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viernes, 5 de septiembre de 2014

¿"Democracia" es lo que quiere "el pueblo"?


En 1852, Tocqueville sostuvo con la intensión de quedara claro para siempre que "la Revolución no se hizo para conquistar la libertad" (El Antiguo Régimen y la Revolución). Sirvió de poco, quizá como siempre servirá de poco dejar un des-cubrimiento a la posteridad… Hoy su figura y su nombre se han sacralizado y selectas frases de su pluma se esgrimen para fines con los que probablemente no se habría sentido muy cómodo sino aún algo peor. Y pese a todo, cuando se "describe" un hecho formalmente "revolucionario" (con interesada grandilocuencia sin duda) se desliza sin tapujos la idea de que tal movimiento lo que pretende es conquistar "La Libertad".

Yo en cambio sostengo, con Tocqueville, que lo que se pretende siempre, ¡en todos los casos!, por parte de los "pueblos" (como se llama a la mayoría de un país o del mundo cuando se aglomeran en torno a "reivindicaciones políticas y sociales" plasmadas en unas u otras consignas neoizquierdistamente bendecidas es… el reparto o redistribución a su favor del botín que resulte del reemplazo. Y si antes, para la vieja izquierda, se requería un cierto rigor en las consignas… hoy se entiende que eso "es lo de menos"… ¡Y vaya si tienen razón los que actúan según este criterio, porque el botín será repartido y redistribuido de cualquiera de las formas después de la batalla… en concreto entre los participantes de arriba hacia abajo y hasta donde queden al final migajas!

De ahí que todos, ¡todos!, los partidos que se forman para convocar al "pueblo" a secundarlos… no tengan necesidad alguna de comportarse "democráticamente" ni de ofrecer "más democracia" salvo como recurso retórico, rindiendo tributo a "los maestros" (a ser posible a sus últimos discípulos), como pura rémora legitimadora, en todo caso, porque así lo dictan los "buenos modales", pero nada más (aunque incluso esto está cambiando en ese "renovarse o morir" de la camarilla ilustrada del momento, como se puede ver hoy en día bajo la batuta del chavismo y aún más de Maduro en Venezuela, cuando organiza esos nuevos rituales en los que se mezclan formas litúrgicas y pajaritos portadores del alma y/o el mensaje del Gran Timonel).

De ahí que el juego de la representatividad se lleve a cabo entre camarillas que se parecen cada vez más en las conductas. Y de allí que las masas comiencen a pensar en un posible "buen hombre" que piense más en ellos ("el pueblo") que en sus bolsillos, los de sus familiares y más dilectas amistades… Un "hombre bueno", un "santo", que ponga en primer plano "Una Moral" de hierro, profundamente "religiosa"… Esto está dando por ahora pantomimas penosas, como la protagonizada por Maduro y sus se-cuates (que son muchos, cuidado), pero también puede adquirir formas más "serias" y más "trágicas"… Y puede que entre ellos acabe el mundo adecuadamente repartido… ¡y con "los pueblos" convertidos en ganado!

Próximo a su muerte, con todo el bagaje que acopia un auténtico escritor a lo largo de su vida de visualización radical, como en cierto modo ya he denominado a esta conformación del escritor auténtico en mi artículo sobre Kafka, Flaubert puso en boca de sus personajes póstumos lo siguiente, que es sin duda una buenísima aproximación a la raíz de las cosas (a mi modo de ver):

"… el Pueblo acepta a cualquier tirano con tal de que le deje meter el hocico en la olla…" (Gustave Flaubert, Bouvard y Pecuchet, final del capítulo VI).

Sin duda: dan ganas de "irnos al fin del mundo" (íbid.) ; aunque allí las cosas, como ya hemos descubierto, son iguales.



martes, 20 de enero de 2009

A propósito de sensibilidades... y servidumbres voluntariamente elegidas


Cada uno lleva a flor de piel una sensibilidad particular que podría equivaler a la del olfato ante diferentes perfumes y olores... lo que, incluso, por qué no, podría dar lugar a la atracción hacia la sangre recién vertida o las heces aún tibias sobre el asfalto (lo que no tiene por qué acontecer en el campo de batalla).

En fin, ironías más o menos duras aparte, puede comprobarse el aserto justamente en estos días, en que una pléyade de indignados ha salido de sus casas a vociferar en plena calle (siempre unos más que otros y algunos hasta extremos, como se dice... inconfesables) contra un supuesto, mejor dicho INVENTADO genocidio (INVENTADO, sí, porque de genocidio no tiene nada o, en todo caso, tiene la fantasía; una del mismo estilo que la que pocos pueden decir que no han abrigado cuando se les pasara por la cabeza, alguna vez al menos, matar al propio padre. INVENTADO, sí, porque los israelitas en general, en todo caso no más ni menos racistas que los españoles blancos, o los franceses blancos, etc., no tienen el menor problema en contratar palestinos árabes por un salario... siempre que no lleven bombas atadas al cuerpo).

En fin, retornando al núcleo del tema aunque sin alejarme demasiado del ejemplar ejemplo, me pregunto: ¿a qué perfume son sensibles los olfatos de esos vociferantes? Porque no podrán negar ellos mismos, ni nadie que sea sincero, que su fervor fue poco menos que nulo hasta estos días (o mejor dicho, entre los inicios de la ofensiva contra Sadam y la de actual contra Hamas), es decir, ante lo que pasara en el Congo, en Sudán, en las cárceles de Irán o de Cuba, ante el propio y sistemático bombardeo sin precisión alguna que Hamas practicaba sobre territorio judío, por poner un puñado de ejemplos... No podrán negar, en fin, que en eso venían repitiendo una larga tradición "de izquierdas", como se dice popularmente con más o menos rigor, que explocionaría con la descolonización y el asociado sentimiento de culpa europeo... ¡El olfato sensible de "las buenas conciencias" que se sienten "la conciencia de la humanidad"... y no dejan de soñar con empujar un día el carro del horror y del terror "revolucionarios" en nombre de su propia utopía, sueño que al parecer tiende a tener cada vez menos significación... para asumir su forma real de golpe de Estado e incluso de "triunfo electoral" obviamente manipulado!

¿O es que percibían en la intimidad tales buenos sentimientos en relación a esos "dolorosos acontecimientos" por no tener quién los convocara, como ahora, a salir en manifestación explícita?

¡Oh, sin duda también habrá de esos! Sin duda existe una sensibilidad real en contra de los horrores de la guerra, en contra de la violencia, en contra del espíritu de dominación de unos hombres sobre otros, en contra, en fin, de la naturaleza humana... aunque tal vez sea muy poco operativa y por supuesto nunca en la dirección en que muchos creen responder a ella.

¿O no es así?

Además, siempre habrá atenuantes que los ayudan a superar el mal trago. La Razón, a fin de cuentas "de Estado", "política", siempre las encontrará cuando otras cosas les resulten más... ¿sensibles?

Muchos, por ejemplo, ponen a la injusticia por encima de todo y comprenden en su nombre las respuestas agresivas del más débil. Incluso cuando hace un uso torticero de la violencia (??), digamos que lo que se llama cobardía, como es la de matar a traición, la de poner una bomba en cualquier sitio, la de elegir a esos que llamamos "inocentes" y ellos "carne de cañón" y "mayorías silenciosas" que deben ser "agitadas" y en todo caso "castigadas" por "razones morales", como hiciera Dios con Sodoma y Gomorra, ellos, sus expresiones corporizadas en la Tierra... o utilizar niños y población vulgar en general como escudos humanos, algo que indudablemente es más barato, es decir, que está al alcance de "los más débiles", como Sadam o Hamas, a fin de cuentas... ¡todo un estilo...! (al margen de que se justifique por "razones más elevadas" de índole religioso, como se puede apreciar en el sitio relacionado). Y, esto último, especialmente efectivo si la hipocresía extrema lo permite como propaganda y los fines más elevados de la religiosidad lo autorizan, sea la islámica, sea la racionalista de esos occidentales prototípicos que, por qué no, soñarán con "hermanos musulmanes" hasta la misma noche en que los pasen a ellos también a cuchillo... o los cuelguen de una grúa... ¡ay, Zerolo, qué mamonaso eres, tú, entre tod@s!

