Como lamentaba Strauss, la única razón para no asumir enteramente la postura de los clásicos -para no "retornar" simplemente a ellos-, así como para no asumir la Ley ancestral o en general las tradiciones -esto es "arrepentirse"-, es que el mundo de la antigüedad ya no es el nuestro (bien que en algún momento llegó a preguntarse por qué descartar que podría volver a ser tal cual). Obviamente, lo contrario sería mucho más descansado. Estaríamos plantados en la serenidad por excelencia. En la paz definitiva de un Dios digno de merecer tal nombre. En el Paraíso de los arroyos de leche y de miel...
Tal vez por eso, al leerlo tendemos a refugiarnos sin más en sus asertos y abandonar toda pretensión, o pulsión, de ir más allá... Indudablemente, nos tiende a pasar con todos los grandes pensadores que, como tan bien plasmó Quevedo, "escuchamos con los ojos", porque lo dicho por Strauss para el pensamiento clásico podemos extenderlo a todos los discursos anteriores con los que nos encontramos generación tras generación. El fenómeno, en cualquier caso, siempre vuelve a manifestarse. Aunque nunca llega a afectar a todos los hombres por igual por más que quienes somos más compelidos a pensar, por unas u otras causas, nos sintamos prototípicos, lo que pone de manifiesto la relatividad de la generalización.
No obstante, sin duda hay algo empuja a algunos a cruzar el umbral que cada vez se les ofrece. El mundo, que tiene o contiene cada vez algo distinto, que como el río nunca es el mismo... parece justificarlo. Y, como si estuviéramos moldeados ex profeso para este mundo cambiante (metáfora que esconde el hecho de que somos un resultado de ese mundo cambiante) que no marcha hacia meta alguna, el ansia que sufrimos por lo incierto acaba predominando en algunos de nosotros sobre la pereza y la resignación. El descubrimiento, que devendrá antes o después en dogma, acaba por tornándose insuficiente y frustrante para los más reflexivos. Y el ansia reaparece como una variante de Ave Fénix que simplemente no se puede contener.
Sin duda, se debe tratar de lo que le hace "imposible (al hombre) suspender el juicio respecto de temas de suma urgencia, asuntos de vida o muerte" (Leo Strauss, "¿Progreso o retorno?", en "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu Editores, Bs.As.-Madrid, 2007, pág. 354).
Al cambio perpetuo y peligroso responde la sed de comprender el sentido de la inestabilidad; su contingencia y su impredecibilidad necesitan ser combatidas; el hecho de haber resultado de ese mundo sometido al tiempo nos obliga a luchar para vencerlo... a, como dijera Monod, movernos en el sentido de "remontarlo", como todas las criaturas vivas, respondiendo mediante la reproducción más o menos compleja, en un combate que por ineludible sólo nos parece incierto en lugar de insuperable.
Esa ansia parece inseparable de nuestro mecanismo reflexivo (forjado éste a su vez como herramienta para el mencionado combate) y es sin duda la causante de la Historia humana, la partera de todas las respuestas que se ha dado el ser humano para salvar los escollos con los que se topaba en su imperiosa necesidad de sobrevivir. Sin ella, sin su imperfección pretensiosa, sin su su arrogante predisposición ante las cosas, el hombre sólo habría merecido el Paraíso sereno o habría sido diseñado como una máquina perfecta y especializada. Su empuje hacia lo que se ha dado en llamar sabiduría se reduce así a un efecto simplemente colateral de esa imperfección, a esa característica dolorosa que el hombre de todos los tiempos debió reconocer dentro de sí y por lo cual reflejó en muchos de sus mitos (desde el de Sísifo hasta el de Midas) y que Nietzsche calificó de trágica. Una herida sangrante que la mayor parte de la humanidad tiende a cerrar impotente con el silencio y la rabia y una minoría mediante la búsqueda imparable que tarde o temprano deviene en frustración. Fluctuando sin embargo todos entre la resignación y la esperanza, vamos poblando el Universo y adaptándolo para nada más que para seguir y seguir siendo lo que hemos devenido ser.
