miércoles, 23 de junio de 2010

La "artificialidad" para un discurso realista (9)

(Nota aclaratoria: la primera parte ya se publicó Feacios en procura de debate. Completado aquí como entrega 9 de mi análisis de la "artificalidad" incluye en esa primera parte algunas precisiones alimentadas con notas al pie de carácter principalmente bibliográfico. En lo fundamental y conceptual, el texto no ha sido alterado salvo para mejorar la claridad y pulir las formas.)


Artificialidad versus
naturalización


La marcha de la humanidad se me presenta como un hacer mundo dentro de un marco más amplio de sucesivos estados emergentes causalmente concatenados que una vez representé como eslabones. Esta lectura (la concatenación causal lo es, siendo que no es un ente que se pueda considerar presente por sí mismo en la Historia) estaría avalada simplemente por la eficacia relativa de la autoconciencia, su resultado evolutivo último; es decir, sería un imperativo propio de la idiosincrasia del componente humano de la marcha en interactividad con lo que vendría a ser resto del mundo (en donde todos los extraños estarían incluidos; presuponiendo con esto que el individuo y los miembros reconocidos como del propio grupo definirían para sí mismos la "buena" dirección y su verdadera meta humana).

La intuición procede según este mecanismo y no hay en el fondo interpretación abstracta o teórica que pueda evadirse de ello, inclusive cuando se trata del idealismo más extremo y/o mítico que pueda ser considerado. La causalidad está siempre presente en el discurso humano aún cuando la causa se remite a lo innombrable o a fantasmas de carácter divino, incluído por supuesto el remanido azar que, por ejemplo, el divulgador Stephen Jay Gould se atreviera llamar desvergonzadamente "Diosa de la Fortuna".

Esa marcha (progreso en el sentido que se emplea en relación con las reacciones químicas) me parece un proceso compulsivo de creación (no sólo de objetos e instituciones sino de la propia senda por la que se transita... la que así podemos ver como senda que se desbroza), que sólo puede ser entendido como creador de artificialidad desde una óptica realista e igualmente determinista en el sentido antes mencionado. Por ello, ese progreso debe ser considerarlo "no natural", en clara oposición a lo que entiendo como una reconstitución más de la primaria concepción racionalista que sostenía su idealidad. Es decir, como una inversión de la visión platónica. En oposición en fin a la imposibilidad por el racionalismo en todas sus presentaciones (cabeza abajo incluida) de prescindir, en el discurso y en las necesidades socio-psicológicas que lo soporta, de una u otra causa última para autoexplicar al hombre y a su sorprendente capacidad de reflexión, inductora de una perplejidad existencialmente problemática.

El reduccionismo implícito o declarado que se realiza mediante la naturalización radical de ese proceso (lo que configura el cientificismo conocido en especial) conserva a mi modo de ver esa lectura idealista que pretende alcanzar el conocimiento absoluto o La Sabiduría (lo que yo entiendo como representación de esa pretensión, en un sentido formalmente histriónico, en tanto parte del fenómeno, lo que constituiría lo real en sentido riguroso... lo que, por otra parte y en el fondo, se prefiere y se necesita no ver... lo que indudablemente cerraría el círculo). Ese enfoque no hace sino remitir a la naturaleza en lugar de al viejo Dios, instituyendo imaginariamente en su lugar un demiurgo de reemplazo, esto es, una remozada causa última.

Asumir por el contrario que la marcha de la humanidad en el mundo es en lo fundamental productora o creadora de artificialidad, que se trata del producto de un inevitable, compulsivo, idiosincrásico acto de creación de la conciencia en-el-mundo tiene a mi criterio ventajas significativas para la construcción de una narrativa más ajustada, capaz de dar cuenta más eficazmente -al menos hoy por hoy- de lo que nos rodea, de lo que interactúa con nosotros así cómo del modo en que sucede en el entorno próximo (entorno que la tecnología amplía en cierto modo); una narrativa más capaz de dar cuenta de manera más detallada y por tanto más precisa del proceso por el cuál estamos, cada uno de nosotros, haciendo aquí lo que hacemos, hasta cierto punto lo que sentimos desear o lo que consideramos que podemos hacer y nos atrevemos a intentar, lo que se nos impone y lo que combatimos... (1)

De algún modo, este enfoque podría parecer o ser acusado de retrógrado una vez que el dominio de La Ciencia (relativo, histriónico insisto) pareciera haber eliminado la barrera idealista que la metafísica clásica estableciera entre lo que ésta definió como propiamente humano en oposición al resto del mundo material o de la naturaleza. En cierto modo podría admitir que se trata de un retorno, pero nunca de un retroceso; un retorno que se debe reconocer cuando se sostiene, como es mi caso, que el ser humano -en tanto lo siga siendo- poco y nada pueda hacer que no sea producir repeticiones. (2) En todo caso, creo que es una vuelta más libre que las anteriores de implicaciones metafísicas, y mucho más que las que el cientificismo se haya adjudicado en vano... mediante el subterfugio kantiano (protopositivista) y por fin del positivista de dejarlas fuera de su fortaleza inexpugnable donde se pudiera imponer un trabajo disciplinado y productivo sin cuestionamientos existenciales (he abundado acerca de ese subterfugio en mis artículos agrupados bajo el título de Una lanza rota por el pensamiento occidental).

Así es como he acabado optando por la alternativa de una narración que presenta cada paso de ese proceso como de creación limitada de artificialidad en oposición a la que los presenta como producción teleológica en uno u otro grado de hechos naturales. La naturaleza, desde mi punto de vista, no encerraba otra necesidad característica que la de hacerse cada vez más compleja individuo a individuo como producto de la cotidiana interacción entre ellos en un entorno dado, y esa complejización es la que, en pasos sucesivos, dependientes del estado inmediatamente previo y de la inclusión de elementos convertidos en próximos, acabó -por ahora- de dar de sí al actual ser humano como creador de complejidad. No hubo plan alguno que no se desenvolviera sobre la marcha, sin objetivo alguno que no estuviera más allá del imperativo de conservación. Se trató cada vez, a cada paso, de un resultado evolutivo/adaptativo que pasaba de tanto en tanto a un nuevo plano de complejidad con especificidad propia y por ello en ningún caso reductible al plano o planos de los que se originara.

