martes, 20 de abril de 2010

Enmarcando los aleluyas engañosos, los deseos hipócritas y los refranes que se recitan con resignación e impotencia (5 -sobre la "artificialidad"-)

Que las cosas salen al revés de lo que se pretende o no satisfacen nunca es algo que ya señala ese viejo refrán que sentencia que "el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones". Y sin duda es evidente que persiguiendo lo que se imagina como lo deseable y procurando acto seguido que dure eternamente, el ser humano acaba obteniendo solamente... lo indeseable, y en todo caso lo insuficiente. Así, otro refrán popular manifiesta de nuevo el sorprendente poder que tienen para hacer diagnósticos certeros, poniendo de relieve el valor cognitivo de la intuición humana, imprecisa si acaso, aunque de manera manifiestamente orientadora a groso modo. Pero eso no es todo lo que se desprende a la vista del fenómeno. Adicionalmente y por ejemplo en este caso, podemos comprobar que, por lo general, el hombre recita el dicho mencionado... aunque sin abandonar por ello la intensión pertinaz de hacer realidad los sueños que acaricia y a la vez sabe (sin querer saberlo) que son imposibles y frustrantes... Claro que también se añade otra vuelta de tuerca que hace todo al mismo tiempo más absurdo y más... efectivo. Muchas veces (y, como deberíamos poder apreciar en estos tiempos, de manera creciente y más acentuada) esa intensión es aparente. La conciencia repetitiva, patente en el refrán que sigue vivo al cabo de los siglos y a través de tan diversas circunstancias histórico-sociales, parece haber encontrado la salida: el deseo se reviste de lo imposible ya no por inconsciencia o confusión, sino para encubrir las verdaderas intenciones -a veces, no del todo conscientes éstas para los propios engañadores, que más de una vez necesitan autoengañarse para poder serlo con eficacia plena (no por nada... últimamente "los tontos son los listos", como apuntaran Adorno y Hokheimer)-.

Sin duda se trata de un fenómeno maravilloso en su complejidad y en su alambicamiento, aunque no más que cualquier otro del mundo de la vida, se trate de la formación del cerebro humano o de la fotosíntesis, de la milenaria duplicación de la cadena orgánica denominada ADN o de esos mecanismos sofisticados que se llaman ojos. Y creo que nunca se comprenderá del todo si no se parte de la aceptación intuitiva de que esa conducta, que descansa sobre la facultad reflexiva y la conciencia, no es sino un mecanismo presente en el individuo humano en la medida en que garantiza su supervivencia -lo que no significa que nada la haya diseñado para ello, y que en realidad se autojustifica, autocatalíticamente por así decirlo-. Permitidme que lo remarque: para el individuo (esto es, al margen del grupalismo consecuente). Y esto, también creo conveniente remarcar, a pesar pero merced a su imperfectibilidad, dado que cualquier diseño funcional que se imagine daría lugar a limitaciones insalvables, necesarias a la perfectibilidad (como se sabe desde que se inventó la cibernética) que siempre dejarían una parte sin cubrir por más que se complejicen, y que, sobre todo, harían inadaptable el mecanismo, lo contrario de lo cual es (es decir, adaptable) gracias a esa imperfectibilidad, a ese inacabamiento, a esa elasticidad, y en un grado más que aceptable, al menos en tanto se entienda que lo aceptable no es más que lo que garantice la supervivencia y la consecuente reprodución, y nada más.

No obstante, se pretende (lo pretende el hombre -y en particular cierta tipología- y a instancias del mencionado mecanismo impulsor) que eso no sea "todo", que haya "algo más" e incluso "mucho más". En este sentido, el hombre se comporta ante la conducta humana como lo haría alguien formado como un ser tan absolutamente racional (tanto como el concebido en su día por los intelectuales de la Ilustración y del Racionalismo simple como el de Lord Bayron o el de Herr Kant) en términos de buenos deseos aunque más no fuera (ya que lo llegaron a ver muy difícil de lograr a pesar de la intensidad con la que vivían su gran deseo) y que, de inmediato, a la vista del absurdo con el que se mueve o evoluciona el mundo a instancias de la conciencia humana... acabará por renunciar a la seriedad anglosajona o germánica imaginable y propia del estereotipo para dejar de serlo... e inventar la risa con la que poder reírse de esa pretensión humana... o a suicidarse ante la incomprensión absoluta que conduce al estoicismo.