Similar en extremo al mecanismo de cualquier otro instinto impositivo, el ansia por llegar a la Verdad que se da de una u otra forma por posible aunque distante (tanto como todas las "grandes esperanzas"), se impone más allá de todo sentido, se impone sin que se pueda encontrar en ello ninguna racionalidad, ninguna perspectiva de éxito (sea en nombre del eterno "misterio divino", sea de uno u otro reconocimiento" de los límites que nos definirían per secula seculorum). En ese marco, sospechamos que esa pretensión inalcanzable de sabiduría sea una completa absurdidad al servicio de las mismas justificaciones. El pensamiento vuela más allá del límite porque sencillamente no existe otra respuesta para poder hacer pie... es decir, para realizarnos como seres vivos tan poco resignados a perecer como los que no tienen conciencia de hacerlo.
Lo evidente es en todo caso que ese mecanismo ávido forma parte de los seres reflexivos que han sido capaces de sobrevivir de por sí, y que esto le ha permitido perpetuarse de un modo hereditario, es decir, imponiéndonoslo de generación en generación. Lo que no podemos dejar de deducir por ello es que en la respuesta al hábitat que representó el propio grupo, la respuesta de la especialización eficaz permitió a su turno su asentamiento y proliferación. El individuo particularmente reflexivo nace y se perpetúa en ese marco, donde su cualidad fresulta reconocida como valiosa y donde este individuo específico supo legitimarla (en la forma de brujos, sacerdotes, adivinos, profetas... y por fin filósofos y científicos). Lo que explica el resultado inevitable actual tanto como el fracaso de los sueños de Sócrates y sus sucesores (de lo que hablé y habré de seguir hablando en términos más específicos).
Precisamente, Strauss, leído tan "bien" como a su vez él entendía que había que leer a todo pensador -y yo creo que lo hacía-, nos lleva hasta el mismo umbral de la conciencia humana al respecto. Según él, Sócrates se orienta hacia el hombre como medida de todas las cosas al descubrir que el todo es inabarcable, y por fin reduce su filosofía a lo político, es decir, a lo presente y a lo cercano pero también a lo que puede permitir al hombre fundar las condiciones para alcanzar el preciado todo... Sin duda, parece obvio que todo cuanto contribuya a eliminar obstáculos nos acercará a ese preciado Paraíso Terrenal en donde lo sabremos todo y en donde sabremos exactamente qué hacer... en donde, por ende, seremos más que hombres, tal vez semidioses, tal vez superhombres... Y uno de los obstáculos principales para ello, que el hombre reflexivo ve ante sí de inmediato, es su propia sociedad. Una sociedad que dificulta el acceso a la sabiduría a causa de sus exigencias inmediatas así como de su estructura.
En realidad, todos los hombres, en todo caso a excepción de los gobernantes en un momento dado, sufren las consecuencias de la sociedad que les es impuesta (siempre nacen en ella y se ven obligados a hacerse en ella un lugar haciendo uso de sus habilidades principales). Pero mientras la mayoría, la que se ha visto compelida a proletarizarse de una u otra forma, no deja de soñar -mientras haya espacio para ello- con un gobierno que sacie sus apetencias de paz, de seguridad y de comodidad (basados en al menos en unas garantías de supervivencia básicas), una minoría sueña con el gobierno ideal.... aunque sin la menor voluntad de arriesgar sus propias paz, seguridad y comodidad. Y en ese sueño, acaba por justificar el objetivo de saberlo todo, de saber todo lo posible del Todo, de aspirar a desvelar el misterio de la vida y de la muerte.
Tal vez por eso, al leerlo tendemos a refugiarnos sin más en sus asertos y abandonar toda pretensión, o pulsión, de ir más allá... Indudablemente, nos tiende a pasar con todos los grandes pensadores que, como tan bien plasmó Quevedo, "escuchamos con los ojos", porque lo dicho por Strauss para el pensamiento clásico podemos extenderlo a todos los discursos anteriores con los que nos encontramos generación tras generación. El fenómeno, en cualquier caso, siempre vuelve a manifestarse. Aunque nunca llega a afectar a todos los hombres por igual por más que quienes somos más compelidos a pensar, por unas u otras causas, nos sintamos prototípicos, lo que pone de manifiesto la relatividad de la generalización.
