lunes, 17 de mayo de 2010

De la "artificialidad" como incondicional o "Había una vez..." un mundo "invertido" (7)

La artificialidad en el mundo (mejor que del mundo) es, sin duda una manera de decir y concretamente de calificar. Y como todo calificativo y toda denominación o asociación lingüística, sólo puede significar algo en relación al menos con lo contrario (y en realidad, si se me permite afirmarlo, cosa que me permitirán mis pares, como se animaría a sostener Rorty... sin otro basamento que sus autoasumidas -y en paralelo por sus pares aceptadas- buenas intenciones cosmopolitas). Sin duda, cabría no decir más nada; pero así, callar acerca de lo que no se podría hablar... sería callar del todo. Cabría también decir, a tenor de que lo artificial se deja ver por todas partes mientras que lo opuesto -sea lo que ello sea- no parece tomar forma concreta alguna para nuestros sentidos (tomados como referencia, porque de lo contrario, si se parte de la base de que nos engañan... todo se complicaría más), que sólo existe artificialidad, y que por tanto, no sirve de nada ese calificativo. Sin embargo, podemos decir dónde se encuentran los opuestos a la artificialidad: están todos en los sueños filosóficos e incluso seudofilosóficos o místicos, del hombre, esto es, en los productos de la imaginación humana, tal vez incluso tan sólo como construcción contraria a la realidad. Al menos, esto resulta muy coherente, aunque no se me ocurriría basarme tampoco en ello para obtener para mi propio discurso y mi propia narración el derecho a la verdad incondicional (como Habermas a su vez hace a diferencia de y en contraposición a Rorty). Tan sólo me tomo el derecho de defender esta narración en tanto se enfrenta efectivamente a la marcha de las cosas con las que me permito no comulgar y que por ello evito con pretensiones de legitimidad, y en tanto esa narrativa me permite dar cuenta de la maduración progresiva que experimenta la marcha de las cosas y vaticinar unos resultados que se vislumbran de manera cada vez más evidente.

No obstante, si todo lo real se considera artificial, o innecesario, o absurdo... como se prefiera... el propio calificativo puede parecer también no tener sostén. Es más, esa falta de sostén se extendería hasta la totalidad de los lenguajes con los que se dice ya que nos podemos comunicar en definitiva sin límites (Rorty), ya que podríamos dar, antes o después, la verdadera descripción del mundo (Habermas). En cualquiera de los dos casos, usurpando nosotros mismos (tras haber sido inventado por nuestros ancestros de cuya conducta deberíamos responsabilizarnos en la medida en que conservamos sus mismas pulsiones y necesidades) el lugar de Dios (al que se supone que antes habríamos matado, es decir, dado antes por vivo y no por inventado). Cabe pues que se me diga que esto mismo es lo que hago al atreverme a dar, prima facie a pesar de mi discurso, al insistir incluso, en considerar la artificialidad del mundo de esa manera, es decir, de manera indiscutiblemente incondicional.

Es obvio que aquí el problema no es pues otro que el de la falta de una referencia superior que avale nuestros juicios, algo que de hecho sólo parece responder a la necesidad de justificar nuestra propia pulsión dominadora sobre los demás, una contradictoria tendencia a quedarnos solos en el mundo, como Dios, salvo en lo que respecta a una masa dispuesta a responder a todos nuestros designios. La leyenda de Midas y Sileno, podría en este sentido leerse también como un intento de poner al dios al servicio de nuestra justificación: prisionero del hombre, el dios revelaría la verdad que a cada cual más le conviniese. No podía ser otro el mezquino objetivo de Midas, a quien no hay razón para atribuirle el deseo de verdad que según Aristóteles nos caracterizaría a todos (con vistas en realidad a etiquetar a buenos y malos según su propia conveniencia).

