Cuando comencé esta serie (
hace ya unos cuatro meses) no pretendía simplemente atribuir al liberalismo un carácter intelectual que de por sí es obvio y no discute nadie, sino dar de ese carácter una descripción o definición que se opone a la que esa corriente, como hacen todas las corrientes intelectuales, se atribuye a sí misma, a saber: la de representar a otros grupos sociales de los que se sienten portavoces, por lo general el pueblo o aquellos sectores que juzgan promisorios, o sea, manifestaciones en potencia de la humanidad unificada del futuro. En este sentido, debo volver a aclarar inicialmente que el liberalismo es considerado aquí como un paradigma de primer orden del fenómeno intelectual e incluso, al menos hoy en día, de mayor significación para la construcción de una sociología de la intelectualidad que el propio marxismo, como explicaré brevemente luego, si acaso reiterando viejos artículos previos.
La idea subyacente, pues, era y sigue siendo ahondar en lo que esto significa sociológica más que "filosóficamente" y lo que ello implica en consecuencia en términos políticos.
Esto lleva a desmantelar la idea de que el liberalismo (del modo en que pretenden todas las corrientes de pensamiento nacidas del esfuerzo reflexivo del grupo mencionado) representa un ideal humano genérico que devolvería (o acercaría de nuevo) a la humanidad al perdido Paraíso; un ideal que los intelectuales adscritos a esa corriente habrían descubierto en el propio funcionamiento espontáneo de la realidad bajo la forma de leyes inexorables o
naturales.
Esto último es lo que define los discursos de todos los intelectuales modernos, nacidos todos del Renacimiento y autolegitimados como estamento independiente con la Ilustración, todos ellos fervientes adoradores de La Razón a la que todo debe ser sometido en aras de conquistar un estatus propio en el mundo (cuyas raíces no por nada se hayan en Sócrates, Aristóteles y Platón), todos ellos convencidos de ser la expresión humana por antonomasia, su consciencia y su voz.
En ese sentido, el liberalismo (tanto como el socialismo como ya he señalado otras veces) deja ver en su propia argumentación, contradictoria e incoherente, inclusive hipócrita más allá de la ingenuidad con la que hoy aún la defiende en la mayoría de los casos, no sólo que la sociedad ideal que pretende es utópica en todos los sentidos cubiertos por su significado sino que responde a sus propios intereses de grupo, materiales pero también oníricos -lo que determina en gran medida sus contradicciones-; unos intereses que nacen sin dudas de sus propias capacidades y cualidades y que pretenden sean amplia y crecientemente reconocidas por la sociedad así como igualmente remuneradas. Esto, se arguya lo que se arguya, se rechace vergonzosamente o se oculte tras el supuesto altruismo de la
buena conciencia, es lógico en todo grupo social y no puede sino ser perseguido por este ya mediante argucias pragmáticas (reformas) ya mediante la imposición política a los demás grupos (por medio de una revolución capitaneada por sus representantes).
Esta diyuntiva es a mi juicio inevitable y en el caso de los intelectuales en ambos casos infructuosa: en el curso del proceso que dio lugar a su autonomía relativa y a sus pretensiones de legitimación social como cuerpo independiente, el mundo soñado por los intelectuales no ha dejado de alejarse. La sociedad, sin embargo, no ha dejado de ofrecerle un lugar patético y frustrante, tanto bajo el mecenazgo, donde sus cualidades sirvieron para el entretenimiento y el engrandecimiento de la corte en tanto que
coleccionista de beneficiarios (como deja claro el estudio de Mario Biagioli, "Galileo cortesano", publicado por Ed. Katz, Bs. As., 2008), hasta la proletarización o en todo caso la burocratización bajo la forma del especialista o experto. Lo que nunca consiguieron y a lo que siempre aspiraron sus miembros no fue en el fondo otra cosa que obtener de la sociedad reconocimiento y posición a cambio de los productos de su capacidad, y hoy sigue siendo así. El valor de esos productos, incluso, no deja de ser relativo. Sin duda La Razón se impuso como referencia decisiva gracias a sus sucesivos éxitos, pero estos lo han sido en tanto consolidaron las nuevas formas sociales en las que la intelectualidad volvería a ocupar un papel subordinado. Como de muchas otras afirmaciones y certezas, no existe garantía alguna de cuál será el prototipo de ser humano que triunfe en el futuro, genética y socialmente hablando, si es que pudiera haber uno solo. Nada garantiza, en definitiva, que ese prototipo se corresponda con el de nuestros sueños antropocéntricos y grupales, es decir, con nuestra propia idiosincrasia.