No obstante, sin duda hay algo empuja a algunos a cruzar el umbral que cada vez se les ofrece. El mundo, que tiene o contiene cada vez algo distinto, que como el río nunca es el mismo... parece justificarlo. Y, como si estuviéramos moldeados ex profeso para este mundo cambiante (metáfora que esconde el hecho de que somos un resultado de ese mundo cambiante) que no marcha hacia meta alguna, el ansia que sufrimos por lo incierto acaba predominando en algunos de nosotros sobre la pereza y la resignación. El descubrimiento, que devendrá antes o después en dogma, acaba por tornándose insuficiente y frustrante para los más reflexivos. Y el ansia reaparece como una variante de Ave Fénix que simplemente no se puede contener.
Sin duda, se debe tratar de lo que le hace "imposible (al hombre) suspender el juicio respecto de temas de suma urgencia, asuntos de vida o muerte" (Leo Strauss, "¿Progreso o retorno?", en "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu Editores, Bs.As.-Madrid, 2007, pág. 354).
Al cambio perpetuo y peligroso responde la sed de comprender el sentido de la inestabilidad; su contingencia y su impredecibilidad necesitan ser combatidas; el hecho de haber resultado de ese mundo sometido al tiempo nos obliga a luchar para vencerlo... a, como dijera Monod, movernos en el sentido de "remontarlo", como todas las criaturas vivas, respondiendo mediante la reproducción más o menos compleja, en un combate que por ineludible sólo nos parece incierto en lugar de insuperable.
Esa ansia parece inseparable de nuestro mecanismo reflexivo (forjado éste a su vez como herramienta para el mencionado combate) y es sin duda la causante de la Historia humana, la partera de todas las respuestas que se ha dado el ser humano para salvar los escollos con los que se topaba en su imperiosa necesidad de sobrevivir. Sin ella, sin su imperfección pretensiosa, sin su su arrogante predisposición ante las cosas, el hombre sólo habría merecido el Paraíso sereno o habría sido diseñado como una máquina perfecta y especializada. Su empuje hacia lo que se ha dado en llamar sabiduría se reduce así a un efecto simplemente colateral de esa imperfección, a esa característica dolorosa que el hombre de todos los tiempos debió reconocer dentro de sí y por lo cual reflejó en muchos de sus mitos (desde el de Sísifo hasta el de Midas) y que Nietzsche calificó de trágica. Una herida sangrante que la mayor parte de la humanidad tiende a cerrar impotente con el silencio y la rabia y una minoría mediante la búsqueda imparable que tarde o temprano deviene en frustración. Fluctuando sin embargo todos entre la resignación y la esperanza, vamos poblando el Universo y adaptándolo para nada más que para seguir y seguir siendo lo que hemos devenido ser.
Similar en extremo al mecanismo de cualquier otro instinto impositivo, el ansia por llegar a la Verdad que se da de una u otra forma por posible aunque distante (tanto como todas las "grandes esperanzas"), se impone más allá de todo sentido, se impone sin que se pueda encontrar en ello ninguna racionalidad, ninguna perspectiva de éxito (sea en nombre del eterno "misterio divino", sea de uno u otro reconocimiento" de los límites que nos definirían per secula seculorum). En ese marco, sospechamos que esa pretensión inalcanzable de sabiduría sea una completa absurdidad al servicio de las mismas justificaciones. El pensamiento vuela más allá del límite porque sencillamente no existe otra respuesta para poder hacer pie... es decir, para realizarnos como seres vivos tan poco resignados a perecer como los que no tienen conciencia de hacerlo.
Lo evidente es en todo caso que ese mecanismo ávido forma parte de los seres reflexivos que han sido capaces de sobrevivir de por sí, y que esto le ha permitido perpetuarse de un modo hereditario, es decir, imponiéndonoslo de generación en generación. Lo que no podemos dejar de deducir por ello es que en la respuesta al hábitat que representó el propio grupo, la respuesta de la especialización eficaz permitió a su turno su asentamiento y proliferación. El individuo particularmente reflexivo nace y se perpetúa en ese marco, donde su cualidad fresulta reconocida como valiosa y donde este individuo específico supo legitimarla (en la forma de brujos, sacerdotes, adivinos, profetas... y por fin filósofos y científicos). Lo que explica el resultado inevitable actual tanto como el fracaso de los sueños de Sócrates y sus sucesores (de lo que hablé y habré de seguir hablando en términos más específicos).