Esta manera de intentar explicar nuestro estar/desenvolverse en el mundo que es lo que nos afecta a cada cual a su modo y nos induce a afectar... tiene de entrada una consecuencia interesante: diluye hasta el límite de la extinción la idea tradicional de necesidad -subyacente a los intentos de naturalización/divinización de lo humano-, a fin de cuentas teleológicos en pro de la institucionalización artificial sistemática de las estancias socio-históricas sucesivas, activas y determinantes de por sí una vez dominantes; institucionalización que yo atribuyo a su vez a la propia eficacia de la marcha, a sus supuestos o asumidos logros como tales considerados en la medida en que se adoptan como estables, es decir, en cuanto cada construcción humana empieza a dar muestras tangibles de ser buena (o adecuada) para la supervivencia, en la medida en que es adoptada como necesaria en la medida en que se estabiliza, en la medida en que va representando cada vez más una garantía hasta ese momento imprevista, nacida de la prueba progresivamente satisfecha. (3)

No se trataría sin embargo de productos contingentes, debidos a eso que se llama azar del mismo modo que al espacio vacío se lo llamara éter para que sostuviera la teoría ondulatoria... o del mismo modo en que Galileo, con fines puramente polémicos y defensivos, se sacara de la manga su ingeniosa pero a fin de cuentas ridícula teoría de la flotabilidad... No se trataría tampoco de fenómenos libres de concatenaciones o relaciones causales que surgirían sin ton ni son, tan justificables de todos modos como en el otro caso y como todo... No, aunque tampoco de la presuposición de una como otra predisposición, plan o diseño preexistente establecido en el reino de la Eternidad o proveniente del fondo de los tiempos o desde cualquier otra representación del absoluto que pueda ser imaginada (La Caverna platónica incluida). No; se trataría por el contrario de un resultado consecuente aunque compuesto de un buen número de efectos colaterales, nacidos de la propia construcción en tanto es una construcción imperfecta, imprecisa, excesiva... que, no obstante, en cuanto logra un cierto grado de estabilidad, ligada a una cierta satisfacción de la pereza, de la comodidad, de la debilidad intrínseca del ser humano, reclama para sí la justificación incondicional, el carácter de verdad absoluta e incuestionable como forma de reconocimiento de uno de más de un resultado posible... aunque del que se ha dado... y se hace permanente, estable. El ser humano, cuando mitifica y registra por medio del discurso y de las normas los hechos tal como le interesa explicarlos, haría simplemente un doble intento: vanagloriarse de su propia victoria relativa y pretender hacerla eterna, trascendental... dándole así el carácter de conquista, de apropiación del mundo, de sucedáneo de la dominación absoluta e inalcanzable que se envidia a los dioses. Esto sólo se puede atribuir a la idiosincrasia humana, al modo imperfecto de operar de su facultad de conocer (imperfección propia de todo producto evolutivo, insisto), y por serle inevitable (impuesto) para conservar la salubridad del mecanismo (so pena de paranoia).

En síntesis, la conquista de un estado de supervivencia estable, garantizado en primera instancia en el tiempo (la propia adopción lo afirma y sostiene), sería lo que, simultáneamente, hace del resultado un éxito y un valor.

Así es como creo que funciona la Historia y la construcción social, es decir, la marcha del mundo habitado por la humanidad o del mundo con seres humanos. Esta es a mi modo de ver la manera en que se mueve de manera cada vez más compleja el mundo como sociedad humana (a través de sus diversas formas); una manera que me parece justo denominar artificial en tanto creación imaginaria en contraposición a las simples emergencias naturales que se estabilizan y reproducen sin legitimación argumental, sin tabúes ni incentivos morales, sin... autoconciencia, cosas que sólo pudieron devenir tales con la aparición del ser humano o si se prefiere de un determinado grado de desarrollo neuronal, lo que no puede dejar de ser considerado como el paso a nueva dimensión real pero específica, que en el discurso debe volver a ser entendida como no-natural, como artificial, como propiamente humana, como creación humana inevitable... aunque para nada, por este motivo o en nombre de ello, como algo sobrenatural, nacido de otra cosa que del proceso natural previo y persistente en el que y del que hemos emergido, en el que nos hallamos sumergidos, en el que estamos y del que nos apropiamos para seguir siendo (siendo lo que somos)...

Es sintomático que todos los discursos tiendan a negar esta única manera lúcida de insertar la Historia humana en la de la Naturaleza. La "naturalización" que aparece como la contrapartida del idealismo y la inversión de la Creación Divina como Creación Humana (deux ex machina), no llega nunca hasta el extremo de aceptar que todo, vehículo y contenido del discurso, sea un producto individual que no puede nacer de forma genérica, modélica, conceptual o absoluta, al margen de que el hecho de que nazca sin duda refiere a algo común... que no va mucho más allá de la propia emergencia, es decir, que no tenga una función. Aparte de que "naturalizar" no puede dejar de ser un acto de La Razón que le otorgaría (o devolvería) su carácter a La Realidad (donde la habría descubierto, desenterrado, y restituido luego). (4)

Oh, sí, no hay nada que prefiera el ser humano como tener el mundo enmarcado por un principio y una perspectiva, como hizo al pergeñar, por ejemplo, el Pentateuco... Así es como, por dar otro distinto, se describe el capitalismo como como si hubiese empezado un día del estilo de ese momento cero en el que se situara a Dios (Yaveh, Prometeo o los que fuesen) repentinamente deseoso de poner en marcha el mundo o de convertirlo en humano... haciendo concretos los sueños que repentinamente le vendrían a u ocuparían desde siempre su mente buena (y selectiva -por favorable al grupo por y para el que fuera ideado y justificado-). (5)

Pero el límite autocontemplativo que impide al pensamiento ir más allá y descubrir así su carácter irremediablemente mezquino (lo que tanta perplejidad produciría y a partir de allí tanto rechazo), su carácter de puro mecanismo defensivo al servicio de la comodidad individual y grupal (comodidad, aclaro nuevamente, en un sentido complejo y sobredeterminado), debe ser de una vez por todas superado. Lo impone, como todo, la propia marcha y su entrada en terreno de extrema vacuidad e insignificación... Estar al alcance de la autodestrucción y la impotencia casi absoluta para impedirlo nos obliga a mirarnos seriamente en el espejo. Esto es algo que se consigue observando la genealogía de la artificialidad.



