo como fenómeno global y fragmentario y la propiedad, característica, conducta o naturaleza humana, como se la quiera llamar (y que sea como sea debe y puede ser explicada, incluso... no queda otra opción que explicar debido a esas características). Algo especialmente fuerte en el intelectual, en el "filósofo verdadero", y en el propio Strauss.

La parte visible de la discusión que expone Strauss es interesantísima sin duda y provee sustanciales argumentos para comprender por qué la historia se desprendió primero de la filosofía clásica y después de la medieval, o las marginó, y por qué se estructura por un lado la ciencia como religión nueva, sacándola de su específica función proveedora e invadiendo sutilmente el campo de la filosofía con una ideología seudo rigurosa. Como permite también comprender que ese Retorno es una utopía y que no podemos admitir haya una vida que nos constriña a filosofar dentro de límites rigurosos y supervisión dogmática o legal (¿no sería esto lo que nos promete no ya el pasado medieval sino el totalitarismo ideocrático que ha aplastado, aplasta y promete aplastar el mundo; no es esto lo que promete la concepción dogmática o positivista de la Ciencia que amenaza aplastarnos usurpando su nombre? ¡Sinceramente, no comprendo cómo Strauss puede oponerse a estas cosas y tener en consideración la opción hipócrita, desconcertante y oportunista de las religiones! ¡Y creo que una visión filosófica apoyada en la ciencia con los parámetros que he trazado escuetamente podrían servir de base a una cuarta alternativa que no sería antropocéntrica en absoluto y que en todo caso sería más bien cosmocéntrica, como la socrática, entendiendo el cosmos también de manera limitada... y ausente de dioses, desavenidos o no!)

Sí, todo eso es interesante, pero me llevaría desviarme demasiado entrar en muchos más pormenores. En todo caso, recomiendo calurosamente la lectura de esos textos, a quien interese y esté dispuesto a oír (es decir, quiera de verdad leer): los textos de Strauss no tienen desperdicio y sin duda impulsan a pensar (aunque no sea a pensar lo que yo pienso, claro). Debo añadir por último que no me extraña para nada que Strauss, como en su día Platón, acabaran dándole la espalda al mundo que antes se la diera a ellos... para sólo trabajar para el futuro (leyendo, escribiendo y transmitiendo lo que les venía a la mente) según soñaban que ése debía ser. Realizándose a través de la satisfacción de creer (sin poderlo demostrar, como seguramente deba ser el caso) que "avanzaban en la búsqueda de la verdad".

Creo por último no haber tergiversado ni manipulado a Strauss. La urgencia por una respuesta contemporánea ante una situación sin salida lo condujo a una respuesta que no creo que lo dejara satisfecho. Tampoco lo consiguieron los clásicos a cuyo ejemplo acude. Y es que la posibilidad misma de satisfacción intelectual es, como Strauss reconoce, una utopía, un nuevo mito... al menos hoy en día.

lunes, 14 de abril de 2008

El mismo Zirco, la misma direcZión y la misma buena Zuerte

A primera vista, ZP no sólo no cambió de Zirco sino que lo ha ampliado. ¿A qué cambiar un negocio que sigue dando muestras de prosperidad, de progreso, vamos? ¿A qué dar visos de seriedad si lo que ha triunfado es la payasada y la vacuidad, la inexperiencia y la ineficacia, la... perdón, el "¡Confíe en mí!"?

Es innegable el carácter tragicómico del elenco. No vale ni siquiera la pena considerarlo tema digno de crítica. Eso... se lo dejo a la superoposición que dice representar a la otra mitad de España. Por ejemplo, hablar o callar (cosas de lo políticamente correcto) sobre la ministra que dirigirá la guerra... la que toque... quizá ésa que no llegó a plasmar, la del "amigo" Chávez contra Colombia a quién ZP armó, no mucho en honor a la verdad. O la que cuente con la bendición de la inefable ONU. O que será quien decida, por qué no, el aporte de efectivos para marchar con Turquía contra esos impresentables kurdos que, mira por donde, lo mismo se merecen más ser nación que muchos otros que la consiguen o que dicen estar dispuestos a hacerlo. O que, con un poco de suerte, sabrá decir "¡Firmes!" y todas esa cosas de tanta enjundia propias de los cuarteles y las paradas y desfiles militares.