Sin embargo, aún sobrevive y sin duda sobrevivirá a pesar de todo la inevitable sensación de superioridad que la intelectualidad siente respecto de sí misma. No fue suficiente la usurpación de sus discursos por parte de quienes llevaban tiempo encargándose de la administración de la
polis y de casi todas las instituciones y organizaciones de la sociedad, producida al calor de la Revolución Francesa (léase "El Antiguo Régimen y la Revolución" de Tocqueville), usurpación en cierto modo observada
a posteriori por muchos intelectuales decepcionados que de todos modos no sacaron de ello todas las conclusiones pertinentes. No les basta ver tampoco cómo ese discurso es utilizado y cada vez más y más reducido a la mentira y al engaño de la propaganda y por fin al minimalismo del
slogan, mientras sus denuncias contra
el soberano, allí donde se producen todavía, son cada vez menos efectivas a la vez que contradictorias y cada vez más propias del lamento y de la súplica. En todo caso, eso continúa con la mismísima despreocupación intelectual que siempre los ha caracterizado por las consecuencias reales que sus denuncias viserales puedan producir políticamente hablando. Nunca al parecer abandonarán esa certeza que los mantiene vivos de que algún día sus capacidades les serán ampliamente reconocida
socialmente por La Historia.
Los modelos
apriorísticos, propios de los intelectuales, extrapolados necesariamente, hay que reconocerlo, de las tendencias reales que la intuición
descubre pero que La Razón matiza, tergiversa, privilegia y por fin absolutiza sin respaldo real alguno (lo que no es sino la contrapartida de la horfandad de la conciencia humana), reflejan el ideal de un mundo que para conseguirlo es contradicho (lucha por el poder, desigualdad, servilismo, opresión), así como la reivindicación de un rol que sólo podría realizarse claudicando, es decir, burocratizándose o proletarizándose cuando no servilizándose. El fracaso o la claudicación son cada vez más las únicas salidas políticas de tales grupos sociales. En todo caso, la melancolía y el ostracismo... o... la negación a vivir de aquello de lo que a uno le apetecería vivir (los científicos que cobran un salario por dedicarse rutinariamente a trabajitos de detalle son un ejemplo: como secuenciar bacterias todo los días o medir radiaciones de fondo o calcular órbitas de partículas elementales... y que tal vez por eso intenten escapar un poco... mediante blogs que muchos admiran aunque sin mayores consecuencias y que acaban siendo abandonados más tarde o más temprano; lo que menciono como otra pequeña evidencia).
Ignorantes contumaces de la propiedad generadora de "los obstáculos" que se interpondrían según los pensadores liberales a la instauración espontánea de su modelo liberal. ellos defienden, a pesar de la contundencia de los hechos, la idea de que la
democracia formal sería un estandarte contra la burocratización; de que el libre mercado lo sería contra el monopolio y la concentración; de que sería posible un Estado interesado y dedicado a preservar la pureza de sus perturbadores
cuasi diabólicos o pecadores... (ver nota * al pie). Pero la realidad, insisto volviendo al terreno de lo más cercano, no es sino la verdadera productora de esos mismos "obstáculos": burocratización (a instancias del sistema democrático-formal o representativo, que ya no deja lugar ni siquiera para los pequeños partidos democráticos sino en todo caso para conformar
tendencias o
corrientes dentro de las grandes -dos por lo general en los países
más desarrollados- organizaciones profesionales, que ya veremos si no derivarán en "grandes pactos" que tiendan de por sí a derivar en "Partidos Únicos" con mayor e menor lucha "intestina"), concentración e intervención estatal (a partir del libre mercado), ficción productiva en todos los planos (a instancias de la función de mercancía de todo lo que la imaginación de creador y usuario permitan)...
