Y me refiero al concepto en su sentido originario, el político, y no a sus acepciones posmodernas en boga que lo referencian al plano de la economía en el sentido mencionado del reparto paternalista ni a referencias de tipo “administrativo” o “familiar” (esas a las que se apela por falta de significación y ejemplos dignos).
No obstante, esta preocupación masiva, la de los intelectuales -que cada vez se distinguen menos de la masa según avanza precisamente la democratización-, no puede tomarse como un rapto sin sentido y es en realidad parte del fenómeno que la ha despertado y los conmueve. Realmente, los seres humanos como entes socio-políticos se comienzan a preocupar cuando sienten las amenazas que se ciernen sobre su pacífica práctica socio-política. Se preocupan, en fin, por evitar la ruina que amenazaría su modo de vida, el que parecía estar reproduciéndose sin perturbaciones durante la bonanza relativa. Por eso, no tratan de comprender la dinámica de los fenómenos sino tan sólo de aventar y hasta de exorcizar los peligros que intuyen o, mejor dicho, que olisquean con ayuda de su agudo instinto olfativo. Lo que los moviliza -lo que los hace tomar las armas... las que saben tomar quiero decir, o sea, la palabra y la pluma- es el mantenimiento del tinglado; lo que en el límite se llegará a hacer a cualquier precio, inventando en primer lugar lo que haga falta para que luego pase a ser creído -como bien decía Nietzsche-, pero pasando a la agitación activa y la protesta a la cabeza de las masas si las cosas se vuelven álgidas y el peligro amenaza las demás condiciones de vida establecidas y adoptadas, es decir, las específicamente usufructuadas por las masas. (1)
Dejo fuera de este artículo el obvio carácter pro-tiránico (que no filotiránico) de los burócratas políticos, que son los que llevan la marcha y dirigen el asedio a esa democracia enclenque que los intelectuales nos invitan a defender o a mejorar... precisamente promoviendo a burócratas idílicos que hagan el trabajo inverso. Aquí me centraré en la filotiranía que oficia justamente de demócrata, de justa, de cosmopolita y, last but lot least, de pacifista; precisamente la de los intelectuales que hoy ofician de filósofos (y hasta lo son en cierto modo, como reconociera Nietzsche que lo eran los "filosofastros" de su tiempo... que a fin de cuentas es el nuestro, no nos engañemos). La que en nombre de la defensa de la democracia (cuyas metas ideales ya nadie pretende que se cumplan en sentido estricto) se proponen siempre soluciones totalitarias: la revolución, el encumbramiento de un personaje mesiánico, la adscripción idílica a un gobierno de sabios (tecnócratas o expertos en su versión moderna, incluso personas a las que no les tiemble el pulso... a la hora de realizar lo que los proponentes consideran bueno... y que tengan sus textos como de cabecera y no los de otros), la adhesión ciega a un Partido... que respete sus dogmas.
Entretanto, la inocuidad del debate continúa dejando espacio libre para experimentos morales. Cuando se pide que la realidad se acomode al concepto, siempre hará falta la mano de hierro sin escrúpulos que acabará exiliando a los poetas. Para que todos sean libres... acabará siendo necesario obligarlos. En primer lugar, porque nadie quiere ser libre. Lo cierto es que todo el mundo quiere estar, simple y llanamente, acomodado (sea en la poltrona, sea a los pies de ella). En segundo lugar, integrando unos discursos que sólo pueden ser desconcertantes, en las raíces de las reivindicaciones no se encuentran sino los deseos de dominación individual y en todo caso los del propio grupo del que se depende (grupo que, en tanto y en cuánto se pueda, se intentará reconducir también en relación a unos u otros detalles). (2)
Es evidente que, cuando de la realidad no se pone en cuestión ni se desnuda tan siquiera su núcleo, no se hace más que el paripé de expulsar la dominación tiránica por la ventana... para que se cuele por debajo de la puerta.
En estos días, el debate intelectual sobre la democracia vigente, a la que se califica de "imperfecta" a la vez que de "aceptable", demuestra que la misma ha comenzado a verse amenazada... inclusive en la presentación patética, ruinosa, decadente, que exhibe. No hay sino que posar la mirada sobre los hechos que se están sucediendo y que son indicativos de que estamos transitando por el borde de un abismo más allá del cual a los intelectuales no les parece posible vivir como hasta ahora. es decir, consideran un abismo. La acumulación es ostensible sin duda, la putrefacción se huele como habría declamado Hamlet. Y sin duda alguna podemos y debemos poner nombres y apellidos al detonante (del mismo modo que hiciera Shakespeare al llamarlo "Dinamarca"). Es lo más visible a sus ojos: el viraje acuciado dado por la camarilla gobernante, personificada por Zapatero y sus amigos (viraje visible tanto desde una lectura ideológica que da igual significación al comportamiento de los actores, como desde el punto de vista de los derechos específicos que van notando repentinamente mermados... aunque de viraje real nada de lo que sucede tenga nada ni que sea ideológico), un viraje que no es ni el que se materializa en las medidas económicas sino en el que no es sino una profundización del proceso iniciado hace específicamente varios años y en realidad hace ya casi dos siglos... aunque ahora comience a notarse ostensiblemente en la conducta totalitaria de los gobernantes. Eso sí, para mayor desconcierto, aún y tal vez hasta un límite impensable, bajo las formas más iconográficas de la democracia parlamentaria tradicional (algo que se ve más en casi todos los rincones del mundo).
El posmodernismo de la vida cotidiana hace cada vez menos necesario que las cosas se expliciten y sean presentadas con precisión, coherencia y rigor, incluso cada vez con menos "economía de principios" (con múltiples principios intercambiables en realidad, agrupados por temas y momentos oportunos): nos movemos en un espacio en licuefacción, como Baumann nos invita a aceptar como correspondería a una especie de némesis promisoria o al menos tranquilizadora -¡y esto es lo que se ve cada vez menos!-.
