Sin duda, los seres humanos van consiguiendo hacer del mundo una realidad cada vez más libre o vaciada- de certezas... y de manera ostensible (esto es, que la realidad asimile de tal modo los hechos que ya no puedan ser certeros en términos absolutos). A base de expulsarlas, percibo que asistimos (con más gente, aunque no siempre desde las mismas perspectivas) a
una creciente vacuidad lingüística, a la anulación progresiva de las significaciones (al menos en términos de permanencia como tales, lo que remitiría tan sólo a una creciente perentoriedad de lo conceptual que daría la mera impresión de tal pérdida y supondría una interrogación más amplia acerca del rol del lenguaje y del discurso...) y al creciente imperio de lo que sigo viendo provechoso seguir llamando y considerando "artificialidad" (como hice aquí y se señala en los comentarios que siguieron).Es como si el paradigmático Rey Midas de la leyenda de Apolodoro (véase mi referencia a esto en mi
entrada previa, del 20-4-2010), hubiese acabado de darse cuenta o hubiese acabado por intuir e
interiorizar luego
la verdad última (
verdad que es
última sólo porque no tiene formulación posible, porque calla ante la pregunta que la invoca), aunque para ello, precisamente, tuviera que conservar las ropas y los
bocadillos de la representación (como se dice en el lenguaje del teatro y del cómic):
se hace como si todo fuera importante,
incluso se hace como que todo es importante, pero se sabe que nada de lo que se dice importa, para lo cual se asume que lo que realmente importa es... continuar, insistir,
repetir, no innovar, ser
en lo mismo cada vez
mejores, ser
los mejores en hacer
lo instituido y aceptado, lo admitido y
bien considerado, lo que se nos impone sin discusión, los mejores en términos de eficacia para la repetición sin discusión ni referencia, sin Sileno, sin dioses ni profetas, sólo con líderes que nos sepan hacer trabajar mejor en el sentido indicado (eficazmente en sí) y que nos sepan empujar a hacerlo con placer, felicidad, gusto, etc., como propondría Harry Truman al definir lo que para él era el verdadero liderazgo
(1)La representación, que aparece como de
mutuo acuerdo (aparece, digo, porque a mi criterio se nos impone, y lo hace, según veo yo la realidad, por la presión combinada de la propia corriente en marcha y la propia debilidad individual que caracteriza al hombre, debilidad cada vez más notable en tanto la corriente crece e incrementa su fuerza y volumen y por sí misma, autocatalíticamente, ella contribuye a constreñir circunstancialmente su cauce, a solidificar cada vez más las orillas).
Insisto en remarcar que, obviamente al menos para mí mismo, esta visión es en todo caso... la que tengo en consonancia con mi propia idiosincrasia, con lo que he llegado a ser, con la situación en la que me siento colocado en este mundo... En fin, con mi incapacidad para anular mi conciencia que me hace ver los intereses de todos detrás de todos los discursos y por ende, mi incapacidad para entrar en la batalla de la gobernabilidad... o sea, mi condena a ser un mero crítico inoperante e impotente que sabe además que aún si pudiera (que no) juntar un ejército masivo con el que salir a la guerra no tendría estómago para otra cosa que para recibir la daga de la traición... Y es que saber que los hombres que te rodean son víctimas insalvables o son verdugos desaprensivos y tú no puedes ya ser ni unos ni otros...
paraliza, deprime e inclusive empuja a apreciar
el sueño eterno, en todo caso el silencio de la sordera y de la mudez añadido a la ceguera, en todo caso la
contemplación irresponsable,
solipsista, la preferencia por
la ignorancia que equivale al autoengaño,
como el que embargó a
nuestro predecesor Sócrates cuando tal vez consiguiera convencerse a sí mismo de que tendría mejores perspectivas para seguir siendo
quien era, o sea
como era, en el Hades, "donde hallaré mejores interlocutores" (Platón,
Apología de Sócrates) y no en la "ingrata" Atenas (la
Polis particular que lo condenó a través de los acusadores y jueces ocasionales que de ello se encargaron).
No puedo ver las cosas de otro modo y no puedo dejar de sentir que tal como las veo sea como son. En todo caso, exijo de cualquier discurso alternativo que se esfuerce seriamente en demostrar lo contrario en todo o en parte, que se deje la piel si la cuestión le pereciera vital, que deje todo el sudor en el intento y no siga confirmándome que lo que veo se expresa de nuevo en su conducta displicente que resuelve el debate despachando las cuestiones con meras referencias a fin de cuentas dogmáticas o
de manual.