Ya he señalado en anteriores entradas que el marxismo en tanto que corriente constructora de un modelo igualmente recional (o sea, parcial en el sentido antedicho) cae en exáctamente las mismas trampas. Su modelo ha muerto (aunque podría renacer a instancias de "La Crisis") al alcanzar su claudicación un grado de represión y opresión insostenibles por la misma racionalidad que les sirviera de justificante, incluso hasta el extremo de empapar las propias manos en sangre. Una experiencia idéntica que había quedado sepultada por el tiempo sucedido desde los del Terror de Robespierre (ese que llegó a justificarse en nombre de los objetivos revolucionarios) y que al pasar a manos de sus sucesores (¿o no lo son los marxistas respecto de los primeros liberales en todos y cada uno de sus postulados, apenas depurados de supuestas contradicciones, apenas desarrollados en parcialmente "invertidos"?) acabaría por lavar las manos de sus antecesores en la larga marcha permitiéndoles que la retomaran renovados.
De ahí que sus los diversos grupos de intelectuales luchen entre sí en torno a la posesión de la "verdad más verdadera", básicamente: el libre mercado o la socialización de los medios de producción. Liberales y marxistas pasan así de un bando al otro tras ver como se frustran sus perspectivas más inocentes mientras buscan el discurso que más fácilmente le permita conservar, en todo caso, su alcanzada posición social (¿no explicaría esto, por otra parte, la famosa aseveración popular que señala la predilección por posturas
"radicales" por parte de los hijos de la burguesía -flauverianamente hablando- mientras son estudiantes y su conversión una vez alcanzado un
estatus profesional por ellos mismos? ¿No es el caso de la mayoría de los que confiesan hoy entre nosotros "¿Por qué dejé de ser de izquierdas?") Sin duda alguna, la opción por un discurso u otro no es a fin de cuentas inocente, y si el que se escoge no puede conducir al intelectual al cenit de la dominación grupal al menos debe permitirle un cierto reconocimiento para que prevalezca.
En este proceso, mientras el socialismo derivaba sin mayores traumas hacia su simplificación o reducción burocrática y era prácticamente absorbido por las corrientes y los movimientos más pragmáticos, el liberalismo recuperó su "encanto" propiamente "intelectual", "romántico" y "contestatario" hasta convertirse incluso en refugio de la izquierda. En varias ocasiones he apuntado, por ejemplo, que sus quejas contra el crecimiento del Estado y la concentración monopolística tiene ese “encanto” romántico o jacobino que perdiera el anarquismo y luego el socialismo radical
asambleario… tan del gusto de la intelectualidad de siempre, propensa sin embargo desde su nacimiento a la subvención o a la beca… del
buen padre o del mecenas. Recientemente, Mr. Friedman nos llama en su último libro a bregar antes por la
libertad que por la
igualdad y todo para que la realidad se encargue en todo caso de nuevo de dejar esa expresión de deseos en plegaria incumplida, como sucediera tras la Revolución francesa según documentara Tocqveville en la obra ya citada.
No obstante, no todo es negativo o ineficaz, y hay que reconocer que el intelectual, en tanto se sienta marginado del poder bajo una sociedad que se aleja de su modelo de manera progresiva, mantendrá una postura crítica que conserva un cierto grado de efectividad. Más allá de su propia hipocresía y de la conducta estratégicamente desconcertante de la burocracia que gobierna, los discursos han acabado por instalarse en el lenguaje de estos usurpadores de La Razón y este sigue siendo, al menos en Occidente, que hoy por hoy es de hecho todo el mundo, un lenguaje legitimador. Ese predominio no parece que pueda desaparecer fácilmente y sin duda tuvo un papel en la condena final del totalitarismo y su crueldad... aunque para ello tuviese que caer por su propio peso.
En todo caso, es evidente para quien acepte mirar el fenómeno lo más desprejuiciadamente posible, que el discurso utópico y el propagandístico se justifican mutuamente y contribuyen a su manera, a vaciar toda significación cognitiva del discurso, situando los problemas en un terreno cada vez más ficticio. Esto se ve todos los días en los debates que se establecen en ese supuesto terreno conceptual en el que
discuten los defensores de la religión contra los ateos
probablemente convencidos, o los que enfrentan a los defensores de la economía de
libre mercado contra los que dicen estar decididos a
regularla a partir de justificaciones
morales... Y, a la vez, nadie puede asegurar que no cumplan un papel en el futuro.
