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Es obvio que aquí el problema no es pues otro que el de la falta de una referencia superior que avale nuestros juicios, algo que de hecho sólo parece responder a la necesidad de justificar nuestra propia pulsión dominadora sobre los demás, una contradictoria tendencia a quedarnos solos en el mundo, como Dios, salvo en lo que respecta a una masa dispuesta a responder a todos nuestros designios. La leyenda de Midas y Sileno, podría en este sentido leerse también como un intento de poner al dios al servicio de nuestra justificación: prisionero del hombre, el dios revelaría la verdad que a cada cual más le conviniese. No podía ser otro el mezquino objetivo de Midas, a quien no hay razón para atribuirle el deseo de verdad que según Aristóteles nos caracterizaría a todos (con vistas en realidad a etiquetar a buenos y malos según su propia conveniencia).
Sin duda, decir que el mundo es artificial (o que es "un espectáculo" -como eligió decir Debord, y al margen de sus propias conclusiones, racionalistas aún, que no comparto precisamente por serlo, esto es, por ser idealistas y autoengañosas-) no deja de ser algo del mismo porte que decir que es material y que como tal existe desde siempre, es decir, de pretender dar una característica inmutable, sustancial, inamovible, no sujeta a desaparición, del mundo o de la Realidad; algo que al hombre le importa para sentirse más seguro y que nace de la experiencia básica de que día tras día sale el mismo sol. Caso contrario, hay que suponer que en un momento dado, alguien o algo lo artificializó. Evidentemente, estas dos opciones (eternidad/emergencia) no admiten otra cosa... desde una manera de pensar que se da a su vez por sustancial e incontestable, la lógica puramente humana, claro... Por tanto (siempre en la misma convicción o desde el mismo enfoque), no queda sino el punto de partida ontológico (sin el cual, no hay epistemología que pueda reclamarse como algo más que un sortilegio) y la extrapolación metafísica para que el discurso pueda resultar, por una parte internamente coherente y comunicador, por otra capaz de darnos más seguridad en la marcha de la supervivencia adaptativa que se nos impone a pesar de la conciencia y de su imperfecta pretensión reflexiva, la que sin éxito Wittgenstein recomendó circunscribir o, equivalentemente, perfeccionar.
En El mundo invertido de Christopher Priest (reitero, insisto...), el mundo se invierte repentinamente para un grupo de científicos y técnicos, sin que nadie atine a encontrar una solución que los devuelva a la anterior realidad... Es más, la nueva realidad en la que han sido atrapados, los obliga a descartar cualquier alternativa que no sea mantenerse en ella. Así, a pesar de que desde un principio se atribuye el fenómeno a la realización de un experimento que habría producido aquella nefasta consecuencia, se determina racionalmente (se sabe a ciencia cierta que así fue) que ello es consecuencia inexplicable y accidental del mismo, lleva a que se atine sólo a procurar sobrevivir en las nuevas condiciones, adaptándose a ellas sin otra opción que la esperanza de algunos por ser rescatados desde fuera alguna incierta vez... En definitiva, el grupo, que con el tiempo crece y reproduce de manera cada vez más compleja la nueva sociedad y una la cultura apropiada a las circunstancias, permanece atrapado en la situación producida... so pena de desaparecer.
Algo así pasa en realidad con el mundo en el que viajamos todos y en el que, desde que comenzó la Historia, las cosas sólo cambian... para que todo siga igual (es decir, para que sigan igual las estructuras de dominio grupal en las que se suceden algunos mientras otros se quedan fuera -algo que a su vez responde a diversas facetas de la misma cosa: la propia dinámica de la reproducción cuyo único límite puede hallarse en el caos y el colapso-).
to be continued...
(Nota: he introducido el tema de la artificialidad especialmente aquí y aquí, e incluso aquí, dando descripciones concretas tomadas de los tiempos que corren y del entorno cercano. Asimismo discutí más teóricamente cuestiones vinculadas en este artículo más amplio en donde no por nada reitero y resumo la vuelta a mencionar aquí leyenda del Rey Midas. No es sin embargo las únicas veces en que el tema aparece: casi es el Tema de este blog en su conjunto yen donde abundan los casos concretos, políticos y cotidianos, que ponen mi enfoque en el tapete, lo que a la luz de los hechos posteriores (y aún no se ha cerrado el capítulo actual que empezara con el voto a Zapatero -ver artículos de 2007-) me permiten decir, como señalé en el adendum a este mencionado post: "no puede ser casual..." De todos modos, el Tema será vuelto a tratar en la figura de los iconos vigentes y en un post que por fin se centrará en uno de ellos: la cuestión de la existencia o no de ideologías fuera de las interpretaciones intelectuales propiamente dichas y de las falsas referencias de la burocracia en relación a sus slogans. Y por fin, a caballo de la polémica Rorty/Habermas, de los datos de los tiempos de la fundación del intelectual modernos que nos ofreciera ampliamente Biagioli en su Galileo... y de un repaso de las casi insuperables intuiciones nietzscheanas... intentaré explicar lo que aquí queda enunciado en el primer párrafo: por qué "no se me ocurriría basarme tampoco en ello para obtener para mi propio discurso y mi propia narración el derecho a la verdad incondicional" y en qué bases ontológicas me apoyo para tomarme "el derecho de defender esta narración" más allá de las elecciones aparentes de enfrentarme "efectivamente a la marcha de las cosas con las que me permito no comulgar y que por ello evito con pretensiones de legitimidad" y de las encontradas evidencias que otorgarían (como parece suceder de costumbre) a "esa narrativa (...) dar cuenta de la maduración progresiva que experimenta la marcha de las cosas y vaticinar unos resultados que se vislumbran de manera cada vez más evidente".
Entonces, el círculo se habrá cerrado y sólo... se podrá dejar que comience a circunvalarse a sí mismo.)
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