Primero fueron sustituidos por conceptos o ideas y por fin por los puros nombres de ellos al servicio de la homogeneidad de la masa en derredor de una camarilla. Algo que se ha logrado mediante una lengua empobrecida y acomodaticia, un lenguaje reformulable de manera táctica desde arriba; una
neolengua en el sentido orweliano, como ya he señalado y hemos señalado muchos desde hace tiempo y en diversas circunstancias.
Ya no queda nada realmente ideológico en los discursos aparentemente utópicos:
la utopía ha perdido todo significado (y este siempre fue ideológico o mítico).
Ya no se defiende nada porque se crea en ello o se tenga un proyecto vinculado al contenido formal del discurso. Lo que hay son referencias al bagaje racional preexistente que tras demostrar su ineficacia absoluta se ha conservado a título de
atrezzo, como los viejos ropajes de los abuelos que se regalan al teatro para su uso essceneográfico.
Las disfracen como las disfracen, todas las profesías que los llamados
analistas son pura propaganda de proyectos inexistentes, o sea, una parodia...
...que cada vez tiene menos vínculo con la realidad que encubren y aún menos con lo que pueda suceder de resultas del cuadro de complejidad latente.
(2)Esto caracteriza no sólo a los políticos profesionales, sino a los diversos especialistas y
generalistas (periodistas en particular),
especializados en generalizar, que integran esa nueva subespecie actoral que nos entretiene cada vez más en cada vez más tertulias y entrevistas. Los discursos de unos y de otros son todos a fin de cuentas muy desconcertantes, dan cada vez menos certezas y ponen cada vez más en riesgo la cohesión interna de la sociedad. Los
espacios televisivos o radiales se llenan al mismo ritmo que merman las audiencias capaces de extraer de ellos alguna guía para la acción o pretender buscarla. Los espectadores de esos debates encapsulados y repetitivos los observan como harían con un combate de boxeo o un partido de fútbol, arengando si acaso al equipo que a priori sienten como propio, el equipo en el que han sido etiquetados en el mismo juego del poder. Los tertulianos no están para otra cosa que para obtener una paga extra y cumplir su rol histriónico de propaganda con lo que su esfuerzo se suma al más amplio de la lucha interburocrática que enfrenta a los contendientes efectivos que pretenden alcanzar ya la cima ya algunos escalones decisivos de la pirámide de poder, siempre regional en mayor o menor grado, en la que aspiran permanecer o desde la que aspiran pasar a otra de mayor enjundia.
De ahí que, a mi criterio, tomar partido, incluso crítico, dentro de ese marco, sólo conduzca a ser absorbido por su mecánica y añadir aceite a sus engranajes. Lo único que la crítica radical debe hacer según pienso, es poner en evidencia el rol de la representación y el de sus actores, algunos con posibilidades efectivas y otros sin ninguna perspectiva.
Esto no es algo nuevo en la Historia Humana, pero sí lo es el grado alcanzado en el proceso y la posibilidad que ese grado, al dejar tan ostensiblemente fuera a algunos, al cerrar tan ostensiblemente el juego para algunos... hace posible su elucidación.
Hoy es cada vez más evidente que las tesis más caras al racionalismo no son sino jirones de un mito que se desmorona y cuyos flecos moribundos apenas sirven como referencias relativas dentro de los discursos políticos. Toda referencia a las definiciones conceptuales los torna incoherentes e incomprensibles, los opone cada vez más a los modelos ideológicos con los que se los suponía emparentados y, al ser interpretados no obstante por una masa de incondicionales, nos remite a un lenguaje de signos y de gestos, de ruidos y de voces, que apenas si significan algo más que una única cosa: marchemos, marchemos detrás de nosotros mismos, con una sola voz y una sola voluntad, con la del
líder; marchemos contra
eso otro, contra "lo otro". No parece que haya realmente más nada en esas adhesiones que sin duda no buscan ninguna "ciudad buena" sino asegurar su parte del botín a cambio de esa cuota de lealtad siempre pendiente de un hilo.
