"No ha habido entre los hombres invención más funesta que el dinero: ella devasta las ciudades, ella saca a los hombres de su casa, ella los industria y pervierte sus buenos sentimientos, disponiéndolos para todo hecho punible; ella enseñó a los hombres a valerse de todos los medios y a ingeniarse para cometer toda clase de impiedad", exclama ni menos que el tirano Creonte en la Antígona de Sófocles ... expresando de ese modo un pesar sin duda significativo.
El espectador ya había sido advertido desde la primera escena y sabe que Creonte está de ese modo autoengañándose en relación a los hechos que tienen lugar en la tragedia, cuyas causas no sólo desconoce en ese instante sino que se resistirá a comprender y no acabará por reconocer nunca (esto sin duda, fortalece el espíritu crítico del espectador). El espectador atento (al menos el de aquella época) sabía pues que detrás de ese error había una necesidad: que Creonte, como todo tirano, respondía a ese temor instintivo del poderoso en la cumbre de ser despojado de esa extrema posición. Como señala la propia Antígona, a "... los tiranos (...) les es permitido hacer y decir cuanto quieran", pero nadie, ni si siquiera ellos en tanto se los considere cuerdos, dicen lo que quieran porque sí...
Así, esa expresión de pesar de Creonte no puede ser considerada, a mi criterio, vehículo de una supuesta posición teórica de Sófocles con las que muchos podrían hoy tender a identificarse sin pensárselo dos veces (lo que por cierto, tampoco creo que se deba a una casualidad) haciendo del dramaturgo griego un cómplice autorizado de los sentimientos propios... como suelen hacer muchos, mediante la mala lectura o la lectura interesada, cada vez que tropiezan con una frase o pensamiento que parecería estar allí para darles el visto bueno. Por el contrario, para mí el parlamento encierra una significación objetiva, incondicional, que debe ser considerada de manera inseparable o interdependiente (y en este sentido objetiva e incondicional al tiempo que contextual, si se me permite aquí insistir en ello) con la idiosincrasia del tirano, con su posición políticosocial, que es lo que a mi juicio Sófocles intentaba poner de manifiesto.
Intentaremos ver esto siguiendo las recomendaciones de Strauss y de Nietzsche y apliquémonos hasta donde podamos a leer bien a Sófocles y a rumiar sus observaciones vivas, o no puramente abstractas, que como en otros muchos casos nos ofrece la literatura.
Por eso, mientras considero que Sófocles no puso en boca de Creonte esas palabras a causa de confusión alguna ni con alguna intencionalidad tergiversadora de carácter ideológico (no en cuanto falsa conciencia, debo aclarar, sino en tanto narración racional interesada, provista de mensaje o moraleja), yo sí me atrevo a decir que las repentinas diatribas contra el dinero de parte de la ciudadanía en general (y perdón por el uso de este término difuso) y de aquellos en particular cuya posición y perspectiva los convierte en pretendientes al poder sin perspectivas, potenciales o manifiestos, sí que obedecen a la necesidad de confundir y confundirse a sí mismos y de tergiversar las cosas. E incluyo especialmente entre estos a los proletarizados expertos universitarios y especialistas a los que la Crisis les ha provocado de repente la sensación de que la Tierra (bajo la forma de Estado del Bienestar) se sacude bajo sus pies. Un mundo cuya pérdida tanto temen y en cuyo nombre están muchos cada vez más dispuestos a hacer concesiones y sacrificios que sólo favorecen a la camarilla gobernante y a sus futuros sustitutos de similarísima estirpe -como puede comprobarse, al borde de las lágrimas, blog tras blog hasta en los más concienzudos-, o... se disponen a agitar esas banderas reivindicativas, conservadoras, pusilánimes, mendicantes incluso... para alcanzar el poder que se les ha negado hasta ahora. (1)
Para Sófocles. por el contrario, se trataba sólo de poner en evidencia la realidad de un personaje tiránico como el que Creonte ejemplificaba y cuya idiosincrasia se manifiesta cuando reconoce entender que "la ciudad es del que manda" -es decir, cuando da por hecho que que el Estado era él-. Un tirano que evidentemente y por definición no podía pensar de otra manera respecto del dinero, una institución capaz sin duda de amenazar su establecido poder absoluto... aunque no como un ángel del infierno ni un espíritu malévolo, sino en tanto que medio en manos de otros hombres. Y como tirano, Creonte no podía sino oponerse a cualquier medio que pudiera facilitar su derrocamiento.
Sóflocles, insisto, tenía un especial interés en elucidar y exponer ante sus espectadores lo que escondía el ser humano en cada una de sus manifestaciones -fuera el que fuera, si se me permite decirlo de este modo, su perfil socio-profesional y sin duda en nombre del suyo propio como poeta, porque cada individuo tiene uno, y con escasas posibilidades y voluntad para cambiarlo por otro; perfil este que en todo caso conducía al reconocimiento por parte de Atenas de su sutil intelecto. Y ése ha sido en todo caso su mayor valor para quienes asistían a sus representaciones y para los sucesivos lectores hasta hoy (lo que sin duda dependerá de lo cómo escucharan y de cómo leyeran); lo que le confirió trascendentalidad... occidental.
Su intencionalidad en el caso que nos ocupa, es pues mostrarnos la repugnancia que el dinero, como arma potencial disponible para casi cualquiera de los súbditos de aquella sociedad políticamente tiranizada, le producía al tirano; arma que obviamente representaba para él, y para cualquiera que estuviera en la cumbre más elevada, una amenaza potencial. Aunque no, repito, en sí mismo, puesto que el dinero no tiene vida ni conciencia propia sino por medición de los hombres, ni puede ser maligno en sí mismo sino para según quién y contra quién.
En aquella época de tiranos unipersonales (cuya larga sombra de tanto en tanto, aquí o allá, se hace carne y como poco nos amenaza a todos... menos a los alcahuetes), no podía haber nadie a quien le molestara más ese medio de intercambio por excelencia, equivalente universal de toda mercancía, circulante o potencial así como de servicios y favores que pudieran prestarse, que a un tirano, para quien el dinero en otras manos que en las suyas investiría a sus poseedores de la capacidad potencial de derrocarlo o doblegarlo. El dinero, esa dúctil arma, podía ser usada sin duda por el enemigo ocasional o juramentado para armar un ejército o aunque más no fuera una pequeña banda que a veces podía bastar y hasta un simple sicario cuyo buen fin facilitaría más de una sucesión, restauración o recambio. Porque, tanto entonces como hoy, el dinero... es sin duda... democrático. Eso sí, entendamos de una buena vez lo que esto significa: en la Tebas de Creonte, la democracia no podía ser practicada por esa mayoría de individuos que no eran humanos porque no eran griegos, y que servían como meros instrumentos parlantes; y hoy en día... el ejercicio de la actual fue siempre y es cada vez más aparente o formal, incluso porque se lo cimenta y reorienta mediante una u otra redistribución (de dinero, claro), dinero que se hace disponible en el grado y medida en que se haga necesario (socialmente necesario, claro) desde unas instancias controladas por una u otra minoría de la población mediante un sistema de instituciones y normas que permiten cierto orden de recambio en la cúspide que no abarca (claro) a todo el mundo. Democrático, en fin, donde el derecho a usufructuar ese sistema esté al alcance de cualquiera, en términos efectivos cuanto menos, es decir, más acá de cualquier ilusión.
Cuando Creonte clama contra el invento del dinero, clama a la vez, también él, contra el engaño y la traición, contra la ilegalidad, que él mismo definía desde la definición de su contrario: el propio Poder instituido, previamente conquistado. Clama contra aquello que, con o sin dinero pudieran pretender alzarse en su contra para destituirlo o incluso eliminarlo. Nunca contra el engaño y la imposición de leyes dictadas por él mismo, por el propio tirano, porque, como concluyó Hobbes al hilo de su propio discurso racionalista (y aceptando los descubrimientos fenomenológicos observados por Maquiavelo): "...el soberano no está sujeto a las leyes formuladas por él mismo, es decir, por el Estado, porque estar sujeto a las leyes es estar sujeto al Estado, es decir, al representante soberano, que es él mismo...", cosa que hoy se realiza... conservando las formas... hasta el límite, es decir, en tanto el estado de equilibrio no facilite a un grupo único la tiranía que sin embargo ansía instituir, y en parte se difumina en apariencias gracias a que se trata de un Estado supuestamente despersonalizado o hueco, sucesivamente rellenado en cada proceso electoral... en el que siempre, idiosincráticamente hablando, claro, están los mismos. Oquedad que permite distinguir a las personas del soberano... previa separación de las mismas del Estado para que se las pueda juzgar con todo el rigor de La Ley.
Creonte evidencia incluso que si por el fuera... lo prohibiría, lo suprimiría (¿como casi hizo la vieja Esparta, cuyo régimen comunal apenas si lo necesitaba; tal vez equiparado aquí por Sófocles al de Creonte por asociación?). Su poder sin duda no dependía de la posesión de dinero y, por el contrario, su existencia le parece amenazante. Si alguna vez se estableciera algo parecido, allí donde ocurriera el dinero podría desaparecer (y sin duda, también desaparecería me imagino en el caso de un retorno a formas atomizadas de pequeñas sociedades autosuficientes de algún tipo... pero esto podría ser sólo ciencia ficción). Y anularlo puede ser también tanto convertirlo en una ridícula moneda de hierro como en convertirlo en un medio bajo control absoluto del Estado (que es lo que a mi juicio pretende en última instancia el movimiento que defiende la "reforma monetaria" -aquí se dan direcciones suficientes para quien quiera hacerse una idea de primera mano, y también la Wiki ofrece una panorámica amplia y mucha bibliografía y direcciones-). (2)
Por su parte, a los desposeídos de poder no les repugna en absoluto: ¿o acaso no sueñan, día sí y el siguiente también, con ganar la lotería... o con un buen gobierno que les garantice la prosperidad? ¿Es que no obedece una y otra cosa al mismo sueño? Sin embargo las masas se revuelven contra el dinero en cuanto algo amenace la estabilidad y la paz personales, en cuanto algo ponga en entredicho ese sueño de Progreso sistemático en el que se le dice no sólo que participa sino que depende del buen gobierno del prometedor. ¡Ambos eufemismos claros en cuanto se los exprime (y rumia) un poco!
Pero ahí están, atentos, vigilantes, los perspicaces aspirantes a sustituir al que gobierna (en el sentido del que detenta el Poder). Y en este sentido, nada más efectivo que apuntar a Don Dinero como el Mal de Males. Entonces, se hace entrar en escena a Mefistófeles ex machina, lo que tiene dos ventajas: movilizar a las masas mediante un nuevo mito (o sea, en estos tiempos, una mentira desconcertante) y ocultar las propias ansias de Poder aparentando una lucha contra todo Poder (lo que completa la mentira y la pondrá tarde o temprano en evidencia, como ha ocurrido ya varias veces en la Historia).
Lo curioso y a la vista (también con raíces diferentes en cada caso) es que tanto el tirano como el pueblo se niegan a reconocer sus atavismos instintivos, el temor mezquino a la pérdida del poder en un caso, la mezquina avidez pecuniaria por las migajas en el segundo, avidez pecuniaria por parte de las masas que, precisamente, es la que aprovechan los aspirantes al poder para movilizarlas para la conquista y también para agitarlas en contra del soberano de turno... mediante la promesa de un reparto diferente (más equitativo... es decir, favorable a los leales y desfavorable a los indolentes y obviamente a los enemigos). ¡E incluso para fines comerciales! Esto también se ha visto una y otra vez a lo largo de la Historia, y en este sentido es parte de la historia de una artificialidad.
Una de esas triquiñuelas (y específicamente relacionadas con el tema que me ocupa) es la que emprendiera Carlos Marx mientras se preparaba a sí mismo para consolidar la Teoría (con eje en el Valor-Trabajo que permitiera al liberalismo llamar a las Grandes Esperanzas) que le permitiría justificar la pretensión de hacerse con el Poder por parte de su -según él- no-clase de los intelectuales prototípicos (o platónicos), ese grupo privilegiado por sus facultades y cultura que podía ser capaz de defender los intereses de clase -clase ajena- mediante una elección racional, esto es, como resultado de una reflexión ya ideológica ya, por el contrario, consciente según dictaminaría el propio juicio moral de los marxistas presentado como científico. En 1844, Marx hizo (a cuento de la literatura justamente y la inestimable ayuda de la dialéctica hegeliana) una equivalencia de connotaciones populistas entre dinero y poder que se denominaría capitalismo, una sociedad que prometía superar ambos para lograr nada más ni nada menos que la definitiva emancipación humana.
Era obvio para Marx que Poder y Dinero fueran las caras del mismo Mefistófeles al que se proponía señalar como enemigo a derrotar, ese que de manera exclusiva (al menos hasta mediados de este siglo) refiriese un modelo compuesto por dos clases antagónicas estereotípicas vinculadas por la supuesta (y hegeliana) dicotomía producción/apropiación de plusvalor. Sobre esta base, Marx establece la mencionada equivalencia (ideológica en sentido estricto, o sea, insisto una vez más, interesada y justificada racionalmente mediante una narrativa determinista elaborada para justificar un apriori). Con ello logró fundar una (no la única) de las corrientes ideológicas más eficaces -ahí están los hechos- para usufructuar las perspectivas y expectativas del pueblo, siempre utilizadas en la lucha de los poderosos entre sí o en la de los aspirantes a serlo, sea esto puramente utópico o tenga serias posibilidades de éxito, lanzándolos contra un competidor. Y ya sea corrompiéndolos individual o grupalmente como dividiéndolos o poniéndolos a su servicio por una pequeña parte del botín que su esfuerzo ayuda a conseguir decisivamente. Adaptándose a las circunstancias (¡vaya, otro!), ya no se trataría de eliminar la propiedad del suelo (conquistada, repartida y legada) sino la propiedad del capital, especialmente el financiero, esto es, el control del dinero en el que todo bien tendría expresión y realización.
La Historia intentaba repetirse, el Poder intentaba ser arrebatado a sus poseedores establecidos. Nada más... ni nada menos.
En sus Manuscritos económico-filosóficos de 1844, en el apartado que le dedica al Dinero (Alianza Editorial, El libro de bolsillo, Madrid, 1977, págs. 176-180), Marx transcribe a modo de introducción los siguientes versos del Fausto de Goethe (ilustrado aquí mediante el cuadro de Cornelius):
Intentaremos ver esto siguiendo las recomendaciones de Strauss y de Nietzsche y apliquémonos hasta donde podamos a leer bien a Sófocles y a rumiar sus observaciones vivas, o no puramente abstractas, que como en otros muchos casos nos ofrece la literatura.
Por eso, mientras considero que Sófocles no puso en boca de Creonte esas palabras a causa de confusión alguna ni con alguna intencionalidad tergiversadora de carácter ideológico (no en cuanto falsa conciencia, debo aclarar, sino en tanto narración racional interesada, provista de mensaje o moraleja), yo sí me atrevo a decir que las repentinas diatribas contra el dinero de parte de la ciudadanía en general (y perdón por el uso de este término difuso) y de aquellos en particular cuya posición y perspectiva los convierte en pretendientes al poder sin perspectivas, potenciales o manifiestos, sí que obedecen a la necesidad de confundir y confundirse a sí mismos y de tergiversar las cosas. E incluyo especialmente entre estos a los proletarizados expertos universitarios y especialistas a los que la Crisis les ha provocado de repente la sensación de que la Tierra (bajo la forma de Estado del Bienestar) se sacude bajo sus pies. Un mundo cuya pérdida tanto temen y en cuyo nombre están muchos cada vez más dispuestos a hacer concesiones y sacrificios que sólo favorecen a la camarilla gobernante y a sus futuros sustitutos de similarísima estirpe -como puede comprobarse, al borde de las lágrimas, blog tras blog hasta en los más concienzudos-, o... se disponen a agitar esas banderas reivindicativas, conservadoras, pusilánimes, mendicantes incluso... para alcanzar el poder que se les ha negado hasta ahora. (1)
Para Sófocles. por el contrario, se trataba sólo de poner en evidencia la realidad de un personaje tiránico como el que Creonte ejemplificaba y cuya idiosincrasia se manifiesta cuando reconoce entender que "la ciudad es del que manda" -es decir, cuando da por hecho que que el Estado era él-. Un tirano que evidentemente y por definición no podía pensar de otra manera respecto del dinero, una institución capaz sin duda de amenazar su establecido poder absoluto... aunque no como un ángel del infierno ni un espíritu malévolo, sino en tanto que medio en manos de otros hombres. Y como tirano, Creonte no podía sino oponerse a cualquier medio que pudiera facilitar su derrocamiento.
Sóflocles, insisto, tenía un especial interés en elucidar y exponer ante sus espectadores lo que escondía el ser humano en cada una de sus manifestaciones -fuera el que fuera, si se me permite decirlo de este modo, su perfil socio-profesional y sin duda en nombre del suyo propio como poeta, porque cada individuo tiene uno, y con escasas posibilidades y voluntad para cambiarlo por otro; perfil este que en todo caso conducía al reconocimiento por parte de Atenas de su sutil intelecto. Y ése ha sido en todo caso su mayor valor para quienes asistían a sus representaciones y para los sucesivos lectores hasta hoy (lo que sin duda dependerá de lo cómo escucharan y de cómo leyeran); lo que le confirió trascendentalidad... occidental.
Su intencionalidad en el caso que nos ocupa, es pues mostrarnos la repugnancia que el dinero, como arma potencial disponible para casi cualquiera de los súbditos de aquella sociedad políticamente tiranizada, le producía al tirano; arma que obviamente representaba para él, y para cualquiera que estuviera en la cumbre más elevada, una amenaza potencial. Aunque no, repito, en sí mismo, puesto que el dinero no tiene vida ni conciencia propia sino por medición de los hombres, ni puede ser maligno en sí mismo sino para según quién y contra quién.