En este contexto, es interesante observar cómo la propia marcha de las cosas lleva (a mi juicio) a que probablemente sea el
liberalismo radical (tal vez, si los hechos lo hicieran renacer de sus cenizas, acompañado por un
neomarxismo antiburocrático) una de las últimas expresiones ideológicas de la intelectualidad tal como la conocemos; un juicio arriesgado sin duda alguna que debe ser mejor fundamentado y que si puedo sostener es sólo en base a mis parámetros sociológicos respecto de la intelectualidad en sí misma así como a partir de la genealogía que creo haber bosquejado, de las causas de su nacimiento y del sentido y dirección de su marcha social. De ahí mi interés por esta corriente que sobrevive a duras penas entre la claudicación (por la que mayoritariamente se decantaron los socialistas y los liberales moderados, ambos bajo la forma de lo que bien podemos llamar genéricamente la socialdemocracia y que se denomina también social-liberalismo) y la melancolía de la decepción.
Como ya señalara en otras partes y pretendo desarrollar más amplia y documentadamente en la medida de mis posibilidades, nos encontramos marchando hacia un colapso social que va más allá del hecho de "La Crisis" actual que de todos modos ésta ciertamente pone en evidencia (y esto lo decía yo sin solución de continuidad tanto desde que puse este blog en marcha como en mi literatura desde incluso antes). Ese colapso lo considero simple consecuencia de la burocratización galopante e inevitable (mal que a los liberales y a ciertos marxistas nostálgicos les pese) en que nos hallamos a causa de la complejización social incesante que incluso parece afectar a toda la realidad visible.
La burocratización tiende al colapso por causa de la propia idiosincrasia de sus actores principales, la burocracia política moderna (ya he mencionado muchas veces aquella feliz sentencia de los polacos de 1956 acerca de los tranvías que tan bien describe la situación, así como mi cuento "Para que se cumpla el plan" que también creo que lo refleja adecuada y trágicamente como ya he sugerido). Y en esa dirección marchamos aún cuando se salga más o menos
espontáneamente de "La Crisis", lo que, cuando suceda -de no llevar al colapso definitivo-, será atribuido por cada uno de los actores a sus propios exorcismos: la regulación e intervención estatal, los mecanismos espontáneos del mercado (siendo todo ello a la vez falso y cierto, porque sin duda el resultado de una situación dinámica se debe a las interacciones que se libran en su seno cuando no se añade algo que viene de fuera y acaba convirtiéndose en una nueva fuerza
interactuante).
Los actores, sean los intelectuales (en busca de su triunfo legitimador) o los burócratas (en busca de la conservación o conquista del poder político), hallarán en su propio bagaje la explicación adecuada. Todas las sucesivas sociedades construidas por la humanidad se han erigido sobre esas bases imaginarias y esto sigue estando, tal vez más claramente que nunca gracias a la actual "Crisis", en los fundamentos y soluciones que se esgrimen para conseguir la continuidad de esta sociedad
tal cual ha llegado a ser hoy: una sociedad basada en la certeza absoluta de que
el mañana será superior al ayer.
En efecto, esta idea central del racionalismo clásico, fundamento básico de la sociedad occidental, primero europea y por fin global, idea del Progreso básicamente lineal o al menos sistemático, idea que alimenta todos los modelos de la intelectualidad, desde sus primeras utopías hasta los modelos liberal y luego, de su seno, marxista, permanece incuestionable en todas las propuestas que se hacen para sacarnos de "La Crisis" del mismo modo que subyacen en lo que podría señalarse (no moralmente como hacen todos para justificar sus acciones orientadas a sus objetivos políticos) como sus causas: la idea de que mañana habrá más riqueza es sin duda la causa por la que se cae en la
superproducción capitalista y en el incremento del crédito y la causa por la que los gobiernos optan por inyectar dinero del futuro en el presente... Y esto apenas se discute (digo apenas por no ignorar absolutamente a aquellos que se refugian en el budismo inoperante que, de todos modos, no tengo garantía alguna de que no prospere y nos lleve, tan imaginariamente como la idea del progreso en su día, a una sociedad diferente bajo su dominio ideológico-mítico -que sea otro el que se crea con la firme convicción de que no pueda ser así-).