Ese racionalismo, cada vez más incapaz de dar cuenta de nada, hace de la realidad una parodia marginal, en particular cuando la reviste de "económica". El hecho de que puedan denominarse "económicos" ciertos fenómenos no pretende una mayor comprensión de lo que pasa, sino un total oscurecimiento. Tanto los defensores del
status quo como sus detractores, tanto los que miran aparentemente hacia atrás (con referencia a un supuesto modelo desvirtuado por la nefasta naturaleza humana) como los que miran aparentemente hacia adelante (con referencia a un modelo que no se habría podido alcanzar por culpa de esa misma naturaleza negativa), se aferran a esa parodia por algo que sin duda deben de tener en común. Pero lo único común, por debajo de esa falsa o incoherente apelación al racionalismo (lo que no puede sino hacerse de ese modo), es la pertenencia a una categoría social concreta: la de los intelectuales en términos generales que son los únicos que viven como si el modelo fuese un valeroso e invencible héroe que se mantuviese en pie mientras es acosado por los más crueles elementos.
Entretanto, las masas (a cuyas huestes son arrojados sistemáticamente los propios intelectuales), que aparte de sus cadenas ven crecer el
riesgo de perder a sus amos (riesgo real que
inteligentemente rechazan en tanto no pueden ver sino un espejismo detrás de cosas como la
autogestión, etc., en todo caso accesible a una minoría selecta... que acaba fragmentándose en burócratas y trabajadores nuevamente) y los individuos que poseen recursos de poder que lógicamente se niegan a perder, buscan donde sea una manera de conseguir que nada cambie y menos que empeore. En el contexto de la
Crisis, los individuos sólo pueden intentar aprovechar los recovecos y las fisuras que se le presentan, y lo cierto es que esas conductas sólo tienen que ver con la economía...
en la medida en que se busca ponerla de parte de uno mismo (véase el
artículo siguiente de los Mill y la "polémica" acerca de la asignación de culpabilidades así como el comentario que dejé yo allí contestando y situando a la misma desde ésta, mi perspectiva).
Como sucede cada vez que el curso apacible de los hechos se ve seriamente distorsionado, la situación producida a partir de esta Crisis exacerba el uso de
lo que haga falta, caiga esto o no en el campo de la corrupción, la falsificación o la violencia, violaciones todas no sólo de la ley escrita sino de las leyes idílicas del modelo abstracto. En realidad, esta es la verdadera ley y es la que se cumple. Como ya dije, no manda en absoluto ninguna "mano invisible" sino un montón de manos negras bien identificables que en todo caso se ocultan relativamente de la policía, sobre todo cuando no consiguen que se haga la vista gorda o que la enfoque algún enemigo igualmente corrupto pero interesado en vencer igualmente a toda costa. Pero hay cosas que la ley misma (que una vez hecha siempre permite la trampa) ni siquiera prohibe sino que regula y normaliza, como pasa con las
apuestas especulativas que sin duda permiten beneficiarse de cada coyuntura particular: depreciación de activos, llevando al derrumbe a una u otra divisa, provocando fluctuaciones en el valor de las materias primas, sea mediante destrucción violenta o reteniendo su circulación, etc., etc. Esto no responde a las leyes del mercado al margen de que sus jugadores lo hagan presuponiéndole una larga vida al sistema en el que sin duda operan para sacar tajada... lo que demuestra al mismo tiempo que no tienen la menor consideración por evitar que se hunda en el curso mismo del proceso, ni, claro, mucho menos por los cadáveres que queden en el campo de batalla... Son los intelectuales, con una conducta que podría considerarse como
menos animal, a quienes preocupa "la sociedad". Pero esto no es del todo puro y en algunos casos no lo es prácticamente ni en lo más mínimo.
Ahora bien, no hemos llegado a la posmodernidad vigente y galopante ni por arte de magia ni por azar, ni, claro está, por predestinación o por castigo divino. Todo esto ha sido larga y pacientemente realizado por la Historia en la que hemos participado todos... bien que sobre todo a instancias de los que en cada instancia se hicieron con el liderazgo, lo que es algo más (y a vez algo menos) que el propio ejercicio del Poder. Las cosas están todas vinculadas. Si adquirido existencia propia, ellas darán a las otras una razón para existir y para resistirse a desaparecer. De lo contrario, apenas si se esbozarán y en todo caso se extinguirán.