Precisamente, Strauss, leído tan "bien" como a su vez él entendía que había que leer a todo pensador -y yo creo que lo hacía-, nos lleva hasta el mismo umbral de la conciencia humana al respecto. Según él, Sócrates se orienta hacia el hombre como medida de todas las cosas al descubrir que el todo es inabarcable, y por fin reduce su filosofía a lo político, es decir, a lo presente y a lo cercano pero también a lo que puede permitir al hombre fundar las condiciones para alcanzar el preciado todo... Sin duda, parece obvio que todo cuanto contribuya a eliminar obstáculos nos acercará a ese preciado Paraíso Terrenal en donde lo sabremos todo y en donde sabremos exactamente qué hacer... en donde, por ende, seremos más que hombres, tal vez semidioses, tal vez superhombres... Y uno de los obstáculos principales para ello, que el hombre reflexivo ve ante sí de inmediato, es su propia sociedad. Una sociedad que dificulta el acceso a la sabiduría a causa de sus exigencias inmediatas así como de su estructura.
En realidad, todos los hombres, en todo caso a excepción de los gobernantes en un momento dado, sufren las consecuencias de la sociedad que les es impuesta (siempre nacen en ella y se ven obligados a hacerse en ella un lugar haciendo uso de sus habilidades principales). Pero mientras la mayoría, la que se ha visto compelida a proletarizarse de una u otra forma, no deja de soñar -mientras haya espacio para ello- con un gobierno que sacie sus apetencias de paz, de seguridad y de comodidad (basados en al menos en unas garantías de supervivencia básicas), una minoría sueña con el gobierno ideal.... aunque sin la menor voluntad de arriesgar sus propias paz, seguridad y comodidad. Y en ese sueño, acaba por justificar el objetivo de saberlo todo, de saber todo lo posible del Todo, de aspirar a desvelar el misterio de la vida y de la muerte.
"El hombre es un ser finito e incapaz de conocimiento absoluto; el conocimiento mismo de su finitud es finito", decía Strauss ("Una introducción al existencialismo de Hidegger", en "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu Editores, Bs.As.-Madrid, 2007, pág. 93 -el resto de las siguientes citas pertenecen a esta edición salvo que se indique lo contrario-) sin dejar de reconocer que "En verdad, no podemos dejar de preguntarnos sobre el origen y el destino, o sobre el todo" (pág. 92), de reconocer que uno de sus mayores maestros (Nietzche) no era sino "un ateo a la espera de un dios que todavía no se había mostrado" (pág. 97)... como la mayoría de los eruditos de hoy siguen reflejando en sus discursos.En su análisis, Strauss concluye otra vez:
"...el "Sein" no es el fundamento del hecho. Si tratamos de entender el hecho de que la raza humana es, y para ello la rastreamos hasta sus causas y sus condiciones, encontramos que la totalidad del esfuerzo se guía por una concepción específica del "Sein", una concepción dada o enviada por el "Sein". (...) comparables a la cosa en sí de Kant, de la que no se puede decir nada ni, en particular, si contiene algo sempiterno. Heidegger menciona esta réplica: no se puede hablar de nada que sea anterior al hombre en el tiempo, dado que el tiempo es o sucede sólo mientras el hombre es. (...) es o surge tan sólo en el hombre. El tiempo cósmico, el tiempo mensurable por cronómetros, es secundario o derivado y, por consiguiente, no se puede apelar a él ni utilizarlo en una consideración filosófica fundamental. (...) Pero, no obstante ello, parece lleno de sentido y hasta indispensable hablar de "antes de la creación del mundo" y (...) "antes de la aparición del hombre". Al parecer, es inevitable preguntar qué es responsable de la aparición del hombre y del "Sein", qué los trae de la nada, porque ex nihilo nihil fit (nada se hace de la nada). Esta es una gran pregunta para Heidegger, quien dice: " Ex nihiloomne ens qua ens (Todo ente sale/emerge de la nada en cuanto ente)..." (pág. 103).
