¿Qué queda, en todo caso, que se pueda concluir tras este esfuerzo que he llamado presuntuosamente ensayo, aunque más por su carácter tentativo que por sus pretensiones, y que debió haberme servido más a mí mismo que a quienes hayan podido leerlo?
¿Qué más allá de mi denuncia documentada contra el dogma más paradigmático de nuestro tiempo: el que caracteriza al cientificismo por su fe en el papel emancipador y mesiánico de La Ciencia; un dogma que sólo secundariamente, o en un segundo plano, ha conseguido ser un auténtico aglutinante social a pesar de las pretensiones y los sueños de sus sostenedores, aún latentes a pesar de todo, que consideraron y consideran una inevitable promesa de futuro la emergencia del mesías colectivo que desde el control absoluto de la sociedad convertirá a todos los hombres en "investigadores" -que no ya en "reflexivos"-; un dogma que se conserva siempre incapaz de ir más allá de los deseos debido a su idiosincrasia ambivalente y que por fin sólo ha reservado para sus sostenedores el rol de proletarios especializados en una sociedad cada vez más burocratizada, como ya he explicado y documentado en diversas ocasiones, y que por fin ha reducido los resultados de su práctica (los resultados de la investigación) a la función fundamentalmente política que a fin de cuentas tiene toda práctica inventada por el hombre, como también explicara abundantemente; un dogma que debe traicionarse para llevar a cabo estos roles sin cuyo cumplimiento esos investigadores quedarían fuera de La Ciencia tal y como ha sido instituida, es decir, tal y como existe dentro de las Universidades e Institutos, etc.?
¿Qué, además de volver a señalar la mezquindad disfrazada de altruismo y sabiduría, virtud y sentido de la justicia, amor a la cultura y a la humanidad, tras la que marcha impertérrito, siempre dispuesto a mentir, tergiversar, autoengañarse, traicionar... para que se siga "investigando"? ¿Qué, además de denunciar la última justificación, la justificación política por excelencia del Occidente bienpensante, que junto con el Progreso se inviste de Libertad siendo en realidad poco más que una apariencia que se denominó Democracia Moderna, una de los dos más sofisticadas promesas desconcertantes inventadas hasta ahora por el ser humano (la otra es obviamente el Comunismo); una justificación con la que estableció tras el aparente colapso de aquella utopía publicitaria y hasta nuevo aviso un verdadero matrimonio de conveniencia que le deja del botín algo más que un mezquino plato de lentejas por el cual se prestan a servir a los mitos principales (ya sea la manida "sociedad abierta" como la "justicia social" y el "bienestar" en que ponen su pie izquierdo... a pesar de todo lo marchado)? ¿Qué, por fin, sino señalar los cambios que se han ido produciendo a lo largo de la más reciente historia y que han dejado cada vez más en los huesos, cada vez más menguados como las caras de una piel de zapa, los alcances efectivos de promesas mencionadas en las que el mito y el dogma se fundan: un fenómeno que además de convertir a los investigadores en proletarios especializados deja pone al desnudo las mentiras del racionalismo, del progreso, de la justicia, de la felicidad, etc.? ¿Qué sino señalar por tanto la función encubridora que realiza hoy La Ciencia de la marcha burocrática global, ciertamente seudoracionalista, seudoideológica inclusive, una función cada vez más distante de su papel ideal, nunca seriamente desempeñado, una función que se reduce en lo político (lo decisivo) a proveer cada vez más en exclusiva de iconos y slogans publicitarios a la burocracia gobernante (1) bajo la forma de la divulgación multimedia y la confección de simples estadísticas, cálculos y curvas cada vez más amañadas, más "embarradas por el polvo del camino" como debe estarlo todo, ya sean las referentes al políticamente necesario "cambio climático" como a la Economía, a la Educación, a la mortandad infantil, a la vida media o a la "evolución" de las costumbres...? ¿Qué sino que, por su propio carácter y sus servidumbres internas, la ideología que hace eje en la práctica científica como práctica mesiánica, acaba poniéndose cada vez más a sí misma en tela de juicio o en cuestión al suministrar ella misma, como subproductos de su práctica fragmentaria y contradictoria, las evidencias que lo debilitan como mito y como ideología al punto de encontrarse ante la diyuntiva de ser una pura herramienta de la lucha por el poder (lucha despojada ya de toda promesa mesiánica en tanto el objetivo es el poder mismo y su método la fuerza bruta) o de convertirse en un enemigo a ser reducido por la fuerza o a ser ahogado mediante el estrangulamiento de fondos para su desarollo? (2) ¿Qué, por tanto, en consideración a esas contradicciones que, a su vez, reproducen los mismos interrogantes explosivos que desearía prohibir o, mejor aún, extirpar, porque atentan contra la perfectibilidad de esos roles, unos interrogantes que derivan constantemente a esos ámbitos que en un extremo opta por ignorar: la filosofía y la sociología del conocimiento?
¿Qué, por fin, desde el punto de vista de nosotros, los que nos apenamos sin remedio -¡a pesar de todo!- de que las cosas sean como son y al mismo tiempo no buscamos apaciguar nuestro dolor por medio de consuelos, es decir: al tiempo que asumimos no sólo que somos impotentes (ay, que nuestro propio proyecto instintivo de reconstruir o reordenar el mundo -claro: siempre en base a lo él ha hecho de nosotros- es un proyecto imposible) sino que todo lo habido, todo lo que hay y todo lo por haber, fue, es y será una comedia que se va escribiendo por todos sobre la marcha (aunque siempre ha habido, hay y habrá unos más escritores que otros), en donde lo único real es que hay unos que quieren dirigirla creyendo y sugiriendo que van hacia alguna parte, aunque actuando sólo por las expectativas de comodidad que ofrece el poder y la amenaza complementaria de ser ellos los condenados a perderlo todo, o lo que les parece y viven como tal todo, y los que se suman como sus fieles a la sombra de las promesas de seguridad que ellos no se consideran capaces de alcanzar por sí mismos, siervos voluntarios que diría Le Boitie... siervos quizás sin más alternativa en este "infierno de los vivos" que "habitamos todos los días, que formamos estando juntos", en las palabras de Italo Calvino, y que nos dejaría sólo "Dos maneras (...) de no sufrirlo, la primera (...) fácil para muchos (de) aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda (...) peligrosa y (que) exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es el infierno, y hacerlo durar y darle espacio", algo, en fin, que conduce a conservar una esperanza en progresivo deterioro?
Pues, por una parte, que el post de J.L. y todas sus manifestaciones posteriores debidas a la puesta en marcha de la discusión, así como el posterior post que me dedicara Santiago que a su vez originó más comentarios, no fueron sino una pequeña muestra, aunque muy representativa, de esa servidumbre voluntaria aunque semi-inconsciente que se ha instalado entre la nueva, actual y extendida intelectualidad proletarizada que se dedica "a la ciencia" (la misma en la que Sainte Beuve se supo ver aherrojado en el XIX de manera acelerada, como nos cuenta Lepenies, op. cit.) bajo la forma de una falsa y vergonzosa esperanza, una esperanza sin voluntad que se expresa no diciendo nada sustantivo ni proponiendo otra acción, otra práctica social que la de esperar una respuesta favorable desde las instancias gubernamentales y desde el resultado de la confrontación entre las facciones burocráticas, a ser posible dentro de los marcos pacíficos de la representatividad instituidos -y violados a la vez-, los de la democracia occidental que rige en el primer mundo del que hablamos, es decir, del escenario donde se ha enraizado su mezquina vida.
En esos subespacios de la blogsfera democrática y cientificista, esas voluntades se suman al coro que acompaña a la marcha decidida y por fin al parapetarse del Thermidor postmoderno que se sitúa en la cumbre de la insignificancia agitando in extremis banderas de contenidos intercambiables, iconos sin sustancia cedidos por el racionalismo, el humanismo, el altruismo, la solidaridad o la justicia, social y de la otra (todo con los colores del positivismo, del materialismo, del progresismo, etc.); lo que para que sea alcanzado, mantenido y eventualmente superado, exija a sus discursos una reducción cada vez más apretada, un vocabulario cada vez más estrecho y menos riguroso, unos objetivos cada vez más circunscritos al entretenimiento que a la elucidación... Como John Stuart Mill observara que se iba imponiendo en el funcionamiento de la democracia política, también es el ámbito de la Ciencia: "desaparece cada vez más de la mente (...) la idea de oponerse a la voluntad del público" (3), lo que no es sino una manera de referirse al firmamento que se nos impone a todos como dominante, como magma imaginario construido históricamente por todos a impulsos de la idiosincrasia humana. Porque no por casualidad los defensores de la popularización de la ciencia llaman democratizadores a sus esfuerzos proselitistas. Ni es casual que discutan en términos de lógica formal o de retórica... convencidos de que obtendrán alguna pobre victoria o algún nuevo adepto...