El posmodernismo que nos incluye (y nos engulle), no fue un rayo que escapara del cielo repentinamente y en cielo despejado, sino que fue indudablemente cocinado a fuego lento aunque de manera un tanto imperceptible (podría decirse que tanto como el oxígeno en principio dañino pudo convertirse en la base de la vida terrestre), aunque en algunas ocasiones hubo personas particularmente reflexivas que fueron capaces de vislumbrar más o menos aspectos de ese proceso de cocina en marcha, de esa
sopa siempre
primigenia de la que siguen saliendo novedades.
Ya en los albores mismos de su progresiva implantación, tomó prestadas las formas vigentes de la modernidad... Y es que la fundación de la modernidad como cultura, realizada al margen de la marcha real de la sociedad (que se hacía fundamentalmente ignorando a los modernos por parte de la burocracia y de las masas cada cual por idiosincrasia e intereses propios), apuntaría doblemente a su "superación" o "negación"... La modernidad, en tanto que utopía, en tanto que deseo a la vez fantasioso e interesado de un grupo impotente para gobernar, la intelectualidad, necesitó desde un primer momento del autoengaño y del engaño teórico o desde la teoría, de la educación en la mentira y la esperanza realizable (sin pérdida de la vida, sin ir al cielo...), y, por otro lado, sirvió desde un primer momento a la burocracia en su marcha ascendente.
Si leemos atentamente lo que otro destacado ideólogo del posmodernismo propone a los dirigentes de esta sociedad sin metas, veremos cómo se trata de un mero correlato del descubrimiento kantiano de que lo propio es dejar lo místico a un lado para... tan sólo "trabajar", tan sólo "hacer efectivas las fortalezas de la gente e irrelevantes sus debilidades" (
Peter Drucker, fundador de la revista De líder a líder referenciada). El objetivo, queda claro en el fondo de los fondos, no es sino vestir al rey y suministrarle el guión para sus actos: los genios de hoy habitan las revistas y los consejos de asesores que se hubican detrás del trono burocrático. Ya no hace falta (como se demostró y por lo que casi es esclavizado) un Platón en Siracusa. Estos gurús de la posmodernidad aparecen sabiéndolo todo como
interpretes de
lo que ya es, de
lo que ya está en marcha, de
lo que ya funciona... y de eso, más o menos como lo supieron hacer Platón, Aristóteles o Isócrates y luego, al
entretenido fuego del Renacimiento que reflejara la revancha de las
Cortes fragmentarias contra
Los Sucesores de los Césares de Roma (o de los ex bárbaros ilustrados contra renovados romanos decadentes), Galileo, Kepler o Newton entre los más notables... de eso sin a dudas viven y en esa vida encuentran su propia justificación
(3): no ya como
líderes, sino como sus
coachings, donde el
paripé sirve al
paripé... y a la mera continuidad en el
mando por el mando, a cualquier precio, incluso si así se requiere mediante la
vileza más abyecta y la apelación a la
mismísima última instancia de la
fuerza bruta (disfrazada y parapetada
come il faut) en la que se halla el
auténtico último fundamento de todo.
Ya no hacen falta metas: la meta la define la propia posición de jerarquía social. Estás ahí, eso te obliga a ser un líder para llevar a los demás en círculos eternos detrás de su propia cola... Ya no es necesario decir qué se persigue, tan sólo hay que seguir haciéndolo, en principio "
bien", "
eficazmente", aunque ello es intrínseco a la repetición, lo harás "
bien" si lo haces con el mayor de los cuidados, desviándote lo mínimamente posible de la función de dirigir en sí misma, de impulsar la permanencia y la reproducción del propio mecanismo sin sentido: a lo sumo, se trata de que la estructura, con la misma configuración, crezca, crezca y crezca...
Ya no se trata (esto se considera irrelevante... y en el fondo peligroso) de
saber por qué haya que hacerlo, sino de que hay que hacerlo lo mejor posible. Nada hay previo a ello salvo el hecho de que hay un hueco allí que has rellenado, un lugar en el cual tú puedes funcionar como un engranaje adecuado por un lugar remunerado de manera acorde en una carrera que no tiene otro premio que la mejora para seguir corriendo y en todo caso para correr gracias a hacer correr a otros.
