viernes, 4 de diciembre de 2009

Una lanza rota... (2): el "meollo" positivista "a golpe de martillo", para que haga "mella"

Aquí vuelvo para seguir cumpliendo con lo que le prometiera a José Luis Ferreira en relación a su "Réquiem..." positivista (1) con el siguiente largo y beligerante post, prologado en la ya extensa y beligerante entrada precedente, y complementado con las acostumbradas largas y beligerantes notas al pie. Espero zanjar en breve el compromiso, aunque sin la más mínima pretensión ni la más mínima ilusión por mi parte de agotar el tema de fondo que tantas décadas e incluso siglos lleva en el candelero, y que, casi con seguridad, lo seguirá llevando a pesar, me temo, tanto de los esfuerzos de algunos "mohicanos" legendarios entre los que me cuento, como de prematuros "réquiems" como el que José Luis (en adelante J.L.) entonara con una brevedad que no siempre resulta necesariamente buena. En todo caso, una brevedad que yo no suelo ofrecer, lo reconozco, aunque sea la más apropiada para un blog, según se dice (¿acaso porque la blogsfera debe considerarse un espacio de corralas más o menos superpuestas donde en principio sólo se debería asomar uno para chismorrear con los vecinos -y donde yo no sé qué hago ni para qué lo hago-?).

En fin, digresiones de por medio, lo cierto es que le encuentro algún valor a levantar la voz contra lo que entiendo no son sino crecientes expresiones de un fenómeno que no cesa de propagarse (la famosa "crisis de nuestro tiempo", como muchos la han llamado desde diversas ópticas) y que se atribuyó orgulloso el nombre de posmodernismo (2). Voz, en fin, que alzo porque no puede callarse (como le dijera a J.L. en un comentario) a pesar de la convicción teórica (intuitiva y antropogénica, por cierto) que me embarga de que será mínimamente útil para cambiar algo (lo que no debería ya pretender en absoluto), y que en particular, no podría serlo: ni (a) para convertir a los positivistas en tanto sigan siendo especialistas dependientes del Estado y de las Grandes Empresas de manera combinada, ni (b) para detener o desviar o incluso sobrevivir individualmente al colapso que la progresiva ausencia de significación en marcha a la que todos asistimos dibuja en el horizonte como parte complementaria, no planeada pero sí utilizada y retroalimentada por la burocracia dominante, de su irresistible ascensión hacia el Poder por el Poder que la caracteriza. Estos asuntos forman parte de mi sociología y de los principales posts que los tratan hice una lista al pie del mencionado Preámbulo.

En fin, aunque pueda parecer grandilocuente y hasta arrogante, creo que sucederá como tantas otras veces en la Historia en que las manifestaciones temporales y tendenciales de colapso sean consideradas por sus propios causantes-víctimas como algo indigno de atención o lisa y llanamente como algo despreciable e increíble... Creo que les va la vida en ello -en particular a tenor de la tesis (a) del párrafo anterior- aunque en ello les vaya también la muerte (3).



Un discurso minimizador (4)

Es justamente lo que resulta de la apresurada brevedad de J.L.... Y, ni más ni menos, bajo la sincera pero contradicha fidelidad a la verdad y esa vocación de búsqueda del conocimiento que todos esgrimimos y con la que todos nos justificamos... Un hecho paradójico tal vez para la mayoría de quienes lo declaran convencidos de la propia honestidad, pero nada que no pueda ser explicado sin apelar ni al relativismo posmoderno ni al dogmatismo de rigor que acaba siendo extremadamente condescendiente con los propios y, en el mejor de los casos, sugiriendo terapia y/o reeducación para los otros.