Pero esto no sólo es una muestra de la indiscutible posición dominante del cientificismo en su deriva posmoderna actual. Bajo la feroz e irresistible impronta, en primer lugar en lo que se considera La Política propiamente dicha pero no sólo, del tacticismo postmoderno, esa creciente reducción de lenguaje y contenido alcanzado por el positivismo y el racionalismo en todas sus manifestaciones diciplinares ha inaugurado, al abarcar el espacio cultural por entero, una nueva etapa que debe ser elucidada, una etapa donde predominan los procesos de simbiosis entre los dos cuerpos sociales que confluyeron en su día en el proceso revolucionario para cerrarle a este tipo de procesos toda posibilidad de repetición en el futuro: la burocracia (capaz de gobernar) y la intelectualidad (que le suministraba los slogans). Fin de toda ilusión revolucionaria a cambio de una repugnante pero al parecer inevitable deriva hacia el colapso.
Esa elucidación se hace inseparable de la elucidación global de nuestra sociedad e incluso de la elucidación acerca de los fundamentos de toda interrogación humana (o filosófica) y de toda construcción y movimiento (esto es, de la ciencia, la tecnología, la opresión y la guerra). Es más, creo que esa elucidación se hace posible hoy, precisamente, en la medida en que esa simbiosis deja cada vez menos espacio para quien pretenda seriamente responderse hasta las últimas consecuencias; en la medida que esa simbiosis deja fuera a algunos insatisfechos y exprime las neuronas de la imaginación entre los pliegues de su piel de zapa.
Por ello, sus discursos no pueden ni deben ser tratados como ellos pretenden, como discursos puros o en sí, integrantes de la caverna impoluta o virtuosa (divina) de las formas conceptuales resultantes de la racionalidad humana que necesita justificarlo y ensamblarlo todo para no perderse en el vacío. Esos discursos, en todo caso desgajados de trabajos intelectuales serios y honestos, no son ya más que jirones de banderas combatientes en las infinitas batallas mezquinas que se libran en nombre del poder por el poder en todos los recovecos de la sociedad jerarquizada y fragmentada, batallitas que producen como mucho aquel centenar de seguidores y que en los hechos no hacen más que ayudar, con sus marcajes adicionales y su contribución cada vez más contumaz al ostracismo de "los divergentes" o "excéntricos" para beneficio de los verdaderos actores de las verdaderas batallas: las que se libran en el seno del poder , y no en los alrededores ruidosos, vociferantes, sangrientos y llenos de fanatismo inútil, para la sustitución de sus personificaciones ocasionales (4).
¡Hoy lo podemos ver... o, mejor dicho, lo podemos volver a ver y, en realidad, con una contundencia trágica, aunque, también, desde una soledad notable... y tal vez insuperable!
Por ello, resaltar esa muestra de lo que se cocina, y haber intentado desmontar la faceta amable de la Ciencia y del Racionalismo, faceta que nos acuna y nos seduce con su canto de sirenas, que nos corrompe con el peso de su inercia y su capacidad para alejar de nosotros, los occidentales y más acomodados de este mundo el doloroso caliz del sufrimiento inmediato, y ante cuya falsedad ya había alzado la voz aunque no lo suficiente (subproducto indiscutible del vano pero irresistible deseo de querer cambiar el curso de las cosas, de establecer el propio dominio bienintencionado... conducente sin embargo al mismo infierno), acaba de parecerme un esfuerzo no excento de sentido.
En todo caso, quedará enterrado aquí, en el hiperespacio de la blogsfera, como tantas miles de denuncias de todo tipo y grado de enjundia que corren igual suerte, dando señales de vida a golpe de oleaje, palpitando a destiempo como una botella arrojada al océano con un mensaje desgarrador dentro que reitera la disposición a "no callar", o como la lucecita de un led alimentado a pilas capaz de titilar hasta que la pila se agote...
Wittgenstein pedía que se dijera sólo aquello de lo que se podía hablar, y nosotros, hablando de ello y tan claramente como el lógico-ingeniero agrónomo podría haberlo exigido, somos conminados a "callar" igualmente; a "callar" en nombre no de la "claridad" ni de lo que "se puede" y se debe hablar para comprender lo que sucede, sino... en nombre de la nada, del dogma, del miedo, de la mezquindad...
Callar para que se hable... de nada que sea claro, de nada que signifique algo, de nada que responda a un contenido (5). En todo caso: que se hable sólo para entretener (el lema se encuentra a cada rato como un puro slogan, como valor en sí y por encima de todo, ocultando su peligrosidad).
La marcha hacia la posmodernidad o la posmodernización creciente de la sociedad cada vez más burocratizada en paralelo, acabó haciendo de lo inexpresado e inexpresable la mismísima realidad en la que se encerró la vida, como haría con una parte de ella una auténtica burbuja, y mientras iba reduciendo sin rubor lo que se podía expresar al desconcierto (6).
No es de extrañar que algunos miembros de lo más honesto de la intelectualidad humanista remanente y rediviva (Alain Finkielkraut y Guy Debord, Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, Cornelius Castoriadis y Claude Lefort... entre otros) se alzacen indignados contra la extrema virulencia de la decadencia (la "aniquilación de la significación") que con mucho acierto ven amenazar de muerte las perspectivas deseadas de una "Ciudad Buena" con la que (lo reconozco) cuesta dejar de soñar (aunque cada vez a más distancia de los más ingenuos, es decir, de los émulos de aquellos revolucionarios legendarios y que parecen estar dispuestos a luchar por el poder incluso desde la nada y el vacío) y que los lleva a reclamar, invocar apenas impotentes, la puesta en pie de la bandera hecha jirones del pensamiento occidental idílico que calentó los estómagos inquietos y sensibles de La Rochefoucauld, de Goethe, de Forster, de Sainte-Beuve... y que, escapando de la crítica como un fantasma inaprensible, resucita una y otra vez, en un Albert Camus o en un Walter Benjamín, en un Michel Foucault o en un Leo Strauss, todos seducidos en parte pero insatisfechos y sobre todo frustrados... En fin, en todos los que, en los momentos álgidos, vieron extenderse la noche de los tiempos y llegaron a expresar todavía el esperanzador deseo de que el ave de Minerva emprendiese de una buena vez el vuelo (7). Los que se resisten a resignarse optando por la ironía generalizada o los que "tomaron la palabra a la ciencia" y construyeron, construyen, construimos, "proclamando la identidad de razón y dominio, (...) doctrinas despiadadas" que resultaron "más misericordiosos que los lacayos de la burguesía", como sostuvieron Adorno y Horkheimer refiriéndose, de una manera indudablemente cargada de ideología -en este tema poco relevante-, y con un lenguaje notablemente nietzscheano, a los racionalistas ilustrados y a los conservadores, tal como según ellos arremetieron tanto Nietzsche como a su manera Sade, salvaron "la confianza inquebrantable en el hombre que es traicionada día a día por toda la aseveración consoladora" (8).
Eso, en fin, explica por qué, a pesar de mi pesimismo dionisíaco, he convenido (convenio entre mi sensibilidad y mi conciencia) romper esta "lanza..." (lanza o quizás haz de lanzas) "por el pensamiento occidental" que unos y otros han despreciado y traicionado sistemáticamente, fuese desde su convicción religiosa tradicional como desde el ilustrado racionalismo y su secuela posmoderna venida a menos, todos los que, en nombre de su particular "humanidad única" se lanzaron a exterminar a los "salvajes" que se negaban a avanzar según sus ritos, todos desde su dogma justificatorio de lo que no se puede reconocer ante los demás: que se los pretende someter. Los que hoy no leen, y menos bien, salvo los digestos realizados por sus gurus más predilectos, como los Marx, los Mises o los Hayek, los Dawkins o los Denet... Y, claro, cito sólo a los que todavía son valores de referencia y tienen seguidores militantes considerablemente organizados (en institutos o en revistas cuando no en movimientos o protopartidos).