La problemática general de la vida y de su sintentido han pasado a un plano próximo, cotidiano, visible que por otra parte no admite discusión o puesta en tela de juicio... No hay igualmente en este plano sentido alguno, como es obvio, pero es mucho más fácil de admitir por su rotundidad, su solidez, su peso. Mientras La Vida es algo demasiado intangible, la ocupación es concreta y su Dios (el líder que nos ha tocado en la estructura) es inflexible y si pretende seguir siéndolo de manera efectiva debe serlo a la manera de un mecanismo de relojería (lo que no consiguió Dios al crear al hombre -en la leyenda bíblica, por ejemplo-, lo consiguen los buenos jefes; es el patriarca por excelencia y su mensaje simple, muy fácil de aprender: "trabaja bien" es su único mandamiento, o mejor dicho: "trabaja a la perfección y de manera especializada: sin salirte de los raíles, sin romper los esquemas de la división del trabajo"). No hay Paraíso prometido, sólo hay una satisfacción que debe hacerse presente en cada momento, una satisfacción del instante, o el infierno (que de repetirse se hará definitivo). El Líder-Dios, como lo definiera Truman (con tanta inocencia como desparpajo, con tanta despreocupación y autosatisfacción), es aquel que logra hacerle hacer a los demás "lo que hay que hacer" (sin que nadie más diga por qué), e incluso hacer que les guste u obtengan satisfacción por hacerlo (
en sí).
Es más... es evidente (tanto en la política como en la
empresa de negocios y demás
instituciones y organizaciones sui géneris contemporáneas) que ni siquiera se producen esos
líderes perfectos, sino que lo que se produce es una
casi perfecta o al menos adecuada
representación, una
actuación que
da el pego,
lo más aparente en la medida de lo posible. No se aprende pues principalmente a dirigir nada (todo lo que se
estudia es demasiado
supuesto) sino sobretodo a
sobreactuar como dirigentes, a gesticular como tales, a saber decir o leer discursos apropiados escritos por los asesores, a saber
contestar con evasivas (no hace nada, una ex ministra socialista y diputada confesó públicamente en televisión que se les daban lecciones en este sentido) aunque no en nombre de sus ideas (que tampoco existen) sino de las supuestas necesidades de funcionamiento del jefe y de los jefes, de lo que se les impone como estructura en la que están y ellos mismos recrean, estructuras autocatalizadoras, repetitivas, que se mueven en un constante avance sobre un plano levemente inclinado que lleva al límite del caos por su propio peso.
Y es también evidente, que los márgenes para los valores tanto tiempo agitados, todos justificatorios como hemos señalado desde tiempo inmemorial (el inicio de la historia: descubrimiento de los diversos ámbitos en que se pudo realizar las domesticaciones que definieron las civilizaciones como tales), valores como la moral y la libertad, se han estrechado y se siguen estrechando sin pausa...
(4) Lo que parece más que evidente es que los objetivos modernistas se han derrumbado en gran medida y tienden a derrumbarse del todo mientras el esqueleto y los andamiajes sobreviven como si nada dando la falsa idea de que el derrumbe es una simple enfermedad transitoria de la que saldremos.
Y me resulta cada vez más indudable de que todo esto es inseparable de los pasos que determinaron la marcha hacia la formación de las
civilizaciones.
Ese proceso es el que alcanza su esplendor con la Ilustración, el que pasó por los idílicos intentos
cosmopolitas de Kant, de Bacon, etc., que sentaron las bases del
positivismo primero y de la posterior forma decadente del mismo que es la posmodernidad. No por nada el
positivismo logró, mejor que ninguna otra pretensión
reductora o reduccionista de todos los problemas ("Soy, pues, de la opinión de haber solucionado definitivamente, en lo esencial, todos los problemas", diría Wittgenstein en un primer momento -1918-, cuando se lo creyó, presa de su propia vanagloria y omnipotencia racionalista), abrir las puertas a la posmodernidad, al vaciamiento de las
significaciones si se prefiere, a la despreocupación extrema por toda posible o imaginable
significación, a la vida al margen de si estas son o no alcanzables, lo que ya habría dejado totalmente de importar, lo que ya se habría demostrado primero inalcanzable (con Kant y cía.), luego indigna de toda expresión (con del positivismo lógico), por fin,
útil como atrezzo. La división del trabajo, se suponía decisiva (Adam Smith y la
ética protestante dixit) para la
Riqueza de la naciones, para la
Prosperidad, para el
Progreso... Y desde allí todo fue un continuo. Sin duda, no por nada nos hemos sumergido de cabeza a buena marcha en esas convicciones, en el trabajo sin metafísica y por último en el trabajo sin necesidad de fundamentación (...que debe ser de todos modos motivado de algún modo y con dificultad creciente como se está viendo).