En aquella época de tiranos unipersonales (cuya larga sombra de tanto en tanto, aquí o allá, se hace carne y como poco nos amenaza a todos... menos a los alcahuetes), no podía haber nadie a quien le molestara más ese medio de intercambio por excelencia, equivalente universal de toda mercancía, circulante o potencial así como de servicios y favores que pudieran prestarse, que a un tirano, para quien el dinero en otras manos que en las suyas investiría a sus poseedores de la capacidad potencial de derrocarlo o doblegarlo. El dinero, esa dúctil arma, podía ser usada sin duda por el enemigo ocasional o juramentado para armar un ejército o aunque más no fuera una pequeña banda que a veces podía bastar y hasta un simple sicario cuyo buen fin facilitaría más de una sucesión, restauración o recambio. Porque, tanto entonces como hoy, el dinero... es sin duda... democrático. Eso sí, entendamos de una buena vez lo que esto significa: en la Tebas de Creonte, la democracia no podía ser practicada por esa mayoría de individuos que no eran humanos porque no eran griegos, y que servían como meros instrumentos parlantes; y hoy en día... el ejercicio de la actual fue siempre y es cada vez más aparente o formal, incluso porque se lo cimenta y reorienta mediante una u otra redistribución (de dinero, claro), dinero que se hace disponible en el grado y medida en que se haga necesario (socialmente necesario, claro) desde unas instancias controladas por una u otra minoría de la población mediante un sistema de instituciones y normas que permiten cierto orden de recambio en la cúspide que no abarca (claro) a todo el mundo. Democrático, en fin, donde el derecho a usufructuar ese sistema esté al alcance de cualquiera, en términos efectivos cuanto menos, es decir, más acá de cualquier ilusión.
Cuando Creonte clama contra el invento del dinero, clama a la vez, también él, contra el engaño y la traición, contra la ilegalidad, que él mismo definía desde la definición de su contrario: el propio Poder instituido, previamente conquistado. Clama contra aquello que, con o sin dinero pudieran pretender alzarse en su contra para destituirlo o incluso eliminarlo. Nunca contra el engaño y la imposición de leyes dictadas por él mismo, por el propio tirano, porque, como concluyó Hobbes al hilo de su propio discurso racionalista (y aceptando los descubrimientos fenomenológicos observados por Maquiavelo): "...el soberano no está sujeto a las leyes formuladas por él mismo, es decir, por el Estado, porque estar sujeto a las leyes es estar sujeto al Estado, es decir, al representante soberano, que es él mismo...", cosa que hoy se realiza... conservando las formas... hasta el límite, es decir, en tanto el estado de equilibrio no facilite a un grupo único la tiranía que sin embargo ansía instituir, y en parte se difumina en apariencias gracias a que se trata de un Estado supuestamente despersonalizado o hueco, sucesivamente rellenado en cada proceso electoral... en el que siempre, idiosincráticamente hablando, claro, están los mismos. Oquedad que permite distinguir a las personas del soberano... previa separación de las mismas del Estado para que se las pueda juzgar con todo el rigor de La Ley.
Creonte evidencia incluso que si por el fuera... lo prohibiría, lo suprimiría (¿como casi hizo la vieja Esparta, cuyo régimen comunal apenas si lo necesitaba; tal vez equiparado aquí por Sófocles al de Creonte por asociación?). Su poder sin duda no dependía de la posesión de dinero y, por el contrario, su existencia le parece amenazante. Si alguna vez se estableciera algo parecido, allí donde ocurriera el dinero podría desaparecer (y sin duda, también desaparecería me imagino en el caso de un retorno a formas atomizadas de pequeñas sociedades autosuficientes de algún tipo... pero esto podría ser sólo ciencia ficción). Y anularlo puede ser también tanto convertirlo en una ridícula moneda de hierro como en convertirlo en un medio bajo control absoluto del Estado (que es lo que a mi juicio pretende en última instancia el movimiento que defiende la "reforma monetaria" -aquí se dan direcciones suficientes para quien quiera hacerse una idea de primera mano, y también la Wiki ofrece una panorámica amplia y mucha bibliografía y direcciones-). (2)
Por su parte, a los desposeídos de poder no les repugna en absoluto: ¿o acaso no sueñan, día sí y el siguiente también, con ganar la lotería... o con un buen gobierno que les garantice la prosperidad? ¿Es que no obedece una y otra cosa al mismo sueño? Sin embargo las masas se revuelven contra el dinero en cuanto algo amenace la estabilidad y la paz personales, en cuanto algo ponga en entredicho ese sueño de Progreso sistemático en el que se le dice no sólo que participa sino que depende del buen gobierno del prometedor. ¡Ambos eufemismos claros en cuanto se los exprime (y rumia) un poco!
Pero ahí están, atentos, vigilantes, los perspicaces aspirantes a sustituir al que gobierna (en el sentido del que detenta el Poder). Y en este sentido, nada más efectivo que apuntar a Don Dinero como el Mal de Males. Entonces, se hace entrar en escena a Mefistófeles ex machina, lo que tiene dos ventajas: movilizar a las masas mediante un nuevo mito (o sea, en estos tiempos, una mentira desconcertante) y ocultar las propias ansias de Poder aparentando una lucha contra todo Poder (lo que completa la mentira y la pondrá tarde o temprano en evidencia, como ha ocurrido ya varias veces en la Historia).
Lo curioso y a la vista (también con raíces diferentes en cada caso) es que tanto el tirano como el pueblo se niegan a reconocer sus atavismos instintivos, el temor mezquino a la pérdida del poder en un caso, la mezquina avidez pecuniaria por las migajas en el segundo, avidez pecuniaria por parte de las masas que, precisamente, es la que aprovechan los aspirantes al poder para movilizarlas para la conquista y también para agitarlas en contra del soberano de turno... mediante la promesa de un reparto diferente (más equitativo... es decir, favorable a los leales y desfavorable a los indolentes y obviamente a los enemigos). ¡E incluso para fines comerciales! Esto también se ha visto una y otra vez a lo largo de la Historia, y en este sentido es parte de la historia de una artificialidad.
Una de esas triquiñuelas (y específicamente relacionadas con el tema que me ocupa) es la que emprendiera Carlos Marx mientras se preparaba a sí mismo para consolidar la Teoría (con eje en el Valor-Trabajo que permitiera al liberalismo llamar a las Grandes Esperanzas) que le permitiría justificar la pretensión de hacerse con el Poder por parte de su -según él- no-clase de los intelectuales prototípicos (o platónicos), ese grupo privilegiado por sus facultades y cultura que podía ser capaz de defender los intereses de clase -clase ajena- mediante una elección racional, esto es, como resultado de una reflexión ya ideológica ya, por el contrario, consciente según dictaminaría el propio juicio moral de los marxistas presentado como científico. En 1844, Marx hizo (a cuento de la literatura justamente y la inestimable ayuda de la dialéctica hegeliana) una equivalencia de connotaciones populistas entre dinero y poder que se denominaría capitalismo, una sociedad que prometía superar ambos para lograr nada más ni nada menos que la definitiva emancipación humana.
Era obvio para Marx que Poder y Dinero fueran las caras del mismo Mefistófeles al que se proponía señalar como enemigo a derrotar, ese que de manera exclusiva (al menos hasta mediados de este siglo) refiriese un modelo compuesto por dos clases antagónicas estereotípicas vinculadas por la supuesta (y hegeliana) dicotomía producción/apropiación de plusvalor. Sobre esta base, Marx establece la mencionada equivalencia (ideológica en sentido estricto, o sea, insisto una vez más, interesada y justificada racionalmente mediante una narrativa determinista elaborada para justificar un apriori). Con ello logró fundar una (no la única) de las corrientes ideológicas más eficaces -ahí están los hechos- para usufructuar las perspectivas y expectativas del pueblo, siempre utilizadas en la lucha de los poderosos entre sí o en la de los aspirantes a serlo, sea esto puramente utópico o tenga serias posibilidades de éxito, lanzándolos contra un competidor. Y ya sea corrompiéndolos individual o grupalmente como dividiéndolos o poniéndolos a su servicio por una pequeña parte del botín que su esfuerzo ayuda a conseguir decisivamente. Adaptándose a las circunstancias (¡vaya, otro!), ya no se trataría de eliminar la propiedad del suelo (conquistada, repartida y legada) sino la propiedad del capital, especialmente el financiero, esto es, el control del dinero en el que todo bien tendría expresión y realización.
La Historia intentaba repetirse, el Poder intentaba ser arrebatado a sus poseedores establecidos. Nada más... ni nada menos.
En sus Manuscritos económico-filosóficos de 1844, en el apartado que le dedica al Dinero (Alianza Editorial, El libro de bolsillo, Madrid, 1977, págs. 176-180), Marx transcribe a modo de introducción los siguientes versos del Fausto de Goethe (ilustrado aquí mediante el cuadro de Cornelius):
"¡Qué diablo! ¡Claro que manos y pies, y cabeza y trasero son tuyos! Pero todo esto que yo tranquilamente gozo, ¿es por eso menos mío? Si puedo pagar seis potros, ¿No son sus fuerzas mías? Los conduzco y soy todo un señor Como si tuviese veinticuatro patas."
Marx interpreta que Goethe se refiere al Poder del Dinero, que es lo que él desea no sólo resaltar sino establecer de manera exclusiva. Sin embargo, esos versos son una síntesis impecable de lo que empuja al hombre hacia el Poder sobre todas las cosas, sin duda las fuerzas de la naturaleza y todos los seres vivos, es decir, incluidos todos los demás hombres... con los que a uno (¡oh, El Uno -como Creonte-!) no le resulte necesario aliarse.
En fin... evidente entrada en escena de Mefistófeles ex machina a cuenta de la construcción ideológica que Marx necesitaba...
...Una necesidad inseparable de la ocultación detrás (o dentro, como en el Caballo de Troya) de la máquinaria (de propaganda, altamente sofisticada y justificada racionalmente como para lograr incidir -¡hasta hoy de hecho, y mientras la metamorfosis no alcance a todo el mundo!- en las movilizables aspiraciones de la intelectualidad proletarizada nacida tras la caída de las monarquías ilustradas). La máquinaria de la voluntad grupal propia... de la voluntad de gobernarlos a todos, inconfesable al mundo, como es evidente, y hasta para sus inventores y seguidores. Porque de lo que se trataba era de reunir, u organizar, el ejército de la vanguardia consciente destinado a tomar y ocupar el Poder... y munirlos de una moral a toda prueba: la del tipo Revelación o Iluminación, la de la fe. Algo que, aunque dependiera también del Dinero (para ello incluso robado o "expropiado"), se conseguiría con el concurso de muchas más cosas y que, esto es clave para lo que sostengo: ya sería controlado y manipulado luego a conveniencia, como todo lo demás, es decir, como al resto de las "veinticuatro patas".
Ese discurso, en fin, le permitiría erigirse en emancipador de la humanidad omitiendo la intencionalidad subyacente de instaurar de un poder piramidal alternativo, puesto en pie y en marcha ya desde el momento en que se descubre y se trabaja en la formación de organizaciones de combate (movimientos, partidos, internacionales...) Un discurso legitimador que, una vez realizado en su objetivo clave (la toma del poder), acabaría sosteniéndose sólo por medio de la fuerza bruta y las mentiras amenazantes de orfandad (traicionando la ideología fundacional previa como quien cambia de traje para la siguiente escena). Eso sí, convertidas alguna vez en Leyes a cuyo amparo no sólo se situarían los dirigentes directos sino aquella masa de la población dispuesta a aceptar y predispuesta a exigir la parte del botín que se le ofreciera (lo que, como puede verse, vengo sosteniendo desde hace algún tiempo). Un fenómeno que se mantuvo hasta más allá del agravio comparativo (como es propio de la burocratización extrema) en los países comunistas, prilegiando especialmente no sólo a los miembros del Partido, sino a los integrantes del Ejército y de parte del proletariado de élite que trabajaba en las fábricas secretas de bienes de producción, prioritariamente de destrucción, claro; masas sin las cuales el comunismo en esos países no habría durado ni unos pocos meses.
Así fue posible ocultar a la crítica (patrimonio en todo caso de la intelectualidad) y con ello a las masas cómplices (a los que llegaba el reparto o continuaba protegida en el Bienestar y la Paz occidentales) las reales formas del Poder Burocrático (como ya se había venido haciendo con la Democracia en general) y justificar el monopolio de la fuerza bruta emancipadora que se había adjudicado la misión de liberar al hombre de la perversidad de la economía (lo que en realidad fue continuación de la previa emancipación... por medio de la "ayuda a la economía" defendida y publicitada por la Ilustración). Una y otra fase, caldos de cultivo ambas del engaño, el fraude y la corrupción, que en los mencionados países comunistas llegaría a los auténticos extremos mencionados, como consta ahora, aunque siempre a medias, con la pusilanimidad y la complicidad denunciada. (Fraude y corrupción que, ¡vaya noticia repetida!, los reformadores monetarios prometen que harán desaparecer mediante sus reformas... una vez más... ¡qué si no!, imponiéndonos coercitivamente una moral, tal vez victoriana en su caso, tal vez... aristotélica... incluso aristotélico-tomista... -se pueden ver las trazas de estas concepciones morales en los diversos blogs y webs de los diversos reformistas-. En fin, nada en lo que no se pueda reconocer el método de reinventar el Paraiso, de reinventar las viejas concepciones aristocráticas y eclesiásticas de la Edad Media, en las que el dinero se consideró repugnante e indigno, por lo que se dejó su manejo en manos de los marginados judíos de la diáspora que de este modo hallaron un espacio social propio en el que poder sobrevivir... un espacio declaradamente sucio).
Pero, volviendo aún a los que realmente consiguieron implantar sus utopías (mejor dicho, sus dictaduras en nombre de sus utopías traicionadas), ¿qué Poder del Dinero eliminaron... al convertirlo en otro instrumento del capricho bolchevique, es decir, del capricho totalitario? ¿Hasta qué punto hizo falta bajo la jefatura de los Jemeres Rojos que instauraron el suyo... basándose precisamente en la eliminación legal del dinero, la cultura y la tecnología... y en apariencia de toda tradición... pero dedicándose al tráfico de la madera, las piedras preciosas y las drogas y exportándolo a occidente a cambio de Dinero (cientos de millones de dólares) que seguramente irían a parar a alguna cuenta extranjera... consiguiendo incluso volver a gobernar (como el primer ministro Hun Sen, ex combatiente jemer, que obstaculiza el que el tribunal que juzga a los criminales-genosidas actúe sobre "más de cuatro o cinco" altos cargos del régimen en cuestión)? ¿Acaso su uso fuera de toda regla transaccional, esto es, bajo la directa subordinación a los planes expansivos y militares (¿qué se cree, con la falsa inocencia típica de Occidente, que hacen los chinos invirtiendo especialmente en África y en todas partes; qué significa el actual crecimiento de la guerrilla maoísta en India...?), no demuestra que el poder viene "del fusil" y no del oro -al margen de que se use en el intercambio, y precisamente porque se usa como un arma más; se usa y no se nos impone como una especie de divinidad con vida propia-?
Goethe, lejos aquí al menos de toda ideología (al igual que Sófocles), pone la vista en la simple y sempiterna conducta humana que se deja arrastrar por esa fuerza irresistible del Demonio, reconociendo que el individuo persigue la apropiación de todo lo que le garantice la extensión de su propia fuerza dominadora; algo inevitable al menos por ahora, mientras exista espacio para ello y no aburra ni avergüence su consecución. Goethe no habla de Dinero sino del Poder real, del deseo de Poder del hombre, de ese deseo que lo lleva inevitablemente a extenderse más allá de su cuerpo, haciendo suyos cuantos instrumentos útiles a propósito encuentre en su camino, la tierra, las plantas, los animales y también... los demás hombres (a quienes se les niega tal condición desde el mismo acto del enfrentamiento -como hoy se sabe a ciencia cierta aunque se persita en ignorar o no asumir). El paralelismo con el Dinero, vis a vis, es mentiroso (en el sentido de que sirve para engañar a otros), es ideológico, y acabará sirviendo sólo a la propaganda y al slogan, reducido a consignas desconcertantes. El Dinero, más adaptable que otras en comparación, sólo puede equipararse a una de las diversas armas de combate por el poder o para su conservación, incluyendo el efecto emulador que provoca su posesión (aunque no más que otras posesiones).
Como parte de su necesidad estratégica de presentar el Dinero en sí como la forma de Poder por excelencia y hasta el único merecedor de ser así considerado en la sociedad burguesa, Marx desarrollará aquí el núcleo central de su teoría de la oposición entre ideología y ciencia (es decir,"ciencia estricta"), entre falsa y verdadera conciencias, esta última en su propia posesión y en la de la vanguardia de leales... fueran o no estos meros memorizadores de slogans y consignas e incapaces hasta el crimen para ver lo que realmente sucedía, no sólo después, en la Unión Soviética de Stalin, no sólo bajo la guía maestra de Lenin o de Mao, etc., sino ya en la Primera Internacional y en sus tejemanejes y maniobras antidemocráticas necesarias. Conceptos como confusión de las masas, alienación, locura, inestabilidad existencial humana... ocupan no por nada un lugar de privilegio junto a la teoría del Dinero/Poder y de la plusvalía.