Dos cosas, en fin, que... ja..., permitidme (o no, si preferís) que me ría, son, al mismo tiempo, las que la minimalización o reduccionismo posmoderno, y su consecuencia el dogmatismo cada vez más veces
táctico o vacío de significaciones, termina banalizando y por tanto despreciando. J.L. lo evidencia al decir que dice... lo que "se me dice", es decir, de aquello que tenemos que suponer debió "escuchar", quizás "de paso", y que tal vez haya "estudiado un poco" y que, en todo caso, en el estilo que la blogsfera impone, haya "debatido...". Y con estas armas (!!), y esas simples declaraciones desconcertantes, es con las que tiene el coraje de acusar a generaciones enteras de pensadores occidentales de... "especuladores", es decir, de etiquetarlos de la más evidente de las maneras al uso por esa posmodernidad a la que me he referido, aplicándole así a casi toda la cultura humana bienintencionada, al menos mejor intencionada que la que J.L. y tantos como él, , consciente o inconscientemente, promueven y de la que, se lo crean o no, son sus subproductos; aplicándoles, en fin, todo el peso de la opinión dogmatizada dominante. que retroalimentan en base a la necesidad señalada en mi tesis (a) arriba mencionada. Insisto, remarco, alzo la voz, acuso...

Y, señoras y señores, contendiente y, si cabe, amigo mío, éste es un punto idóneo para que de no querer saber nada más de todo
esto o de uno mismo, pique en la familiar X de la pestaña democrática de la ventana donde se ha abierto esta página y vaya a beber de otros oasis en procura de consuelo... si no se tratase de algún sediento de sensaciones masoquistas o sólo pretendiese un poco de pelea. De lo contrario, espero con cierta ingenuidad e inevitable resto de esperanza, que esté dispuesto en este punto a "dejar el miedo abyecto y toda cobardía dar por muerta", como encabezara Dante el portal que conducía a su Infierno imaginario (Divina Comedia, Canto III, verso 14). Señoras y señoras, entremos juntos en ésta, una de mis pinturas del Infierno (5).

Lo cierto es que J.L. asegura, en términos taxativos y absolutos, y ni siquiera
aclarando que se trata sólo de una simple elección propia (veremos que no realmente libre), que "lo único que importa" sería "ofrecer unas mejores líneas de investigación" (esto lo tomo de un comentario suyo en el que defiende un post posterior sobre los mismos asuntos).

J.L., indudablemente, ha tomado estas convicciones de las de aquellos que construyeron el discurso del positivismo lógico (Russell, Mach, etc.) sin profundizar en ello, tal vez porque hacerlo sea una de esas cosas sobre las que se deba callar porque no "se puede decir claramente", de acuerdo con las palabras de Wittgenstein que él dice
preferir... (una elección por lo visto que resuelve todo, o al menos lo necesario... para el movimiento o la marcha, del mismo modo que Russell al operar con el Tractatus: tomando lo que apetece, sin comprenderlo... e, incluso, tergiversándolo -6-).
Lo que en cualquier caso J.L. no nos dice (en el mejor de los casos, dejándolo a criterio de nuestro buen sentido común, ése que siempre favorece la melindrosa pero valorada tolerancia a la que es tan afecto el posmodernismo) es el por qué y el para qué de una "mejor investigación", es decir, a... como él mismo califica... "lo único importante". ¡Eso, faltaba más, no es discutible... aunque no sea... metafísico! ¿O es que sí lo es? ¡Aj... fuera del todo con preocupaciones especulativas de esta índole!; esto es: ¡admítase sin más!

Aceptemos, pues, que J.L. no nos lo dice ni más ni menos porque da
por sentado que todos lo sabemos... y que todos estamos de acuerdo con ello... que se trata de algo así como verdades (¿intuitivamente?) lógicas y suficientes, que en todo caso... "Dejó (léase dejaron) de tener sentido cuando supimos hacer ciencia", como se atreve a afirmar en esta época que será sin duda la cumbre por fin alcanzada por el hombre o algo así (afirmación que difílmente yo consiga rebatir con más arrogancia de lo que ha sido aquella formulada).