¿Acaso no lo saben? Tal vez algunos se nieguen a saberlo pero, sobretodo, hay razones "de Estado" o "estratégicas" para ignorarlo, incluso para silenciarlo con voces más airadas e intempestivas. La debilidad aparente justifica que se favorezca que la ayuda que la pueda hacer fuerte, es decir, capaz de llevar a cabo el genocidio que ella sí propugna, como se ha podido escuchar en muchas manifestaciones callejeras, ¡no digo en Irán o Siria, Pakistán o Indonesia, sino, por ejemplo... ¡en plena Holanda donde se pedía ni más ni menos que "gas" para los judíos!

¿Más evidencias de que lo que se pedía, al margen de lo que digan unos cuantos carteles, no era La Paz sino Otra Guerra?

Claro que no son los únicos espíritus sensibles. Ni siquiera al horror. Aunque tengan reacciones diferentes, lo que pone en tela de juicio adicionalmente que lo principal en el hombre sea la sensibilidad pacifista. Lo demuestra y no lo contrario, lo que sucede en la acera de enfrente, entre los que son especialmente sensibles a hipocresías en última instancia similares, concretamente a "la democracia" y a "la libertad" (obviamente... a su versión "occidental").

Claro que, digo yo, por qué no van a tener, ellos también, derecho a ser hipócritas. ¿Por qué no van a tener el derecho de no sólo defenderse sino también incluso de atacar? Con todas las armas que les permita su propia sensibilidad, en ese sentido mucho menos sanguinaria sin duda que la des sus contendientes, apenas guiada por un racionalismo que busca la máxima eficacia y precisión inclusive cuando arroja bombas siendo que se lo permite la propia conquista del bienestar alcanzado y la propia manera en que puede continuar desarrollándose. Porque esa es la causa de que se pueda y se prefiera actuar así, porque su prosperidad está basada en una manera diferente de la de los otros de dominar a los demás. Una manera no bárbara, "civilizada" si se quiere, como ha sido bautizada por la historia... ¡qué le vamos a hacer si es así de real!

Pero, con todo y después de todo, su mundo sigue parámetros similares al de los otros y en cierto modo también está más en El Cielo que en La Tierra. Porque en ambos se ponen las propias vidas al servicio de sus propios congéneres que, ellos sí, saben ser poderosos en el presente y en el mundo real gracias a ellos.

Por eso, ¿quién tiene la potestad de condenar a unos y reivindicar a los otros? ¿Quién puede atribuirse la facultad de juzgar con objetividad y decir que deban luchar sin hacer uso de todas las armas al alcance de cada quien incluyendo mentira?

Yo entiendo que en apariencia (y "el derecho" lo es como producto formal) todos estarían en su derecho (teórico) de luchar por la concepción propia del mundo que, como todas, tiene la voluntad mayor o menor de imponerse a todo el mundo. Pero, como creo que unos contra otros luchan en realidad por el encumbramiento de sus propios jefes, yo, en todo caso, como podría hacer cualquiera, me adjudico el derecho de poner en entredicho, tan sólo, justamente ese punto, es decir, que no sepan por qué ni en beneficio de quiénes lo hacen; que no sepan ni quieran saber que marchan al son de otros hombres de su misma sangre en nombre de su propia servidumbre, de la la servidumbre "libremente" elegida (¡vale: en sentido relativo, como puede verse a continuación!) por los unos o los otros. Y eso determina mi propio compromiso... aunque esto es otra historia y, en este punto, secundaria.

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Nota: aquí entre otros sitios pueden verse más cosas relacionadas, o buscando en google adecuada e interesadamente.

miércoles, 7 de enero de 2009

Contramanifiesto inútil para seguir en solitario

Unos apuntes más a cuento de lo que pasa en el mundo y cada vez más cerca y sonoramente a la manera de un...


Contramanifiesto Antiburocrático No Convocante:

Lo que está detrás de la respuesta israelí en Gaza (pero no sólo ni de lejos) pone claramente de manifiesto que los ideales liberales y los democráticos han sosobrado en su propia ingenuidad e inoperancia, tanto con relación a sus fines declarados como a los implícitos que por vergüenza propia no pueden reconocer. Nada como el aprovechamiento llevado a cabo en estos últimos años y cada vez más reiterado y productivo (para sus decididos usuarios) de las vías de acceso democráticas al poder por facciones que en épocas lejanas, pero aún referenciales de un lenguaje hoy un tanto moribundo, habrían sido consideradas hasta por ellos mismos como lisa y llanamente facinerosas, criminales, deshonestas, etc.

Esos ideales, que cada vez más ostensiblemente van quedando al desnudo, escondían los deseos de libertad de una parte de la población del mundo y eran vistos por ella como la vía no violenta para su acceso al poder, sin duda socialmente más cómoda, económicamente más barata e intelectualmente más satisfactoria... de cualquier forma tan idílica como la del acceso por la vía de la violencia, al menos para ellos, occidentales de buena conciencia y tributarios del racionalismo y la greicidad infantil e ingenua en retirada. Todo lo cual está cada vez más sumido en el fracaso y la frustración, sosteniéndose sólo por inercia, inocencia o impotencia, incluso, si acaso, por pusilanimidad.

Desde hace tiempo ya, estos métodos han sido los más productivos para los grupos de profesionales de la política que pudieron y supieron organizarse en partidos a escala empresarial, aliados en mayor o menor medida y siempre de manera coyuntural a unos u otros grupos sociales y no dudando en corromper a cuantos otros o a cuantos individuos fuera necesario, todo con la única fidelidad a sus fines de poder (lo que Maquiavelo consideraba condenatorio).

Integrados todos esos "políticos" en una enorme red de redes piramidales dentro de las cuales la lucha puede llegar a ser feroz, descarnada y oportunista, en la que también como hacia "afuera" todo vale, especialmente la traición y la falta de principios estables de cualquier índole, acabaron por repartirse todo el territorio del mundo con el beneplácito de masas populares e intelectuales más o menos engañadas, corrompidas y domesticadas a los que se les promete uno u otro paraíso y se vuelve una y otra vez a engañar, en el extremo mediante simples sustituciones de personas y el remozamiento de organizaciones que cambian de nombres y de colores en cuanto se hace necesario; todo en nombre de la paz y la certeza, el miedo a lo desconocido y la comodidad inercial de la esperanza.

La historia humana ha conseguido producir ese fenómeno antes reservado a malhechores individuales llegando a producir esos grupos y hasta estas sociedades dedicadas a hacer daño en su propio beneficio.

No creo que exista ya alternativa para los hombres libres con cuyo perfil básico me identifico irremediablemente (aunque no haya nada que los avale fuera de sus propios valores) ya que no queda espacio ni recursos para revueltas que no acaben en manos similares (eso ya pasó tras la Revolución Francesa, ese fue el resultado directo de la toma del poder por bolcheviques y formaciones similares; lo que pone de manifiesto que lo idílico viene resistiendo desde los primeros tiempos de borrachera intelectual) ni, al menos por ahora, existan territorios donde podamos refugiarnos (en ciertos sitios permitiendo que sobreviva la ilusión de "actuar" y en otros restringiéndola explícitamente).

Nuestra única esperanza, una esperanza ciertamente pírrica, es que esos grupos de malhechores tropiecen unos con otros y con su propia inutilidad para gobernar bien hasta acabar colapsando. En cierto modo es la mía, aunque la perspectiva me asusta e institivamente la prefiero lejos.