"¡Oro!...", nos recuerda Marx citando a Shakespeare (¿quién mejor que el gran poeta de las tabernas populares isabelinas para manifestar las mencionadas connotaciones populistas a las que me refiriera antes?) dejando a Goethe para luego: "Un poco de él puede volver lo blanco, negro; lo feo, hermoso; lo falso, verdadero...", etc. Pero... ¿acaso no hace lo mismo el amor, como sin ir más lejos manifiesta Sófocles ("Tú de los hombres justos arrancas injustas determinaciones (...); pues sin que se la pueda resistir, juega de nosotros la diosa Venus" -op. cit., pág. 328-, porque "la mente turbada por la pasión, es cosa grave" -ibíd., pág. 327) e incluso en muchos otros lugares de sus dramas el propio Shakespeare? ¿No lo hacen otros métodos de ejercicio del Poder, el miedo, la pusilanimidad ? Porque ¡vaya si hoy no está presente ésta en la mayoría de nuestros ciudadanos haciendo que el prestidigitador ZP convierta la falta de escrúpulos en "ni cambio, ni bandazo" y haga de sus tácticas proto-crueles, sí, de reducción del gasto, realizadas apenas para poder pasar un primer examen de listos en Europa, una especie de toma de conciencia (!) en el buen camino (?) como poco... que "debió (!) ser votada por la derecha" (?)...!
Marx tenía que poner el acento en la fuerza mefistofélica del dinero para ocultar la fuerza mefistofélica de su propio proyecto (de cuya culpa lo protegería La Razón y La Historia...). Para él debía ser "el vínculo de todos los vínculos" (op. cit., pág. 179), la "divinidad visible" (ibíd.), la "puta universal" (ibíd.), y por fin, la "esencia genérica, extrañada, enajenante y autoenajenante del hombre" (ibíd.). Darle ese estatus supranatural (de ¡"poder no derivado del hombre en cuanto hombre ni de la sociedad humana en cuanto sociedad"! -íbid., pág. 180-), es reflejo de una conducta animista subyacente que no puede sino ser necesaria a quien pretendiera proponer una rebelión divina, mesiánica, es decir, igualmente sobrehumana; propia de quien se sintiera una especie de nuevo mesías emancipador.
Y sin embargo, ¡cuánto ha costado y aún cuesta a muchos ver en la jugarreta de Marx la necesidad de escamotear las diversas formas en que se expresa el Poder y mediante el que se conserva y expande, como las por el mismo soñadas basadas en la progresiva eliminación del Dinero con el que prometía acabar el Comunismo... pero, luego, realizadas pragmáticamente por sus seguidores más o menos fieles que no dudarían en ejercer su Poder Político también con la distorsión y manipulación de todos los medios de la economía, incluido el precio del dinero y de todas las demás mercancías (al menos en el sentido de la teoría del valor/trabajo del viejo liberalismo y del propio Marx, que Veblen, por ejemplo, también obviamente recupera)! ¡Cuánto ha costado y aún cuesta a muchos ver que de concretarse tal o cual eliminación del Dinero en las actuales condiciones de complejidad y artificialidad que no se removerían ni podrían removerse, ello sólo podría dar lugar a una tiranía como la de Creonte o en todo caso a un régimen espartano, de moral sin duda rígida y disciplina notable, pero que sólo puede permitir una humanidad dedicada a la guerra y al deporte, es decir, sometida cruelmente a la más salvaje depredación! ¡Y cuánto cuesta ver cómo el fenómeno se repite con mil y una cara pero con equivalentes intenciones mesiánicas!
Y cuidado: no quiero decir que la situación actual de crédito irrefrenable (que continúa empujándonos hacia la artificialidad caótica) represente La Verdadera Libertad (por no hacerlo, ni siquiera representa, como bien supo ver Veblen, la de mercado) ni nada tan engañoso como ello (más allá de que en ella tengo personalmente aún alguna posibilidad de supervivencia, lo que no afecta más que a los individuo de mi subespecie... y en las condiciones actuales a las que ha llegado el mundo). Ni quiero decir que cualquier propuesta deba considerarse mala o buena, calificativos que considero que sólo responderían a mis propios intereses, como cualquier otro juicio moral imaginable. No: sólo señalo que el que quiera construir un Poder propio basado en lo que sea, ¡el que decida marchar hacia la apropiación de las "veinticuatro patas" y especialmente las de los bípedos que somos muchos!, tendrá de hacerlo siempre mediante el engaño y la coerción, y que, cuando consiga triunfar, será quien defina lo que es verdadero, lo que es bello, lo que es noble... y así hasta "el número de dedos que hay en esta mano" (Orwell, 1984). Y adicionalmente apunto, allí donde lo veo, que muchos de esos aspirantes verán frustradas sus expectativas, quedándose en la constitución de meras sectas utópicas mientras otros, más fuertes e institucionalizados, aprovechan sus diatribas, ya para adaptarse (sin "cambios ni bandazos") ya para provocar un recambio a su favor.
¡No digo que no tengan derecho de alcanzar o querer alcanzar ese Poder (lo que equivale a sus proclamas y proyectos) sino a que se quiten, si pudieran, la máscara de la vergüenza! Pero como no lo harán nunca, alguien tiene que hacerlo... o volver a hacerlo mejor dicho.
En este punto ya se puede apreciar la conveniencia del truco magistral que permite enmascarar así las cosas, sí, de manera vergonzosa (el más fuerte o el más astuto, y por tanto, el más tramposo y engañador, no pueden ser bien mirados por ningún Buen Dios... salvo que se considere exactamente un enviado de los cielos)... y, en sentido estricto, interesada. Enmascarar o conducir la mirada hacia otro lado, desviando la cuestión del Poder de sus orígenes reales, de la idiosincrasia humana, que carece de por sí de toda justificación racional, pero que además, lleva la culpabilidad a todos, democratiza la culpabilidad, dirige al súbdito contra sí mismo, contra su propia avidez y su propia envidia, contra su propia alma de tirano y de depredador a cualquier coste.
Desmontar todos estos discursos brinda así, de paso pero en el fondo prioritariamente, luz sobre el rol encubridor de quien realmente torna, por definición, falso o verdadero cada objeto y cada juicio: el ser humano que se dedica a la reflexión como oficio, el intelectual, el filósofo.
Y es que el fraude y el engaño, presente en la humanidad desde sus ancestros más lejanos si no desde que la vida traspasa las fronteras de lo neurológico meramente sensible, acabaron siendo simplemente (es un decir) institucionalizados con pretensiones monopolísticas: se las autoadjudican los Jefes, los Reyes y los Vencedores, al menos a título legal, como los únicos a los que les estaba permitido ("hacer y decir lo que se quiera", que decía Antígona). El Estado justificó hacerse cargo de la administración y del desarrollo del bienestar de sus leales a costa de los enemigos. Campañas militares, estructuras institucionales y tributarias, etc., estarían legitimadas en nombre del Progreso y la Riqueza de las Naciones, pero esto es lo que legitimaría la ocupación interior.
Claro que esa poderosa facultad del ser humano que es la de saber engañar y mentir con arte (Judith Rich Harris lo dejó más que suficientemente claro en su El mito de la educación al que tanto debo), no se da por igual en todos los individuos, y la idiosincrasia de cada uno es su mayor condena. Y claro que hay algunos que tienen mucha más propensión al autoengaño apaciguador o acomodaticio que al engaño. Y que hay algunos que sólo se permiten engañar... piadosamente...
Para nuestros actuales ciudadanos, y ya antes de que las acuciara La Crisis, es decir, cuando aún permanecían arrullados por las nanas esperanzadoras del Bienestar Occidental y su propio pesar por su relativa escasés de dinero se mantenía aletargado, puede parecer un tanto incomprensible que un tirano despotrique contra aquello que hoy se ve como símbolo y hasta como sinónimo de Poder y no como lo que lo pudiera amenazar. Las masas en general, nunca ven la hora de que les toque de una buena vez la lotería o la quiniela para que la suerte los haga ricos... lo que sin embargo pocas veces podrá dar para hacerlos poderosos. El ciudadano estandard, no está contra el dinero sino cuando pierde la esperanza de tener el que entiende que le corresponde, lo que hoy en día sólo puede derivarse de una bancarrota del Estado y demás instituciones supranacionales que se lo garantizaban. Hoy, las promesas de reparto del botín al final de la batalla (electoral todavía y en general en estos tiempos, aunque cada vez más nominalmente), son exigidas con más o menos contundencia y generalmente mediante la marcha detrás de un nuevo general (que no negaré que pueda ser más... soportable que el precedente). Hoy, con la crisis, la quejas se alzan en nombre del botín prometido, a veces sustancioso, un botín que las masas sin embargo no pueden y no quieren conquistar por cuenta propia (muy a pesar de ciertos utópicos revolucionarios de la autogestión) sin duda por una idiosincrasia que siempre los llevara a dejar esa tarea en manos de sus jefes en tanto buenos organizadores, buenos estrategas y buenas aves de rapiña. Este botín es hoy en día lo que las masas consideran tener derecho a la redistribución que es lo que se estructura por excelencia como sentido popular de la justicia (las masas, a fin de cuentas, también fueron un ganado que fue domesticado y seleccionado artificialmente por los poderosos, incluso con ayuda de leales capataces extraídos de sus propias filas; a qué seguirlo ocultando). Y, de nuevo debo explicarme antes de que se alcen voces indignadas y digo con Nietzsche con convicción plena: "El hombre más perjudicial es tal vez el más útil" (F. Nietzsche, La gaya ciencia, Libro primero, página primera).
Con la modernidad, La Razón fue situada en el lugar del Juez Supremo al cual antes la misma había estado sosteniendo con más o menos dificultades. Y mayoritariamente aceptada como tal, aunque no por ello de manera efectiva y práctica, es decir, sólo como un eufemismo. Esto se manifestó en la asimilada como necesidad occidental de la cultura. Por supuesto que hablo tan sólo de la mayoría de la intelectualidad, claro, porque a los miembros de los otros estamentos sociales esta necesidad y el otorgamiento de ese cetro les es efectiva y prácticamente ajena por uno u otro motivo, es meramente referencial en términos de autoengaño o de engaño según de que lado nos pongamos. En otras palabras: para las masas sólo se tratará de aprovechar lo mejor posible los recovecos y las fisuras de la legalidad vigente... haciendo, por supuesto, trampas allí donde el riesgo fuera aceptable, engañando donde fuere menester, defraudando a quien se pudiera siempre que fuera conveniente y hasta donde se hubiese hecho admisible para uno mismo, fuese por temor a Dios como por temor al peso de la Ley, fuese por pusilanimidad congénita o por educación sellada a sangre en mayor o menor medida -ay, ese miedo psicológico, tal vez a fin de cuentas hacia el propio padre como dice el psicoanálisis pero no sólo, sin duda inscrito en la simbología social dominante en la que se nace, que impide tantas veces el acceso a la apropiada justificación pero que provee tan sencillamente de otras ya instituidas, normales, morales...-). Por su parte, para la burocracia gobernante (cúspide de una u otra pirámide de poder de cualquier envergadura que sea) se hará de La Razón o de sus productos un uso puramente referencial, operativo y distorcionador, al punto de quitar a los conceptos que la constituyeron todo contenido, toda significación estable (que no "real").
Por ello, esa instalación del engaño como herramienta a usar para conseguir dominar sobre los demás y disponer de las "veinticuatro patas", después de que la magia fuera demasiado contestada, debió ser referido (y camuflado) a una racionalidad anterior al mundo, un diseño divino, amoroso o inteligente, que la volviera "real" desde "lo imaginario" (¿debo recordar aquí otra vez a Nietzsche que lo adelantó impecablemente? En todo caso recomendaré de nuevo, para el que realmente esté interesado, "La gaya ciencia" mencionada).
Así, acerca del origen del dinero, cosa que incumbió al pensamiento liberal y a los fundadores de la ciencia racional por excelencia (al menos tal como se la concibió), la Economía Política. Precisamente, lo que lleva a Adam Smith a señalar el dinero como necesario para el desarrollo capitalista, es decir, la actividad financiera que tomaría el dinero como su mercancía específica y al mercado del dinero como espacio donde realizar el beneficio propio de esa actividad: el interés. Pero ese desarrollo necesario no pasó de ser una justificación esperanzadora de quien creía en que se podría alcanzar el Progreso Infinito mediante la libertad de mercado que no es sino una libertad (apoyada por el Estado, como Adam Smith mismo pidió siempre y tras él todo liberal mínimamente pragmático) de enriquecimiento individual sin límites voluntarios. Ese enriquecimiento, a pesar de la insistencia ideológica del liberalismo en todas sus variantes, acabó demostrándose contraproducente a los ojos de la intelectualidad ilusionada para el propio desarrollo. Producto de la desilusión en parte nacen todos los diversos socialismos y voluntades intervencionistas... aunque insisto: se trata de la piel de cordero del lobo, igualmente depredador mal que le pese a ellos mismos y a sus decladas intensiones (en las palabras de Veblen: que parecen tomadas de Kant, etc.: "salvar a la humanidad civilizada" -Th. Veblen, Teoría de la empresa de negocios, Editorial Comares, Granada, 2009, pág. 222-). (3)
Esto es pues, ni más ni menos, parte de la artificialidad de la economía, de su ritmo, y tiene por incentivo directo la avidez de beneficios por parte de las empresas que básicamente son todas comercializadoras, de cuyo esfuerzo se aprovecha el capital financiero metiendo poco la mano pero sólo tan a distancia como todo propietario. Lo es como parte de la artificialidad social en la que se entró como Historia y de la que sólo se saldrá, si acaso, más allá de la misma, más allá de su inevitable colapso. Los médicos (los intelectuales) han demostrado ampliamente su incapacidad para evitarlo, es decir, para fundar sus utopías, sino, a lo sumo, para tergiversarlas. Sus discursos, por el contrario, sirven, como casi todo, a la lucha entre los luchadores efectivos de la contienda, aquellos que pueden dirimir todas las batallas con uno u otro buen argumento y cada vez más con argumentos tácticos. Por fin, la artificialización creciente se agrava por momentos en la medida en que la codicia pecuniaria es sustituida por la codicia descarnada de poder, por la consecución del prestigio inmediato, por la medalla al final de la carrera... es decir, en la medida en que la búsqueda de la comodidad puso las riendas de la sociedad y los negocios en manos de supuestos "técnicos" (tema que también he tratado aquí), tanto en el comercio como en producción además de en política... donde los tontos-astutos, los que fueron como mucho unos niños de la calle, son más que suficientes. Y con esto, ¿cómo sorprenderse o indignarse como si pudiera pasar algo diferente cuando los ejecutivos directamente involucrados con la ingeniería imaginativa que puso la crisis al desnudo festejaron su éxito personal mientras Roma se quemaba? La artificialización y la burocratización se alimentan mutuamente. y esto lo explica todo... al menos mucho más simple y elegantemente que metiendo a Mefistófeles por medio de la máquina. Y por esto sostengo que los "otros técnicos", tanto los de Veblen como los reformadores... no serán capaces de imponernos nada... salvo que claudiquen y sean asimilados.
The Monetary Reform
Menos ambiciosos en apariencia que los marxistas, anclados en la necesidad de considerar el Estado como un instrumento hueco que puede ser ocupado por cualquier emancipador engañoso que agite cualquier tipo de utopía (la vieja idea platónica), como por ellos mismos, claro, los reformadores (potenciales) del sistema monetario desean ignorar toda perspectiva real (de nuevo, repitiendo la convicción platónica, de que La Razón -justificación en este caso sin por ello darle a Rorty ningún espaldarazo- tiene el poder de imponerse... como debería haberlo hecho el propio Dios). Desean, también, ignorar sus propias inclinaciones humanas y socio-profesionales o de grupo, cubriendo igualmente sus propias ambiciones bajo banderas a fin de cuentas de emancipación y como tales cosmopolitas -aunque mucho más modestas en apariencia, igual de pretensiosas que las revolucionarias: ya que no importa el grado de maximalismo que se exhiba sino el grado de maximalismo que implican las acciones, el destino final que exija la misión, por el camino más corto que se presente y con los métodos que hagan falta para mantenerse en el puesto (como bien preocupó en su momento a Lenin) hasta que se alcance la meta... inalcanzable. Lo que suele decirse: para que la misión se mantenga y alcance sus fines... a pesar de toda oposición... Y para ello ya se están congregando con referencias apropiadas y remotas como las que ya he señalado antes (por lo visto, Aristóteles ha sido aquí redescubierto como economista... ¡ese maestro que encontró la manera de vivir de sus academias y de sus alumnos, un fructífero mercado por lo visto fundado en "el deseo de saber de todos"!, lo que no le quita mérito, obviamente, como a ningún representante del pensamiento occidental por el que siempre, je... romperé una lanza...).
Pues este grupo -o conglomerado de grupos por lo que parece- dice proponerse la mencionada Monetary Reform como si esto fuese la panacea emancipadora "por fin descubierta" (Marx dixit), otra vez; que es como nos la quieren vender. Y tras este viejo trabajo de propaganda engañoso, lleno de promesas ridículas y hasta burdas, típicamente bíblicas incluso, como la de que "su reforma" permitirá ¡evitar la destrucción económica y la guerra nuclear imperialista para conseguir la restauración de la belleza en el mundo! ("the brink of economic destruction and nuclear disaster", "a world of justice and beauty")... no hay sino la instauración imaginaria de un sistema monetario estatalizado. Un sistema que sólo puede acabar, de hacerse posible, en una variante de la burocratización absoluta que ya se ha experimentado y que, inclusive, aún está vigente con más o menos permisividad para el enriquecimiento individual (lo que siempre, aunque fuese en grados mínimos, existió, dentro o fuera de la legalidad instituida, y nunca fue un problema).
Ahora bien, para que no se diga que lo evito, entraré algo más en la propuesta de los reformadores que, básicamente y dejando de lado las críticas morales que levantan con la adecuada altisonancia (y ocultación de las miserias generales, como ya he señalado), consistiría en suprimir la creación privada de dinero, es decir, , de una u otra manera, de dar crédito, y restringir esta potestad por Ley al arbitrio exclusivo del Estado. Eso sí, en manos de personas de probada equidad, solvencia moral, nobleza, generosidad, espíritu de servicio al público, etc., etc., etc. ¡Como para creérselo hoy en día con lo que ha llovido!