Bueno... del pensamiento occidental pero también del oriental (y hasta aquellos más remotos y extranjeros) al que muchos, penosamente y con un falso espíritu inclusivo y la justificación de tolerancia por delante, hoy saquean sin contemplaciones, tomando de sus mitos, hoy obsoletos e inservibles hasta en ese Oriente occidentalizado donde han sufrido la misma metamorfosis que la que experimentó el cristianismo (burocratizándose, posmodernizándose...), aquellos iconos útiles, en unos casos (los más honestos, supongo), a modo de refugios desesperados o como simple fuente de slogans y banderas alternativas (los más utilitaristas) que hacen de coro quintacolumnista de la penetración de esa burocracia oriental supuestamente más auténtica. Un fenómeno que ha comenzado a ser explotado por los jefes políticos del tercermundo más ambicioso y emergente y notablemente por los jefes de las diversas escuelas del Islam. La referencia. por tanto, sigue apuntando a las "culturas mediterráneas" que acabamos asimilando a "Occidente" o a eso que llamamos cosmovisión judeo-cristiana: en cualquier caso, al racionalismo que se ha incorporado como argamasa decisiva del firmamento dominante de valores de referencia (o "magma de significaciones imaginarias", como lo denominara Castoriadis) de todas las sociedades jerarquizadas (donde impera la división entre trabajo y no-trabajo físicos, o entre productores y gestores si se prefiere decirlo así); demostrando su superioridad sobre lo místico para dar solidez o legitimidad a esa situación (hoy en su tal vez máxima, tal vez "última", escalada bajo la forma de la mencionada democracia representativa en decadencia que todos quieren justificar y al mismo tiempo violan).
Por ello me resisto a incluir al positivismo en mi lista del Pensamiento que considero digno de ser reivindicado, aunque sí incluiría en parte al materialismo, al naturalismo y al racionalismo, así como al idealismo en general. La razón es simple: por una parte, yo no propongo "superación" alguna que consideraría ficticia y formal, y, por otra, comprendo mucho más o me siento más cercano del tipo de ser humano que trata de evitar la angustia mediante la fantasía que del que propone como soluciones el silencio y la resignación, la laboriosidad y los buenos modales, el respeto incuestinable de La Ley... ¡Qué le voy a hacer!
El positivismo (y el cientificismo en el se inscribió y que hoy adopta formas posmodernas y relativistas) se adjudica la última palabra acerca de la Ciencia (en realidad, mediante un trabalenguas del que no escapa), pero la práctica de la ciencia, como toda práctica humana, se rebela y desdice el encorcetamiento, dando incluso resultados que hacen tambalear no ya los "modelos" interpretativos que se suceden y la rigidez del "método" sino todo el edificio o fortaleza dentro de la que una y otra vez se cuela el caballo de Troya de la incertidumbre, de la perplejidad, de la interrogación metafísica, de la rebeldía ante la incomprensible y absurda realidad sin meta.
Por eso, respondiendo a la conciencia que construyo y que me es posible en mis circunstancias, yo intento desmenuzar los mecanismos que observo de manera inteligible y que definen el curso de las cosas; repito: tal como puedo verlos y hasta donde sea capaz de verlos. Y, parte de ese mecanismo a mi criterio, es el conjunto de ese pensamiento humano en todas sus formas que aparece o emerge como resultado. Un resultado que no puede ser en lo básico más que un arma de supervivencia que toma como tal diversas formas, tornándose desde un instrumento de consuelo hasta... un arma de dominación a cualquier precio, pasando por una herramienta de orientación (y por tanto de saber o de conocimientos). Y ese abanico de facetas, todas unidas en el vértice que permite su despliegue, unos y otros hombres encuentran aquella que más se sienten capaces de asumir, de hacer su eje de valores o de conducta. De ahí que a muchos nos repugne irremediablemente, ¡qué le voy a hacer!, el uso de la Fuerza bruta como arma de supervivencia y no en cambio la capacidad de persuación que se basa en la acumulación de conocimientos abstractos y dominio del discurso hablado y escrito... Pero el objetivo es el mismo, y lo tenemos que reconocer alguna vez.
Intento, en fin, señalar así la absoluta ausencia de valores absolutos que son los que se enarbolan con el fin de ocultar ese objetivo innato y que lleva siempre a su propia tergiversación; para quien dice tener en sus manos La Verdad al tiempo que subrepone a ella (a la propia Verdad que dice defender) su verdadero objeto -el poder por el poder- y la táctica que le permitirá conservarlo o conquistarlo, no le puede quedar otra alternativa... salvo que las condiciones le permitan alcanzar una conciencia que se lo ponga al desnudo y que en tal estado consiga repugnarle (¡esto, en determinadas condiciones que suelen estar en el límite de la frustarción -frustración de la propia voluntad de dominio-, se produce: así de imperfecta y, en este caso, de excesiva es nuestra facultad de reflexión!; y esto se puede ver claramente en los niños, como ha desvelado la psicología evolutiva de la que tantas conclusiones felices pueden extraerse).
Los que nos engañaron siempre o han querido hacerlo y lo siguen pretendiendo, para lo cual necesitaron engañarse antes a sí mismos, empezando por creer haber hallado el camino al cabo del cual podrán llegar a convertirse en dioses, tal y como habría sido escrito el día en que naciera la conciencia humana de la que se sienten sus mejores o más elevadas expresiones, han determinado el rumbo extraño y complejo que ha seguido la humanidad (esto se ve a las claras en todas las religiones antiguas, como la judía y la hindú). Una vez que comenzaron, todo se convirtió en imparable y la complejización se tornó el único sendero imaginable. En nombre de una posición dominadora, se han erigido La Ley, el Dogma y la Justificación racional. Y cada vez nos hemos internado más y más en la selva, abandonando el margen bucólico del río donde, no obstante, la vida humana no habría podido contentarse ni lo podrá probablemente nunca...
Claro que, si se pudiera actuar y pensar, pensar y actuar, al margen de toda referencia valoradora o legitimadora de la eficacia justificada o vista desde el futuro (que sólo es una proyección necesariamente contaminada) y desde la cual sólo se puede volver a restaurar la vieja balanza interesada así como consoladora y pretensiosa... Pero no hay nada como necesitar del mito... nada que haga desaparecer ese deseo dominador del hombre que en todo caso puede ser temporalmente contenido en los momentáneos puntos de equilibrio (todos poseedores de mosquetes) en donde todos se convirten en aspirantes imposibles, bajo una u otra forma.
La supervivencia sin meta ni sentido acaba siempre encontrando algo entre lo posible y lo accesible, y lo más cómodo pierde a veces la batalla. Necesita incluso tener algo de suerte o al menos muy poca mala suerte. No tengo dudas, faltaría más, acerca de las causas reales que alimentan el dogmatismo positivista y las que empujan a la vacuidad posmoderna. Ni dudo en oponerme a sus defensores, sostenedores y usuarios así como a sus designios opresores Pero sé que yo he podido estar en esa otra trinchera gracias a muchas cosas incluida la falta de demasiada mala suerte. Nada sino las circunstancias hacen pensar de una u otra manera a los pensadores entrenados y nada sino el medio hace que las masas adopten o se fabriquen unos u otros slogans y mitos. Esta no es sino mi visión que parece estar cerca de algunas nacidas de forma seguramente parecida. Lo que se produzca a largo plazo considero que no resultaría predecible.
La confusión es después de todo inevitable, los sentimientos y la vida que los soporta tienen sus raíces en el mundo que nos ha acunado y nos ha ignorado, que nos ha alimentado y que nos ha torturado... etcétera (la buena poesía tiene de ello casi todo lo que podría enumerarse aquí). No andaremos haciendo ni diciendo lo justo ni lo preciso, pero al menos podremos seguir demostrando esa capacidad innata que además de todo lo bueno y lo malo que hemos heredado de los grandes simios forma parte de nosotros de manera irremediable y que es enormemente útil: la capacidad para detectar a los tramposos para cuidarnos de ellos como mínimo.
Todo esto se me presenta como parte de un conjunto que se le escapa y se le escapó siempre al filósofo y, en aras de la coherencia, me lleva a sostener de entrada que el filósofo ha estado siempre engañándose a sí mismo y de hecho o de derecho también a los otros... engañándose incluso para poder engañar a los demás. Lo que sólo puede significar que su famosa "búsqueda de la verdad" ha estado siempre subordinada a otra cosa. Despojarla de sus máscaras parece indispensable para rechazar todo engaño, para no mezclarnos, sea por lo que nos lo endulcen ellos mismos, con los tramposos que viven de asumirlo, practicarlo y reproducirlo.