Las sociedades humanas creo sin embargo que responden a unas pautas, aunque precisamente sean las que a toda costa se prefieren ignorar. La conciencia de la propia miseria es lo que menos se soporta, como ya lo reconocieran los antiguos en sus mitos y leyendas (igual de frescos y elucidadores que los refranes). Este es el caso de la del Rey Midas que Nietzsche trajera a colación en su jovencísima pero brillante exposición sobre la miseria humana (El nacimiento de la tragedia) y que no me cansaré de recordar. Vale la pena volver a recordar textualmente de esta historia fantástica pero lúcida como pocas lo que el demonio-sabio Sileno responde a Midas después de que éste lo hace prisionero con el fin de que le revele lo que es mejor para el hombre:
"Estirpe miserable de un día, hijos de la fatiga, ¿por qué me fuerzas a decirte lo que para tí sería muy ventajoso no oir? Lo mejor de todo es totalmente inalcanzble para tí: no haber nacido, no ser, ser nada. Y lo mejor en segundo lugar es para tí - morir pronto." (F. Nietzsche, El nacimiento de la tragedia, Alianza Editorial, Libro de bolsillo, Madrid, 2007, pág. 54)
Los hombres, "hijos de la fatiga" como tan bien se los calificara en la leyenda, entraron de cabeza en una dinámica social que dio lugar a la domesticación de plantas, de animales irracionales y... de los demás hombres, de resultas de lo cual, hemos ido produciendo y pasando por las diversas etapas artificiales de nuestra larga y (según se mire... bien es cierto que con la mirada del racionalista que llevamos dentro y que no podemos liquidar del todo) hasta penosa post-prehistoria.

Aquí al menos, no desarrollaré esto mucho más allá en términos teóricos, Lo he tratado con cierto detalle varias veces... y quizás sea lo único que en el fondo esté tratando. Y lo volveré a hacer a través del estudio desprejuiciado de la sociedad actual y de los discursos que se elaboran en su seno, discursos aparentemente explicativos pero realmente justificatorios, mostrando cómo este enfoque y las conclusiones mencionadas están vinculadas al mismo y se ponen en evidencia en cada proceso histórico-social que se considere.

En este sentido, cualquier proceso de construcción y creación social encarado por el hombre (esto es, de un imaginario social que soporte la conducta que la realidad de la que forma parte inseparable le impone al mismo tiempo -en un juego de creación y dependencia que necesariamente debe confundir los determinantes-) permitiría sacar las mismas conclusiones... sí, tengo que decirlo: las mismas conclusiones desalentadoras... desalentadoras en tanto vacían de contenido esas pretensiones semidivinas, todas las supuestas posibilidades de darle al hombre una meta -y ya puestos suprema- y... un prediseño retroactivo (esto es, que se pudiera situar en alguna parte, como qué sino como Destino). Y, en ese sentido, una de las cosas cuyo estudio aporta de inmediato al tema, poniendo de manifiesto su genealogía, es hoy en día la dualidad inseparable que se estableció desde un inicio entre la sociedad capitalista-burocrática de nuestros días y los discursos intelectuales racionalistas, así como la necesaria evolución de estos últimos hacia el vaciamiento creciente de las significaciones o, lo que es equivalente, hacia la subordinación explícita de los conceptos o términos de esos discursos a las necesidades tácticas más inmediatas e inmediatistas, más miserables y mezquinas, más alejadas que nunca de todo sentido y meta superior, más cerca que nunca de la risa y del olvido...

Quizás por eso (respondiendo a la humanidad que se me impone -en una de sus tantas tipologías, claro-) me parezca fructífero continuar estudiando ese fenómeno específico y presente, con sus grandísimos y enjundiosos temas del Progreso y de la Ciencia, del Saber y de la Educación, de la Libertad y del Buen Gobierno, de la Sensatez y la Planificación, en fin, de todo lo que se considera Grande e Importante a pesar de la inevitable marcha decadente que seguimos todos. A pesar de los refranes a los que se sigue haciendo referencia sin poder actuar en consonancia.


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