Pero ¿acaso no fue el mismísimo Estado el que inventó el dinero, en particular los Estados como el ateniense o el Imperio Romano basados en un sistema tributario y por fin impositivo para el cual el dinero simplemente facilitaba -y sin marginar otros medios- las cosas? ¿Acaso no fue la manera simple que encontraron los que lo ocupaban en aquel momento para simplificar el cobro y la circulación de los tributos que recaudaban a sus súbditos -no esclavos ni mujeres, claro, que nada tenían, ni siquiera derecho sobre su propia vida- en nombre de una seguridad que en parte necesitaban, en parte repudiaban y en todo caso acaban aceptando resignados? ¿Y no fue este absoluto control estatal de la moneda y del crédito (inevitablemente basado en una red jerarquizada de funcionarios -los curiales-) el origen de los más extensos, incansablemente reconstruidos y brutales sistemas de fraude y corrupción inútilmente combatido por la burocracia central del Imperio que, simplemente también, lo quería todo... so pena -todo hay que decirlo- de perderlo todo?
Desde los tiempos más remotos de los imperios basados en la tributación, los que pagaban querrían no pagar nada y los que recaudaban se llevaban más de lo que razonablemente (?) habría sido considerado como justo (?). Sin duda, para determinar lo razonable y lo justo, habría sido necesario (¡para esto... también!) un Verdadero Juez Supremo, pero este, bajo la forma de La Ley, fue todas las veces otro invento del hombre: un invento de aquellos que conseguían investirse de Poder con o sin méritos suficientes para ello y en todo caso con ayuda de sus servidores más hábiles para inventar algo (brujos, chamanes, adivinos, sacerdotes, escribas...) aunque con muy pocos méritos, al menos para tan elevados (y engañosos) fines, por parte de los que devendrían sus súbditos jerarquizados y sus alcahuetes (por no hablar de sus mujeres y demás esclavos que poco podían hacer aunque tuvieran méritos -y hubo casos excepcionales que rompieron esta regla-).
¿Pero, no fue el Estado el primero en manipular el dinero fraudulentamente... mediante la inflación, en un principio burda (a base de mordiscos en el metal o reducción de la composición noble de la moneda pero conservando el número) y progresivamente más sofisticada hasta el punto de que se propone la sustitución del dinero en metálico por la ya masiva instauración de la tarjeta de crédito (que da a cada ciudadano la facultad de fabricar su propio dinero, como todo hasta cierto límite) y que tal vez a eso se refieran los reformadores en cuestión cuando hablan de fabricación de dinero, cuando lo que los bancos hacen es sólo darle al individuo el instrumento, instrumento que usa libremente -a menos que volvamos a las socorridas teorías de la alienación y "cosificación" o "reificación" marxiana-? ¿Y no es que son los gobiernos quienes jamás han pagado sus deudas, al menos al 100%? (4) ¿Y no estuvo el fraude y la corrupción presentes y injertados desde un primer momento en el sistema tributario romano, el que sostenía precisamente al Imperio a pesar de todo y en especial a su sostén y medio de expansión por excelencia que fue su Ejército? ¿Y siglos después, no reconoce Adam Smith los abusos que escapaban de la moral anglosajona de gobiernos y bancos del Estado? ¿Y no nos cuenta lo que sigue siendo imposible de contener por Ley: la formación y crecimiento sistemático y oscilante de todo tipo de marcado negro, incluyendo el financiero, sobre todo cuando la Ley prohibe demasiado? ¿No lo hubo acaso bajo la centralización total en los países comunistas? ¿De qué "mundo de fraude" nos podrá pues sacar la "reforma monetaria" que algunos agitan como si fuera una varita mágica; a qué "mundo de paz y de belleza" prometen esos reformadores devolvernos? ¿Qué... naturaleza pretenden echar por la ventana con la convicción (?) de que no volverá a colarse por las rendijas?
La Historia (¡ay, ese curso sinuoso que se va trazando a medida que se cree dar con una dirección prometedora... para quienes se atreven a ponerse a la cabeza y pueden... en nombre de su comodidad y su pereza, ese profundo deseo del hombre!) nos dice cómo fueron las cosas, y que el sistema, al ser aceptado acabó conservándose y desarrollándose para seguir primando, autocatalizándose, autoconservándose, autodesarrollándose (tal como se puede observar en los hechos y en el presente al menos, y tal como por ello extrapolamos ad infinitum). Así es como funcionan las cosas o así es como pasan de un estado al siguiente: haciéndose un lugar y actuando para conservarlo de inmediato y hasta donde ello le sea posible.
En estos tiempos de crisis, cuando los intelectuales y los burócratas culturales (la parte aún un tanto ideológica de la burocracia, que sostiene aún residualmente sostiene a la primera y hace de argamasa) salieron en estampida en busca de los polvorientos tomos de El Capital, los ensayos olvidados de Minsky y hasta los marginados y recortados textos de Veblen, es normal que nazcan movimientos desesperados (al menos en el origen de su reacción, porque los argumentos siempre vienen luego... y en especial de la mano de aquellos que se sienten inclinados o necesitan apelar a La Razón... dado, también, su escasa perspectiva de triunfo electoral, de mover a las masas o de acción armada directa -¡por La Razón, se intentó más de una vez incluso convencer al Ejército!-).
Pero ¿qué garantías "nos" daría el gobierno si asumiera la fabricación en exclusiva del Dinero, como propone ese conglomerado desde el establishment universitario anglosajón (de cuya dinámica sabemos casi todo tras lo denunciado por Mills y Feyerabend entre otros); qué cambiaría respecto de la situación actual?
Se nos dice que en manos de los desaprensivos individuos a los que se le permite hacerlo el Dinero da lugar al fraude y a la corrupción. ¿Evitará siquiera esto el monopolio del Estado... ocupado por los reformadores en lugar de por los actuales "representantes del pueblo"? ¿Es que pueden asegurarnos de que su código moral será más sano y riguroso que el del inicialmente justiciero Marx? ¿Es que algo mágico los hará menos... burócratas, quizás lo que se diría probos hasta la santidad? ¡Pero si ni los mismísimos Papas...!
Hoy el Dinero es una serie de apuntes contables, lo que se ha alcanzado como producto de la escalada hacia la artificialidad que caracterizó al mundo desde que entró en la Historia (o se volvió "civilizado", si se prefiere). Pero no por ser Dinero (es decir, el equivalente universal de todas las mercancías, como considerara Smith y después Marx sin por definirlo de ese modo cometer ninguna violación de las loables enseñanzas de Aristóteles, de lo que los acusan los reformadores monetarios en otro de sus documentos; aparte del hecho de que en realidad el dinero haya servido para legalizar la redistribución) sino por ser parte de la institución de un mundo artificial (invertido no en el sentido de Marx sino en el de Priest) que necesitaría de la inversión justificatoria para ocultar la ambición y la pereza como razones de ser de la división entre los forzados productores y la autoconstruida "clase ociosa". El Dinero, una vez instituido, definiría ni más ni menos que la cantidad de mercancías y servicios que un individuo o una institución podía poseer: en definitiva, el monto de su crédito, igual que hoy. Y el rango pecuniario junto con la superficie de los dominios propios y la calidad de las tierras encerradas en ellos devendría sinónimo del rango de poder. Los reformadores claman contra el mal uso de "nuestro dinero" con claras connotaciones demagógicas, pero también fruto del resentimiento. Lo que no acaban de aceptar es que los que tienen el Poder hacen lo que quieren y dicen lo que quieren, que son los que "leen la Historia", los que incluso, llegado el caso, la reescribirán... Exactamente como harán ellos mismos tras hacerse con el Poder (lo que no creo, por cierto, que pase de ser otro sueño en vías de extinción); y lo que haría yo mismo si prefiriera (no volitivamente, por cierto) dedicarme a conseguirlo. Lo que no aceptan ni se atreverían a reconocer... es que quieren ser ellos los que manden y controlen, que quieren por sobre todas las cosas estar en la cumbre en teoría para implantar esa "reforma" pero en la realidad para poder dictar y en caso necesario negociar... se pueda o no, luego, poner esa reforma u otra cosa en marcha.
El Dinero, en tanto se trata ya de registros que en un porcentaje ingente pertenecen a objetos y situaciones irrealizables o futuribles... figurando como he dicho como meros apuntes contables, ha llegado a ser cada vez más una conjunto moldeable, reformulable, ganando más ductilidad que la que nunca tuvo... Y aún pretende llegar más lejos en esa carrera de la artificialización involuntaria mencionada, por la vía de la fantástica reconversión del poco efectivo que perdura poco más que formalmente al registro situado en un chip (montado sobre plástico o... ¿por qué no?, implantado, digamos, en el lóbulo de una oreja) que represente el montante del crédito que otorguen unos u otros de sus amables protectores-acreedores privados (los bancos, las corporaciones de servicios como las líneas aéreas, las sociedades médicas, etc., es decir, las estructuras que funcionan hoy en día sin más plan que el de funcionar e incrementar ya no exactamente el beneficio sino... el propio crédito), con poder para poner en jaque a los Estados en caso de dificultades y con la garantía del cuerpo, la sangre, los órganos, los hijos y hasta los nietos, etc., del forzado receptor del crédito. (5) Datos contables ya no más en unas tablillas de madera (la ilustración corresponde a la coleccion de las tablillas denominadas "stocks" correspondientes al Exchequer del siglo XIII que están depositadas en el National Archives de Londres. Esto ya lo mencioné hace algún tiempo aquí.) donde las marcas al menos serían indelebles, sino meros apuntes electrónicos tan manipulables como los datos del paro o el número de accidentados que se contabilizan en las carreteras españolas... previo tamiz para la presentación adecuada, para el mensaje adecuado, en definitiva, el mensaje de que se están consiguiendo resultados. Como ya nos tienen acostumbrados (y apenas estamos informados). Lo que ya se hace de todos modos con el yuan o renmimbi hoy en día o lo que se hizo (y aún se hace aunque en menor escala) con el rublo soviético. Y esto es algo que nace en cuanto se comienzan a llevar las cuentas de las primeras jefaturas, en cuanto se establece que la distribución será controlada por el Estado que velará por todos, creándose su propia y más aceptable justificación (la basada en el servicio a la colectividad, que tan bien iría a ambas partes) y autolegitimándose como ente aparte que se pone por encima de todos... en beneficio fundamental de los que de ese modo aumentarán sus comodidades y su poder y colateral de los demás.
En cierto sentido, los reformadores ven en parte tales cosas, aunque desde la visión imaginaria apriori de un capitalismo refundado que no puede sino acabar como una más o menos novedosa variante de capitalismo de Estado o en nada... muy diferente de lo que hoy ya existe. Véase por ejemplo la afirmación de que "el capitalismo es insostenible", tomada de aquí: han (re)descubierto -repescándolo de apresuradas lecturas en busca de buenas frases- que estamos metidos hasta el cuello en la artificialidad (y a punto de ahogarnos en su fango) y pretenden corregirla mediante una dictadura sui generis o ganar el rol de consejeros de la burocracia dominante...)
¡A buena hora!; pero, en lugar de reconocer evidencias y un indiscutible esfuerzo del pensamiento por elucidar la realidad, aunque sea para armarse para la batalla propia)... ¡que quieran engañarnos con una panacea salvadora...!
Sin duda por mi parte a lo primero (aunque no me atrevería a afirmar que esta sea la crisis definitiva y a que bordear el caos no acabe siendo algo nuevamente superable... y sin reforma alguna, incluso con una nueva huida hacia adelante de la mano de diversas perspectivas que pueden verse en los cuatro horizontes), pero lo que pongo absolutamente en cuestión es que los militantes de esa secta sean los mesías definitivos que restaurarán no sé qué belleza de qué tiempos... todos llenos de crueldad, mentira y sangre.
La propuesta de los reformadores de dar al Estado el monopolio de la creación de dinero (o sea, de la asignación de crédito y la capacidad de compra) con el supuesto control parlamentario (siempre que este respete la Ley instaurada) no es el el fondo (bajo el disfraz de la utopía benevolente) más que otra expresión del tipo de la marxista y, de imponerse (lo que sería posible sólo por las armas y en una situación de colapso de las estructuras de poder actuales), acabaría igual que acabó el marxismo: dando el poder al bolchevismo, luego al stalinismo, por fin al Ejército Soviético... para por fin caer en nombre de otros métodos de usufructo del poder, la perestroika y la reprivatización de la economía... no militarizada. (6) ¡Además de a dedo!
Es decir, una manifestación más de las muchas que reflejan la existencia de burocracias menores (o en potencia, podríamos decir, y veleidades burocráticas, como las que manifestaran indiscutiblemente Marx y Engels y en mayor medida aún Lenin y Mao, sin duda lo que garantizó su éxito) que pretenden dominar el curso de las cosas. Y que hoy vemos alzar todo tipo de banderas ideológicas... cada vez más reducidas a slogans, y promover conductas verborrágicamente jacobinas (algunas muy cercanas por cierto a las ideas de los reformistas en cuestión, aunque de sostenerse abiertamente una intervensión o un monopolio estatal haría aflorar la contradicción interna del discurso que por lo general permanece camuflada y a veces sin embargo se exponen en nombre, qué si no, de la preservación de la Paz y el Bienestar de la Humanidad, como es el caso de Hayek -léase el capítulo 15 de su Camino de servidumbre-, por lo cual... sólo se pueden mencionar estas cosas de manera eufemística... como "errores del liberalismo", por ejemplo).
Allí donde la burocracia lo controla todo o lo fundamental e impone UNA moral, como en China sin ir más lejos, se ve hasta qué punto (dentro de límites ligados al intercambio internacional) lo crear con el valor que más le conviene para avanzar en su marcha hacia el poder mundial sin duda pretendido (y no sólo por ellos, sino por toda burocracia que se precie). Castoriadis (op. cit.) decía de la URSS previa al "cambio de rumbo" de los conquistadores y a su disolución nacional: "...no hay manera de saber los precios reales de las cosas..." y esto es de hecho lo que sucede hoy en China y de los productos chinos políticamente devaluados (lo que amenaza con una guerra comercial y... a saber qué más y hasta qué límites).
Esto es lo que caracteriza la marcha de las cosas hoy en día, volviendo todo cada vez más artificial a los ojos de la mayoría y haciendo cada vez más vacía de significado toda comunicación (lo que da lugar no sólo a una neolengua hablada -vociferada- y mal escrita, sino a un neolenguaje de signos desconcertante, engañador e inmediatista con fines separados a los que su contenido dice señalar según el viejo idioma).
Las letras y los números, nacidos ambos al unísono para institucionalizar la dominación del unos hombres sobre todos los recursos que se pusieron a su alcance (mujeres y demás hombres débiles incluidos) y que se hizo viable mediante la domesticación, acabaron por convertirse en puras y descarnadas armas de opresión, estableciendo las cuentas de la distribución desigual y su discurso justificatorio.
Así, desde el maximalista Marx hasta los reformistas encubiertos de ahora pasando por todas las variantes del espíritu socialdemócrata redistribuidor del primer mundo y las dictaduras del segundo y el tercero, apelan al Mefistófeles ex machina detrás de cuya lucha ocultan su propio deseo diabólico de erigirse en Invasores de su propia raza. ¡Y no podemos juzgarlos mal por ello, sino, a lo sumo, combatirlos en nombre de nuestro propio grupo... o separarnos alguna buena vez de todos ellos! Para su caída final... me temo de todos modos que se hará necesario que nos lleven al colapso... si es que no logran hacer de todos un manso, realmente manso rebaño. O tengamos, antes, la posibilidad de huir, huir, huir, lejos, todo lo lejos que sea posible.
Pero, y esto es lo más interesante que yo querría dejar sentado y que tiene justamente que ver con la consideración de la grupalidad como central para el análisis (de la moral, de la verdad...): los "precios reales" o cualquier otro de los parámetros económicos no son verdaderos sino porque así se los considera en atención a su relativa estabilidad en el mundo global y occidentalizado... y sin embargo, ¿contra qué se los valora como reales o ficticios? Esto es algo para lo que la Ciencia Económica no ha hallado aún la respuesta... ni lo podrá hacer (al igual que la Filosofía no puede explicar en qué se basa para decir que algo es Verdadero). Lo inmediato es comprender que la insatisfacción generalizada y la ausencia de interés por el futuro pondrían en evidencia el ya mencionado funcionamiento artificial. Lo aclaratorio sería sin embargo comprender qué lleva a unos u otros a los respectivos juicios incondicionales (o "compromisos" en la expresión usada por Leo Strauss).
Conclusiones o de lo que realmente manda en el individuo
Fausto se hace con el poder de los demás como propio, pero también hace suyo el poder de aquellos que no se sienten capaces de hacer lo mismo o a los que de algún modo fuerza violentamente a que se dobleguen a cambio de la vida. ¿Es esto último lo que se pretende evitar, prohibirlo incluso mediante un determinado Estado y unas determinadas Leyes? ¿Imponerle al hombre que sea cosmopolita y libre a la manera en que lo propusiera Rousseau?
Nietzsche, a quien como ya he recordado hace bien poco una vez más tanta satisfacción le producía leer a Tucídides, consideraba la Historia humana como una sucesión de luchas entre los poderosos por imponer su poder. En palabras de Strauss en directa relación con Tucídides: se trataba del verdadero movimiento en vez de la parálisis... Y Nietzche no se cuidó nunca de reconocer su predisposición a desear el retorno de los viejos nobles... idealizados. Nada de engaños, la realidad cruda, el absurdo descarnado, la miseria humana al desnudo, la vida liberada de toda moral, de todo deber ser kantiano, cristiano, socrático, judío...
En sus mejores páginas (yo pienso que las de La Gaya Ciencia), reconoció que sin embargo así era el hombre... sin remedio. Y que su propio ideal estaba más allá de lo humano, en ese ideal para mí imposible del superhombre con el que tantos soñaron y que tantos diseñaron infructuosa pero también contrapuestamente, es decir, mediante métodos y formas que sólo llevaban de regreso al mismo sitio... al mismo dilema... varias veces con consecuencias repugnantes... aunque naturales desde las profundidades de los tiempos... y varias veces autoengañadoras hasta para los mejores pensadores, tal vez impacientes o desesperados.