Algo, en fin: "... tan elusivo como..." "el Dios bíblico" (íbíd.).
Nuevamente, como y con sus predecesores, Strauss nos ofrece una respuesta que no oculta su inevitable vocación tramposa: acércate hasta donde yo he llegado, parece decirnos, cuando en realidad "allí" ya se está sobre el abismo.
Y, por fin, una y otra vez, de una u otra manera, concluye definiendo el verdadero espacio en el que se debate el hombre: Lo Político (en "La ciudad y el hombre" insiste en esto en especial). O, en otras palabras, en la convicción (evidente) de que el hombre no puede postergar sus juicios, no los puede postergar ni evitar; no puede, en fin, dejar de responder a las urgencias que le impone la vida cotidiana, a "la necesidad a la que todo ser pensante está sometido" (pág. 68)... mal que le pese, mal que lo sufra.
Así, es evidente que a pesar de que no son ni pueden ser certeros o absolutos, esto es, afirmados al margen del tiempo y del hombre de carne y hueso (por no decir... objetivo o concreto, lo que representa indudablemente otro caso elusivo y correoso como el de la pescadilla), el ser pensante necesita de esos juicios para enfrentarse a las necesidades cotidianas que materializan su estancia y su ser, que le dan al tiempo esa objetividad que notamos y que se nos impone. Sin duda, debemos llegar hasta la aceptación de que es la necesidad de responder con eficacia básica la que nos ha llevado y nos lleva a responder con la fantasía y con la especulación proyectivas.
Ese es el único núcleo posible de toda epistemología que pretenda dar con el por qué del conocimiento y de la conciencia así como con el por qué de sus búsquedas y descubrimientos, de sus obras particulares y sucesivas... al menos en base a los datos históricos con los que contamos desde su existencia. La propia restricción kantiana y luego la positivista, impone ese marco de referencia y lo desborda. Si sólo se puede hablar del tiempo del hombre y de su manera de describir el mundo, hay que acabar por explicarlo, y ello... lleva al ser del hombre y del mundo, nos devuelve a las preguntas sin respuesta... a las que no por nada contesta de una manera particular el hombre, cada hombre, y de una determinada manera que sin alternativa nos conduce a él, a su concretitud más estricta o rigurosa. Por eso Strauss, en el umbral de la "verdad posible", nos ofrece La Política como nuestro espacio real y como la única referencia que da significación a nuestros discursos.
En definitiva, es nuestro ser el que nos impone la búsqueda de su misterio y es nuestra espacio el que determina sus contenidos y su uso. Y lo hace porque lo necesita.
Observando por otra parte el hecho de que los diferentes hombres no resuelven del mismo modo ese imperativo doble de sobrevivir en el mundo y de hacerlo a través de una conducta social, Strauss señala la prioridad de una sociología que comprenda lo que hace y por qué lo hace el hombre. Y aunque ello también deba ser igualmente explicado, y lo sea, en base a su indudable sueño político de una sociedad que ampliaría y asceleraría el descubrimiento de esa evasiva verdad, de ese evasivo sentido de las cosas... En definitiva, cabe observar de paso que el propio Strauss se resistía a abandonar toda esperanza ante el infierno, esperanza que sin duda le hacía soportable su compromiso político... Inevitablemente, de vuelta en el círculo vicioso en el que estamos atrapados.
