lunes, 24 de enero de 2011

Algo más acerca de "el problema de la verdad"

Si el río suena es que agua trae, dice el refrán, e indudablemente dice más que los que se atrevieran a sostener que el sonido precedía al agua y al río, como no sé si se atrevería a sostener Platón siendo fiel a su discurso. Parafraseando en cualquier caso el refrán, podríamos decir que cuando sobre un tema se debate es que el tema se ha convertido en político... lo que significa y sólo puede significar sólo una cosa en un sentido filosófico (tal como esto se comprende y no literalmente), a saber: que  el tema se ha convertido en crucial para la vida de aquellos a quienes la cuestión preocupa. Es, en concreto, lo que hace de La Democracia un tema de debate en diversos espacios de índole intelectual en estos meses; un asunto sobre el que vuelvo a prometer una serie de artículos en breve, en este mismo blog empezando seguramente por el próximo; un interés que en mí sin duda nace del mismo caldo de cultivo del que naces esos debates, es decir, del hecho de que vemos peligrar las ventajas que La Democracia (en realidad el estado de equilibrio interburcrático actual que muchos siguen asociando a ese concepto de manera netamente platónica) conserva para nosotros, los que vivimos estimulados de uno u otro modo a producir abstracciones, a desentrañar leyes y concatenaciones y a construir narraciones que den cuenta más o menos honestamente, más o menos histriónicamente, de nuestros desvelos..

Y cuando algo preocupa de manera productiva y no simplemente angustiosa o doliente (o sea, cuando lleva a quienes reflexionan a prestarle atención o a dedicarse a elucubrar o a construir abstracciones en torno a ello; cuando algo se ha convertido para ellos en político...) es que se ha convertido en crucial para sus vidas.

Esto no es más que un corolario de la crítica radical que pretende no autoengañarse suponiendo que los debates son inocuos y desinteresados, que la preocupación intelectual (por del intelecto entrenado) nace del amor o la avidez por la verdad, del espíritu posesivo de la mente o de una suerte de predestinación impuesta por unos u otros dioses, explícitos o implícitos, venerados o negados... La crítica radical, en la que pretendo hacer pie desde hace un tiempo de manera explícita, parte de lo real (no de la verdad), es decir, de lo que se aprecia como determinante de sucesos, lo que tiene lugar de manera fugaz pero decisiva, en el curso de la interacción modificadora, de la inestabilidad, de la inaprensibilidad. Para ella, la realidad es el río que nunca es el mismo, que no se deja capturar, pero a cuyos estados pasados siempre podemos remitirnos, sin duda de manera un tanto incompleta, sin todos los detalles, pero de manera suficiente e imaginativa, si se me puede entender a la luz de lo que sigue con estas palabras y tamaña síntesis.

En esa realidad, el hombre juega precisamente el papel del inventor incorporado al proceso: capta parcialmente lo que se encuentra a su alcance (alcance que es capaz de ampliar en una u otra medida) y proyecta creativamente esos datos con vistas a la domesticación y al control interesado; y esto introduce hechos adicionales que reencauzan y remodelan la realidad en la que se está y se es.

Se trata, en consecuencia, de definir a los actores y delimitar sus motivaciones. Algo que al pensamiento ideológico, por llamarlo de algún modo (y el autodenominado científico se incluye), se caracteriza por ignorar. En este sentido, ese pensamiento tiene raíces míticas y sus construcciones medularmente son mitos; es el caso de la Ciencia, que bajo la piel de su práctica, y dominándola, vigilándola y limitándola, tiene por médula un mito, el mito racionalista (en esto, sirva esto de apunte para el debate, acierta Kolakowski -La presencia del mito-, aunque trata de convencernos que nada se puede hacer para evitarlo, algo que yo pongo en duda o en cuestión, aunque sin ánimo taxativo alguno; que hay que resignarse y, si acaso, dar con un buen mito). Ahora bien, definir los actores y sus motivaciones, algo que completa las dos facetas del ser humano, su estar en el mundo por un lado y su voluntad consciente por el otro, debe hacerse desde el estudio de su dinámica, de su rol activo en el entorno en el que se ve obligado a desenvolverse bajo las formas específicas y complejas que lo diferencian de los demás objetos e individualidades mundanas, pero reconociendo que en la base de esas diferencias hay un común denominador que no es otro que la voluntad de permanecer, de autoconservarse, de repetirse... se trate de lo vivo o de lo inerte, lo meramente inercial.