Tomarse como objeto de estudio al estudiar al mundo... como Strauss propone en coincidencia con Sócrates (lo dice en un artículo a propósito de Heidegger, Introducción al existencialismo de Heidegger, en Sobre Heidegger, Cinco voces judías, Ediciones Manantial, Bs. As., 2008) sería sin embargo bastante más que ponerlo ante un espejo psicológico. Se hace necesario para llegar al fondo de las cosas a asumir su inevitable carácter individual y grupal (al que se somete porque no puede evitarlo) y estudiarse en la propia dinámica social, en lo que se tiene y en lo que se puede conseguir con ello en un mundo que encontramos ya estructurado. Situarlo y situarse como un individuo que responde a su instinto de conservación de una manera compleja e imperfecta, pero efectiva. Y que eso, en la sociedad compleja en la que nos hemos ido adentrando a ciegas y sin plan, respondiendo a las necesidades emergentes a las que nuestra propia conducta ha contribuido, implica poner al hombre ante lo que es socialmente hablando, a lo que asume ser en tanto que ser socio-profesional. Así de simple a fin de cuentas.
Parte de esta tarea implica denunciar cada una de las triquiñuelas del hombre para quitarse la culpa de encima por la voluntad de poder que nos impulsa, esa culpabilidad pero también ese deseo que nos obliga a engañar y a traer a escena no sólo a Deus mediante la máquina sino también al Diablo, ese Gran chivo expiatorio, ese Gran Condenado.
Notas:
En fin... evidente entrada en escena de Mefistófeles ex machina a cuenta de la construcción ideológica que Marx necesitaba...
...Una necesidad inseparable de la ocultación detrás (o dentro, como en el Caballo de Troya) de la máquinaria (de propaganda, altamente sofisticada y justificada racionalmente como para lograr incidir -¡hasta hoy de hecho, y mientras la metamorfosis no alcance a todo el mundo!- en las movilizables aspiraciones de la intelectualidad proletarizada nacida tras la caída de las monarquías ilustradas). La máquinaria de la voluntad grupal propia... de la voluntad de gobernarlos a todos, inconfesable al mundo, como es evidente, y hasta para sus inventores y seguidores. Porque de lo que se trataba era de reunir, u organizar, el ejército de la vanguardia consciente destinado a tomar y ocupar el Poder... y munirlos de una moral a toda prueba: la del tipo Revelación o Iluminación, la de la fe. Algo que, aunque dependiera también del Dinero (para ello incluso robado o "expropiado"), se conseguiría con el concurso de muchas más cosas y que, esto es clave para lo que sostengo: ya sería controlado y manipulado luego a conveniencia, como todo lo demás, es decir, como al resto de las "veinticuatro patas".
Ese discurso, en fin, le permitiría erigirse en emancipador de la humanidad omitiendo la intencionalidad subyacente de instaurar de un poder piramidal alternativo, puesto en pie y en marcha ya desde el momento en que se descubre y se trabaja en la formación de organizaciones de combate (movimientos, partidos, internacionales...) Un discurso legitimador que, una vez realizado en su objetivo clave (la toma del poder), acabaría sosteniéndose sólo por medio de la fuerza bruta y las mentiras amenazantes de orfandad (traicionando la ideología fundacional previa como quien cambia de traje para la siguiente escena). Eso sí, convertidas alguna vez en Leyes a cuyo amparo no sólo se situarían los dirigentes directos sino aquella masa de la población dispuesta a aceptar y predispuesta a exigir la parte del botín que se le ofreciera (lo que, como puede verse, vengo sosteniendo desde hace algún tiempo). Un fenómeno que se mantuvo hasta más allá del agravio comparativo (como es propio de la burocratización extrema) en los países comunistas, prilegiando especialmente no sólo a los miembros del Partido, sino a los integrantes del Ejército y de parte del proletariado de élite que trabajaba en las fábricas secretas de bienes de producción, prioritariamente de destrucción, claro; masas sin las cuales el comunismo en esos países no habría durado ni unos pocos meses.
Así fue posible ocultar a la crítica (patrimonio en todo caso de la intelectualidad) y con ello a las masas cómplices (a los que llegaba el reparto o continuaba protegida en el Bienestar y la Paz occidentales) las reales formas del Poder Burocrático (como ya se había venido haciendo con la Democracia en general) y justificar el monopolio de la fuerza bruta emancipadora que se había adjudicado la misión de liberar al hombre de la perversidad de la economía (lo que en realidad fue continuación de la previa emancipación... por medio de la "ayuda a la economía" defendida y publicitada por la Ilustración). Una y otra fase, caldos de cultivo ambas del engaño, el fraude y la corrupción, que en los mencionados países comunistas llegaría a los auténticos extremos mencionados, como consta ahora, aunque siempre a medias, con la pusilanimidad y la complicidad denunciada. (Fraude y corrupción que, ¡vaya noticia repetida!, los reformadores monetarios prometen que harán desaparecer mediante sus reformas... una vez más... ¡qué si no!, imponiéndonos coercitivamente una moral, tal vez victoriana en su caso, tal vez... aristotélica... incluso aristotélico-tomista... -se pueden ver las trazas de estas concepciones morales en los diversos blogs y webs de los diversos reformistas-. En fin, nada en lo que no se pueda reconocer el método de reinventar el Paraiso, de reinventar las viejas concepciones aristocráticas y eclesiásticas de la Edad Media, en las que el dinero se consideró repugnante e indigno, por lo que se dejó su manejo en manos de los marginados judíos de la diáspora que de este modo hallaron un espacio social propio en el que poder sobrevivir... un espacio declaradamente sucio).
Pero, volviendo aún a los que realmente consiguieron implantar sus utopías (mejor dicho, sus dictaduras en nombre de sus utopías traicionadas), ¿qué Poder del Dinero eliminaron... al convertirlo en otro instrumento del capricho bolchevique, es decir, del capricho totalitario? ¿Hasta qué punto hizo falta bajo la jefatura de los Jemeres Rojos que instauraron el suyo... basándose precisamente en la eliminación legal del dinero, la cultura y la tecnología... y en apariencia de toda tradición... pero dedicándose al tráfico de la madera, las piedras preciosas y las drogas y exportándolo a occidente a cambio de Dinero (cientos de millones de dólares) que seguramente irían a parar a alguna cuenta extranjera... consiguiendo incluso volver a gobernar (como el primer ministro Hun Sen, ex combatiente jemer, que obstaculiza el que el tribunal que juzga a los criminales-genosidas actúe sobre "más de cuatro o cinco" altos cargos del régimen en cuestión)? ¿Acaso su uso fuera de toda regla transaccional, esto es, bajo la directa subordinación a los planes expansivos y militares (¿qué se cree, con la falsa inocencia típica de Occidente, que hacen los chinos invirtiendo especialmente en África y en todas partes; qué significa el actual crecimiento de la guerrilla maoísta en India...?), no demuestra que el poder viene "del fusil" y no del oro -al margen de que se use en el intercambio, y precisamente porque se usa como un arma más; se usa y no se nos impone como una especie de divinidad con vida propia-?
Goethe, lejos aquí al menos de toda ideología (al igual que Sófocles), pone la vista en la simple y sempiterna conducta humana que se deja arrastrar por esa fuerza irresistible del Demonio, reconociendo que el individuo persigue la apropiación de todo lo que le garantice la extensión de su propia fuerza dominadora; algo inevitable al menos por ahora, mientras exista espacio para ello y no aburra ni avergüence su consecución. Goethe no habla de Dinero sino del Poder real, del deseo de Poder del hombre, de ese deseo que lo lleva inevitablemente a extenderse más allá de su cuerpo, haciendo suyos cuantos instrumentos útiles a propósito encuentre en su camino, la tierra, las plantas, los animales y también... los demás hombres (a quienes se les niega tal condición desde el mismo acto del enfrentamiento -como hoy se sabe a ciencia cierta aunque se persita en ignorar o no asumir). El paralelismo con el Dinero, vis a vis, es mentiroso (en el sentido de que sirve para engañar a otros), es ideológico, y acabará sirviendo sólo a la propaganda y al slogan, reducido a consignas desconcertantes. El Dinero, más adaptable que otras en comparación, sólo puede equipararse a una de las diversas armas de combate por el poder o para su conservación, incluyendo el efecto emulador que provoca su posesión (aunque no más que otras posesiones).
Como parte de su necesidad estratégica de presentar el Dinero en sí como la forma de Poder por excelencia y hasta el único merecedor de ser así considerado en la sociedad burguesa, Marx desarrollará aquí el núcleo central de su teoría de la oposición entre ideología y ciencia (es decir,"ciencia estricta"), entre falsa y verdadera conciencias, esta última en su propia posesión y en la de la vanguardia de leales... fueran o no estos meros memorizadores de slogans y consignas e incapaces hasta el crimen para ver lo que realmente sucedía, no sólo después, en la Unión Soviética de Stalin, no sólo bajo la guía maestra de Lenin o de Mao, etc., sino ya en la Primera Internacional y en sus tejemanejes y maniobras antidemocráticas necesarias. Conceptos como confusión de las masas, alienación, locura, inestabilidad existencial humana... ocupan no por nada un lugar de privilegio junto a la teoría del Dinero/Poder y de la plusvalía.
"¡Oro!...", nos recuerda Marx citando a Shakespeare (¿quién mejor que el gran poeta de las tabernas populares isabelinas para manifestar las mencionadas connotaciones populistas a las que me refiriera antes?) dejando a Goethe para luego: "Un poco de él puede volver lo blanco, negro; lo feo, hermoso; lo falso, verdadero...", etc. Pero... ¿acaso no hace lo mismo el amor, como sin ir más lejos manifiesta Sófocles ("Tú de los hombres justos arrancas injustas determinaciones (...); pues sin que se la pueda resistir, juega de nosotros la diosa Venus" -op. cit., pág. 328-, porque "la mente turbada por la pasión, es cosa grave" -ibíd., pág. 327) e incluso en muchos otros lugares de sus dramas el propio Shakespeare? ¿No lo hacen otros métodos de ejercicio del Poder, el miedo, la pusilanimidad ? Porque ¡vaya si hoy no está presente ésta en la mayoría de nuestros ciudadanos haciendo que el prestidigitador ZP convierta la falta de escrúpulos en "ni cambio, ni bandazo" y haga de sus tácticas proto-crueles, sí, de reducción del gasto, realizadas apenas para poder pasar un primer examen de listos en Europa, una especie de toma de conciencia (!) en el buen camino (?) como poco... que "debió (!) ser votada por la derecha" (?)...!
Marx tenía que poner el acento en la fuerza mefistofélica del dinero para ocultar la fuerza mefistofélica de su propio proyecto (de cuya culpa lo protegería La Razón y La Historia...). Para él debía ser "el vínculo de todos los vínculos" (op. cit., pág. 179), la "divinidad visible" (ibíd.), la "puta universal" (ibíd.), y por fin, la "esencia genérica, extrañada, enajenante y autoenajenante del hombre" (ibíd.). Darle ese estatus supranatural (de ¡"poder no derivado del hombre en cuanto hombre ni de la sociedad humana en cuanto sociedad"! -íbid., pág. 180-), es reflejo de una conducta animista subyacente que no puede sino ser necesaria a quien pretendiera proponer una rebelión divina, mesiánica, es decir, igualmente sobrehumana; propia de quien se sintiera una especie de nuevo mesías emancipador.
Y sin embargo, ¡cuánto ha costado y aún cuesta a muchos ver en la jugarreta de Marx la necesidad de escamotear las diversas formas en que se expresa el Poder y mediante el que se conserva y expande, como las por el mismo soñadas basadas en la progresiva eliminación del Dinero con el que prometía acabar el Comunismo... pero, luego, realizadas pragmáticamente por sus seguidores más o menos fieles que no dudarían en ejercer su Poder Político también con la distorsión y manipulación de todos los medios de la economía, incluido el precio del dinero y de todas las demás mercancías (al menos en el sentido de la teoría del valor/trabajo del viejo liberalismo y del propio Marx, que Veblen, por ejemplo, también obviamente recupera)! ¡Cuánto ha costado y aún cuesta a muchos ver que de concretarse tal o cual eliminación del Dinero en las actuales condiciones de complejidad y artificialidad que no se removerían ni podrían removerse, ello sólo podría dar lugar a una tiranía como la de Creonte o en todo caso a un régimen espartano, de moral sin duda rígida y disciplina notable, pero que sólo puede permitir una humanidad dedicada a la guerra y al deporte, es decir, sometida cruelmente a la más salvaje depredación! ¡Y cuánto cuesta ver cómo el fenómeno se repite con mil y una cara pero con equivalentes intenciones mesiánicas!
Y cuidado: no quiero decir que la situación actual de crédito irrefrenable (que continúa empujándonos hacia la artificialidad caótica) represente La Verdadera Libertad (por no hacerlo, ni siquiera representa, como bien supo ver Veblen, la de mercado) ni nada tan engañoso como ello (más allá de que en ella tengo personalmente aún alguna posibilidad de supervivencia, lo que no afecta más que a los individuo de mi subespecie... y en las condiciones actuales a las que ha llegado el mundo). Ni quiero decir que cualquier propuesta deba considerarse mala o buena, calificativos que considero que sólo responderían a mis propios intereses, como cualquier otro juicio moral imaginable. No: sólo señalo que el que quiera construir un Poder propio basado en lo que sea, ¡el que decida marchar hacia la apropiación de las "veinticuatro patas" y especialmente las de los bípedos que somos muchos!, tendrá de hacerlo siempre mediante el engaño y la coerción, y que, cuando consiga triunfar, será quien defina lo que es verdadero, lo que es bello, lo que es noble... y así hasta "el número de dedos que hay en esta mano" (Orwell, 1984). Y adicionalmente apunto, allí donde lo veo, que muchos de esos aspirantes verán frustradas sus expectativas, quedándose en la constitución de meras sectas utópicas mientras otros, más fuertes e institucionalizados, aprovechan sus diatribas, ya para adaptarse (sin "cambios ni bandazos") ya para provocar un recambio a su favor.
¡No digo que no tengan derecho de alcanzar o querer alcanzar ese Poder (lo que equivale a sus proclamas y proyectos) sino a que se quiten, si pudieran, la máscara de la vergüenza! Pero como no lo harán nunca, alguien tiene que hacerlo... o volver a hacerlo mejor dicho.
En este punto ya se puede apreciar la conveniencia del truco magistral que permite enmascarar así las cosas, sí, de manera vergonzosa (el más fuerte o el más astuto, y por tanto, el más tramposo y engañador, no pueden ser bien mirados por ningún Buen Dios... salvo que se considere exactamente un enviado de los cielos)... y, en sentido estricto, interesada. Enmascarar o conducir la mirada hacia otro lado, desviando la cuestión del Poder de sus orígenes reales, de la idiosincrasia humana, que carece de por sí de toda justificación racional, pero que además, lleva la culpabilidad a todos, democratiza la culpabilidad, dirige al súbdito contra sí mismo, contra su propia avidez y su propia envidia, contra su propia alma de tirano y de depredador a cualquier coste.
Desmontar todos estos discursos brinda así, de paso pero en el fondo prioritariamente, luz sobre el rol encubridor de quien realmente torna, por definición, falso o verdadero cada objeto y cada juicio: el ser humano que se dedica a la reflexión como oficio, el intelectual, el filósofo.
Y es que el fraude y el engaño, presente en la humanidad desde sus ancestros más lejanos si no desde que la vida traspasa las fronteras de lo neurológico meramente sensible, acabaron siendo simplemente (es un decir) institucionalizados con pretensiones monopolísticas: se las autoadjudican los Jefes, los Reyes y los Vencedores, al menos a título legal, como los únicos a los que les estaba permitido ("hacer y decir lo que se quiera", que decía Antígona). El Estado justificó hacerse cargo de la administración y del desarrollo del bienestar de sus leales a costa de los enemigos. Campañas militares, estructuras institucionales y tributarias, etc., estarían legitimadas en nombre del Progreso y la Riqueza de las Naciones, pero esto es lo que legitimaría la ocupación interior.
Claro que esa poderosa facultad del ser humano que es la de saber engañar y mentir con arte (Judith Rich Harris lo dejó más que suficientemente claro en su El mito de la educación al que tanto debo), no se da por igual en todos los individuos, y la idiosincrasia de cada uno es su mayor condena. Y claro que hay algunos que tienen mucha más propensión al autoengaño apaciguador o acomodaticio que al engaño. Y que hay algunos que sólo se permiten engañar... piadosamente...
Para nuestros actuales ciudadanos, y ya antes de que las acuciara La Crisis, es decir, cuando aún permanecían arrullados por las nanas esperanzadoras del Bienestar Occidental y su propio pesar por su relativa escasés de dinero se mantenía aletargado, puede parecer un tanto incomprensible que un tirano despotrique contra aquello que hoy se ve como símbolo y hasta como sinónimo de Poder y no como lo que lo pudiera amenazar. Las masas en general, nunca ven la hora de que les toque de una buena vez la lotería o la quiniela para que la suerte los haga ricos... lo que sin embargo pocas veces podrá dar para hacerlos poderosos. El ciudadano estandard, no está contra el dinero sino cuando pierde la esperanza de tener el que entiende que le corresponde, lo que hoy en día sólo puede derivarse de una bancarrota del Estado y demás instituciones supranacionales que se lo garantizaban. Hoy, las promesas de reparto del botín al final de la batalla (electoral todavía y en general en estos tiempos, aunque cada vez más nominalmente), son exigidas con más o menos contundencia y generalmente mediante la marcha detrás de un nuevo general (que no negaré que pueda ser más... soportable que el precedente). Hoy, con la crisis, la quejas se alzan en nombre del botín prometido, a veces sustancioso, un botín que las masas sin embargo no pueden y no quieren conquistar por cuenta propia (muy a pesar de ciertos utópicos revolucionarios de la autogestión) sin duda por una idiosincrasia que siempre los llevara a dejar esa tarea en manos de sus jefes en tanto buenos organizadores, buenos estrategas y buenas aves de rapiña. Este botín es hoy en día lo que las masas consideran tener derecho a la redistribución que es lo que se estructura por excelencia como sentido popular de la justicia (las masas, a fin de cuentas, también fueron un ganado que fue domesticado y seleccionado artificialmente por los poderosos, incluso con ayuda de leales capataces extraídos de sus propias filas; a qué seguirlo ocultando). Y, de nuevo debo explicarme antes de que se alcen voces indignadas y digo con Nietzsche con convicción plena: "El hombre más perjudicial es tal vez el más útil" (F. Nietzsche, La gaya ciencia, Libro primero, página primera).