La percepción de este fenómeno no es nueva (¡para los pocos que lo percibimos!), pero algo parece haberla tornado especialmente preocupante para un número creciente de intelectuales, aunque aún (y tal vez no pueda pasar de ahí) de una manera imprecisa y tergiversadora, condescendiente y confusa, inclusive, igual y paralelamente, desconcertante e interesada. Ello da sin duda testimonio de su significación como hecho activo o incidental, mostrando mucho más que una preocupación de índole imaginaria o psicológica. Lo establecido e instituido, sin lugar a dudas, se conmueve, se tambalea, incluso se cuestiona, sea por inadecuación de los eventuales afectados, sea por causa de un proceso subterráneo que aflora sin que se pueda soslayar, sea por el choque entre ambas realidades, sea porque se pretende aprovechar (y conjuntamente, en cierto sentido de nuevo, con un declarado derrocamiento/reforma que ya no se llama revolución social sino... refundación del capitalismo.
Los intelectuales que perciben el problema, aún cuando reaccionen en defensa de la esencia platónica que los hechos ponen en entredicho y contradicen, son doblemente sensibles a los hechos que se suceden, y lo son tanto porque esos hechos son reales como por los intereses que defienden, los ideales que atesoran, la necesidad de esa defensa y de ese atesoramiento; y es así porque se trata de unos seres socialmente conformados de un determinado modo. Doblemente sensibles, como seres que ejercitan su reflexividad y como individuos que viven de la vocación que da justificación a sus vidas, esgrimen con ese fin todo tipo de discursos incondicionales, absolutistas, inamovibles, naturales... No admiten una vida, un mundo, una organización social, unos mitos... que dejen fuera o incluso que contraigan su función privilegiada (propia en realidad de sus mejores facultades y de su cultivado amor propio).
Así pues, el fenómeno existe, y la distorsión interesada es también real, el peligro para ciertos individuos es indudablemente efectiva. Son datos de los distintos aspectos específicos que no se pueden ignorar, que, fundamentalmente, no deben ignorarse como partes inseparables de un todo que se mueve y que responde a la necesidad de ese movimiento.
El problema aflora a través de los discursos desesperados o confusos, histriónicos y especulativos, retóricos indefectiblemente, que giran en estos días en torno a la cuestión. Como es habitual, nos enfrentamos a la tipicidad en la referencia al apriorismo idílico combinada con la moda posmoderna que, con una fuerza devastadora, se impone desde la institución imperante (encorsetada por lo imperante): la de la simplificación, la de la reducción, la del etiquetaje simple y expeditivo. La lectura capciosa de hechos y textos, como toda "invención" en general, responde sin duda a una sociología, a una "voluntad de poder", a unos objetivos de "auto-preservación" y "reproducción", dinámicos si acaso, complejos sin duda, imperfectos por supuesto, pero determinantes. Muchos pensadores pueden apropiarse de las evidencias, aunque sea sesgadas por la valoración con las que las ordenan en su mente, pero, cuando prima la voluntad de dominio y de domesticación, de trasformación y adaptación a los propios deseos, las evidencias acaban sirviendo al autoengaño. (3)
La certidumbre propia de los intelectuales (aún cuando es escéptica), indiscutiblemente referenciable a la posesión de un don divino, dado por la divinidad al hombre y por lo tanto de obligada devolución mítica (exactamente como en el potlatch arcaico que, como apuntara Marcel Mauss, perdura en nuestras conductas atávicas), los conduce directamente a la prosecución de la utopía, un objetivo sólo realizable (en potencia tan sólo, por supuesto) mediante la constitución de su propia tiranía. Pero esto, de lo que ya he abundado más de mil veces desde diversos ángulos y con diversos ejemplos en este blog, tiene una consecuencia inseparable: en el límite de la frustración, los intelectuales suelen acusar a las masas de indolencia y de inconsecuencia, en la figura de su apoyo ciego a tiranos potenciales o reales y en todo caso a "malos gobernantes" (que serían, lógicamente, los que más lejos se encontrasen de seguir sus utópicos planes racionalistas e indudablemente imaginarios). (4)
Los intelectuales no sólo se inclinan de hecho (y a veces de derecho aunque siempre de manera justificada) e in extremis por la "tiranía buena" de tipo siracusano, es decir, por oficiar de dionysiokolakes (Nietzsche, citando a Epicuro; es decir "agentes del tirano y agentes serviles", Más allá del bien y del mal, ed. cit., pág. 27) o a la manera en que el Simónides de Jenofonte intenta educar a Hierón (5), sino que manifiestan con plena prepotencia su condena a las masas por "elegir mal" o de manera "infantil" (con "pantalones cortos" como dijo un bloguero "de vanguardia"). Su supuesta madurez, sin embargo, no es sino otro infantilismo, el propio de una banda de niños enfrentado a otra, frustrada porque no los deja jugar como a ellos les gustaría jugar, con sus propias reglas...
Se me dirá que con esta actitud mía caigo en un relativismo obsecuente que favorece a los malos gobernantes del presente, vía una condescendencia irresponsable por la conducta poco consciente o lisa y llanamente inconsciente de las masas (un argumento típicamente de izquierdas, es decir, intelectual, por cierto, de "la vanguardia consciente"). Y sin duda... suicida. Cuando un intelectual acusa de algo así a otro (tergiversándolo necesariamente como se hizo sistemáticamente con Nietzsche -véase el artículo de Vogelín sobre el tema, con cuyas conclusiones no coincido pero cuyos apuntes son muy interesantes y, nuevamente, aproximativos-), lo que hace es echarle en cara su traición, y sin duda hay parte de razón en ello. Todos los intelectuales, entre los que me cuento inevitablemente por encaje social, "debemos" oponernos a la restricción de "nuestras libertades"... Pero, ¿acaso esto nos impida reconocer que las masas, cuando elevan hasta la cumbre del poder a un tirano -¡Hitler inclusive, o si se prefiere Chavez!- hagan lo mismo... ¡y con el mismo grado de confusión... que por ejemplo tuvieron Platón, cuando creyó que podría educar a Dionisio, y Jenofonte cuando escenificó la educación potencial de Hierón!? ¿Es que corremos el risgo de ser juzgados por ponerlo en evidencia, tal vez sumariamente, tal vez con una condena al ostracismo?