Desde esta perspectiva, tal vez menos noble o elevada para el hombre que tanto desearía alcanzar el estatus de los dioses, La Realidad va poco más allá de la Realidad Política o al menos toda ella se sumerge en ella, siendo el lugar efectivo donde ocupan su lugar desde el Universo físico hasta el genético, desde las teorías de la evolución hasta las de las cuerdas, desde la matemáticas hasta la metafísica y todos los discursos. El Universo se reduce operativamente en el fondo a La Ciudad y a su supervivencia y superación según las necesidades que experimenta cada uno de sus grupos. En esta interpretación se explica la conclusión filosófica decisiva de Strauss que lo lleva a reducir toda la Filosofía al marco de la Filosofía Política. Lo que no invalida sino confirma que todo ese Universo, toda esa Realidad... está ahí, sirviéndonos para autoexplicarnos -qué más puede interesarnos- y permitirnos seguir cumpliendo con nuestro imperativo vital derivado, como no puede ser más lógico, de su existencia; algo que el propio resultado que somos y que nuestras obras reflejan afirma. Las propias negaciones y variantes especulativas no pueden comprenderse sino es desde este ángulo, es decir, como necesidades propias de una idiosincrasia. Y esa idiosincrasia es la que nos fuerza a no poder, al mismo tiempo, ser reflexivos y silenciar el discurso y las tomas de posición ante el mundo que esa reflexividad produce (como también decía muy coherentemente Strauss). Y conduce, aunque sólo sea para satisfacer esas necesidades, a que esa facultad apunte más allá de los límites de lo desentrañable. En función de las exigencias cotidianas, reunidas a fin de cuentas en Lo Político, es un hecho que el sistema neurológico del hombre se orienta hacia un exceso o desborde inevitable de la capacidad de reflexión, no sólo a pesar de no necesitarlo estrictamente, sino de la necesidad psicológica (existencial) de teñir esa investigación lejana como algo más, como por encima de la supuesta mezquindad política que la habría motivado (calificación de mezquindad, por cierto, derivada de la mala conciencia que a su vez nace de reconocerse demasiado animal).
El hombre, vinculado a la Tierra y a una época concreta, en el momento de su discurso y de su compromiso... no sólo acepta violar sino hasta tergiversar la verdad hasta el momento previo así considerada y respetada, la referencia objetiva, cuando las circunstancias lo obligan a ello. ¿Y cuáles "son" o pueden ser consideradas tales? Siempre los cambios imprevistos o mejor dicho no deseados; lo que se impone al deseo de que "todo siga como hasta ahora"... "mejorando" de manera ascendente. Hasta en el día a día, el hombre se ve necesitado de mentir y de mentirse (o engañarse), de negar el movimiento de la realidad, la variación de la misma... En ese sentido, es obvio que lo que se asume como objetivo no se vea cuestionado sino por ese movimiento... que la verdad asimilada y asentada podría durar eternamente... salvo por ese constante estado de perturbación que nos rodea y nos sacude...
Es así como, por lo visto, funciona, lo que, sin embargo, no puede ser comprendido con el instrumental cultural al uso (el racionalismo de cuya base Strauss decía, con Nietzsche y con Hidegger, que era "una suposición dogmática" -pág. 99-) y debe ser minuciosamente desmenuzado so pena de dar lugar a inútiles "observaciones críticas" que en última instancia también pueden y deben ser explicadas precisamente desde la misma asunción. Pero lo que de entrada podemos apreciar es que responde a la preocupación del hombre por comprenderse a sí mismo al tiempo que a la dificultad insalvable que el hombre experimenta ante lo que excede su capacidad de indagación, es decir, a una reacción un tanto despectiva, de despecho y resignación al mismo tiempo, kantiana, con respecto al "problema de la verdad".
Así, Strauss, en particular de la mano de un Tucídides que "contempla la vida política en su propia luz; (que) no la trasciende; (que) no se ubica por encima de la agitación, sino en el medio de ésta; (que) se toma en serio la vida política tal como es..." ("La ciudad y el hombre", "III - Sobre la Historia de la Guerra del Peloponeso de Tucídides", Katz Editores, Bs. As., 2006, pág. 201), acabó aceptando y asumiendo la superioridad de Lo Político sobre lo Trascendental, incluso a observar que esta instancia indudablemente subjetiva se hallaba subordinada a la primera y en todo caso debía dar cuenta ante ella.
Una concepción que no por nada alejaba a Strauss de la peregrina y utópica idea anclada en el racionalismo de que por medio de la razón o de sus argumentos, es decir, por mediación de la Retórica, se podría convencer a unos u otros para que fueran en la dirección que se supone es la verdadera. Todo un conjunto de piezas que se definen unas a otras y se dan cohesión interna. Todas presentes por otra parte en todos los discursos reflexivos que se justifican en una u otra variante de la capacidad de representación de la humanidad en su conjunto por medio de la propia voz, y que desembocan igualmente en la imposición y en la coerción como único medio efectivo.