Pero atención, la idea de Progreso, esa
idea fuerte a la que apelaron y apelan todos los
planificadores racionales de nuestro tiempo para alzarse con la suma del poder político, no nace porque sí en sus mentes. Todos los
modelos (como el liberal o el marxista) se construyen, hago incapie en esto de nuevo, en base a la observación de las tendencias efectivas que se observan en la realidad y que se privilegian luego en tanto representan vías reales para marchar por este mundo. En "el principio" la idea fuerte del Paraíso nace del profundo deseo del hombre de ser protegido y amamantado por seres superiores que le faciliten las cosas (el peso de la niñez perdida no puede ser obviado) y de la necesidad de cubrir míticamente (de algún modo) el haber sido alejado de ese Paraíso, lo que deja abierta la puerta para una recuperación por vía de la toma de conciencia (desde el arrepentimiento hasta el ajuste táctico). Sin duda y en última instancia, toda la Historia humana se mueve hacia "adelante" por imperativo genético. Pero las pautas que esta historia establece y afirma son las que dan lugar a los pasos sucesivos, incluso creando imperativos que llegan a tener más fuerza que los primitivos a partir de los que pueden ser rastreados. Estas nuevas situaciones sucesivas acaban a mi criterio, y por decirlo de algún modo,
autonomizándose a la manera de un
Golem o como puede suceder con el sirviente que acaba dominando al amo. Esto, por acabar con la digresión, describe la mecánica de la realidad en general o lo que he llamado en otros sitios "imperfección" del los sistemas desde un enfoque lógico-humano (enfoque que en sí mismo es imperfecto y que hace que nos cueste tanto entender el sinsentido de "todo" hasta llevarnos a atribuir ese sinsentido a una limitación propia que no acaba de sernos revelada, lo que a su vez también nos resulta "incomprensible", etc., etc.). Lo cierto es que, conscientes como producto del mismo proceso, no somos sino un resultado
teleonómico, una consecuencia de lo que me parece una fuerza inercial, fuertemente resistente a ser reducida, que consigue evitar esto último mediante la complejización. Pero esto es una hipótesis sin duda intuitiva que no me veo capaz de desarrollar amplia y rigurosamente como debiera. Tal vez... otro producto de la imaginería humana que poco pretende en mi caso y que vuelve a demostrar la mencionada "imperfección" (o
sinsentido lógico) del "mecanismo".
Y ya de regreso a
tierra firme, precisamente afirmando la idea de la creciente
complejización que ha tomado forma social como
burocratización creciente, podemos ver cómo el Estado no deja ni dejará de seguir agigantándose y aumentando su poder sobre la sociedad. Lo vemos a cuento (nunca mejor dicho) de "La Crisis" en los planes todos los gobiernos sin que esto de lugar a otra cosa que la contemplación impotente de aquellos que creían que su liberalismo iba viento en popa y comenzaban a acariciar el momento soñado por Von Mises de desplazar al socialismo del poder mediante la previa conquista de la conciencia de los intelectuales para "cambiar el curso del torrente" sobre la base de que "Las masas los seguirán" (Von Mises citado por Bruno Leoni en "La libertad y la Ley", Unión Editorial, Madrid, 1995, nota en págs. 178-179).
Falsas esperanzas sin duda del mismo tenor que las que abrigaran los intelectuales de Las Luces, muchos de los cuales dejaron sus cabezas al pie de la guillotina y años después la perdieron tras las autocríticas que les exigiera el stalinismo, aunque ya como burócratas desplazados por sus propios pares.
Lo vemos, lo seguimos viendo y lo seguiremos viendo, mal que les pese a los intelectuales y a los liberales en particular, porque esa
burocratización , tanto del Estado como de las empresas, nace constantemente del libre mercado y de la democracia formal a la que se aferran como a un clavo ardiente sin querer comprender sus "misteriosos" mecanismos. Y es que, más allá de lo idílico que pueda ser y es eliminar o reducir los "obstáculos" que impedirían que el uno y la otra se desarrollaran en la dirección deseada (dando más a los consumidores y más libertad política general, que es lo que propugna "
el modelo" en clara coincidencia con los objetivos de "
la izquierda", es decir, de toda la intelectualidad más allá de la discusión que se establece entre sus miembros acerca de cuál sería "el camino"), repito, más allá de los deseos aparentes y a fin de cuentas propagandísticos para "cambiar el torrente" y conseguir que "las masas los sigan" (deseos que encierran a su turno los propios, más mezquinos aunque estén ungidos de Humanidad y de Cultura, de Progreso y Bienestar, de Buenos Sentimientos y de mejores Paraísos... como sin duda serían los ocultos en la pretendida libertad occidental en la opulencia, libertad sostenida por la productividad de los demás y hasta por el poder de los demás), no pueden ni podrán evitar que la voluntad (idílica) de frenar esos obstáculos sólo pueda interpretarse y sólo pueda redundar en... INTERVENCIÓN ESTATAL, para lo que el Estado deberá seguir siendo un objetivo de conquista por un grupo particular, lo que no podrá dar lugar a otra cosa que a
nuevas RESTRICCIONES A LA LIBERTAD; es decir, lugar a contradecirse y a mostrarse tan hipócritas como sus oponentes.