¡Ay, sí...!; a fin de cuentas, nos vemos arrastrados, no niego que por melancolía, frustración e impotencia, a confundir nuestros deseos con los que en otros tiempos predicaban fantásticos apocalipsis depuradores de la raza. Aunque, en honor a la convicción que me asiste, he de aclarar que no creo que la raza deba o sea capaz de depurarse suficientemente... ya que entiendo que eso haría inviable la propia vida real, que por ser como es ha conseguido perdurar, hacerse cada vez más compleja y, hasta ahora, producirnos como somos; es decir, contradiría la vinculación indiscutible con lo que nos precedió y nos conformó; lo que podríamos llamar su naturaleza.

¡Ya le gustaría al hombre estar por encima de las servidumbres de la vida y superar a Sísifo! Pero eso... me parece imposible salvo en sueños y fantasías. Aunque tampoco tengo, no lo tiene ningún individuo de nuestra especie, atributos que le permitan o le den el derecho de garantizar futuros o negar posibilidades...

¡Y ya le gustaría ser capaz de heroismos sólo posibles perdiendo la razón, lo que de voluntario nada tiene!

En cualquier caso, estoy bastante seguro de que no llegaré a ver, en lo que me queda de vida, ni más ni menos que lo mismo, lo que, al menos, si las cosas no empeoran demasiado y dejando de lado enfermedades monstruosas y accidentes poco efectivos, podrá darme una vejez occidental y una muerte estilo siglo XXI, a diferencia de lo que les esperarán según me temo a una u otra de las generaciones venideras, y lo que muchas anteriores e inclusive actuales tengan o hayan tenido en muchos sitios.

Entretanto, sólo puedo vivir sin poder actuar ni por miedo ni por esperanza, preso de la inutilidad de huir por saber que no hay a dónde, condenado a no convocar ni a acudir a las convocatorias, condenado a la impotencia pero no a la resignación, condenado a la supervivencia pero no a la sumisión, condenado al egoísmo torturante hasta en la defensa de mí mismo.

domingo, 4 de enero de 2009

Crisis en Occidente, Crisis de Occidente

Justificaciones previas:

En estos últimos tiempos, me he visto inmerso en una vorágine a la que me lleva empujando mi propio blog y la mayoría de sus entradas (cosa que estaba en el fondo de mis intenciones) y lo que iba a ser un post, de todos modos "de los míos", se está convirtiendo en un ensayo de vastas pretensiones. Día sí y otro también, no consigo convencerme de su sentido y de sus posibilidades. Lo cierto es que no puedo dejarlo y ello debe estar determinado por mi idiosincrasia, en el fondo, común en varios aspectos con la de tantos otros, tanto en lo bueno o rescatable como en lo malo o abominable. Lo que sigue vendría a ser lo que creo que quedará más o menos así como primer capítulo. Si ayuda a pensar, si me ayuda con vuestros comentarios, generales o puntuales, habrá sido al menos útil desde el punto de vista de la comunicación, que ya es algo que podrá servirnos de una u otra forma en el futuro. En cualquier caso, sirva esto para explicar mi silencio y mantener viva esta llama.










I - El mundo de “La Crisis” y “La Caverna” de las consideraciones.

“La Crisis”, aunque tenga un alcance global, es en muchos sentidos cosa de Occidente y en primer lugar del Primer Mundo. La situación, que los historiadores y periodistas equiparan con otras pasadas de las que la gente del presente no tenemos experiencia directa, como la “crisis de 29” o el “terremoto de Lisboa”, han puesto al Primer Mundo ante la orfandad y el desamparo, mostrando el carácter aparente, pretendidamente conceptual, de las sociedades de las que nos quejamos muchos aunque en última instancia nos amparen (y lo hacían, por lo que ahora lo añoremos y exijamos). Detrás de esto, no nos queda sino reconocer que el ser humano sigue perteneciendo a la misma dimensión o, si se prefiere en los términos del escalonado descrito por Maynard Smith, al mismo hito; el hito en el que lo situara Nietzsche más allá del cual el filósofo pretendía tender. Tal vez una “era” en un sentido antropológico que se iniciara con la entrada del homo sapiens en el sedentarismo, la agricultura y la escritura y donde, comenzara a edificar una cultura y se comenzara a desarrollar una “sociedad” digna de ese nombre, una civilización, o, en los términos usados como sinónimo por Spinoza, un Estado. Una “era” durante la cual la humanidad se ha agrupado en “sociedades jerárquicas” para encarar con más posibilidades de éxito su irresistible ambición dominadora, aceptando con tal fin la servidumbre del grupo como el “mal menor”, en la expresión también debida al filósofo judeo-holandés, algo que, al menos de hecho, todos hasta hoy seguimos y aún habremos de seguir haciendo.

En este cuadro amplio pero elucidatorio se inscribe a mi criterio la presente situación; en absoluto nueva salvo por las formas y las referencias que manejan sus actores. Y ello me hace preguntarme si alguna vez se verá “el hombre” libre de esa situación que precisamente llevó a Spinoza a afirmar que “el hombre se puede llamar esclavo más bien que libre” (“Tratado político”, Alianza Editorial, El libro de bolsillo, Madrid, 2004, pág.102). Y es desde este retorno a la base como creo que pueden comprenderse la situación actual del mundo y las conductas de todos sus actores.

Y es que, a pesar de que “como todos desean ser los primeros, llegan a enfrentarse y se esfuerzan cuanto pueden por oprimirse unos a otros” (Ibíd., pág. 86), es evidente que a los hombres “les resulta imposible vivir fuera de todo derecho común” (Ibíd., pág.84), y todo por una simple causa entera e inmediatamente comprensible: que “sin ayuda mutua, los hombres apenas si pueden sustentar su vida y cultivar su mente” (Ibíd., pág. 99). Aunque todo esto sea una primera aproximación al problema (¡notablemente, o quizás no tanto, debida al genio filosófico de Spinoza ya en el siglo XVII!), problema que “La Crisis” ha puesto desde mi punto de vista en primer plano.

Sin duda, estamos lejos ya de aquellas primitivas sociedades de recolectores y cazadores que se asentaron hace miles de años en un determinado territorio, e incluso de los inicios del comercio interterritorial que sin duda marcó pautas nuevas en base al gigantesco desarrollo social que permitió. Lo cierto es que, sin el más mínimo plan previo, legislando en la misma medida en que las circunstancias lo exigían y siempre respetando lo dado en la mayor medida de lo posible, el ser humano se vio inmerso en un proceso involuntario que se le impuso: una creciente e imparable complejización social.

No me atrevo a asegurar en este momento que el hombre pueda liberarse de esa esclavitud y ponerse alguna vez por delante del proceso, ni que ello coincida con la entrada en una nueva etapa, un nuevo hito, como el que Nietzsche auguró bajo la denominación de “superhombre”. Es probable que la sociedad actual alcance la frontera del caos y colapse, algo que se vislumbra, una y otra vez como si de una serie de ensayos parciales se tratara, en base a su propia dinámica interna más que al cumplimiento inexorable de una posible ley. No sé ni creo que se pueda predecir de un modo taxativo: más de una vez, las tendencias dominantes en unas circunstancias dadas han sido ellas mismas desplazadas o ahogadas por otras que apenas tenían significación. Es parte de las propiedades visibles de la realidad sobre las que nuestra intuición intenta penetrar la niebla que se le pone delante, desde la que se corresponde con la física hasta la que estudiamos como historia y sociología.

Nada en realidad, ni el alcance al que llegará “La Crisis” ni mucho menos el futuro de los sueños que nacen de nuestro descontento y de nuestra desesperación, resultan seriamente predecibles. En cualquier caso, me reconozco tentado y compelido a imitar a Spinoza y a aquellos otros que pensaron el mundo del hombre sin poderlo evitar, movidos por un irresistible deseo (o “afección” como él decía) que los llama a gozar “con su conocimiento verdadero lo mismo que lo hace con el conocimiento de aquellas que son gratas a los sentidos” (Ibíd., pág 85). Aunque lo de “verdadero” deba tomarse aquí como una manera de decir lo que sentimos cierto, sea porque conviene o porque convendría a nuestro ser, sea porque así nos lo parezca. Es decir, aunque lo “verdaderamente” verdadero sólo tenga una más o menos definida duración vinculada por otra parte a nosotros y a nuestra situación frente a un mundo dado.