Es innegable que habrá situaciones divertidas, por ejemplo entre los dos ministros económicos, que tal vez estén ahí para recuperar las aventuras de Fofito y Miliquito o de algún otro (cinematográfico, eso sí, para que se justifique el "buenas noches y buena suerte"). Y por qué no con algún inesperado nuevo socavón, fisura o desenganche en algún punto del recorrido de esos tubos que, por fin, "de manera temporal", llevarán agua de donde sobraba a uno de los sitios a los que parece que se puede y cuyo significado se escamoteará bajo un nombre que en ningún caso puede ser "trasvase". Etc.

Pero lo que realmente es significativo, más allá de la aparente Broma General, es la persistencia en los objetivos y el grado en que, desde mi punto de vista, nos seguimos acercando: me refiero al objetivo del Plan Z tal y como lo definí en su día, es decir, a la pretensión del PZOE, con el liderazgo a largo plazo de Rodríguez Zapatero, de perpetuarse en el poder hasta el fin de los tiempos, en la mejor tradición de los populistas... del Tercer Mundo.

¿Lo conseguirá, será ZP el artífice del milagro en el seno de una Europa permisiva, respetuosa de "los asuntos internos" hasta más allá de los acuerdos de confluencia (algo que de paso nos acercará a la deseada entrada de Turquía, por ejemplo, en lugar de al contrario) e incluso cada vez más proclive a jugar al mismo juego (todavía muy timidamente, claro), el juego de la burocracia mentirosa y expoliadora que creíamos propia de la ignorancia extrema o de la desesperación aguda?

De momento, la idea de provocar a la derecha continúa (sólo así se pueden ver muchas de las designaciones ministeriales). Un objetivo que, más allá de la futura opción del "voto útil" al que el propio ZP optó con éxito, podría conseguirse forzando a la oposición, simplemente, a comportarse como un partido del régimen, es decir, en una palabra que para mí tiene mucho significado, un significado sociológico: burocráticamente; y, en una serie de ejemplos: asumiendo la misma táctica del adversario, aprendiendo de él, aferrándose a las posibilidades de la realidad política, pactando a cambio de un lugar al sol, adaptándose a los nuevos tiempos, etc. Algo hacia los que parece encaminarse el PP de Rajoy para "conseguir parecer y no sólo ser" (que sin duda ya lo era, es decir, ya era burocrático en el sentido antes mencionado).

Tal vez ZP sea suficientemente hábil como para darse cuenta, tal vez ya lo haya hecho, y en lugar de buscar la ruptura del partido ahora busque sólo la de sus bases. Tal vez se produzcan las dos cosas o parte de los votantes más consecuentes y principistas se queden sin representación. En cualquiera de los casos, ZP lo habrá conseguido. Lo demás le será indistinto, o eso cree. En todo caso, por ahora le es igual. Total... en dos años la economía volverá a permitir tapar los agujeros que deban producirse para salvar la papeleta de los sindicatos. El miedo al paro puede ser también muy bien utilizado para que los que queden fuera sean olvidados.

En fin, seguiremos atentos a la marcha de las cosas. Es decir, a la inevitable marcha hacia el absoluto desconcierto y la derrota. Bah, tal vez no seamos muchos los que lo sintamos así. No sería la primera vez que unos pocos se creen expresión de una mayoría que al final no existe.

martes, 8 de abril de 2008

Simple ámbito de lucha

Esta imagen del diseñador o científico loco fue tomada del blog "Stranger fruit" y fue creada por Roberto Campus

En un reciente artículo, publicado en El País del 23-2-08, el catedrático de Biología Animal de la Universidad de Granada y presidente de la Sociedad Española de Biología Evolutiva, Don Manuel Soler explicaba a la "opinión pública" el por qué de la oposición de una agrupación de científicos con posiciones larga y difícilmente adquiridas en las Universidades a la cesión del espacio universitario a los creacionistas. El artículo termina como sigue:
"La eficacia de estos actos propagandísticos que organizan está basada, al igual que los anuncios publicitarios, en explotar las susceptibilidades psicológicas de los que reciben el mensaje. De esta manera, las personas creyentes y con escasos conocimientos sobre biología son las más indefensas frente a estos charlatanes.