Los intelectuales no asumen en sentido estricto que no son la encarnación de un dios ni sus enviados a la Tierra, ni que han sido insuflados de algo que tienen especialmente más desarrollado que todos los demás, algo menos corruptible, más alejado del cuerpo, como diría Sócrates y aprobarían todos sus discípulos empezando obviamente por Platón. Sin duda, son los que más fácilmente caen en la tentación de actuar bajo el peso de la perplejidad que la presencia de la reflexividad, la conciencia de sí misma, la conciencia de la potencia humana creativa y de la prodigalidad de la naturaleza y de la vida, inducen. Esa dificultad para reconocer que en el fondo los mueve un interés grupal de corte egoísta, grupalista desde el punto de vista operativo, y que la propia complejidad y fragmentación social existente son obstáculos ineludibles para la conformación de un mundo idílico, y para disolver o contener esa fragmentación y esa complejidad, llevan una situación sin salida a los intelectuales, a una situación de inevitable frustración que, no obstante, no los conduce a la lucidez... en cierto modo suicida, en el fondo porque lo es. Por lo visto, también en esta situación se comprueba que la sumisión (subterfugio compensatorio más o menos) es comprensible en el límite (Spinoza, Nietzsche).
Tienen pues razones para oponerse a la lucidez, pero tantas como las tienen las masas (a las que les niegan el derecho). No quieren saber nada de cruzar la frontera que los separa de la resignación a ser algo que no va a ninguna parte, que lucha por sacar el mejor partido de las circunstancias, que es esclavo de su idiosincrasia, de su amor propio, de aquello en lo que ha devenido por razones genéticas, históricas y sociales. Y ello es paralelo al desconocimiento del resto de la dinámica social, incluida la conducta de las masas, la de los gobernantes de todo tipo y la genealogía, desarrollo, sentido y dirección de la marcha de lo político y de sus instituciones. La filoignorancia está así mucho más generalizada que la filosofía. Es más, como supo ver Nietzsche, al margen de que sin duda existe un apetito por conocer, "una actividad instintiva" (Más allá..., ed. cit., pág. 23,) ello simplemente es algo que se han acostumbrado a hacer, que fortalecieron, en lo que confían (a veces más allá de toda sensatez), donde por seguridad se refugian (aunque el techo se les caiga encima).
En este sentido, sólo cabe reconocer que no pueden digerir los discursos donde se concluye que La Democracia da automáticamente paso, por mor de sus características dinámicas, a la Tiranía, (6), o que sirva a los propósitos de conquista de índole imperialista, tal y como claramente se manifestara en el Discurso fúnebre de Pericles reconstruido por Tucídides que, justamente, reivindican todos los pensadores filodemócratas. Por eso deben tergiversar a quienes se atrevieron y/o se atreven, o en todo caso a quienes no vieron que cometían un acto de lesa intelectualidad al poner públicamente en cuestión las bondades de La Democracia. En su Discurso fúnebre, Tucídides no glorifica fundamentalmente La Democracia ateniense por su contenido idílico (de libertad genérica e incondicional, etc.), como, por cierto, prefiere ver Castoriadis (7), aunque la mencione, sino... por el rol expansionista que permitió traer la gloria a Atenas, es decir, su hegemonía y la de los miembros del movimiento que se identificaron con aquella. Tucídides lo señala más que claramente para quien lo quiera ver (y sin duda Pericles lo debió hacer con el sentido que recogió el historiador, esto es, como buen jefe político de su imperio y con esa necesidad, propia de todo el que se precie de tal, de lavar y ensalzar el nombre del icono que sirvió de justificación y de bandera hasta la derrota -exactamente igual que la cristianización durante la Conquista de América por los españoles-). Pericles, como he dicho, menciona la libertad... pero la refiere a la nacional, a la libertad de no haber sido conquistados por el extranjero, además de tener una fundamental función identitaria.
La Democracia de Tucídides es reivindicada por él y por Pericles, como una democracia belicosa e imperialista, necesaria para la realización de los objetivos expansionistas atenienses: una democracia que exige funerales gloriosos, en los que acaban las heroicidades de todo patriota enviado al frente de batalla, carne de cañón que se inmola en la guerra de otros por una porción menor del botín de guerra. Algo que desde la propaganda o la ilusión, la mentira desconcertante o el autoengaño, es, desde Pericles en adelante, una y otra vez glorificada. En las palabras que figuran en el texto y con el que comienza el Discurso de Pericles según Tucídides (el paréntesis con texto en itálica y entre signos de admiración es mío así como el resumen; la versión española del texto es de Antonio Arbea, profesor de Lenguas Clásicas de la Universidad Católica de Chile):
"Comenzaré ante todo, por nuestros antepasados... (que) ganaron para sí, no sin fatigas, todo el imperio que tenemos, y nos lo entregaron a los hombres de hoy.
(...) Pasaré por alto las hazañas bélicas de nuestros antepasados, gracias a las cuales las diversas partes de nuestro imperio fueron conquistadas. (...) quiero señalar en virtud de qué normas hemos llegado a la situación actual, y con qué sistema político y gracias a qué costumbres hemos alcanzado nuestra grandeza.
(...) puesto que se ejerce en favor de la mayoría (que es lo único que puede prometer, ¡en favor de, y no por la mayoría!), y no de unos pocos, a este régimen se lo ha llamado democracia...
(...) obedecemos a quienes les toca el turno de mandar..."
La filotiranía intelectual (que se esconde en la filosofía aunque mucho más ostensiblemente lo haga en la retórica sofista de la mediocre intelectualidad asalariada y/o burocratizada de la democracia posmoderna que dice filosofar) no tiene, repito, la misma composición ni responde al mismo mecanismo específico y concreto que la filotiranía de las masas.... aunque sin embargo sí que responden ambas a facetas comunes de la humanidad fragmentada, facetas con una composición de elementos comunes en proporciones diferentes, que los lleva a la invención de vías diferentes descubiertas con el uso del mismo instrumental (intuitivo y reflexivo) nacidos en unos individuos que se caracterizan por el binomio inseparable de la imaginación y la debilidad.