Por eso se hace necesario, a mi criterio, situarnos tanto en relación a ese mundo como en relación a nuestros propios intereses en él, situando los dogmas, los mitos, las creencias, los diagnósticos… en su temporalidad precisa y en su historia (o genealogía), explicando su específico rol social, el carácter necesario que para sus defensores y agitadores tienen en cuanto instrumentos de supervivencia, conservación y conquista.

“La Crisis” presente, es en este sentido de lo más idónea para que las cosas que se vislumbraban puedan verse con más nitidez. Sin ninguna duda, no se ha tratado de ningún “trueno en cielo despejado” ni de una contingencia proveniente del “espacio exterior” (como fue en última instancia el “terremoto de Lisboa” o pudiera haber sido “la peste negra” medieval, ambos fenómenos originados fuera del ámbito histórico en el que sin duda incidieron). “La Crisis”, indiscutiblemente, se cocinó en el caldero previo de la “economía del bienestar” en el que Occidente retozaba, ciertamente preocupado y en algunos casos inducido a preocuparse por cosas que la mayoría de sus gentes no alcanzaban a explicarse seriamente -y menos como producto de su propia Historia- aunque confiando aún en “la seguridad” que le brindaba su mundo. Me refiero aquí y en general a la parte mayoritaria de la población occidental y occidentalizada del mundo que podríamos identificar como fundamentalmente receptora más que productora de información y en la cual entrarían por momentos y para ciertas áreas del conocimiento muchos de los que trabajan produciéndola en otras (algo que, permítaseme abundar en ello, debemos contemplar todo el tiempo bajo los actuales parámetros de extrema complejidad social y diversificada división del trabajo).

En realidad, los actores particulares no pueden sustraerse a los apetitos que los han definido como seres sociales específicos dentro del conjunto. Aquellos que gozan reflexionando también han tenido que subordinarse a las normas de la sociedad vigente para mantener hasta donde fuese posible (y a veces en el límite) su actividad más placentera. En esto, no se diferencian gran cosa de las demás gentes cuyo placer pudiera estar y generalmente y cada vez más está fuera de su trabajo habitual, sólo que en su caso el problema deviene mucho más amplio socialmente hablando dada la transmisión de conocimientos e información que producen. Los intelectuales, en cuanto pueden sustraerse de las imposturas que le impone su dependencia social, tienden a poner al descubierto los frutos de su mejor intuición, pero de lo que no pueden sustraerse es de su propia idiosincrasia.

El cuadro que la actual sociedad nos presenta desde cierta distancia, muestra a las masas (en el sentido amplio de receptoras mencionado) en un estado total de indefensión, orfandad y desamparo que las lleva por el momento a la esperanza en que todo vuelva a la “normalidad”. Las masas por lo general, llevan temblando ante la debilidad creciente que observan en sus “sociedades opulentas”. A los embates islamista y oriental basados en la presión ideológica y el desarrollo económico o al menos tecnológico de la periferia ve sumarse la debilidad que produce internamente “La Crisis” en sus países, lo que da lugar a la posibilidad de apropiación mediante los mecanismos tanto tiempo bendecidos y legitimados como beneficiosos y seguros; esos mecanismos, ahora, parecen de repente representar perspectivas contrarias a la deseada libertad. Ahora, además, a los traidores a la causa occidental por parte de los propios políticos, se empieza a ver (para quienes lo quieran ver), o lo empezarán a ver tarde o temprano, las conductas displicentes o irresponsables, si se quiere, de los mercaderes de todo grado y tipo, algunos negociando sin el menor reparo con los nuevos ricos del lejano oriente que acuden en masa a comprar propiedades en USA y pronto en Europa, otros, situados en el extremo de la pirámide financiera del mundo, llevando a cabo políticas de penetración respetuosas del entorno que llaman ni más ni menos y también sin el menor reparo “islamic banking”. Los traidores, pues, parecen multiplicarse a los ojos del común que cada vez entiende menos y pierde cada vez más toda esperanza y con ello toda su confianza. Y, en esta crisis, que está mostrando hasta un extremo considerable (y me atrevo a pronosticar que se acrecentará aún más) la predisposición al egoísmo que caracteriza a los responsables de la sociedad, tanto de la administración de los negocios públicos como de los privados, especialmente de los de mayor escala, el grado en que las masas pueden llegar a vivir su desapego y su orfandad podría llegar a abrir las puertas a revueltas populares tan desesperadas como inconducentes.

Como decía también Spinoza, una sociedad se justifica por la esperanza o el miedo y se soporta en tanto sea “el mal menor”, pero si esto se pierde, lo que él llama “el derecho natural” que algunos individuos e incluso la multitud le han cedido a esa sociedad tiende a ser recuperado y “muchos” acaban por “conspirar lo mismo” (Ibíd., pág. 113). Y eso ha sucedido muchas veces en la Historia, lo que pasa ahora es que ese “Leviatán” que se construyó para que nos protegiera y nos diera la fuerza de “una sola mente”, usando nuevamente las palabras de Spinoza, bestia que siempre ha estado creciendo por su propia cuenta como ya he señalado antes, cuyo engorde no ha seguido nunca el curso de plan previo alguno ni siquiera de quienes la montaban y creían haberla domesticado y controlado, ha llegado a tener una dimensión y una complejidad que la hace hoy por hoy difícil si no definitivamente reducible. Esto, también, se pone en evidencia ante “La Crisis”, mal que les pese a aquellos intelectuales que de una u otra forma declaren enfrentarse a ello: hay, la bestia ha domesticado a tal punto a sus pretendidos beneficiarios que nadie que pretenda domesticarla (que no vencerla o aniquilarla) será capaz de otra cosa que engordarla. Este es, precisamente, el dilema, el carácter intrínsecamente crítico, de todas las utopías. Lo fue siempre, pero hemos llegado (o mejor dicho, las circunstancias nos han llevado) demasiado lejos: la bestia sólo responde a su propio mecanismo, como un verdadero Golem. Sólo podrá morir si estalla con todas nuestras asentadas ambiciones. Y ni siquiera esto es tarea de quienes vivimos en su seno, en ese sentido como Jonás habitaba la monstruosa ballena. En ese sentido, muy posiblemente acabemos muriendo todos con la bestia (real o culturalmente, o sea, tal y como hoy somos) cuando ella colapse.

domingo, 12 de octubre de 2008

"La Crisis", un nuevo Mar Rojo hacia una nueva Tierra Prometida

En un artículo reciente de George Dyson, publicado en Edge, se comenta el fenómeno de la multiplicación infinita de productos vendibles característico del capitalismo y de la industrialización que en él se inscribe (que, como bien extrapoló Lepenies en unas de las páginas más rescatables y sustanciales de su libro a partir de los escritos de Sainte-Beuve, abarca hasta la producción de la intelectualidad en sí misma así como la producción impresa que ésta genera de sí, algo que igualmente se menciona en el artículo y creo que tiene una enorme importancia en relación con el tema que me desvela (1). El tema ya había sido tratado, según nos dice Dyson, en 1932 por John Von Neumann de un modo no ausente de optimismo hacia el sistema, y también sale a relucir en él el símil del juego de las sillas.