Todo esto fue sin duda visto (e interpretado luego de muchas formas y por diversos motivos) por los sucesivos pensadores que se consideraron exponentes de la filosofía, los filósofos. Encontramos estas conclusiones en el Sócrates de Platón, en San Agustín, en Spinoza, en Marx, en Nietzsche... Con posturas diferentes y hasta contrapuestas, todos dieron cuenta en uno u otro grado de la evidencia que la investigación científica haría aflorar en planos que se fueron convirtiendo en observables con el desarrollo de tecnologías capaces de penetrar en ellos (telescopio, microscopio... seceunciación genética... electrónica  aplicada a la neurociencias... etc.). Sin embargo, algo ha impedido ir demasiado radicalmente, hasta el punto de poner en cuestión la capacidad del ser humano, es decir de su conciencia y de sus facultades reflexivas, para edificar una explicación final, última, incondicionada o absoluta, que remitiera a las últimas causas, a lo inamovible y eterno, es decir, a La Verdad.

Quien más lejos llegaron en este sentido fueron Schopenhauer y Nietzsche señalando que el mundo real es el apariencial, el de la Representación y el de la Voluntad. Sin embargo, Nietzsche mismo, quien a mi juicio fue quien llegó hasta la frontera del problema reconociendo, como puede verse al final del Así habló Zarathustra, que no quedaba nada sino el amor propio (la "propia obra"), que no había en el fondo otra verdad que la propia vanidad, acabó desandando uno que otro paso al intentar a pesar de todo de fundar una Filosofía del Futuro en el territorio imaginario que se situaría Más allá del bien y del mal.

Se han intentado todas las respuestas sin duda, y la marcha contumaz de los hechos nos han llevado a apelar al recurso de aceptar que todo es o ha devenido líquido o todo es y era mera justificación. El vaciamiento de los significados no se afronta, se adopta como inevitable. La predisposición a edificar mitos no se pone en cuestión, se adopta igualmente como necesaria y natural. Todo con tal de no llevar la mirada crítica y radical hacia la propia debilidad humana, hacia lo que, como registrara con una intuición encomiable la leyenda de Rey Midas y Sileno, "sería muy ventajoso no oir" (citado por Nietzsche en El nacimiento de la tragedia... y olvidado hasta cierto punto luego, al superar a su viejo inspirador). Esa debilidad que no elegimos sino que nos elige (que heredamos), esa debilidad que nos cuesta radicalmente admitir (sobre todo en un marco de orfandad insalvable (salvo llegada de los supermarcianos, está claro -1-, ya que le debilidad con Dios es también una buena conjetura para intentar resolver el problema, incluso la conjetura que permite un reconocimiento mejor amparado... pero como bien sabemos ya, "Dios ha muerto" y sólo queda la debilidad desamparada).

Lo evidente es que cada ser humano actúa de un modo parecido: antes o después, en base a determinados caracteres hereditarios y diversas circunstancias espacio-temporales y en definitiva histórico-sociales, descubre sus mejores armas para salir del paso y obtener una vida psicológica o emocionalmente así como materialmente satisfactoria. Y la forma de vida que adopta se basa en ellas y por ello pone en su defensa su arma decisiva: la conciencia. Una defensa que, precisamente según cuales sean esas armas mejores, se llevará a cabo mediante la honestidad relativa o la deshonestidad más menos escrupulosa, con más o menos de eso que llamamos verdades (en realidad construcciones racionales, abstracciones, formalizaciones) o mentiras (engaños, trampas, sortilegios, conjuras, mitos, autoengaños...) Sin duda, una combinación de debilidad congénita y conciencia de las mejores habilidades resulta mandatoria. ¿Cómo pues no dirán aquellos que se consideran a sí mismos, y en y desde el seno de su específica corporación sui generis, filósofos... que la filosofía es (¡es!, ¡indiscutible e incondicionalmente!) la vía regia y segura de llegar a alguna parte (tal y como dice con todas sus letras Sócrates, su fundador)? ¿Cómo no van a negar, antes o después, explícta o vergonzosamente, que La Verdad sólo sea "un problema", que podría no servir para nada de nada seguirla buscando, persiguiendo, amando?; ¿que ni siquiera sirva como actividad gimnástica conveniente (¿quién lo certificará, qué dios, qué sabio., qué profeta..?) para que la mente esté o siga estando entrenada?

Sileno nos dice una y otra vez lo mismo: estamos atrapados por y en lo que hemos devenido, aunque no todos con igual intensidad psicológica ni del mismo modo (como también supieron ver todos o por lo menos los más grandes pensadores pretendidamente antimíticos o, si se prefiere, científicos -grandes sin duda porque sintieron la espina clavada en el corazón y nos la hicieron sentir a muchos... cuando dejamos de negarlo-. Sileno, sí, nos lo dice: atrapados y al borde de querer "morir pronto" en cuanto nos descubrirnos tal cual somos: ambas cosas, de cualquier forma y en un sentido profundo "inalcanzables".