Y es que a pesar de todo, a pesar al menos de ser los resultados del trabajo intelectual o reflexivo (en tanto que trabajo, en tanto que esfuerzo, en tanto que... argucia) productos destinados a ser utilizados para conquistar una posición de dominio y conservarla, productos en fin nacidos de la voluntad instintiva e irreprimible de por sí de dominar, de incrementar la dominación propia mediante el propio grupo y a costa de todo lo demás... hay que reconocer que desde su proceso de elaboración (proceso que llamamos creatividad) hasta los productos que se obtienen de su práctica (filosofía, ciencia, arte...) todo ello nos conmueve e incluso nos sorprende. Indudablemente, esto sucede porque a la conciencia le cuesta considerarse a sí misma con indiferencia, porque a la conciencia su fenómeno no deja de parecerle sobrenatural, increíble, divino... Y lo mismo que nos conduce al error, nos conduce inevitablemente a la autoestima. Y esto tiene un componente autocatalítico (término y concepto muy interesante que menciona Diamond sin indicar la fuente), que a caballo del grupalismo que nos caracteriza suele conducir hasta el mismísimo totalitarismo, místico o racionalista (9).
De tal modo, inevitablemente humano, asumo como propio ese mecanismo autocomplaciente, que no tiene ni pretende tener nada de inocente, permitiéndome no obstante rechazar los intentos y las prácticas que, arropadas en uno de los grupos mentirosos a los que pertenecemos todos, intentan una buena conciencia porque se avergüenzan o se culpan de su propio grupalismo y/o lo ocultan por sentir inadmisible y para justificar su deseo de dominación a cualquier precio vendiendo sus deseos bajo la máscara de un humanismo integral que no puede ser otra cosa. Son los pusilánimes a los que despreciamos los que no tenemos miedo (Nietzsche dixit, entre los que se incluía), los que esconden la piedra o el mosquete ante una adversa o demasiado equilibrada relación de fuerzas pero nunca llegan a reconocer que podrán ser fieles a sí mismos y alcanzar al mismo tiempo la posesión del cetro, los que no son capaces de reconocer que sólo pueden ser actores secundarios.
¿Qué más allá de mi denuncia documentada contra el dogma más paradigmático de nuestro tiempo: el que caracteriza al cientificismo por su fe en el papel emancipador y mesiánico de La Ciencia; un dogma que sólo secundariamente, o en un segundo plano, ha conseguido ser un auténtico aglutinante social a pesar de las pretensiones y los sueños de sus sostenedores, aún latentes a pesar de todo, que consideraron y consideran una inevitable promesa de futuro la emergencia del mesías colectivo que desde el control absoluto de la sociedad convertirá a todos los hombres en "investigadores" -que no ya en "reflexivos"-; un dogma que se conserva siempre incapaz de ir más allá de los deseos debido a su idiosincrasia ambivalente y que por fin sólo ha reservado para sus sostenedores el rol de proletarios especializados en una sociedad cada vez más burocratizada, como ya he explicado y documentado en diversas ocasiones, y que por fin ha reducido los resultados de su práctica (los resultados de la investigación) a la función fundamentalmente política que a fin de cuentas tiene toda práctica inventada por el hombre, como también explicara abundantemente; un dogma que debe traicionarse para llevar a cabo estos roles sin cuyo cumplimiento esos investigadores quedarían fuera de La Ciencia tal y como ha sido instituida, es decir, tal y como existe dentro de las Universidades e Institutos, etc.?
¿Qué, además de volver a señalar la mezquindad disfrazada de altruismo y sabiduría, virtud y sentido de la justicia, amor a la cultura y a la humanidad, tras la que marcha impertérrito, siempre dispuesto a mentir, tergiversar, autoengañarse, traicionar... para que se siga "investigando"? ¿Qué, además de denunciar la última justificación, la justificación política por excelencia del Occidente bienpensante, que junto con el Progreso se inviste de Libertad siendo en realidad poco más que una apariencia que se denominó Democracia Moderna, una de los dos más sofisticadas promesas desconcertantes inventadas hasta ahora por el ser humano (la otra es obviamente el Comunismo); una justificación con la que estableció tras el aparente colapso de aquella utopía publicitaria y hasta nuevo aviso un verdadero matrimonio de conveniencia que le deja del botín algo más que un mezquino plato de lentejas por el cual se prestan a servir a los mitos principales (ya sea la manida "sociedad abierta" como la "justicia social" y el "bienestar" en que ponen su pie izquierdo... a pesar de todo lo marchado)? ¿Qué, por fin, sino señalar los cambios que se han ido produciendo a lo largo de la más reciente historia y que han dejado cada vez más en los huesos, cada vez más menguados como las caras de una piel de zapa, los alcances efectivos de promesas mencionadas en las que el mito y el dogma se fundan: un fenómeno que además de convertir a los investigadores en proletarios especializados deja pone al desnudo las mentiras del racionalismo, del progreso, de la justicia, de la felicidad, etc.? ¿Qué sino señalar por tanto la función encubridora que realiza hoy La Ciencia de la marcha burocrática global, ciertamente seudoracionalista, seudoideológica inclusive, una función cada vez más distante de su papel ideal, nunca seriamente desempeñado, una función que se reduce en lo político (lo decisivo) a proveer cada vez más en exclusiva de iconos y slogans publicitarios a la burocracia gobernante (1) bajo la forma de la divulgación multimedia y la confección de simples estadísticas, cálculos y curvas cada vez más amañadas, más "embarradas por el polvo del camino" como debe estarlo todo, ya sean las referentes al políticamente necesario "cambio climático" como a la Economía, a la Educación, a la mortandad infantil, a la vida media o a la "evolución" de las costumbres...? ¿Qué sino que, por su propio carácter y sus servidumbres internas, la ideología que hace eje en la práctica científica como práctica mesiánica, acaba poniéndose cada vez más a sí misma en tela de juicio o en cuestión al suministrar ella misma, como subproductos de su práctica fragmentaria y contradictoria, las evidencias que lo debilitan como mito y como ideología al punto de encontrarse ante la diyuntiva de ser una pura herramienta de la lucha por el poder (lucha despojada ya de toda promesa mesiánica en tanto el objetivo es el poder mismo y su método la fuerza bruta) o de convertirse en un enemigo a ser reducido por la fuerza o a ser ahogado mediante el estrangulamiento de fondos para su desarollo? (2) ¿Qué, por tanto, en consideración a esas contradicciones que, a su vez, reproducen los mismos interrogantes explosivos que desearía prohibir o, mejor aún, extirpar, porque atentan contra la perfectibilidad de esos roles, unos interrogantes que derivan constantemente a esos ámbitos que en un extremo opta por ignorar: la filosofía y la sociología del conocimiento?
¿Qué, por fin, desde el punto de vista de nosotros, los que nos apenamos sin remedio -¡a pesar de todo!- de que las cosas sean como son y al mismo tiempo no buscamos apaciguar nuestro dolor por medio de consuelos, es decir: al tiempo que asumimos no sólo que somos impotentes (ay, que nuestro propio proyecto instintivo de reconstruir o reordenar el mundo -claro: siempre en base a lo él ha hecho de nosotros- es un proyecto imposible) sino que todo lo habido, todo lo que hay y todo lo por haber, fue, es y será una comedia que se va escribiendo por todos sobre la marcha (aunque siempre ha habido, hay y habrá unos más escritores que otros), en donde lo único real es que hay unos que quieren dirigirla creyendo y sugiriendo que van hacia alguna parte, aunque actuando sólo por las expectativas de comodidad que ofrece el poder y la amenaza complementaria de ser ellos los condenados a perderlo todo, o lo que les parece y viven como tal todo, y los que se suman como sus fieles a la sombra de las promesas de seguridad que ellos no se consideran capaces de alcanzar por sí mismos, siervos voluntarios que diría Le Boitie... siervos quizás sin más alternativa en este "infierno de los vivos" que "habitamos todos los días, que formamos estando juntos", en las palabras de Italo Calvino, y que nos dejaría sólo "Dos maneras (...) de no sufrirlo, la primera (...) fácil para muchos (de) aceptar el infierno y volverse parte de él hasta el punto de no verlo más. La segunda (...) peligrosa y (que) exige atención y aprendizaje continuos: buscar y saber reconocer quién y qué, en medio del infierno, no es el infierno, y hacerlo durar y darle espacio", algo, en fin, que conduce a conservar una esperanza en progresivo deterioro?