"Estos motivos son los que justificaron la iniciativa de la Sociedad Española de Biología Evolutiva de evitar que las conferencias se celebraran en las universidades de León y Vigo. Nuestra actitud no es un ataque a nadie, sino nuestra obligada contribución a la defensa de la cultura científica de la sociedad española frente al intento de manipulación de un grupo minoritario y extremista. No se puede permitir que utilicen la universidad para legitimar su descarada actividad propagandística. No se trata de un problema de censura y libertad de expresión, de hecho, no tomamos ninguna medida para intentar evitar la celebración de las conferencias convocadas en instalaciones no universitarias. Pero, las instituciones que amparan y generan la ciencia no deben cobijar doctrinas que niegan la evidencia científica, por muy bien disfrazadas que se presenten."

Por mi parte, yo ya había dedicado tres entradas sucesivas a este tema en las que me trataba los aspectos de la cuestión que me parecían los "verdaderamente sustanciales" (sin por ello descartar la existencia de otras consideraciones "interesantes" o dignas de debate, y hace unos días dejé un comentario en otro blog que apunta a lo mismo por el lado contrario). De hecho, yo pretendía situarme ante el problema bajo la consideración de que no se podía desarrollar la discusión como si los hechos y las ideas pertenecieran al mismo mundo que el de hace trescientos, cuatrocientos o quinientos años, cuando se trataba de una discusión entre creyentes y racionalistas o inclusive entre teócratas y librepensadores, sino que había que actualizar el entorno en relación a la cuestión del Poder o los poderes real, los dominios en litigio realmente en juego. Esto, desde mi insistente punto de vista, queda reconfirmado por el señor Soler de manera más que clara, y me sorprende que en nombre de las convicciones científicas de muchos miembros de la comunidad científica con auténticas preocupaciones filosóficas (incluso multidisciplinares) y una buena práctica cotidiana en la crítica de la realidad circundante, es decir, con preocupaciones políticas en el mejor sentido de la expresión, acaben ignorando estos detalles y resalten sólo la parte del discurso que simula ser la principal cuando, de nuevo según me parece evidente, no lo es:

1) En primer lugar, los científicos que ocupan cargos en la Universidad (ni más ni menos que una Institución Política) se consideran no sólo poseedores de una convicción profunda hacia tesis que estarían definitivamente demostradas científicamente (cuando sólo lo están, como toda teoría científica, por el momento) sino que, por sobre todas las cosas, se consideran poseedores de un espacio conquistado, la Universidad, del que viven tanto material como intelectualmente. Obviamente, se trata de no ceder el territorio conquistado.

Eso sí, al menos en el caso del Sr. Soler, reconociendo que el territorio ajeno a sus competencias pertenece a otros grupos burocráticos en el que se abstiene voluntariamente de intervenir (dando al César... ya se sabe). Lo que acaba de confirmar que la vocación educativa publicitada tiene un carácter bastante restrictivo o... relativo.

2) Pero, además, se consideran la salvaguarda del pueblo al que dicen (sin hacer gran cosa por cierto al respecto, ni siquiera desde su propia concepción "educativa") estar más que dispuestos a proteger de las influencias creacionistas. Obviamente, se trata de competir por la simpatía de las masas a las que se le piden no que comprendan sino que acepten un dogma propio sintetizado en unos cuantos slogans (los que el vulgo es capaz en realidad de comprender... y casi cualquiera que no sea un verdadero especialista con dominio de la jerga correspondiente cada vez más imaginativa en eso de encontrar un concepto... inextrincable).