Sin duda, decir que el mundo es artificial (o que es "un espectáculo" -como eligió decir Debord, y al margen de sus propias conclusiones, racionalistas aún, que no comparto precisamente por serlo, esto es, por ser idealistas y autoengañosas-) no deja de ser algo del mismo porte que decir que es material y que como tal existe desde siempre, es decir, de pretender dar una característica inmutable, sustancial, inamovible, no sujeta a desaparición, del mundo o de la Realidad; algo que al hombre le importa para sentirse más seguro y que nace de la experiencia básica de que día tras día sale el mismo sol. Caso contrario, hay que suponer que en un momento dado, alguien o algo lo artificializó. Evidentemente, estas dos opciones (eternidad/emergencia) no admiten otra cosa... desde una manera de pensar que se da a su vez por sustancial e incontestable, la lógica puramente humana, claro... Por tanto (siempre en la misma convicción o desde el mismo enfoque), no queda sino el punto de partida ontológico (sin el cual, no hay epistemología que pueda reclamarse como algo más que un sortilegio) y la extrapolación metafísica para que el discurso pueda resultar, por una parte internamente coherente y comunicador, por otra capaz de darnos más seguridad en la marcha de la supervivencia adaptativa que se nos impone a pesar de la conciencia y de su imperfecta pretensión reflexiva, la que sin éxito Wittgenstein recomendó circunscribir o, equivalentemente, perfeccionar.

En El mundo invertido de Christopher Priest (reitero, insisto...), el mundo se invierte repentinamente para un grupo de científicos y técnicos, sin que nadie atine a encontrar una solución que los devuelva a la anterior realidad... Es más, la nueva realidad en la que han sido atrapados, los obliga a descartar cualquier alternativa que no sea mantenerse en ella. Así, a pesar de que desde un principio se atribuye el fenómeno a la realización de un experimento que habría producido aquella nefasta consecuencia, se determina racionalmente (se sabe a ciencia cierta que así fue) que ello es consecuencia inexplicable y accidental del mismo, lleva a que se atine sólo a procurar sobrevivir en las nuevas condiciones, adaptándose a ellas sin otra opción que la esperanza de algunos por ser rescatados desde fuera alguna incierta vez... En definitiva, el grupo, que con el tiempo crece y reproduce de manera cada vez más compleja la nueva sociedad y una la cultura apropiada a las circunstancias, permanece atrapado en la situación producida... so pena de desaparecer.

Algo así pasa en realidad con el mundo en el que viajamos todos y en el que, desde que comenzó la Historia, las cosas sólo cambian... para que todo siga igual (es decir, para que sigan igual las estructuras de dominio grupal en las que se suceden algunos mientras otros se quedan fuera -algo que a su vez responde a diversas facetas de la misma cosa: la propia dinámica de la reproducción cuyo único límite puede hallarse en el caos y el colapso-).


to be continued...

(Nota: he introducido el tema de la artificialidad especialmente aquí y aquí, e incluso aquí, dando descripciones concretas tomadas de los tiempos que corren y del entorno cercano. Asimismo discutí más teóricamente cuestiones vinculadas en este artículo más amplio en donde no por nada reitero y resumo la vuelta a mencionar aquí leyenda del Rey Midas. No es sin embargo las únicas veces en que el tema aparece: casi es el Tema de este blog en su conjunto yen donde abundan los casos concretos, políticos y cotidianos, que ponen mi enfoque en el tapete, lo que a la luz de los hechos posteriores (y aún no se ha cerrado el capítulo actual que empezara con el voto a Zapatero -ver artículos de 2007-) me permiten decir, como señalé en el adendum a este mencionado post: "no puede ser casual..." De todos modos, el Tema será vuelto a tratar en la figura de los iconos vigentes y en un post que por fin se centrará en uno de ellos: la cuestión de la existencia o no de ideologías fuera de las interpretaciones intelectuales propiamente dichas y de las falsas referencias de la burocracia en relación a sus slogans. Y por fin, a caballo de la polémica Rorty/Habermas, de los datos de los tiempos de la fundación del intelectual modernos que nos ofreciera ampliamente Biagioli en su Galileo... y de un repaso de las casi insuperables intuiciones nietzscheanas... intentaré explicar lo que aquí queda enunciado en el primer párrafo: por qué "no se me ocurriría basarme tampoco en ello para obtener para mi propio discurso y mi propia narración el derecho a la verdad incondicional" y en qué bases ontológicas me apoyo para tomarme "el derecho de defender esta narración" más allá de las elecciones aparentes de enfrentarme "efectivamente a la marcha de las cosas con las que me permito no comulgar y que por ello evito con pretensiones de legitimidad" y de las encontradas evidencias que otorgarían (como parece suceder de costumbre) a "esa narrativa (...) dar cuenta de la maduración progresiva que experimenta la marcha de las cosas y vaticinar unos resultados que se vislumbran de manera cada vez más evidente".

Entonces, el círculo se habrá cerrado y sólo... se podrá dejar que comience a circunvalarse a sí mismo.)


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