Todos los que se han volcado, profesionalmente o no, lo hagan o no para atacar parte o la totalidad del sistema capitalista o su actual fase, coinciden al tratar el tema de la "crisis" en la idea de que "el sistema se ha extralimitado" dejando sin silla a muchos en cuanto la música se ha detenido. De repente, se tiende a redefinir el sistema como circunscrito a la producción "real" y no a la invención de "productos fantasma", que serían los que han hecho caer el castillo de naipes. Para evitarlo, se pide justamente al Estado o a quien tenga autoridad sobre los individuos a que restrinja el campo de operaciones para que ello no vuelva a ocurrir y las crisis no vuelvan a perturbar nuestros apacibles y paradisiacos sueños. Pero... ¿cómo definir propiamente lo que se suponía que definía de por sí... el mercado? ¿Es "real" un producto de muy escasa durabilidad que exige ser repuesto cada vez en menos tiempo? ¿Es justo que una fábrica de tales productos exista o que crezca sin cesar para producir cada vez más unidades desechables? ¿Qué es capitalismo y qué escaparía a la definición? ¿Cómo es que volvemos una y otra vez a la idea de que la moral debe estar por encima del juego social y evidentemente residir en "una autoridad", obviamente "virtuosa", "racional", "justa", "incorruptible", etc., y que a fin de cuentas "ése" sería "el verdadero o único problema"? ¿Es que necesitamos pues lo que precisamente hoy "comprueban" como cierto y justo los señores del Islam y sus locos seguidores -"¡Dios nos libre de ellos!"-: una ideocrasia que establezca la idoneidad de los actores y de sus conductas?

¿Vamos acaso en esa dirección y son los Bush y los ZPs, los Evos y los Chávez, los Obama y los Sarkozy, etc., los líderes que nos llevarán, esta vez desde arriba, hacia un nuevo mundo de tranquilidad y progreso ilimitado, en paralelo y en competencia con los dirigentes rusos, chinos, birmanos, iraníes, etc., que ya iban por ese buen camino?



Notas:

(0) Sobre la ilustración: este post ha sido ilustrado con una imagen de la coleccion de las tablillas denominadas "stocks" correspondientes al Exchequer del siglo XIII que están depositadas en el National Archives de Londres y a cuya historia se refiere el artículo de Dyson.


(1) De esto trata asimismo Roger Chartier de manera específica (en la conferencia mencionada y en "Inscribir y borrar" que está en mi pila de próximas lecturas) y es objeto de algunas otras investigaciones que se van enlazando y sobre las cuales, dicho sea de paso, pienso profundizar de aquí a un tiempo, una vez que haya ajustado cuentas con estos asuntos un tanto periféricos pero iluminadores sobre la metamorfosis burocrática que se le ofrece a la intelectualidad residual de nuestro tiempo.

viernes, 19 de septiembre de 2008

¿"Fin del capitalismo"? De lo que se opina, de lo que se promete, de lo que se espera.

Héctor (entre los diversos e innumerables ciberpensadores que con tanta inutilidad y vanidad dejamos nuestros diagnósticos o nuestras esperanzas míticas en este ruidoso espacio virtual que tan poco sirve a la revisión de lo que cada uno pensaba por anticipado) se hace eco en uno de sus últimos posts, fechado 18-9-2008, de la situación económica que, como era inevitable, afecta o afectará no sólo a los bolsillos de muchos y a la psique del común sino también a esa facultad de los intelectuales que está en la base del pensamiento especulativo, una facultad ciertamente irrefrenable. El post contiene suficiente material y un número muy aceptable de apuntes de navegación que se pueden seguir para llegar hasta muchas de las más representativas manifestaciones de la mencionada facultad del intelecto. Y Héctor es un admirable contertulio de este minúsculo y no influyente espacio mío. Sirva pues esto para dejar claro que no pretendo principalmente meterme con mi amigo, lo que sé además que no le preocupa nada.

Entrando ya en materia, el post pivota o halla justificación en las declaraciones editoriales de un personaje (en la foto coincidiendo públicamente con su jefe en aspectos de táctica y estrategia como haría cualquier responsable de uno de los campos de batalla... es decir, no como un periodista imparcial, desde luego) de los tantos que inescrupulosamente trabajan para cubrir, legitimar y extender a las masas adeptas como mínimo el método que practica ZP para conservar el poder y que le sirvió tan bien para conquistarlo, primero en el PSOE y enseguida en la sociedad; a saber, el jefe de informativos de la Cuatro Don Ignacio Gabilondo, sin duda uno de los tantos "predicadores estrella", como bien lo califica Héctor, al servicio de la mencionada causa. Ese método que parece casi inventado y normalizado por el propio líder y que cada vez es más utilizado allí donde cualquiera que se considere "progresista" necesite defender el mondo y lirondo status quo. Un método que tiene por objeto principalmente desconcertar por la vía de aplicar una verborrea grandilocuente y mentirosa, difamadora o tergiversadora hacia toda oposición y crítica (valga para ello esta reciente muestra, o esta otra más antigua entre las mil y una pasadas) sin que se apele (¿por ahora?) a la represión directa y explícita donde el propio gobierno o el PSOE apareciera involucrado... aunque sí se permita que se lleve a cabo espontáneamente o por terceros, como ya se ha visto en muchas ocasiones e incluso se la justifique (¡y cómo desde un principio y todavía!), y, mediante la correspondiente exageración y caricaturización, presentar el estado de cosas actual, del día me refiero, como inmejorable o al menos preferible.

Ahora bien, siendo todo esto una evidencia (quizás algo más difícil de poner al desnudo a través de las declaraciones de Gabilondo) Héctor comete el error de tomar demasiado literalmente las palabras del susodicho mercenario de la información, intentando aclararnos que las habría utilizado mal. Así, corrige a Gabilondo señalándole que el liberalismo que éste menciona no puede ser el que esté a punto de derrumbarse como el muro de Berlín sino en todo caso el capitalismo (1).

Héctor corrige, pues, a Gabilondo como si hubiese hablado incorrectamente, no viendo la verdadera intención (estratégica) que se esconde tras las ambiguas maneras incorrectas de hablar y de escribir, cada vez más habituales y frecuentes, de que hacen gala casi todos los periodistas, políticos y hasta muchos científicos de nuestro país, intención que va más allá de la ignorancia y es motivada por el sueldo y las simpatías ideológicas y políticas. A mi juicio, es éste el aspecto más importante de la mayoría de las incorrecciones que se debería destacar: lo que pretenden al hablar mal o, en otros términos, lo que quieren realmente decir en su seudolenguaje o jerga. Y lo que, a mi criterio, deberíamos hacer los que pretendemos criticar al poder y que se deriva directamente de... leer bien, para decirlo en los lúcidos términos empleados por Leo Strauss en relación a los clásicos, es decir, de lo que el otro quiso decir en realidad.

Lo que ya debería estar suficientemente claro (y me consta que Héctor coincidirá conmigo) es que todas las declaraciones de personajes como el aludido no se pueden considerar ni honestas ni conceptuales, sino como construidas ex profeso con un fin ideológico-propagandístico y estratégico-educativo. Es desde esta óptica como deben merecer consideración crítica por parte de personas que como Héctor o como yo mismo se sienten empujados a dilucidar lo que está detrás de aquellas. Lo que debemos evitar (y en todo caso sería muy interesante ver si algo -lastres ideológicos, herencias culturales, intereses, compromisos apriorísticos, etc.- lo obstaculiza) sería no tomar por riguroso un asunto que sólo pretende ser significativo cuando lo que en realidad se está haciendo es tergiversar el objeto con el fin consciente o inconsciente de... colaborar con el desconcierto.