Pero estas dos filotiranías propenden a tiranías frustrantes y narcisistas en ambos casos, aunque se revestían de padre bueno o generoso, redistribuidor, una, y de padre sabio y buen conductor de rebaños, la otra. Y ambas tributen a la filoignorancia que, como la mediocridad gobernante-colapsante, signan la marcha de las cosas, la marcha política, la decadencia ciudadana y social de la que todavía se quejan... pidiendo ya no la excelencia de antaño sino... la profesionalidad moderna, prometida, adoptada como signo (engañoso) de los tiempos modernos.
La preocupación impotente de la intelectualidad atrapada en la telaraña burocrática no deja de reflejar esa impotencia para gobernar que ya caracterizaba a los filósofos de antaño. Ante el embate restrictivo de sus prerrogativas, sólo puede sublevarse o claudicar una vez más... al riesgo de desaparecer en el límite convertidos en una caricatura de sí misma. La impotencia para gobernar (que no gobernarse, ya que lo que se impone siempre es un gobierno de unos sobre otros, de unos pocos escalonados piramidalmente sobre una sociedad fragmentada) tiene cada vez más similitud con la impotencia de las masas que con la debilidad psicológica de los filósofos, incapaces de mancharse las manos de sangre y de asumir tácticas que se inscribirán necesariamente en la deshonestidad, la mentira piadosa (que cada vez se enreda más hasta dejar de serlo), la incoherencia y la metamorfosis definitiva... Como la de los marxistas desde Marx, la de los leninistas y trotskistas desde Lenin y Trotski (basta ojear los escasos textos de sus sucesores para comprobar que ya no hay allí intelectualidad alguna con algo de substancia). La preocupación por la pérdida de las condiciones de seguridad (más que de la libertad en sí misma) es una preocupación por la proletarización creciente que deja en pie sólo los puestos de rutina técnicos (haciendo de ellos "obreros", como bien dice Strauss al referirse precisamente a la obra de Nietzsche a la que me vengo refiriendo, donde se denuesta a los "profesores" que "hacen filosofía"; o como sintiera Sainte-Beuve que se le venía encima a mediados del XIX...): donde se permite y se pretende el ejercicio no ideológico, no contestatario, disciplinado, de la Ciencia, de la "trasmisión de conocimientos" (o enseñanza, que es cada vez más inculcación), de la organización de la verdad (o sea, la mentira adecuada al momento) y en todo caso de la persecución propia de la Policía del Pensamiento.... como miembro integrante de la misma.
A ese futuro, la intelectualidad se resiste, pero de ningún modo de manera radical sino de manera conservadora y restauradora, con la mira puesta en un equilibrio que como todos los equilibrios son imposibles (Tucídides y Heráclito ya lo pregonaban y advertían; ya pudo ver Nietzsche cómo la moralideologías-, que refería a los tiempos de Kant, había sido arrumbada en beneficio de la realpolitik). Y en este aspecto, se diferencian cada vez menos de las masas, que hacen algo parecido... sin tanto discurso; simplemente, aupando a aquellos líderes decididos a gobernar que les prometen parte del botín de la redistribución que les prometen. -núcleo sin el cual no puede hablarse de
Los intelectuales sueñan con esa Democracia Imperfecta pero Aceptable del Occidente Capitalista, y ven que la misma se aleja cada vez más, porque pierde capacidad de crecimiento redistribuidor (el Estado del Bienestar se deteriora), porque formas totalitarias más o menos disfrazadas de deliberativas (¿qué sino eso se permite y hasta qué punto para los miembros del Partido o los parlamentarios en uno u otro caso?) y representativas compiten en lo económico y redistribuitivo por lo visto mejor (China, Rusia, India, Brasil... cuyos modelos se hacen extremos en países más periféricos del mismo entorno, como Venezuela, Irán, Indonesia…), al punto que dan ganas de ser conquistados o colonizados por ellos... y esta opción se va escogiendo en alguna medida aunque no lo parezca o... aunque sólo lo parezca.
Coincido pues con la visión que los frustra y los asusta: el peligro está ahí para su modo de vida. A la vuelta de la esquina. Incluso para una gran parte de la población en general. Coincido en que la Democracia Occidental, detenida en el momento actual incluso (si se pudiera), será siempre preferible a la Tiranía explícita... de los otros, sean estos quienes sean mientras no sea uno mismo... (sin contar con que por el camino se perdería la propia idiosincrasia si lo fuese uno mismo). Pero el problema que se discute aquí, y que merece a mi criterio que sea discutido, es otro, es el que no se admite y es el real y no el ficticio o especulativo: que la Democracia actual, insisto, marcha de por sí hacia la burocratización extrema y que en el límite estará siempre la salida tiránica de una camarilla... o el caos más o menos prolongado hasta que ese resultado se produzca. Mientras se sueña con la mencionada utopía, no hay lugar para el Poder que haría (supuestamente) realidad el sueño.
Para que ir un poco más a lo tangible, vemos los argumentos de detalle. Los que pregonan y defienden eso que denominan Democracia Imperfecta, se quedan con unas pocas cosas que escasamente pueden considerarse conceptuales pero que pasan por serlo en base a la definición primera y a la complacencia con la que se la trata (tomo esto de un comentario -de JFM en uno de los articulillos mencionados antes, el de los pantalones largos... aunque podría haberlo tomado de Dewey y hasta de Castoriadis... porque, sea para "criticarla" o para "sacralizarla" se la presenta atendiendo a modelos y no a realidades, se la reinventa en lugar de describirla...):
1) satisface a una mayoría (es decir, descansa sobre la existencia de una mayoría silenciosa o conformista o resignada o... subvencionada o... en una mezcla de tales personas en una "mayoría". Es lo que se quiere decir, pero tampoco esto describe bien lo real.)
2) permite cambiar de camarilla gobernante de modo pacífico (es decir, sin que tengan que correr ríos de sangre por las calles... ¿como en Venezuela?) y de hecho sería garantía de paz universal (¿como la que derivó de la democracia por excelencia, la ateniense?, ¿como la que exhibe la mayor democracia del presente, la estadounidense, con su disuasivo aparato mititar... que cubre sin duda sus imposiciones mundiales... evitando en lo posible su uso o haciendo de la exhibición su forma más efectiva?)