El nacimiento de la artificalidad

Decía en el capítulo 7 de esta serie sobre la artificialidad que la misma debió nacer (o emeger si se prefiere) en un momento dado de la Historia Natural... del mismo modo que el Golem necesitó que alguien le colocase el billete mágico en la boca para que se pusiera a andar... Un momento crítico de desdoblamiento en donde lo natural dejó de serlo o más bien... donde quedó bajo (o subordinado a) un estrato diferente, específico.

Según lo que venía diciendo (y como ya se apunta en las notas 3, 4 y 5), la aparición de la autoconciencia propiamente dicha (en la visión que de ella tiene la teoría evolutiva y las teorías de la complejidad en general a las que me adscribo en un sentido amplio) juega aquí un papel decisivo. Sin embargo, no tengo mucho más que mi intuición, mi propia dependencia del modelo del que extraigo mis analogías y de los datos siempre insuficientes provenientes del pensamiento y las indagaciones ajenas, para abordar una cuestión ciertamente oscura. Me inclino de todos modos por suponer una larguísima práctica del ejercicio de la autoconciencia en términos de abstracciones (pensamiento simbólico, onírico, mítico... quizás manifestado mucho tiempo bajo la forma consciente de un diálogo con una voz interior de origen externo) durante el cual, o sea en simultáneo, se manifestó el sentimiento grupalista heredado e irradicable que entre otras conductas obligaba a establecer diferencias entre los grupos humanos primitivos, todos cuyos miembros eran expresión de una individualidad (expresión de una idiosincrasia) que me lleva a verla y por fin a caracterizarla en lo fundamental como débil.

Esta figura del individuo débil está hoy en día más que avalada por la antropología y por todas las ciencias que indagan sobre el hombre y su Genealogía así como por la filosofía globalmente existencialista y la filosofía política que encontraría expresión en aquella. Estas narrativas ponen de relieve el hecho obvio (y repugnante o vergonzoso para los que pretenden ocultarlo o desdibujarlo) de esa debilidad característica del poseedor de un cerebro delicado, pesado y de desarrollo notablemente prolongado, obligado a soportar un largo período de gestación y formación, residente en un cuerpo ágil y ligero pero frágil e insuficientemente protegido: el ser humano. (6) Esa figura del débil me parece clave para comprender en ella los rasgos decisivos (o la idiosincrasia) que habría de signar la vida humana en el mundo (reproduciéndose así en el tiempo, afirmándose hasta el límite de la extinción siempre posible, siempre amenazante -y hoy más quizá gracias al "abuso" de la "artificialidad" cuya andadura se muestra notablemente irresistible-) y su consecuente intervención adaptativa/transformadora, es decir, el ejercicio de su carácter individual/interactivo (su rol como ente propio, como entidad ontológica). Esa figura es la que explica o resume la línea (inicial y originaria al menos) de la maximización de comodidades, de mínimo esfuerzo, de aprovechamiento máximo de recursos, de orientación a la apropiación de todo tipo de recursos externos con el fin de llevar a cabo la tarea más defensiva posible: la del establecimiento firme de un dominio seguro... dominio que una vez instituido crea nuevas exigencias y esfuerzos a los que ya no se puede renunciar por parecer lo único posible, lo único real.

La debilidad está en el origen de la opresión, de la depredación, de la domesticación creciente, extensiva e indiscriminada, del desarrollo tecnológico, de la complejización social, del recurso a la mentira, el engaño, la traición... en fin: ella está en el origen de la artificialidad. La debilidad es cruel; exige protección a toda costa... impropia; y por ello permite e impone la justificación más notable que pueda imaginarse para la total falta de escrúpulos en el límite (y así lograr superar una moral segura hasta que deja de serlo) o llevar a cabo un repliegue circunstancial. (7) En este sentido, la idea de un comportamiento infantil subyacente asociado de por sí a la idiosincrasia del hombre me parece especialmente fructífera y de ahí la importancia creciente que le asigno a la Psicología Evolutiva y a los trabajos orientados a poner al desnudo tanto la infancia en el individuo como la infancia de la especie o sea sus conductas primitivas, así como la nada sorprendente confluencia entre la antropología y la psicología evolutiva que se puede claramente observar (entre lo que resalto el trabajo notable de Judith Rich Harris que vengo citando y defendiendo desde hace tiempo).

Una debilidad compuesta de las "esperanzas ciegas" inculcadas según Esquilo a los hombres por Prometeo que, sin duda, "agudiza en vez de ahogar" ese "hacer/crear" al que se refiere Castoriadis (op. cit. en nota 5, pág. 23) y que es "hacer/crear" de artificialidad, que podríamos también denominar por ello "huir hacia adelante/desbrozar lo inexcrutable.

Insisto: no podemos seguir ocultando por más tiempo a los pérfidos autores de esa construcción progresiva cuyas consecuencias amenazan extinguirnos, tal vez irremediablemente (cosa que no podemos querer) -... hoy en particular gracias al actualmente alcanzado abuso de la artificialidad puesto en evidencia como la consecuencia inevitable-; ya se han acumulado demasiadas evidencias. Somos nosotros mismos, todos nuestros ancestros (que entre ellos y el mundo de la vida... no dejaran que fuéramos "diferentes" y lograron replicar sus genes) los que dimos lugar, sin duda progresiva y autocatalíticamente, a la tropelía amenazante y relativamente necesaria que fue poner la artificialidad en movimiento; lo que dio lugar a ese cuadro absurdo que ha llegado tan lejos; ni más ni menos que los hombres -especialmente los machos, sí-, los más astutos y marrulleros de esa especie de débiles congénitos... que fueron capaces de hacer trabajar a todos lo demás para ellos mismos, venciendo y esclavizando, marginando o eliminando, comprometiendo en todo caso, a todos los que obstaculizaran sus pretensiones de dominio, de todo lo que les sirviera para producir cosas que afirmaran su dominio (desde el vientre de sus mujeres hasta la tierra proveedora, etc....). Haciendo que unos u otros tuvieran, en diversos grados, "veinticuatro patas".