Pues, por una parte, que el post de J.L. y todas sus manifestaciones posteriores debidas a la puesta en marcha de la discusión, así como el posterior post que me dedicara Santiago que a su vez originó más comentarios, no fueron sino una pequeña muestra, aunque muy representativa, de esa servidumbre voluntaria aunque semi-inconsciente que se ha instalado entre la nueva, actual y extendida intelectualidad proletarizada que se dedica "a la ciencia" (la misma en la que Sainte Beuve se supo ver aherrojado en el XIX de manera acelerada, como nos cuenta Lepenies, op. cit.) bajo la forma de una falsa y vergonzosa esperanza, una esperanza sin voluntad que se expresa no diciendo nada sustantivo ni proponiendo otra acción, otra práctica social que la de esperar una respuesta favorable desde las instancias gubernamentales y desde el resultado de la confrontación entre las facciones burocráticas, a ser posible dentro de los marcos pacíficos de la representatividad instituidos -y violados a la vez-, los de la democracia occidental que rige en el primer mundo del que hablamos, es decir, del escenario donde se ha enraizado su mezquina vida.
En esos subespacios de la blogsfera democrática y cientificista, esas voluntades se suman al coro que acompaña a la marcha decidida y por fin al parapetarse del Thermidor postmoderno que se sitúa en la cumbre de la insignificancia agitando in extremis banderas de contenidos intercambiables, iconos sin sustancia cedidos por el racionalismo, el humanismo, el altruismo, la solidaridad o la justicia, social y de la otra (todo con los colores del positivismo, del materialismo, del progresismo, etc.); lo que para que sea alcanzado, mantenido y eventualmente superado, exija a sus discursos una reducción cada vez más apretada, un vocabulario cada vez más estrecho y menos riguroso, unos objetivos cada vez más circunscritos al entretenimiento que a la elucidación... Como John Stuart Mill observara que se iba imponiendo en el funcionamiento de la democracia política, también es el ámbito de la Ciencia: "desaparece cada vez más de la mente (...) la idea de oponerse a la voluntad del público" (3), lo que no es sino una manera de referirse al firmamento que se nos impone a todos como dominante, como magma imaginario construido históricamente por todos a impulsos de la idiosincrasia humana. Porque no por casualidad los defensores de la popularización de la ciencia llaman democratizadores a sus esfuerzos proselitistas. Ni es casual que discutan en términos de lógica formal o de retórica... convencidos de que obtendrán alguna pobre victoria o algún nuevo adepto...
Pero esto no sólo es una muestra de la indiscutible posición dominante del cientificismo en su deriva posmoderna actual. Bajo la feroz e irresistible impronta, en primer lugar en lo que se considera La Política propiamente dicha pero no sólo, del tacticismo postmoderno, esa creciente reducción de lenguaje y contenido alcanzado por el positivismo y el racionalismo en todas sus manifestaciones diciplinares ha inaugurado, al abarcar el espacio cultural por entero, una nueva etapa que debe ser elucidada, una etapa donde predominan los procesos de simbiosis entre los dos cuerpos sociales que confluyeron en su día en el proceso revolucionario para cerrarle a este tipo de procesos toda posibilidad de repetición en el futuro: la burocracia (capaz de gobernar) y la intelectualidad (que le suministraba los slogans). Fin de toda ilusión revolucionaria a cambio de una repugnante pero al parecer inevitable deriva hacia el colapso.
Esa elucidación se hace inseparable de la elucidación global de nuestra sociedad e incluso de la elucidación acerca de los fundamentos de toda interrogación humana (o filosófica) y de toda construcción y movimiento (esto es, de la ciencia, la tecnología, la opresión y la guerra). Es más, creo que esa elucidación se hace posible hoy, precisamente, en la medida en que esa simbiosis deja cada vez menos espacio para quien pretenda seriamente responderse hasta las últimas consecuencias; en la medida que esa simbiosis deja fuera a algunos insatisfechos y exprime las neuronas de la imaginación entre los pliegues de su piel de zapa.
Por ello, sus discursos no pueden ni deben ser tratados como ellos pretenden, como discursos puros o en sí, integrantes de la caverna impoluta o virtuosa (divina) de las formas conceptuales resultantes de la racionalidad humana que necesita justificarlo y ensamblarlo todo para no perderse en el vacío. Esos discursos, en todo caso desgajados de trabajos intelectuales serios y honestos, no son ya más que jirones de banderas combatientes en las infinitas batallas mezquinas que se libran en nombre del poder por el poder en todos los recovecos de la sociedad jerarquizada y fragmentada, batallitas que producen como mucho aquel centenar de seguidores y que en los hechos no hacen más que ayudar, con sus marcajes adicionales y su contribución cada vez más contumaz al ostracismo de "los divergentes" o "excéntricos" para beneficio de los verdaderos actores de las verdaderas batallas: las que se libran en el seno del poder , y no en los alrededores ruidosos, vociferantes, sangrientos y llenos de fanatismo inútil, para la sustitución de sus personificaciones ocasionales (4).
¡Hoy lo podemos ver... o, mejor dicho, lo podemos volver a ver y, en realidad, con una contundencia trágica, aunque, también, desde una soledad notable... y tal vez insuperable!
Por ello, resaltar esa muestra de lo que se cocina, y haber intentado desmontar la faceta amable de la Ciencia y del Racionalismo, faceta que nos acuna y nos seduce con su canto de sirenas, que nos corrompe con el peso de su inercia y su capacidad para alejar de nosotros, los occidentales y más acomodados de este mundo el doloroso caliz del sufrimiento inmediato, y ante cuya falsedad ya había alzado la voz aunque no lo suficiente (subproducto indiscutible del vano pero irresistible deseo de querer cambiar el curso de las cosas, de establecer el propio dominio bienintencionado... conducente sin embargo al mismo infierno), acaba de parecerme un esfuerzo no excento de sentido.
En todo caso, quedará enterrado aquí, en el hiperespacio de la blogsfera, como tantas miles de denuncias de todo tipo y grado de enjundia que corren igual suerte, dando señales de vida a golpe de oleaje, palpitando a destiempo como una botella arrojada al océano con un mensaje desgarrador dentro que reitera la disposición a "no callar", o como la lucecita de un led alimentado a pilas capaz de titilar hasta que la pila se agote...
Wittgenstein pedía que se dijera sólo aquello de lo que se podía hablar, y nosotros, hablando de ello y tan claramente como el lógico-ingeniero agrónomo podría haberlo exigido, somos conminados a "callar" igualmente; a "callar" en nombre no de la "claridad" ni de lo que "se puede" y se debe hablar para comprender lo que sucede, sino... en nombre de la nada, del dogma, del miedo, de la mezquindad...
Callar para que se hable... de nada que sea claro, de nada que signifique algo, de nada que responda a un contenido (5). En todo caso: que se hable sólo para entretener (el lema se encuentra a cada rato como un puro slogan, como valor en sí y por encima de todo, ocultando su peligrosidad).
La marcha hacia la posmodernidad o la posmodernización creciente de la sociedad cada vez más burocratizada en paralelo, acabó haciendo de lo inexpresado e inexpresable la mismísima realidad en la que se encerró la vida, como haría con una parte de ella una auténtica burbuja, y mientras iba reduciendo sin rubor lo que se podía expresar al desconcierto (6).