El problema es por lo tanto doble; doble por el hecho de presentar dos caras. Por una parte, Héctor estaría cometiendo el error de considerar esas declaraciones como serias, de asignarles un contenido que se presupone conceptual, honesto, sincero, riguroso, aceptando que el periodista Gabilondo es veraz, que con su declaración Gabilondo pretende dar verdaderamente una opinión sincera de su manera de pensar, siendo que por el contrario eso, un cuerpo de pensamiento digno de ese nombre, ni siquiera parcialmente existe. Debería ser obvio con lo que está cayendo, y sin embargo... Debería deducirse sin más de la conciencia que tenemos de que Gabilondo no es más que uno de los tantos mercenarios periodísticos al servicio del poder actual (que son los que se llevan la palma comparativa, aunque se encuentren en otras trincheras en alguna medida o lo hayan estado también en otras épocas). Uno de esos mercenarios de la información especialmente consustanciado con el vaciamiento del lenguaje propio de sus actuales jefes y por ellos promovido, propios de la estrategia postmoderna a ultranza en la que los mismos están embarcados en nombre del Poder en sí así como del uso irresponsable (más bien malintencionado) de las palabras y de los conceptos con el explícito objetivo de desconcertar (para lo cual basta apelar a la idea popularizada y elemental de la palabra que se utiliza en el discurso). Alguien así, con sus discursos al completo, no puede ser tomado en serio (considerado riguroso) y ser leído como se leería a un escritor honesto y comprometido con unas determinadas ideas mínimamente coherentes y fundamentadas (racional, empírica, lógica o metodológicamente, es decir, bajo la solidez de un mínimo de reglas de la verosimilitud y de la honestidad) vinculados incluso a unos intereses sociales efectivos y no puramente político-burocráticos (aunque estos sean precisamente los asociados a la burocracia moderna y los que explicarían la ambigüedad propia del conjunto de contradicciones sucesivas y mentiras sistemáticas de validez aparente pero sólo momentánea que conforman esos discursos de la burocracia institucional, política pero también cultural). ¡No en absoluto! ¡No so pena de gastar pólvora en matar alimañas y, sobre todo, de caer en lo que el otro justamente pretendía: entretener, desviar la atención, confundir, enredar... en breve, caer en hacerle el juego, en complementar la jugada y la estrategia del opresor real que marcha sin pausa hacia el Poder absoluto (le permitan llegar o no las circunstancias).

¡En absoluto! Porque cuando Gabilondo dice "capitalismo" y dice "fin"... ni habla de capitalismo ni de fin ni de nada... que no le sirva de manera inmediatista al Poder al que sirve. ¿Y qué le sirve? Pues ni más ni menos que apuntalar el carácter mesiánico de la posición gubernamental o, mejor dicho, de darle ese carácter tomándolo de entre los mil disfraces del atrezo de la Historia Política. Más en concreto: representar el papel de una izquierda que ha superado errores (¿los del marxismo a pesar de que se siga entonando La Internacional en los Congresos?) y que sería la única capacitada para salvará a la humanidad, y en particular o por ahora sólo a España bajo la dirección del líder que ya lo habría dicho todo, cuyo pensamiento ya habría sido refrendado inclusive por los capitalistas rojos de la CEOE... ¡y hasta por Bush! Una izquierda que (a) se opone a un capitalismo de maqueta sui generis que no llega sino a sugerir (un capitalismo supervisado, parcialmente subvencionado, parcialmente de Estado, ciertamente burocratizado, y cubierto por una cortina de humo o un velo muy propio que ocultaría todas sus miserias dolorosas...); que (b) promete -en falso- un paraíso futuro no-capitalista sinónimo de lo que deberíamos suponer el sueño esotérico de ZP en donde lo principal es la confianza, la fe, el buen rollito, la mentira piadosa, la separación de los leprosos afectados de crisis además de los capitalistas enemigos del resto de los patriotas más o menos bien subvencionados, abrigados bajo el ala del Poder o lisa y llanamente hipnotizados hasta que escampe... la presente y luego la próxima situación difícil; y que, por último y por decirlo lo más gráficamente posible, (c) ponga en primerísimo plano el mantenimiento de lo que bajo el nombre desconcertante de democracia social (ya conquistada por cierto aunque sólo se reduzca a dos o tres "derechos" agitados como si se tratara de revoluciones en sí mismos), sería cada vez menos democracia formal y más república bananera.

No es pues que Gabilondo llame "liberalismo" al capitalismo por equivocación, sino que quiere que su público asocie a ese término al capitalismo supuestamente no intervencionista (porque no existe desde hace tiempo y no es que ahora se derrumbe...) personificado por lo visto hasta hace poco por la economía americana y en particular por la liderada por Bush, o, en la medida en que los hechos se precipitan, abandonada por él, los americanos y los demás capitalistas del "mundo libre" del mismo modo que los rusos o los chinos habrían abandonado el comunismo tras "la caída del muro en 1989"; es decir, un capitalismo sui generis que por supuesto, repito, no es descrito sino mediante eufemismos superficiales y confusos.

Es así como pretende dar un carácter ampuloso, casi revolucionario, a su diagnóstico; presentando un mundo por venir "más allá del túnel" en el que se encontrarían no sólo los trabajadores y los miembros de las clases medias que sobrevivirían al paro y la angustia sino incluso los propios empresarios que habrían descubierto el nuevo y único capitalismo posible y viable... que no es sino el de hace ya bastante tiempo aunque cada vez se avance un poco más (ver esto, esto y esto entre otras cosas para tener una más amplia idea de lo que quiero decir).

El "fin" pues al que se refiere Gabilondo, no es el del capitalismo en general y precisamente por eso le pone otro nombre, aunque no a falta de uno mejor y no porque sea inculto -que sin duda lo es en el sentido clásico del término-, sino porque ese nombre le sirve como pocos para cumplir a fondo con el papel para el que está contratado: desconcertar, confundir, inculcar lo necesario y suficiente como para que las masas que lo escuchan tengan un digesto para la discusión callejera y del hogar donde hoy por hoy se libra la lucha política (frente al televisor, por ejemplo) y... tejan nuevas y muy fiables esperanzas en el futuro, aceptando un capitalismo renombrado o innombrado donde todos, obreros y patronos, tengan un lugar a la sombra del poder. Un capitalismo que podría equipararse al modelo de la China del Partido Único y los capitalistas rojos en él admitidos, el de la Indonesia Islámica en la que un baquero no puede ejercer su puesto si no es un seguidor explícito y practicante de las enseñanzas del Corán, o el del socialismo venezolano supervisado por Chávez, etc. En breve, no sólo una sociedad burocrática vertical con apariencias de legalidad democrática (cada vez más aparente) sino la que como nadie en España representa y ha alcanzado a representar ZP (2)

Esto, creo, es lo que creo que deberíamos poner al descubierto. En todo caso, porque se ve a simple vista... salvo que otras gafas ideológicas lo dificulten.

En cuanto a la realidad pura y dura... bueno, que sigan erigiendo utopías salvadoras quienes no pueden sino responder a su idiosincrasia social más simple. Y confundiéndose hasta el límite de la frustración o el pragmatismo claudicante. Porque... ¿quiénes deberían leer esos libros (cita que tomo a cuento al estar presente en el post que comento junto a otras que también lo han motivado y que asimismo merecen una visita crítica) para poner en práctica unos dogmas supuestamente salvadores que se esgrimen en contra de otros de equivalente naturaleza? Sin duda... unos políticos totalitarios (es decir, los mentados burócratas de mis pesadillas) que, como Rousseau, estén dispuestos a imponerle al pueblo... la libertad en el caso en que persistieran en rechazarla. Porque... ¿qué significa sino claudicar intelectualmente sino rebajar la crítica en nombre del realismo y manifestar una y otra vez la impotencia ante la complejidad creciente que no será nunca controlable o redirigible hacia nada intelectualmente óptimo... es decir... utópico?

Lo que está claro es que el capitalismo (hoy inevitablemente burocrático en grados diversos pero progresivos y apenas un poco menos, formalmente en todo caso menos, absolutista como en épocas pasadas) camina hacia el colapso (esté o no precisamente más allá de esta crisis o de cualquiera de las siguientes, se manifieste global o regionalmente, sea o no violento o apocalíptico, surja tormentoso o se presente larvado). Es una perspectiva de su dinámica interna en la cual desde un principio surgió la necesidad burocrática (puede verse Weber y puede verse Lefort como referencias y algún que otro hecho de la realidad que lo pone en evidencia), lo que mucho más ciertamente que la tendencia a la superproducción (en un sentido más complejo pero evidente tras y a instancias de un consumo que podría llamarse y se suele llamar irracional compensable al mismo tiempo a futuros mediante la creciente expansión del crédito que ha llegado tan lejos... y tan críticamente) parece buena y suficiente manifestación de esa tendencia al colapso. Una tendencia propia, al menos según señala una teoría que parece consolidarse progresivamente, de la complejización creciente, inevitablemente creciente, que todo sistema experimentaría, que experimentaría el Universo entero por lo que podemos ver dentro de nuestro ámbito de observación. Una tendencia que se agrava por momentos con la propia llamada a más burocratización, es decir, a... más interventores en lucha por intervenir... y sólo para ganar posiciones de poder.