Porque si nos devanamos los sesos rebuscando más allá de la ciudad (construyendo telescopios, empezando por los ópticos y acabando por los radiotelescopios, empezando por las lupas y acabando en los microscopios atómicos, empezando por las cometas y acabando por los satélites y las las naves espaciales...) es porque comprendemos que más allá de ese presente que escapa, de la situación frágil e inestable a la que tememos... hallaríamos la causa que nos interesaría extirpar.
De ahí la situación ridícula y, por ende, trágica de que ni se pueda negar que lo "real" exista ni se pueda afirmar que aquello sea real (concepto que no puede ir más de lo que dice nuestra propia formalización). Podemos asumir que no estamos apresando el verdadero río (como Heráclito supo expresar) pero no podemos dejar de considerarlo real en el sentido indicado, es decir, más o menos predecible (esto por vía de la construcción mental de su "esencia", de su "concepto", de su apriorismo, de su "modelización", incluso de su "secuenciación" mediante formalizaciones cada vez más dinámicas y pretensiosas, cada vez más esforzadas por apresar lo que se escapa irremisiblemente). La conciencia de esa angustia que nos mueve nos hace rebotar de nuevo en un intento vano pero necesario.
La conciencia (trasmitida hacia adelante, del presente hacia el futuro, de manera inevitable más que voluntaria, por las diversas formas, cada vez más sofisticadas, de comunicación , de información) nos dice que se pueden recibir de allí fuera (el interior desconocido también se nos aparece como externo u objetivo: el homúnculo interior que se emergió un día en el hombre de modo un tanto independiente y díscolo, lo facilita sin duda) los múltiples peligros potenciales (desde meteoritos hasta la extinción del Sol pasando por los efectos que produce la vida y el pensamiento así como de los incontrolables movimientos de la Tierra, de los continentes, del mar...) y obtener unos cuantos recursos instrumentales (al servicio del poder posible... que en principio cree que será el que existe o en el que sueña) pero hasta eso tiene una razón política, próxima, social de ser más allá de la innegable obtención de datos que alfombran el poder futuro del hombre y el presente de sus mecenas, empleadores y soberanos.
La ontología y la epistemología son ambas formalismos. Movidos a base de otros obstáculos habríamos desarrollado otras, pero ninguno de esos "multiversos" posibles es el nuestro... aunque alcancemos a tener conciencia de su posibilidad (otra consecuencia de nuestra idiosincrasia imperfecta y desbordante) con la que podemos jugar pero no confundirnos. Todas ellas abandonables en cuanto necesitemos actuar sólidamente o con urgencia. Dejarse llevar, no obstante, es también pensar y crear, para los demás, para los que nos heredarán, para los que nos traicionarán con cierta probabilidad más o menos obligados por las circunstancias... lo que a fin de cuentas nos seguirá reproduciendo más o menos como somos aunque con una teoría diferente y hasta ciertos límites eficaz.
La voluntad de sobrevivir se convierte en voluntad de poder y esta no somos capaces de imaginar hasta dónde o a qué nos llevará...
Pero somos prisioneros de ese imperativo... estamos "sometidos" (pág. 68) y tal vez no seamos precisamente los más reflexivos los más aptos para continuar la marcha... a pesar de los sueños de Sócrates y sus discípulos. Curiosamente, la marcha nos lleva al descubrimiento de nuestra índole trágica (Strauss, Nietzsche) y ello, como ya he dicho otras veces, a la parálisis. ¿Qué se impondrá: el ser sobre la conciencia o ésta sobre el ser? ¿Será el ser capaz de contenerla, de domesticarla, de reprimirla, de engañarla... como se pretende hoy en día por lo visto? ¿O ésta acabará imponiéndose, dándole por fin una feroz y quizás mortal estocada? ¿Llegará a verle a ello algún sentido...? Si no lo llega a ver... el ser (La Vida, diría Nietzsche) habrá triunfado... tal vez a costa de dejar de buscar inútilmente y de aceptar una vida sensitivamente satisfactoria, una vida... erótica de la que no tenga por qué estar excenta la buena lectura, la buena "escucha de los muertos con los ojos". Las perspectivas, lo reconozco, lo confieso, son para mí "enervantes" (pág. 78). por ello, mi sueño, lo reconozco y lo confieso, es que al menos quede eso.