3) aceptación por los representantes (los políticos) de que son pasajeros, lo que haría eventual la existencia del mal (¿pero acaso es algo de unos y no de otros siendo que todos ellos forman una casta que busca perpetuarse, obtener privilegios y reconocimientos en el mejor de los casos, hacer una carrera... que obliga a los más "capaces" a ser menos escrupulosos y a acabar probando la sangre del enemigo y el abuso de poder?)
Lo que no se dice es que las tres cosas no sólo no se cumplen, sino que en la pobre medida en que lo hacen, incluso van mermando: que es precisamente el desarrollo de la democracia lo que lleva a ello, es decir, a la tiranía aunque lo haga bajo piel de cordero. Que (1) en tanto no se consiga una mayoría silenciosa, la misma se hará cada vez más minoritaria o será inclusive diezmada. En este sentido, ese conformismo es más una lectura de los intelectuales que querrían ver una adhesión masiva a sus utopías, y en todo caso se produce en períodos de bonanza, de facilidades para la redistribución. Que (2) los gobiernos burocráticos producen recambios constantes de sus líderes de uno u otro modo y con todo tipo de argucias, incluso el atentado; porque la vía pacífica sólo es un producto del desequilibrio ostensible (véase los casos ruso y chino y sus "transiciones", y véase lo que pasa cuando un grupo burocrático ve todas las vías cerradas.... y llama a las masas a la movilización y al suicidio colectivo como su mejor reclamo para la pacificación bajo su mando... y véase cómo a veces la represión no lo permite... y la paz llega sin recambio alguno). El que (3) cada período sea más o menos igual o corto o delimitado a priori, hace en todo caso rutinario, ritual, el proceso electivo, pero no lo hace necesariamente beneficioso en general: a veces podría ser ideal volver a contar con el mismo líder pero en el seno de las camarillas, donde se decide, en privado, el representante la opinión popular no cuenta. A veces, el cambio en la intención del voto no lleva a un líder mejor ni virtuoso sino a otra experiencia nefasta... y cada vez eso es más habitual, por lo que se produce precisamente la famosa abulia de las masas. Como muy bien observara, para nombrar a un demócrata y liberal confeso, y de los más honestos si cabe, Bruno Leoni (La libertad y la ley) -aunque sin atreverse obviamente a sacar las debidas conclusiones- la explosión legislativa es imparable y la misma va inseparablemente ligada a la burocratización galopante y al imperio de la mediocridad y el egoísmo de casta... ¡inclusive al imperio de los ignorantes (Castoriadis), al hecho manifiesto de que "los listos son los tontos" (Th. Adorno)! En el texto de Castoriadis que he mencionado en mi nota (7) se exponen las características que definirían la democracia de hoy, que muchos edulcoranoligarquía burocrática (que Castoriadis no acaba de comprender), pero no paso de señalar la referencia para no abundar más en algo que ya expuse muchas veces. Lo que aquí interesa en particular es que todo ello pone en evidencia lo que realmente se defiende: ni más ni menos que un espacio donde practicar la profesión de la que se vive (no sólo en un sentido pecuniario sino, como quizás habría preferido decir Marcel Mauss, y yo con él, si se me permite la extrapolación neologista, potlatchico, por mítico o ritual. (8) Y siempre, al menos desde que la fragmentación social se instituyera, bajo el signo, la etiqueta, el "magma de significaciones imaginarias" (Castoriadis) que corresponde al grupo que detenta el poder de manera fundamental). Sin duda, lo que siempre está detrás de todo compromiso humano, especialmente el de los intelectuales; y hoy, en nuestra sociedad profesionalizada, más. para poder defender, como una
Tal vez se me diga, con evidente contumacia, que peco (¡exactamente, peco!) de pesimismo o de hacer una velada y escabrosa defensa del elitismo filotiránico al considerar la tiranía como algo poco menos que inevitable; y al desarmar con mi discurso voluntades bienintencionadas, etc. La locura sin duda se ha instalado. El deseo de querer es superior a la perspectiva de obtener alguna cosa capaz de hacer feliz al hombre (Nietzsche lo decía de otra forma y ya lo he citado muchas veces). Es obvio que nada puede detener la marcha, no os preocupéis... podéis seguirme ignorando y no pensando seriamente en nada que perturbe la certeza y la falsa seguridad que halláis en ella (dejando siempre algo de espacio para las dudas... especulativas, comme il faut). Podéis continuar alzando viejas pancartas (nacidas viejas), os digo, y mantener en torno a ellos debates sesudos que apenas si se sostienen ya en el escenario... Yo me contento con tomar nota, describir y reír en todo caso y un tanto apenado sin duda, volviendo a experimentar como todos los filósofos del pasado lo que, por ejemplo, vivió Kant cuando dijo: "todo el mundo se servía confiadamente de los conceptos sin preguntar en qué se basa su validez objetiva" (Introducción a Prolegómenos a cualquier metafísica futura...).
Quien se preste a remontar este blog hasta 2007 y hacerlo en otros (y no digamos en la prensa o la televisión), podrá comparar y corroborar así hasta qué punto vengo diciendo lo mismo y sobre los hechos y discursos reiterados desde mucho antes de que hubiera crisis o de que se produjera un viraje aparente sobre la base de una persistencia en la misma línea (una línea para nada ideológica, lo que hizo del viraje(9). mencionado antes, algo muy sencillo que no obligó, sino todo lo contrario, a una renuncia, como se habría estilado en "otros tiempos pasados" -en realidad, en otros casos, ya que el tacticismo y la voluntad de poder por el poder son viejas prácticas-; una línea precisamente de apoltronamiento sin fin alguno, sin ideología...