A J.L., en cualquier caso, ni se le pasa por la cabeza poner en cuestión esa
certeza, ni darse una explicación causal y lógica de su origen y de sus efectos... lo que de por sí es demasiado parecido a suponer que lo sabe por... "Revelación" o "Tradición": y es que no hay más... salvo... que se lo haya procurado... "la investigación" misma. Pero esto, si me permitís, voy a descartarlo: la investigación a la que se refiere J.L. es la empírica, la "verificable" mediante demostraciones, como él mismo señala, y, que yo sepa (estaré muy interesado en darme por enterado de cualquier novedad que alguien difunda al respecto, no hay forma de comprobar empíricamente que esa actividad humana, llevada a cabo hoy en día por especialistas de especialidades cada vez más acotadas y sofisticadas, represente el sentido absoluto o teleológico de la misma humanidad y por ende de la vida en la que aquella ha derivado: "mejorar sistemáticamente la investigación empírica" equivale simplemente a reducir al hombre al estatus de una hormiga obrera; y no porque el hombre tenga una teleología de un grado superior, sino simplemente porque su idiosincrasia cuenta con una herramienta más compleja y sofisticada que se le impone... que no puede reprimir como recomienda fuertemente el positivismo; que lo desborda, que lo induce a... preguntarse ¿por qué? y ¿para qué?, pueda o no contestárselo, sienta o no que sirva para algo... apele para ello a lo que sea, llámese budismo o cristianismo, ética protestante o deber ser kantiano, etc. Bueno, aclaremos algo ya que yo mismo he caído en la trampa de mi propio grupalismo: a quienes desborda, a quienes induca la realidad a interrogarse... no es a todo humano que camina y produce, sino... al filósofo (algo que tal vez J.L. no se sienta o no quiera ser, y de lo que sin duda están cada vez más lejos no sólo el pueblo llano y los burócratas que gobiernan, sino los especialistas, esos otros burócratas que sin embargo "filosofan").

Tendremos pues que ingeniárnosla sin la respuesta de J.L. -que persisto en suponer que considerará obvia e innecesaria al presuponer que responderá con el silencio acorde con su propia coherencia- y con el silencio del positivismo, y entresacar, mediante una
buena lectura, una lectura si cabe antropogénica, que yo no pienso reprimir aunque me amenace de condena alguno de los diversos cielos con sus diversos dioses, qué considera J.L. importante no sólo para él sino, por lo que demuestra la propia materialidad de su discurso, para la humanidad entera e, incluso, para todo su futuro... ¿o sólo le preocupa el hoy... el preciso momento en el que se ha alcanzado la cumbre?

De
lo que no es posible hablar... hay que callar, dice el credo positivista, y lo siguen repitiendo sus adeptos de hecho o de derecho... a pesar de Wittgenstein que lo dijo justamente en un sentido opuesto al que interpreta, con Russell, J.L.: no se trataba de aquello que no fuera posible decir (¿quién lo legisla, por otra parte?) sino de aquello que "no valdría la pena" decir... ¡"porque se muestra"! (7); algo que no admitirá nunca J.L. ni el positivismo como "posible", que para ellos es "inadmisible" o en todo caso "místico", como diría Russell. Sea o no verificable tanto como sus propias afirmaciones y su elección arbitraria (aunque causal, insisto) de las etiquetas que aplican a los cajones del dogma: ser o no ser... decible, ser o no ser lógico, ser o no ser... sea lo que sea el ser y demás "especulaciones" innecesarias, perversas, malignas o... ¿reaccionarias?

Un proyecto, el de Wittgenstein, que en realidad fue reducido como tantos otros tras ser ideológicamente interpretado como he anotado, por su
círculo de amigos y por Bertrand Russell en particular, para acabar legándoles a los agitadores y propagandistas de servicio las frases que no dicen nada de nada y lo que dicen sin decirlo resulta todavía peor -y, aunque con pleno derecho de usar una argucia como esa en el combate de la vida, no en el de permanecer cómodamente en las sombras, cobardemente hasta para mirarse al espejo, sin expresar su verdadera intención dominadora ni sufrir por la desubicación a la que se verían sometidos por la realidad y el tiempo: eso que tanto torturara a Wittgenstein y tantos otros filósofos honestos y desesperados por encontrar una respuesta (8)-. Y en este doble marco, se despliega la cuestión; ¡el meollo!