Y lo cierto es también que todos los intelectules estaban convencidos de que marchábamos por un sendero pacífico y muy poco accidentado... hasta que entramos abruptamente en el camino de baches y gravilla cada vez más estrecho... (Es probable que esta crisis reconduzca al neomarxismo a algunos desertores que se habían pasado al liberalismo de izquierdas). Y de repente afloran las razones que, más allá de la indudable persistencia y la capacidad regeneradora del capitalismo que lo asemeja tanto a un ave fénix (aunque se trate más de enfermedad que no de muerte), quede claro que ello no lo salva de contener algo más que deficiencias subsanables sino más bien deformaciones crónicas inextirpables. ¡Y no digamos superables con recetas intelectuales, ya sean positivistas y racionalistas como irracionalistas y empiristas; en fin: socialdemócratas, liberales, anarquistas o marxistas...!

Es obvio, por si no se nota todo lo necesario, que no ofrezco la más mínima salida ni la menor sugerencia. Pienso, por si no quedara claro (estoy un poco harto de que se me malinterprete y bastante más que que se me ignore), que la salida será hallada más o menos artificialmente y más o menos históricamente, bastante simbólica y míticamente, como ha sido siempre, por la propia sociedad humana en su conjunto, sea a través de unas u otras hegemonías triunfantes más o menos bélicas y más o menos diplomáticas; si es que... no pasen cosas propias de la ciencia ficción que me reservo para mis experimentos literarios. Como mucho, sólo ofrezco un análisis tentativo de las fuerzas en presencia tales como modestamente las aprecio en escena. Creo que se trata en todo caso de un cuadro muy complejo como para andar con sugerencias salvadoras... por cierto peligrosamente utópicas. Un cuadro que, de todos modos, ¡vaya ruido especulativo típicamente intelectual de todos los colores que produce! Y esto mientras el pueblo (incluidos los propios intelectuales en su papel de simples ciudadanos marginados del poder) espera de los nuevos dioses (y de sus sacerdotes intermediarios) que el rayo no caiga sobre sus cabezas concretas sino sobre las de algún otro. Creyente del primer mito que emerja victorioso y les permita considerarse libres de la venganza del cielo y por el contrario volverse especialmente bienaventurados.

Como acaba su post Héctor:

"...en nuestro deambular por la historia rara vez se encontró el inalcanzable paraíso mientras que el infierno, por contra, aguardó detrás de cada esquina."

...pero, que la tendencia sea, más que "posiblemente" incluso, la de cometer la mencionada falacia Nirvana, no significa que no podamos y no debamos estar de otro modo, del modo mencionado, entre "... quienes critican el modelo económico que nos ha llevado a esta crisis" ni que dejemos de criticar igualmente a quienes a fin de cuentas le hacen el juego al pragmatismo claudicante o las utopías potencialmente totalitarias.



(1) Una addenda obligada: no sabía (y Héctor por lo visto tampoco) que la metáfora de los "muros" no era de Gabilondo (¡le dimos ambos demasiada capacidad poética al mandado!) sino de todo un premio Nobel de economía y asesor de Obama (¡buen ejemplo de lo que significa ciencia, especialistas y burocracia cultural, claro!), el Dr. Joseph Stiglitz evidentemente uno de los muchos combatientes por el poder detrás del trono que emergen en el actual panorama favorable para ello de la crisis.

(2) De paso: ¿no explicaría también esto ¿Por qué no vivimos en una dictadura militar? en tanto, al menos por ahora, no se muestra como la vía regia para que ese grupo especial de la burocracia conquiste un lugarcito en el Poder teniendo como ahora tiene tantas opciones no en contra sino junto a los políticos -como las que representaba inicialmente la OTAN pero que ya ofrecen cada vez más instituciones supranacionales-? Y no se ve esto mismo entre los miembros de las congregaciones religiosas, como los obispos y hasta los imanes según la zona del planeta? Hoy los miltares participan en el Poder de otra manera, y no sólo en América Latina -Bolivia, Venezuela, Cuba... pero también Colombia, Argentina, Chile...- sino en países como Pakistán y los nuevos Irán y Afganistán además de India, Rusia, China... y hasta casi toda Africa... Incluso, ya puestos... ¿no explica esto las buenas migas de ZP con el Rey que juntos se ven más populistas que nunca, así como la reconciliación con Chávez que en el fondo no superó nada de fondo que no estuviera superado antes?

jueves, 22 de mayo de 2008

¡Horrore! ¡Horrore! ¡Qué son, qué somos!

Las burocracias políticas más temibles han descubierto (y redescubierto, reinventado o rescatado de los abismos de la Historia) muchas soluciones útiles. Entre ellas, ocupan un primer plano las que les permiten obtener apoyos fieles, a ser posible baratos y mejor aún si dan réditos adicionales o... colaterales, como se dice en estos casos. Las más sutiles corresponden a la inculcación en la conducta idónea del ciudadano sumiso y militante que se aplica a los niños, ciudadanos que se deberán sumar a quienes sepan vivir con de las raciones del botín global que el gobierno distribuya buenamente (he tratado esto en otra ocasión) y a cambio limitarse a recitar unos cuantos slogans para el momento sin preocuparse de su coherencia, sentido o significación sobre la base de asumir que, por estar originados en el equipo gobernante, fiel a su vez al líder, responden a la estrategia idónea y justa. Un buen ejemplo lo tenemos en los programas de las ikastolas y demás escuelas del los nacionalismos del Estado y con "La Educación para la Ciudadanía", por ejemplo.

En el extremo, la misma comprensión alcanzada por los mencionados estrategos de que los niños constituyen un ejército particularmente útil es la que puso en pie la Kampuchea Democrática y los ejércitos infantiles, como el que organizaron los hutus, así como los guardianes de los "Diamantes de sangre" o como el que existe y se sigue organizando ahora mismo en "Burma" (sirva de paso esto a modo de denuncia).

En uno u otro caso así como en los muchos intermedios, se están formando cada vez más eficaces ejércitos de primera al servicio de los soberanos ideológicos, sobre todo si son pobres en armamento atómico (cosa que están, además, empeñados en subsanar también). Esos ejércitos, como ya hay sobrados ejemplos, son muy eficaces en acciones terroristas y de espionaje, buenos escudos y y también, cuando están mutilados, al menos mal heridos, inclusive muertos, sirven extraordinariamente de propaganda y directamente de bandera. O sea, que son muy versátiles además de baratísimos y de producción simple y constante...

Esto explicaría que estos sistemas, en donde el niño se perfila como el material idóneo por antonomasia para garantizar la conservación y extensión del poder por parte de una de las mencionadas burocracias, estén resultando cada vez más utilizados.

El hecho escandaliza a las buenas conciencias occidentales (y me incluyo entre ellas obviamente... recnociendo al mismo tiempo que se trata de una postura histriónica). No obstante, y en honor a la honestidad extrema, deberíamos empezar por comprender y asumir que aquellos que producen y alimentan esas prácticas no son marcianos al estilo de "Mars attack" sino, básicamente, seres... como uno.

Porque... ¿hay acaso en estas prácticas algo que contradiga la esencia de las viejas razones por las que los seres humanos consideraron necesario tener hijos; o no se tienen desde el principio de los tiempos para que "honren a su padre y a su madre" o que deban mantenerse fieles a sus ancestros y a los dioses -de hecho los ancestros más remotos que puedan suponerse-? ¿Y no se erigen las autoridades en los verdaderos padres, de la patria, del futuro... hasta el punto en que una y otra cosa se confunden y se sustituyen?