Con la modernidad, La Razón fue situada en el lugar del Juez Supremo al cual antes la misma había estado sosteniendo con más o menos dificultades. Y mayoritariamente aceptada como tal, aunque no por ello de manera efectiva y práctica, es decir, sólo como un eufemismo. Esto se manifestó en la asimilada como necesidad occidental de la cultura. Por supuesto que hablo tan sólo de la mayoría de la intelectualidad, claro, porque a los miembros de los otros estamentos sociales esta necesidad y el otorgamiento de ese cetro les es efectiva y prácticamente ajena por uno u otro motivo, es meramente referencial en términos de autoengaño o de engaño según de que lado nos pongamos. En otras palabras: para las masas sólo se tratará de aprovechar lo mejor posible los recovecos y las fisuras de la legalidad vigente... haciendo, por supuesto, trampas allí donde el riesgo fuera aceptable, engañando donde fuere menester, defraudando a quien se pudiera siempre que fuera conveniente y hasta donde se hubiese hecho admisible para uno mismo, fuese por temor a Dios como por temor al peso de la Ley, fuese por pusilanimidad congénita o por educación sellada a sangre en mayor o menor medida -ay, ese miedo psicológico, tal vez a fin de cuentas hacia el propio padre como dice el psicoanálisis pero no sólo, sin duda inscrito en la simbología social dominante en la que se nace, que impide tantas veces el acceso a la apropiada justificación pero que provee tan sencillamente de otras ya instituidas, normales, morales...-). Por su parte, para la burocracia gobernante (cúspide de una u otra pirámide de poder de cualquier envergadura que sea) se hará de La Razón o de sus productos un uso puramente referencial, operativo y distorcionador, al punto de quitar a los conceptos que la constituyeron todo contenido, toda significación estable (que no "real").
Por ello, esa instalación del engaño como herramienta a usar para conseguir dominar sobre los demás y disponer de las "veinticuatro patas", después de que la magia fuera demasiado contestada, debió ser referido (y camuflado) a una racionalidad anterior al mundo, un diseño divino, amoroso o inteligente, que la volviera "real" desde "lo imaginario" (¿debo recordar aquí otra vez a Nietzsche que lo adelantó impecablemente? En todo caso recomendaré de nuevo, para el que realmente esté interesado, "La gaya ciencia" mencionada).
Así, acerca del origen del dinero, cosa que incumbió al pensamiento liberal y a los fundadores de la ciencia racional por excelencia (al menos tal como se la concibió), la Economía Política. Precisamente, lo que lleva a Adam Smith a señalar el dinero como necesario para el desarrollo capitalista, es decir, la actividad financiera que tomaría el dinero como su mercancía específica y al mercado del dinero como espacio donde realizar el beneficio propio de esa actividad: el interés. Pero ese desarrollo necesario no pasó de ser una justificación esperanzadora de quien creía en que se podría alcanzar el Progreso Infinito mediante la libertad de mercado que no es sino una libertad (apoyada por el Estado, como Adam Smith mismo pidió siempre y tras él todo liberal mínimamente pragmático) de enriquecimiento individual sin límites voluntarios. Ese enriquecimiento, a pesar de la insistencia ideológica del liberalismo en todas sus variantes, acabó demostrándose contraproducente a los ojos de la intelectualidad ilusionada para el propio desarrollo. Producto de la desilusión en parte nacen todos los diversos socialismos y voluntades intervencionistas... aunque insisto: se trata de la piel de cordero del lobo, igualmente depredador mal que le pese a ellos mismos y a sus decladas intensiones (en las palabras de Veblen: que parecen tomadas de Kant, etc.: "salvar a la humanidad civilizada" -Th. Veblen, Teoría de la empresa de negocios, Editorial Comares, Granada, 2009, pág. 222-). (3)
Esto es pues, ni más ni menos, parte de la artificialidad de la economía, de su ritmo, y tiene por incentivo directo la avidez de beneficios por parte de las empresas que básicamente son todas comercializadoras, de cuyo esfuerzo se aprovecha el capital financiero metiendo poco la mano pero sólo tan a distancia como todo propietario. Lo es como parte de la artificialidad social en la que se entró como Historia y de la que sólo se saldrá, si acaso, más allá de la misma, más allá de su inevitable colapso. Los médicos (los intelectuales) han demostrado ampliamente su incapacidad para evitarlo, es decir, para fundar sus utopías, sino, a lo sumo, para tergiversarlas. Sus discursos, por el contrario, sirven, como casi todo, a la lucha entre los luchadores efectivos de la contienda, aquellos que pueden dirimir todas las batallas con uno u otro buen argumento y cada vez más con argumentos tácticos. Por fin, la artificialización creciente se agrava por momentos en la medida en que la codicia pecuniaria es sustituida por la codicia descarnada de poder, por la consecución del prestigio inmediato, por la medalla al final de la carrera... es decir, en la medida en que la búsqueda de la comodidad puso las riendas de la sociedad y los negocios en manos de supuestos "técnicos" (tema que también he tratado aquí), tanto en el comercio como en producción además de en política... donde los tontos-astutos, los que fueron como mucho unos niños de la calle, son más que suficientes. Y con esto, ¿cómo sorprenderse o indignarse como si pudiera pasar algo diferente cuando los ejecutivos directamente involucrados con la ingeniería imaginativa que puso la crisis al desnudo festejaron su éxito personal mientras Roma se quemaba? La artificialización y la burocratización se alimentan mutuamente. y esto lo explica todo... al menos mucho más simple y elegantemente que metiendo a Mefistófeles por medio de la máquina. Y por esto sostengo que los "otros técnicos", tanto los de Veblen como los reformadores... no serán capaces de imponernos nada... salvo que claudiquen y sean asimilados.
The Monetary Reform
Menos ambiciosos en apariencia que los marxistas, anclados en la necesidad de considerar el Estado como un instrumento hueco que puede ser ocupado por cualquier emancipador engañoso que agite cualquier tipo de utopía (la vieja idea platónica), como por ellos mismos, claro, los reformadores (potenciales) del sistema monetario desean ignorar toda perspectiva real (de nuevo, repitiendo la convicción platónica, de que La Razón -justificación en este caso sin por ello darle a Rorty ningún espaldarazo- tiene el poder de imponerse... como debería haberlo hecho el propio Dios). Desean, también, ignorar sus propias inclinaciones humanas y socio-profesionales o de grupo, cubriendo igualmente sus propias ambiciones bajo banderas a fin de cuentas de emancipación y como tales cosmopolitas -aunque mucho más modestas en apariencia, igual de pretensiosas que las revolucionarias: ya que no importa el grado de maximalismo que se exhiba sino el grado de maximalismo que implican las acciones, el destino final que exija la misión, por el camino más corto que se presente y con los métodos que hagan falta para mantenerse en el puesto (como bien preocupó en su momento a Lenin) hasta que se alcance la meta... inalcanzable. Lo que suele decirse: para que la misión se mantenga y alcance sus fines... a pesar de toda oposición... Y para ello ya se están congregando con referencias apropiadas y remotas como las que ya he señalado antes (por lo visto, Aristóteles ha sido aquí redescubierto como economista... ¡ese maestro que encontró la manera de vivir de sus academias y de sus alumnos, un fructífero mercado por lo visto fundado en "el deseo de saber de todos"!, lo que no le quita mérito, obviamente, como a ningún representante del pensamiento occidental por el que siempre, je... romperé una lanza...).
Pues este grupo -o conglomerado de grupos por lo que parece- dice proponerse la mencionada Monetary Reform como si esto fuese la panacea emancipadora "por fin descubierta" (Marx dixit), otra vez; que es como nos la quieren vender. Y tras este viejo trabajo de propaganda engañoso, lleno de promesas ridículas y hasta burdas, típicamente bíblicas incluso, como la de que "su reforma" permitirá ¡evitar la destrucción económica y la guerra nuclear imperialista para conseguir la restauración de la belleza en el mundo! ("the brink of economic destruction and nuclear disaster", "a world of justice and beauty")... no hay sino la instauración imaginaria de un sistema monetario estatalizado. Un sistema que sólo puede acabar, de hacerse posible, en una variante de la burocratización absoluta que ya se ha experimentado y que, inclusive, aún está vigente con más o menos permisividad para el enriquecimiento individual (lo que siempre, aunque fuese en grados mínimos, existió, dentro o fuera de la legalidad instituida, y nunca fue un problema).
Ahora bien, para que no se diga que lo evito, entraré algo más en la propuesta de los reformadores que, básicamente y dejando de lado las críticas morales que levantan con la adecuada altisonancia (y ocultación de las miserias generales, como ya he señalado), consistiría en suprimir la creación privada de dinero, es decir, , de una u otra manera, de dar crédito, y restringir esta potestad por Ley al arbitrio exclusivo del Estado. Eso sí, en manos de personas de probada equidad, solvencia moral, nobleza, generosidad, espíritu de servicio al público, etc., etc., etc. ¡Como para creérselo hoy en día con lo que ha llovido!
Pero ¿acaso no fue el mismísimo Estado el que inventó el dinero, en particular los Estados como el ateniense o el Imperio Romano basados en un sistema tributario y por fin impositivo para el cual el dinero simplemente facilitaba -y sin marginar otros medios- las cosas? ¿Acaso no fue la manera simple que encontraron los que lo ocupaban en aquel momento para simplificar el cobro y la circulación de los tributos que recaudaban a sus súbditos -no esclavos ni mujeres, claro, que nada tenían, ni siquiera derecho sobre su propia vida- en nombre de una seguridad que en parte necesitaban, en parte repudiaban y en todo caso acaban aceptando resignados? ¿Y no fue este absoluto control estatal de la moneda y del crédito (inevitablemente basado en una red jerarquizada de funcionarios -los curiales-) el origen de los más extensos, incansablemente reconstruidos y brutales sistemas de fraude y corrupción inútilmente combatido por la burocracia central del Imperio que, simplemente también, lo quería todo... so pena -todo hay que decirlo- de perderlo todo?
Desde los tiempos más remotos de los imperios basados en la tributación, los que pagaban querrían no pagar nada y los que recaudaban se llevaban más de lo que razonablemente (?) habría sido considerado como justo (?). Sin duda, para determinar lo razonable y lo justo, habría sido necesario (¡para esto... también!) un Verdadero Juez Supremo, pero este, bajo la forma de La Ley, fue todas las veces otro invento del hombre: un invento de aquellos que conseguían investirse de Poder con o sin méritos suficientes para ello y en todo caso con ayuda de sus servidores más hábiles para inventar algo (brujos, chamanes, adivinos, sacerdotes, escribas...) aunque con muy pocos méritos, al menos para tan elevados (y engañosos) fines, por parte de los que devendrían sus súbditos jerarquizados y sus alcahuetes (por no hablar de sus mujeres y demás esclavos que poco podían hacer aunque tuvieran méritos -y hubo casos excepcionales que rompieron esta regla-).
¿Pero, no fue el Estado el primero en manipular el dinero fraudulentamente... mediante la inflación, en un principio burda (a base de mordiscos en el metal o reducción de la composición noble de la moneda pero conservando el número) y progresivamente más sofisticada hasta el punto de que se propone la sustitución del dinero en metálico por la ya masiva instauración de la tarjeta de crédito (que da a cada ciudadano la facultad de fabricar su propio dinero, como todo hasta cierto límite) y que tal vez a eso se refieran los reformadores en cuestión cuando hablan de fabricación de dinero, cuando lo que los bancos hacen es sólo darle al individuo el instrumento, instrumento que usa libremente -a menos que volvamos a las socorridas teorías de la alienación y "cosificación" o "reificación" marxiana-? ¿Y no es que son los gobiernos quienes jamás han pagado sus deudas, al menos al 100%? (4) ¿Y no estuvo el fraude y la corrupción presentes y injertados desde un primer momento en el sistema tributario romano, el que sostenía precisamente al Imperio a pesar de todo y en especial a su sostén y medio de expansión por excelencia que fue su Ejército? ¿Y siglos después, no reconoce Adam Smith los abusos que escapaban de la moral anglosajona de gobiernos y bancos del Estado? ¿Y no nos cuenta lo que sigue siendo imposible de contener por Ley: la formación y crecimiento sistemático y oscilante de todo tipo de marcado negro, incluyendo el financiero, sobre todo cuando la Ley prohibe demasiado? ¿No lo hubo acaso bajo la centralización total en los países comunistas? ¿De qué "mundo de fraude" nos podrá pues sacar la "reforma monetaria" que algunos agitan como si fuera una varita mágica; a qué "mundo de paz y de belleza" prometen esos reformadores devolvernos? ¿Qué... naturaleza pretenden echar por la ventana con la convicción (?) de que no volverá a colarse por las rendijas?
La Historia (¡ay, ese curso sinuoso que se va trazando a medida que se cree dar con una dirección prometedora... para quienes se atreven a ponerse a la cabeza y pueden... en nombre de su comodidad y su pereza, ese profundo deseo del hombre!) nos dice cómo fueron las cosas, y que el sistema, al ser aceptado acabó conservándose y desarrollándose para seguir primando, autocatalizándose, autoconservándose, autodesarrollándose (tal como se puede observar en los hechos y en el presente al menos, y tal como por ello extrapolamos ad infinitum). Así es como funcionan las cosas o así es como pasan de un estado al siguiente: haciéndose un lugar y actuando para conservarlo de inmediato y hasta donde ello le sea posible.
En estos tiempos de crisis, cuando los intelectuales y los burócratas culturales (la parte aún un tanto ideológica de la burocracia, que sostiene aún residualmente sostiene a la primera y hace de argamasa) salieron en estampida en busca de los polvorientos tomos de El Capital, los ensayos olvidados de Minsky y hasta los marginados y recortados textos de Veblen, es normal que nazcan movimientos desesperados (al menos en el origen de su reacción, porque los argumentos siempre vienen luego... y en especial de la mano de aquellos que se sienten inclinados o necesitan apelar a La Razón... dado, también, su escasa perspectiva de triunfo electoral, de mover a las masas o de acción armada directa -¡por La Razón, se intentó más de una vez incluso convencer al Ejército!-).
Pero ¿qué garantías "nos" daría el gobierno si asumiera la fabricación en exclusiva del Dinero, como propone ese conglomerado desde el establishment universitario anglosajón (de cuya dinámica sabemos casi todo tras lo denunciado por Mills y Feyerabend entre otros); qué cambiaría respecto de la situación actual?
Se nos dice que en manos de los desaprensivos individuos a los que se le permite hacerlo el Dinero da lugar al fraude y a la corrupción. ¿Evitará siquiera esto el monopolio del Estado... ocupado por los reformadores en lugar de por los actuales "representantes del pueblo"? ¿Es que pueden asegurarnos de que su código moral será más sano y riguroso que el del inicialmente justiciero Marx? ¿Es que algo mágico los hará menos... burócratas, quizás lo que se diría probos hasta la santidad? ¡Pero si ni los mismísimos Papas...!
Hoy el Dinero es una serie de apuntes contables, lo que se ha alcanzado como producto de la escalada hacia la artificialidad que caracterizó al mundo desde que entró en la Historia (o se volvió "civilizado", si se prefiere). Pero no por ser Dinero (es decir, el equivalente universal de todas las mercancías, como considerara Smith y después Marx sin por definirlo de ese modo cometer ninguna violación de las loables enseñanzas de Aristóteles, de lo que los acusan los reformadores monetarios en otro de sus documentos; aparte del hecho de que en realidad el dinero haya servido para legalizar la redistribución) sino por ser parte de la institución de un mundo artificial (invertido no en el sentido de Marx sino en el de Priest) que necesitaría de la inversión justificatoria para ocultar la ambición y la pereza como razones de ser de la división entre los forzados productores y la autoconstruida "clase ociosa". El Dinero, una vez instituido, definiría ni más ni menos que la cantidad de mercancías y servicios que un individuo o una institución podía poseer: en definitiva, el monto de su crédito, igual que hoy. Y el rango pecuniario junto con la superficie de los dominios propios y la calidad de las tierras encerradas en ellos devendría sinónimo del rango de poder. Los reformadores claman contra el mal uso de "nuestro dinero" con claras connotaciones demagógicas, pero también fruto del resentimiento. Lo que no acaban de aceptar es que los que tienen el Poder hacen lo que quieren y dicen lo que quieren, que son los que "leen la Historia", los que incluso, llegado el caso, la reescribirán... Exactamente como harán ellos mismos tras hacerse con el Poder (lo que no creo, por cierto, que pase de ser otro sueño en vías de extinción); y lo que haría yo mismo si prefiriera (no volitivamente, por cierto) dedicarme a conseguirlo. Lo que no aceptan ni se atreverían a reconocer... es que quieren ser ellos los que manden y controlen, que quieren por sobre todas las cosas estar en la cumbre en teoría para implantar esa "reforma" pero en la realidad para poder dictar y en caso necesario negociar... se pueda o no, luego, poner esa reforma u otra cosa en marcha.