Permítaseme pues remarcarlo: la artificialidad fue sin duda y cada vez más claramente una necesidad de la que Veblen llamaría con un sentido sin duda demasiado genérico "clase ociosa", y como tal necesidad se afirmó y se acabó por legitimar imaginariamente, por, como ya he dicho extendiendo lo que han sabido ver algunos... crear y adoptar.

¿Y de qué tuvieron especial necesidad esos hombres "ociosos" (aunque inicialmente quizás lo fuesen en potencia) para lograr sus propósitos o realizar sus pulsiones de dominación? Pues lisa y llanamente, de la Mentira; la Mentira que permitirá poner al Golem de la Artificialidad en marcha como proyecto social instituyente en la forma de las primeras sociedades jerárquicas de población expansiva y cohesionada que se fundaron sobre la división entre los organizadores de la fuerza (¿los más listos?) y los demás, empezando por las mujeres -como bien observara también Veblen- reducidas a mero aparato reproductor de cazadores y hasta de carroñeros; la mentira que servirá como el billete mágico para que, como un gigantezco Golem, la artificialidad pudiese comenzar a andar... La mentira que sin duda, recuperando lo mejor de Castoriadis nuevamente, formó parte de "el reemplazo del placer del órgano por el placer de la representación" propia y característica del ser humano, de su "neoformación congénita". (8)

Claro no se trata de la supuesta "mentira" que el filósofo racionalista dice que es en la que "cae el hombre" por no adoptar su propia guía iluminada. Esto ni siquiera existe unívoca y absolutamente ni puede ser probada (Dios, su referencia, al igual que La Ciencia, otra, de aparente signo opuesto, son componentes del invento, son autorreferentes que no pasan de ser apriorismos más o menos declarados). La Mentira que necesitó el hombre, y que ya existía antes de adoptar una forma discursiva y en cierto sentido antes de que la Artificialidad estuviera lista para comenzar su andadura, no es sino la simple mentira típica de la cotidianidad superficial que aflora en la lucha salvaje, hoy callejera, la que consiste en el mero y simple engaño, la información tergiversada, la justificación vergonzosa que permite la escaramuza, la impostura desconcertante, el simulacro tramposo, la traición, el aprovechamiento de la debilidad ajena, etc., y que así entendida sugiere la idea de que podría ser superada mediante una moralización de uno u otro tipo. No; se trata en realidad de algo inextirparble que provino, ni más ni menos, que de los monos ancestrales, que heredamos, que practicamos al principio burdamente, que sofisticamos poco a poco y que por fin convertimos en un inmenso e insaciable aparato en pie de guerra para los fines de los más decididos (los que más tesón ponen en alimentarlo, como a un Golem) aunque sin sentido o meta superiores de ningún tipo; revistiendo sin embargo de tal sentido imaginario a cada acto y a cada propuesta... porque la mezquindad y la animalidad resultan lisa y llanamente inconfesables... pecaminosas... culpables; dignas de la exulsión del Paraíso que no obstante nunca se ha dejado de (re)instaurar para los (auto)elegidos.



* * *


Notas:


(1) Los hombres (y me refiero sólo a los hombres en sentido estricto ya que las mujeres estuvieron primitivamente marginadas de toda manifestación explícita del acto de pensar, o sea, de expresar su pensamiento, debiendo adoptar cada vez más el punto de vista dominante -masculino- y conquistar un lugar y un enfoque equivalente, el de machos-intelectuales) optaron a mi criterio por adoptar una u otra visión (inicialmente deísta y por fin materialista con el cientificismo) en atención a la propia dinámica de dominación, siempre necesitada de colores diferenciales. En ambos casos, se ha pretendido que el proceso aparezca como imponiéndose a la vez que contestándose, quedando esta contestación (la transformación del mundo) en manos de sus supuestos interpretes (de la Revelación primero, de las leyes de la ciencia después). No obstante, es evidente que los actores siempre acabaron siendo también víctimas en diversos grados del propio proceso (¡y con grados que alcanzaron, como sabemos, el horror!). El proceso, entre tanto, va en fin aceptándose, asimilándose, adoptándose, instituyéndose como... objetivo e incondicional (salvo allí donde los primeros brotes de una emergencia colapsen antes de florecer, en cuyo caso se extinguen).

Lo visible (si se quiere) en cada discurso o narración, abstracta o lógica, simbólica, alegórica u analógica como se la llama, es que las variantes nacen al menos vinculadas a la necesidad de diferenciarse de los otros de los que el grupo nuevo se separa cuando no gestadas a esa instancia (esto en base a la teoría cada vez más digna de crédito de un origen humano común del que se irían desgranando todas las variantes en un esquema de progresivas reproducciones/desmembramientos). Es interesante ver esto presente en muchos análisis parciales como el de Mary Douglas sobre el Levítico o el de Mario Biagioli sobre Galileo, donde los enfoques no por nada son bastante coincidentes.

(2) El tema de la repetición es indudablente nietzscheano, se debilita en Hidegger y es recuperado por Strauss bajo la forma de una lectura que arranca de la idiosincrasia existencial del individuo como fuente de su propio mundo. La idea subyacente es que el problema es y será siempre el mismo y que nunca tendrá solución, por lo que si la necesidad subsiste es lógico que el remedio se repita y se reinvente.

(3) Este proceso, al que ya me referí en otras muchas ocasiones (citando a Biagioli, Veblen, Foucault, Castoriadis, Strauss, etc., todos ellos confluyendo parcialmente de una u otra manera y desde sus diversas aunque solapadas pretensiones narrativas causales en esta visión para muchos demasiado repugnante y perturbadora) como proceso de adaptación y de aceptación o adopción, tiene estrecha relación con otros dos conceptos que ya he defendido igualmente en otras ocasiones como fundamentales: el de grupalidad con su necesidad interna de marcaje o etiquetaje (mencionado ya en nota 1) y el de búsqueda de la comodidad (y no "de la verdad") sobre el que enseguida insistiré.