Pero todo esto, a mi criterio, no puede ser comprendido, ni aceptado como hipótesis siquiera, sino en el contexto más amplio del "problema intelectual" del que el liberalismo resulta a mi criterio una de sus expresiones "últimas" en el sentido con el que esto se aplicara a la tribu de los mohicanos, es decir, por estar condenada necesariamente a morir en tanto que el colapso se aproxime, o en tanto que se reduzca al extremo la posibilidad de
conseguir algo.
Paso a paso, me parece, la sociedad ha ido haciendo cada vez más difícil la existencia sólida de grupos sociales de idiosincrasia intelectual (como por cierto reflejaran algunos de los textos más difundidos de la literatura de anticipación, como "El mundo feliz" o "La máquina del tiempo" -un mundo en este último caso al que la intelectualidad termina
regresando desde el pasado sin otra justificación que la convicción que ella misma tenía de ser vital y necesaria; ¡y que tenía en el siglo del progreso de 1800!-). Y tal vez esa sea una de las más angustiosas perspectivas para la intelectualidad a la vez que la vea como tal a instancias del propio crecimiento burocrático, lo que pone en evidencia su capacidad intuitiva y su propia limitación. Se trata pues de una monstruosa paradoja que sólo deja el espacio de los sueños para las Utopías de todas las posibles Repúblicas de Sabios: la intelectualidad no puede sino dejar de ser ella misma para conquistar y conservar el poder, y todos sus esfuerzos han equivalido a los de quienes sólo se han estado cavando su propia tumba (y sin saberlo a su vez). La intelectualidad, gran paradoja y enorme trampa, no es capaz de ser sí misma a la vez que ser política y gobernar. De ahí que la idea de la representatividad y de la división del trabajo sean para ella tan caros... y tan remotamente heredados de nuestros antepasados carroñeros. En fin... cosas de la idiosincrasia de cada uno... y de lo que ello depara.
Imagino a priori que estas tesis serán básicamente rechazadas por todos casi todos los
pensantes, tanto por la sentencia de muerte de la intelectualidad en su conjunto (tal como la conocemos o mejor dicho la suponemos), que subyace y de todos modos sostuve explícitamente, como por lo que más a corto plazo afirma acerca de que sus
modelos no conseguirán triunfar jamás (como el liberalismo por el contrario pretende y sostiene convencido y el marxismo residual podría aún reivindicar, quienes seguramente sueñan con que la
muerte de su oponente sea consecuencia de su propio triunfo
por fin en solitario). Sí, difícilmente aceptarán ver en las mutaciones sucesivas de sus miembros más pragmáticos hacia formas directamente burocráticas o al menos hacia comportamientos serviles en relación con la burocracia gobernante y dominante, un aviso de esa muerte final que los amenaza (y que incluso habría que decir:
nos amenaza). La progresiva simplificación reduccionista de su discurso, dogmática y hasta sintética propia de la "agitación y propaganda" burocrática sigue evolucionando hoy en día hacia el inmediatismo sin contenido real y el tacticismo. Todo ello es un hecho colateral de la burocratización, de la extensión de su dominio desde lo político hasta lo psicológico (eso que hace que cada vez más jóvenes aspiren a ser funcionarios, o que se valore la "profesionalidad" y también la "especialización científica", por mencionar algunas de las conductas típicas del presente).