El Dinero, en tanto se trata ya de registros que en un porcentaje ingente pertenecen a objetos y situaciones irrealizables o futuribles... figurando como he dicho como meros apuntes contables, ha llegado a ser cada vez más una conjunto moldeable, reformulable, ganando más ductilidad que la que nunca tuvo... Y aún pretende llegar más lejos en esa carrera de la artificialización involuntaria mencionada, por la vía de la fantástica reconversión del poco efectivo que perdura poco más que formalmente al registro situado en un chip (montado sobre plástico o... ¿por qué no?, implantado, digamos, en el lóbulo de una oreja) que represente el montante del crédito que otorguen unos u otros de sus amables protectores-acreedores privados (los bancos, las corporaciones de servicios como las líneas aéreas, las sociedades médicas, etc., es decir, las estructuras que funcionan hoy en día sin más plan que el de funcionar e incrementar ya no exactamente el beneficio sino... el propio crédito), con poder para poner en jaque a los Estados en caso de dificultades y con la garantía del cuerpo, la sangre, los órganos, los hijos y hasta los nietos, etc., del forzado receptor del crédito. (5) Datos contables ya no más en unas tablillas de madera (la ilustración corresponde a la coleccion de las tablillas denominadas "stocks" correspondientes al Exchequer del siglo XIII que están depositadas en el National Archives de Londres. Esto ya lo mencioné hace algún tiempo aquí.) donde las marcas al menos serían indelebles, sino meros apuntes electrónicos tan manipulables como los datos del paro o el número de accidentados que se contabilizan en las carreteras españolas... previo tamiz para la presentación adecuada, para el mensaje adecuado, en definitiva, el mensaje de que se están consiguiendo resultados. Como ya nos tienen acostumbrados (y apenas estamos informados). Lo que ya se hace de todos modos con el yuan o renmimbi hoy en día o lo que se hizo (y aún se hace aunque en menor escala) con el rublo soviético. Y esto es algo que nace en cuanto se comienzan a llevar las cuentas de las primeras jefaturas, en cuanto se establece que la distribución será controlada por el Estado que velará por todos, creándose su propia y más aceptable justificación (la basada en el servicio a la colectividad, que tan bien iría a ambas partes) y autolegitimándose como ente aparte que se pone por encima de todos... en beneficio fundamental de los que de ese modo aumentarán sus comodidades y su poder y colateral de los demás.
En cierto sentido, los reformadores ven en parte tales cosas, aunque desde la visión imaginaria apriori de un capitalismo refundado que no puede sino acabar como una más o menos novedosa variante de capitalismo de Estado o en nada... muy diferente de lo que hoy ya existe. Véase por ejemplo la afirmación de que "el capitalismo es insostenible", tomada de aquí: han (re)descubierto -repescándolo de apresuradas lecturas en busca de buenas frases- que estamos metidos hasta el cuello en la artificialidad (y a punto de ahogarnos en su fango) y pretenden corregirla mediante una dictadura sui generis o ganar el rol de consejeros de la burocracia dominante...)
¡A buena hora!; pero, en lugar de reconocer evidencias y un indiscutible esfuerzo del pensamiento por elucidar la realidad, aunque sea para armarse para la batalla propia)... ¡que quieran engañarnos con una panacea salvadora...!
Sin duda por mi parte a lo primero (aunque no me atrevería a afirmar que esta sea la crisis definitiva y a que bordear el caos no acabe siendo algo nuevamente superable... y sin reforma alguna, incluso con una nueva huida hacia adelante de la mano de diversas perspectivas que pueden verse en los cuatro horizontes), pero lo que pongo absolutamente en cuestión es que los militantes de esa secta sean los mesías definitivos que restaurarán no sé qué belleza de qué tiempos... todos llenos de crueldad, mentira y sangre.
La propuesta de los reformadores de dar al Estado el monopolio de la creación de dinero (o sea, de la asignación de crédito y la capacidad de compra) con el supuesto control parlamentario (siempre que este respete la Ley instaurada) no es el el fondo (bajo el disfraz de la utopía benevolente) más que otra expresión del tipo de la marxista y, de imponerse (lo que sería posible sólo por las armas y en una situación de colapso de las estructuras de poder actuales), acabaría igual que acabó el marxismo: dando el poder al bolchevismo, luego al stalinismo, por fin al Ejército Soviético... para por fin caer en nombre de otros métodos de usufructo del poder, la perestroika y la reprivatización de la economía... no militarizada. (6) ¡Además de a dedo!
Es decir, una manifestación más de las muchas que reflejan la existencia de burocracias menores (o en potencia, podríamos decir, y veleidades burocráticas, como las que manifestaran indiscutiblemente Marx y Engels y en mayor medida aún Lenin y Mao, sin duda lo que garantizó su éxito) que pretenden dominar el curso de las cosas. Y que hoy vemos alzar todo tipo de banderas ideológicas... cada vez más reducidas a slogans, y promover conductas verborrágicamente jacobinas (algunas muy cercanas por cierto a las ideas de los reformistas en cuestión, aunque de sostenerse abiertamente una intervensión o un monopolio estatal haría aflorar la contradicción interna del discurso que por lo general permanece camuflada y a veces sin embargo se exponen en nombre, qué si no, de la preservación de la Paz y el Bienestar de la Humanidad, como es el caso de Hayek -léase el capítulo 15 de su Camino de servidumbre-, por lo cual... sólo se pueden mencionar estas cosas de manera eufemística... como "errores del liberalismo", por ejemplo).
Allí donde la burocracia lo controla todo o lo fundamental e impone UNA moral, como en China sin ir más lejos, se ve hasta qué punto (dentro de límites ligados al intercambio internacional) lo crear con el valor que más le conviene para avanzar en su marcha hacia el poder mundial sin duda pretendido (y no sólo por ellos, sino por toda burocracia que se precie). Castoriadis (op. cit.) decía de la URSS previa al "cambio de rumbo" de los conquistadores y a su disolución nacional: "...no hay manera de saber los precios reales de las cosas..." y esto es de hecho lo que sucede hoy en China y de los productos chinos políticamente devaluados (lo que amenaza con una guerra comercial y... a saber qué más y hasta qué límites).
Esto es lo que caracteriza la marcha de las cosas hoy en día, volviendo todo cada vez más artificial a los ojos de la mayoría y haciendo cada vez más vacía de significado toda comunicación (lo que da lugar no sólo a una neolengua hablada -vociferada- y mal escrita, sino a un neolenguaje de signos desconcertante, engañador e inmediatista con fines separados a los que su contenido dice señalar según el viejo idioma).
Las letras y los números, nacidos ambos al unísono para institucionalizar la dominación del unos hombres sobre todos los recursos que se pusieron a su alcance (mujeres y demás hombres débiles incluidos) y que se hizo viable mediante la domesticación, acabaron por convertirse en puras y descarnadas armas de opresión, estableciendo las cuentas de la distribución desigual y su discurso justificatorio.
Así, desde el maximalista Marx hasta los reformistas encubiertos de ahora pasando por todas las variantes del espíritu socialdemócrata redistribuidor del primer mundo y las dictaduras del segundo y el tercero, apelan al Mefistófeles ex machina detrás de cuya lucha ocultan su propio deseo diabólico de erigirse en Invasores de su propia raza. ¡Y no podemos juzgarlos mal por ello, sino, a lo sumo, combatirlos en nombre de nuestro propio grupo... o separarnos alguna buena vez de todos ellos! Para su caída final... me temo de todos modos que se hará necesario que nos lleven al colapso... si es que no logran hacer de todos un manso, realmente manso rebaño. O tengamos, antes, la posibilidad de huir, huir, huir, lejos, todo lo lejos que sea posible.
Pero, y esto es lo más interesante que yo querría dejar sentado y que tiene justamente que ver con la consideración de la grupalidad como central para el análisis (de la moral, de la verdad...): los "precios reales" o cualquier otro de los parámetros económicos no son verdaderos sino porque así se los considera en atención a su relativa estabilidad en el mundo global y occidentalizado... y sin embargo, ¿contra qué se los valora como reales o ficticios? Esto es algo para lo que la Ciencia Económica no ha hallado aún la respuesta... ni lo podrá hacer (al igual que la Filosofía no puede explicar en qué se basa para decir que algo es Verdadero). Lo inmediato es comprender que la insatisfacción generalizada y la ausencia de interés por el futuro pondrían en evidencia el ya mencionado funcionamiento artificial. Lo aclaratorio sería sin embargo comprender qué lleva a unos u otros a los respectivos juicios incondicionales (o "compromisos" en la expresión usada por Leo Strauss).
Conclusiones o de lo que realmente manda en el individuo
Fausto se hace con el poder de los demás como propio, pero también hace suyo el poder de aquellos que no se sienten capaces de hacer lo mismo o a los que de algún modo fuerza violentamente a que se dobleguen a cambio de la vida. ¿Es esto último lo que se pretende evitar, prohibirlo incluso mediante un determinado Estado y unas determinadas Leyes? ¿Imponerle al hombre que sea cosmopolita y libre a la manera en que lo propusiera Rousseau?
Nietzsche, a quien como ya he recordado hace bien poco una vez más tanta satisfacción le producía leer a Tucídides, consideraba la Historia humana como una sucesión de luchas entre los poderosos por imponer su poder. En palabras de Strauss en directa relación con Tucídides: se trataba del verdadero movimiento en vez de la parálisis... Y Nietzche no se cuidó nunca de reconocer su predisposición a desear el retorno de los viejos nobles... idealizados. Nada de engaños, la realidad cruda, el absurdo descarnado, la miseria humana al desnudo, la vida liberada de toda moral, de todo deber ser kantiano, cristiano, socrático, judío...
En sus mejores páginas (yo pienso que las de La Gaya Ciencia), reconoció que sin embargo así era el hombre... sin remedio. Y que su propio ideal estaba más allá de lo humano, en ese ideal para mí imposible del superhombre con el que tantos soñaron y que tantos diseñaron infructuosa pero también contrapuestamente, es decir, mediante métodos y formas que sólo llevaban de regreso al mismo sitio... al mismo dilema... varias veces con consecuencias repugnantes... aunque naturales desde las profundidades de los tiempos... y varias veces autoengañadoras hasta para los mejores pensadores, tal vez impacientes o desesperados.
Tomarse como objeto de estudio al estudiar al mundo... como Strauss propone en coincidencia con Sócrates (lo dice en un artículo a propósito de Heidegger, Introducción al existencialismo de Heidegger, en Sobre Heidegger, Cinco voces judías, Ediciones Manantial, Bs. As., 2008) sería sin embargo bastante más que ponerlo ante un espejo psicológico. Se hace necesario para llegar al fondo de las cosas a asumir su inevitable carácter individual y grupal (al que se somete porque no puede evitarlo) y estudiarse en la propia dinámica social, en lo que se tiene y en lo que se puede conseguir con ello en un mundo que encontramos ya estructurado. Situarlo y situarse como un individuo que responde a su instinto de conservación de una manera compleja e imperfecta, pero efectiva. Y que eso, en la sociedad compleja en la que nos hemos ido adentrando a ciegas y sin plan, respondiendo a las necesidades emergentes a las que nuestra propia conducta ha contribuido, implica poner al hombre ante lo que es socialmente hablando, a lo que asume ser en tanto que ser socio-profesional. Así de simple a fin de cuentas.
Parte de esta tarea implica denunciar cada una de las triquiñuelas del hombre para quitarse la culpa de encima por la voluntad de poder que nos impulsa, esa culpabilidad pero también ese deseo que nos obliga a engañar y a traer a escena no sólo a Deus mediante la máquina sino también al Diablo, ese Gran chivo expiatorio, ese Gran Condenado.
* * *
Notas:
(1) No por nada, La Crisis subprime que nos aflije (y cada vez más en la medida en que se ha ido mostrando como la crisis de endeudamiento galopante que en realidad era) fue inmediatamente comparada por un periodista del Frankfurter Alemaigne, ejemplo de ese renovado estamento del proletariado intelectual, con el terremoto de Lisboa y un experto en esa especialidad tan contemporánea como son las estadísticas (Nassim Taleb) hablara de cisnes negros y del engorde del pavo de navidad... En estos días, precisamente, asisto anonadado al espectáculo de justificaciones sistemáticas que soportan la agonía aparente de ZP, obra de la fatiga, del mismo deseo de abrigo y protección que llevó a las masas a encumbrarlo a tenor de la agitación pacífica contra la guerra y contra el terrorismo interior. A la vista de tanta pusalinimidad, sinceramente pierdo por momentos las ganas de seguir insistiendo en estos foros. De por sí, ya hace tiempo que hice mías las objetivas, sí, ob-je-ti-vas, in-con-di-cio-na-les palabras de Strauss nacidas de Nietzsche, nacidas de Tucídides... de que no hay posibilidad alguna de convencer al oponente, ni con todas las evidencias que se puedan exponer o señalar: el tirano que se oculta dentro de uno mismo "hace y dice lo que más le conviene" y no hay predilección que no pueda ser defendida mediante un discurso... Los intelectuales tenemos la facultad de reconocer las evidencias regulares que marcan tendencia... pero no necesariamente haremos con ello una crítica rigurosa... en tanto nos resulte perturbadora en cualquier aspecto de nuestro ser.
En estos días de no cambio y no bandazo (en la spanish neolengua) ver hasta qué punto se ha instalado entre las masas la convicción de que la derrota posible de ZP en el Congreso habría sido considerada sinónimo de catástrofe posible... me llena inevitablemente de pena por el género humano en su conjunto (porque sé que no se trata sólo del caso español). ¿No se dan cuenta estos pusilánimes mendicantes de lo que pasa? ¿Hará falta que les toque a ellos en carne propia para que puedan poner algo -su persona afectada- por encima de las Razones de Estado que el propio Estado reduce a un simple slogan y además negativo, propio de la ultimísima versión del diccionario de neolengua? ¿Se dan cuenta todos esos de que "por el momento" se han alineado en mayor o menor medida CONTRA las primeras víctimas (innecesarias e inútiles como siempre), que ya veremos hasta qué punto estarán dispuestas a luchar por ellos mismos... para volver a ser engañados? Esto, que de paso vuelve a demostrar el grado en que ya no hay lugar alguno para la revuelta del tipo que sea, me empuja a dejarle el mundo al mundo real... simplemente... porque cada vez lo siento menos mi mundo, que conste en acta.
(2) Puede observarse que este movimiento no refleja sino una nueva alternativa de carácter intelectual (aquí por mero productor de ideas, discursos, cultura...) que pone de nuevo en evidencia su idiosincrasia específica al margen de las variantes formales. Más allá de estas, se reiteran las argucias racionalistas que persiguen ese mundo mejor y bueno adecuado para el mantenimiento de sus intereses de grupo, realmente diferentes y hasta opuestos a los de los demás estamentos de la sociedad (lo que no descarta confluencias coyunturales que hasta pueden dar lugar a una u otra revolución, etc.) Se desmiente así la propia falacia que intentaron siempre defender como base de su mesianismo: su capacidad para representar a toda la humanidad.
Esto es algo indiscutiblemente presente en Marx y sus discípulos dirigentes, pero también en, por ejemplo, Adam Smith; y esto se ha reproducido claramente en Veblen, Keynes, Hayek, etc. Todos se han manifestado críticos (y esto vuelven a hacerlo los mencionados reformistas) en particular con la conducta empresarial y han justificado la proletaria y la pequeñoburguesa mediante la alienación, la confusión, la corrupción de la que acusan al "sistema", etc., y esto, ni más ni menos, porque los primeros son sus enemigos -si se me permite el eufemismo irónico- "de clase" mientras que los segundos constituyen su clientela a rescatar. Y es que mientras las conductas de las masas y de los que de uno u otro modo intengran el conjunto de las "clases dominantes" son pragmáticas o no ideológicas y se aferran al mundo inmediato buscando siempre el mejor paso siguiente en el mundo real, la intelectualidad insiste en la construcción e instauración potencial de un modelo lógico o racional, abstracto o formal, básicamente utópico, básicamente engañoso... que se les habría revelado mediante la ciencia y la lógica como el verdaderamente humano, cosmopolita.
Por otra parte, vale la pena recordar que todas las variantes del economicismo han servido inmejorablemente para ocultar los propios deseos de hacerse con el poder político "para cambiar el mundo".
(3) Veblen y, en este sentido también Marx, como paradigmas aquí de la intelectualidad a la que me refiero, acusaron al capitalismo de no favorecer la idea racional del Progreso sino alguna otra cosa. En el primer caso se señala el carácter inevitablemente depredador de la clase ociosa, en el segundo los límites de las relaciones de producción para el desarrollo de las fuerzas productivas; en el primer caso la Moral conservadora (y "depredadora") de los que dominan, en el segundo La Historia... Pero se trata sobretodo de excusas que enmascaran la ya mencionada voluntad de poder propia que se resguardaría, en el primer caso detrás de la laboriosidad del "soviet de técnicos" (Th. Veblen, Teoría de la empresa de negocios), en el segundo detrás de la "dictadura del proletariado". En los hechos, el crédito indiscutiblemente dio lugar a un acelerado desarrollo. Lo reconocieron ambos en común con el liberalismo atávico al que acusaban de autotraición. Pero tal vez fue Veblen, sin duda a tono con el grado que en su tiempo alcanzó el fenómeno (algo que hoy simplemente se repite, y por eso la famosa estampida hacia Minsky , Marx y Veblen que se produjo cuando estalló la subprime), quien más que otros señaló detalles ciertamente significativos de esta sociedad actual y de su genealogía, lo que lo hace especialmente fructífero (a la vez que útil para la construcción de posiciones como las de los reformistas, al menos los de algunos, que sin duda alguna quieren darle "todo el poder a los soviets"... "técnicos" y... moralmente afines, claro, come il faut). Al respecto todo el misterio de la artificialidad se encuentra para mí resumido en la siguiente frase: "En las modernas prácticas comerciales capital significa presunta capacidad de ganancia capitalizada" (Th. Veblen, op. cit., pág. 79; la negrita es mía, la cursiva es un entrecomillado de Veblen); las páginas que siguen lo desarrollan más abundantemente y se las recomiendo al que no lo admita o no lo deduzca por sí sólo.