No es de extrañar que algunos miembros de lo más honesto de la intelectualidad humanista remanente y rediviva (Alain Finkielkraut y Guy Debord, Theodor W. Adorno y Max Horkheimer, Cornelius Castoriadis y Claude Lefort... entre otros) se alzacen indignados contra la extrema virulencia de la decadencia (la "aniquilación de la significación") que con mucho acierto ven amenazar de muerte las perspectivas deseadas de una "Ciudad Buena" con la que (lo reconozco) cuesta dejar de soñar (aunque cada vez a más distancia de los más ingenuos, es decir, de los émulos de aquellos revolucionarios legendarios y que parecen estar dispuestos a luchar por el poder incluso desde la nada y el vacío) y que los lleva a reclamar, invocar apenas impotentes, la puesta en pie de la bandera hecha jirones del pensamiento occidental idílico que calentó los estómagos inquietos y sensibles de La Rochefoucauld, de Goethe, de Forster, de Sainte-Beuve... y que, escapando de la crítica como un fantasma inaprensible, resucita una y otra vez, en un Albert Camus o en un Walter Benjamín, en un Michel Foucault o en un Leo Strauss, todos seducidos en parte pero insatisfechos y sobre todo frustrados... En fin, en todos los que, en los momentos álgidos, vieron extenderse la noche de los tiempos y llegaron a expresar todavía el esperanzador deseo de que el ave de Minerva emprendiese de una buena vez el vuelo (7). Los que se resisten a resignarse optando por la ironía generalizada o los que "tomaron la palabra a la ciencia" y construyeron, construyen, construimos, "proclamando la identidad de razón y dominio, (...) doctrinas despiadadas" que resultaron "más misericordiosos que los lacayos de la burguesía", como sostuvieron Adorno y Horkheimer refiriéndose, de una manera indudablemente cargada de ideología -en este tema poco relevante-, y con un lenguaje notablemente nietzscheano, a los racionalistas ilustrados y a los conservadores, tal como según ellos arremetieron tanto Nietzsche como a su manera Sade, salvaron "la confianza inquebrantable en el hombre que es traicionada día a día por toda la aseveración consoladora" (8).
Eso, en fin, explica por qué, a pesar de mi pesimismo dionisíaco, he convenido (convenio entre mi sensibilidad y mi conciencia) romper esta "lanza..." (lanza o quizás haz de lanzas) "por el pensamiento occidental" que unos y otros han despreciado y traicionado sistemáticamente, fuese desde su convicción religiosa tradicional como desde el ilustrado racionalismo y su secuela posmoderna venida a menos, todos los que, en nombre de su particular "humanidad única" se lanzaron a exterminar a los "salvajes" que se negaban a avanzar según sus ritos, todos desde su dogma justificatorio de lo que no se puede reconocer ante los demás: que se los pretende someter. Los que hoy no leen, y menos bien, salvo los digestos realizados por sus gurus más predilectos, como los Marx, los Mises o los Hayek, los Dawkins o los Denet... Y, claro, cito sólo a los que todavía son valores de referencia y tienen seguidores militantes considerablemente organizados (en institutos o en revistas cuando no en movimientos o protopartidos).
Bueno... del pensamiento occidental pero también del oriental (y hasta aquellos más remotos y extranjeros) al que muchos, penosamente y con un falso espíritu inclusivo y la justificación de tolerancia por delante, hoy saquean sin contemplaciones, tomando de sus mitos, hoy obsoletos e inservibles hasta en ese Oriente occidentalizado donde han sufrido la misma metamorfosis que la que experimentó el cristianismo (burocratizándose, posmodernizándose...), aquellos iconos útiles, en unos casos (los más honestos, supongo), a modo de refugios desesperados o como simple fuente de slogans y banderas alternativas (los más utilitaristas) que hacen de coro quintacolumnista de la penetración de esa burocracia oriental supuestamente más auténtica. Un fenómeno que ha comenzado a ser explotado por los jefes políticos del tercermundo más ambicioso y emergente y notablemente por los jefes de las diversas escuelas del Islam. La referencia. por tanto, sigue apuntando a las "culturas mediterráneas" que acabamos asimilando a "Occidente" o a eso que llamamos cosmovisión judeo-cristiana: en cualquier caso, al racionalismo que se ha incorporado como argamasa decisiva del firmamento dominante de valores de referencia (o "magma de significaciones imaginarias", como lo denominara Castoriadis) de todas las sociedades jerarquizadas (donde impera la división entre trabajo y no-trabajo físicos, o entre productores y gestores si se prefiere decirlo así); demostrando su superioridad sobre lo místico para dar solidez o legitimidad a esa situación (hoy en su tal vez máxima, tal vez "última", escalada bajo la forma de la mencionada democracia representativa en decadencia que todos quieren justificar y al mismo tiempo violan).
Por ello me resisto a incluir al positivismo en mi lista del Pensamiento que considero digno de ser reivindicado, aunque sí incluiría en parte al materialismo, al naturalismo y al racionalismo, así como al idealismo en general. La razón es simple: por una parte, yo no propongo "superación" alguna que consideraría ficticia y formal, y, por otra, comprendo mucho más o me siento más cercano del tipo de ser humano que trata de evitar la angustia mediante la fantasía que del que propone como soluciones el silencio y la resignación, la laboriosidad y los buenos modales, el respeto incuestinable de La Ley... ¡Qué le voy a hacer!
El positivismo (y el cientificismo en el se inscribió y que hoy adopta formas posmodernas y relativistas) se adjudica la última palabra acerca de la Ciencia (en realidad, mediante un trabalenguas del que no escapa), pero la práctica de la ciencia, como toda práctica humana, se rebela y desdice el encorcetamiento, dando incluso resultados que hacen tambalear no ya los "modelos" interpretativos que se suceden y la rigidez del "método" sino todo el edificio o fortaleza dentro de la que una y otra vez se cuela el caballo de Troya de la incertidumbre, de la perplejidad, de la interrogación metafísica, de la rebeldía ante la incomprensible y absurda realidad sin meta.
Por eso, respondiendo a la conciencia que construyo y que me es posible en mis circunstancias, yo intento desmenuzar los mecanismos que observo de manera inteligible y que definen el curso de las cosas; repito: tal como puedo verlos y hasta donde sea capaz de verlos. Y, parte de ese mecanismo a mi criterio, es el conjunto de ese pensamiento humano en todas sus formas que aparece o emerge como resultado. Un resultado que no puede ser en lo básico más que un arma de supervivencia que toma como tal diversas formas, tornándose desde un instrumento de consuelo hasta... un arma de dominación a cualquier precio, pasando por una herramienta de orientación (y por tanto de saber o de conocimientos). Y ese abanico de facetas, todas unidas en el vértice que permite su despliegue, unos y otros hombres encuentran aquella que más se sienten capaces de asumir, de hacer su eje de valores o de conducta. De ahí que a muchos nos repugne irremediablemente, ¡qué le voy a hacer!, el uso de la Fuerza bruta como arma de supervivencia y no en cambio la capacidad de persuación que se basa en la acumulación de conocimientos abstractos y dominio del discurso hablado y escrito... Pero el objetivo es el mismo, y lo tenemos que reconocer alguna vez.
Intento, en fin, señalar así la absoluta ausencia de valores absolutos que son los que se enarbolan con el fin de ocultar ese objetivo innato y que lleva siempre a su propia tergiversación; para quien dice tener en sus manos La Verdad al tiempo que subrepone a ella (a la propia Verdad que dice defender) su verdadero objeto -el poder por el poder- y la táctica que le permitirá conservarlo o conquistarlo, no le puede quedar otra alternativa... salvo que las condiciones le permitan alcanzar una conciencia que se lo ponga al desnudo y que en tal estado consiga repugnarle (¡esto, en determinadas condiciones que suelen estar en el límite de la frustarción -frustración de la propia voluntad de dominio-, se produce: así de imperfecta y, en este caso, de excesiva es nuestra facultad de reflexión!; y esto se puede ver claramente en los niños, como ha desvelado la psicología evolutiva de la que tantas conclusiones felices pueden extraerse).
Los que nos engañaron siempre o han querido hacerlo y lo siguen pretendiendo, para lo cual necesitaron engañarse antes a sí mismos, empezando por creer haber hallado el camino al cabo del cual podrán llegar a convertirse en dioses, tal y como habría sido escrito el día en que naciera la conciencia humana de la que se sienten sus mejores o más elevadas expresiones, han determinado el rumbo extraño y complejo que ha seguido la humanidad (esto se ve a las claras en todas las religiones antiguas, como la judía y la hindú). Una vez que comenzaron, todo se convirtió en imparable y la complejización se tornó el único sendero imaginable. En nombre de una posición dominadora, se han erigido La Ley, el Dogma y la Justificación racional. Y cada vez nos hemos internado más y más en la selva, abandonando el margen bucólico del río donde, no obstante, la vida humana no habría podido contentarse ni lo podrá probablemente nunca...