En su estudio sobre el Levítico, Mary Douglas (a quien le hubiera venido de maravillas haber conocido a Judith Rich Harris y viceversa, y a quien no porque sí cita Biagioli en su Galileo cortesano), refleja en el siguiente párrafo el peso, significación y vínculo al que me estoy refiriendo, algo que sin embargo la propia autora no acaba de tener siempre presente ni lleva hasta las últimas consecuencias, en concreto, cuando separa excesivamente lo que llama pensamiento analógico y pensamiento abstracto (mito/tradición por un lado y ciencia por el otro):
"La clasificación del universo forma parte de la organización social y las categorías son útiles para definir a quién se admite y dónde, quien tiene prioridad, quien va en segundo lugar y a quién no le corresponde ningún espacio." (Mary Douglas, Levítico como literatura, Prefacio, Gedisa Editorial, Barcelona, 2006, pág. 17)
Lo que Foucault descubriera (aún de manera inacabada, aún sin pasarse del límite imperante) en la mecánica de los discursos es en realidad enteramente aplicable a toda construcción socio-histórica, a toda institucionalización social, a saber:
"Todo ocurre como si, a partir de la gran separación platónica, la voluntad de saber tuviera su propia historia (...) ...esta voluntad de verdad, como los otros sistemas de exclusión, se apoya en una base institucional: está a la vez reforzada y acompañada por una densa serie de prácticas... Pero es acompañada también, más profundamente sin duda, por la forma que tiene el saber de ponerse en práctica en una sociedad, en la que es valorado, distribuido, repartido y en cierta forma atribuido. (...) Finalmente, creo que esa voluntad de verdad apoyada en una base y una distribución institucional tiende a ejercer sobre los otros discursos -hablo siempre de nuestra sociedad- una especie de presión y de poder de coacción. (...) como si la palabra misma de la ley no pudiese estar autorizada en nuestra sociedad más que por el discurso de la verdad. (...) Como si para nosotros la voluntad de verdad y sus peripecias estuvieran enmascaradas por la verdad misma en su necesario despliegue. (...) ... ¿qué es por tanto lo que está en juego sino el deseo y el poder? (...) ...la voluntad de verdad... como maquinaria destinada a excluir." (Michel Foucault, El orden del discurso, Tusquets Fábula, Barcelona, 2008, págs. 21-24)
Leo Strauss, con Nietzsche, con Tucídides... han insistido en denunciar la verdadera intencionalidad de la búsqueda de la verdad, una intencionalidad que arma al practicante de una absoluta falta de escrúpulos... respecto de la moral que no pregona. Detrás de la verdad, sin duda (hoy es evidente cuando hasta los genocidios y las bombas atómicas se tienden a justificar racionalmente) no hay sino voluntad de poder y señalización demarcatoria, esa que sirvió según Douglas para fundar un credo tan perdurable como el judío; esa que llevó muy probablemente o al menos ayudó, según la teoría que propuso Judith Rich Harris, a la pérdida del pelo por vía de una selección parental, o sea volitiva (para diferenciarse así de "los peludos y barrerlos del mapa" -El mito de la educación, Debolsillo, Barcelona, 2003, pág. 162); la que, generalizando, la misma autora señala como idiosincrática y está presente de manera innata en nuestra infancia. Señalización que llega a construir alrededor suyo toda una cultura diferenciadora, de "señales visibles -cuanto más permanentes mejor- para airear a los cuatro vientos las diferencias" (ibíd., pág. 359).

Veblen lo supo ver y (sin llegar a abandonar el racionalismo vinculado a su esperanzas y deseos cosmopolitas y de Progreso Humano) reconoce hasta qué punto el proceso es un proceso progresivo de adopción. Hablando de la manera en que acabó instituyéndose una clase ociosa separada del resto (y dejando aquí al margen la relativa simplificación en que incurre en particular acerca de la reproducción de la misma en el tiempo) Veblen señala arrancando con una frase de Aristóteles: "Nota notae est nota rei ipsius (El predicado del predicado es el predicado del sujeto en la traducción al pie). (...) la prescripción se apodera ahora de esta prueba convencional de riqueza y la fija en los hábitos mentales de los hombres como algo sustancialmente meritorio y ennoblecedor en sí mismo, mientras el trabajo productivo, en virtud de un proceso semejante, se hace intrínsecamente indigno." (T... Veblen, Teoría de la clase ociosa, Debolsillo, Barcelona, 200x, pág. 66). El mecanismo, que "se ubica en nuestros hábitos de pensamiento como algo sustancialmente bueno" (Veblen, ibíd., págs. 84-85), una "influencia" que de hecho se vuelve para "el resto de la comunidad", o sea para todos, "coercitiva" (ibíd., pág. 104), sin embargo, no es referenciado a la idiosincrasia humana sino desde una asunción apriorística en todo caso refrendada por lo que ha resultado (incluida esa adopción y esa inculcación subliminal mencionadas) ya que la idiosincrasia depredadora no es tan decisiva como la... perezosa, para mí motorizadora de la depredación al menos en la forma en que ésta se practica. Veblen acaba atribuyendo la ociocidad a una especie de marcha conspirativa que haría "obligatoria" (ibíd., pág. 108) la emulación... pero yo creo que el resultado se impone a todos en base a la propia idiosincrasia específica de cada individuo, a los rasgos secundarios que la conforman, a la manera en que toma diversas formas y estas se complementan entre sí: creo, en fin, que unos perfiles engarzan con otros mientras algunos son eliminados de diversos modos, y que una vez instituido el mecanismo ya nadie puede hacer mucho por escapar de él, siendo la vía regia su adopción y su consecución, su retroalimentación. De lo contrario, no se explicaría el por qué de la "aceptación popular" (ibíd., pág. 247) a la que se refiere el propio Veblen, una conducta que no puede sino expresar, cualquiera sea la causa que se le atribuya, debilidad, una debilidad que desde mi punto de vista es sin embargo congénita y, en diversos grados, general, propia también de los que parecen más fuertes, de los que han sabido hacerse con las "veinticuatro patas" (ir a la cita completa en nota 7) y todo lo posible... de los que simplemente inventaron una respuesta (dominio) en lugar de otra (sumisión).