Aproximaré pues
la lupa, instrumento que ya se sabe que distorcionará algo lo observado debido a su mismo uso y su utilizador... sobre ese "meollo del meollo" y fijaré la primera pregunta que J.L. seguramente, como he dicho, debe considerar obvia:

¿Para qué podría sernos de interés (¿útiles?, ¿artísticas quizás?) contar con "unas mejores líneas de investigación", ese objetivo en cuyo nombre y necesariamente se le pide al Estado que en ese ámbito no utilice tijeras?

... Pero, para no hacer interminable este "ensayo" y permitir a quien haya llegado hasta aquí rumiar lo ya expuesto, eso será en una próxima entrega (que subiré en unos pocos días).


* * *


Notas:

(1) Cuando le quise hacer ver a J.L. que su diatriba contra "la metafísica" escondía la pretensión de acabar con la filosofía, me contestó poco menos que "¡vade retro!", aleccionándome con un postulado extraído de la teoría (elemental) de conjuntos, en concreto: que "Se puede acabar con una parte sin acabar con el resto del todo sin ningún problema. Pareciera que piensas que la filosofía fuera un organismo animal o algo así. En todo caso, si se acaba con un todo nos quedamos con otro todo, tampoco me parece mal. Se pudo acabar con el mito y la religión, como se puede acabar con la metafísica" (véanse los comentarios al post de referencia). Pero no sólo si se le extrae el corazón, el cerebro y hasta el hígado a un animal éste... se muere y... "el todo" que "queda" es otra cosa muy distinta, estrictamente opuesta salvo por estar igualmente compuesta "por átomos y vacío", concretamente, queda... un cadáver. Y eso es lo que quedaría, como veremos, de la filosofía si se reprimen sus interrogaciones parcial o totalmente, o sea acerca de cosas que el filósofo-hombre experimenta, física y mentalmente, o sea si se la amordaza. Veremos esto con más detalle, incluyendo el grado en que J.L. practica esa antifilosofía... seudofilosóficamente.

J.L. cree hablar claro cuando habla en términos de preposiciones y silogismos, elementos y conjuntos, pero, apenas ir un poco más allá ya es hacer, sin duda, metaciencia, metafísica y hasta metapolítica... Si J.L. reconociese algún "sentido" a lo que hace, de manera explícita, ese "sentido" introduciría a Dios mediante su máquina (deux ex machina, para entendernos) y ahí afloraría la causa que J.L. defiende en otro terreno aparte (como si lo fuera) en otros posts suyos: "el bienestar" de la humanidad. Este podría o debe ser el lema de su vida como de mayoría de los intelectuales humanos, pero ese lema es sólo eso: lema de una bandera, lema que se enarbola partiendo de apriorismos o presupuestos y de precondiciones y dinámicas cuya explicación recae en terreno filosófico, es decir, metafísico, meta-empírico, intuitivo, básicamente... humano y por tanto temporal, histórico, existencial, referencial, etc.... no absoluto.... pero necesariamente asumido como si lo fuera por ser precisamente... humano. Es en este marco donde la poco honrosa conducta del silencio russelliana sea eso, una pura cobardía... que favorece solamente a... ¡a los Grandes Hermanos que nos gobiernan! ¡Esa es la cuestión que cierra el círculo y su soga de la que tarde o temprano ellos mismos también podrían ser sus víctimas!

(2) Ese "Réquiem", en ninguno de los sentidos o aspectos merecería en sí mismo tanta enjundia y dispendio, pero, sin embargo lo es en tanto manifestación de esa corriente de matices aparentes (generalmente debidos a la falta de rigor con que la defienden sus acólitos y a los toques personales que ofrecen a cuento de lo mismo) que ha acabado por entreverarse, casi hasta confundirse, en condiciones de simbiosis cultural, con la más amplia del pensamiento posmoderno, pensamiento elemental en la superficie donde habita sin raíces, como un hongo; irregular y con cada vez menos contenido significativo, es decir, con menos referencialidad respecto de los fenómenos reconocibles y circunscribibles, que es lo que ha solido servir para entendernos... y no para creer que lo logramos (mientras en realidad... "ande yo caliente y ríase la gente"), mero torrente de afirmaciones dogmáticas y publicitarias, que es como deberíamos calificarla.