Cualquiera que no tuviera apego a querer la nada antes que dejar de querer, lo reconocerá. Lo bueno es que no existe el peligro de dejar de querer... No hay que preocuparse. Eso ("el nihilismo" del que habla Nietzsche, ibíd., págs. 29-30) es imposible en condiciones de salud estables: es "indicio de una vida desesperada" (ibíd., pág. 30). Siempre nos podremos contentar con un nuevo seguidor del blog aunque sea una gota más de un océano que nos ignora, con otro lector que discuta con uno de igual a igual y que, asentado en líneas parecidas, tenga una mirada crítica sobre sí mismo y sobre uno, todo con el objeto de compartir la satisfacción intelectual que produce el debate honesto y radical; con otro al que leer y verse reflejado (lo suficiente como para extrapolar alguna cosa, como para hacer el propio aporte); con quien aquí "oiga en el trasfondo más que una voluntad de verdad" y goce "de oídos muy agudos"... que es lo que alimenta a gente como nosotros, seamos los pocos que seamos y nos hallemos o no en vías de extinción...
* * *
Notas:
(1) Nietzsche dijo casi todo lo que se puede decir de "la verdad" como "problema" y de los "filósofos" que la buscan sobre la base de mezclar "el encontrar" y el inventar" (Más allá del bien y del mal, Alianza Editorial, Madrid, 1979, pág. 32). En toda su obra (sin duda impulsada por su coincidencia inicial con Schopenhauer) puede encontrarse casi todo sobre esta cuestión que apuntaba una y otra vez a señalar, aunque sin desarrollar esto hasta la raíz, la existencia de "exigencias fisiológicas orientadas a conservar una determinada especie de vida. (...) conservar seres tales como nosotros" (ibíd., pág. 24 y ver el parágrafo 4 que sigue), o, más precisamente, que ya era hora de "sustituir la pregunta kantiana (...) por una pregunta distinta: ¿por qué es necesaria la creencia en tales juicios?, es decir, la hora de comprender que, para la finalidad de conservar seres de nuestra especie, hay que creer que tales juicios (los juicios sintéticos a priori) son verdaderos; ¡por lo cual, naturalmente, podrían ser incluso juicios falsos! (ibíd., pág. 32; la negrita es mía). En definitiva, abriendo las puertas a lo único que es posible construir con fundamento: una sociología de la filosofía. No por nada, Nietzsche es, particularmente aquí, durísimo con los filósofos, a quienes considera "abogados que no quieren llamarse así" (ibíd., pág. 25) y tilda globalmente de "filosofastros de la realidad" (ibíd., pág. 30), etc.
Nietzsche a mi criterio fue quien más lejos llegó al respecto, y resolvió la sensación (socrática sin duda) que experimentaba de ser él mismo movido por algo más etéreo, algo que debía considerarse más digno y sublime, autoexcluyéndose hasta donde pudo de entre los filósofos. No se trataba ya de sostener que lo guiaba la búsqueda de la verdad o de la justicia, pero, por qué no, el de un futuro que igualmente tuviera igual significación si no igual significado. Por ello, cabe reconocer que al intentar o sugerir una "Filosofía del Futuro", aunque fuese creyendo tan sólo en un "quizás", Nietzsche no pudo dejar de formar parte del conjunto de "la filosofía (que) comienza a creer en sí misma. (... que) crea siempre el mundo a su imagen, (que) no puede actuar de otro modo", (que) es ese instinto tiránico mismo, la más espiritual voluntad de poder, de crear el mundo, de ser causa prima" (ibíd., pág. 29), que él también "partiendo de ese creer suyo se esfuerzan por obtener su saber, algo que al final es bautizado con el nombre de la verdad" (ibíd., pág. 22; y lo citado en mi nota 1). A pesar de "dudar de todas las cosas". De ahí que no pueda sino ponerse a sí mismo en el límite, en la frontera del problema y reconocer que la última instancia está en el amor propio (Así habló Zarathustra, donde así concluye) y referir el problema a la psicología individual y grupal y a la sociología, como ya he señalado.
Y como Nietzsche, no acometo este análisis creyendo en las bondades del episteme y en las posibilidades del convencimiento (que sólo es posible en igualdad de condiciones sociales). La invención es hasta tal punto creída, hasta tal extremo se rechazan las alternativas aunque prometan "más economía de principios", hasta tal escaso grado ponen los intelectuales socialmente integrados al estatus quo en peligro sus discursos en estricta duda, demostrando que hay escasas posibilidades de diálogo fructífero con ellos, concretamente cuando se los pretende sacar fuera de las preguntas kantianas y muchas veces... simplemente gorgianas (por retóricas) que proponen como fundamentales rechazando sobre esta misma base por ellos inventada el valor, el interés, la enjundia de toda mirada excéntrica, radical, crítica.
(2) Además del apuntado "deseo de tener razón" del individuo, podríamos decir sin temor a equivocarnos que el hombre no pretende en realidad "ser libre" sino estar "sujeto", y sujeto al grupo en particular. Esto es lo que crea el espacio de posibilidad para la dominación de una mayoría impotente (en el sentido político-organizativo o gubernativo) por una minoría decidida. De esto hablaron muchos pensadores a lo largo de los tiempos, como por ejemplo Maquiavelo, Spinoza, Hobbes, Kant, Hegel... todos ellos señalando la preferencia masiva de "tener un amo" (no cito aquí para no extenderme demasiado), a la vez que se adjudicaban voluntades de libertad a sí mismos; libertades para sí mismos, sin duda. Como dijo Nietzsche en su Más allá del bien y del mal: los filósofos no hacen sino esconder detrás de sus virtudes la misma voluntad de poder que asiste a todo aquel que quiere, ¡y cree poder!, imponerle a los demás su propio mundo, "un mundo a su imagen" (op.cit., pág. 29), sea mediante instrumental natural, artificial (las instituciones, las tradiciones, los mitos, la moral...) o humano (las masas, los amigos, los gobernantes, los tiranos...). Marcel Mauss, con Malinowski, descubrió en las sociedades arcaicas y en la institución generalizada del potlatch ("sistema de prestaciones totales" como lo llama) la primacía de los vínculos de obligatoriedad por encima de todos los demás, donde el sentimiento más hondo es el de deuda, de devolución obligada... eso sí, nacido o inventado en base a las pulsiones de dominación y domesticación grupales (algo que Mauss señala... a pesar de lo cual, dicho sea de paso, dice añorar ese arcaísmo de manera idílica y... ¡proponernos un retorno a él!) Así, esos vínculos aparecen y se instituyen formalmente (mediante el mito y la tradición) para constituir el espacio del dominio posible y conservable. Como veremos luego, será un tópico que se repetirá hasta el presente inmediato ya que, aunque bajo formas más sutiles, la democracia se basa igualmente en la necesidad de las masas por ser gobernadas... "justamente"... desde su propio punto de vista redistributivo.