Claro que, si se pudiera actuar y pensar, pensar y actuar, al margen de toda referencia valoradora o legitimadora de la eficacia justificada o vista desde el futuro (que sólo es una proyección necesariamente contaminada) y desde la cual sólo se puede volver a restaurar la vieja balanza interesada así como consoladora y pretensiosa... Pero no hay nada como necesitar del mito... nada que haga desaparecer ese deseo dominador del hombre que en todo caso puede ser temporalmente contenido en los momentáneos puntos de equilibrio (todos poseedores de mosquetes) en donde todos se convirten en aspirantes imposibles, bajo una u otra forma.
La supervivencia sin meta ni sentido acaba siempre encontrando algo entre lo posible y lo accesible, y lo más cómodo pierde a veces la batalla. Necesita incluso tener algo de suerte o al menos muy poca mala suerte. No tengo dudas, faltaría más, acerca de las causas reales que alimentan el dogmatismo positivista y las que empujan a la vacuidad posmoderna. Ni dudo en oponerme a sus defensores, sostenedores y usuarios así como a sus designios opresores Pero sé que yo he podido estar en esa otra trinchera gracias a muchas cosas incluida la falta de demasiada mala suerte. Nada sino las circunstancias hacen pensar de una u otra manera a los pensadores entrenados y nada sino el medio hace que las masas adopten o se fabriquen unos u otros slogans y mitos. Esta no es sino mi visión que parece estar cerca de algunas nacidas de forma seguramente parecida. Lo que se produzca a largo plazo considero que no resultaría predecible.
La confusión es después de todo inevitable, los sentimientos y la vida que los soporta tienen sus raíces en el mundo que nos ha acunado y nos ha ignorado, que nos ha alimentado y que nos ha torturado... etcétera (la buena poesía tiene de ello casi todo lo que podría enumerarse aquí). No andaremos haciendo ni diciendo lo justo ni lo preciso, pero al menos podremos seguir demostrando esa capacidad innata que además de todo lo bueno y lo malo que hemos heredado de los grandes simios forma parte de nosotros de manera irremediable y que es enormemente útil: la capacidad para detectar a los tramposos para cuidarnos de ellos como mínimo.
Todo esto se me presenta como parte de un conjunto que se le escapa y se le escapó siempre al filósofo y, en aras de la coherencia, me lleva a sostener de entrada que el filósofo ha estado siempre engañándose a sí mismo y de hecho o de derecho también a los otros... engañándose incluso para poder engañar a los demás. Lo que sólo puede significar que su famosa "búsqueda de la verdad" ha estado siempre subordinada a otra cosa. Despojarla de sus máscaras parece indispensable para rechazar todo engaño, para no mezclarnos, sea por lo que nos lo endulcen ellos mismos, con los tramposos que viven de asumirlo, practicarlo y reproducirlo.
Y es que a pesar de todo, a pesar al menos de ser los resultados del trabajo intelectual o reflexivo (en tanto que trabajo, en tanto que esfuerzo, en tanto que... argucia) productos destinados a ser utilizados para conquistar una posición de dominio y conservarla, productos en fin nacidos de la voluntad instintiva e irreprimible de por sí de dominar, de incrementar la dominación propia mediante el propio grupo y a costa de todo lo demás... hay que reconocer que desde su proceso de elaboración (proceso que llamamos creatividad) hasta los productos que se obtienen de su práctica (filosofía, ciencia, arte...) todo ello nos conmueve e incluso nos sorprende. Indudablemente, esto sucede porque a la conciencia le cuesta considerarse a sí misma con indiferencia, porque a la conciencia su fenómeno no deja de parecerle sobrenatural, increíble, divino... Y lo mismo que nos conduce al error, nos conduce inevitablemente a la autoestima. Y esto tiene un componente autocatalítico (término y concepto muy interesante que menciona Diamond sin indicar la fuente), que a caballo del grupalismo que nos caracteriza suele conducir hasta el mismísimo totalitarismo, místico o racionalista (9).
De tal modo, inevitablemente humano, asumo como propio ese mecanismo autocomplaciente, que no tiene ni pretende tener nada de inocente, permitiéndome no obstante rechazar los intentos y las prácticas que, arropadas en uno de los grupos mentirosos a los que pertenecemos todos, intentan una buena conciencia porque se avergüenzan o se culpan de su propio grupalismo y/o lo ocultan por sentir inadmisible y para justificar su deseo de dominación a cualquier precio vendiendo sus deseos bajo la máscara de un humanismo integral que no puede ser otra cosa. Son los pusilánimes a los que despreciamos los que no tenemos miedo (Nietzsche dixit, entre los que se incluía), los que esconden la piedra o el mosquete ante una adversa o demasiado equilibrada relación de fuerzas pero nunca llegan a reconocer que podrán ser fieles a sí mismos y alcanzar al mismo tiempo la posesión del cetro, los que no son capaces de reconocer que sólo pueden ser actores secundarios.
* * *
Notas:
(1) Castoriadis supo ver este aspecto de una manera que considero la más clara y rigurosa, aunque me parece que circunscribió un tanto el fenómeno a sus expresiones más extremas relacionadas con la institución del totalitarismo absoluto como "fenómeno original", donde afirma: "... por primera vez en la historia, asistimos al nacimiento de una sociedad en las que el lugar de la religión o de cualquier otro magma de significaciones imaginarias ha sido ocupado por una significación que no lo es: la Fuerza bruta por la Fuerza bruta." (Cornelius Castoriadis, "Ante la guerra. Las realidades", Tusquets Editores, Barcelona, 1986, págs. 288-290; la itálica es suya). Un fenómeno que yo considero definitivamente globalizado aunque bajo disfraces que no por ello dejan de tener el mismo contenido y de estar sujetos a las misma dinámica que nunca dejó de incluir (como lo demostró la caída del muro y el proceso iniciado con la perestroika) la cuestión decisiva y contenedora de la relación de fuerzas en juego.
(2) Hay que decir que el fenómeno no tiene nada de nuevo. Nace en simultáneo con los aspectos positivos, líricos, de la Ilustración (como supieron reconocer los críticos de la Escuela de Frankfurt que ya he citado y recuerdo más abajo en el texto). Y nada mejor que escuchar estas palabras que muchos suscribirían:
"Las naciones civilizadas han sucedido a los salvajes que erraban por los desiertos; los campos fértiles han ocupado el lugar de los antiguos bosques que cubrían el globo. Un mundo ha aparecido más allá de los límites del mundo; los habitantes de la Tierra han incorporado sus mares a su dominio inmenso; el hombre ha conquistado el rayo y conjurado el cielo. Comparad el lenguaje imperfecto de los jeroglíficos con los milagros de la imprenta; cotejad el viaje de los Argonautas con el de La Pérouse; medid las distancias entre las observaciones astronómicas de los magos de Asia y los descubrimientos de Newton."Son las palabras del jefe del Estado que mandó guillotinar a Lavoisier, es decir, de Robespierre (la cita figura en "¿Qué es un intelectual europeo?" de Wolf Lepenies, Galaxia Gutemberg/Círculo de Lectores, Barcelona, 2008, pág. 285). ¡Estas son evidencias que prefieren ser ignoradas u olvidadas; las evidencias históricas, las de ese gran laboratorio del que los cientificistas huyen para no quemarse!
(3) John Stuart Mill, "Sobre la libertad", Editorial Edaf, Madrid, 2004, pág. 169. Lo que bien leído expresa algo que va más allá de la política profesional y la representatividad engañosa, ya que quienes en realidad más estrictamente actúan de esa forma son, como siempre, no los burócratas dominantes sino sus serviles aprovisionadores de conceptos, guías de conducta y valores morales y enfoques estéticos... que los otros y cada vez más todos los que se van burocratizando en el conjunto de la sociedad, adoptan como cáscaras que han sido vaciadas, verdaderas apariencias, estas sí, de realidades asumidas que interviene como realidades en sentido estricto en carácter de construcciones levantadas por el hombre.