Se trata, a mi modo de ver, de un asunto importante, en tanto que hecho social; de un fenómeno que resume en él lo sustancial de nuestra sociedad presente, de nuestro mundo actual, de nuestro tiempo y de la mencionada "Crisis nuestra".

Más aún, me atrevería a aventurar que expresa, como quizás nunca hasta ahora en la Historia Humana (tómese como una convicción intuitiva y necesaria mía), la verdadera dimensión de la realidad humana (tómense estas expresiones como poesía). Para decirlo con una alegoría gráfica tal vez más efectiva: sería como si el caldo de cultivo en el habría surgido el ser humano habría llegado a su región de máxima maduración... con las consecuencias que de algo así, en el tan pequeño frasco de este mundo, se pueden derivar: en concreto pero siguiendo el símil, al cambio del hábito alimentario precedente por el puro canibalismo, aquí antropofagia, en nombre de la necesidad adaptativa y supervivencial de cajón; proceso que se estaría expresando en la pérdida definitiva del lenguaje, es decir, de la comunicación entre los individuos residentes en el mencionado caldo.

(3) Una simple pero ilustrativa anécdota que recuerdo haber leído hace ya varios lustros de la mano de un marxista particualmente dogmático que acabó pasándose a la teología (Roger Garody) y que usara para denunciar la "avidez burguesa". La misma describía la manera en que se cazaban según él los monos en alguna parte. Contaba pues al respecto que los nativos vaciaban un coco por dentro a través de un agujero adecuado para que entrara por él la mano extendida de los simios, hecho esto introducían trozos de algún dulce sólido dentro y los dejaban allí atados de algún modo a una palmera, desatendidos, para que los monos del lugar los descubrieran libremente y sin miedo. Al cabo de un tiempo, a los nativos les bastaba pasarse por allí y capturar aquellos que habían sucumbido a la avidez: los monos permanecían allí sin atinar a irse en absoluto, con el puño cerrado alrededor del dulce que, así, no podían sacar por el agujero disponible...

(4) En el estudio sobre el particular estrechamente vinculado a Gödell de cuya evolución intelectual se ocupa, Yourgrau lo plasma del siguiente modo: "El positivismo, una rama particularmente rigurosa del minimalismo intelectual (...) es una filosofía antifilosófica según la cual, la mayor parte de lo que ha pasado durante siglos por el pensamiento metafísico profundo no es nada más que confusión, debido a una comprensión inadecuada del lenguaje, el cual, a través del artificio, dirige la mente hacia direcciones equivocadas" (Palle Yourgrau, "Un mundo sin tiempo", Tusquets Editors, Barcelona, 2007, pág. 45). "...el positivista circunscribía su epistemología a dirigir su experiencia sensible y rechazaba cualquier proclama de visión o intuición de los conceptos por parte del teórico, o de los objetos abstractos por el matemático" (ibíd., pág. 49)

(5) ¿Puedo yo considerar que acuso con derecho y, sobretodo, que acuso sin ser yo mismo culpable? ¡En muy escasa medida: esto no es, a mi criterio, sino propio de los diversos grupos en los que nos dividimos irremediablemente los humanos; algunos a favor y otros en contra! Quiero confesar aquí, sin miedo abyecto ni cobardía alguna, que considero no tener derecho alguno a considerar mi punto de vista como Verdadero o Absoluto... pero sí me creo en el derecho de acusar a aquellos que actúan con la convicción de que lo tienen, lo confiesen o lo enmascaren. Me creo, en fin, en el derecho de sostener, con toda la fuerza de la lengua y del pensamiento, qué se encuentra a mi buen entender (qué intuyo) detrás de esas convicciones, de las de todos, incluso de la mía. Veamos si con ello me aproximo siquiera al problema; a eso que Nietzsche denominara "el problema de la verdad".