(3) Parte inseparable de la situación, como sucede en todos los casos según dictan las costumbres y la mecánica humana, es que cada intelectual encuentre y extraiga conclusiones singulares de una misma lectura. A veces se lee más y a veces menos de lo que pretendiera su autor (o su recreador como es el caso que analizaremos aquí, en el que el original nos ha llegado recreado... y tal vez demasiado bien recreado) y, muchas más, se interpretan y reinterpretan desde la posición o situación que el contexto (a fin de cuentas político y en todo caso social) impone al actor intelectual que asume como propia la tarea por uno u otro motivo personal, sintiéndose en última instancia exigido por ese contexto... Por lo visto, podemos concluir que se lee, en todo caso, para legitimar el discurso propio, las propias convicciones. Y da igual que se lea "como se leía el autor" o "como nosotros suponemos que pretendía ser leído". Lo quieran o no reconocer, lo disfracen o no de escepticismo (kantiano), se trata de pensadores del estilo de los que señalaba Nietzsche: "quien aquí no oiga en el trasfondo más que una voluntad de verdad y ninguna otra cosa, ese no goza ciertamente de oídos muy agudos. Tal vez en casos singulares y raros intervengan realmente aquí esa voluntad de verdad, un cierto valor desenfrenado y aventurero, una ambición metafísica de conservar el puesto perdido, ambición que en definitiva continua prefiriendo un puñado de certezas a toda una carrera de hermosas posibilidades..." (ibíd., pág. 29). (Aprovecho aquí para anotar que las palabras y frases entrecomilladas de la oración anterior en el texto son las utilizadas por Nietzsche en su Más allá del bien y del mal al que vengo haciendo referencia).
(4) Un ejemplo simple y elemental pero significativo por representar a "la media" es el articulillo titulado Tiempo de pantalones largos, pero no es ni mucho menos el único. En el mejor de los casos, se comienza sin embargo a dudar y a exponer dudas que sin embargo no producen ningún eco (véase al respecto este otro titulado La constitución romana y los comentarios a que dio lugar, donde nadie ha mostrado interés por la frase final con la que se cierra el artículo, a saber: "conviene recordar que bajo los altos ideales late siempre algo mucho más prosaico y comestible."; algo que ya era patente para Tocqueville, como me he cansado prácticamente de decir en más de mil y un entradas publicadas en este mismo blog, y que no sirve en absoluto para distinguir "revoluciones" de "motines" salvo en el limbo idílico de la intelectualidad.) Sin duda: un tema un tanto tabú que despierta suspicacias incluso respecto de las propias pulsiones convenientemente reprimidas.
(5) Imprescindible leer desprejuiciadamente "De la tiranía" en donde Leo Strauss desmenuza a su manera pormenorizada el diálogo entre Simónides e Hierón (en la edición de Sígueme el diálogo se transcribe entero así como se completa el texto de Strauss con las polémicas entre éste y Kojeve por un lado y Vogelin por el otro). Imperdible y desbordante. Esa discución en torno al diálogo y sus connotaciones en el discurso posterior ilumina el problema de la visión política de los intelectuales.
(6) Esto es algo que reconoció Platón (La República, libro octavo), aunque sólo hiciera un escueto y simplificado esbozo de la mecánica que lleva de la una a la otra (así como a otras transformaciones que aparecen como formando un armonioso círculo de eterno retorno). En cualquier caso, Platón manifestó una escaso cuidado por mostrarse tributario intelectual de las tiranías buenas y esperanzado en ellas. No le importaba por el contrario defender un punto de vista critico con respecto a la democracia (la de por sí elitista en Atenas) bajo cuyo régimen sin embargo podía incluso adoctrinar según sus cánones (lo que en Esparta le habría sido imposible), el de la democracia ateniense que justamente condenó a su maestro por corromper el orden. Incluso se dio el lujo de valorar esa Esparta que también habría condenado a Sócrates y a él mismo al ostracismo como poco.... Nada que ver con el cuidado autorreprimido que practican los bienpensantes de hoy, obligados por su idiosincrasia a manifestar una inevitable predisposición elitista (típica del racionalismo idealista de Sócrates y propagada o reproducida "meméticamente" si se me permite el término con un puro sentido alegórico, entre generaciones sucesivas de intelectuales).
(7) Cornelius Castoriadis, en Figuras de lo pensable, "Antropogenia y autocreación" (Fondo de Cultura Económica, México, 2002), dice del Discurso u "Oración fúnebre": "una cima del pensamiento, de la actitud política democrática,..." (pág. 27) , calificándolo al final del artículo de "insuperable"... Todo en nombre del mito que Castoriadis abraza y "encuentra" (¿o "inventa"?) para sus propios objetivos propagandísticos y mesiánicos. Y ni una palabra del inseparable elemento imperialista asociado a esa democracia gloriosa... y que la afearía sin duda (véase el párrafo del Discurso que cito en el texto, donde este carácter decisivo salta a la vista de manera poco discutible), y ello sin añadir el hecho esclavista que sustenta ese régimen (algo que en otros textos Castoriadis no ignora... pero no considera en toda su significación). Todo para sostener y no deslucir sus objetivos esperanzadores y mesiánicos de una "democracia obrera autogestionaria" o "directa", y, claro, universal, variante del cosmopolitismo moderno heredado (con Kant como uno de sus mejores y más consecuentes representantes de todos los tiempos). Por eso era indispensable dejar a un lado una buena parte de la realidad, precisamente la que pone en evidencia su dinámica haciéndola inseparable de la apologética.