Con todo, las aproximaciones y observaciones más lúcidas de Veblen ("la prescripción se apodera de la costumbre en cuanto esta se pone en boga" -ibíd., pág. 110 y más claramente en pág. 132-, incluso "sobre el espíritu científico" -pág. 135-, llegando incluso a "hacer conservadoras a las clases inferiores" -ibíd., pág. 211-) apuntan a la manera básica en que se instituyen las cosas a través del imaginario social humano y se hacen dominantes ("el esquema de vida... está constituido por el conjunto de instituciones en vigor en un momento dado... una común actitud de espíritu...", donde "la situación de hoy modela las instituciones de mañana mediante un proceso selectivo, coercitivo, que actúa sobre la opinión habitual..." -ibíd., pág. 199-). Veblen sin embargo se siente inclinado a compensar la absurdez de la marcha con la suposición de un instinto paralelo al depredador, el del "trabajo eficaz" productor de "utilidad humana"... algo que pone valor por encima de las evidencias que él mismo reconoce: nada ha sido nunca "útil" para todos sino de rebote y según se mire, nada ha sido más "útil" ("utilidad como demostración" -ibíd., pág. 266-) para el propio criterio de buena vida de "la clase ociosa" que construir un mundo donde el valor máximo adoptado fuese la "ostentación" basada y posible sobre la base de la "división del trabajo" entre dominadores/usufructuarios y productores/servidores de cuya institución resultante, una vez puesta en marcha, ya nadie se podría apear... so pena de ser marginado o eliminado o de autosuprimirse de una u otra forma (como bien supo observar Veblen: "Un material humano que no se preste a los métodos de vida impuestos por el esquema aceptado, sufre una mayor o menor eliminación y una represión" -ibíd., pág.217, 239 y gran parte del capítulo 9-). Esto es así, aunque se pueda desear (aparentemente) otra cosa muy distinta (que sólo esconde la intención de establecer "métodos" alternativos e igualmente autoritarios; cosas todas ellas -los sueños, la pretensión de dominio, la certidumbre de ser el verdadero exponente de la humanidad- de las que no se puede escapar siendo básicamente humanos altamente reflexivos).

El límite autocontemplativo imperante, en particular presente en el intelectual, que impide al pensamiento ir más allá de lo que le conviene y descubrir su propia mezquindad (que tanta perplejidad produce y por fin tanto rechazo), esto es, con su carácter de puro mecanismo defensivo al servicio de la comodidad individual y en todo caso grupal por igual conveniencia, debe ser de una vez por todas superado. Lo impone, como todo, la propia marcha y su entrada en terreno de extrema vacuidad e insignificación... Estar al alcance de la autodestrucción y la impotencia casi absoluta para impedirlo nos obliga a mirarnos seriamente en el espejo; actuar en la línea sugerida por Sócrates (Teeteto) de la que Strauss extrae su propio lema existencialista ("...el pensamiento es incompleto y defectuoso si el ser que piensa, el individuo que piensa, se olvida a sí mismo en pos de aquello que es -entiendo que se refiere al mundo, al Ser-",Leo Strauss, Introducción al existencialismo de Hidegger, "Sobre Hidegger", Manantial, Bs. As., 2008, pág. 41) pero que ni uno ni otro saben llevar hasta el extremo, es decir, contra sí mismos. En cualquier caso, las evidencias han sido cuanto menos entrevistas por muchos pensadores que en muchos casos ni siquiera se han cruzado (y cuya lista será siempre incompleta y quedará sin poderse completar) y han llegado a mostrarse en un grado tal que nos acorralan sin alternativa, exigiendo una narración integradora o la claudicación definitiva. En cualquier caso, llevando a la negación de esa estirpe, o especie como la llamara Paul Valery, que además de quejarse... pretende sobrevivir a base de sugerir una panacea imposible o contradictoria en sí misma: su mundo de intelectuales generalizado (República de Sabios en palabras de Platón) tan larga y hondamente ansiada por sus autovaloradores no sería ni gobernable ni un eficaz productor de bienes, y ni siquiera podría ser el Hades donde Sócrates, un tanto dubitativo, suponía en busca de consuelo que habría de encontrar "mejores interlocutores".

Los intelectuales pueden ser por todo ello declararse incluso antitotalitarios e incluso señalar serias dudas acerca del Progreso... como Veblen (esa "dirección divergente de la situación arcaica", ibíd., pág. 204-) y Castoriadis, pero no debemos engañarnos: se refieren y se refirián siempre y no más allá, a las manos ajenas a las suyas en las que están las cosas.

Pero como Strauss no ha cesado de hacer incapié, con Nietzsche y con Tucídides, no hay tal superioridad de lo racional, ni para realizar la supuesta meta de la sabiduría (que no es sino un subterfugio) ni como instrumento para convencer. Todo lo contrario, la filosofía demasiado insistente, como la practicara por ejemplo Sócrates, acabaría siendo despreciada, rechazada, condenada...

(4) Mary Douglas, siguiendo lo apuntado en mi nota 3, sigue presa ella también como los demás del racionalismo dominante referencial, y de ahí no llega a ver el paralelismo entre pensamiento occidental (clásico y renacentista) y el que llama con otros "analógico" con representación en China milenaria y en el Israel del Éxodo; no llega a ver su base común y su concatenación de manera clara y rigurosa: la pulsión creativa de artificialidad (siempre y con inclusión de los discursos científicos y racionales y no creador de representaciones más o menos realistas -o alegóricas- del mundo) como expresión de la pulsión dominadora, esta a su vez como expresión de la debilidad congénita como "precio a pagar por un cerebro tan grande" (Judith Rich Harris, El mito de la educación).