Precisamente, cuando leemos a J.L. y a los positivistas y racionalistas, declarados o no, y en especial a los de la última hornada nacidos en plena era posmoderna, me invade la sensación de que las cosas no parecen importarles demasiado. Sus declaraciones están ahí y se reiteran acerca de que se busca la verdad, etc., pero más bien parecen apuntar a la simple recolección y a la simple trasmisión o entrega de datos... datos provenientes de "su investigación". Eso parece, repito, salvo que esas declaraciones sean síntesis apretadas y posmodernas apropiadas para "un post", en cuyo caso, ¿no sería mejor no haberlo ventilado?, y, en cuyo caso, aún se puede profundizar y aclarar... para lo que, previamente... el debate debería importar mucho, mucho más, quiero decir...

Lo que parece claro y explícito a tenor de las declaraciones de J.L., es que no interesándole en absoluto aquello que tenga que ver con la ontología y la metafísica, igualmente le dedica un "Requiem", lo que evidenciaría que sólo le interesa con el fin de denostarlas, de etiquetarlas... sin que se reconozca nunca, claramente, por qué. Lo cual nos obliga a desentrañarlo, esto es, a incorporarlo a una narración coherente, causal, y no a hacer como los posmodernos y atribuirlo al puro azar o a la pura libertad de opinar o... a no decir de ello tampoco nada de nada...

Lo que es inegable y no es negado, es que J.L. sigue al positivismo en su voluntad inconsecuente de "fundar la ontología en la epistemología" y en extirpar la metafísica ("partes" con las que
a su criterio la filosofía puede ser o seguir siendo)... reducida, como las matemáticas, a una serie de reglas formales: la lógica, las mediciones. Sólo, en fin, al servicio de... la técnica, de la... "ingeniería", como dijera Einstein, para quien, con Gödell, "la filosofía sin ontología era una ilusión, y la física sin filosofía se reducía a ingeniería" (según cuenta Yourgrau op.cit., págs. 141-142). En las palabras de Gödell: "Los positivistas tienen la tendencia de representar su filosofía como una consecuencia de la lógica, para darle dignidad científica" (ibíd., pág. 232). ¡Es indudable que J.L. se vea reflejado aquí! Habrá que profundizar en el por qué, a mi criterio, esto no representa un valor con significado positivo alguno, sino todo lo contrario, así como por qué ese criterio no se puede sostener... salvo que los hombres nos reduzcamos a miembros de un enorme y productivo hormiguero... una perspectiva que el propio hombre abriera sin poderlo evitar y en la base de cuya deriva se encuentra, a mi modo de ver, o intuir... el propio hombre como resultado (algo que explica, pues, todas las ontologías y epistemologías combinadas, es decir, toda filosofía, toda... metafísica).

(6) Sin duda, lo que vislumbra el propio Wittgenstein al opinar a la vista del prólogo que escribiera Russell para su obra: "Me temo que no has comprendido mi aseveración fundamental (...) todo el asunto de las prroposiciones lógicas es mero corolario. El punto fundamental es la teoría de lo que puede ser expresado (gesagt) mediante proposiciones (...) (..., lo que puede ser pensado) y lo que no puede ser expresado mediante proposiciones, sino sólo mostrado (gezeit); creo que esto es el problema cardinal de la filosofía" (carta a Russell citada en la Introducción de Isidoro Reguera y Jacobo Muñoz de 1986 para la edición mencionada del Tractatus, pág. 15).

Como bien dice Yourgrau: Wittgenstein, "su héroe, no era positivista" ya que "aquello sobre lo que había que guardar silencio era lo que más valor tenía" (op. cit., pág. 47; ver más en págs. 213-214).

No es de recibo que Russell optara por interpretar convenientemente el Tractatus y lo redujera al mencionado icono de su movimiento político. Ni que, manteniendo sus propias preferencias por encima de una buena lectura, acabara, simplemente, concluyendo que Wittgenstein "se había convertido por completo en un místico..." (citado por la Isidoro Reguera y Jacobo Muñoz en Introducción del Tractatus ya citada, pág. 19). El icono, de todos modos, ya estaba firmemente instituido... se había convertido en una existencia, y una existencia socialmente útil.

¡He ahí la cuestión; lo fundamental de la cuestión!