Por eso, a mi criterio, se llega hasta la frontera donde puede reconocerse el amor propio como base de todo en el hombre, especialmente en el hombre reflexivo (lo que tampoco, así lo  entiendo, es casual): se llega hasta el relativismo y el pragmatismo que define sin embargo lo práctico como lo mejor, y por tanto, como algo incondicional (lo hace pues de manera vergonzosa, espúrea), como son los casos de "la democracia" y de "la ciencia" en el discurso de Rorty; se llega hasta actuar de hecho como sabios potenciales, sabios bien encaminados, obrantes de lo verdaderamente importante para el mundo, para La Humanidad... Pero, lo que no se hace, el terreno que no se pisa, el territorio vedado, es el de reconocer que todo eso realmente no importa nada para el futuro o para todos, que lo mismo daría, incluso, que la humanidad sobreviviera, se aferrara a la vida y se reprodujera... bajo la forma de las sociedades arcaicas, incluso con una indefensión absoluta a las enfermedades, a las bestias, a la naturaleza (y no a medias, como ahora, con la esperanza de que se alcance una situación de dominio absoluto e incondicional; y este, sea aquí dicho, es el mito del que nadie quiere desprenderse hoy), o bajo la forma de una sociedad antropófaga del tipo de la que se vaticina (¡y como superable garcias al viejo racionalismo victoriano!) en la novela de Wells de los manidos Morloks y Elois; o, incluso, ¿por qué no? y ¿con qué argumentos no míticos negarlo?, si la humanidad entera fuera arrasada del mundo por cualquier evento incontrolable (que no casual). Lo que no se hace, más allá de los hipócritas malabarismos verbales del relativismo, es, de cara al presente y no ya de cara al futuro del que no vivimos ni viviremos, al que sólo por mor de nuestra culpabilidad y mala conciencia nos debemos (reminicencias, a mi modo de ver, de la perplejidad que diera origen al potlatch -2- y lo que siguió después... complejizándose sin freno), lo que no se hace, repito, es aceptar que algunos necesitemos dedicarnos a filosofar mientras para muchos eso no resulta ni necesario ni ventajoso y en muchos casos sea imposible tal y como son y se han conformado. Filosofar pura y simplemente como un asesino profesional necesita matar. Pura y simplemente, para sobrevivir; sobrevivir, claro, como lo que hemos llegado a ser y somos, lo que se define mucho más que como meros homo sapiens sino como personajes imbuidos de un determinado rol.



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(1) Supermarcianos... o la raza de los superhombres, la subespecie de los sabios magistrales, uno u otro mesías, los tótems, los espíritus ancestrales, los dioses, etc., no son sino reconfiguraciones de los mismos personajes míticos que el ser humano ansiaría hallar o invocar con un sentido efectivo.

(2) Potlatch es un término aborigen de origen amerindio que Marcel Mauss (Ensayo sobre el don, editado por Katz) consideraría "un sistema (social) de prestaciones totales" que gira en torno al binomio dar/recibir regalos o dones, y por ende  las fuerzas mágicas que los mismos encerrarían. E potlatch se practicaba, y se vivía, con diversos matices en las sociedades arcaicas en diversos grados (donde más entre los indios del norte de América, Groenlandia y Asia, pero que, como bien señala Mauss, no debe ser considerado como una "curiosidad" de carácter "primitivo" sino como algo que compone el núcleo o la semilla de las formaciones e instituciones más complejas que se desarrollaron luego, inclusive en las sociedades modernas, en las que ese núcleo ha subsistido bajo formas nuevas y más sutiles. Mauss pone en evidencia el hecho y la continuidad, aunque no acierta a explicar su origen, el cual reivindica a la manera del naturalismo dieciochesco y en la misma línea se atreve a proponernos idílicamente su readopción (?!). Al respecto debo apuntar, apenas sin desarrollarlo aquí por el espacio que requeriría -por lo que pido disculpas de momento-, que a mi criterio el fenómeno es enteramente referencialble al núcleo del problema que he mencionado en el texto: el de la debilidad humana en un sentido específico en connivencia y con la presencia de la capacidad reflexiva que conforma la cara opuesta (y contrapuesta) de la primera (una conforma a la otra bidireccionalmente, en realidad), lo que da lugar en primer lugar a la experiencia de la perplejidad. Una experiencia que es consecuencia de la imperfección inevitable del proceso evolutivo, que motoriza y pone obstáculos, que impulsa y paraliza, que culpabiliza y provoca ansiedad, que obliga a fantásticas emulaciones sociales superadoras (como, justamente, las del mencionado potlatch), es decir, a la creación sistemática de artificialidad. (primera enunciación que requiere detalles para que se pueda comprender si acaso su alcance) y el de la necesidad psicológica de explicarla 

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