Nótese mis coincidencias con Veblen en cuanto a que el dinero que se presta da lugar a un aumento acelerado de la actividad que de otro modo habría crecido más lentamente como poco, y en que sin duda esto constituye la base de la creciente artificialidad como los malos vapores abandonan las entrañas de este mundo mientras marcha. Esto lo han visto muchos hombres reflexivos de todos los tiempos... alzándose contra la artificialidad... aunque como si esta fuera un virus -o un influjo del Maligno- que pudiera ser expulsado de la sociedad o liquidado... pero cuyos resultados a fin de cuentas usufructuaban ellos mismos, por lo que a fin de cuentas la querían preservar... dejando sólo Lo Bueno... es decir, lo bueno para su propia idiosincrasia. En esta línea, lo que se suele convenir que es El Desarrollo, El Progreso, etc., no son sino lo que se define desde dentro, como parte colateral de su propia autocatálisis. Como esto lo vengo desarrollando (éste mismo es un capítulo más), remito a mis anteriores entradas así como prometo algunas más.
Yo sostengo, bastante más allá del parecido con el discurso intelectual racionalista de los mencionados y demás economistas, sociólogos, filósofos, científicos, etc., que se trata ni más ni menos que de un resultado de la Historia Humana en su conjunto (poderosos y sometidos, y también de los amantes del saber). Veblen, Webber, Mills, sin duda supieron ver el fenómeno de la burocratización de una u otra forma y hasta cierto punto, y en ese sentido observaron que esa burocratización llegaba hasta el seno mismo de la "empresa de negocios" y demás instituciones (Mills expuso como pocos el tema en el seno de la Universidad y del Ejército). Y sin embargo, ninguno se desembarazó del afán reformador o revolucionario que no podía sino conducir a la claudicación completa en caso de éxito (burocratizarse) o a la frustración suicida (dejo una respuesta relativa a este dilema en los últimos párrafos del presente artículo).
(4) "El viejo mundo de la piramidalización de la deuda en grado fraudulento no puede restaurarse, a pesar del rechazo de la Ley Glass-Seagall en 1999, que provocó conflictos financieros de interés cuando la Administración Clinton respaldó al secretario del tesoro Robert Rubin y al lobista financiero Greenspan en la idea de que los mercados financieros observarían la ley y se autorregularían. La burbuja inmobiliaria fue posible gracias al hecho único de que la población norteamericana salió de la II Guerra Mundial relativamente libre de deudas. Todas y cada una de las recuperaciones económicas se han hecho partiendo de un nivel cada vez mayor de deuda. Eso es algo parecido a tratar de conducir un automóvil con un pedal del freno más apretado cada vez que se encuentra un semáforo en luz roja (recesión). Ahora hemos llegado al límite de endeudamiento, y la economía está atenazada. (...) Todo eso es presentado como propio de una economía postindustrial. Pero el asunto es harto más viejo. Ninguna economía en la historia ha sido nunca capaz de saldar sus deudas. En eso consiste la "magia del interés compuesto". Las deudas crecen inexorablemente, haciendo ricos a los acreedores pero empobreciendo a la economía entera en el proceso, y así, destruyendo la capacidad de pago. Habiendo reconocido esa dinámica financiera, la mayoría de las sociedades eligió la respuesta más lógica. Desde los sumerios en el tercer milenio antes de nuestra era y los babilonios en el segundo, pasando por Grecia y Roma en el primero y luego la Europa feudal hasta la maraña de deudas y reparaciones interaliadas que desbarataron a las finanzas internacionales luego de la I Guerra Mundial, la respuesta ha sido siempre la de rebajar la deuda para acompasarla a la capacidad de pago del deudor." (Michael Hudson , traducido en Rebelión. Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.)
(5) En las páginas que Nietzsche dedicara a las cuestiones transaccionales (préstamos/deudas; cuyas referencias genealógicas debo señalar que no comparto por entero) cupo la siguiente mención al caso egipcio que sin duda refleja la idiosincrasia del ser humano: "ni siquiera en el sepulcro encontraba el cadáver del deudor reposo ante el acreedor" (F. Nietzsche, La genealogía de la moral, Alianza, Bolsillo, Madrid, 2006, pág. 105). Recomiendo en todo caso su lectura en la medida en que como dije, la idiosincrasia humana queda indudablemente retratada (Nietzsche aspira aquí, como siempre, a una superación del hombre mediante la aparición de una nueva especie... En fin, otro sueño con el que apaciguar las penas... ante el que pudo ceder la impaciencia, la ingenuidad y la confianza ciega en la propia lógica hasta llegar a ser desaprensivo. Como se puede deducir, hablo de Hidegger, pero apunto tan atrás en esta estirpe como para incluir en esta caracterización particularmente a Aristóteles).
Y aclaro algo más nuevamente: no me sumo al coro que dice que "el dinero es necesario" o "indispensable" en términos absolutos, ni a de los que puedan clamar en sí mismo contra la injerencia del Estado en esta o en cualquier materia o "en general". Símplemente entiendo que el dinero y el crédito, públicos o privados, legales o ilegales, blancos, negros o lavados... son partes inseparables de esta sociedad en tanto es una sociedad compleja, multidunidaria y fragmentada (y en particular jerarquizada). Se trata pues de un hecho (y de una dinámica que tiende sin duda hacia la desaparición del dinero por el crédito, o sea, hacia una aún más extrema artificialización). De ahí que parcialmente, como pretenden los reformistas en cuestión aquí, no se puede simplemente reformar, y que por ello su proyecto sólo podría permanecer en el plano de las utopías irrealizables o conducir a una dictadura oscurantista de fines moralizadores, para mí al menos tan repugnante como cualquiera de las tantas que hemos conocido en la Historia.
(6) Una solvente, documentada e interesante panorámica de la economía soviética en tiempos previos a la caída del muro lo aportó con sutiles perspectivas (en apariencia demolidas con el muro, pero, a mi criterio, subyacentes y en todo caso aletargadas), Cornelius Castoriadis en Ante la guerra (Tusquets Editores).
En estos días de no cambio y no bandazo (en la spanish neolengua) ver hasta qué punto se ha instalado entre las masas la convicción de que la derrota posible de ZP en el Congreso habría sido considerada sinónimo de catástrofe posible... me llena inevitablemente de pena por el género humano en su conjunto (porque sé que no se trata sólo del caso español). ¿No se dan cuenta estos pusilánimes mendicantes de lo que pasa? ¿Hará falta que les toque a ellos en carne propia para que puedan poner algo -su persona afectada- por encima de las Razones de Estado que el propio Estado reduce a un simple slogan y además negativo, propio de la ultimísima versión del diccionario de neolengua? ¿Se dan cuenta todos esos de que "por el momento" se han alineado en mayor o menor medida CONTRA las primeras víctimas (innecesarias e inútiles como siempre), que ya veremos hasta qué punto estarán dispuestas a luchar por ellos mismos... para volver a ser engañados? Esto, que de paso vuelve a demostrar el grado en que ya no hay lugar alguno para la revuelta del tipo que sea, me empuja a dejarle el mundo al mundo real... simplemente... porque cada vez lo siento menos mi mundo, que conste en acta.
(2) Puede observarse que este movimiento no refleja sino una nueva alternativa de carácter intelectual (aquí por mero productor de ideas, discursos, cultura...) que pone de nuevo en evidencia su idiosincrasia específica al margen de las variantes formales. Más allá de estas, se reiteran las argucias racionalistas que persiguen ese mundo mejor y bueno adecuado para el mantenimiento de sus intereses de grupo, realmente diferentes y hasta opuestos a los de los demás estamentos de la sociedad (lo que no descarta confluencias coyunturales que hasta pueden dar lugar a una u otra revolución, etc.) Se desmiente así la propia falacia que intentaron siempre defender como base de su mesianismo: su capacidad para representar a toda la humanidad.
Esto es algo indiscutiblemente presente en Marx y sus discípulos dirigentes, pero también en, por ejemplo, Adam Smith; y esto se ha reproducido claramente en Veblen, Keynes, Hayek, etc. Todos se han manifestado críticos (y esto vuelven a hacerlo los mencionados reformistas) en particular con la conducta empresarial y han justificado la proletaria y la pequeñoburguesa mediante la alienación, la confusión, la corrupción de la que acusan al "sistema", etc., y esto, ni más ni menos, porque los primeros son sus enemigos -si se me permite el eufemismo irónico- "de clase" mientras que los segundos constituyen su clientela a rescatar. Y es que mientras las conductas de las masas y de los que de uno u otro modo intengran el conjunto de las "clases dominantes" son pragmáticas o no ideológicas y se aferran al mundo inmediato buscando siempre el mejor paso siguiente en el mundo real, la intelectualidad insiste en la construcción e instauración potencial de un modelo lógico o racional, abstracto o formal, básicamente utópico, básicamente engañoso... que se les habría revelado mediante la ciencia y la lógica como el verdaderamente humano, cosmopolita.
Por otra parte, vale la pena recordar que todas las variantes del economicismo han servido inmejorablemente para ocultar los propios deseos de hacerse con el poder político "para cambiar el mundo".
(3) Veblen y, en este sentido también Marx, como paradigmas aquí de la intelectualidad a la que me refiero, acusaron al capitalismo de no favorecer la idea racional del Progreso sino alguna otra cosa. En el primer caso se señala el carácter inevitablemente depredador de la clase ociosa, en el segundo los límites de las relaciones de producción para el desarrollo de las fuerzas productivas; en el primer caso la Moral conservadora (y "depredadora") de los que dominan, en el segundo La Historia... Pero se trata sobretodo de excusas que enmascaran la ya mencionada voluntad de poder propia que se resguardaría, en el primer caso detrás de la laboriosidad del "soviet de técnicos" (Th. Veblen, Teoría de la empresa de negocios), en el segundo detrás de la "dictadura del proletariado". En los hechos, el crédito indiscutiblemente dio lugar a un acelerado desarrollo. Lo reconocieron ambos en común con el liberalismo atávico al que acusaban de autotraición. Pero tal vez fue Veblen, sin duda a tono con el grado que en su tiempo alcanzó el fenómeno (algo que hoy simplemente se repite, y por eso la famosa estampida hacia Minsky , Marx y Veblen que se produjo cuando estalló la subprime), quien más que otros señaló detalles ciertamente significativos de esta sociedad actual y de su genealogía, lo que lo hace especialmente fructífero (a la vez que útil para la construcción de posiciones como las de los reformistas, al menos los de algunos, que sin duda alguna quieren darle "todo el poder a los soviets"... "técnicos" y... moralmente afines, claro, come il faut). Al respecto todo el misterio de la artificialidad se encuentra para mí resumido en la siguiente frase: "En las modernas prácticas comerciales capital significa presunta capacidad de ganancia capitalizada" (Th. Veblen, op. cit., pág. 79; la negrita es mía, la cursiva es un entrecomillado de Veblen); las páginas que siguen lo desarrollan más abundantemente y se las recomiendo al que no lo admita o no lo deduzca por sí sólo.
Nótese mis coincidencias con Veblen en cuanto a que el dinero que se presta da lugar a un aumento acelerado de la actividad que de otro modo habría crecido más lentamente como poco, y en que sin duda esto constituye la base de la creciente artificialidad como los malos vapores abandonan las entrañas de este mundo mientras marcha. Esto lo han visto muchos hombres reflexivos de todos los tiempos... alzándose contra la artificialidad... aunque como si esta fuera un virus -o un influjo del Maligno- que pudiera ser expulsado de la sociedad o liquidado... pero cuyos resultados a fin de cuentas usufructuaban ellos mismos, por lo que a fin de cuentas la querían preservar... dejando sólo Lo Bueno... es decir, lo bueno para su propia idiosincrasia. En esta línea, lo que se suele convenir que es El Desarrollo, El Progreso, etc., no son sino lo que se define desde dentro, como parte colateral de su propia autocatálisis. Como esto lo vengo desarrollando (éste mismo es un capítulo más), remito a mis anteriores entradas así como prometo algunas más.
Yo sostengo, bastante más allá del parecido con el discurso intelectual racionalista de los mencionados y demás economistas, sociólogos, filósofos, científicos, etc., que se trata ni más ni menos que de un resultado de la Historia Humana en su conjunto (poderosos y sometidos, y también de los amantes del saber). Veblen, Webber, Mills, sin duda supieron ver el fenómeno de la burocratización de una u otra forma y hasta cierto punto, y en ese sentido observaron que esa burocratización llegaba hasta el seno mismo de la "empresa de negocios" y demás instituciones (Mills expuso como pocos el tema en el seno de la Universidad y del Ejército). Y sin embargo, ninguno se desembarazó del afán reformador o revolucionario que no podía sino conducir a la claudicación completa en caso de éxito (burocratizarse) o a la frustración suicida (dejo una respuesta relativa a este dilema en los últimos párrafos del presente artículo).
(4) "El viejo mundo de la piramidalización de la deuda en grado fraudulento no puede restaurarse, a pesar del rechazo de la Ley Glass-Seagall en 1999, que provocó conflictos financieros de interés cuando la Administración Clinton respaldó al secretario del tesoro Robert Rubin y al lobista financiero Greenspan en la idea de que los mercados financieros observarían la ley y se autorregularían. La burbuja inmobiliaria fue posible gracias al hecho único de que la población norteamericana salió de la II Guerra Mundial relativamente libre de deudas. Todas y cada una de las recuperaciones económicas se han hecho partiendo de un nivel cada vez mayor de deuda. Eso es algo parecido a tratar de conducir un automóvil con un pedal del freno más apretado cada vez que se encuentra un semáforo en luz roja (recesión). Ahora hemos llegado al límite de endeudamiento, y la economía está atenazada. (...) Todo eso es presentado como propio de una economía postindustrial. Pero el asunto es harto más viejo. Ninguna economía en la historia ha sido nunca capaz de saldar sus deudas. En eso consiste la "magia del interés compuesto". Las deudas crecen inexorablemente, haciendo ricos a los acreedores pero empobreciendo a la economía entera en el proceso, y así, destruyendo la capacidad de pago. Habiendo reconocido esa dinámica financiera, la mayoría de las sociedades eligió la respuesta más lógica. Desde los sumerios en el tercer milenio antes de nuestra era y los babilonios en el segundo, pasando por Grecia y Roma en el primero y luego la Europa feudal hasta la maraña de deudas y reparaciones interaliadas que desbarataron a las finanzas internacionales luego de la I Guerra Mundial, la respuesta ha sido siempre la de rebajar la deuda para acompasarla a la capacidad de pago del deudor." (Michael Hudson , traducido en Rebelión. Michael Hudson es ex economista de Wall Street especializado en balanza de pagos y bienes inmobiliarios en el Chase Manhattan Bank (ahora JPMorgan Chase & Co.), Arthur Anderson y después en el Hudson Institute. En 1990 colaboró en el establecimiento del primer fondo soberano de deuda del mundo para Scudder Stevens & Clark. El Dr. Hudson fue asesor económico en jefe de Dennis Kucinich en la reciente campaña primaria presidencial demócrata y ha asesorado a los gobiernos de los EEUU, Canadá, México y Letonia, así como al Instituto de Naciones Unidas para la Formación y la Investigación. Distinguido profesor investigador en la Universidad de Missouri de la ciudad de Kansas, es autor de numerosos libros, entre ellos Super Imperialism: The Economic Strategy of American Empire.)
(5) En las páginas que Nietzsche dedicara a las cuestiones transaccionales (préstamos/deudas; cuyas referencias genealógicas debo señalar que no comparto por entero) cupo la siguiente mención al caso egipcio que sin duda refleja la idiosincrasia del ser humano: "ni siquiera en el sepulcro encontraba el cadáver del deudor reposo ante el acreedor" (F. Nietzsche, La genealogía de la moral, Alianza, Bolsillo, Madrid, 2006, pág. 105). Recomiendo en todo caso su lectura en la medida en que como dije, la idiosincrasia humana queda indudablemente retratada (Nietzsche aspira aquí, como siempre, a una superación del hombre mediante la aparición de una nueva especie... En fin, otro sueño con el que apaciguar las penas... ante el que pudo ceder la impaciencia, la ingenuidad y la confianza ciega en la propia lógica hasta llegar a ser desaprensivo. Como se puede deducir, hablo de Hidegger, pero apunto tan atrás en esta estirpe como para incluir en esta caracterización particularmente a Aristóteles).
Y aclaro algo más nuevamente: no me sumo al coro que dice que "el dinero es necesario" o "indispensable" en términos absolutos, ni a de los que puedan clamar en sí mismo contra la injerencia del Estado en esta o en cualquier materia o "en general". Símplemente entiendo que el dinero y el crédito, públicos o privados, legales o ilegales, blancos, negros o lavados... son partes inseparables de esta sociedad en tanto es una sociedad compleja, multidunidaria y fragmentada (y en particular jerarquizada). Se trata pues de un hecho (y de una dinámica que tiende sin duda hacia la desaparición del dinero por el crédito, o sea, hacia una aún más extrema artificialización). De ahí que parcialmente, como pretenden los reformistas en cuestión aquí, no se puede simplemente reformar, y que por ello su proyecto sólo podría permanecer en el plano de las utopías irrealizables o conducir a una dictadura oscurantista de fines moralizadores, para mí al menos tan repugnante como cualquiera de las tantas que hemos conocido en la Historia.
(6) Una solvente, documentada e interesante panorámica de la economía soviética en tiempos previos a la caída del muro lo aportó con sutiles perspectivas (en apariencia demolidas con el muro, pero, a mi criterio, subyacentes y en todo caso aletargadas), Cornelius Castoriadis en Ante la guerra (Tusquets Editores).
No hay comentarios:
Publicar un comentario