(4) La "guerra de los mosquetes" de la que nos habla Jarec Diamond en su "Armas, gérmenes y acero" (que ya comentara en el capítulo 4, nota 9, de este ensayo) acabó al llegar la misma a un punto de equilibrio ("restablecieron el equilibrio militar anterior", ibid., pág. 517 y sigs.); la Kampuchea Democratica cayó cuando su debilidad interna y su imagen internacional facilitaron las apetencias neocolonialistas del joven Vietnam Unificado y de su instancia supervisora china; el muro cayó como consecuencia de una trampa burocrática tendida por una facción a otra dentro del politburó y del gobierno político-militar ruso, el putch bolchevique triunfó, como sus propios historiadores reconocen, en condiciones de un "vacío de poder", la "revolución" francesa fue preparada, como dice y demuestra Tocqueville en su célebre y feliz despiece ("El Antiguo Régimen y la Revolución"), por el propio Rey... Las "revoluciones" o los "cambios de régimen" siempre cuentan con ruido y sangre de masas (lo que muchas veces, cuando se dice que no han fracasado o se considera que no han sido derrotadas, acaba con un mero cambio de personajes), pero en realidad se preparan o cocinan y se resuelven en la cúspide, entre los elementos que controlan el poder o que son y han conseguido ser seriamente futuribles, los que controlan o se han apropiado de los recursos (incluido el aparato represivo en todo o en parte), pueden ser eficaces en cuanto a la difusión publicitaria, cuentan con la información detallada de los movimientos de fuerzas y conservan la cohesión al menos en el medio plazo. Lo demás, lo típicamente intelectual, es puramente imaginario, desconcertante y utópico.
(5) "¡Callad; no nos metamos en terreno especulativo!", vienen a decir los cientificistas en sus diversas acepciones, como si con una lápida (y un réquiem) se pudiera resolver una cuestión que se reitera porque no puede abandonar el ser humano en tanto que individuo reflexivo. No sé (y debería saberlo debido a que no creo en la vida después de la muerte) si Wittgenstein se la pasa removiéndose arrepentido en su tumba por haber aceptado que Russell escribiera el prólogo a su Tractacus... advirtiéndole apenas que "El futuro nos juzgará..." (Introducción al "Tractatus...", ed. cit., pág. 12; véase mi nota 6 del capítulo 2). Si lo hace (no tengo forma de probar mi convicción racionalista de la que sin duda también peco, al menos todavía), lo hará repitiendo tenebroso lo que Russell, si por el fuera, habría extirpado sin dudarlo del texto de su incomprendido colega: "Lo inexpresable existe (...) es lo místico", sin embargo sin considerar necesario, ni útil ni posible hablar de ello, o sea considerándolo irrelevante e innecesario y de esa manera dejándole a lo místico y a lo secreto el poder de conducir a los hombres como decidan los profetas y los sabios en simbiosis con los reyes desquiciados o atontados...
(6) La jugarreta de Rorty y del relativismo en general es magistral y en el fondo lo dice todo sin mayores tapujos. Como señalé en la nota extra que añadí al pie de mi capítulo 4: se acepta la realidad social framentaria y por ende el fin de toda utopía unificadora/emancipadora para concluir que la mentira es lo único que debe ser buscado, es decir, en otras palabras que las ya empleadas antes por mí, aunque con igual significado: se les propone a los intelectuales (a cambio de la paz, la democracia formal estable formalmente, el expolio y utilización de lo no occidental y su contención mediante técnicas diplomáticas sazonadas de misiones militares reformadoras o humanitarias, y sin duda un buen salario, privilegios jerarquizados alcanzables por carrera y un buen estatus consumista à la mode, además de garantías de fondos y recursos para sus interesantes hobies), el trabajo meticuloso o metódico de suministrar los contenidos retóricos de los discursos vacíos y tacticistas de sus coyunturales amos. Lo que Rorty llama... "las justificaciones" (Richard Rorty, Universalidad y verdad, en "Sobre la verdad: ¿validez universal o justificación?", Amorrortu editores, Bs. As., 2007, pág. 11; donde esto se asocia justamente a la defensa de "la política democrática").
(7) Cornelius Castoriadis reitera precisamente este deseo al final de su ensayo incluncuso "Ante la guerra", donde el panorama vislumbrado no puede ser más tenebroso; un panorama, por cierto, que, me atreveré a decir, a todo el mundo le pareció "superado" cuando no ha hecho, a mi criterio, sino... mutar dentro de un disfraz desconcertante de uso obligado en razón del apreciable equilibrio de fuerzas en cuyo marco apenas hay lugar para las pequeñas o locales escaramuzas, es decir, las pequeñas o locales noches de horror. El deseo de que "el pájaro de Minerva" deba "alzar el vuelo antes de que caiga la noche -que puede ser larga." (op. cit., pág. 290), tiene en el fondo la misma argamasa que el deseo ferviente de subir al Paraíso... y sin embargo, también tiene una poesía que me llega, que me conmueve, cuyo verso me inclino a cantar. Tal vez como nos sigue conmoviendo una Misa o un Requiem de cualquiera de los grandes compositores.
(8) Adorno y Hokheimer, "Dialéctica de la Ilustración", ed. cit., págs. 130-131.
(9) Esto puede rastrearse hasta las primeras manifestaciones de "civilización", es decir, no sólo hasta Robespierre y Rousseau, y seguramente más allá de Aristóteles, Platón o Sócrates. La pelota sin duda fue pasando de mano en mano o de generación en generación. ¿O vamos a seguir encubriendo a los clásicos como única manera de rescatar lo que aún nos conmueve de su pensamiento, es decir, purificándolos para no reconocer que ese rescate y los sentimientos que lo hacen inevitable nace o renace en nosotros porque conservamos las mismas ilusiones dominadoras, las misma autoestima, necesaria y peligrosa a un tiempo. No debemos separar al Platón o al Aristóteles que queremos recordar de sus miserias hoy tan "políticamente incorrectas" como la defensa que hicieron de su derecho a esclavizar o a imponer a todos sus ideas (en las palabras de Aristóteles: "... pues algunos han de ser persuadidos y otros han de ser forzados" -Metafísica, Alianza Editorial, Madrid, 2008, pág. 129) Nada que no hiciera Hidegger, nada que no lata en el corazoncito de todo intelectual, lo reprima o no, esté en condiciones circunstanciales de llevarlo a cabo o incluso de decirlo o no...
4 comentarios:
Carlos:
A menudo te quejas de que no te leen, pero es que tú insistes en atacar cosas que no existen.
Nadie da a la ciencia un carácter mesiánico ni emancipador.
Lo único que hemos dicho lo que te hemos comentado y discutido se resume en esto:
"Todo lo que podamos hacer en este mundo, con ciencia lo haremos mejor."
Que esto sirva para llegar a una especie de nirvana social no lo ha dicho nadie. Sigues atacando a un hombre de paja.
José Luis: el que sigue sin siquiera leer eres tú. Repasa las citas que he tomado textualmente de Kant sin ir más lejos. Aunque sigo sin que nos digas en qué fecha (aprox.) ha comenzado la Ciencia a caminar sin metafísica, etc. Además: no digo que sea la "práctica de la ciencia" sino el "cientificismo" que se vincula a ella y se apropia de ella quien es mesiánico. Y repito: "Todo ..." eso que dices, como la aniquilización del mundo mediante la bomba o los experimentos no sólo nazis sino los que se llevan hoy en día a la práctica sobre africanos para el desarrollo de vacunas o... armas bacteriológicas auspiciados por las "democracias occidentales"... sin duda, "con ciencia lo haremos mejor". E, insisto (está escrito), no propongo paralizar una práctica inevitable sino caracterizarla, prohibir (como sí propone el positivismo) una ideología que cree tener "toda la verdad" de su parte, sino desnudar sus motivaciones reales. Ser, en el fondo, mucho menos mitómano que tú, digas lo que digas de palabra (como han hecho siempre los curas, por ejemplo, o los políticos, por ejemplo...).
En fin, lee las citas y no afirmes nada que no hayas, je..., ve-ri-fi-ca-do.
Concuerdo contigo Carlos, y a pesar que me demoro días leyéndote te leo; y lo que propones es irrealizable por el momento, quizá en unos siglos cuando se cambie el paradigma José te de también la razón. Suerte.st
Gracias, Basurero por el buen y bienvenido calor del apoyo, en el que me "recargo" como es lógico. Pero no sé yo... Yo mismo y mi discurso crítico son producto (aunqu marginal) de lo presente, de lo producido. Incluso podría sostener que son los "otros" los que siguen varados en el pasado, aunque no por sostener viejas posiciones sino por defender (y con argumentos en el fondo nuevos... o incluso sin ninguno, lo que también tiene algo de nuevo) lo que nunca se ha podido erguir de todo lo que fue soñado hace ya mucho tiempo.
Y si soy parte de hoy, con las pocas posibilidades de influencia propias de un marginado (auto...) y de un desarmado (forzado), es probable que todo se lo lleve el viento...
En fin... que nos quiten lo bail... digo, lo sufrido.
Un abrazo (yo también te leo, como sabes).
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