Y esto, precisamente, es lo que me lleva a ver ello como un mero mito que está cada vez más cerca de la extinción, cada vez más lejos de poder crear un movimiento de masas o provocar una revolución... que no se tergiverse desde un comienzo (es decir, que pueda triunfar como la francesa o la bolchevique); cada vez más lejos de dar de sí, en todo caso, una alternativa diferente de lo que ya conocemos; cada vez más impracticable, sobrante, redundante e increíble.
Desde mi punto de vista, en el grado de complejidad social en el que nos hallamos, esto roza constantemente el colapso, y dentro de esta fase sitúo yo la manida "crisis de nuestro tiempo" de obvio contenido intelectual. La burocracia nos lleva hasta el borde del abismo y la intelectualidad sigue siendo esencialmente incapaz de controlar la realidad (no es capaz ni siquiera de aceptarla... aunque "sin embargo se mueva"). Pero, sea o no producto de mis mejores deseos, es decir, del mundo
readaptado de mis sueños a instancias de la frustración que produce la conciencia, pienso que la fuerza de la reflexión sobrevivirá a ese colapso volviendo a reponer un escenario digno a su carácter trágico o, quizás, por qué no, a dar lugar a una etapa de dulce contemplación del estilo del lector (libros ya hay y habrá siempre para más de una vida), el escucha (la música no necesita ni la mitad de lo compuesto), el
voyer de lo apolíneo y el paseante, una etapa que nos deje el descansado trabajo de la creación artística por la cual la sociedad trabajadora siga dispuesta a mantenernos sin tributos adicionales.
Todos los modelos nacidos de la buena conciencia de los intelectuales, a tono con La Razón de la que quieren amamantarse de por vida, son el refugio de sus monstruos. Al principio, todos ellos son como niños puros, pero con el paso del tiempo, envejecen y muestran sus mañas y mezquindades. Y el modelo liberal, mal que les pese a sus epígonos, está hoy lleno de arrugas y tal vez "La Crisis" actual acabe sacándole todas las canas. Más allá, en el futuro difícilmente predecible, hay que reconocerlo explícitamente, ofrezco como muchos pura especulación intuitiva.
De cualquier forma, creo seriamente que la globalización y la burocratización dejan fuera, a mi criterio, toda alternativa que no sea
colapsante para la configuración social alcanzada, lo que deja a los intelectuales definitivamente marginados de toda acción significativa de
readaptación. La entrada en el Capitalismo Burocrático Global (que se reviste cada vez más de
ideocracia a tono con las necesidades de una burocracia
culturalizada (o todavía
sometida al "Tribunal de La Razón", por extender la manera que usa Leo Strauss para unos fines que me parecen similares) o, si se me permite de nuevo,
eutifrónizada, es decir, necesitada de un esoterismo que se refugia en la destrucción del propio lenguaje y de la comunicación) es decisiva. Lo que no significa que el futuro no ofrezca a la reflexión otros espacios y a sus mejor dotados para llevarla a cabo otros roles sociales que de cualquier forma sólo cabe imaginar a título especulativo o intuitivo.
* * *
(*) Adendums: en respuesta a comentarios de Héctor párrafos iluminadores de Hayek y de Leoni que subo aquí por lo apropiado en relación a lo por mí sostenido (lo "inevitable" a que lleva la sensación de certeza del propio modelo y la lucidez que lleva al mismo tiempo a la tibieza y a la inoperancia de la "buena conciencia" intelectual):
"... debe existir un poder que pueda prohibir a las diferentes naciones una acción dañosa paa sus vecinas... Los poderes que tal institución necesita son principalmente de carácter prohibitivo; tiene que estar, sobre todo, en condiciones de poder decir no a toda clase de medidas restrictivas" (Hayek, "Camino de servidumbre", Aianza bolsillo, pág. 278).
"... siempre hay una víctima de coacción en este sistema libre. Se puede intentar convencer a la gente para que se comporte de una manera que uno cree libre y se la puede contener (¿cuándo por no comprender actúa en contra del modelo, como en una huelga salvaje, v-g-?) para que no se comporte de una manera que uno estima coactiva. Pro no siempre (?) se puede demostrar que lo que uno cree ser libre es verdaderamente libre, o lo que uno estima ser coactivo es realmente coactivo; en un sentido objetivo de la palabra." (Bruno Leoni, "La libertad y la ley", Unión Editorial, Madrid, 1995, pág. 195; sólo los paréntesis son míos, CS).