(7) La resumida (resumen de digesto) versión adoptada por el Círculo de Viena a modo de icono autoidentificativo desinteresándose de comprender a su colega, o sea dando por obvia su propia y conveniente interpretación, queda cuestionada de muerte por el párrafo 6.522 det Tractatus: "Lo inexpresable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico." (Ludwig Wittgenstein, "Tractatus logico-philosophicus", Alianza Editorial, Bolsillo, Madrid, 2003, pág. 131) o "No cómo sea el mundo es lo místico sino qué sea" (ibíd, 6.44, misma página).

Un asunto que pone en evidencia el problema de los filósofos y lo que ellos consideran el problema de la Filosofía, problema crucial que cruza todo el racionalismo y define su pretención y su frustración consecuentes y hasta simultáneas, y que dejan enteramente la cuestión fuera de la Lógica, la Epistemología y el Lenguaje... en terreno de la... Metafísisca. Pero volveré sobre ellos a costa de J.L. que, como he dicho... es más entretenido.

(8) Aparte del las raíces y las implicaciones sociales que considero decisivas para comprender este fenómeno, ésta óptica lleva, al querer "evitar toda mera hipótesis", como bien dijera Frege, a quedarse "simplemente con las ideas. Todo se disuelve en ideas, incluso los rayos de luz y las fibras nerviosas (...) a partir de las cuales él empezó (el científico). Así, al final, él mismo socava los pilares de su propia construcción." (citado por Yourgrau, op.cit., pág. 54).

No es pues de extrañar que por muchos "requiems" que se eleven... la mística en sus diversas construcciones imaginarias, siga viva
como alternativa entre los mismos científicos y la sigan buscando sin remedio (véase el regreso a la sacralidad que propone Kaffman desde su particular "ateismo") o la mantengan como fe ciega en las demostraciones. El caso Shrödinger, a quien cita Kauffman "sorprendido", es, a su pesar, un caso similar (ambos de raíz moralista con elementos schopenhauerianos y platónicos) que en su "Mi concepción del mundo" acaba negando toda posibilidad de "mantenerse en marcha" a las prácticas científicas sin metafísica, tornándolas "incapaces del más mínimo progreso" (Editorial Tusquets, Barcelona, 1988, pág. 20). Esto, como uno de los múltiples peligros que su "defunción" representaría para él en todos los planos.

Como reconoce en 1971 Leo Strauss: "...es muy grande la tentación de desecharla ("la filosofía como ciencia estricta") en favor de la Weltanschauungsphilosophie" ("Estudios de filosofía política platónica", Amorrortu editores, Bs.As., 2008, pág. 59), tal vez por lo cual él mismo se interrogara veinte años antes sobre la diyuntiva "¿Progreso o Retorno?",
situando al primero de estos términos como el "problema" de la acutalidad (cosa que en realidad, a mi criterio, lo había conseguido ser desde unos dos siglos antes, y en última instancia a causa de aquello a lo que Strauss le atraía tanto "retornar").

Es evidente, aunque se lo pretenda negar con las consiguientes contradicciones e incoherencias que esto encierra, que "nuestra fe en la ciencia descansa también sobre una creencia metafísica", como concluyera Nietzsche al tratar el tema ("La Gaya Ciencia", "344 - De qué modo somos nosotros piadosos todavía", Pequeña Biblioteca Calamus Scriptorius, Barcelona, 1979, págs. 190-191). Nietzsche detecta la dependencia de lo moral en este asunto, pero sigue preso de su propio grupalismo. En todo caso, hace falta más detalle o más riqueza narrativa... seguramente
dolorosa, que dé cuenta del por qué y el para qué, lo que sólo puede conseguirse comprendiendo lo que somos y simplemente "de qué modo somos" (lo que pondrá en cuestión las pretensiones de los diversos científicos-filósofos mencionados y no mencionados y de los diversos especialistas, J.L. incluido). Al menos las pretensiones declaradas. Y revelará las inevitables, aquellas de las que sin duda se avergüenzan al extremo de disfrazarlas de altruismo genérico.

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