Hoy, se trata tan sólo de mantener en sí mismos y por sí mismos los mecanismos existentes y por ahora más o menos en marcha (pero en peligro), al margen de lo que den de sí, incluso si dan lugar al caos y a los círculos viciosos tan temidos y de tan difícil salida... (por lo que se pide, sobre todo,
confianza). Consumir no es un objetivo de la supervivencia, sino una necesidad
econométrica (ya ni siquiera
económica), algo que sirve para convertir en cifras y curvas que pongan de manifiesto que se han hecho bien las cosas, que se han hecho con satisfacción, obedeciendo a los mandatos del jefe que obedece a los del suyo y así hasta el jefe sin jefes que obedece a que debe serlo de muchos más para continuar en el Olimpo, departiendo en el plano donde departen los demás dioses... obedecer para no dejar de estar entre ellos, para no caer... Cifras y curvas, papeles y ediciones que permiten que las dos castas que se reparten la parte sustancial de la tarta lo sigan haciendo (casta burocrática pura, o política y gestora, y casta seudointelectual o asesora).
¿Será alguien capaz alguien de contraponer algún argumento sólido a todo esto o a cualquiera de sus partes, o sólo se alzarán las voces de siempre que llaman al silencio y a la ocultación en nombre del optimismo necesario por las razones apuntadas? Pues, no diga nadie nada si sufre de impotencia o de parálisis o de miedo o prefiere aferrarse a La Realidad y ha elegido Esta Realidad como su expresión adoradora. Por mi parte, me atreveré a considerar como dice el refrán, que el silencio otorga y demuestra.
Entretanto, una vez que haya apuntado algunas cosas más al respecto... intentaré
dedicarme simplemente
a reír haciendo reír (en el sentido dado por Nietzsche al comienzo de
La gaya ciencia y en el
sentido practicado por Aristófanes) de este mundo cada vez más
encogido y decadente que se ha convertido en
prisionero de sus
eficaces líderes,
verdaderos invasores interiores como los considero desde hace tiempo.
Espero, así, resistirme al máximo a la ingesta del
soma que estos -me temo- acabarán pidiéndoles a su tropa de
fieles y/por
corrompidos asesores, técnicos y demás
fontaneros que diseñen y pongan a su disposición junto con el mejor sistema de distribución posible para que guste a todos hasta que se ponga de moda; algo que se hará necesario en cuanto el simulacro de las elecciones, el consumismo, la conquista de prestigio, la educación a la medida de las circunstancias,
y quizás cuando hasta la
fuerza bruta resulten todos esos instrumentos de dominación insuficientes, cuando ya no queden incentivos ni funcionen los medios de coerción y ni siquiera los sueños más inmediatos... cuando sólo pudiera ser efectiva una droga de ese estilo, capaz de reducirnos a la perfección de la mecánica, de la electrónica y de la robótica, si es que para entonces se sigue sintiendo necesarios a
los otros; una droga que permita producir felicidad a pesar de las desgracias y hasta soportar el propio imperio del caos integral; que permita, por ejemplo, permita vadear los cadáveres que se crucen por las calles y seguir andando, como si tal cosa...
¡El día en que La Peste
sin remedio nos asole! Y quede claro, para terminar, que hablo de algo que de llegar estará mucho más allá del horror de una u otra dictadura imaginable y temporal, de esas que muchos
líderes y sus camarillas intentan cocer en nombre de la fatiga en sus diversos calderos.
* * *
Notas:(1) Citado por Jim Collins en su introducción al libro de Frances Heselbein, una ideóloga de "los líderes" de nuestros tiempos sobre todos los cuales ella y los demás gurús se sitúa en calidad de maestra y guía. Véase aunque más no sea lo ilustrativo de los títulos de las partes o capítulos de uno de los libros de Frances Heselbein, como el que titula la Primera Parte: Liderazgo: una cuestión de cómo serlo, no de cómo hacerlo.