Veblen, por señalar otro ejemplo, sostiene en su Teoría de la clase ociosa que en la conducta de esta clase social no hay nada indigno en base a que habría sido producto "del instinto" y en concreto de uno de esos dos instintos básicos que según él impulsaban al hombre: la ostentación y la laboriosidad; en definitiva ni más ni menos que lo malo y lo bueno. Veblen bregaba por una sociedad capitalista laboriosa (si no de sabios sí de especialistas) y dada a procurar la emancipación humana mediante la verdadera consecución del Progreso ad infinitum, distanciándose frustrado de la modernidad liberal... aunque no de la "racionalidad", del catolicismo... aunque no del cristianismo, y del amplio espectro de la filosofía humanista/racionalista/idealista que abarca a casi todos los pensadores de la Historia humana (ésa que nace con la artificialidad, o mejor dicho, con la necesidad de ella nacida a instancias de la comodidad, como ya he dicho), y en lo que coincidía en un sentido utópico si cabe con el pragmático marxismo. Pero esto es otra cosa: Veblen (como también Marx y en definitiva todo pensador más allá de sus tendencias oscuras) nos reveló en su indudable afán crítico aspectos que no pueden ser ignorados más que por los interesados en ocultar sus propias vergüenzas o por aquellos que, comprometidos con la marcha de las cosas, sigan erre que erre intentando reducir un poco y de alguna manera unos efectos considerados perniciosos... pero igualmente ajenos al propio enfermo, justo a la manera, como dice el propio Veblen: un virus. En cualquier caso, yo he dicho "ciertos y determinados hombres", y los he caracterizado como "los que consiguieron dominar " y expandir y asentar a la vez su estirpe a la vez que la de sus asesores y la de sus esclavos...

(5) Así es como hasta las críticas más rigurosas y contundentes que hace el hombre de su propio tiempo (y sin duda del pasado) caen en la misma "necesidad" de camuflar sus propias alegorías modélicas como revelaciones o descubrimientos de la verdad absoluta, incondicional (realidad profunda o verdadera) en la realidad o bajo la superficie o "tras las apariencias"... Nietzsche acabó en principio (enunció el fin) con la existencia de un "mundo aparente" (citar), pero el pensamiento humano no puede llegar al límite de prescindir totalmente de ello... (por eso... "prefiere la nada a no querer") y él mismo no hace sino pasar de la analogía del "progreso ascendente" -que se convierte en molde de La Razón misma- a un modelo del "heroísmo vital" que privilegia el instinto, el vínculo con "lo animal"... lo que lleva a Hidegger, etc. En cualquier caso, alejándose de la idea de un individuo que en tanto reflexivo se ve impulsado a crear artificialidad... Nietzsche reconoce el carácter centralmente débil del ser humano (incluso llega a señalar el rol positivo, "útil", de lo más débil, de "el hombre perjudicial" -véase La Gaya Ciencia, libro I, 1.-), pero cifra esperanzas en un superhombre que la superaría, y con ello se aleja del realismo (valora, moraliza, idealiza, crea una esperanza alternativa...) en cuyos términos habría de extraerse una visión más rigurosa.

Castoriadis representa un claro ejemplo de esta permanencia o anclaje a pesar de reivindicar el carácter "autocreativo del hombre" (véase en particular el ensayo Antropogenia en Esquilo y autocreación del hombre en Sófocles, en "Figuras de lo pensable", Fondo de Cultura Económica, México, 2002; en donde contrapone a Esquilo y a Sófocles sugiriendo de hecho la existencia entre ambos de una ruptura epistemológica a pesar de rechazar de derecho que algo así se haya dado) y en toda su argumentación acerca del imaginario (La institución imaginaria de la sociedad, Tusquets Editores, Barcelona, 1989) con la que se distanció del materialismo marxista y la dialéctica a la que adhiriera hasta entonces, y por medio de la cual intenta, sin alcanzarlo, dar cuenta de la especificidad humana en el conjunto de la naturaleza prescindiendo nominativamente de toda teleología con su necesidad (ideológica) de supuestas causas primeras.

Castoriadis llega incluso a considerar una evidencia (sic) el proceso de autoconstrucción histórico-social, pero pero sin abandonar por ello el enfoque racionalista heredado (¡y sin dejar de arremeter contra "el pensamiento heredado" -sic-!), un enfoque fundamentalmente tributario del concepto de progreso más o menos lineal o al menos ascendente, del cosmopolitismo expansivo y dominador a él vinculado, con su exigencia de reeducación o cura, es decir (como en Veblen, etc.), de "trabajar para ayudar a la formación de individuos que aspiran a la autonomía e incrementar la cantidad de los mismos" (Cornelius Castoriadis, Institución primera de la sociedad e instituciones segundas, "Figuras de lo pensable", op. cit., pág. 126). ¿Qué sino un evidente alineamiento con las posiciones rousseaunianas de todos los revolucionarios y emancipadores; esto es, con las verdaderas concepción e intencionalidad del cosmopilitismo greco-occidental repuesto con la modernidad y reducido a slogans a posteriori, dejando la carcaza vacía y todavía a veces útil? ¿Qué sino un siempre remozado ofrecimiento de futuro basado en el supuesto de que existiría, bajo la piel del ser humano concreto, una esencia humana que auguraría una humanidad única, de miembros semejantes... asemejados al utopista y a su grupo, el cual no puede evitar inclinarse por una política de reeducación y adoctrinamiento masivos (que no suelen tener resultado más eficaz... que el exterminio en grandes dosis), esto es, por reconocer que debe apelar a ello (y llegado el caso aplicarla sin escrúpulos)?

Desde el Platón que se dirigió a Siracusa fracasando y el repudiado Sócrates que fue condenado a muerte, hasta el acompañamiento intelectual claudicante y en algunos casos por fin frustrante a las revoluciones del siglo XX que se resolvieron en un maridaje renovado entre las masas ansiosas de reformas y la burocracia aprovechada, los intelectuales no han dejado de soñar sus sueños de una humanidad a su imagen y semejanza... aceptando no obstante por vivir en las grietas que cada sociedad les reservara: las instituciones educativas de digesto para sus iguales o para las masas, el oficio de asesoramiento de los estrategas que siempre conservarán la última palabra... y contribuyendo a mantener (entendiendo que cuando se habla de intelectual se habla necesariamente de Occidente) la falsa referencia a la Razón como ente supremo y divino de uno u otro modo heredado o donado como símbolo caracterizador del ser humano. Veblen, anclado a pesar de todo a la esperanza de un mundo bueno edificable sobre la Razón, el sentido racionalista de lo útil (vease mi nota 3), el "instinto del trabajo eficaz", etc., no puede sino propiciar la reeducación coercitiva ("rápida reversión" -ibíd., pág. 205-) de su futura República, donde sus leyes y modelos instituidos canonizarían entre otros las definiciones de útil y eficaz...