Al respecto, Leo Strauss, lector del clasicismo como pocos (e inclusive de lo real), lo vio muy claro en atención a su vocación descriptiva y no inventiva. En su La ciudad y el hombre, Strauss sentencia colocando nuevamente, como buen nietzscheano, el dedo en la llaga:
"La democracia ateniense fue un tipo especial de democracia, una democracia imperial que ejerció un dominio casi tiránico sobre sus llamados aliados" (La ciudad y el hombre, Katz, Bs. As., 2006, pág. 244), tras mencionar el inevitable "terror democrático" (pág. 243). Y aunque pudiera sorprenderle a Castoriadis y a todos los casos de mucha menor enjundia que realzan lo que les conviene y ocultan lo que molesta o perturba sin tratar de comprenderlo, Strauss, que ha optado por describir y no por inventar, reconoce que "...comprendemos la admiración de Tucídides por los modos espartanos..." (pág. 216) cuyo sentido no revelo para animar a que se lea el texto entero. Sin duda, Strauss se tomaba, como Tucídides, al menos en este caso, "la vida política tal como es" (pág.201). Y la realidad pone de manifiesto la superioridad de la prepotencia (que requiere convicciones firmes) sobre la moderación (que descansa más sobre la duda), justo lo que respectivamente caracerizaban a Atenas y a Esparta... curiosamente... y en clara oposición con los sueños pacifistas de nuestros demócratas de hoy y su defensa del modelo simplificado en nombre de la no violencia que lo caracterizaría... idílicamente, en los hechos (Castoriadis introduce de manera productiva el tema al arrancar con las crónicas de Tocqueville y el modelo de Jefferson).
Castoriadis, a cuento de nuevo aunque esta vez en relación a su conferencia "¿Qué democracia?" que se incluye en la edición citada, como suele suceder entre los intelectuales, (a) ve la paja en el ojo ajeno cuando afirma -desde mi punto de vista con acierto-: que "las construcciones racionalizantes que en la actualidad se consideran como filosofía política se despliegan mediante el olvido o el ocultamiento de la efectividad del régimen socio-histórico en el que vivimos" (op. cit., ed. cit., pág. 156). Sin duda, tendría que habérselo aplicado a su propio discurso en el que siembra lo que le permitiría luego cosechar fundamentos para sus propias utopías engañosas (democracia directa, etc.), donde, en fin, también hay olvido, ocultamiento, edulcoración, disfraz, benevolencia, simplificación apriorística basada en los modelos y no en los hechos. Su análisis merece la pena ser diseccionado igualmente en un espacio mayor, pero quien tenga una mirada de águila y un olfato de lobo podrá observar los bandazos necesarios que van desde algunos reconocimientos y aciertos parciales hasta ciertos desconocimientos, olvidos y simplificaciones y viceversa. Por otra parte, (b), intenta un ejercicio de a ver si mi racionalismo puede más que el de todos los demás; un ejercicio puramente especulativo, retórico a pesar de sus opiniones sobre La Retórica (no muy claros por cierto, o que tal vez no he entendido) y que, por lo visto, es irrenunciable para todo el que sostenga un mensaje dirigido a convocar y a proponer un futuro mejor... como era sin duda el caso de Aristóteles que Castoriadis mismo menciona y como entiendo hace Platón aunque diga oponerse a La Retórica. Por fin, todo para terminar en (c) nada, pesimismo, decepción típicamente intelectual, moralismo, contrición, ejercicios espirituales... ¡Penoso! (aunque debo reconocer que hay muchas observaciones ´fructíferas por el camino).
(8) Castoriadis, preso como ya señalé, del residuo racionalista de la propia economía política que demuele señalando correctamente su seudoracionalismo, define en el texto mencionado ¿Qué democracia?, nuestra sociedad occidental como una mezcla de burocratización y capital (o "dinero": las "reglas del dinero", dice exactamente) siendo que sólo hay, a mi juicio, (y según muchas de sus propias observaciones y criterios, como el prometedor "magma de significaciones...") un puro dominio de la burocracia sobre todos los ámbitos de la vida sociopolítica (global), sobre todas las cosas y toda La Tierra, el dinero obviamente incluido (el ejemplo de la manipulación del remimbi (yuan) por los chinos sólo es un buen ejemplo, pero esto impregna todo el carácter artificioso de la economía capitalista que juega bajo reglas burocráticas en más de un sentido y con más de un efecto. Y, lo curioso, las observaciones que hace Castoriadis en la misma conferencia luego apuntan en la misma dirección de señalar el peso de lo político sobre lo que se considera económico).
(9) ¿Qué es correcto y qué no lo es?, esto es sin duda algo que sólo puede concitar análisis capciosos, incluso contaminados... La verdad, repito con Nietzsche, sólo es un problema, lo que no significa sino que la primera causa sólo puede ser una conjetura, una invención, pero una conjetura puede ser operativa para guiarse en la selva de interacciones esperables o esperadas que nos rodean en tanto que mundo... En los hechos, cada discurso, cada texto, cada compromiso, cada juicio, etc., enlazan con el ser y el tiempo de ese ser, si se me permite una referencia que no intenta ser definitoria de nada sino tangencialmente referencial y que por ello espero que sea considerada un simple guiño. En los hechos, pues, tanto el discurso antiguo como su interpretación actual... deben considerarse como cosas separadas e instrumentalmente diferentes, esto es, debidas a causas específicas más allá del sistemático y un tanto superficial eterno retorno, idiosincrasia esencial, naturaleza humana o cualquier otra de los tantos atributos imaginarios que una y otra vez afloran en la conducta de esos seres reflexivos que un día se separaron de los simios y demás mamíferos en uno de los últimos hitos producidos hasta ahora en el desarrollo de la vida terrestre hasta ahora... atributos sin duda sintomáticos, conducta sin duda sintomática, pero que cada vez, en cada situación instituida de manera diferencial, es estrictamente otra cosa, una novedad, una emergencia concreta, específica, estudiable como objeto singular... encontrables más allá de lo que se quiera inventar a posteriori.
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