Pero... ¿acaso "las personas creyentes y con escasos conocimientos sobre biología (que) son las más indefensas frente a estos charlatanes" asisten a las Universidades y a charlas sobre biología? Supongamos... Pero, en todo caso, ¿cómo es que justamente es allí fuera donde el Sr. Soler se abstiene de dar la batalla (al margen de que no pueda prohibirlo -¡"no tomamos ninguna medida"!- sin la ayuda de un gobierno manifiestamente aliado como el que sin duda le gustaría tener, quizás en la intimidad) y sostiene vacuamente: "...no tomamos ninguna medida para intentar evitar la celebración de las conferencias convocadas en instalaciones no universitarias", es decir, donde donde más hallaríamos a esas personas "indefensas", o eso debemos presumir? ¿Por qué no? ¿Lo de "dar al César...", lo de mostrarse políticamente correcto? ¿Lo de la simulación y la hipocresía típicas de la burocracia?

En fin... ¿acaso pueden verse más coincidencias entre ambas bandadas de buitres enfrentadas? ¿Hay o no que reconocer que esto es sobradamente evidente? ¿Es que habrá alguien que pueda rebatir mis argumentos (en buena parte, al menos al respecto, ya defendidos por el pobre y confuso pero honesto Feyerabend) con... argumentos, es decir, no con frases del estilo de "debemos mantener un frente único contra el nuevo oscurantismo", "no se debe hacer el juego..." (¡a quién!), etc.?

Yo reto desde este modesto Speakers' Corner a quien esté dispuesto a considerar el tema seriamente y a abandonar las cómodas trincheras indiscutibles y discutirlo un poco. Estoy seguro que muchos no se lo han pensado. Y otros no se lo permiten.

domingo, 6 de abril de 2008

El "enemigo del pueblo" asoma la cabeza

Como había anunciado, he estado fuera del país esta semana, cumpliendo con un par de rituales, uno impuesto por el trabajo (asistir a una exposición comercial) y visitar a un amigo (que se quedó sin padre el domingo pasado y que se enfrenta a bastante burocracia y más correspondencia: tiene que contestar miles de cartas por lo visto; pero esto es otra historia).

Pues estaba yo por allí y en un puesto de prensa de uno de los aeropuertos por los que tuve que pasar ese día, me topo con la siguiente primera plana de "El País" del jueves 3 de abril:

No sé vosotros, pero a mí el principal titular me resultó (nuevamente, es decir, sin sorpresas) un titular indiscutiblemente fascista. En concreto, me recordó los titulares que propagara (en su caso de manera sistemática) aquella famosa radio hutu que acabó abriendo las compuertas de otro de los mayores y más crueles genocidios que viviera el mundo últimamente.

Diréis muchos (tampoco me extraña) que estoy exagerando, pero observad bien el tono y acordareis conmigo en que tiene los dos principales ingredientes de estilo por los que, por decirlo de algún modo, se empieza:

1) Identifica con vaguedad suprema al enemigo de las masas y de sus miserias.
2) Hace un evidente llamamiento a la respuesta callejera, a la fronda, al pogromo, o al menos abre las puertas para que, si cabe, algo así se materialice.

Sin duda, esto tiene por objeto desviar la atención del verdaderamente culpable, el gobierno anterior y actual mediante esa seudo denuncia explícita de un complot imaginario del capitalismo malo y además "antipatriótico", es decir, al que se le atribuye no sólo "prácticas comerciales amorales" sino una intencionalidad poco menos que golpista. Sin duda, se trata de "una cortina de humo" como se han apresurado a señalar, por lo que he podido comprobar, las organizaciones empresariales. Pero la jugada va, desde mi punto de vista, bastante más allá y bastante más peligrosamente, reflejando el rumbo que sigue y sigue y sigue la realidad española.

* * *

Una actualización de última hora que viene muy a propósito

No tiene que ver con España ni con la cuestión de si "¿Se mantendrán los zocialistas en el Poder?" (parafraseando a Lenin) sino con el aprovechamiento de estos tiempos de inflación (y calentamientos globales) que nos afligen. Se trata de lo siguiente escuchado en las noticias de la tele y es acerca de las colas que se producen en estos días en Egipto y que al parecer hacen temer movilizaciones como las de hace tiempo que se llamó "del hambre":

"Un jeque de una Universidad egipcia (??) ha propuesto que se declaren mártires a los muertos en la cola del pan."

¿No es todo esto sintomático y global?