Pero si bien sirve a estos propósitos, no me resulta suficientemente rica como para evitar una confianza excesiva en la espontaneidad, dar cabida al supuesto rol del azar, atribuir un valor divino o semidivino a la imaginación, etc., que es en lo que se cae de esa manera (ejemplo: la perspectiva de la autogestión obrera o del carácter definitivamente democratizador de la tecnología... ambos meramente proféticos o mesiánicos). Esto es inevitable si no se comprenden los límites que impone la propia fuente de la creatividad, que es la interacción, los límites que crean las demás individualidades u ontogenias, y la inercia intrínseca o el conservadurismo del individuo constituido y en formación. Una interacción en donde no todo se impone y donde lo que se impone no sólo domina sino que es capaz de eliminar de raíz lo que lo que podría eventualmente amenazarlo. Es decir, creando otra esperanza alternativa.

Una vez asumida la "artificialidad" (o la "creatividad" imaginativa) de producción humana hasta las últimas consecuencias, por nosotros, intelectuales a fin de cuentas, produce, perplejidad sin duda (tal vez demasiada y por reiterada... sospechosa) observar cómo los intelectuales han visto una y otra vez la división de la sociedad en grupos (clases) evitando empero considerarse o verse a sí mismos con fines e intereses de grupo y que no quisieran o se negaran o no supieran entender (como si estuviesen bloqueados -como imponen justamente los intereses histórico-sociales particulares, limitando la lucidez a lo político-) que es imposible evitar la grupalidad, que es un rasgo humano idiosincrásico, heredado y desarrollado o complejizado... Todos, y especialmente los intelectuales que elevan la capacidad reflexiva al rango de facultad Reveladora de Verdad -donde tanto las desentrañadoras (científicas, racionales, formales...) como las adivinatorias (alegóricas, míticas, analógicas...) y las supuestas facultades de un oído o una mente preparada para tener revelaciones en sentido estricto... deben verse indicutiblemente como equivalentes, como tantas veces he insistido sin ser más que rebatido con retórica y/o dogmatismo cuando no con el silencio...-, consideran de hecho que los seres humanos por antonomasia son sus congéneres más próximos (genéticamente y por mediación de la convivencia y la inculcación/adopción cuasi voluntaria del imaginario dominante.

(6) Ya he citado a J. Rich Harris en lo referente al "precio que debiómos pagar los seres humanos" por ser poseedores de un "cerebro gigante" en un "mundo de garras y dientes", como ella dice (op. cit., pág. 163-171). Visto a la inversa, ese cerebro podría y suele ser considerado una compensación poderosa a la debilidad, compensación que se basaría en su capacidad creativa, capacidad para sustituir el deseo por su representación simbólica como bien dice Castoriadis (op. cit.). ¡Y "para detectar a los tramposos y despistar a los detectores de tramposos"... evitando ser detectado mientras se es tramposo..., como dice J. Rich Harris (ibíd. pág. 163)!; esto es, para producir y hacer uso de la mentira, ¡tan fructífera y sin duda más que el sigilo o el camuflaje natural!, dado que, como reconocería Veblen: "Sólo dentro de los límites estrechos, y únicamente en un sentido pickwickiano, puede decirse que la honestidad es el mejor modo de proceder" (op. cit., pág. 229).

(7) En un reciente artículo publicado en este blog para defender mi criterio de que el Dinero no es poder en sí sino un instrumento subordinado al Poder en sentido estricto así como utilizable en su contra por todo Poder que se postule en su reemplazo, citaba unos versos del Fausto de Goethe que a su vez citara Marx en sus Manuscritos de 1844 de donde tomo la cita con fines tergiversadores. Creo pertinente reproducirlos también aquí:
"¡Qué diablo! ¡Claro que manos y pies, y cabeza y trasero son tuyos! Pero todo esto que yo tranquilamente gozo, ¿es por eso menos mío? Si puedo pagar seis potros, ¿No son sus fuerzas mías? Los conduzco y soy todo un señor Como si tuviese veinticuatro patas."
La voluntad de dominio humana, que atribuyo especularmente a la debilidad congénita característica de todo humano señalada por Castoriadis con la siguiente feliz descripción:
"¿Por qué la racionalización? Como todas las creaciones históricas, la dominación de la tendencia hacia esta racionalización es básicamente arbitraria; no podemos ni deducirla ni producirla a partir de otra cosa. Pero podemos caracterizarla más precisamente relacionándola con algo más conocido, más familiar, expresado bajo otras formas en otros tipos de organización social: la tendencia hacia el dominio. Esto nos permite equiparar esta tendencia con uno de los rasgos más profundos de la psique individual, la aspiración a la omnipotencia. Esta tendencia, este empuje hacia el dominio no es, a su vez, exclusivamente específico del capitalismo; las organizaciones sociales orientadas hacia la conquista la ponen también de manifiesto. (...) este empuje del dominio no está solamente orientado hacia la conquista exterior, sino que apunta también y en mayor medida a la totalidad de la sociedad" (C. Castoriadis, La racionalidad del capitalismo, op. cit., pág. 73).
Una idiosincrasia individual que sin embargo sólo se materializa bajo la forma en que se puede conservar la pertenencia al grupo, es decir, dominando efectivamente o apoyando al dominador en base a la promesa de botín que este representa.

(8) Cornelius Castoriadis, Instituciones primeras e instituciones segundas, op. cit., pág. 122. Muy interesante me resulta -a la vez que coincidente con mi propia narrativa-, la definición que hace el autor de esa "neoformación" como de un "cáncer psíquico", "una imaginación que se volvió loca, la imaginación que rompió toda servidumbre funcional" (ibíd.) A lo que sólo me atrevo a apuntar, en la línea de mi nota 5 previa, que la asignación de "funcional" puede hacerse desde un racionalismo tan precario y autoincondicionalizado como cualquier otro punto de anclaje narrativo que pudiera adoptarse dentro de un mundo dado, un tiempo específico, un perfil sociológico y un grupo de pertenencia con sus específicas pretensiones reales y sus construcciones imaginarias ad hoc.

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