Los propios padres civilizados que nosotros somos, por otra parte... ¿qué proponen, desean o sugieren para sus propios hijos sino que formen batallones resistentes a las amenazas e incluso ofensivos, si es que unas y otras cosa llegaran a ser reales? Porque... ¿no los tendremos en Occidente para dejar que se sumen a esos batallones de la esclavitud y de la muerte o para que se sometan mansamente a ellos, verdad? ¿E incluso... no los condenaremos por anticipado si nace en ellos la furia incontenible y la sed de venganza?

Milan Kundera relata en "El arte de la novela" (Tusquets Editores, Barcelona, 2000) cómo un día fue consciente del rol dictatorial de la paternidad que de tantas maneras sorprendentes se realiza. Ese día encuentra a una amiga que había sufrido persecución por parte de los comunistas llorando a causa de un acto indolente de su hijo de 26 años por lo que se anima a opinar delante de ambos que se trata de "una bobada" (sic) por la que no debería sentirse tan afectada. Esta crítica a la madre produce sin embargo un efecto curioso: es el muchacho el que interviene... realizando una autocrítica y prometiendo ante ambos que será "tal y como mi madre desea" (sic) tras lo que Kundera concluye:

"Lo que el Partido nunca consiguió hacer con la madre, la madre consiguió hacerlo con su hijo." (ibíd., pág. 125), lo que llevará al autor de "La insoportable levedad del ser" a calificar la escena de "miniproceso estaliniano" (ibíd.)

Recomiendo el resto, que no tiene desperdicio y que no sé si logro trasmitir en toda su dimensión.

Lo cierto es que el mundo del horror es nuestro mundo y que no sólo nos rodea sino que nos habita; que es, como decía, quizá más crudamente que nadie, Nietzsche, la manera en que se manifiesta la vida... la humanidad... la Historia.

Esa Historia puede considerarse como UNA, la de La Humanidad, pero sólo formalmente, como consigue llevar a cabo su trabajo La Razón. En los hechos, se trata de un eufemismo. En los hechos, como bien resume Judith Rich Harris:

"Los grupos no necesitan una razón para odiar a otros grupos: el solo hecho de que ellos son ellos y nosotros nosotros ya basta." ("El mito de la educación", DeBolsillo, 1999, pág. 157)

Y en gran medida por ello, ni más ni menos: "la historia no sirve para discriminar el bien y el mal, dirimir el conflicto moral" como afirma Leo Strauss en "El renacimiento del racionalismo política clásico" en obvia consonancia con Nietzsche, cuyo otro yo, dicho sea de paso, habría tenido que alzarse contra sí mismo para criticar sus intentos vanos de rescatar lo positivo como si esto pudiese ser más absoluto y ahistórico que lo opuesto como componentes de la Vida.

Y es que ahí está la diyuntiva del pensamiento: no puede describir su propia necesidad formal ni puede eludir la necesidad de emitir juicios absolutos. Y cada grupo... tiene y tendrá los suyos por imperativo genético pero también específicamente social.

Platón, en el "Timeo" (Alianza, Clásicos..., Madrid, 2004, pág. 50 y siguientes), reconocía la necesidad de "guardianes" probos para defender la ciudad, guerreros que sin embargo encerraban peligrosidad, ya que podían caer bajo la influencia de un grupo que no fuera... digamos... precisamente... platónico, es decir, encerraba el peligro para quienes lo necesitaban. Platón, Jenofonte, Aristóteles soñaban con la República de los Sabios, de los Justos, de los Virtuosos... pero la realidad se imponía del mismo modo que se sigue imponiendo: "... ¿cómo (se pregunta Strauss siguiendo a Jenofonte) lograrán los sabios conquistar la obediencia de los no sabios?" y se contesta, con Jenofonte, "La obediencia requerida no sobrevendrá sin el uso de la fuerza. Por consiguiente, los pocos sabios necesitarán el apoyo de un número bastante grande de auxiliares leales (...) Se persuadirá a los no sabios por medio de un noble engaño." ("El problema de Sócrates: cinco conferencias", en "El renacimiento del racionalismo político clásico", Amorrortu, Bs.As., 2007, pág. 239), que fue lo que acaba sugiriendo Platón al final de su discurso. Porque no hay más. Y esto tanto para uno como para otro bando, ambos afirmándo que la verdad está con ellos, ambos apoyándose en el propio autoengaño para poder engañar.

A fin de cuentas: absolutos que se erigen sin ninguna superioridad demostrable, que se erigen bien sea tentativamente, como mitos posibles ofrecidos a la sociedad con la pretensión consciente o inconsciente de que sean instituidos, empezando por los iguales o los seguidores, o que se impongan por la fuerza si se cuenta con ella, o mediante una u otra táctica de engaño, desconcierto y traición. Absolutos de los que el hombre no puede prescindir como ha sido dicho tantas veces como pocas se ha asumido (por los propios filósofos me refiero, claro).

Ante todo ello, ¿cómo no sentir un profundo dolor en esos momentos calmos en que no somos presos de la ira o de la necesidad...? ¿Cómo no exclamar ante la visión distante que nos suministra una película, un novela o un artículo de prensa, incluso a cuenta de nuestra fría capacidad de imaginarlo: "¡Oh, dolor; oh, desesperanza!", "¡Horrore, horrore!"? ¿Cómo, en fin, no expresar sentimientos reales a la vez que, más que políticamente, socialmente correctos?

Strauss señala que ante el galimatías, cobra una importancia capital la persuasión (ibíd., pág. 240) cuya impracticabilidad también pone en evidencia con el ejemplo de Sócrates (pág. 225). No se trata pues sino una nueva engañifa racionalista que adquiere toda su dimensión cada vez que una minoría sufre el peso del totalitarismo de las mayorías expresado en una manera de vivir y de pensar masivos y está totalmente imposibilitada para influir y no digamos actuar en contra (en el extremo, un individuo, como Sócrates). Justamente lo que nuestra época ha instituido de manera radical y que parece peligrosa, insoportablemente estable durante sus prolongadas etapas de Paz en donde las armas parecen meros fantasmas en coma cuyo despertar se posterga, globalmente, sine die o se relega a la periferia, a los suburbios, lejos del hombre blanco (que ahora ya es también amarillo y negro, como puede verse alrededor), en cualquier caso, en algún otro país. Una época de globalización donde ya no hay, como ya supo ver Nietzsche en el siglo XIX, ni un sólo territorio donde poder exiliarse o huir. Porque, volviendo a la cuestión de las posiciones y de nuevo con Strauss, "Todas las posiciones de este tipo son igualmente verdaderas o falsas: verdaderas desde adentro, falsas desde afuera" ("Ciencia Social y Humanismo", ibíd, pág. 58), al tiempo que no podemos dejar de asumir nuestra pertenencia a uno y sólo un "adentro", ya que "La comprensión empática universal es imposible" (ibíd., pág. 60).

Lo describió Nietzsche con meridiana claridad y contundencia: "sólo a partir del establecimiento de la ley existen lo justo y lo injusto" ya que "a las situaciones de derecho no le es lícito ser nunca más que situaciones de excepción (...) que están subordinadas a la finalidad global de aquella voluntad (la de poder, la "de vida" según privilegia Nietzsche en exclusiva, ignorando que "la vida" también tiene componentes negativos) como medios particulares: es decir, como medios para crear unidades mayores de poder" ("Genealogía de la moral", Alianza, Madrid, 2006, pág. 126).

Y todo esto hay que saberlo, saberlo y asumirlo, y ello en el límite de nuestra propia idiosincrasia, porque por una parte no se pueden alabar todas las contrapuestas acciones o prácticas del poder y de los poderosos de cada momento (por la filosofía al menos y simplemente por su incapacidad intrínseca, por su idiosincrasia fundamental; y la filosofía ES nuestro grupo -no lo hace ni siquiera Nietzsche aunque lo parezca ni siquiera en nombre de algo como la vida que tan bien parece justificarlo-). Sí, en definitiva hay que reconocerlo, puesto que nada, ni la cicuta, podrá darnos la ilusión de que pueda ser resuelto.